Déjate Llevar.

Mis ojos quedan atrapados en su imagen. No lleva un vestido lujoso ni exagerado. Es algo simple, sí, pero no por eso carece de importancia.

Se nota que es una creación de Rem, ya que tiene esos pequeños detalles en los bordes de la prenda que ella siempre añade.

Emilia me mira de manera coqueta mientras levanta un poco su capucha.

—Hoy hace un poco de frío, me iban a dar un vestido, pero Rem me preparó esto pensando en mí. —Emilia sonríe, posando— ¿Me veo linda?

Una pregunta que raramente Emilia formula, "linda", un término cuyo significado se ha inscrito en mi mente a través de mis ojos.

Sí, es algo simple, pero nada es más hermoso que la simplicidad.

Un sentimiento tranquilizador que cautiva por completo.

—Rem ayudó un poco. —Sonrío, guiñándole el ojo.

Ella hace un pequeño gesto de puchero, acercándose a mí.

—Tonto... —Emilia baja la mirada a sus prendas antes de volver a sonreír—. Si no puedo confiar en tus palabras, entonces tendré que confiar en las de Betty.

Pero antes de que ella pueda avanzar, la detengo.

—Emilia. —La miro directamente a los ojos—. ¿Eres linda?

Quiero que lo diga, quiero que esas palabras salgan de sus labios. Es un capítulo que podría seguir, una evolución en el transcurso de estos meses. Mi trato hacia ella, el trato de los demás; al menos en Irlam, todos la aprecian y la quieren.

—Linda... —Emilia pronuncia la palabra, pero su mirada se eleva al cielo—. Bueno, viendo que tus ojos no dejan de observarme, no me queda más que creerlo. Supongo que puedo ser... —desvía la mirada hacia sus manos—, un poquito, si así lo ves.

Emilia me saca la lengua, avergonzada por haber dicho tal cosa. Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro, y aunque está avergonzada por haber dicho eso, yo entiendo lo valiente que fue al expresarlo.

Fue un esfuerzo increíble

«Emilia», pienso mientras contemplo su nombre con gratitud.

—Marco, ¿qué tal si...? —Emilia dirige su atención hacia mi mano— ¿Bailamos un poco?

Suelto un suspiro ante su propuesta. Aunque se muestra avergonzada, aun así la lanzó esperando mi reacción.

—Por supuesto, señorita Emilia. —Me inclino, tomando su mano.

Recuerdo las lecciones de baile que Frederica nos brindó a ambos. Nunca me interesó, pero debo admitir que me sorprendió gratamente descubrir lo bien que se siente danzar cuando es con alguien con quien te sientes cómodo.

Una mirada de Beatrice captura mi atención. Su parpadeo apenas perceptible me hace comprender cuál es el problema exacto.

—Emilia, mira. —Señalo a Beatrice

Emilia sigue mi indicación y llama a Beatrice con entusiasmo.

—¡Vamos! —exclama Emilia.

Aunque Beatrice suspira con cierta resignación, se levanta de su asiento.

Indudablemente, Emilia se ha convertido en un pilar esencial en su vida. No obstante, tengo en mente cumplir con una obligación que me compete hacia ella.

A medida que Beatrice se acerca, sin que haya nada más que pueda hacer, la recibo en mis brazos, y en ese instante, nuestros ojos se encuentran como dos estrellas que se reflejan mutuamente.

—Te amo, mi dulce princesa —digo en un susurro, sintiendo la tristeza que la embarga—. Sé que estás atravesando un momento difícil. —Dejo un beso tierno en su mejilla—. Te prometo que tendremos esa conversación cuando sea el momento adecuado, pero ten la certeza de que no lo olvido.

Beatrice asiente, sus labios esbozan una sonrisa ruborizada mientras su mano acaricia suavemente su mejilla. Ella me abraza con una ternura que trae consuelo, permitiéndome sentir su cálido abrazo.

En ese instante, mi corazón recupera su ritmo habitual, encontrando un bálsamo de calma en medio de la turbulencia emocional.

—Betty también te ama de hecho —susurra ella en mi oído, sonrojada—. Pero, seguramente, tendrás que conversar con ella cuando todo esto termine.

Asiento comprensivamente, acariciando su cabello dorado con gentileza antes de tomarla entre mis brazos y depositarla sobre mis hombros con un gesto juguetón. Sus manos se apoyan en mi cabeza para mantener el equilibrio.

—¡¿Qué?! —Beatrice exclama con asombro—. ¡Marco!

No puedo evitar soltar una risa contagiosa, y Emilia se une al juego sin dudarlo.

—Vamos a bailar los tres juntos. Así que, Beatrice, únete a nosotros —afirma Emilia, tomando mi mano con una determinación encantadora.

Salimos con Beatrice a nuestro lado, encontrando un espacio que se abre en medio de la multitud. Los músicos hacen una pausa, y desde esta posición puedo apreciar la alegría que llena el ambiente.

Aunque hubiese deseado tener a Ram aquí, la ausencia de Roswaal llena mi alma de regocijo

Mi relación con Roswaal nunca ha sido cercana, ni tengo intenciones de que lo sea. Aunque quizás algunos se pregunten por su ausencia, su lugar en mi vida es insignificante; nunca ha demostrado interés en interactuar con nosotros.

La esposa de Lucas incita a su esposo a unirse al baile, mientras Petra se divierte con los niños. Cada uno de los presentes parece inmerso en la alegría del momento, unidos por un propósito común.

Decido apartar mis pensamientos racionales hoy; dejaré que mi corazón sea el guía de mis pasos.

Sí, esta noche abandonaré la lógica y me dejaré llevar por esta sensación, por el cálido roce de sus manos. Con Beatrice alegremente sentada en mis hombros, nos dirigimos al centro del círculo que se forma en la pista de baile.

La música comienza suavemente, con tonos graves y lentos. Una delicada guitarra medieval se entrelaza con los suaves matices de una flauta, y los tambores marcan un ritmo reposado, esperando su turno para tomar protagonismo cuando la flauta termine su melodía y modifique el tono.

Nuestros ojos se encuentran, y en este momento, ella sostiene mi mano mientras yo acerco mi mano a su cintura.

Los demás danzantes, con una gentileza contagiosa, crean un espacio para nosotros en el que podamos unirnos al compás. Siento a Emilia más cerca que nunca, o tal vez, por primera vez en esta intensidad.

...

Mis pasos sincronizados con los suyos, cada movimiento del baile parece destapar capas de emociones que habían estado latentes en mí. La cercanía, antes incómoda, ahora es como un abrazo cálido que envuelve mi corazón en una dulce agonía.

Pero es una sensación que no me atrevo a rechazar.

Es fascinante cómo estar aquí, frente a Emilia con Beatrice en mis hombros, logra que mis preocupaciones se vuelvan insignificantes, siempre y cuando pueda saborear este pequeño y efímero momento.

—Emilia.

Ella continúa sonriendo, pero sus ojos muestran cierta timidez al encontrarse con los míos.

—¿Sí? —su voz, dulce como una melodía, resuena en mi pecho, un eco de nuestras emociones compartidas. Siento su aliento en mi piel, cada mirada intercambiada como un lazo invisible que nos une.

El compás de la música se convierte en el latir sincronizado de nuestros corazones.

Solo por hoy, permitiré que mi corazón guíe cada paso de este baile. La contemplo con una intensidad que supera las palabras, permitiendo que el silencio sea el vínculo que nos une.

La miro directamente a los ojos, viendo cómo mi reflejo se mezcla con el suyo. Su piel, de una palidez etérea, carece de imperfecciones y me revela su perfección innata.

Su cabello plateado, liso como el agua en calma, está lleno de vida y vitalidad.

La pequeña y sutil aura de frescura que la rodea se desvanece ante el calor de su sonrisa y el roce de su piel.

Nos desplazamos con suavidad, nuestros movimientos acompasados mientras otras parejas se unen a la danza que empieza a tomar forma a nuestro alrededor.

La música adquiere una intensidad creciente, sus tonos se vuelven más audaces conforme más personas se suman a la coreografía.

Las trompetas se hacen presentes, sus sonidos triunfantes se entremezclan con el ritmo constante de los tambores que resuenan con fuerza.

El tono de la música va incrementando, inundando el aire con una energía contagiosa. Nuestra danza se torna más alegre y vibrante con cada compás que marca el tiempo.

Las risas y los murmullos de los demás danzantes se mezclan en un coro de celebración, y en medio de esta atmósfera, los latidos de mi corazón encuentran una armonía perfecta con la melodía que nos envuelve.

En este instante, en el cálido abrazo de la música y con Emilia a mi lado, todo parece posible. Las preocupaciones se disuelven, las dudas se desvanecen y solo queda el presente, el latir de mi corazón.

Nos movemos más cerca el uno del otro, nuestros cuerpos sincronizados con el compás de la música.

Nuestros ojos se encuentran en un entendimiento profundo mientras busco las palabras precisas que quiero pronunciar.

La melodía se intensifica, las trompetas se apoderan del ambiente, luchando por predominar sobre el resonar de los tambores. La guitarra queda a un lado, apoyando a ambos en esta lucha de poder.

Debo pensar, pensar lo que deseo decir.

Pero pensar en exceso sería desoír a mi corazón, y en este momento, mis emociones son la brújula que guía nuestros movimientos.

Un inesperado intruso se suma a la armonía: una flauta se une a la guitarra, creando una atmósfera suave que atrae a los cuerpos de los bailarines a estrecharse y sentir la cercanía en cada nota.

Emilia coloca una mano en mi espalda y yo la miro a los ojos, perdiéndome en su mirada. Aunque estamos tan cerca físicamente, siento que la conexión va más allá.

La guitarra alcanza su cúspide y la flauta la sigue, ambos instrumentos entrelazándose en una danza musical que refleja la nuestra.

Tan y tan elevando que necesitan un descanso, por lo que hay un breve silencio, pero mi corazón no lo siente así.

—Eres hermosa, Emilia —mis palabras emergiendo como un susurro lleno de admiración y asombro. Mis ojos se encuentran con los suyos, y en ese instante, cada silencio entre las notas de la música es como una promesa compartida.

Pero algo inesperado pasa.

Las trompetas reaparecen, desafiando a los tambores, pero en esta ocasión, la armonía es perfecta.

Cada instrumento se une a la danza, creando una sinfonía que acompaña nuestros pasos, nuestros giros y nuestra cercanía. La música y el movimiento se funden en una expresión de alegría compartida por todos los presentes.

Nos alejamos ligeramente, nuestros movimientos se vuelven más enérgicos y frenéticos.

Nos aferramos con delicadeza, permitiendo que la música nos guíe en esta danza apasionada. La flauta y las trompetas juegan entre sí, mientras las guitarras y los tambores crean una base rítmica sólida.

—Jejeje —Emilia ríe con una mezcla de emoción y diversión, tomándome de la mano y acercándome hacia ella.

La música se suaviza, permitiendo que la flauta y las trompetas bajen su intensidad, y en ese momento, los cuatro elementos musicales convergen en perfecta sincronía que calma el alma de todos.

La voz del público se hace eco en vítores y exclamaciones emocionadas.

Emilia se muestra sorprendida, como si no hubiera planeado lo que estaba haciendo. Pero al parecer, no soy el único que se ha dejado llevar por el espíritu de esta noche.

—¡Beso! ¡Beso! —algunas voces animan alrededor, mientras la música adquiere un tono suave y romántico, creando un ambiente de complicidad y expectación.

Nuestros ojos se encuentran en un entendimiento compartido, y aunque sabemos que este acto podría dar pie a rumores o malentendidos, decidimos ignorar cualquier murmullo externo.

En este momento, no importa lo que piensen los demás.

Mi determinación y confianza crecen con cada latido de mi corazón.

Tomando suavemente su mejilla entre mis dedos, me acerco más a Emilia. La tensión del momento es palpable, y nuestros ojos están fijos en los del otro.

Un calor interno surge desde lo más profundo de mí, envolviéndonos mientras nuestros cuerpos se acercan.

Beatrice, sin embargo, parece tener una opinión al respecto y agarra mi cabello con fuerza, recordándome que debo mantener el control. Ambos avanzamos hacia un beso, con Emilia sosteniendo mis hombros y yo sujetándola por la cintura.

La cercanía es inminente y, justo antes del encuentro de nuestros labios, detengo mi movimiento.

—No te dejes llevar, de hecho. —Beatrice aprieta aún más mi cabello, como un recordatorio y un aviso.

La distancia entre nosotros se acorta, Emilia sostiene mi espalda mientras yo la tomo por la cintura.

Nuestros rostros están a escasos centímetros de distancia.

—Marco —su voz, cargada de emoción y anticipación, pronuncia mi nombre en un susurro.

Ella cierra los ojos en un gesto de espera, y en medio del silencio que nos rodea, siento la electricidad entre nosotros. Mis labios se depositan suavemente sobre su mejilla, y aunque no es un beso en el sentido tradicional, ese simple contacto genera un torbellino de emociones en mi interior.

Beatrice, por su parte, parece tener sentimientos encontrados y aprieta su agarre en mi cabello, transmitiendo sus pensamientos de manera elocuente.

El público estalla en vítores y aplausos, celebrando lo que acaba de suceder. La música recupera su poderío, llenando el espacio con una energía arrolladora, y Emilia y yo nos miramos entre risas.

Ella me regala una sonrisa radiante, llena de felicidad y emoción.

—¿Es correcto ser tan feliz? —pregunta, su voz reflejando el asombro que siente—. ¿Está bien si considero este día como uno de los más felices de mi vida?

Niego con una sonrisa tranquila, haciendo que sus ojos se abran en sorpresa.

La tomo de la mejilla y acerco a Beatrice para que ambas puedan escucharme.

Emilia a mi lado, y Beatrice en mis brazos, nuestras frentes se tocan en un gesto de unión que trasciende las palabras. La melodía nos envuelve en su abrazo y nuestras emociones danzan al compás de la música.

—Este es solo uno de los muchos días felices que vivirán a lo largo de sus vidas —mi voz rebosa de esperanza y seguridad—. Si en algún momento causé preocupación, les pido disculpas. Todo lo hice por el bien de ambas.

Tanto Beatrice como Emilia asienten con una comprensión profunda, lo que nos permite continuar bailando en completa armonía. En medio de nuestros movimientos, mi atención es captada por algo que me llena de sorpresa.

—Emilia, mira. —Señalo con suavidad, llevándola conmigo mientras nos desplazamos hacia donde se encuentra Frederica.

Ella luce un vestido negro que resalta sus rasgos de manera elegante y cautivadora. A su lado se encuentra un rostro familiar, el coronel del ejército.

—Alsten… —Emilia susurra, conmocionada, mientras observa cómo Alsten se arrodilla frente a Frederica en un gesto de caballerosidad. Con una expresión llena de sorpresa y alegría, Frederica acepta su mano extendida.

—¡Lo logró! —exclamamos los tres en un arranque de entusiasmo compartido, pero pronto nos damos cuenta de que hemos sido un poco entrometidos en ese momento íntimo.

Nuestras risas suenan, liberando la tensión y dejando espacio para que todos sigamos bailando.

Continuamos nuestra danza en la esfera de las luces y la música, sintiendo cómo todos los presentes se convierten en una sola comunidad, estamos unidos como pétalos de una flor, cada uno con su propia textura y color, pero juntos formamos un conjunto hermoso y armonioso.

La música es como el rocío que nutre nuestras almas, y el baile es la danza de la vida misma.

En medio de esta noche repleta de alegría, surge una pregunta en mi mente:

¿Qué tipo de flor quiero ser en este mundo?

El baile nos une, nos conecta con los otros como las flores en un jardín, algunas alejadas, otras cercanas, cada una con su propio propósito y belleza única.

Soy el único que puedo elegirlo.

Mi vida se basa siempre en hacer lo que debo, pero hoy, mi corazón me han preguntado algo diferente:

¿Qué quiero hacer?

Emilia me mira con una sonrisa radiante, y en este instante, decido permitir que el destino me guíe, que los azares del momento me envuelvan en su abrazo. Nos sumamos al baile colectivo, todos moviéndonos al compás de la música y del latir del corazón.

El clamor se alza, un grito unificado que corta el aire, un eco de la emoción que se cierne sobre nosotros.

Las risas se convierten en risas profundas, y en medio de ellas, la música parece tomar un respiro, como si incluso las notas necesitaran un momento para capturar la magnitud de este instante.

—¡Viva Irlam! —nuestros vítores se unen a los de los demás, creando un coro lleno de energía y conexión. En este momento, somos más que individuos; somos una parte de algo más grande.

En el umbral de la incertidumbre, dejo que las preocupaciones se desvanezcan. Mi consciencia me guía y, por una noche, permito que el mundo me arrastre a donde debe.

Cierro los ojos por un instante, sintiendo la brisa nocturna en mi piel mientras el baile sigue su curso.

Las estrellas brillan sobre nosotros, testigos silenciosos de este momento único.

Y mientras sigamos danzando, seguiré dejándome llevar por la corriente de la vida, porque a veces, en el abrazo de la incertidumbre, encontramos nuestras mayores alegrías y descubrimientos.

Déjate llevar, porque el mundo te arrastrará de todas formas.