Capítulo 2

Rumbo a Normandía

A la mañana siguiente, Oscar y André partieron en un carruaje rumbo a Normandía. Los llevaba Don Bertino, un cochero que había entrado a trabajar con los Jarjayes hacía tan sólo una semana y que era bastante despistado.

A pesar de todo lo que había ocurrido por aquellas fechas, André se sentía feliz de pasar unos días a solas con su mejor amiga tal como en los viejos tiempos, y es que en los últimos años, ellos no habían tenido la oportunidad de salir de vacaciones solos.

Desde que Oscar se encargó del cuidado de Rosalie, ella estuvo incluida en todos sus planes, y aunque ambos disponían de tiempo a solas durante algunos de los momentos libres que Oscar tenía en el trabajo o en la mansión, realmente no habían vuelto a salir de vacaciones solos desde hacía algunos años.

A André nunca le molestó la presencia de Rosalie, por el contrario, ella le inspiraba ternura. Había sufrido mucho y necesitaba de todo el afecto y la comprensión que pudieran darle. Además, la hija de Nicole La Moliere sacaba el lado más noble de la mujer que amaba; Rosalie, a quien Oscar llamaba afectuosamente "brisa de primavera" era eso para ella, una suave brisa que alegraba su complicada vida con su inocente sonrisa y ojos de ángel.

¿Cómo podía incomodarle a André su presencia? Todo lo contrario. Quizás si la dinámica que el nieto de Marion tenía con Oscar se hubiera visto afectada por ella podría haber ocurrido, pero eso nunca pasó, porque la relación que la heredera de los Jarjayes tenía con la hija de Nicole era muy distinta a la relación que tenía con André.

Con él, Oscar se permitía ser ella misma; podía mostrarse enojada si estaba enojada, cansada si estaba cansada e incluso triste, aún cuando ante el resto tratara de mostrarse inalterable. Con André se sentía en libertad de tener una conversación de igual a igual, de disfrutar de algún buen paisaje o simplemente de permanecer a su lado en silencio. Con Rosalie era distinto; ella era joven, inocente y sensible, y debido a eso, Oscar sacaba su lado más dulce con ella, ya que quería aminorar, en alguna medida, todo lo que había sufrido. Sin embargo, había pasado ya un buen tiempo desde que Rosalie abandonó la mansión Jarjayes para irse, primero con los Polignac y luego a los barrios de París, y ahí estaban de nuevo solos Oscar y André, yéndose de vacaciones rumbo a Normandía, tal como en tiempos pasados.

Habían transcurrido algunas horas desde que partieron, y mientras el carruaje avanzaba, André reflexionaba sobre los últimos acontecimientos de su vida. Se sentía un poco extraño por la nueva perspectiva visual que tenía al ver únicamente con su ojo derecho, no obstante, aunque se sentía desorientado, también estaba dispuesto a adaptarse y a seguir adelante.

Y mientras reflexionaba sobre ello con la vista puesta en el paisaje que veía a través de su pequeña ventana, Oscar interrumpió sus pensamientos.

- André, primero te alejé de tu grupo de estudio para buscar al Caballero Negro y ahora te alejo nuevamente para que me acompañes a Normandía... - le dijo la heredera de los Jarjayes, casi como si se sintiera culpable por hacer que él deje de lado una actividad que disfrutaba. Y sorprendido por sus palabras, André dirigió su mirada hacia ella.

Su comentario trajo a su memoria que por las fechas en las que buscaban al Caballero Negro, Oscar le había reclamado muy sutilmente su simpatía hacia las causas antimonárquicas. André incluso había llegado a mencionarle en alguna oportunidad que se sentía con derecho a saber más acerca de la "Nueva Era" porque él no era un noble, trazando, por primera vez y sin darse cuenta, una línea invisible entre ambos.

Aquella vez, Oscar se sintió afectada por sus palabras, porque para ella las diferencias sociales entre ambos nunca se ponían de manifiesto. La única que le recordaba a André que era un sirviente - y por tanto, un plebeyo - era su nana, principalmente cuando él la llamaba "Oscar" en lugar de "Lady Oscar". Sin embargo, ninguno de ellos le daba importancia a esos reclamos; por el contrario, André se reía de su abuela y Oscar siempre le decía a su nana que eso no le molestaba.

En la mansión Jarjayes, a él nunca se le trató diferente por ser de otra clase social. Todo lo contrario; André había crecido como compañero de la heredera de la familia en igualdad de condiciones, y si bien estaba claro que ambos pertenecían a familias distintas, para Oscar ambos eran iguales y siempre lo había sentido así.

No obstante, aunque en aquel momento a ella le resultó injusto y hasta indignante que André le hiciera notar que eran diferentes, no había sido la intención del nieto de Marion hacerla enfadar con sus palabras. Él solamente había dicho la verdad: que había crecido en una casa de nobles, pero que en realidad era un plebeyo. Aún así, nunca se le hubiera ocurrido abandonar a Óscar a su suerte si las cosas empezaban a complicarse para los miembros de la aristocracia, y ya era tiempo de aclararlo en caso de que ella lo hubiera entendido así.

- Oscar, no mentí cuando te dije que esas reuniones eran como un grupo de estudio para mí, pero si estaba yendo a ellas era también por ti, para ver como esta situación podría afectarles a ti y a tu familia... - le dijo.

André pronunció esas palabras con tal determinación, que Oscar enmudeció sin saber que decir. Ella realmente había llegado a creer que él no había considerado que los planteamientos de la "Nueva Era" iban en contra de los intereses de los aristócratas, y por tanto, de los intereses de su familia. No obstante, una vez más comprobaba que André era su amigo más leal y que su amistad se mantenía firme a pesar del paso del tiempo, porque ciertamente se habían tenido principalmente el uno al otro desde que ambos tuvieron uso de razón.

Entonces, Óscar lo miró con ojos iluminados, tiernos, y quizás hasta deslumbrados... ¿Acaso con una mirada de amor?... André nunca alcanzaba a descifrarla en esos momentos, porque no era la primera vez que la heredera de los Jarjayes lo miraba de esa manera. Él hubiese estado seguro de que ella lo amaba de no ser por la existencia de Fersen... Fersen... a quien en ese momento, Oscar ni siquiera recordaba.

Días previos a todo lo ocurrido con el Caballero Negro, la hija de Regnier había decidido olvidar aquella ilusión de juventud y se sentía tranquila de saber que el conde nunca supo acerca de sus verdaderos sentimientos hacia él. Aún así, por aquellos días Oscar no pensaba en él, porque desde que André perdió la vista de uno de sus ojos luego de su encuentro con el bandido más famoso de Francia, todos sus pensamientos se enfocaron en su amigo de la infancia; ella necesitaba estar segura de que André estaría bien y segura también de que recuperaría la alegría que lo caracterizaba.

- ¿Por cuanto tiempo habremos viajado ya? - le preguntó Oscar a André, sonriendo dulcemente.

- No mucho. Probablemente unas dos horas, tal vez un poco más. - le respondió él, luego de tomarse unos segundos para calcular el tiempo que había pasado desde que salieron de Versalles.

Entonces Óscar hizo algo que no había hecho en mucho tiempo: se recostó en el asiento del carruaje, apoyó la cabeza sobre las piernas de André y cerró los ojos; todo bajo la tierna pero asombrada mirada de su mejor amigo, quien pensaba que ella nunca volvería a hacer algo como eso.

André sonrío, y mientras miraba el rostro apacible y relajado de su amiga de la infancia, pensó que, después de todo, ninguno de los dos había cambiado tanto.

Ambos tenían su propio universo, un universo que sólo a ellos les pertenecía, y ni la nana, ni el general, ni la madre de Oscar y ni siquiera Rosalie podían penetrar en el ni estaban al tanto de lo que pasaba en los momentos en los que estaban totalmente solos.

En los años que habían compartido desde que eran unos niños habían construido una relación de absoluta confianza. Ellos podían incluso contarse sus preocupaciones más profundas y compartir sus sentimientos más íntimos, como cuando André le habló acerca de la soledad que sintió cuando murieron sus padres o como cuando Oscar le contó la gran confusión que sintió cuando alguna vez su padre la regañó violentamente por intentar jugar a lo mismo que jugaban sus hermanas. Asimismo, nunca se sintieron incómodos en la proximidad o en el contacto físico; a ambos se les hacia muy natural estar cerca el uno del otro porque desde pequeños siempre habían sido muy cercanos. No obstante, eso no les ocurría con otras personas, con las que preferían mantener una prudente distancia.

André y Óscar eran muy similares, mucho más de lo que la gente pensaba, incluso, aunque él parecía más sociable, ambos eran igual de reservados. Sin embargo, sí había algo que los diferenciaba y eso era que André estaba mucho más en contacto con sus sentimientos y era completamente consciente del gran amor que sentía hacia la amiga a la que había visto crecer hasta convertirse en una mujer, mientras que, por su parte, ella nunca se había detenido a reflexionar acerca de lo que sentía por André; sólo se dejaba llevar por esa paz infinita que sentía junto a la persona con la que podía ser ella misma y por la felicidad que esa paz le daba en sus agitados días como Comandante de la Guardia Real. En ese momento, recostada sobre él, la hija de Regnier de Jarjayes se había dejado llevar por ese sentimiento mientras él acariciaba delicadamente su cabello y la observaba extasiado, muy consciente de que aquella hermosa mujer que descansaba sobre él era la mujer que amaba y por la que daría incluso su propia vida.

Unos minutos más tarde, el ligero movimiento del carruaje comenzó a adormecerlos y ambos se quedaron dormidos.

...

Un par de horas después, Oscar abrió los ojos. Aún estaba recostada sobre el regazo de André y al despertar pudo sentir la mano de su amigo sobre su cabello, pero él seguía dormido.

- André... André... Despierta... - le dijo ella en un suave susurro.

- ¿Oscar?... ¿Qué hora es?... ¿Dónde estamos? - le preguntó el nieto de Marion, aún algo adormilado.

- No tengo idea. - le respondió ella incorporándose. - Me acabo de despertar.

Entonces André volteó hacia la pequeña ventana que lo separaba del cochero y la abrió para dirigirse a él.

- Don Bertino, ¿en dónde estamos? - le preguntó.

- En Dreux, caballero. - respondió Don Bertino de inmediato. - Por cierto, debo detenerme en unos minutos para que los caballos tomen agua y descansen.

- Está bien. Mientras tanto la señorita y yo buscaremos un lugar donde comer. - le dijo André, y tras ello, volvió a cerrar la ventana.

- ¿La señorita? - replicó Oscar sorprendida por su inusual formalidad.

Entonces, André sonrió.

- Pronto te darás cuenta de que Don Bertino es algo despistado. Estoy seguro que no recuerda ni para que familia trabaja, por eso debo recordarle en todo momento que estoy con la señorita de la familia. - le dijo el nieto de Marion a Oscar, y ella lo miró sonriendo.

Mientras tanto, el carruaje continuó con su recorrido, pero algunos metros más adelante se detuvo, justo en frente de un pequeño restaurante, y ambos bajaron de él.

- Caballeros, vendré a buscarlos en una hora en este punto. ¿Les parece bien? - les preguntó Don Bertino sin advertir siquiera que André le acababa de recordar que viajaba con la señorita de la familia, no obstante, él solo sonrió y se dirigió ál cochero.

- Está bien, muchas gracias. - le dijo.

Entonces Don Bertino se marchó, y tras verlo partir, André se dirigió a Oscar nuevamente.

- Hemos viajado muchas veces a Normandía, pero nunca habíamos hecho una parada en este pueblo. Al parecer Don Bertino nos trajo por una ruta distinta.

- Es cierto. - mencionó ella, observando con curiosidad la calle donde los había dejado su cochero. - Quizás no debimos quedarnos dormidos. - concluyó Oscar al sentir algo de hostilidad en el ambiente.

Los lugareños habían comenzado a mirarlos con recelo, tanto, que ambos empezaron a sentirse cada vez más incomodos. Y mientras caminaban hacia el restaurante, el nieto de Marion volvió a dirigirse a su compañera de viaje.

- Oscar, ¿te has dado cuenta de que los pobladores nos miran de manera muy extraña? -preguntó en voz baja.

- Sí, he notado lo mismo. - respondió ella murmurando.

- Es tu culpa... - le dijo André en tono de broma y tratando de aligerar la tensión del momento. - Las personas no están acostumbradas a ver a alguien con tu presencia.

- ¿Y qué quieres que haga? ¿Que me disfrace de mujer? - le dijo ella enojada.

- ¿Disfrazarte? - replicó André. - Pero si eso es lo que eres. - le dijo riendo, pero ella lo golpeó con su codo. - ¡Ay!... ¡Eso dolió, Oscar! - reclamó él, mientras tomaba su estómago fingiéndose adolorido.

- ¡Basta, André! ¡No bromees ahora! - exclamó ella, aunque en voz baja. - Además, ¿acaso crees que soy yo la única que llama la atención? ¿que no viste cómo te miraron esas mujeres que pasaron a nuestro lado?... Si parece que nunca hubiesen visto a un hombre...

- ¿De qué hablas? Yo no vi nada extraño. - le respondió él inocentemente.

- Por favor. Claro que te diste cuenta. - aseveró Oscar, y André sonrió ante sus reclamos.

Luego de algunos minutos, ambos entraron al restaurante y fueron recibidos por el dueño del lugar, quien les regaló una cálida sonrisa.

- Al fin una cara amable. - le murmuró André a Oscar.

- ¡Buenos días! - saludó el amable caballero.

Y antes de que ellos pudieran responderle, él hombre continuó.

- ¿Qué desean ordenar?... En ese pizarrón podrán ver anotadas todas nuestras especialidades. - agregó, señalando la zona donde tenía anotadas todas las opciones para comer que tenía. - Por cierto, soy Don Antoine, el propietario de este restaurante. ¡Siéntanse como si estuvieran en su casa! - les dijo.

- Buenos días, Don Antoine. - le dijo Oscar, respondiendo a la bienvenida.

- Encantado de conocerlo. - complementó André, con su amabilidad característica. - Mi nombre es André, y ella... quiero decir él... es Oscar... - le dijo.

- Mucho gusto, caballeros. - respondió el amable hombre, y luego de mirar al pizarrón por algunos segundos, la heredera de los Jarjayes se dirigió nuevamente a él.

- Don Antoine, me gustaría probar el Aligot. - le dijo.

- Y a mí el Quenelle. - agregó André.

- Excelentes elecciones. Les traeré sus pedidos de inmediato. - respondió Don Antoine.

- ¿Podría traernos también dos copas de vino? - preguntó André.

- Claro que sí. Enseguida lo haré. - respondió el dueño del lugar. - Por cierto, disculpen si se sintieron incómodos por las miradas de los lugareños. Cada vez que llegan personas nuevas y bien vestidas al pueblo, todos piensan de inmediato que se trata de aristócratas. - mencionó Don Antoine.

Y tras decir esto, rio sonoramente.

- ¡Pero es absurdo!... ¡A ningún aristócrata se le ocurriría venir por estos lugares! - exclamó. - Sin embargo, es frecuente que intelectuales como ustedes den la impresión de ser de la nobleza por la forma de vestir y el lenguaje que emplean. - complementó el dueño del lugar.

Entonces Oscar y André se miraron alarmados. Claramente ese no era el mejor lugar para ellos; cualquier gesto o palabra mal empleada podía ponerlos en peligro, por lo que decidieron actuar con cautela.

- Sí, sí... Eso noté al llegar... - respondió André sonriendo y tratando de disimular que lo que les había dicho lo había descolocado. - Pero que ocurrencia... ¿Nosotros? ¿Nobles? ¡Que tontería! - exclamó el nieto de Marion, fingiendo una sonrisa incrédula.

- ¡Claro que sí! ¡Es absurdo! - dijo Don Antoine. - Por favor, siéntanse como en su casa. Enseguida les traeré sus pedidos.

Y tras decir esto, el dueño del lugar se retiró y Oscar y André comenzaron una plática a muy bajo volumen.

- Oscar, debemos tener cuidado. Estas personas nos siguen mirando con desconfianza. - advirtió el nieto de Marion.

- Sí, pero ya no hay vuelta atrás. Si nos fuéramos ahora sospecharían aún más de nosotros. Sólo comamos de prisa y salgamos de aquí. - le respondió ella.

Entonces, tratando de pensar rápidamente en como actuar ante esa situación, André le murmuró algo a su compañera.

- Será mejor no continuar nuestro viaje en el mismo carruaje. Es demasiado ostentoso y si nos ven en el, correríamos un grave peligro. - mencionó André. - Tomemos uno común a la salida.

- No, André. Aún nos quedan varias horas de camino y sería aún más peligroso viajar en un carruaje desconocido. - replicó Oscar.

- Quizás tengas razón. - le dijo él.

Y tras una pausa, continuó.

- Al menos vinimos en un carruaje sin el escudo de la familia. Don Bertino nos ha salvado la vida al elegir el coche que aún no tiene el escudo de los Jarjayes pintado en las puertas. - aseguró él.

- Sí. ¡Pero también nos ha puesto en peligro al traernos a este pueblo! - murmuró Oscar, y tras ello, notó que el dueño del lugar regresaba con sus pedidos. - Silencio, que ahí viene de regreso Don Antoine. - le susurró a André.

- Aquí tienen, monsieurs. - les dijo el amable hombre mientras colocaba los platos y las copas de vino sobre la mesa. - ¡Bon apetit! - agregó emocionado.

- Aquí tiene lo de la comida. - le dijo André pagando anticipadamente para poder marcharse sin demora, y luego de que Don Antoine se marchara, ambos empezaron a comer rápidamente y casi sin hablar.

No obstante, tras unos minutos y a la mitad de su plato, André se dirigió a Oscar.

- Tengo una idea. - dijo de pronto, y tras ello, se levantó de su silla. - Espérame aquí.

- ¡Qué haces! ¡No me dejes sola aquí! - exclamó ella aunque en voz baja, muy sorprendida por su intención de irse sin ella.

- No me tardo. - le dijo André en un intento por tranquilizarla.

Y tras ello, salió raudamente del restaurante.

- ¡Maldita sea! ¡Se fue! ¡¿A dónde se supone que fue?! - murmuró Oscar enojada y sin poder creer que la haya dejado sola en ese lugar.

Sin embargo, cuando estaba a punto de tomar el periódico local que había encontrado sobre la mesa para cubrirse de las tendenciosas miradas de los comensales, André regresó con un paquete en las manos.

- ¿Qué traes ahí? - le preguntó Oscar intrigada.

- Te lo diré luego... ¡Ahora vámonos de aquí! - le respondió André, y tras decir esto, se levantó para despedirse del amable dueño del restaurante.

Unos segundos después, ambos salieron hacia la calle donde ya su cochero ya los esperaba, y de inmediato, ambos subieron a su carruaje.

- Don Bertino, vámonos rápido. Y por ningún motivo se le ocurra decir en el camino que la hija del Conde Jarjayes se encuentra con nosotros. - le ordenó André desde el interior.

- ¿La hija del conde? - preguntó Don Bertino confundido, como si no tuviese idea de a quien había estado transportando.

Entonces André miró a Oscar resignado; el hombre era nuevo, pero la poca información que tenía respecto a la familia para la que trabajaba era realmente alarmante.

- Solo diríjase a Normandía. - le pidió André con infinita paciencia. - ... y si alguien le pregunta algo pídale que lo hable conmigo. - agregó.

- Está bien. Como diga. - respondió el viejo cochero.

Entonces, el carruaje empezó a avanzar rumbo a su destino.

- A todo galope, Don Bertino. Debemos llegar a la siguiente ciudad lo antes posible. - le dijo André, nuevamente a través de la ventana interior que lo comunicaba con él.

Don Bertino obedeció, pero al hacerlo, el carruaje empezó a rebotar debido a la gran velocidad a la que iba. No obstante eso era lo menos importante, ya que por experiencias previas, André y Oscar sabían que continuar en ese lugar era sumamente peligroso.

Tras algunos segundos, el nieto de Marion volvió a cerrar la ventana interior que lo comunicaba con el cochero, mientras que, por su parte, Oscar se preguntaba cuál era el contenido del misterioso paquete que su compañero traía en las manos.

- ¿Ya puedes decirme qué traes ahí? - le preguntó la heredera de los Jarjayes sin poder soportar más la curiosidad.

Entonces André decidió mostrarle su contenido: se trataba de un sencillo vestido de color marrón oscuro con pliegues y flores blancas en las mangas, y al verlo, Oscar lo miró confundida.

- ¿Un vestido? - preguntó. - ¿Para que compraste eso? ¿Acaso piensas ponértelo?

- No, tonta. Es para ti. - respondió él.

- ¿Para mí? - replicó ella riendo - Debes estar bromeando...

- No bromeo, Oscar. - le respondió André con firmeza. - Llamas demasiado la atención para ser un hombre y además tu ropa es muy fina. Si alguien más nos ve, de inmediato sospecharán que perteneces a la aristocracia.

- Está bien... Está bien... - le dijo ella, entendiendo su punto. - Me pondré esto para no levantar sospechas, pero solo hasta que lleguemos a la Villa de Normandía.

Y tras decir esto, tomó el vestido y lo miró con curiosidad, tratando de entender cómo podría ponérselo.

- Tendré que cambiarme aquí. - le dijo.

Y tras una breve pausa, continuó.

- André, cierra los ojos y no los vayas a abrir. Si los abres eres hombre muerto. - le advirtió.

- Oye, no me interesa verte. - exclamó él de inmediato fingiendo estar ofendido. - Además, ese cuerpo de espantapájaros no llama mi atención. - agregó mientras cerraba los ojos.

Entonces, ella lo pateó.

- ¡Ay!... ¡Oscar!... ¡Eres cruel! - exclamó André, exagerando el dolor.

El carruaje iba a toda prisa y los caminos eran escarpados, por lo que cada cierto tiempo ambos brincaban de sus asientos. Debido a ello, la heredera de los Jarjayes hacía todo tipo de maniobras para poder vestirse, no obstante, le estaba resultando realmente complicado hacerlo.

- ¡Oscar! ¡Me golpeaste de nuevo! - reclamó André.

- ¡Perdóname! Esta vez no lo hice a propósito. - respondió ella, disculpándose honestamente. - Lo que sucede es que mi cabeza y mi brazo están atorados en el vestido y no puedo moverme. ¡Necesito que me ayudes! - le dijo ella con dificultad, mientras luchaba por ponerse la prenda.

- ¿Pero cómo? ¡Si no veo nada! - replicó André.

- No importa, sólo busca mi mano y jálala desde adentro de la manga. - le respondió ella.

Entonces, a tientas, André logró alcanzar la mano de Oscar para ponerle la manga y también la ayudó a meter su cabeza dentro del cuello del vestido, pero su odisea aún no había terminado.

- André, este vestido tiene los botones en la espalda. Tendrás que abrocharlos tú. - ordenó Oscar.

- ¡¿Yo?! - respondió André, anonadado.

- ¡Claro que tú!... No pretenderás que se lo pida a Don Bertino. Vamos, ¡sólo hazlo!... Pero no abras los ojos. - insistió Oscar.

- ¡Okey, okey!... - le respondió André, resignado, y de inmediato, empezó a tratar de encajar los botones dentro de los ojales del vestido, sin embargo, con todo ese movimiento era casi una tarea imposible: cada vez que estaba a punto de abrochar un botón, el carruaje saltaba y no lograba hacerlo.

- ¡Este coche se mueve demasiado! - exclamó André.

- Deja de quejarte, que esta fue tu idea. - replicó Oscar.

- ¡Listo! ¡Ya está! - dijo él finalmente, entusiasmado por culminar al fin su laboriosa tarea. - Oscar, ¿ya puedo abrir los ojos? - le preguntó, y tras escucharlo, ella se miró a sí misma para ver si tenía el vestido bien puesto.

- Sí, ya los puedes abrir. - respondió ella tras comprobarlo.

Entonces André abrió los ojos y quedó maravillado de ver como lucía Oscar en ese vestido. Se veía tan hermosa que hasta sintió que se quedaba sin aliento. Aunque era un vestido sencillo, el color marrón hacía resaltar aún más su frondoso cabello rubio, el cual ella había recogido hacia un lado.

- Eres una mujer muy bella, Oscar... - le dijo André, mientras la contemplaba tiernamente sobrecogido por su belleza.

Entonces ella lo miró sorprendida. Había esperado que haga alguna de sus bromas o que se burle, pero nunca que la halague. La última vez que la había visto en un vestido, el día del baile en la residencia de la Condesa de Conti, André también le había dicho que se veía muy hermosa, pero en aquel momento pensó que él había dicho eso por compromiso o simplemente para complacer a su nana.

Por su parte, al ver descolocada a su amiga más cercana desconcertada, André se preguntó si había sido demasiado inapropiado decir algo así de repente. Entonces apartó la mirada de ella y la dirigió hacia la ventana pero sin sentirse arrepentido por haber dicho lo que dijo; finalmente sus palabras eran ciertas y él las había dicho con la convicción de quien afirma las verdades más absolutas e irrefutables.

De pronto, los ojos de Oscar se llenaron de lágrimas sin que él se diera cuenta. Sus palabras la habían emocionado pero André no lo notó, porque viendo a través de la ventana de su carruaje se distrajo con un nuevo paisaje; al fin habían llegado a su destino.

- Oscar, hemos llegado a Normandía. - le dijo André, aliviado.

Y tras una breve pausa, continuó.

- Desde aquí faltan cuarenta y cinco minutos para llegar a la villa. Pronto descansaremos. - comentó, y tras ello, abrió la ventana interior del carruaje para dirigirse al cochero. - Don Bertino, por favor, a partir de aquí vayamos a ritmo normal. - le ordenó André.

- De acuerdo, caballero. - respondió Don Bertino, y los caballos empezaron a ir más lento.

- ¿Estás cansado? - le preguntó Oscar dulcemente.

- Sí, un poco. - respondió él, cerrando nuevamente la ventana que los comunicaba con el cochero. - Creo que se debe a la preocupación que sentí por no poder salir más rápido de ese pueblo. - le dijo.

- Sin embargo te noté tranquilo... - mencionó Oscar.

- Traté de mantener la calma, pero la verdad es que estaba nervioso en ese lugar. - le confesó André, y en ese momento, Oscar lo miró con curiosidad. ¿Cómo podía mantener el control aún en los momentos de mayor estrés? - se preguntaba, ya que esa era una de las cualidades que más admiraba en él.

Entonces, tras observarlo por algunos segundos, Oscar tomó suavemente el brazo de su compañero y lo hizo recostarse en el sillón del carruaje, acomodando su cabeza sobre su regazo para que pudiera descansar, tal como había hecho ella tan sólo unas horas antes. Habían entrado en su dinámica de antes, cuando sólo eran ellos dos; sin los guardias reales, sin Rosalie, sin nadie más.

- Trata de dormir... Yo me quedaré despierta hasta que lleguemos a la villa. - le dijo, y luego, casi con la punta de sus dedos, apartó el cabello de su rostro y miró la casi imperceptible cicatriz que había quedado sobre el párpado de su amigo, y mientras lo hacía, le sonrió con ternura.

Entonces él le sonrió también, casi sin poder ocultar el gran amor que sentía por ella, pero luego de unos segundos cerró los ojos para intentar dormir siguiendo el consejo de la mujer que amaba, y envuelto en una infinita felicidad, siguió recorriendo junto a ella el camino que les quedaba para llegar a la villa de Normandía.

...

Fin del capítulo