Capítulo 3
Una misión encubierta
Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando el carruaje donde iban Oscar y André entraba por el portón de la Villa de Normandía de los Jarjayes.
La villa era amplia y hermosa. Aún cuando estaba cerca del mar, estaba rodeada por verdes arbustos muy bien cuidados por los jardineros que trabajaban desde hacía muchos años para la familia del general, y mientras se acercaban a ella, Óscar y André no pudieron evitar admirar su belleza a través de las ventanas del carruaje que los transportaba.
En la puerta de la mansión se encontraba una mujer de unos cincuenta años. Tenía el cabello castaño, los ojos marrones y su tez era muy blanca. Su vestimenta era exactamente igual a la de la nana de Oscar, y desde la entrada de la casa, observaba con curiosidad el carruaje que acababa de llegar.
Era Amelie, el ama de llaves de la mansión de Normandía, y aunque siempre se mantenía atenta a lo que la familia Jarjayes pudiera necesitar, en esta ocasión no estaba informada de la llegada de la hija del general a la mansión, ya que por la premura del viaje, Marion no había tenido tiempo de anunciar la llegada de la heredera de la familia a la Villa de Normandía.
Unos segundos después, el vehículo se detuvo justo frente a ella, y Amelie pudo reconocer al nieto de su compañera bajando de el, notando, a su vez, que estaba acompañado por una hermosa mujer.
- ¿André? - le dijo Amelie, algo inquieta.
- ¡Hola Amelie! - respondió él, feliz de verla nuevamente. - Ha pasado un buen tiempo desde que nos vimos por última vez. - agregó con entusiasmo, pero ella no salía de su asombro, aunque más que sorprendida parecía preocupada.
- Es cierto... pero... - y dubitativa, se acercó a él para murmurarle algo al oído. - André, no creo que sea correcto que traigas a una mujer a la villa de los Jarjayes... ¡Podrías tener problemas y yo también!... ¿En qué estabas pensando? - le dijo.
Entonces André la miró confundido, y volteó hacia su compañera de viaje, la cual ya se había dado cuenta de que su ama de llaves no la había reconocido.
- Amelie, soy yo. - le dijo Oscar, y Amelie la miró impactada; era la voz de su ama la que emitía aquella bella muchacha, y en ese instante, cayó en la cuenta de que la joven que acompañaba a André no era otra más que la dueña de casa.
- ¡Lady Oscar!... ¡Le ruego que me disculpe! - exclamó el ama de llaves. - Es que no la había reconocido. - agregó, angustiada por su confusión, mientras que, por su parte, André no paraba de reír.
- Debes estar preguntándote porqué estoy vestida así... ¿cierto Amelie? - le dijo Óscar, y tras suspirar por el agotamiento, continuó. - Es una larga historia... Pero estoy muy cansada, así que mañana te la contaremos... ¿Te parece bien? - preguntó la dueña de casa, y Amelie asintió con la cabeza, aunque aún no salía de su asombro.
Y luego de que los tres ingresaran a la mansión, Óscar volvió a dirigirse a ella.
- Amelie, ¿puedes decirle a alguno de los sirvientes que me prepare un baño caliente? - le dijo la heredera de los Jarjayes.
- Por supuesto, Lady Oscar. - respondió el ama de llaves.
- Amelie, ¿puedes pedir uno para mí también? Y algo delicioso para cenar, porque me estoy muriendo de hambre. - agregó André.
- Sólo piensas en comer. - le reclamó Oscar sonriendo, y el nieto de Marion dirigió su mirada hacia ella.
- No hay nada mejor que una buena comida para alegrar cualquier día. - le dijo él, fingiéndose serio, y tras escucharlo, Amelie sonrió y se dirigió a la cocina.
Luego de unos segundos, Óscar y André se dirigieron a un pequeño pero acogedor salón donde la familia acostumbraba recibir a los invitados antes de hacerlos pasar a la sala principal. Al ingresar, André cerró una de las ventanas que se encontraba abierta y encendió el fuego, y Oscar se sentó en uno de los cómodos sillones color violeta con acabados dorados que ahí se encontraban. Estaban cansados; el viaje había sido largo y agotador, pero aunque habían vivido momentos de preocupación antes de llegar a la ciudad, también se habían divertido con las cosas que les habían pasado en el camino.
Varios minutos después, Amelie retornó al encuentro de ambos.
- Lady Oscar, André, sus habitaciones y sus baños calientes ya están listos. ¿Les parece si servimos la cena a las siete? - preguntó el ama de llaves.
Y tras escucharla, Oscar buscó la mirada de André para saber su opinión, y él asintió con la cabeza.
- A las siete está bien, Amelie. Muchas gracias por todo. - respondió Oscar.
- Por favor, me avisan si necesitan algo más. Con su permiso. - les dijo el ama de llaves, y salió de la habitación rumbo a la cocina para dar las indicaciones para la cena al resto del servicio.
Tras ello, André se levantó del sillón para dirigirse a su habitación.
- Con su permiso, señorita. - le dijo André para fastidiarla, y ella - aún vestida de mujer - intentó golpearlo lanzándole un cojín que encontró en uno de los sillones, pero él lo evadió mientras reía por el explosivo carácter de su amiga.
...
Algunos minutos después, y ya en su habitación, Oscar se miró en uno de los amplios espejos que se encontraba cerca de su cama, y se sorprendió al ver su delgada figura adornada con ese sencillo vestido. No se reconoció en él, pero sabía que aquella joven también formaba parte de su aún no explorada identidad femenina.
Su habitación era cálida, y estaba adornada con los hermosos lienzos que su nana se había encargado de enviar a la villa desde hacía mucho tiempo para alegrar la habitación de su niña.
Y ahí, justo frente al espejo y sin dejar de mirarse, empezó a desvestirse. Le estaba resultando más fácil sacarse el vestido que ponérselo - después de todo ya no se encontraba en un carruaje en movimiento, sino en la acogedora habitación de su mansión de Normandía - y, mientras desabrochaba los botones de su vestido, no pudo evitar reír al recordar a André tratando de abrocharlos con los ojos cerrados y saltando dentro del carruaje mientras lo hacía, y se dio cuenta de que no hubiese sido capaz de pedirle algo como eso a ningún otro hombre.
Unos segundos después, y ya sin su ropa puesta, la heredera de los Jarjayes entró a la tina y pudo sentir la agradable sensación del agua tibia sobre su cuerpo desnudo mientras pensaba que, hasta hacía algunas horas, había representado el papel de una plebeya, una plebeya a la que le estarían negados esos placeres de los que ella disfrutaba: una hermosa casa, un baño tibio y abundante comida.
Por su parte, en su habitación y también dentro de su tina de baño, a André lo acompañaban otras preocupaciones; la principal era la incertidumbre de no saber cómo iba a ser su vida sin la vista de uno de sus ojos, porque si bien era cierto que veía muy bien con su ojo derecho en ese momento, también era cierto que aún no se acostumbraba a la sensación de no percibir nada con su ojo izquierdo... "¿Podré usar la espada o disparar con esta perspectiva?" - se preguntaba pensativo, pero luego volvía a su habitual optimismo - "Lo haré... Solamente tengo que adaptarme" - se decía, tratando de no perder el ánimo.
...
A la mañana siguiente, ambos se levantaron temprano para desayunar, y Amelie ya estaba lista para atenderlos.
Si bien la Villa de Normandía contaba con varios sirvientes, cuando Oscar se encontraba ahí, Amelie prefería encargarse directamente de su atención para asegurarse personalmente que todo sea del agrado de la única heredera de la familia.
- Muchas gracias por el desayuno. Como siempre, todo se ve delicioso. - le dijo Oscar a su ama de llaves.
Y tras una breve pausa, y algo pensativa, se dirigió nuevamente a su sirvienta.
- Dime Amelie... ¿Cómo van las cosas por estos rumbos?
- Por estos rumbos las cosas están bien, Lady Oscar. - respondió ella, y luego continuó. - Muchas de las personas que viven en los alrededores lo hacen de manera austera, pero no les falta comida y tampoco les faltan medicinas... Y todo es gracias a usted, señorita... Todos estamos muy agradecidos con su familia por la ayuda que les ha brindado a los más necesitados desde que los impuestos subieron. La situación hubiese sido insostenible sin su apoyo. - le dijo.
Y tras escucharla, André y Óscar se sintieron aliviados.
Desde aquella vez en la que ambos visitaron Arrás y observaron de cerca la pobreza en la que vivían muchos franceses, Oscar se había propuesto que al menos en sus tierras - y en las zonas aledañas a ellas - los pobladores pudieran vivir dignamente, y todo parecía indicar que había logrado su objetivo.
Antes que Rosalie formara parte de sus vidas, Oscar y André fueron testigos del drama que vivió un humilde trabajador de las tierras de los Jarjayes en Arrás, cuando su hijo Gilbert enfermó gravemente: Sugán no contaba con los medios económicos para llevar a su hijo con un médico, y de no ser por la intervención de Óscar y André, muy probablemente el niño hubiera muerto.
Luego de aquel evento, la heredera de los Jarjayes regresó a su mansión de Versalles, muy decidida a hablar con su padre para que juntos busquen la forma de interceder con la familia real para que haga algo respecto al destino de sus súbditos. Sin embargo, su padre le respondió airadamente que ella era una aristócrata y la comandante de la Guardia Real de Su Majestad, y, como tal, no tenía por qué preocuparse por esas cosas. Además de eso, Regnier minimizó el asunto diciéndole a su hija que si le sobraba tiempo para pensar en eso mejor lo destine a mejorar su técnica de esgrima.
Óscar se llenó de rabia e indignación tras esa conversación; no podía entender la indolencia de su padre ante los problemas que atravesaban los ciudadanos de Francia. Pero Regnier tenía otras preocupaciones en mente, o quizás consideraba que esos asuntos debían resolverlos el rey y sus ministros: ningún miembro de su familia tenía por qué ocupar su tiempo pensando en ese tipo de cosas.
Entonces, llena de frustración y ya sola en la biblioteca donde se había llevado a cabo esa conversación con su padre, Oscar empezó a llorar, y André - que pasaba cerca de donde ella se encontraba - se detuvo, sorprendido de verla tan afectada.
- Oscar... - le dijo preocupado desde la puerta.
- ¿Qué son los nobles?.. ¿Qué es la aristocracia? - le preguntó a André, e intuyendo lo que había sucedido, el nieto de Marion se acercó a ella.
- No te preocupes... Buscaremos la manera de ayudar a esas personas... - le dijo decidido, y la abrazó tiernamente intentando consolarla, mientras sentía como las lágrimas de su amiga caían sin parar sobre su camisa, donde ella tenía apoyado el rostro. - No podemos cambiar el mundo, pero dentro de nuestras posibilidades podemos hacer que al menos la vida de algunas de esas personas sea la mejor posible.
Y tras una breve pausa, continuó.
- Oscar, yo no necesito nada... tengo todo... así que por lo pronto podemos disponer de mi salario para ayudar a esas personas... y luego buscaremos otras formas de hacerlo... Por favor, no llores más... - dijo él, dolido por su tristeza.
Las palabras de André lograron calmar el afligido corazón de Óscar. Su propuesta había sido muy generosa, y el solo hecho de escuchar que él estaba dispuesto a renunciar a su salario para ayudar a la gente pobre, hizo que recupere la paz, ya que se dio cuenta de que no estaba sola en su lucha por intentar mejorar la vida de las personas necesitadas.
- André, no sería justo que renuncies a tu salario. - le respondió ella, apartándose ligeramente de él para mirarlo. - Como heredera yo dispongo de un porcentaje de los ingresos que entran por las propiedades de mi familia. Es mi dinero y mi padre nunca me ha pedido cuentas sobre lo que hago con él. Destinaré el cien por ciento de esos ingresos a esta causa. - le dijo.
Y tras una breve pausa, continuó.
- Yo tampoco necesito mucho. Además, cuento con el salario que se me ha asignado como Comandante de la Guardia Real.
Entonces, mucho más calmada y mirándolo con determinación, Oscar volvió a dirigirse a él.
- Tienes razón, no podemos cambiar el mundo, pero al menos le daremos una vida digna a cuantos podamos... ¿Me ayudarías a pensar la mejor manera de hacerlo? - le preguntó la heredera de los Jarjayes, aunque sabía su respuesta de antemano.
- Cuenta con ello. - le respondió André, y tras ello, secó sus lágrimas con un pañuelo blanco.
Desde aquel momento, ambos destinaron mucho de su tiempo libre a buscar la mejor forma de ayudar a las personas que trabajaban en las tierras de los Jarjayes - o vivían cerca de ellas - con los recursos que tenían, y la fórmula había dado resultado. No obstante, eso no ocurría en zonas más alejadas, como el poblado por el que tanto André como Oscar habían pasado.
- Me alegra escuchar que todo está bien por aquí, Amelie. - le dijo Oscar a su ama de llaves, satisfecha por saber que todo el esfuerzo y trabajo de André y del suyo propio seguían rindiendo frutos.
- Así es, señorita. - respondió la sirvienta. - Pero como sabrá, la tensión crece cada día más por el aumento de los impuestos en otros poblados donde no se corre con la misma suerte. - comentó, visiblemente preocupada.
- ¿Por qué lo dices, Amelie? - le preguntó André con curiosidad.
- Porque uno de mis sobrinos, que es periodista, me cuenta historias verdaderamente trágicas sobre los lugares que frecuenta, principalmente del lugar donde vive ahora. Son historias tan tristes que a veces me cuesta hasta creerlas. - respondió Amelie, y André y Óscar se miraron intrigados.
- ¿Cómo se llama el lugar donde vive tu sobrino? - le preguntó la dueña de casa.
- Abbeville... - respondió ella. - Es un pueblo muy hermoso, pero en muchas zonas abunda la pobreza. - agregó.
Y tras una breve conversación con ellos sobre la situación de aquel poblado, el ama de llaves decidió retirarse para poder avanzar con las múltiples ocupaciones que tenía al cuidado de la villa.
- Debo retirarme, pero si necesitan algo, por favor, háganmelo saber. - les dijo Amelie amablemente, pero Óscar ni siquiera fue capaz de responderle por lo inquieta que se había quedado luego de escuchar todo lo que ella les había contado.
Por su parte, André sí se despidió de ella, y luego de que el ama de llaves se marchara, se dirigió a su compañera de viaje, notando la clara preocupación que se reflejaba en su rostro.
- Oscar, ¿en qué estás pensando? - le preguntó.
- No es nada, André. - respondió ella evitando el tema, y de inmediato, cambió su expresión a una expresión de calma.
En ese momento, lo último que quería Oscar era abordar asuntos complicados, porque su objetivo era pasar unas tranquilas vacaciones al lado de su mejor amigo e intentar que se sienta mejor luego de ser privado de la vista de uno de sus ojos.
- André, ¿salimos a caminar por la tarde? - le preguntó ella con una sonrisa.
- Buena idea. - le respondió él, y luego de unos minutos de sobremesa, se retiraron a descansar.
...
Habían pasado varias horas desde que Oscar y André desayunaron, y tal como acordaron, ambos habían salido de la mansión y caminaban en las playas de Normandía.
El sol empezaba a caer, y para aquellas horas, Oscar y André ya habían conversado de todo un poco: de Rosalie y de su decisión de vivir en París, de las hermanas de Oscar y lo que pasaba en sus vidas, de los últimos chismes de la corte, y de otras cosas que los entretenían mientras caminaban.
El mar reflejaba la brillante luz del sol, y André, sin dejar de hablar con Óscar, recogía, de rato en rato, las piedritas más luminosas y coloridas que encontraba en la arena y las ponía en una pequeña bolsa de cuero donde tenía también algunas monedas mientras que, por su parte, Óscar lo observaba sonriendo, e intentando adivinar la razón qué lo motivaba a recogerlas.
Ambos iban muy cerca el uno del otro, como acostumbraban hacerlo cuando caminaban, cuando de pronto, en un gesto de familiaridad y confianza, André puso la mano sobre uno de los hombros de su compañera, y ella levantó la mirada hacia su rostro, algo sorprendida por su acción.
- Oscar, no tenías que hacer todo esto por mí. - le dijo André, mientras sonreía tranquilamente y observaba el horizonte. - Has cambiado todos tus planes sólo para asegurarte de que esté bien, pero créeme cuando te digo que estoy bien, y que voy a superar esto. - agregó.
André conocía a Óscar mejor que nadie, y por eso sabía que ella había inventado que tenía asuntos pendientes en la Villa de Normandía sólo para estar a su lado mientras se recuperaba completamente. El nieto de Marion estaba muy seguro de que ella no había tenido un sólo instante de paz desde que él salió herido, y le entristecía pensar que pudiera sentirse atormentada por lo que había pasado.
Tras escucharlo, Oscar hizo una larga pausa, y sin dejar de mirarlo con sus grandes ojos color zafiro, le dijo:
- André... Tú siempre vas a contar conmigo...
Entonces André dirigió su mirada hacia ella. La seguridad con la que Óscar había pronunciado aquella frase fue tal que quedó muy conmovido, y en aquellos segundos - en los que ambos se miraron fijamente a los ojos - tuvo un profundo deseo de besarla, de olvidarse de todo y dejarse llevar por sus sentimientos hacia ella. Sin embargo, se contuvo y volvió su mirada hacia el horizonte
- Lo sé, Oscar... - respondió él, con algo de melancolía.
André no había vuelto a dudar de su cariño. Desde que Oscar se ofreció a morir con él - luego del incidente con el caballo de María Antonieta - estuvo seguro de que lo que sentía su mejor amiga hacia él era muy fuerte.
No obstante, aunque a veces creía ver en su mirada un sentimiento mucho más profundo que el de una simple amistad, el nieto de Marion creía que - al menos en ese momento - los pensamientos románticos de Oscar estaban puestos en otra persona, y por eso estaba convencido de que si le declaraba su amor, ella lo rechazaría y se alejaría de su lado.
Y mientras reflexionaba sobre ello, llegó a su memoria el recuerdo de una bella doncella que se había enamorado de él. Era una muchacha de noble corazón y, aunque él no había hecho nada para alimentar ese sentimiento, ella no pudo evitar sentir un gran amor por él. Entonces una tarde, cuando André esperaba al hermano de la joven que era un buen amigo suyo, ella le confesó sus sentimientos, pero él la rechazó y se alejó de su vida, prefiriendo poner distancia de por medio.
Al recordarla, el nieto de Marion pensó que su mejor amiga actuaría de la misma manera en la que él había actuado en aquella ocasión, ya que sabía que Oscar no había olvidado a Fersen. Y aunque muchas veces pensó que era imposible que ella sintiera verdadero amor por el conde, sí era muy consciente de que Oscar pensaba constantemente en el que había sido el gran amor de la reina de Francia.
En aquellos silencios interminables en los que la hija de Regnier recordaba a Fersen, André trataba de no sucumbir ante su propio sufrimiento. Sabía que Oscar solamente lo tenía a él para protegerla, por eso prefería callar y soportar en silencio el dolor que la melancolía de su mejor amiga le provocaba. A diferencia de ella - que probablemente había idealizado la figura de Fersen en su mente - André sí sentía verdadero amor por Óscar. Él no amaba una idea o una fantasía; él la amaba a ella, con sus defectos y virtudes. Él la amaba de verdad.
Y mientras pensaba en todo eso, la dulce voz de la mujer de su vida lo sacó de sus pensamientos.
- André, te reto a llegar al muelle. - le dijo de pronto Oscar, sonriendo con entusiasmo. - Si pierdes, te quedas sin cenar. - agregó, y salió corriendo sin darle opción a reaccionar.
- ¡Oye!... ¡Eso no es justo! - le gritó André volviendo a la realidad, y salió rápidamente tras ella.
No estaba dispuesto a perder... ¿Quedarse sin cenar? Esa frase no formaba parte de su vocabulario. Oscar lo sabía, y por eso no había podido parar de reír desde que arrancó la carrera, debido a eso, su velocidad no estaba siendo la óptima, y ya sentía cada vez más cerca de ella a su mejor amigo.
Entonces, en el preciso instante en el que él estaba a punto de alcanzarla, una inesperada ola los empujó, y ambos terminaron en la arena, completamente empapados.
Y tras salir de su inicial sorpresa, tumbado sobre la arena, André levantó la cabeza y observó a Oscar entre risas. Ella estaba tratando de levantarse, pero el peso del agua sobre su ropa no se lo permitía. Finalmente, volvió a caer sobre la arena completamente empapada. Entonces André, después de tomarse unos segundos para recuperar el aliento tras reírse de ella, se puso de pie y le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
- Hubiese ganado si el mar no se hubiera interpuesto en mi camino. - le dijo Oscar, mientras se incorporaba con su ayuda.
- ¿Acaso crees que te hubiese dejado ganar? - respondió él. - Ni en un millón de años hubiera permitido que me dejes sin cena. - agregó, y tras escucharlo, ella rio por su comentario.
Algunos segundos después, ambos caminaron alejándose de la orilla, con la dificultad propia de tener el peso de la arena y el agua sobre sus cuerpos.
- Regresemos a la mansión, André. La sal del agua del mar podría hacerle daño a tu ojo. - propuso Oscar.
- Está bien. - le respondió André. - Espero que Amelie haya ordenado que preparen algo delicioso para comer en la casa. - mencionó, y ambos regresaron a la mansión.
...
Habían pasado varios minutos desde que el mar los empujó, y mientras cenaban y reían recordando todo lo que les había pasado desde que salieron de Versalles, Oscar se detuvo un momento a reflexionar sobre el hecho de que nunca hubiese tenido ese tipo de experiencias si hubiese sido criada como una mujer normal, y es que para una dama de la nobleza sería impensable cambiarse de ropa dentro de un carruaje con un hombre a bordo, o jugar en la arena de la manera en la que lo había hecho con André.
A pesar de todos sus problemas, la hija del general Regnier de Jarjayes se sentía agradecida por la libertad que le había dado el crecer de la manera en qué lo hizo, y no hubiera cambiado esa libertad por nada.
- Te quedaste sospechosamente pensativa... - le dijo André, tratando de adivinar sus pensamientos.
Y tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él, aunque por motivos distintos a sus reflexiones iniciales.
- André, ¿te atreverías a aventurarte a una misión conmigo? - le preguntó.
- Siempre. - le respondió él de inmediato, y tomó un poco del vino que acompañaba su cena.
Entonces, y tras una breve pausa, Óscar le dijo:
- Quisiera saber como viven las personas de la ciudad donde vive el sobrino de Amelie: Abbeville... André, quiero saber qué sucede en ese lugar para contarle a la reina, de primera fuente, lo que está pasando fuera de Versalles . Sé que ella lo sabe, pero esta vez quiero que lo sepa por mí. - aseveró la heredera de los Jarjayes muy determinada.
No obstante, tras hacer una breve pausa y con la voz mucho más serena, volvió a dirigirse a él.
- Sin embargo... si no estás de acuerdo con ir para allá no volveremos a mencionar el tema, porque este viaje lo planeé principalmente para que tú seas feliz. - le confesó.
Aquella última frase despertó en él su amor por ella nuevamente... "Este viaje lo planeé principalmente para que tú seas feliz..." - repitió en su mente, y luego de unos segundos de mirarla tiernamente, pensó en lo que Oscar acababa de plantearle... ¿Cómo desaprovechar una oportunidad como esa? - se preguntó; su naturaleza de investigador no se podía resistir a tal tentación.
- Tendríamos que tener un muy buen plan... - le respondió André, tras unos segundos de silencio. - ... y mimetizarnos entre ellos para evitar que descubran que eres de la nobleza... Ya viste lo peligroso que puede llegar a ser. - agregó.
- Sí, tienes razón. - respondió ella.
- Oscar, ¿aún conservas el vestido que te compré en el poblado anterior? - le preguntó André.
- Si lo tengo, pero... ¿no pretenderás que lo vuelva a usar? - replicó Oscar, y André la miró pensativo.
Él estaba consciente de que ella llamaba la atención cuando representaba el papel de un hombre, por eso, se le ocurrió que lo mejor sería que represente el papel de una plebeya ordinaria, aún si su belleza no pasaba desapercibida por los que la rodearan.
Y luego de unos segundos, Oscar volvió a dirigirse a él.
- André... podría vestirme con alguno de tus trajes... Con ellos parecería un intelectual, un periodista, o un abogado. - le dijo ella, tratando de convencerlo de que no era necesario que se ponga ningún vestido, y es que a la heredera de los Jarjayes - desde siempre - le había resultado sumamente incómodo vestirse de mujer, y no estaba segura de poder representar el papel de una plebeya.
- Oscar, ninguno de mis trajes va a quedarte. - le dijo André, sonriendo por su ingenuidad. - Eres muy delgada, y además tu rostro... es...
- ¿Mi rostro es qué...? - preguntó ella.
- En Versalles todos saben que eres una mujer y por eso no cuestionan tu belleza. Pero si vistieras de hombre en un lugar como Abbeville despertarías la curiosidad de todos... - le dijo. - Por otra parte, si te pones un vestido y finges ser una plebeya, nadie tendrá sospechas sobre ti, aunque es posible que no podamos evitar que muchos volteen a verte. - le dijo el nieto de Marion con una sonrisa, y con una abrumadora honestidad.
Tras escucharlo, Oscar se quedó callada y pensativa. Una vez más André tenía razón; ella no tenía más opción que representar nuevamente el papel de una plebeya si pretendía llevar a cabo su misión sin exponerlos a ambos.
- Está bien, André. - le dijo resignada. - Pero debemos conseguir otro vestido. Me gustaría estar al menos dos días allá. Un solo día sería insuficiente. - agregó.
- Perfecto, me encargaré de eso y conseguiré otro carruaje. No podemos llegar a Abeville con el mismo con el que vinimos hasta aquí... ¿Te parece bien si partimos pasado mañana? - le preguntó André.
- Sí, está bien. - le respondió ella, y luego, con el rostro nuevamente iluminado, decidió cambiar de tema. - Pero bueno, tenemos la noche libre... ¿Qué quieres hacer? - le preguntó a su compañero de viaje.
- ¿Vamos a Le Mont Saint-Michel? - le preguntó André, entusiasmado.
- Sí, vamos. - le dijo ella, y dirigió su mirada hacia Amelie, la cual llegaba trayéndoles más vino. - Amelie... André y yo iremos a Le Mont Saint-Michel. Por favor, ¿puedes decirle a Don Bertino que prepare nuestro carruaje? - preguntó Oscar.
- Por supuesto, señorita. - respondió Amelie, con mucha amabilidad.
Y mientras esperaban a su cochero para ir hacia su siguiente destino, ambos siguieron conversando.
...
Fin del capítulo
