Capítulo 4
A orillas del mar
Era la mañana del Jueves cuando el canto de los pájaros anunció la llegada de un nuevo día. No obstante, aunque el sol brillaba y parecía que iba a ser un día maravilloso, la heredera de los Jarjayes - recostada en la amplia cama de su habitación de su mansión de Normandía - se despertó con un dolor de cabeza terrible y todo le daba vueltas.
- ¡Ah!... ¿Qué pasó? - pensó, mientras delgados rayos de sol se escabullían entre las oscuras cortinas cerradas de su ventana.
De pronto, se paralizó al ver la figura de un hombre que - sentado en el suelo y al lado de la cabecera de su cama - se había quedado dormido. Y no sólo eso, este hombre también sostenía su mano y, al notarlo, la hija del general Jarjayes se sobresaltó y se soltó de él de inmediato.
- Oscar, ¿estás despierta? - escuchó.
Era André, quien llevado por el rápido movimiento que Oscar había hecho se había despertado. Lucía algo confundido, como cualquiera que acaba de ser arrancado del sueño de forma inesperada.
- André, eres tú... - replicó ella, aliviada. - Gracias a Dios. - agregó, mientras trataba de sentarse. - Pero, ¿qué estás haciendo aquí?... ¿Qué pasó?... Me duele la cabeza y no me acuerdo de como llegué hasta aquí. - le comentó.
- ¡Ah! Me duele todo. - comentó André por su parte, mientras luchaba por incorporarse.
No había prestado ninguna atención a las palabras de su amiga, pero no había sido su intención ignorarla; la realidad era que aún estaba un poco dormido, y apenas empezaba a conectarse con la realidad.
- ¡André! Por favor... ¡no te distraigas! - insistió ella, y una vez que lo vio de pie al lado suyo, continuó - ¡Dime de una vez por todas qué pasó ayer... porque no recuerdo nada! - agregó la heredera del general, empezando a impacientarse.
- Oscar... ¿En serio no recuerdas nada? - le preguntó André sin poder creer la magnitud de la pérdida de consciencia de su amiga, a lo que ella respondió que no con la cabeza. Lucía muy preocupada, y es que nunca le había sucedido algo así.
Ella estaba acostumbrada a beber y sabía hasta que punto hacerlo. Sólo una vez había bebido de más, también junto a André, en un bar de París, aquel día en el que unos plebeyos furiosos los sacaron a golpes del lugar al percatarse de que Oscar era de la nobleza. Sin embargo, jamás había perdido del todo la consciencia, y recordaba perfectamente aquel día en el que André le robó su primer beso mientras la sostenía en sus brazos pensando que estaba inconsciente.
Ella nunca se lo reclamó, por el contrario, atesoraba ese momento como uno de los recuerdos más bellos de su vida. Cuando era una adolescente y decidió - por insistencia de su padre - a vivir como un hombre, renunció también a la idea de besar a alguien algún día, pero intuía que André podría ser el único capaz de atreverse a besarla. No obstante, con el paso del tiempo - y casi completamente atrapada en un mundo masculino - había olvidado esa certeza hasta la noche en la que su más cercano amigo la besó bajo la luz de las estrellas, y ella experimentó el sentimiento más dulce, sobrecogedor e increíble que jamás había experimentado hasta ese momento.
Habían pasado ya muchos años desde aquel día, y ella nunca había vuelto a beber licor más allá de lo razonable, por eso se sentía muy desconcertada, y notando su preocupación, André soltó una sincera carcajada.
- Oscar, no te asustes. Te contaré todo. - le dijo.
Y tras una breve pausa, continuó.
- Ayer por la noche ambos dejamos la mansión para ir a Le Mont Saint-Michel... ¿Recuerdas que te dije que quería ir para allá? - le preguntó él.
Entonces Oscar asintió con la cabeza, y André continuó.
- Al llegar nos encontramos con un ambiente bastante festivo, entonces le pregunté a uno de los pobladores locales cuál era la fiesta que se estaba celebrando. Me respondió, pero no alcancé a escucharlo por el fuerte ruido de los fuegos artificiales. El cielo se iluminaba cada cierto tiempo debido a ello. Al parecer era el inicio de alguna especie de carnaval. - relató el nieto de Marion.
- Me suena familiar... - comentó Oscar, empezando a recordar.
- Por supuesto, porque estabas conmigo en todos esos momentos. - le respondió André sonriendo. - Estuvimos caminando por un buen rato hasta que llegamos a un lugar que parecía una mezcla de restaurante y taberna. En las mesas exteriores, intelectuales y filósofos estaban cenando y bebiendo, y como el lugar nos pareció adecuado, entramos y nos sentamos... Incluso recuerdo que me hiciste notar que eras la única mujer en ese recinto. - le dijo él.
- Pero si habían otras mujeres en los alrededores... ¿cierto André? - mencionó Oscar, mientras empezaba a recordar pequeños fragmentos de lo sucedido.
- Así es, Oscar. - le respondió él, mientras le acercaba un vaso con agua para luego acomodar unas almohadas en su espalda. - Lo siento... No debí dejar que te tomes esa segunda copa de vino... - le dijo de pronto y pensando en voz alta.
- ¿¡Qué?! ¿¡Me estás diciendo que me embriagué!? ¿¡y con solo dos copas de vino!? - le preguntó ella estupefacta.
- Así fue. - le respondió André con mucha seriedad, pero interiormente trataba de contener la risa al recordar toda la escena.
Todo había sucedido la noche anterior, en un restaurante de Le Mont Saint-Michel...
...
- Por favor, tráiganos dos copas de vino. - le había dicho Oscar al mesero del lugar.
- Enseguida, joven. - le respondió el mesero, y regresó casi de inmediato con ambas copas.
- ¿Qué vino es este? - preguntó André.
- Es un vino local... El preferido de la zona... Estoy seguro que será de su agrado caballeros. - respondió el mesero. - Si requieren de algo más, por favor, háganmelo saber. Estoy para servirles. - agregó muy amablemente.
- Muchas gracias. - respondió Oscar, y el mesero se retiró.
Entonces, André probó el vino y lo reconoció algo alarmado.
- Oscar, este es el mismo vino que sirven en las tabernas de París. Es muy fuerte y se desconoce su procedencia. No creo que sea una buena idea que tú lo tomes. - advirtió André, dejando su copa sobre la mesa.
- Estás exagerando, André. - le respondió ella, restándole importancia a sus palabras. Y tras decir esto, probó un poco del vino y volvió a dirigirse a él. - Sí... Es fuerte y se siente un algo ordinario, ¿pero qué podría hacerme? - le dijo relajada.
- Bueno, no creo que te haga daño una sola copa. - le respondió André, aunque aún algo dubitativo, y unos minutos después, Oscar ya se había terminado su copa y empezaba a comportarse de una manera muy extraña.
- André, la estoy pasando tan bien que quisiera quedarme aquí hasta que amanezca. - le dijo sonriendo.
- Yo también la estoy pasando muy bien, Oscar. - le respondió él, feliz de verla tan contenta. - Pero debemos irnos en un rato más. Recuerda que mañana tenemos muchas cosas en qué pensar, y Don Bertino vendrá por nosotros en unos minutos. - agregó.
- André, no seas aburrido. - replicó Oscar. - Quedémonos aquí, observando la alegría de toda esta gente. La noche está tan linda... - mencionó, y luego suspiró.
En ese momento, André la miró algo confundido. Ella no acostumbraba expresarse de esa manera, y mucho menos suspirar. Además, su voz comenzaba a sonar cada vez más desarticulada.
Y mientras el nieto de Marion reflexionaba sobre eso, Oscar se levantó repentinamente de su asiento.
- ¡Mesero! - dijo ella levantando la voz. - ¡Un par de copas más! - ordenó.
- Enseguida, caballero. - respondió el ágil mesero.
- Oscar, ¿pero qué haces? - exclamó André, bastante sorprendido. - Te dije que este vino es muy fuerte para ti. Tú no estás acostumbrada a...
- André. - le dijo ella, interrumpiéndolo. - ¿No te parece que a veces me sobreproteges demasiado? - le preguntó, y el nieto de Marion la miró pensativo. No la estaba sobreprotegiendo; simplemente pensó que no era correcto dejar que siga tomando, porque a ella cada vez se le hacía más difícil articular las palabras que pronunciaba.
- No te estoy sobreprotegiendo. - le dijo él seriamente, pero ella lo ignoró.
- Brinda conmigo, André. - le pidió Oscar, levantando una de las copas que acababan de llegar. - ¡Por Francia! - gritó, y tras ello, bebió completamente el contenido de su copa sin siquiera respirar, mientras André la observaba estupefacto.
- Ahora sí nos vamos.- le ordenó él tras salir de su asombro, y la tomó de la mano para llevársela.
Estaba preocupado por el efecto que tendría sobre ella esa segunda copa, y prefería salir de ahí antes de averiguarlo. Por su parte, Óscar, intentando hacer lo que él le había pedido, trataba de incorporarse, pero estaba tan mareada que cada vez que lo intentaba volvía a caer sobre su silla.
- André... No voy a poder levantarme... - le confesó balbuceando.
- Oscar, estás ebria... Sabía que ese vino era muy fuerte para ti. - le dijo André, y acomodó el brazo de su compañera alrededor de sus hombros para ayudarla a caminar.
Y tras pagar la cuenta con dificultad, ambos caminaron unos pasos hacia el cochero, el cual ya los esperaba.
- Joven... ¿usted y su amigo ya van a regresar a la mansión? - preguntó Don Bertino, dirigiéndose a André.
- Sí, ya nos vamos. - le respondió él, agradeciendo al cielo que el nuevo cochero fuese tan despistado.
Tras ello, y con algo de dificultad, subió con Oscar al carruaje, y éste se puso en movimiento.
- André, no me siento bien... - le dijo ella, desplomando la cabeza sobre el hombro de su compañero.
- Mi abuela me matará si se entera que te embriagaste otra vez mientras yo estaba contigo. - comentó André, mientras luchaba por mantener la cabeza de su amiga firme sobre su hombro para que no se golpee con el movimiento.
Tras varios minutos de camino, el nieto de Marion sintió el carruaje detenerse. Entonces miró a través de su ventana y notó que ya habían llegado a la mansión de Normandía.
Don Bertino se había detenido algo lejos de la puerta, y André pensó que era lo mejor. Si se detenían cerca de la entrada principal, los caballos podrían causar que alguien se despierte, y André quería evitar a toda costa de que alguien se entere que Óscar había llegado en un estado tan desastroso, principalmente su abuela, la cual tenía ojos y oídos en todas las propiedades de los Jarjayes.
- Óscar, voy a tener que cargarte. - le dijo él, y tras ello, la levantó en sus brazos.
- Estoy mareada... - replicó ella, quejándose por el movimiento.
- ¡Shhhh!... Silencio Oscar...- le suplicó André. - Si Amelie nos ve se lo dirá a mi abuela, y si ella se entera que llegaste ebria por mi culpa seré hombre muerto. - agregó. - Iré lo más despacio que pueda... Sólo aguanta un poco más... - le dijo, y continuó su recorrido.
Entonces André subió las escaleras y atravesó puertas y pasillos - todo en la más absoluta oscuridad - hasta que finalmente llegó a la habitación de su mejor amiga, y la depositó con cuidado sobre su cama. Tras ello, acomodó sus almohadas para que esté más cómoda, le quitó las botas y la cubrió con una manta.
...
Habían pasado algunas horas desde que todo aquello ocurrió, y ya en su habitación, luego de que André le contara todo lo que había pasado el día anterior, Oscar se tomó la cabeza, bastante mareada aún.
- Sí, ya recuerdo todo eso... - le dijo ella. - Pero lo que todavía no comprendo es porqué te quedaste dormido sobre el suelo. Debió ser muy incómodo para ti.
- Porque tú me pediste que me quede. - le respondió él, ante la mirada sorprendida de Oscar, quien empezó a recordar lo sucedido.
...
- Debes beber mucha agua. Hazlo, y verás que pronto te sentirás mejor. - le había dicho André a Oscar unas horas antes mientras le daba de beber sosteniendo su cabeza, y tras ello, la hizo reposar nuevamente sobre su cómoda almohada. - Ahora me iré a mi habitación. Nos vemos por la mañana. - agregó, pero apenas hubo pronunciado esas palabras, sintió cómo una cálida mano lo detenía impidiéndole irse.
- No te vayas... - le suplicó ella.
- Oscar, estás en tu casa... en tu habitación... - le dijo él con una sonrisa. - No te pasará nada aquí. Además, estoy solamente a unos metros. - agrego André, tratando erradamente de razonar con ella en el estado en el que se encontraba .
- Por favor, André... - insistía ella sosteniendo su mano, aunque esta vez con un poco más de fuerza.
Al verla tan vulnerable, André no pudo resistirse a su petición; le preocupaba sinceramente que algo fuese a ocurrirle por haber tomado aquel vino barato.
Entonces, sin soltar su mano, se sentó en el suelo, se cubrió con una pequeña manta que encontró en una de las sillas de la habitación, y apoyó la cabeza sobre la cama.
- Esta bien... No me moveré de aquí... - le respondió él, y luego de unos minutos, se quedó dormido.
...
- André, perdóname... - le dijo ella tras recordar todo aquello, sorprendida de su propio comportamiento.
- Oye, Oscar, olvídalo. - le dijo él sonriendo, y restándole importancia al tema.
- ¿Pero por qué simplemente no te fuiste? - le preguntó ella, mientras André caminaba hacia la ventana para observar el exterior a través de una pequeña abertura.
- No lo sé... - le respondió él, muy tranquilamente. - Supongo que me angustié pensando que algo podría pasarte si te dejaba sola... - le dijo, y Oscar lo miró conmovida.
Entonces el nieto de Marion volvió su mirada hacia ella.
- Te traeré algo de desayunar. - le dijo con su acostumbrada sonrisa. - Debes comer bien y beber mucha agua para reponerte.
- Gracias, André. - le respondió ella dulcemente.
- Ahora vuelvo.- le dijo él.
Y salió de la habitación rumbo a la cocina, mientras ella pensaba en lo afortunada que era al tener a alguien como André como parte de su vida.
...
Ya era medio día, y la hija de Regnier de Jarjayes no había salido de su habitación en toda la mañana. Para tratar de cubrirla, André le había comentado a Amelie que habían llegado bastante tarde la noche anterior. Sin embargo, ya era hora de continuar, y debido a eso, el nieto de Marion fue nuevamente hacia la habitación de Oscar y llamó a su puerta.
- Oye dormilona, ¿vas a salir a comer o te quedarás ahí todo el día? - le preguntó.
Esa mañana, André le había llevado a Oscar el desayuno a la cama, y junto con el, una especie de brebaje preparado para ella: "Tómate esto y verás que por la tarde estarás como nueva". - le había dicho a su amiga, y Oscar se lo había tomado sin objeciones: aquella bebida no tenía mal sabor después de todo.
No obstante, tras beberla, la hija de Regnier volvió a caer en un sueño muy profundo, pero ya casi era el medio día, y André debía despertarla para que comiera.
- ¡Ahora voy! - respondió Oscar, y mientras se levantaba, se preguntó qué habría contenido aquel extraño brebaje, ya que se sentía de maravilla a comparación de como se había sentido esa mañana.
Se alistó y salió de su habitación, y al llegar al comedor, notó que la comida ya estaba servida. Amelie, en su afán por complacer a la heredera de la familia, se había encargado de preparar los platillos más deliciosos de Francia, y todo se veía muy apetitoso.
- ¿Cómo te sientes? - le preguntó André, quien la esperaba en la entrada del comedor.
- Me siento muy bien... - le respondió ella. - ¿Qué tenía esa bebida que me diste? - preguntó Oscar, con mucha curiosidad.
- Es mejor que no lo sepas... - bromeó André, y ella rio.
Luego de almorzar, la hija de Regnier pidió que le trajeran una taza de café en lugar de su vino acostumbrado; se sentía bien, pero prefería mantenerse alejada del alcohol, al menos por un tiempo.
Por su parte, André también había decidido no beber más que café, aunque más por solidaridad que por falta de ganas.
- Oscar, ¿salimos a cabalgar? - preguntó de pronto el nieto de Marion.
- Sí, ¡vamos! - respondió ella.
Si había una actividad que ambos disfrutaban hacer juntos desde que eran pequeños era salir a cabalgar. A ellos les fascinaba perderse en la velocidad del paso de sus caballos, y experimentar la libertad que sentían mientras lo hacían.
Entonces, tras dirigirse a las orillas del mar de Normandía, cabalgaron juntos de nuevo. Se sentían muy felices, como hacía mucho no lo habían estado, y montados en sus caballos, conversaban, competían y reían.
Por esos días, el mar se iluminaba con la misma intensidad que las estrellas que brillaban aquella noche en la que sus labios se unieron por primera y única vez, y juntos, estos dos amigos que se conocían desde siempre, se habían dejado envolver por la magia de ese pequeño universo que construían cada vez que estaban solos.
De pronto, ambos notaron que se habían alejado demasiado de la mansión, y se detuvieron.
- Oscar, nos hemos apartado mucho de la casa. Creo que deberíamos regresar. - le dijo André a su compañera.
- Es cierto, regresemos... - respondió ella, y mientras dirigía a su caballo para que cambie su rumbo hacia la dirección opuesta, sus pensamientos la llevaron hacia el viaje de investigación que se habían propuesto hacer. - André, mañana partiremos hacia Abbeville ¿cierto?
- Así es. - respondió él. - Ya le pedí a Amelie que prepare nuestros equipajes para estar ahí dos noches. La primera parada será en uno de los barrios más pobres de esa localidad. Si queremos ver la realidad no tenemos otra alternativa que observar de cerca qué es lo que está sucediendo ahí, pero no te preocupes, porque solo estaremos en ese lugar por unas cuantas horas. Después partiremos a una zona donde no hay tanta pobreza, y por tanto es menos peligrosa.
- ¿Y por qué iremos hacia otra zona? - preguntó ella.
- Porque es más seguro pasar la noche allá que en el primer poblado al que iremos, y porque me he enterado que en el segundo poblado se vienen llevando a cabo las reuniones de los llamados antimonarquistas. - respondió él, y tras una breve pausa, continuó. - ¿No crees que sería interesante saber qué tan conectado está este grupo con los grupos antimonárquicos de París? - preguntó André.
- Sí, claro que sí. - respondió Oscar.
- Ya envié a dos mensajeros para que separen nuestras habitaciones y no tengamos problemas. En el primer poblado tomaremos una sola habitación, cerca de la estación desde donde salen los carruajes. Esta nos servirá únicamente para dejar nuestras cosas, y por la noche pasaremos por ellas para dirigirnos a nuestro segundo destino... - explicó André. - Es lo mejor, ya que si recorriéramos esa zona con nuestras maletas podrían asaltarnos.
Y luego de decir eso, André hizo una larga pausa.
- Perdóname por tomar todas las decisiones sin consultarte, pero no quería despertarte después de lo de anoche. - le dijo a la hija de Regnier.
- Al contrario, te lo agradezco. - le respondió ella. - Si esperabas a que me despierte hubiésemos perdido un día, y es mejor salir de nuestras dudas lo antes posible, porque me urge que continuemos con nuestras vacaciones. - agregó Oscar con una sonrisa.
- Sí, aún nos quedan muchas cosas que hacer aquí en Normandía... - comentó André. - Bueno Oscar... Te veo en la mansión... - agregó, y tras decir esto, tomó su látigo y golpeó levemente el muslo de su caballo para adelantarse a ella, mientras reía divertido.
- ¡Oye!... ¡André! - le gritó ella. - ¡Sabes que detesto que me dejes atrás!... - agregó, y salió tras él de inmediato.
Y mientras observaba como Oscar hacía esfuerzos para tratar de alcanzarlo, André luchaba para no dejarse alcanzar por ella. Sabía que su compañera era competitiva, y a él le divertía hacerla enojar. Sin embargo, ella no estaba enojada; todo lo contrario. Su corazón rebozaba de alegría cada vez que veía felicidad en el rostro del más grande amigo que había tenido en la vida, y eso era todo lo que había esperado de ese viaje.
...
Fin del capítulo
