Capítulo 5

Abbeville

Había llegado el día que ambos habían esperado, y en el sencillo carruaje que habían tomado en la zona comercial de Normandía, Oscar y André se dirigían al poblado de Abbeville, llevando todo lo necesario para pasar dos días en esa ciudad.

El plan no tenía fallas: llegarían a la zona pobre de Abbeville, dejarían las cosas en la habitación de un alojamiento cercano a la estación de los carruajes, recorrerían el lugar, y tomarían nota mental de todo lo que observaran.

Si lo consideraban conveniente almorzarían en el restaurante del mismo alojamiento, pero si identificaban algún riesgo comerían lo que habían llevado camino a su segundo destino, donde ya estaban separadas sus dos habitaciones por dos noches.

Tenían el tiempo exacto para recorrer el primer poblado, ya que el último carruaje salía a las siete de la noche, pero ellos saldrían a las seis para evitar contratiempos, y al llegar a su segundo destino, irían directamente a dormir, ya que a la mañana siguiente harían lo mismo que en el primer destino: mimetizarse con la población, observar todo con detenimiento, tomar nota mental de todo lo que observaran y, ya por la noche, ambos se dirigirían a una de las reuniones antimonárquicas que se llevaban a cabo en la penumbra y con gente de todos los estratos sociales.

No obstante, había un detalle que le preocupaba a André, y era que Oscar estaría vestida como mujer la mayor parte del tiempo y no estaba seguro de que ella se sintiese cómoda usando el vestido que ya traía puesto, ni con los otros dos que él mismo había empacado sin que Amelie se diese cuenta.

Entonces, André comenzó a pensar en el pasado, y recordó que Oscar había vestido como mujer únicamente en tres ocasiones antes de ese día.

La primera fue a sus doce años, cuando Marion convenció a la madre de Oscar de contratar a un maestro para que su niña tome clases y aprenda a bailar como toda una dama, aprovechando que el General Jaryajes se encontraba en una misión lejos de Versalles.

Como era de esperarse, André fue seleccionado como su compañero de baile, y después de al menos cuatro semanas de clases, ambos llegaron a dominar el arte de bailar. Por aquellos tiempos a Oscar no le molestaba vestir como sus hermanas, todo lo contrario, le ilusionaba hacerlo, aunque sólo fuese para los breves momentos de las clases.

La segunda vez que vistió como mujer había sido hacía menos de un mes, cuando - inesperadamente - la heredera de los Jarjayes decidió asistir a un baile formal, antes de su persecución al Caballero Negro. Hasta ese momento, André no sabía que había pasado realmente en aquel evento, y aunque intuía que Oscar se había vestido así para presentarse ante Fersen, prefirió no saber los detalles de ese asunto para evitarse un dolor innecesario.

Finalmente, la tercera vez que Oscar usó ropas femeninas había sido hacía unos pocos días, cuando se vistió raudamente en su carruaje con el vestido marrón que ahora llevaba puesto, aquella tarde en la que salieron casi huyendo del poblado de Dreux.

André tampoco pudo evitar recordar que - en los días en los que Oscar asumió por primera vez el liderazgo de la Guardia Imperial - ella le relató que se había rehusado a usar el vestido que su padre le llevó para pretender que suplantara a María Antonieta en caso la vida de la futura reina corriera peligro.

El hecho la enfureció tanto que lanzó por los aires a dicha prenda, y ésta terminó en el piso ante la mirada incrédula de su padre, quien - al parecer - estaba muy lejos de comprender a su propia hija.

En aquel momento, el nieto de Marion comprendió su molestia, ya que sabía lo mucho que a Oscar le había costado renunciar a su vida como mujer, aunque ella nunca lo hubiese admitido directamente. Sin embargo, ahora parecía tranquila, y se mantenía en silencio mientras miraba hacia el exterior a través de la ventana del pequeño carruaje que los llevaba a su destino.

Sentado frente a ella, André la miraba cada cierto tiempo para admirar su femenina belleza. Aún en aquel sencillo vestido lucía verdaderamente hermosa. ¡Qué difícil le resultaba evitar quedarse contemplándola!

- André, parece que ya estamos llegando... - le dijo ella repentinamente, y el nieto de Marion detuvo sus pensamientos y miró hacia el exterior.

Las calles lucían viejas, los colores eran oscuros y había un melancólico silencio en los alrededores. Abbeville parecía una ciudad fantasma por lo descuidada que estaba, pero distaba mucho de serlo, ya que había una gran cantidad de personas realizando diferentes actividades por todas partes.

Su carruaje se detuvo en la estación junto con otros carruajes y ambos bajaron con sus maletas. Se habían esmerado en llevar ropas sencillas y acordaron que si alguien les preguntaba hacia donde viajaban les responderían que hacia la hacienda de un aristócrata donde trabajarían como jardinero y como cocinera, aunque - irónicamente - Oscar no había preparado jamás ni siquiera un huevo cocido.

Tras abandonar su transporte, ambos caminaron por algunos minutos hasta llegar a su alojamiento, y en la recepción, encontraron a una mujer de unos cincuenta años, algo regordeta y de rostro amable, la cual, al verlos llegar, los recibió con una gran sonrisa.

- Usted debe ser André Grandier. Su patrón envió un mensajero para separarle una habitación. - le dijo a André.

- Así es. Buenas tardes. - respondió André.

- Buenas tardes, caballero. Mi nombre es Eloísa. Bienvenidos a Abbeville. - prosiguió ella, y de inmediato dirigió su mirada hacia Oscar.

Desde que ambos ingresaron a ese lugar, la encargada de la recepción quedó fascinada por la belleza de ambos, principalmente por la de Oscar, y no disimulaba en absoluto lo mucho que ella la había impresionado. No obstante, la heredera del General Regnier de Jarjayes se sentía muy incómoda por la extraña manera en la que Doña Eloísa la miraba, ya que - aunque estaba acostumbrada a la popularidad en el palacio de Versalles - jamás se imaginó que fuera a ocurrirle lo mismo en aquel pueblo.

- El mensajero no me mencionó que usted llegaría con su esposa... - le dijo Doña Eloisa a André, mientras le sonreía a la que parecía ser una joven inocente pero que no era otra que la mismísima comandante de la Guardia Real de Su Majestad. - Pero no importa. La habitación que separé es pequeña, pero estoy segura de que ustedes podrán acomodarse perfectamente ahí. - agregó.

Entonces Oscar y André se miraron desconcertados. Habían pensado en todo menos en la explicación que darían respecto a su relación.

- Usted debe ser Madame Grandier... - afirmó la encargada de la recepción, dirigiéndose a Oscar.

- Así es. - respondió ella de inmediato, ante la mirada atónita de André. - Mi nombre es Francoise, Francoise Grandier. - afirmó Óscar y tomó a André del brazo mientras su compañero de viaje trataba de disimular su inicial sorpresa para poder seguirle la corriente.

- Doña Eloísa, únicamente estaremos aquí por unas cuantas horas. - le dijo André. - Debemos visitar a unos parientes, pero no pasaremos la noche aquí, porque debemos partir hacia la mansión de nuestros nuevos patrones. Solo separamos una habitación pequeña para dejar nuestras cosas mientras recorremos la localidad. - explicó André. - La última salida de los carruajes es a las siete, ¿cierto?

- Así es, joven... ¡Pero lamento que no puedan quedarse más tiempo aquí! - exclamó ella, muy decepcionada. - Trabajo en este lugar desde hace muchos años y nunca había visto una pareja tan hermosa como la suya.. ¡Qué personas tan bellas son! - les dijo emocionada. - ¡Perdonen!, no los quiero incomodar, pero no puedo evitar mencionarlo. - agregó.

Entonces André y Oscar se sonrojaron. Doña Eloísa los había hecho sentir como un par de adolescentes, y dándose cuenta de que los había avergonzado, decidió acabar con su tortura.

- Esta es la llave de su habitación. Es la que está al final del pasillo. - les dijo amablemente.

Y luego de agradecerle, ambos se dirigieron hacia allá, esta vez en un silencio sepulcral y sintiéndose muy extraños por lo que acababa de pasar.

- Oscar... ¿Por qué le dijiste que eras mi esposa? - le preguntó André, casi murmurando.

- ¿Pero qué otra cosa podía hacer? - replicó ella. - ¿Te imaginas lo que pensaría esa mujer de una dama que viaja sola con un hombre que no es su marido? - agregó.

- Pues no te imaginaba tan conservadora... - le dijo André bromeando.

- Quedamos en pasar desapercibidos... No nos conviene estar en boca de nadie... - replicó Oscar.

- Es cierto... - afirmó André.

- Pensé en decirle que éramos hermanos... pero ni siquiera nos parecemos físicamente... - afirmó la heredera de los Jarjayes, y él la miró con reprobación.

- Da igual. Estaremos muy poco tiempo por aquí. - le dijo André, y ambos entraron a su alcoba, la cual, efectivamente, era bastante pequeña. Tenía una cama para una persona, una mesita de noche y una pequeña chimenea. Era muy sencilla, pero estaba limpia, y para ambos eso era lo importante.

Entonces, luego de unos segundos de permanecer ahí, dejaron sus maletas y salieron a recorrer la zona, no sin antes despedirse de Doña Eloísa, a quien habían vuelto a ver al pasar por la recepción y la cual estaba maravillada con ellos.

Al salir, a ambos les sorprendió lo que encontraron en las primeras calles. Efectivamente los lugareños era muy pobres, pero con todas sus limitaciones - principalmente económicas - trataron con amabilidad a Oscar y André, incluso, al percatarse de que no eran de la zona, muchos se les acercaban para preguntarles si necesitaban ayuda u orientación.

Tomados del brazo en su papel de esposos, ambos recorrieron el lugar poniendo especial atención en los comentarios relacionados al aumento en los precios de los alimentos y a la falta de empleo, el cual era un tema muy recurrente entre las conversaciones de los lugareños. Se toparon con mendigos y mujeres de la calle, las cuales se mezclaban con el común de los pobladores. La mirada desesperada de aquellas personas lastimaba el corazón de ambos, principalmente el de Oscar, la cual se sentía abrumada por el hecho de tener tantos privilegios mientras sus compatriotas vivían en la miseria.

Habían caminado durante muchas horas cuando, de repente, el ruido de un vidrio rompiéndose los alertó. Se trataba de un asalto; un asalto a una panadería que se encontraba justo frente a ellos, y como si se tratara de una estampida, personas que salían de todas partes corrieron hacia el indefenso local para tomar lo que estuviera a su alcance, así fuera un mendrugo de pan.

Aún no salían de su asombro cuando, de pronto, los improvisados ladrones corrieron en dirección a ellos, buscando huir de los policías que acababan de llegar para poner orden, y al notarlo, casi por instinto, André abrazó a Oscar para protegerla, pero la turba pasó de largo sin hacerles daño, y luego de unos minutos, el silencio volvió a reinar en las calles y los pobladores continuaron con sus actividades como si nada de eso hubiese ocurrido.

André observó la pasiva reacción de quienes lo rodeaban con gran asombro. Nadie se había impresionado ante lo que acababa de suceder; era como si los ciudadanos estuvieran acostumbrados a que eso pase a diario.

Sin embargo, sí había alguien a quien ese hecho había afectado y mucho: Oscar, la cual no paraba de temblar en los brazos de su más cercano amigo.

- "¿Que ocurre?" - pensó André al notarlo, y la abrazó aún más fuerte para tratar de tranquilizarla, aunque seguía sin entender lo que le estaba pasando.

Oscar era la comandante de la Guardia Real de María Antonieta, y era una persona entrenada, valiente y fuerte. En su carrera militar había enfrentado situaciones realmente peligrosas y esta no les había representado ningún peligro real. Sin embargo, presenciar aquella escena la había debilitado, y es que ella, que siempre lo tuvo todo, ya no podía soportar seguir siendo testigo de tanta miseria.

- Regresemos a la pensión, Oscar. Ya ha sido suficiente. - sugirió André, visiblemente inquieto de verla en ese estado.

Y en silencio, ella asintió con la cabeza, y ambos empezaron su recorrido de vuelta al alojamiento donde trabajaba Doña Eloísa.

- ¿Estás bien? - le preguntó André a su compañera después de unos minutos, bajando la mirada para ver su rostro.

- Sí... - respondió ella, pero lucía pálida como un papel.

Entonces André la acercó a él y la abrazó mientras caminaban. En ese momento todo lo que quería era reconfortarla, y hacer que sienta que estando a su lado no había nada que temer, porque él nunca permitiría que nada malo le pase.

- Ya pronto nos iremos de este lugar. - le dijo él.

Estaba desconcertado. Claramente ella estaba aterrada, pero André no entendía exactamente porqué. Nunca la había visto tan frágil, ni siquiera cuando eran niños.

Al llegar al alojamiento, luego de varios minutos, ella ya se sentía más tranquila. El tibio cuerpo de André abrazándola mientras caminaban había sido un efectivo remedio a su angustia.

- Doña Eloísa, ya nos vamos. - le dijo el nieto de Marion a la dueña del lugar. - Ya hicimos todo lo que teníamos que hacer aquí, así que sacaremos nuestras cosas y enseguida retornaremos para entregarle las llaves de la habitación. - agregó.

- Joven, lo siento, pero no podrán irse hasta mañana... - le respondió ella, bastante apenada. - Muchos estudiantes que se encontraban en Abbeville de visita retornaron hoy a sus ciudades y ocuparon absolutamente todos los carruajes disponibles. Lo siento, pero dudo mucho que los cocheros regresen hoy, ya que cuando se hace de noche estas calles se vuelven muy peligrosas.

- ¿Qué? ¿No podremos salir de aquí hoy? - replicó André, sorprendido por esa inesperada noticia.

- En verdad lo lamento, joven. No tenía idea de que algo así fuera a pasar. Lo bueno es que tienen su habitación reservada para esta noche. - les dijo Doña Eloísa.

Pero André seguía luciendo muy inquieto.

- Les ofrecería una habitación más grande, pero todas están ocupadas, y por si lo están pensando, honestamente no les recomiendo que se vayan a otro hotel. Este es el mejor que encontrarán en kilómetros, se los garantizo. - agregó la encargada, tratando de ayudar.

Entonces, con voz suave y tranquila, Oscar intervino.

- André, quedémonos aquí y salgamos mañana temprano. - resolvió ella. - Resultará igual llegar hoy o mañana a nuestro siguiente destino. - agregó.

Y aunque no estaba convencido, André accedió, ya que no veía otra alternativa en ese momento.

- Enseguida pediré que les sirvan algo de comer. - les dijo Doña Eloísa, con su amabilidad característica.

- Gracias Doña Eloísa. - le respondió Oscar mientras ella se retiraba, y ambos se sentaron en una de las mesas muy bien dispuestas en una pequeña zona del alojamiento.

Más de una cosa extraña estaba pasando aquel día; André se estaba alterando en situaciones en las que normalmente estaría tranquilo y, por el contrario, la hija de Regnier se estaba tomando el inesperado cambio de planes con mucha calma.

- Fue distinto de lo que había imaginado... - le dijo Oscar al nieto de Marion repentinamente, y él dirigió su mirada hacia ella para prestarle toda su atención.

- ¿Te refieres a la actitud de las personas? - le preguntó.

- Sí... - respondió ella, pensativa. - ...pero también hay muchas necesidades... ¿No te parece André? - le preguntó, y él asintió con la cabeza.

...

Había pasado aproximadamente una hora desde que Oscar y André retornaron a su alojamiento. Cenaban, pero a diferencia de días previos, esa cena no la disfrutaron, más no porque fuese mala, sino por el sinsabor que les provocaba pensar que - a tan solo unos metros de ellos - hubiesen tantas personas pasando hambre. ¡Qué cruel destino el de algunos y qué privilegiado el de otros! - habían pensado Oscar y André, mientras reflexionaban sobre todo lo que habían visto y escuchado aquel largo día.

Luego de comer, ambos se dirigieron a su habitación. Aún eran las siete de la noche, pero estaban muy cansados ya que habían estado caminando sin parar por al menos cuatro horas.

- Bueno Oscar, solamente hay una cama así que dormiré en el piso. - le dijo André a su compañera, buscando con la mirada alguna manta gruesa sobre la cual recostarse.

- No te dejaré dormir incómodo dos días seguidos. - replicó Oscar, luego de escuchar a su amigo mencionar esa posibilidad. - Compartiremos la cama. No sería la primera vez que lo hacemos. - agregó ella, con mucha naturalidad.

- Es distinto ahora Oscar. - le respondió él, sonriendo por su ingenuidad. - En aquellos días éramos unos niños...

- Sí, ya sé que fue hace muchos años. - comentó Oscar. - Pero André, estás tan agotado como yo y mañana nuevamente nos espera un largo día, así que no puedo permitir que duermas en el piso de nuevo. Podrías enfermarte. - añadió.

Y tras escucharla, André se quedó en silencio, y reflexionó durante algunos segundos sobre la propuesta de Oscar. ¿Sería correcto actuar de esa manera? - se preguntaba, aún sabiendo que nada de lo que habían hecho hasta ese momento lo era.

Por primera vez en todo el viaje, André se sintió preocupado por la reputación de su mejor amiga. En aquellas épocas una mujer podía quedar totalmente desprestigiada por una situación así, y él no quería exponerla a algo como eso; aunque no era una mujer ordinaria, Oscar no dejaba de ser una mujer, y si bien siempre estaban rompiendo las reglas, dormir en la misma cama con ella le parecía un exceso.

- André, no te preocupes por mi reputación. - le dijo ella, casi leyendo sus pensamientos. - Aquí nadie nos conoce; no vas a mancillar mi honor... Créeme: a nadie se le ocurriría pensar que Oscar François de Jaryajes se encuentra aquí vestida de plebeya. - agregó, y André suspiró e hizo una larga pausa.

- Bueno. Es cierto. - le dijo. - Esta bien, Oscar. Sólo no me patees como cuando éramos niños. - bromeó finalmente, y ella sonrió.

Entonces, André tomo algunas de sus cosas para cambiarse en los aseos del pasillo.

- Saldré un momento para que puedas cambiarte de ropa. Regreso en un momento... - le dijo a Oscar, y tras ello, salió de la habitación.

...

Varios minutos después, ya estaban descansando. Ella estaba totalmente recostada en el lado izquierdo de la cama, mirando hacia arriba pensativa y también un poco desconcertada por su reacción luego del asalto a la panadería, mientras que él estaba sentado y con la espalda apoyada en la cabecera de la cama leyendo uno de los libros que había llevado para entretenerse.

- Oscar, ¿te molestaría si prendo una vela para poder seguir leyendo?... Ya se está yendo la luz del sol. - preguntó él.

- Puedes hacerlo. - respondió ella muy tranquila.

Entonces André prendió la vela de la mesita de noche que estaba al lado de su cama y siguió leyendo, y Oscar le dio la espalda para evitar la luz sobre sus ojos.

- André...¿recuerdas cuándo fue la última vez que dormimos en la misma cama? - le preguntó ella repentinamente.

Y luego de colocar el libro sobre sus piernas para ponerle toda su atención, André trató de recordar.

- No exactamente, pero seguro tendríamos unos diez u once años. - respondió él, sonriendo al recordar aquella época de inocencia, y luego prosiguió. - Recuerdo que ibas a mi cuarto cuando empezaba a llover y te quedabas jugando conmigo hasta muy tarde... Todos asumían que ya dormíamos en nuestras respectivas habitaciones, por supuesto, pero no; jugábamos hasta caer rendidos de cansancio, y a la mañana siguiente, te despertaba para que regresaras a tu habitación. - recordó André con nostalgia. - Sin embargo, eso únicamente pasaba cuando comenzaba a llover... Incluso llegué a pensar que le tenías miedo a la lluvia.

Y tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.

- No le tenía miedo a la lluvia. - le dijo pensativa, y en un volumen tan bajo que más parecía un susurro. - Me asustaban los truenos... La verdad es que aún me asustan un poco. - le confesó Oscar.

Y sorprendido por aquella repentina revelación, André dirigió su mirada hacia ella.

- Me aterraba la idea de escucharlos, por eso me escabullía a tu habitación por los pasillos de la mansión para estar contigo apenas empezaba a llover, hasta que un día, descubrí que era más fácil llegar a tu alcoba caminando por los muros exteriores de la casa, y por eso pronto dejé de tocar tu puerta para comenzar a tocar tu ventana. - le dijo ella.

- Es cierto. - respondió André mientras recordaba los hechos. - Que audacia la tuya... ¿Pero le tenías más miedo al ruido de los truenos que a caerte de esa altura? - preguntó él, intrigado.

- Así es. - respondió ella sonriendo.

- Ha pasado mucho tiempo de todo eso. - comentó André, pensativo.

- Sí. - respondió ella, con algo de melancolía. - Pero yo aún recuerdo muy bien cuándo fue la última vez que intenté llegar a tu habitación de esa manera... - agregó.

- ¿A qué te refieres? - preguntó él con curiosidad y la miró intrigado, mientras ella seguía acostada de lado, dándole la espalda.

- Fue cuando tenía catorce años y tú quince. - respondió Oscar. - En aquel momento no quería ser la comandante de la Guardia Real. Sin embargo, mi padre quería que compita con Gerodelle para obtener el puesto, y como sabes, decidí no asistir a la competencia.

Y antes de continuar, suspiró.

- Sin embargo, me rehusaba a quedar como una cobarde... por eso reté a duelo a Victor en pleno bosque, desobedeciendo las órdenes del rey de Francia. - relató, mientras recordaba los hechos. - No entendí la gravedad de mis actos hasta que mi padre me dijo que me prepare para el castigo Luis XV. - le dijo. - Pobre de él... realmente yo era una inconsciente... - agregó.

- Recuerdo muy bien ese día. - mencionó André, el cual también había sido testigo de todos esos eventos.

- André, yo estaba segura de que me ejecutarían por traición. - le dijo ella, esta vez dirigiendo su mirada hacia él, pero luego volvió a su posición original para continuar con su relato. - Mi padre fue al palacio, seguramente a dar la cara por mí, y cuando vi que su carruaje regresaba pensé que todo estaba consumado... Por eso fui a buscarte... Llovía, pero en ese momento no tenía miedo. Solamente quería verte una vez más, porque en la última conversación que tuvimos aquel día había sido muy dura contigo, y no quería que te quedes con un recuerdo así de mí. - le dijo.

Aunque habían pasado más de quince años desde que eso ocurrió, en la voz de la heredera de los Jarjayes aún se percibía el arrepentimiento que sentía por haber echado a André de su habitación aquel día. Sin embargo, a él jamás se le hubiese ocurrido enojarse por eso, ya que sabía que Oscar estaba pasando por uno de los momentos más difíciles de su corta vida.

Por aquellos días, la hija de Regnier rechazaba el destino que finalmente aceptó: tener que vivir para siempre como un hombre.

Lo había estado haciendo, sin duda, ya que su padre siempre la había tratado como tal, pero si bien no le desagradaba aprender esgrima, tiro, estrategia militar, ni jugar con André a los juegos más peligrosos que habían, era muy distinto renunciar para siempre a vivir como la mujer que era. Desde aquella tierna edad, Oscar era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de todo lo que implicaba dejar su feminidad atrás, y en el fondo de su corazón no quería hacerlo.

- Oscar... - le dijo André con voz triste, sin saber qué más decir, e imaginándose como debía haberse sentido ella en aquellos momentos.

Y luego de una breve pausa, Oscar continuó.

- Me acerqué a tu ventana desde afuera, como siempre lo hacía desde que era pequeña, y fue entonces que escuché a mi padre pedirte que me convencieras de aceptar el puesto de comandante de la Guardia Real... - le dijo. - En ese momento me sentí muy mal pensando que lo obedecerías... pero no lo hiciste... - agregó sonriendo mientras recordaba sus palabras, y es que, en aquella ocasión, el nieto de Marion le dijo que aunque entendía los sentimientos de su padre, no estaba dispuesto a perturbar su vida por ellos.

Y luego de algunos segundos de reflexionar sobre ello, André rompió el silencio.

- ¿Sabes Oscar?... Te diría que lamento que te hayas sentido así, pero ahora que lo pienso mejor, me siento un poco ofendido... - le dijo fingiendo seriedad.

Y al escucharlo, Oscar soltó una carcajada.

- ¿Cómo pudiste pensar que te traicionaría? - le reclamó André, y tomando su almohada, la golpeó suavemente con ella, mientras Oscar protegía su rostro con sus brazos sin poder parar de reír.

- Está bien, lo siento. Me equivoqué; no debí dudar de ti. - le respondió ella, mientras él continuaba intentando golpearla con la almohada.

- Pero sigo intrigado... - comentó André de repente, deteniendo su juego. - Hace un momento mencionaste que aún le tienes miedo a los truenos... entonces... ¿qué haces ahora para sobrellevarlos? - le preguntó.

- Bueno, es cierto que me hacen sentir nerviosa, pero trato de sobreponerme. - respondió Oscar sinceramente. - Aunque ahora he aprendido cómo reconocer cuando habrá truenos, y esos días trato de dormir en la habitación de huéspedes... Ahí casi no se siente el ruido. - le dijo.

- ¿Te refieres a la habitación que siempre está lista?... ¿La que se encuentra frente a mi habitación? - preguntó André, pensativo, y tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.

- Es el único lugar donde me siento tranquila... - le respondió.

Siempre que hablaba con André de esa manera tan íntima, su voz se tornaba dulce y serena. En aquellos minutos, la hija de Regnier le había abierto, una vez más, todo su corazón. Sin embargo, lo hacía de una manera tan natural que ni siquiera se daba cuenta.

Mientras tanto, a André le enterneció notar que ella estaba haciendo lo mismo que hacía cuando era pequeña, con la única diferencia que ahora buscaba refugio a unos cuantos metros de él, en lugar de buscarlo directamente en su habitación.

No obstante, también estaba sorprendido; pensaba que sabía todo acerca de Oscar, pero no era cierto. Entonces dirigió su mirada hacía ella, pero ella había vuelto a darle la espalda y sus ojos empezaban a cerrarse debido al cansancio de aquella larga jornada. Al notarlo, André sonrió con ternura, dejó el libro que estaba leyendo en su mesita de noche, apagó la vela y se acostó a su lado.

- Buenas noches, Oscar. - le susurró.

- Buenas noches, André. - susurró ella también, y unos minutos después, ambos quedaron profundamente dormidos.

...

- ¡Oscar!... ¡Oscar!

Habían pasado varias horas desde que ambos se quedaron dormidos, pero unos quejidos extraños habían despertado al nieto de Marion.

Era Oscar; estaba soñando con lo que había pasado aquella tarde tras el asalto a la panadería, pero a diferencia de lo que sucedió realmente en las calles de Abbeville, en esta ocasión estaba sola, terriblemente asustada, y por más que llamaba a André con todas sus fuerzas, su garganta no emitía ningún sonido.

- ¡Oscar! - insistió su compañero de habitación en un tono más fuerte.

Y en ese instante, ella despertó sobresaltada.

- Oscar... ¿Estás bien? - le preguntó André. - Me pareció que tenías una pesadilla. - agregó.

- Eres tú... André... - le respondió ella aliviada, al comprobar que todo había sido un sueño.

- Estás temblando. - le dijo él, tomando una de sus manos. - Dime Oscar... ¿Qué te ocurre? - le preguntó preocupado, sin poder entender qué la hacía sentir tan fuera de sí desde que llegaron a Abbeville.

A pesar de conocerla bien, André aún no se daba cuenta de que Oscar, al ser miembro de la nobleza, se sentía responsable de la situación por la que atravesaban sus compatriotas. Para ella era inconcebible poseer tantas riquezas si el pueblo de Francia tenía que vivir en esa miseria.

No obstante, no sólo era eso lo que la hacía sentirse tan descolocada; también se sentía vulnerable cuando representaba el papel de una mujer; ella sabía muy bien que lo era, pero también sabía que no era la típica mujer que ahora representaba, y eso la hacía sentir terriblemente confundida.

- No es nada, André... - le dijo a su compañero para no preocuparlo, pero por obvias razones, el nieto de Marion no le creyó.

- Es que definitivamente algo te pasa. Por favor, Oscar, dime qué es... - insistió él, mientras la miraba fijamente esperando su respuesta, sin embargo, ella se mantuvo en silencio, porque dentro de su confusión tampoco sabía cómo expresar lo que en realidad sentía.

- Levántate. - le dijo André, de forma imperativa.

- ¿Para qué? - preguntó ella.

- Solamente hazlo. - insistió él, esta vez con una amable sonrisa.

Ella obedeció y, de inmediato, André tomó la manta más gruesa que tenían, y la extendió sobre la cama.

- Ahora acuéstate, pero esta vez en el centro de la manta. - volvió a indicarle a Oscar, y ella le siguió la corriente, aunque aún sin entenderlo.

- ¿Qué pretendes con todo esto? - le preguntó ella, a punto de reír por las extrañas órdenes que le daba su amigo de la infancia.

Entonces André tomó la manta por ambos extremos y la envolvió por completo, tanto, que sólo la cabeza de su compañera había quedado libre.

- André...¿Pero qué has hecho? - le preguntó ella riendo sin poder evitarlo, y al verla así, el nieto de Marion soltó una carcajada.

- Cuando era pequeño iba muy seguido a despertar a mis padres con el pretexto de que había tenido una pesadilla, pero casi nunca era cierto. La verdad era que me gustaba mucho dormir con ellos. - le confesó André a Oscar, y ella sonrió. - ... Sin embargo, un día mi madre me envolvió de esta misma manera, y me dijo que cada vez que tuviera una pesadilla pensara que esa manta que me envolvía eran sus brazos protegiéndome, y así no tendría miedo.

Entonces, tras una breve pausa, André volvió a dirigirse a Oscar.

- ¿Puedes creerlo? - continuó él. - ¡Nunca me di cuenta de que en realidad hizo todo eso para que no pudiera moverme y así no fuera a despertarla! - le dijo.

Y Oscar soltó una sincera carcajada.

Tras ello, André se acercó a su mejor amiga, y con la misma facilidad con la que levantaría a una pluma la tomó en sus brazos y la acomodó en el lado izquierdo de la cama, sorprendiendo a la misma Oscar quien no se imaginaba que él podía llegar a ser tan fuerte. Tras ello, André volvió a recostarse a su lado y se cubrió con otra manta para seguir durmiendo, como si nada hubiese pasado.

Tras aquel acto, Oscar olvidó todas sus preocupaciones. Él había hecho todo eso para distraerla ya que la sentía muy intranquila, y todo parecía indicar que había logrado su objetivo. En otro contexto no hubiese dudado en abrazarla hasta lograr calmarla, pero las circunstancias en las que se encontraban eran demasiado tentadoras para él, y André prefirió no probar su capacidad para autocontrolarse.

- "Si Oscar me diera alguna señal... ¿sería capaz de perder la cabeza?" - se preguntó André en un momento dado, justo antes de decidir recostarse al lado de la mujer que amaba, pero de inmediato lo creyó imposible, y sonrió para sí mismo por lo descabellada de su pregunta; naturalmente la deseaba, pero sabía que sería incapaz de tomar ventaja de una situación como esa.

- Duerme tranquila Oscar, y recuerda que estaré a tu lado cuidándote. - le dijo él finalmente.

Tras escucharlo, la heredera de los Jarjayes sonrió y nuevamente se quedó dormida. Unos segundos después, André también se durmió.

...

A la mañana siguiente, la luz del sol empezaba a anunciar la llegada de un nuevo día, y tras sentir sus rayos escabulléndose entre las oscuras cortinas de la habitación de su alojamiento, Oscar abrió los ojos.

Se había despertado tan relajada que sentía que había dormido por mil años, pero a los pocos segundos, se sobresaltó al sentir que su cuerpo no reposaba sobre la cama en la que se había quedado dormida la noche anterior, sino que - por alguna extraña razón - su rostro estaba apoyado sobre el pecho de André, y no sólo su rostro, todo su cuerpo lo envolvía.

No atinó a moverse; su compañero estaba profundamente dormido, y no se atrevió a despertarlo en esas circunstancias.

No obstante, tras algunos segundos y pasada su inicial sorpresa, Oscar se dio cuenta de que el solo hecho de estar en los brazos de André - estando recostados en la misma cama - le hacía sentir una infinita felicidad, una que no era capaz de explicarse.

- "¿Así se siente despertar al lado de un hombre?" - se preguntaba, mientras sentía como también él la rodeaba con sus brazos, muy consciente de que - por la posición en la que se encontraban - no había dudas de que había sido ella la primera en acercarse a él.

Estaba casi embriagada por todas esas nuevas sensaciones, y debido a eso, en un deseo llevado más por el corazón que por la razón, decidió que no quería moverse; quería seguir experimentando todo aquello que el estar ahí le producía.

André era uno de sus seres más queridos y habían crecido como hermanos, pero en realidad no eran hermanos. ¿Estaba bien sentirse así con él?... ¿Qué era todo eso que estaba sintiendo? - se preguntaba, aún sin poder comprender todo aquello. Nunca antes se había sentido tan feliz como hasta ese momento y no entendía qué era lo que estaba pasando, sin embargo, tampoco quería entenderlo; sólo quería seguir sintiéndose como hasta ese momento, teniendo como única certeza que hubiese deseado quedarse ahí para siempre.

- "Mi André..." - susurró sin darse cuenta, y acarició su rostro contra el pecho de su compañero.

La manta que originalmente la cubría ya yacía sobre el suelo, y únicamente estaban separados por una delgada manta, por lo que ella podía sentir - con su propio cuerpo - el cuerpo de su compañero en toda su magnitud: su amplio torso, sus cálidos pero fuertes brazos, sus largas y fornidas piernas; ahí, quizá también por primera vez, Oscar fue totalmente consciente de que André era todo un hombre. Entonces aquella intensa sensación de felicidad empezó a transformarse en agitación, su respiración se hizo más lenta y, a su vez, su corazón empezó a latir cada vez más rápido, tanto, que temió que la fuerza de sus latidos despertaran a su mejor amigo. Entonces Oscar, asustada por las reacciones de su propio cuerpo, se levantó lo más rápido que pudo, se cubrió con la larga bata blanca que había llevado al viaje, y se dirigió hacia la ventana para buscar algo de calma.

- Oscar. - le dijo André de repente y ella se sobresaltó. - Buenos días... - agregó él, y la observó con una alegre sonrisa desde la cama donde aún se encontraba recostado.

- Buenos días, André. - respondió ella, pero no se atrevió a mirarlo por temor a que su rostro la delate, y continuó mirando fijamente hacia el exterior.

- ¿Pudiste dormir bien después de tu pesadilla? - le preguntó André, y se sentó apoyando su espalda sobre la cabecera de la cama.

- Sí, dormí bien. - respondió ella, tratando de tranquilizarse para evitar que el corazón se le saliera del pecho.

- Que bueno. - le respondió André, sinceramente aliviado.

Al parecer el nieto de Marion era ajeno a todo lo que había pasado, sin embargo, si le estaba pareciendo extraño que Oscar no voltee a mirarlo.

- ¿Desayunamos? - preguntó él de repente mientras se levantaba de la cama, pero ella se mantuvo en silencio. Estaba totalmente descolocada y con el corazón acelerado, pero André seguía sin percatarse de ello. - Saldré de la habitación para que puedas cambiarte de ropa, y yo lo haré en los aseos del pasillo. ¿Te parece si nos vemos en el comedor? - le dijo.

- Sí, está bien. - respondió ella, tratando de recuperar el aliento.

Y luego de tomar sus cosas para salir, André contempló por algunos segundos a su amada amiga; ella seguía mirando hacia el exterior, ostentando - sin darse cuenta - el hermoso cabello rubio que le llegaba a la cintura.

Tras ello, André dirigió su mirada hacia la cama que había compartido con Oscar. Para él había sido como un sueño dormir al lado de la mujer que amaba, aunque no hubiese pasado nada entre ellos.

Él no recordaba que, durante varias horas, habían dormido fundidos en un largo abrazo, y aún así, se sentía inexplicablemente feliz.

...

Fin del capítulo