Capítulo 6

La tormenta

Era la mañana del segundo día en Abbeville, y luego de alistarse, André bajó al comedor del alojamiento en donde tanto él como Oscar habían pasado la noche.

El lugar era bastante acogedor a pesar de ser tan sencillo. Las mesas redondas estaban dispuestas de manera muy ordenada y cada una de ellas estaba cubierta por un delgado mantel color gris claro, con margaritas bordadas a los extremos.

Con dificultad, André había logrado apartar una de las mesas del pequeño comedor, y es que Doña Eloísa no había mentido cuando dijo que no habían más habitaciones disponibles, ya que el lugar estaba colmado de huéspedes, los cuales, en su mayoría, eran intelectuales, estudiantes y comerciantes.

La heredera de los Jarjayes no se encontraba con él en ese momento; se había quedado alistándose en la habitación que ambos había compartido la noche previa, y mientras la esperaba, André aprovechaba el tiempo anotando en una pequeña libreta las cosas que había observado hasta ese momento en las calles de Abbeville.

De pronto, todas las conversaciones cesaron y las miradas se dirigieron hacia un único punto. "¡Qué mujer tan hermosa!" - murmuraron algunos de los presentes, y ante el alboroto, André levanó la mirada con curiosidad.

Era Oscar, quien - luciendo un sencillo vestido color turquesa - acababa de presentarse en el comedor, y buscaba con la mirada a su compañero de viaje, logrando encontrarlo en una de las mesas que se encontraban al extremo de aquel salón.

Al verla, André quedó nuevamente impactado por su belleza. Su alta y esbelta figura, su hermoso rostro, su brillante cabello rubio... No había mujer más hermosa en toda Francia, y mientras la observaba, él no podía hacer otra cosa que no fuera simplemente admirarla.

Entonces, con una elegancia poco común entre la gente del pueblo, Oscar caminó hacia André, ignorando a su paso todas las miradas, y él, quien desde la tarde anterior se hacía pasar por su esposo, se levantó para recibirla, mientras intentaba - sin mucho éxito - disimular el gran amor que sentía por ella.

Al verlos uno al lado del otro los comensales quedaron aún más asombrados. ¡Que bella pareja son! - murmuraron algunas de las mujeres que se encontraban ahí, mientras que, en respuesta, los hombres asentían con la cabeza; para todos ellos ver a André y a Oscar juntos era casi como admirar una bellísima obra de arte.

Y maravillada al igual que el resto de los presentes, Doña Eloísa se acercó a ellos.

- Buenos días... ¿Durmieron bien?- les preguntó, mientras André acomodaba la silla de Oscar para que tome asiento.

- Buen día, Doña Eloísa. Sí, dormimos muy bien. Gracias. - le respondió el nieto de Marion con amabilidad, mientras se sentaba al lado de la que se suponía era su esposa.

Tras escucharlo, Doña Eloísa se mantuvo en silencio y los miró muy emocionada; no podía ser indiferente a la belleza de ambos, una belleza que se potenciaba cuando estaban juntos como pareja.

- Debo decirlo... - dijo de pronto, sin poder contenerse más. - ¡Son la pareja más hermosa que he visto en mi vida! - exclamó a viva voz y tomando por sorpresa a Oscar y a André, los cuales, abrumados por sus palabras, rieron nerviosos; Doña Eloísa tenía el don de hacerlos sentir incómodos, aunque era una incomodidad que lejos de molestarlos los hacía sonrojar.

Y tras unos instantes, la bondadosa mujer se dirigió nuevamente a ellos.

- Por favor, siéntanse como en su casa. Enseguida pediré que les traigan algo de desayunar. - les dijo finalmente, y tras ello, se retiró rápidamente para poder atenderlos.

- Gracias Doña Eloísa. - le respondió André ya a unos metros de distancia de ella, y tratando de actuar con naturalidad, volvió a dirigir la mirada hacia su compañera de viaje.

- Oscar, ¿estás preparada para partir? - le preguntó.

- Sí… - respondió ella bajando la mirada con melancolía, pero él no se dio cuenta de que algo le pasaba porque de inmediato se distrajo buscando entre sus notas la dirección de su siguiente destino.

Y ahí, en aquel sencillo recinto, Oscar volvió a contemplarlo casi hipnotizada, y recordó con nostalgia todo lo que había sentido al despertar entre sus brazos.

- "Que afortunada será la mujer que se convierta en tu esposa…" - pensó, y en aquel instante, André retornó la vista hacia ella y se encontró con la tristeza de su rostro.

- Oscar…. ¿Qué te pasa? - le preguntó preocupado.

- Nada… - respondió ella, sin intención de sacar de sus dudas a su compañero de viaje.

Pero André ya no soportaba más esa incertidumbre. Oscar estaba comportándose de una manera muy extraña desde que llegaron a Abbeville, y él necesitaba saber qué era lo que en realidad le ocurría para poder ayudarla.

- Me dijiste que querías que fuera feliz durante estos días... - le dijo. - ... pero yo no puedo ser feliz sabiendo que algo te sucede. - y tras hacer una pausa, André decidió abordar el tema que había estado inquietándolo desde que salieron de Normandía. - ¿Acaso estás muy incómoda por tener que usar todos estos vestidos? - le preguntó, y Oscar lo observó en silencio.

No quería mentirle y tampoco quería que sienta que no confiaba en él, pero ¿qué podría decirle?.

Todo lo que había ocurrido hasta ese momento era que se sentía muy mal siendo testigo de toda esa miseria y también muy descolocada al tener que representar el papel de una mujer ordinaria cuando siempre se le había exigido tener la fortaleza de un hombre. Sin embargo, si le decía eso, también tendría que confesarle que toda esa confusión e inseguridad había desaparecido mágicamente luego de despertar entre sus brazos.

André siempre había logrado calmarla y ella siempre había podido refugiarse en él cuando se sentía triste o frustrada. Sin embargo, lo que había sentido al despertar esa mañana había sido algo totalmente nuevo para ella. Fue una de las sensaciones más extrañas - pero a la vez más hermosas - que había experimentado en toda su vida. Fue como si la unión que tuvieron al fundirse en ese abrazo prolongado - mientras dormían en aquella pequeña cama de su habitación - hubiese reparado absolutamente todas sus heridas. "¿Qué fue eso?" - se preguntaba sin poder comprender lo que pasó, y quizá no lo entendía porque nunca había pensado en su mejor amigo de una manera romántica, al menos no de manera consciente.

Años atrás, cuando André la besó bajo la luz de las estrellas, ciertamente se dejó llevar por él completamente, y todo su cuerpo vibró al sentir los labios de su amigo de la infancia sobre los suyos. Sin embargo, luego de aquel evento y ya más calmada, Oscar pensó que - después de todo - él era un hombre y ella una mujer, y que por eso resultaba natural haber sentido eso con él.

No obstante, aunque siempre había atesorado ese momento como uno de los recuerdos más bellos de su vida, ella evitaba pensar en André de esa manera, y muy probablemente la razón por la que hacía eso se remontaba a su niñez.

Cuando ambos se conocieron, André tenía seis años y Oscar apenas cinco. La madre del pequeño André había muerto hacía pocos meses y, debido a ello, Marion le solicitó a sus patrones poder llevarlo a vivir con ella a la mansión Jarjayes, y así poder cuidarlo.

El patriarca de la familia accedió de inmediato; Oscar necesitaba con urgencia una influencia masculina aparte de la suya, y quien mejor que André para jugar con ella. Sin embargo, su primer encuentro fue accidentado, y es que la primera acción de Oscar al conocerlo fue la de desafiarlo con su espada, y eso asustó mucho al nieto de Marion quien corrió a refugiarse en los brazos de su abuela.

No obstante, en los siguientes días ambos se volvieron inseparables y todos en la mansión hablaban sobre ello: "La niña Oscar y el pequeño André se llevan muy bien." - comentaban, y es que a ellos les gustaba hacer todo juntos: montar a caballo, nadar en el río, trepar a los árboles e inventar miles de juegos.

El general Jarjayes estaba encantado con el hecho de que su heredera jugase con un niño de su edad en igualdad de condiciones, y no veía mal que se peleen a golpes como dos hermanos. Incluso alentaba el hecho a espaldas de la nana, pues quería que Oscar sepa cómo defenderse en la vida que él había planeado para ella. No obstante, no eran frecuentes las peleas entre ellos, ya que cuando tenían diferencias preferían solucionarlas desafiándose a un duelo de espadas, competencias en las cuales - para frustración de André - Oscar siempre resultaba vencedora.

Algunos años más tarde, cuando ambos se adentraban en la pre-adolescencia, Marion empezó a notar que Oscar estaba muy apegada a su nieto, incluso más que él a ella.

Por aquellos días, André había comenzado a tener mucho interés por los libros, y su pasión por ellos lo impulsaba a pasar mucho tiempo en la lectura, sin embargo, aún disfrutaba compartir los días con su amiga de la infancia, y durante sus momentos juntos le contaba con emoción todo lo que había aprendido mientras ella lo miraba atenta y sin parpadear, deseosa de aprender al mismo ritmo que él para no quedarse atrás.

Al observarla, Marion empezó a preocuparse; finalmente eran un niño y una niña acercándose a una edad difícil y - anticipándose al desastroso escenario en el cual Oscar pudiese enamorarse de André - la nana aprovechaba los momentos en los que la atendía para hablarle del futuro; un futuro en el que su nieto conocería a una joven de su misma clase social y se casaría con ella; un futuro en el que Oscar, seguramente, estaría viviendo en Versalles para ese entonces.

Poco a poco, y desde muy niña, la heredera de Regnier fue interiorizando que el destino de su mejor amigo iría por un camino muy diferente del suyo. Incluso, en alguna oportunidad, cuando ya se encontraba comandando la Guardia Real, su madre le comentó que el día que André decida tener una familia lo propondría como administrador de las propiedades de los Jarjayes en Arrás, ya que - naturalmente - necesitaría establecerse en algún lugar.

Oscar no fue indiferente a aquel comentario. Ella no se veía a sí misma sin André a su lado, y hasta ese día no se había detenido a pensar en que él no podría continuar junto a ella para siempre, ya que el estilo de vida que llevaba siendo su asistente era casi incompatible con la vida familiar, y André tenía derecho a tener una.

Sin embargo, los años pasaban y ellos permanecían juntos.

En todo ese tiempo, la hija de Georgette y Regnier jamás se había atrevido a preguntarle a su mejor amigo sobre esa parte de su vida personal; asumía que había tenido relaciones con mujeres pero nunca hablaban sobre eso; a pesar de ser la persona más cercana a él ese era un tema que prefería no abordar, ya que se le hacía sumamente incómodo. Oscar no tenía idea de que el corazón de André solo latía para quererla a ella, y que - por más que lo intentaba - no podía dejar de amarla, aún sabiendo que el suyo era un amor imposible.

Pasaron los años y Oscar conoció a Fersen.

Ella no se sintió atraída hacia él de inmediato; tuvieron que pasar algunos años antes de que ella se dé cuenta de que había empezado a sentir algo por el conde.

Sin duda, el momento que marcó un antes y un después en su relación fue cuando Fersen se ofreció a morir junto a André y a Oscar por no estar de acuerdo con la decisión de Luis XV de sentenciar a muerte al nieto de Marion. Él, que había presenciado todo lo que pasó, consideró injusto que André sea sacrificado por una negligencia de la princesa, a pesar de que - en ese momento - Hans ya estaba enamorado de la que sería la reina de Francia.

Irónicamente, en aquel momento Oscar empezó a sentir una gran admiración y gratitud hacia él, admiración y gratitud que pronto se transformaría en amor, aunque en un amor más platónico que verdadero.

Cuando Fersen regresó a Francia, luego de luchar en la guerra de independencia de Estados Unidos, Oscar pensó sinceramente que él podría ser el único hombre al que sería capaz de amar. Sin embargo, después de darse cuenta de que Hans nunca olvidaría a María Antonieta, decidió renunciar a él sintiendo un profundo dolor al hacerlo, ya que no solo renunciaba a Fersen, sino también a esa vida de mujer que le había sido arrebatada en su juventud.

No obstante, todo eso había quedado atrás, o al menos eso era lo que pensaba Oscar. Hasta ese momento, la hija del General Jarjayes no sabía que - posteriormente - sus sentimientos quedarían totalmente expuestos ante Fersen, y que ella tendría que enfrentarse al dolor de escuchar de los propios labios del conde que nunca iba a ser correspondida, pero ahora estaba en Abbeville con André, bastante intrigada por lo que había experimentado aquella mañana, y mil preguntas comenzaron a hacer eco en sus pensamientos. ¿Era normal haberse sentido así?... No lo sabía; pero lo mejor que podía hacer era olvidarse de todo eso y concentrarse en sus siguientes pasos, ya que tenían muchas cosas por hacer.

Entonces, y muy determinada a seguir ese camino, Oscar tomó con ambas manos las manos de su compañero, y lo miró a los ojos para tratar de tranquilizarlo.

- No te preocupes por mí André. - le dijo. - Efectivamente me he sentido muy incómoda poniéndome todos estos vestidos, pero por otra parte nunca me había hecho pasar por otra persona, y me resulta muy emocionante poder hacerlo. - agregó, y tras escucharla, André sonrió también, sintiéndose más tranquilo.

Luego, ella continuó:

- Sin embargo, tengo que confesarte que también me siento muy preocupada por los problemas de nuestro país, y muy impotente por la realidad de nuestros compatriotas. - le dijo. - Si yo hubiese nacido en otras circunstancias podría ser cualquiera de esas mujeres que buscan trabajo desesperadamente, con la angustia de no saber si mañana sus hijos tendrán algo que llevarse a la boca. - agregó Oscar.

Y tras una larga pausa, volvió a dirigirse a él.

- André, yo tuve la suerte de nacer en una familia noble, y tuve privilegios que ninguna de estas personas tiene. - le dijo. - Cuando pienso en eso siento que es muy injusto que yo lo tenga todo y ellos no tengan nada. - mencionó la heredera de los Jarjayes, y de inmediato, André envolvió sus manos con las suyas.

- Oscar, haces más por los pobres que cualquier otro aristócrata que yo conozca. No seas tan dura contigo misma. - le dijo André, y ella lo miró en silencio. - La verdad es que para mí también ha sido muy difícil darme cuenta de todo lo que está sucediendo en Francia, pero hay que seguir adelante con el plan. - agregó, tratando de darle fortaleza para continuar.

Y tras ello, André volvió a dirigirse a ella.

- ¿Sabes Oscar?... El sólo hecho de que se te haya ocurrido hacer todo esto, e incluso el hecho de aceptar lucir todos estos atuendos para averiguar más sobre lo que está pasando al interior de nuestro país, me hace respetarte aún más. Eres la mujer más admirable que conozco. - le dijo, dejándola sin palabras, y mirándola con todo el amor que sentía por ella.

De pronto, ambos comenzaron a sentirse observados. Era Doña Eloísa, la cual - desde la puerta - contemplaba esa romántica escena totalmente fascinada, y, sintiéndose expuestos, ambos se soltaron de inmediato.

- Bueno... Es hora de avanzar. - resolvió André, un poco más relajado.

- Tendremos que seguir casados mientras dure nuestra pequeña misión. - comentó ella.

- Claro que sí, seguiré siendo tu esposo. - respondió él. - Pero déjame decirte que no soy un chico fácil. - le dijo bromeando, y sonriendo, empujó suavemente la nariz de Oscar con su dedo índice, lo cual la hizo sonreír de inmediato.

Tras ello, ambos se levantaron de la mesa, tomaron sus maletas de la habitación donde habían dormido, se despidieron de Doña Eloísa, y se dirigieron a la estación de carruajes para partir hacia su siguiente destino.

...

El siguiente poblado era más comercial.

Al llegar, tanto Oscar como André notaron que las personas iban y venían de un lado a otro ofertando sus productos; también había pobreza, pero no tanta como en el primer pueblo que habían visitado.

Dejaron sus cosas en las dos habitaciones que habían separado y empezaron a caminar por los alrededores. En las calles seguían fingiendo ser un matrimonio, pero en el hotel cada uno tenía su propia alcoba, las cuales eran más amplias y cómodas que las de la modesta pensión donde trabajaba Doña Eloísa.

De repente, un grupo de gente acumulada en una pequeña plaza llamó la atención de ambos, y se acercaron hasta quedar en la primera fila ya que querían ver de cerca qué era lo que estaba sucediendo.

En el centro de la plaza había un improvisado estrado, el cual tenía pegadas varias pancartas en contra de la realeza, la nobleza y el clero. Tras leer aquellos insultos, André tomó la mano de Oscar para tratar de tranquilizarla, y ella la sostuvo con fuerza para darse el valor de tener que leer todos esos agravios.

Unos minutos después, un joven apareció para dirigirse a todos los presentes, y ellos alcanzaron a escuchar que su nombre era Jaques, y que ejercía como abogado de los más humildes en aquella ciudad.

- Hermanos, tal como lo prometimos, estamos aquí porque ya no podemos seguir siendo ajenos al sufrimiento de nuestra gente. - dijo Jaques, tratando de que su voz sea lo bastante fuerte como para que todos puedan escucharlo.

Y tras una pausa, continuó:

- Hoy queremos compartir con ustedes los testimonios de aquellos compatriotas que han sufrido en carne propia los estragos de la miseria en la que se encuentra gran parte de la población francesa debido a las extravagancias de la reina y de su séquito. ¡Esto no puede continuar así!... ¡Tenemos que hacer algo antes de que la ineptitud de Luis XVI y la falta de escrúpulos de la Austriaca acaben con nuestro país!. - exclamó, y los presentes gritaron enardecidos ante la absorta mirada de Oscar y André, quienes - por primera vez - eran testigos directos del odio que los ciudadanos le profesaban a sus reyes.

Y nuevamente, Jaques volvió a dirigirse a todos:

- Ahora quisiera darle la palabra a George, un hermano francés que al igual que nosotros está harto de la tiranía de nuestros monarcas. - comentó Jacques. - George, por favor, adelante... Ven sin temor a contarnos tu historia. - dijo él, dirigiendo su mirada hacia donde se encontraba un joven pálido y delgado, el cual probablemente no tendría más de treinta años.

Entonces George subió al estrado, y tratando con esfuerzos de levantar el volumen de su voz, se dirigió a sus compatriotas.

- Buenas tardes a todos... - dijo el joven. - Estoy aquí porque he venido a pedir justicia. - agregó.

Y respirando profundamente, en un claro intento por llenarse de valor, prosiguió:

- Hasta hace un año viví con mi esposa y mis cuatro hijos en el poblado vecino. - empezó a relatar. - Vivíamos de la agricultura, pero pronto nos dimos cuenta que el dinero que nos daban por los productos que cultivábamos no nos alcanzaba para comer, y mi esposa y yo, en nuestra desesperación, empezamos a hacer que nuestros hijos trabajen en las tierras vecinas, aún sabiendo que eran demasiado pequeños para hacerlo. - agregó.

Y luciendo muy arrepentido, continuó.

- Aun así, la cantidad de impuestos que pagábamos era tan exorbitante que todo lo que nos quedaba sólo alcanzaba para alimentarnos con un mendrugo de pan a diario, y poco a poco mis hijos comenzaron a enfermar... - les dijo. - Estaba asustado y no sabía qué hacer... Toqué puerta por puerta cada casa de mi pueblo en busca de un médico que me ayudara, y me topé con un hombre generoso que me ayudó a contactar a uno. Sin embargo, ya era tarde... El doctor me dijo que la desnutrición de mis hijos era tan severa que ya no había nada que pudiera hacer por ellos. - comentó.

Y tras decir esto, amargas lágrimas comenzaron a descender de su rostro, y su voz empezó a quebrarse.

- En un plazo de seis meses tuve que ver como uno a uno mis cuatro hijos perdían su batalla contra la muerte. - les dijo. - Mi mujer estuvo con ellos hasta el último minuto, pero después ella misma terminó con su vida lanzándose al río... - agregó desconsolado. - Hermanos, yo no debería estar aquí... ¡es por una broma del destino que sigo con vida!... Sin embargo, si les cuento todo esto es porque quiero justicia para mi familia, y porque deseo que nadie más vuelva a pasar por el infierno por el que yo pasé. - les dijo.

Los ojos de George estaban llenos de dolor; había sufrido mucho, quizá demasiado para una sola vida.

Y tras escucharlo, todos los presentes compartieron su dolor, y - junto con él - se llenaron de tristeza, de rabia y de impotencia.

El joven abogado - que parecía ser el organizador de aquella multitudinaria reunión - se acercó a él y lo abrazó para tratar de consolarlo, y luego de decirle algo sólo a él volvió a tomar la palabra.

- George, a nombre de todos los que te escuchamos te doy las gracias por tu valor. - comentó, mientras George descendía del improvisado estrado luciendo absolutamente devastado.

Jaques continuó:

- Compatriotas, este no es un caso aislado. - les dijo a los presentes. - Esta historia se repite una y otra vez en nuestra nación, ¡Y no podemos seguir tolerándolo más!... - les dijo enardecido, pero luego de unos segundos volvió a recuperar la calma. - Ahora, quiero darle la palabra a Jean-Marie, una ciudadana que al igual que George ha sufrido la indolencia de los reyes y de la nobleza... Por favor Jean-Marie, acércate. - le dijo a la joven, y ella subió al estrado.

La muchacha era blanca, de cabello castaño y ojos cafés, y al igual que George lucía pálida y hambrienta, pero con un enorme valor, tomó la palabra para dirigirse a los presentes.

- Buenas tardes, mi nombre es Jean-Marie... - les dijo. - Vengo de un pueblo muy alejado al cual regresaré luego de contarles mi historia, ya que no tendría el valor para volver a mirarlos a los ojos luego de decirles lo que les voy a decir...

Y tras decir esto, Jean-Marie hizo una pausa y respiró profundamente.

- Por favor no crean que siempre he sido como me ven ahora. - les dijo. - Antes yo era una joven llena de ilusiones, la cual soñaba con lo que toda mujer sueña; quería trabajar, conocer a un buen hombre y formar una familia. Sin embargo, la tiranía en la que vivimos destruyó mi vida por completo. - agregó, mientras recordaba con tristeza su presente. - Yo provengo de una familia humilde pero trabajadora. - les comentó. - Teníamos problemas para poder subsistir, pero cuando los reyes ascendieron al trono pensamos que las cosas mejorarían... sin embargo, todo empeoró... - dijo con rencor. - Poco a poco, con el aumento de los impuestos, las cosas comenzaron a volverse insostenibles para nosotros, y debido a las preocupaciones mi padre enfermó gravemente y las cosas en casa se complicaron aún más, ya que no solo teníamos que conseguir dinero para que la familia pudiese comer, sino también para comprar sus medicinas. - les dijo. - ... Sólo Dios sabe todas las horas que caminé buscando un empleo digno... pero al ver que nadie me lo daba tuve que optar por el único camino que encontré para ayudar a mi familia: empezar a vender mi cuerpo por dinero...

Y tras hacer esa terrible confesión públicamente, la joven empezó a llorar desconsoladamente ante la mirada de todos los presentes, quienes lejos de juzgarla, sintieron una gran compasión por ella.

Y entre sollozos, Jean-Marie continuó con su discurso.

- He sido víctima de vejaciones y humillaciones, y en varias oportunidades he pensado en quitarme la vida. Sin embargo, me aterra dejar a mi familia sola... Estoy segura de que morirían y no me atrevo a abandonarlos. - les dijo. - Por eso estoy aquí, porque debo seguir luchando, y la única esperanza a la cuál me aferro para seguir viviendo es pensar que algún día las cosas van a cambiar. - agregó finalmente, aunque había rabia en su mirada.

Y luego de que Jacques le agradeciera por dar su testimonio, la joven bajó del estrado, siendo reconfortada de inmediato por algunas de las mujeres presentes en el lugar.

No obstante, aquella tortuosa reunión aún no había terminado, porque a los testimonios de George y Jean-Maríe se sumaron muchos otros más, y tras escucharlos, André y Oscar quedaron devastados.

...

Una hora después, y ya finalizado el evento, los compañeros de viaje comenzaron a caminar sin rumbo fijo.

Iban en silencio, tomados del brazo - aunque más para sostenerse el uno al otro que para fingir ser un matrimonio - y ya ni siquiera observaban lo que sucedía a su alrededor.

- Oscar, regresemos al hotel... - dijo de pronto André, aún conmocionado por todo lo que había escuchado, y ella asintió con la cabeza.

Al llegar a su alojamiento, el nieto de Marion le solicitó al personal de servicio que les lleven la comida a la habitación de Oscar, y tras ello, ambos se dirigieron hacia allá para esperarlo.

- Oscar, será mejor que vaya solo a la reunión nocturna de hoy. - le dijo André, mientras caminaban por el pasillo. - Como recordarás, no hay mujeres en ese tipo de reuniones, y no quiero exponerte llevándote conmigo. - agregó, aunque su principal intención era obligarla a descansar.

Había sido demasiada información para ambos, pero sobre todo para ella, a quien le afectaban mucho los insultos hacia la realeza a la que ella servía, y hacia la nobleza de la cual formaba parte.

Y tras pensarlo unos segundos, la hija del General Jarjayes dirigió su mirada hacia él.

- Está bien, André. Es lo mejor. - le respondió. - Pero luego quiero saberlo todo, aunque sea difícil de escuchar... - agregó con tristeza.

- Descuida Oscar, te contaré todo lo que averigüe. - le respondió él, mientras abría la puerta de la habitación de su amiga.

...

Tan solo media hora después, ambos ya se encontraban almorzando, pero ninguno de los dos se sentía en capacidad de dirigirle la palabra al otro. Ambos sabían que ni Luis XVI ni su séquito serían capaces de solucionar los problemas de los que habían sido testigos desde que llegaron a Abbeville; la corte dependía enteramente de los impuestos, ya que luego de la Guerra de Independencia de EEUU en la que Francia había colaborado, habían adquirido una gran deuda, por tanto, sabían que no estarían dispuestos a rebajarlos a menos que el pueblo haga algo radical.

Luego de comer, ellos se separaron, y cada uno descansaba en su habitación, pero aunque estaban agotados ninguno de los dos había logrado conciliar el sueño.

...

Un par de horas más tarde, André llamó a la puerta de la habitación de Oscar para despedirse de ella antes de ir a la reunión clandestina en donde - supuestamente - se conspiraba contra la monarquía para dar paso a una "nueva era". Ese era el último paso de su plan y André estaba dispuesto a llevarlo a cabo hasta el final.

- Oscar, ya me voy. - le dijo a su compañera, luego de que ella le abriera la puerta.

- Está bien, André. Ten cuidado. - le respondió ella.

- Lo tendré.- agregó él, y le sonrió dulcemente.

Entonces André notó que Oscar ni siquiera se había cambiado de ropa: seguía con el mismo vestido color turquesa con el que había empezado el día, y aunque le gustaba verla así de bella, le preocupó pensar que no hubiese tenido la fuerza suficiente para cambiarse, porque él había estado en ese mismo estado de conmoción hasta que llegó la hora de dirigirse hacia su siguiente objetivo de investigación.

- Oscar, ponte algo más cómodo e intenta dormir. - le aconsejó. - Mañana temprano vendré a buscarte para contarte todo. Esta es nuestra última noche aquí, y necesitas descansar para el viaje de retorno. - le dijo.

- Esta bien, André. - le respondió Oscar. - ¿Me das una señal cuando hayas vuelto? - le preguntó, sonriendo dulcemente. - No creo que pueda dormir mucho de todas formas.

- Claro que sí. - respondió él, devolviéndole la sonrisa. - Te avisaré cuando haya retornado.

Y tras decir esto, André salió de la habitación, bajó hacia el primer piso y tomó uno de los caballos del alojamiento para partir raudamente hacia su nuevo destino.

Mientras tanto, en su habitación, Oscar no podía sacar de su mente el dolor del que había sido testigo, pero sabía que tenía que descansar, por lo que se puso su largo camisón blanco de seda, y se recostó en su cama.

...

Un par de horas más tarde, André llegó nuevamente a su alojamiento. Al ingresar, encontró en el mostrador al encargado de la recepción, el cual se encontraba muy entretenido leyendo un diario local.

- Buenas noches, Antoine. ¿Me podrías prestar una pluma? - le preguntó el nieto de Marion al joven recepcionista.

- Claro que sí. - le respondió él, mientras le acercaba una de sus plumas y una hoja de papel.

Entonces, apoyándose en el mostrador, André escribió unas palabras, y mientras lo hacía, notó que en el florero de la recepción se encontraban unas bellas rosas blancas, al parecer cortadas ese mismo día.

- Antoine... ¿Puedo llevarme una de estas rosas? - preguntó André.

- Por supuesto. - respondió el joven amablemente, y tras escuchar su respuesta, André eligió la rosa más bella y la colocó en el bolsillo de su capa con mucho cuidado.

De pronto, un trueno se abrió paso en el silencio de aquella noche, dando paso a una fuerte tormenta, y tomando otra hoja de papel, André escribió otra nota, y tras ello, subió al segundo piso, donde se encontraba la habitación de Oscar y también la suya.

Unos segundos más tarde, la heredera de los Jarjayes fue sorprendida por tres golpes a su puerta, tres golpes que por alguna razón se le hicieron conocidos, y de inmediato, una hoja de papel y una rosa se deslizaron por debajo de ella, y sorprendida, se levantó de la cama y se aproximó para recogerlas.

Y mientras sostenía a la bella rosa blanca, leyó lo que decía la nota que venía con ella.

Una rosa para mi bella esposa...

P.D. : Ya estoy de regreso...

Entonces, y por primera vez desde que presenciaron los discursos de la pequeña plaza donde habían estado aquella tarde, Oscar sonrió. Tal como le había prometido, André le estaba anunciando su llegada, y ella se sintió aliviada de tenerlo cerca nuevamente.

Unos segundos después, una segunda nota se deslizó bajo su puerta, y la heredera de los Jarjayes se reclinó para recogerla y la leyó de inmediato:

Se ha desatado una tormenta...¿Quieres intercambiar tu habitación con la mía?

A diferencia de la habitación de André que daba hacia el interior del hotel, la habitación de la hija de Regnier tenía una ventana hacia el exterior, y él - recordando lo que ella le había contado con respecto a su miedo a los truenos - pensó que sería una buena idea que Óscar tome su habitación, ya que así estaría más alejada del ruido.

Pero ella solamente sonrió, y - apoyada sobre la mesa donde habían almorzado algunas horas antes - escribió una respuesta para él.

Querido esposo, trataré de soportar el ruido por esta vez...

Y luego de levantar del suelo la nota que - al igual que él - ella también había deslizado por debajo su puerta, André la leyó y, sin poder evitar emocionarse por aquellas palabras, contempló por algunos segundos aquel bello mensaje. Tras ello, se dirigió nuevamente a su mejor amiga, pero esta vez con un suave susurro y gran ternura en su voz.

- Buenas noches, Oscar. Hablamos mañana... - le dijo, y ella se aproximó a la puerta.

- Buenas noches, André. - le dijo Oscar desde el otro lado, sin embargo, algo la inquietaba, a pesar de sentirse más tranquila sabiendo que André había regresado a salvo a su alojamiento.

...

Varios minutos después, el nieto de Marion, ya en su habitación, se disponía a dormir cuando, inesperadamente, alguien llamó a su puerta, y se levantó para ver de quien se trataba.

- Oscar... - dijo él, sorprendido de verla de pie en la entrada de su habitación.

Lucía algo intranquila, pero como siempre, hermosa. Estaba muy bien cubierta por una bata de seda ya que se acababa de levantar de la cama, y traía consigo una vela encendida que la había ayudado a atravesar el pasillo.

- ¿Puedo quedarme contigo? - le preguntó de pronto, y de inmediato, él se dio cuenta de que algo le pasaba.

- Claro que sí. - le respondió André.

No pensaba objetar nada esta vez; había sido un día realmente duro para ambos y entendió que eso - sumado al inicio de la tormenta - había hecho que ella se sienta vulnerable. André no necesitaba de mucha explicación para comprenderla; Oscar parecía fría por momentos, e incluso hasta dura, sin embargo, si había algo que lograba quebrarla era el sufrimiento de la gente debido a la pobreza.

Entonces Oscar apagó la vela que traía en las manos, se sacó la bata blanca que traía puesta y se recostó en uno de los lados de la amplia cama de la habitación donde se encontraban, y, casi al mismo tiempo, André apagó las velas de su mesa de noche y se recostó a su lado.

Y en ese preciso instante, en la más absoluta oscuridad, ella se acercó a él, lo rodeó suavemente con sus brazos y apoyó el rostro sobre su pecho, mientras que André, absorto ante las acciones de la mujer que amaba, no atinó siquiera a moverse.

- André... Sólo por esta noche... déjame quedarme así... - le pidió ella, casi en un susurro.

Y como reacción inmediata a sus palabras, André la rodeo completamente con sus brazos, y suavemente apoyó su rostro sobre el delicado cabello de la mujer que amaba.

- Entonces... tú también déjame permanecer así... Oscar.. - le dijo.

...

Fin del capítulo