Capítulo 7
El verdadero amor
En un pequeño poblado de Francia, al norte de París, un hombre y una mujer que se conocían desde niños estaban juntos en la tibia cama de un alojamiento, abrazándose tiernamente, y como nunca antes lo habían hecho.
Ella quería olvidar todo lo que había visto y escuchado, quería acallar a aquella voz de su conciencia que le decía que para Francia todo estaba perdido. Se requerían cambios tan radicales y la voluntad de los reyes era tan escasa, que Oscar sentía que era casi imposible solucionar esa situación, y que solo un milagro podía sacar a su país del agujero donde estaba metido.
- "Si tan solo pudiera regresar a ese momento..." - fue todo lo que había deseado luego de escuchar todos aquellos testimonios, recordando lo que había sentido al despertar entre los brazos de André aquella mañana.
Le había resultado imposible olvidar aquella hermosa sensación de paz y felicidad que había experimentado al lado del hombre al que conocía de toda la vida. Sin embargo, también trataba de luchar contra ese deseo, porque no era normal para ella sentirse así, y porque no lograba entender lo que le estaba pasando.
Fue debido a ese estado de confusión que prefirió no abrirle la puerta cuando él le anunció su llegada, y también por eso declinó su propuesta de intercambiar habitaciones, aun cuando la tormenta empezaba a hacerse cada vez mas intensa.
- "¿Y si simplemente voy a buscarlo?" - había pensado Oscar, a tan sólo unos minutos de despedirse de él. - "Necesito ver a André... y dudo que pueda dormir esta noche si no lo hago..." - pensó.
Y luego de dar varias vueltas en su cama, finalmente se decidió a ir a buscarlo.
- "No sé por qué me complico..." - se decía a sí misma, mientras se ponía de pie y se colocaba su bata para salir. - "¿Acaso es porque siento esta extraña necesidad de abrazarlo?... Que tontería... Nos hemos abrazado muchas veces en el pasado, es lo más natural entre nosotros... Además él no puede reprocharme nada... Hace unos años me besó mientras pensaba que estaba inconsciente y yo nunca le reclamé nada..." - pensó Oscar, tratando de justificarse. - "Sólo necesito estar cerca de él... al menos por un momento..."
Y sin pensarlo más, tomó una vela del candelabro que tenía encendido sobre su mesa de noche, y caminó por el pasillo en dirección a la habitación de su compañero de viaje, pero, a medida que avanzaba, iba reflexionando sobre si era correcto desear abrazarlo así, sobre todo en ese contexto; finalmente él era un hombre y ella una mujer, y desde hacía mucho habían dejado de ser unos niños.
Y en ese momento, Oscar se dio cuenta de que lo que estaba a punto de hacer era una locura.
- "Pero que me pasa..." - se reclamó a sí misma. - "Esto no puede ser correcto." - pensó.
Pero cuando estaba a punto de retroceder para regresar a su habitación, recordó que ahí solo la esperaba una larga noche de angustia recordando la miseria del pueblo francés, y decidió buscar a André de todas formas conteniendo su deseo de abrazarlo; estaba segura de que él entendería la razón por la que no quería estar sola esa noche. Sin embargo - ya estando en su habitación y al sentir que él se recostaba a su lado - no pudo evitar acercarse a él de la forma en que lo hizo. No estaba pensando; su actuar, e incluso sus palabras, habían sido guiadas únicamente por el instinto.
- "Él también me necesita..." - pensó, luego de escucharle decir que la deje abrazarla también, y dejándose abrazar se entregó a aquel hermoso sentimiento que ya había sentido esa mañana cuando estuvo entre sus brazos.
Mientras tanto, por su parte, André no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
- "¿Acaso estoy soñando?" - se preguntaba, mientras mantenía a la mujer que amaba aferrada a su pecho como un naufrago a la orilla.
Se sentía en el cielo; Óscar estaba ahí, recostada junto a él y abrazándolo con ternura en la oscura habitación de un alojamiento de Abbeville, y - al igual que ella - se sintió sobrecogido por una enorme sensación de paz, esa paz que solamente se puede sentir al abrazar a la persona a la que se está destinado a amar.
La conexión entre ambos era muy intensa, tan intensa que en ese momento sintió que habían nacido para estar así: uno al lado del otro. Y mientras se entregaba a toda esa felicidad de la que ya era cautivo, se dio cuenta de que también había empezado a desearla, y la idea de demostrarle su amor en cuerpo y alma empezó a nublar sus pensamientos.
Un día antes, tras quedarse solos en aquella pequeña habitación del alojamiento donde habían dormido la noche previa, el nieto de Marion se había convencido a sí mismo de que sería incapaz de perder la cabeza e intentar algo más con Oscar aún si ella le daba alguna señal. Sin embargo, nunca se imaginó vivir algo como lo que estaba viviendo en ese momento.
Y haciendo esfuerzos casi sobrehumanos para evitar dejarse llevar por sus instintos, André suspiró para tratar de sobreponerse a sus fantasías.
- "Mi querida Oscar, eres demasiado inocente para algunas cosas... " - le dijo desde sus pensamientos, mientras la observaba con una gran ternura. - "No tienes idea de lo que puedes despertar en un hombre comportándote así. "- pensó. Y una abrumadora seguridad de que ella también lo amaba lo invadió por unos instantes.
Lo sentía en cada poro de su piel, en cada célula de su cuerpo y en cada latido del corazón de su amada que por primera vez escuchaba al estar tan cerca el uno del otro. Sin embargo, también estaba convencido de que si ella se había atrevido a refugiarse así en él era debido a la angustia que sentía luego de presenciar el inmenso dolor de sus compatriotas.
Pasaron algunos minutos y Oscar se quedó dormida. Al lado de André, esa voz interior que la atormentaba se había calmado y al fin podía descansar.
¿Acaso ya lo amaba y no lo sabía? ¿Acaso sus verdaderos sentimientos hacia él estaban ocultos por un mecanismo de defensa que ella misma había creado ante el temor de perderlo ante alguna joven de su misma clase social, o en el momento en el que él se cansara de permanecer al lado de una mujer destinada a la vida militar?...
Ese era un gran misterio, incluso para ella misma.
- "Estabas realmente agotada..." - pensó André mientras la observaba, y besó tiernamente su frente sin dejar de abrazarla.
Tras ello, e intentando no despertarla, se levantó de la cama lentamente y salió de la habitación. Necesitaba tomar aire y relajarse antes de volver a recostarse junto a ella.
…
Habían pasado algunos minutos desde que André abandonó su habitación, y cuando regresó no pudo evitar detenerse, hipnotizado ante la imagen de Oscar dormida sobre su cama. Se veía tan hermosa que parecía un ángel, y quiso capturar esa imagen de ensueño para mantenerla para siempre en sus recuerdos.
La hija del General Jarjayes sin duda era muy hermosa; André había sido consciente de su gran belleza desde que la conoció, y más aún desde que descubrió su amor por ella.
A lo largo de su vida la había visto luciendo diferentes tipos de atuendos, como los vestidos que usaba durante sus clases de baile cuando era una niña, el elegante vestido que se puso para asistir al baile de la condesa de Conti siendo ya una mujer, y - por esos días - los sencillos atuendos de una plebeya, por ello, nadie estaba mejor calificado que él para afirmar que su belleza era incomparable.
Sin embargo, aun conociéndola tan bien como la conocía, nunca imaginó poder contemplar la imagen que veía en aquel momento; nada podría jamás superar aquella hermosa visión.
Su delicado cuerpo entre las sábanas mientras vestía únicamente un fino camisón de seda blanca, su desordenado cabello rubio cubriéndole una parte del rostro, sus largas y pobladas pestañas y esa expresión tan llena de paz lo tenían totalmente cautivado.
Su belleza no tenía comparación, y André se sentía privilegiado de saber que él era el único hombre que la conocía en todas sus facetas.
Todos veían en Oscar a una persona de carácter inalterable, controlada e inteligente, y los que la conocían un poco más admiraban su lealtad, su discreción y su coraje, además de su impactante belleza. Sin embargo, André la veía mucho más allá de todo eso; la veía más allá de su título de condesa, más allá de su rango militar, e incluso más allá de todas esas características tan admiradas por todos.
Ella era la amiga con la que creció, una amiga a la que conocía en sus momentos buenos y en sus momentos malos, en sus travesuras, en sus miedos, en su gran fortaleza para enfrentar la vida y en la fragilidad que ahora le mostraba.
Y sin dejar de contemplarla, se reclinó a su lado para acariciar su rostro. Ella susurró algunas palabras al sentirlo, palabras que él no comprendió, y al escucharlas André sonrió, enternecido por el gracioso modo en el que se había dirigido a él.
De pronto se sorprendió al darse cuenta de que había estado tan fascinado contemplándola que no había notado que Oscar había ocupado casi toda la cama; al parecer había cambiado de posición durante los minutos en los que él salió de la habitación. Entonces, con mucho cuidado, la deslizó hacia un lado para posteriormente recostarse junto a ella, y al sentirlo, ella, aún dormida, lo rodeó nuevamente con sus brazos.
- Te amo tanto... - le dijo André mientras sentía nuevamente el cuerpo de su mejor amiga sobre el suyo, y con una gran ternura volvió a envolverla entre sus brazos.
...
A la mañana siguiente André abrió los ojos. Por los rayos del sol que entraban por su ventana calculó que eran más de las nueve, lo cual era bastante tarde para ellos que acostumbraban despertar a las seis de la mañana.
Oscar permanecía en la misma posición en la que había estado cuando él se quedó dormido, y al sentirla, André respiró hondo, sintiendo como una felicidad indescriptible invadía su corazón, pero luego de unos minutos percibió que ella comenzaba a despertarse, y cerró los ojos para fingir que aún dormía.
Entonces, luego de levantarse con cuidado para evitar despertarlo, Oscar se detuvo al lado de su cama para observarlo pensativa, y por unos minutos la distrajo su masculina belleza.
- "¿Pero qué me está pasando?... Concéntrate Oscar..."- pensó ella. Sabía que André era un hombre atractivo, pero en esos momentos se prohibió así misma pensar en eso.
Luego murmuró.
- Ahora que hago para justificar mi comportamiento ante ti, André.
Él alcanzó a escucharla, y le hizo gracia su comentario.
Sabía que debía ayudarla a salir del problema en el que se había metido al tomar la iniciativa de abrazarlo. Él era igual de culpable de esa situación, sin embargo la conocía bien, y sabía que se haría responsable de todo lo acontecido la noche anterior.
Entonces, André empezó a moverse para fingir que despertaba, y Oscar se dirigió rápidamente a una ventana que daba al interior del hotel, tal como lo hizo la mañana anterior.
Y simulando estar muy relajado, él se estiró y bostezó antes de saludarla.
- Buenos días, Oscar... ¿Dormiste bien? - le dijo sin el menor reparo, y como si nada hubiese pasado.
- Buenos días, André. - le respondió ella, aunque lucía intranquila y sin saber que más decir.
- Hoy nos vamos de regreso a Normandía. Alista todas tus cosas; debemos partir de inmediato si queremos llegar a ver la puesta de sol. - le dijo con una sonrisa, pero Oscar volteó hacia él dispuesta a disculparse.
- André, con respecto a lo de ayer... Yo... no debí... - le dijo ella, pero André la detuvo.
- Oscar, ayer fue un día duro para ambos, y los dos somos igual de responsables de cualquier suceso extraño que pudiera haber ocurrido. - le dijo él tratando de tranquilizarla, y luego sonrió. - Prepara tus cosas, que ya debemos partir. - agregó.
Entonces Oscar asintió sintiéndose más calmada. Aunque André acostumbraba bromear, cuando se trataba de temas serios siempre sabía que decir, no obstante, para él las cosas no eran tan simples como pretendía demostrar.
Estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos hacia ella, pero esta vez esos sentimientos lo estaban sobrepasando, y estaba haciendo un verdadero esfuerzo para tratar de comportarse de la manera más normal posible. No obstante, se sentía muy abrumado.
Durante el camino de regreso a Normandía le comentó a su compañera todos los temas que se habían tratado en la reunión antimonárquica, y luego de algunas horas de viaje, llegaron finalmente a Normandía.
- Buenos días, Amelie... - le dijo Oscar a su ama de llaves, luego de ingresar en la mansión de la villa.
- Buenos días, Lady Oscar. Buenos días, André... ¿Lograron terminar todos sus pendientes? - preguntó ingenuamente Amelie, quien no tenía idea de para qué habían viajado juntos.
- Sí, Amelie. Hicimos todo lo que teníamos que hacer. - le respondió la dueña de casa. - Por favor... ¿nos preparas un baño caliente?... Quiero decir... un baño caliente para mí, y un baño caliente para André. - aclaró poniéndose nerviosa, y notando de inmediato que lo que dijo sólo había empeorado su frase inicial.
Afortunadamente para ella, André estaba tan distraído por lo que había ocurrido en Abbeville que ni siquiera la escuchó, y tras unos segundos, se dirigió a ella.
- Oscar, dejaré mis cosas en mi habitación... ¿Nos vemos luego? - le dijo.
- Esta bien, André. - le respondió ella, sin darse cuenta de lo que le pasaba.
Entonces, agotado de fingir que nada le ocurría, André se retiró, y al llegar a su habitación se recostó sobre su cama y miró al vacío totalmente descolocado; todo lo que quería era estar solo, al menos por un momento.
...
Un par de horas más tarde, el nieto de Marion salió de su habitación, luego de haberse dado un baño. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina en busca de Amelie, la cual, muy tranquila, secaba la vajilla recién lavada junto con otras sirvientas de la casa, y al llegar a su encuentro se dirigió a ella.
- Amelie, iré a caminar a la playa... - le dijo. - Regresaré en unos minutos.
- ¿Te vas solo? - le preguntó Amelie sorprendida, ya que él nunca salía sin Oscar. Pero André se mantuvo en silencio.
Y tras unos segundos, Amelie se dirigió nuevamente a él.
- André, ¿no preferirías que antes te sirva algo de comer?... La señorita me dijo que no les había dado tiempo de almorzar. - le dijo ella, y André, que ya avanzaba hacia la salida, se detuvo y volteó un segundo hacia ella.
- No, Amelie. No te preocupes... No tengo hambre. - le respondió él, y al escucharlo, Amelie se quedó absorta.
En todo el tiempo que lo conocía - que no era poco - jamás había escuchado que algo le quite el apetito al leal compañero de su ama, pero lo dejó partir sin decirle nada.
Entonces, André caminó hacia la playa, y una vez ahí se detuvo a observar el mar, tantas veces testigo de todas sus cabalgatas con Oscar, y unos minutos después sintió deseos de correr, y empezó a hacerlo a toda prisa. Tenía la imperiosa necesidad de alejarse de todo, de todos, y aunque su objetivo no había sido alejarse tanto de la villa, ya estaba a varios kilómetros de ahí.
Y mirando nuevamente en dirección al amplio océano, se preguntó:
- "¿Por qué?... ¿Por qué no puedo tener la libertad de decirte que te amo?... ¡Que nadie te amará como yo!"
Y ahí, sobrepasado por su gran dolor, cayó de rodillas y apoyó sus manos en la arena.
Su corazón estaba nuevamente roto ante la imposibilidad de expresar sus verdaderos sentimientos, por tener que callar. ¿Hasta cuándo tendría las fuerzas para soportarlo? - se preguntaba, abrumado por tener que cargar el peso de su inconfesado amor.
- "No puedo seguir así..." - se dijo a sí mismo.
Algo en su corazón se había despertado cuando ella lo abrazó repentinamente en su habitación del alojamiento de Abbeville esa mañana, y no se sentía capaz de volver a dejar dormido ese sentimiento. Estaba secuestrado por todo el amor que sentía hacia ella, sentirla entre sus brazos había avivado la esperanza de que Óscar lo amara tanto como él la amaba a ella, y no podía simplemente ignorarlo.
Pero era un amor imposible. Ella era una aristócrata y él un plebeyo, y aunque parecían iguales la realidad era que no lo eran. ¿A dónde podría llevarlo continuar albergando esos sentimientos?
En el supuesto caso de que ella también lo amara, una relación entre ambos sólo les acarrearía desgracias. Sin embargo, en caso de que ella sintiera lo mismo que él, estaría dispuesto a enfrentar cualquier cosa con tal de defender ese amor.
Había ahorrado lo suficiente como para comprar una pequeña villa en la frontera con Italia, y soñaba con ir a vivir con ella ahí, lejos de todo y de todos. No obstante, hacer que Oscar renuncie a su trabajo y a su familia para huir con él le parecía una locura.
Otra posibilidad era vivir su amor en la clandestinidad; de todas maneras ella nunca se casaría ya que su padre había trazado su destino que era muy joven. Sin embargo, aunque su amor por ella era capaz de soportar estar en la oscuridad, no le resultaba digno ni justo para Oscar. Si en verdad la amaba, ¿cómo podría someterla a algo como eso?
Todo parecía indicar que no había esperanzas para un amor así.
En el pasado había tratado de olvidarla, pero no había estado ni siquiera cerca de poder hacerlo. Ninguna mujer de las que había conocido se acercaba siquiera un poco a lo que Oscar representaba para él. Sin embargo, empezar una nueva vida lejos de ella parecía ser lo más razonable, y ahí, frente al amplio mar de Normandía, André sintió que debía enfrentarse nuevamente a su destino.
- "¿Acaso mi única salida es renunciar a ti para siempre?..." - se preguntó. Sin embargo, el sólo hecho de pensar en tener que olvidarla rompía su corazón en mil pedazos.
¿Cómo soltar a una persona que había sido y era tan importante para él?... Esa era una pregunta que se hacía cada vez que se planteaba la posibilidad de alejarse de ella para escapar de esa tortura de amarla sin esperanzas.
- "¡No puedo!" - pensó, golpeando la arena con sus manos, pero luego miró hacia el océano y sonrió resignado, sincerándose consigo mismo. - "No quiero..." - se dijo, y bajó la mirada sintiendo su alma destrozada.
Entonces, aún de rodillas y con las manos en la arena, miró nuevamente hacia el horizonte y reflexionó sobre el giro que estaba tomando el mundo ante sus propios ojos.
- "Una nueva era, una en la que no existan diferencias entre una clase social y otra... una en la que todos seremos iguales: Libertad, Igualdad y Fraternidad... ¡Qué utopía!... Pero por otra parte, que gran esperanza para nosotros... mi amada Oscar..." - pensó, sonriendo con tristeza.
De pronto, alguien lo sacó de sus pensamientos:
- ¡André! - le dijo una voz conocida y, sorprendido, levantó la mirada hacia la dirección de dónde provenía.
Era Oscar, quien había llegado hasta ahí en su hermoso corcel blanco y, al mirarla desde abajo, André no pudo evitar contemplar cómo su rubia cabellera se iluminaba con el sol de aquella tarde. Entonces, tras observarlo también por algunos segundos, Oscar bajó de su caballo, y André se puso de pie y caminó unos pasos hasta colocarse justo frente a ella.
- Saliste sin decirme nada... - le dijo ella mirándolo detenidamente, y percibiendo en él una enorme tristeza. - ¿Qué te pasa? - le preguntó preocupada.
- Oscar... Discúlpame por no decirte que saldría... Pero ya estaba a punto de regresar a la mansión. - le respondió él, pero su tono de voz era tan melancólico que casi no podía ocultar la devastación de su corazón.
- Acordamos ver juntos la puesta de sol... - le dijo ella dulcemente pero con mirada inquisidora, y tratando de leer en sus ojos la causa de su profunda tristeza, una tristeza que a ella le estaba resultando demasiado abrumadora.
- Es cierto... Pero aún estamos a tiempo de hacerlo... - le dijo él, intentando, sin éxito, ocultar su evidente desdicha.
Entonces, dándose cuenta de que algo le pasaba, Oscar se acercó a él para tratar de consolarlo, y lo abrazó con una gran ternura. Sin embargo, al hacerlo, empezó a sentir cómo sus propias lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas.
No podía evitarlo. Lloraba por todo el dolor que ella misma había contenido al ser testigo de primera mano de la decadencia en la que vivían los ciudadanos de su país, y también por el hecho de haber lastimado a André al involucrarlo en una investigación que nunca debió iniciar en ese momento, ya que ella misma había decidido que esos días fuesen sólo para dedicárselos a su amigo más querido.
- Perdóname, André... - le dijo con la voz entrecortada. - Todo lo que quería era que fueses feliz durante estos días, y lo único que te he provocado es dolor al exponerte al sufrimiento de nuestro país... - añadió con tristeza.
Entonces André la abrazó también, y sin poder contener más su dolor sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Por primera vez, en casi veinte años, Oscar sintió que él también lloraba, sin embargo, ignoraba que las razones de su tristeza eran muy distintas de las que ella suponía.
Él sufría por la frustración de no poder expresarle todo el amor que sentía, por estar pensando en la posibilidad de abandonarla, por no tener la absoluta certeza de que ella también lo amaba aunque lo sintiera en cada latido de su corazón: Él estaba sufriendo por su amor por ella.
"¿Acaso esta será la última vez que te abrace?" - se preguntaba. Era demasiado doloroso, hasta insoportable, pensar en alejarse de ella. No quería dejarla sola, no quería dejar de amarla; lo que en realidad deseaba era hacerla su esposa ante Dios y ante el mundo para permanecer a su lado para siempre, pero debía ser realista y tomar una decisión, ya que cada vez se le hacía más difícil manejar toda esa situación.
Las lágrimas de André terminaron por quebrar el corazón de Oscar; ella había tratado de mantenerse fuerte mientras observaba el sufrimiento de su país, sin embargo, ver tan devastado a su mejor amigo terminó por quebrarla a ella también. Sentía su tristeza como propia; quería controlarse y dejar de llorar, pero simplemente no podía.
Y así, abrazados en silencio, desahogaron en aquellas lágrimas todo su dolor, hasta que, tras algunos minutos y ya un poco más calmado, André secó su propio rostro y se apartó ligeramente de Oscar para mirarla a los ojos.
- Perdóname... Se supone que yo soy el que tendría que darte valor, y mírame, soy un desastre... - le dijo él sinceramente, secando esta vez las lágrimas de su compañera, y ella se impresionó por la forma en la que se había expresado de sí mismo: nunca lo había visto así.
- No eres un desastre... Eres sólo un ser humano... - le dijo ella tomando sus manos entre las suyas, y él la miró sonriendo.
- Y ahora... ¿Qué hacemos? - le preguntó André, pero esa pregunta encerraba mucho más que la curiosidad por saber que harían en los siguientes minutos; era una pregunta mucho más trascendental.
- Quiero que regresemos a la playa de la villa para poder ver la puesta de sol. - le respondió ella serenamente, dándole a entender que debían ir paso a paso, y que no tenían que pensar más allá de lo que necesitaban hasta ese momento.
Entonces André sonrió nuevamente, captando de inmediato lo que ella había tratado de decirle, y tras mirarla por algunos segundos con una enorme ternura, caminó unos pasos hacia el corcel blanco de Oscar y se montó en el, para luego tenderle la mano y ayudarla a montarse también, justo delante de él.
Y luego de asegurarse de que ella iba segura, tomó las riendas y las jaló con fuerza, provocando - por el simple hecho de hacerlo - que el caballo levante sus patas delanteras sobre la orilla del mar, y relinche sonoramente. Ella empezó a reír por aquel inesperado movimiento, y él río con ella, feliz de verla sonreír, y tras ello, iniciaron juntos su regreso hacia la Villa de Normandía.
Él sostenía las riendas con firmeza mientras cabalgaban, y mantenía la vista sobre el hombro de su compañera para poder ver el camino mientras la rodeaba con sus brazos y la cuidaba para evitar que se cayera. Ella, por su parte, se sentía feliz dejándose conducir por André, y - mientras se dirigían a su destino - no pudo evitar voltear a mirarlo con todo el amor que sentía por él, un amor del cual no era consciente y que no reconocía en aquellos momentos, pero que André sí creyó reconocer en ella cuando sus miradas se cruzaron, en un instante en el que sus rostros estuvieron tan cerca que si el caballo no hubiera estado en movimiento no hubiesen podido evitar besarse.
Y luego de esos mágicos segundos, Oscar cerró los ojos apoyando su frente sobre el rostro de su mejor amigo, se sostuvo de sus muñecas y apoyó su espalda contra su pecho, en una entrega absoluta a él. Entonces, envuelto en ese sentimiento que ambos compartían, él también cerró los ojos y apoyó su rostro sobre la frente de su compañera, dejándose llevar completamente por su amor por ella.
Y así, como si hubiesen estado solos en el universo, ambos siguieron cabalgando por media hora más, hasta que finalmente llegaron a la playa que se encontraba frente a la Villa de Normandía de los Jarjayes.
Entonces André bajó del corcel y extendió sus brazos para sostener a Oscar, quien, con su ayuda, bajó del caballo también, y tras ello, caminaron en dirección al mar y se sentaron cerca de la orilla.
Y mientras veían la puesta de sol, él tomó la decisión más importante de su vida, y al hacerlo, una enorme sensación de paz volvió a invadirlo.
- "Oscar... No quiero dejar de amarte, ni quiero alejarme de ti... Me mantendré a tu lado y te amaré por el resto de mi vida..." - pensó, encontrándose nuevamente con la tierna mirada de la mujer que amaba.
Y en ese momento, sin decir una palabra, le renovó su promesa de entregarle para siempre su corazón. El amor que ella le había demostrado en aquel viaje, y que él creyó reconocer en su mirada, le dio la fortaleza que necesitaba para continuar a su lado.
FIN
...
COMENTARIO DE LA AUTORA
Esta historia está situada luego de que André perdiera la vista, pero antes de que Fersen descubriera que Oscar era la condesa con la que había bailado, tiempo en el que ambos seguían siendo muy amigos.
La escena donde ambos comparten el mismo caballo fue inspirada en una escena real del anime que aparece en el capítulo 39.
