Capítulo 1
Amores no correspondidos
Mientras la nana de Oscar se alejaba de la zona de visitas del cuartel donde André se encontraba luego de haberse enlistado como un soldado más de la Guardia Francesa, él la despedía a lo lejos fingiendo compostura, pero estaba conmocionado por la noticia que acababa de recibir: la mujer que amaba había sido pedida en matrimonio por el Conde Victor Clement Floriane de Gerodelle y la posibilidad de perderla para siempre empezó a nublar sus pensamientos.
Durante su niñez en la mansión Jarjayes, André había presenciado cómo una tras otra las cinco hijas del general abandonaban su hogar para iniciar sus vidas matrimoniales y todo partía de una misma frase, sin embargo, era la primera vez que esta frase lo desgarraba al punto de hacerlo sentir hundido en la tristeza y la desesperación.
"La señorita ha sido pedida en matrimonio..."
Marion no había estado segura de los sentimientos de su nieto hasta aquel día, en el que vio como el rostro del hijo de su hijo se iba transformando a medida que ella hablaba, y es que aunque André había tratado de fingir que había tomado la noticia con naturalidad, la abuela notó de inmediato que lo que le había dicho le había afectado profundamente.
Ella sabía que André y Oscar eran inseparables; habían crecido juntos y tenían una relación muy cercana. No obstante, la nana nunca sospechó que su nieto pudiera sentir algo más que amistad por ella, sólo empezó a sospecharlo cuando la misma Oscar le comentó que André se había enlistado en la Guardia Nacional Francesa, y no en cualquier regimiento: era el regimiento que ella comandaba. Sólo una razón muy poderosa podía haber llevado a su nieto a tomar una decisión como la que había tomado. Sólo por un profundo amor, alguien sería capaz de hacer semejante sacrificio.
A diferencia de otros franceses de su misma clase social, André tuvo una vida de privilegios. Creció en la casa de una familia noble, y su amo, el General Jarjayes, lo eligió como compañero de su hija desde que era un niño. Debido a ello, ambos tuvieron una educación similar en todos los aspectos: habían aprendido a comportarse de acuerdo a las normas de la corte, sabían manejar todo tipo de armas, dominaban el arte de la esgrima, hablaban a la perfección diferentes idiomas y compartían la misma formación intelectual.
Dada su cercanía, a la hija de Regnier le parecía inapropiado que su nana intente que André le llame Lady Oscar o la trate diferente por pertenecer a la aristocracia o por ser la heredera de la familia para la que tanto Marion como André trabajaban, porque para ella era imposible tratar como a un empleado a la persona que había sido el centro de su vida durante su infancia, con la que había jugado y también peleado y con la que había aprendido los principales valores regían su vida.
Por su parte, André tampoco podía ver en ella a su ama y jamás se dirigió a Oscar con especial pleitesía. Por el contrario, a pesar de los regaños de su abuela, él seguía tratándola como a una igual y tenía tanta influencia sobre ella que era el único capaz de hacerle cambiar de opinión sobre decisiones que ya había tomado. Todos en la mansión Jarjayes, y principalmente el general, sabían que Oscar solamente escuchaba a André.
A medida que reflexionaba sobre ello, Marion empezaba a sentirse cada vez más culpable. Ella era la responsable de que su nieto haya caído en esa situación al haberlo llevado a esa casa y se reprochaba a sí misma no haber hecho nada para evitar que algo como eso ocurriera. "¡Debí advertir que esto pasaría!" - se decía a sí misma con profundo arrepentimiento mientras subía al carruaje que la llevaría de regreso a la mansión Jarjayes.
La abuela se había esforzado mucho para cuidar que la hija de su amo no se enamore de su nieto. Desde que era una niña había ido plantando en Oscar la idea de que André debía casarse con una muchacha de su misma clase social. Sin embargo nunca consideró necesario hacer lo mismo con André, ni directa ni indirectamente. Estaba implícito que él no debía fijarse en su niña, ¡ella siempre había hecho énfasis en que ambos pertenecían a clases sociales distintas!
Entonces, las dudas la invadieron.
- "¿Estaré en un error?" - se preguntó de pronto. Sin embargo, era demasiado evidente que algo estaba pasando en el corazón de su único nieto.
André había renunciado a todas sus comodidades en la casa Jarjayes para convertirse en un guardia francés, y eso implicaba alimentarse mal, dormir en una litera dentro de un cuarto abarrotado de hombres del más bajo estrato social y trabajar día y noche sin descanso. Sólo por un gran amor alguien podría ser capaz de dar un giro a su vida de una manera tan radical, sólo por un gran amor alguien haría todos los sacrificios que André estaba haciendo para permanecer cerca de su amiga de la infancia, y si era así, lo más justo para su nieto era saber qué era lo que estaba pasando con su niña. Sí, él tenía derecho a saber que ella se casaría pronto.
...
Algunos minutos después, y luego de ver a Marion perderse en el horizonte, André corrió hacia las barracas sin saber siquiera qué sentir o qué pensar, porque todo lo que estaba ocurriendo le parecía una pesadilla. De pronto, en uno de los largos pasillos del cuartel, fue obligado a detenerse. Cinco guardias franceses de la Compañía B lo habían interceptado, cinco guardias franceses que ya estaban enterados del vínculo amo-sirviente que unía al nieto de Marion con su comandante.
- Oye, tuerto, quiero tener una charla contigo. - le dijo despectivamente el líder del grupo.
- ¿Una charla? - le preguntó André, aunque con dificultades podía prestarle atención.
- Sí. Escuché que fuiste el sirviente de esa mujer comandante... ¡Hijo de perra! ¡Me pone de los nervios ver a un hombre moviéndole la cola a los nobles! - exclamó el guardia, y tras ello, otro intervino.
- Y no solo le mueve la cola. - mencionó. - ¡Este nos espía para informarle a ella todo lo que pasa aquí!
Entonces, un certero golpe en el estómago provocado por el más fuerte de ellos dejó a André sin aliento.
- ¿Qué tal si vamos al almacén un rato, eh? - le dijo uno de sus agresores mientras lo sostenía, y tras ello, los cinco lo arrastraron hacia uno de los almacenes del cuartel donde lo arrojaron violentamente sobre unos rifles que se encontraban apoyados sobre la pared.
- ¡Te daré una buena lección! - le dijo despectivamente quien había organizado la emboscada.
Entonces André fue llenándose de ira, no sólo por tener que soportar todos aquellos insultos y agresiones injustificados, sino por la impotencia de saber que estaba a punto de perder a la mujer que amaba sin poder hacer nada para evitarlo. Entonces, aún sobre el suelo a donde lo habían arrojado, se dirigió al líder de la emboscada.
- Que curioso. Yo también tengo algo molestándome hoy... ¡Así que aceptaré tu lección con gusto! - le dijo.
- ¿Cómo? - le respondió él, sorprendido.
Y tras ello, André tomó uno de los rifles sobre los que había caído, se incorporó lentamente y lo golpeó con el con tal fuerza que su atacante salió despedido a través de la ventana.
Entonces un fuerte grito resonó en los pasillos del cuartel militar.
- ¡Hay una pelea!... ¡El tuerto ha iniciado una pelea! - exclamó uno de los guardias que había presenciado lo sucedido, y tras escucharlo desde su despacho, Oscar se levantó de su asiento sobresaltada.
Sabía perfectamente que "el tuerto" era el sobrenombre que utilizaban los miembros de la Compañía B para referirse a André, sin embargo, él no era el tipo de persona que iniciaría una pelea. Ignoraba que lo habían emboscado y que él sólo intentaba defenderse.
Por otro lado, Oscar tampoco sabía que André ya se había enterado que ella había recibido una propuesta de matrimonio y que estaba desesperado, molesto y confundido, tanto, que todo lo que podía hacer era pelear para sacar todas las emociones que se agolpaban con indomable furia en su interior, tanto, que ya no le importaba ni siquiera su propia vida.
Por su parte, los miembros de la Compañía B que habían corrido hacia el almacén tras escuchar el anuncio de su compañero, estaban siendo testigos de la desigual pelea. Aunque los golpes de André eran certeros y había logrado dejar malheridos a sus oponentes más fuertes, sus atacantes eran demasiados; dos de ellos ya lo habían acorralado y otros lo golpeaban cobardemente sin darle la posibilidad de contraatacar o defenderse, todo a la vista del resto de los miembros de la Compañía B los cuales no se atrevían a intervenir a pesar de lo injusta de la situación.
Unos minutos después, y tras resistir valerosamente los ataques, André cayó al suelo muy golpeado y casi inconsciente, entonces sus agresores continuaron insultándolo, muy satisfechos de haberlo derribado de esa manera. Tras ello se dirigieron hacia la salida, pero cuando estaban por irse, los cinco cobardes se encontraron frente a frente con Alain, quien junto a otros de sus compañeros acababa de llegar al almacén. Entonces, se pusieron muy nerviosos.
- Si quieren pelearse, primero tienen que hablar conmigo. Soy su líder, ¿no? - le dijo Alain a quien había organizado aquel brutal ataque contra André.
- Alain, te equivocas. Fue tan rápido que no tuve tiempo de avisarte. Una riña nada más... - le respondió el guardia con voz temblorosa.
- ¡Ah! Así que sólo una riña... - le respondió Alain sarcásticamente, y tras ello, sacó un puñal desde el fondo de su manga. - En ese caso... ¡menos me gusta que hayan sido cinco contra uno! - le dijo enérgicamente y de modo amenazante.
Entonces el guardia se puso aún mas nervioso.
- ¡No, Alain, espera! ¡No volverá a pasar! ¡Nunca más! - suplicó asustado temiendo tener un enfrentamiento con el más fuerte de la compañía.
- Si tú lo dices... ¡Espero que no lo olvides!... ¡Ese tuerto novato es mi amigo de copas! - exclamó Alain.
- Sí, lo recordaré... No te preocupes... Lo recordaré. - respondió el guardia tratando de tranquilizarlo.
Tras ello todos abandonaron el almacén, todos a excepción de Alain, quien dirigió su mirada hacia André y lo observó pensativo mientras yacía sobre el suelo tras haber sido golpeado. El líder del escuadrón sabía las circunstancias en las que lo conoció y de qué manera había ingresado su compañero a la Compañía B, ya que él mismo lo había recomendado. No obstante, sentía que algo no encajaba: ¿Por qué André se había enlistado en la Guardia Francesa habiendo sido el sirviente de su nueva comandante? ¿Por qué se exponía a que lo llamen espía, traidor, y a que lo traten de la manera en la que ya lo estaban tratando? Simplemente no entendía sus razones.
Entonces caminó hacia él y se detuvo a su lado.
- Vaya, vaya. Te han golpeado bien esta vez - le dijo, sin embargo él no se movía. - ¡Oye, André!... ¡Levántate! - le ordenó, y tras ello, se inclinó a su lado. No obstante, al verlo de cerca, notó que el rostro de su compañero estaba cubierto de lágrimas.
- Oscar... No lo hagas... No te cases... No lo hagas... - repetía André casi sin fuerzas, en medio de su desolación.
Entonces, Alain lo miró con tristeza.
- Claro... De eso se trataba... - murmuró, comprendiendo al fin las razones por las cuales aquel joven a quien había conocido en un bar de París le había pedido que le ayude a ingresar a la Guardia Francesa tan repentinamente.
Entonces Alain sintió que alguien más los observaba y dirigió su mirada hacia la puerta. Era Oscar, la cual, sobrepasada por la tristeza, miraba conmocionada a su amigo de la infancia. Había llegado instantes después de que Alain amenazara a los abusivos guardias y alcanzó a escuchar las desesperadas palabras de André luego de que todos se marcharan.
Para Alain era claro que ambos tenían asuntos por resolver y creyó que lo mejor era dejarlos solos, sin embargo, antes de irse, se dirigió a su casi inconsciente amigo de copas.
- ¿Qué viste en esa mujer vestida de hombre? - le susurró intrigado.
Tras ello se incorporó y caminó hacia la salida, pero al llegar a la puerta, justo donde Oscar se encontraba, se detuvo para dirigirse a ella.
- Oiga, señorita comandante, será mejor que se encargue de André. - le dijo. Y tras una pausa, la miró fijamente. - Él estaba dispuesto a dar su vida por usted. - aseguró.
No obstante, ella no se inmutó por sus palabras; tenía la mirada puesta en su amigo de la infancia y lucía tan descolocada y triste que parecía estar al borde de las lágrimas. Entonces Alain, dándose cuenta de que el sufrimiento de André no le era indiferente a su inalterable comandante, se fue riendo, satisfecho de haber descubierto en ella un atisbo de su verdadera sensibilidad, esa sensibilidad que se esforzaba en ocultar detrás de su uniforme militar.
Tras su partida, Oscar corrió hacia André y se arrodilló a su lado, y al notar sus lágrimas, tomó un pañuelo de su bolsillo y las secó suavemente.
- André, no puedo levantarte sola. Necesito que te levantes y me ayudes a sacarte de aquí. - le susurró, aunque no estaba segura de que él estuviese en la capacidad de escucharla.
Sin embargo, él sí la escuchó, y siguiendo sus indicaciones, se levantó tambaleante mientras ella tomaba su brazo y lo colocaba alrededor de su cuello para ayudarlo a caminar. Tras ello, Oscar lo guio hasta una habitación que se encontraba al lado de su despacho - era la habitación que le habían asignado para sus días de guardia en el cuartel - y al llegar, colocó a André sobre su cama y salió a buscar a un mensajero para que vaya en busca del doctor. Un par de minutos después, regresó a su habitación y contempló a su malherido amigo.
¡Cuánto le dolía verlo así!
Por aquellos días ella atravesaba una crisis debido al rechazo de Fersen. Lo único que quería era olvidarse por completo de que era una mujer, por eso decidió renunciar a la Guardia Real y aceptó ser la nueva comandante de la Compañía B, por eso le dijo a André que no era necesario que la acompañe más.
No obstante, una revelación había dejado a Oscar aún más confundida, y es que André, la persona que siempre había estado a su lado, le había confesado que la amaba, que ella era la única mujer en la que había pensado desde hacía más de veinte años. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de ello? Eso era algo que Oscar se preguntaba constantemente, sin embargo, por aquel tiempo no encontraba la claridad suficiente para responderse a esa pregunta; lo único que sabía era que no deseaba lastimarlo y creía que lo mejor André era no tener que verla más, por lo que decidió que permanecería lejos de él para permitirle olvidarla.
No obstante, André se había enrolado en su compañía decidido a protegerla; estaba seguro de que Oscar correría peligro en un regimiento como ese. Los soldados de la Compañía B de la Guardia Francesa no eran como los guardias reales que ella había comandado en el pasado; ellos pertenecían al tercer estado y tenían la fama de ser los más rudos de todo el ejército. ¿Acaso podía dejarla sola por su empecinamiento de tratar de vivir una vida que no le correspondía? Oscar era una mujer, una mujer distinta a otras, pero una mujer al fin de al cabo, y no podía dejar que su vida corra peligro sólo por su terquedad. No obstante, también tenía que respetar sus deseos; ella le había dicho que no lo quería cerca de ella, por eso él mantenía su distancia y sólo le dirigía la palabra para lo estrictamente necesario.
Sin embargo, una poderosa fuerza los unía. André había sido la persona más cercana a ella, la persona que había estado a su lado en todos los momentos de su vida desde que ambos eran niños y Óscar sentía por él un cariño muy profundo, tanto que si fuera necesario, no dudaría en dar su vida por la suya. No obstante, la hija de Regnier nunca creyó sentir amor por André; lo quería, pero como se puede querer al mejor de los amigos, como se puede querer a alguien cuya existencia era capaz de definir su propia existencia. Él era, sin duda, la persona más significativa de su vida, pero Oscar estaba convencida de que únicamente sentía amistad por él. Al menos eso creía hasta hacía unos días, porque luego de que André le confesara que la amaba, algo se había despertado en su interior.
- "Lo que nos une es mucho más fuerte que la simple amistad..." - pensaba Oscar mientras lo contemplaba, aunque sin saber cómo definir sus sentimientos hacia él.
Ella había decidido vivir como un hombre y endurecer su corazón hasta hacerlo de piedra para no volver a permitirse sentir nada que la hiciera recordar que era una mujer. Sin embargo, y por más que lo intentaba, no podía permanecer indiferente a todas las muestras de amor de André hacia ella, y la pared que había construido desde su alejamiento de Fersen se estaba desmoronando rápidamente ante las acciones desinteresadas y sacrificadas de su antiguo compañero de juegos, acciones que le probaban una y otra vez que su amor era verdadero.
¡Que poco lo había comprendido todos esos años!
Más adelante, la misma Oscar se daría cuenta de que no sólo no había podido comprender los sentimientos de André hacia ella durante todo ese tiempo, sino que tampoco se había sabido comprender a sí misma, ni a la profundidad de sus sentimientos hacia él.
- "Como me gustaría poder evitar tu sufrimiento… Aún si quisiera casarme, estaría dispuesta a no hacerlo para no tener que volver a verte así…" - pensó mirando a aquel apuesto joven con quien había compartido su vida desde la niñez.
Pero al terminar esa frase en su mente, se sorprendió de sus propios pensamientos.
- "¿Pero qué estoy pensando?" - se dijo a sí misma, y luego, dejando de lado su dureza, acarició el rostro de André con ternura. - André, tú no tendrías que estar pasando por todo esto... - le susurró.
Entonces, alguien llamó a la puerta.
- Comandante, ¿me mandó llamar? - dijo el doctor del cuartel, el cual había ingresado a la habitación junto con su joven aprendiz inmediatamente después de que Oscar le dijera que pase.
- Sí, doctor. Gracias por venir tan rápido. - le respondió ella. - Hubo un incidente interno y uno de los miembros de mi compañía resultó herido... Por favor, necesito que lo revise, pero le ruego su discreción. No quiero que esto trascienda. - agregó.
- No se preocupe, Comandante. Estoy aquí únicamente para revisar al paciente. - respondió el galeno.
Tras ello, el doctor se acercó a la cama y observó a André, el cual se veía muy golpeado.
- Por favor, ¿me ayuda a quitarle la camisa? - le dijo a su aprendiz, y el joven se acercó al herido para hacer lo que le habían indicado.
Entonces Oscar se desconcertó. Al verla con el uniforme militar el doctor no se había percatado de que ella era una mujer, pero en ese momento las explicaciones salían sobrando por lo que permaneció en la habitación en silencio mientras el joven ayudante le retiraba a André la parte superior de su uniforme, y al verlo semidesnudo, se quedó sin aliento.
La hija de Regnier sabía que André tenía un hermoso rostro, que era alto, de buen porte y que llamaba la atención por su masculina belleza, sin embargo, nunca se había detenido a observar su fuerte y esbelta figura como hasta ese instante, y su cuerpo reaccionó como reaccionaría el cuerpo de cualquier mujer ante la presencia de un hombre al que desea.
Al lado de su cama, recordó todas aquellas ocasiones en las que había mirado con rabia a las damas de la corte que se atrevían a hacerle a André propuestas indecorosas o a mirarlo de forma inapropiada. Siempre las había juzgado duramente, pero ahora era ella la que no podía quitarle la vista de encima. No obstante, unos minutos después, Oscar volvió a la realidad.
- Doctor, ¿Cómo se encuentra mi subordinado? - le preguntó.
- Está muy golpeado, pero afortunadamente sus heridas no son de gravedad. Debe mantenerse en reposo hasta recuperarse, como mínimo por una semana. Por lo pronto la medicina y los vendajes le ayudarán a que no sienta dolor. - le respondió el médico.
Entonces, Oscar respiró aliviada.
- Muchas gracias, doctor. - le dijo, y tras ello, el galeno y su aprendiz se retiraron.
...
Una hora más tarde, André seguía inconsciente sobre la cama de Oscar. Ella se encontraba a su lado; no se había separado de él en ningún momento. A pesar de la medicación que le habían suministrado, le preocupaba que sienta dolor y prefería mantenerse a su lado, y ahí, en la habitación donde ella pasaba sus noches de guardia, lo observaba con ternura. ¿Cómo no iba a hacerlo si era lo que él le inspiraba? No obstante, no se dejaba llevar por aquellos sentimientos que habían empezado a confundirla desde que André le declaró su amor, porque era incapaz de aceptar la vulnerabilidad que la conectaba con su propia feminidad.
De pronto, André abrió los ojos y se desconcertó al ver a su lado a su amiga de la infancia. En ese momento no recordaba lo que había pasado, ni entendía porqué Oscar lo miraba preocupada en un lugar que no reconocía.
- ¿Oscar?... ¿Qué pasó?... ¿Dónde estoy? - le preguntó sobresaltado.
- ¿Es que no lo recuerdas?... Tuviste un altercado con algunos de los miembros de la Compañía B y quedaste inconsciente, por eso te traje aquí, para que te revise el doctor. - le respondió ella.
Entonces André intentó levantarse de la cama, y mientras lo hacía, se dio cuenta de que no traía la camisa puesta, más sí varios vendajes.
- Por favor, no te levantes. - le dijo ella, preocupada.
- Perdóname, Oscar. No era mi intención ocasionarte problemas. Lo mejor será que regrese a las barracas. - le dijo él.
- Pero qué dices, André. - exclamó ella, y tras ello, bajó la mirada con tristeza. - Tú no tendrías que estar pasando por todos estos problemas… Sería mejor que…
- Basta Oscar, por favor... - le dijo André, interrumpiéndola. - Las consecuencias de mis decisiones son responsabilidad mía y de nadie más.
- Pero, André... - replicó ella, sin embargo, el nieto de Marion sonaba decidido y Oscar prefirió no insistir más. Lo conocía perfectamente y sabía que cuando él tomaba una decisión no había poder humano que pudiese hacerle cambiar de parecer.
Unos segundos después, el nieto de Marion se levantó sin ningún tipo de pudor y ella desvió la vista para que su mirada no delate lo mucho que la impresionaba verlo con el torso desnudo. Entonces, mientras se ponía la camisa y el saco de su uniforme militar, André recordó con desolación la noticia que le había dado su abuela: que Oscar había recibido una propuesta de matrimonio y que esa propuesta no había sido rechazada por la familia Jarjayes, por lo que en la práctica ella era ahora una mujer comprometida.
La tenía frente a él y estaban solos, podría decirle tantas cosas pero, ¿qué podía él reclamarle o decirle? Se sentía sin derecho a nada. Por su parte, Oscar se percató de su repentina tristeza, mientras que André, intentando fingir que nada le pasaba, sólo deseaba irse de ahí; no soportaba más estar cerca de ella sabiendo lo que sabía porque le producía una enorme frustración.
- Ya me siento mejor. - le dijo. - Regresaré a las barracas con los demás. No tienes que preocuparte más por mí. - agregó, y tras ello, la miró desolado y salió de la habitación sin darle a la oportunidad de responderle.
Entonces la hija de Regnier de Jarjayes se sintió devastada. Su mirada le había dolido más que diez puñales atravesándole el corazón. Entonces, recordando las palabras que el nieto de Marion había dicho en medio de su devastación tras haber sido golpeado, pensó:
- "No, André... No pienso casarme ni con Gerodelle ni con nadie"
Y deseando habérselo dicho antes que se marchara, bajó la mirada con tristeza.
...
Unos minutos más tarde, ya en las barracas, Alain hablaba con el resto de sus compañeros, y en sus literas o reunidos a su alrededor, ellos escuchaban sus palabras con atención.
- Caballeros, quiero aclararles algo: André está en este regimiento porque yo lo recomendé. Jamás traería aquí ni a un espía ni a un perro de los nobles, ¡así que déjense de tonterías o de suponer cosas que no tienen nada que ver con la realidad! - les dijo Alain imperativamente.
- Yo no tengo nada contra él. - dijo de pronto el soldado Lasalle. - André siempre ha sido muy amable conmigo y a mí me cae muy bien. - agregó.
Muchos de ellos estaban de acuerdo con eso. El nieto de Marion siempre se había destacado por su personalidad agradable y generosa, y nunca había tenido problemas con hacer amistad con todo tipo de personas. Sin embargo aún tenía detractores en esa misma habitación, y es que muchos no toleraban que sea leal a Oscar porque ella pertenecía a la nobleza.
De pronto, él ingresó a la habitación intentando aparentar calma frente a sus compañeros, pero en su interior sentía que estaba a punto de perder la razón: le dolía demasiado el creer que estaba perdiendo a la mujer que amaba.
- Oye André, he hablado con todos y les he aclarado que el responsable de que estés aquí soy yo. Nadie se atreverá a ponerte un dedo encima de nuevo. - afirmó Alain frente a toda la compañía.
- Te lo agradezco. - le respondió André, aunque tenía el corazón tan destrozado que poco le hubiese importado que lo maten ahí mismo.
...
El sol estaba por ponerse. La jornada laboral de la hija del General Jarjayes había culminado, y caminando a paso lento, salía de su despacho rumbo a las caballerizas donde su bello corcel blanco la esperaba para llevarla a su mansión. No había podido sacar de su corazón el gran dolor que la invadía desde que vio a André con lágrimas en los ojos y casi inconsciente suplicarle que no se case, ni su mirada de desolación antes de regresar a las barracas. Desde que todo eso ocurrió no podía hacer otra cosa más que pensar en él.
- "¿Cómo se le puede ocurrir a André que yo sería capaz de casarme con Gerodelle?" - se preguntaba, aunque seguía sin entender por qué su dolor le ocasionaba tanto sufrimiento.
Unos minutos después, montó su caballo y atravesó los grandes portones del cuartel militar. Aquel había sido un día muy difícil y ya quería que culmine, pero mientras pensaba en ello, notó que alguien la esperaba.
Era Gerodelle, el cual se encontraba de pie al lado de su caballo. Lucía melancólico pero a la vez expectante, y ahí, mientras contemplaba a la mujer que amaba saliendo del cuartel, se sintió nervioso; ella era la única que lograba que él se sienta de esa manera, no obstante, el conde estaba decidido a hablar con ella. Por aquellos días, la heredera de los Jarjayes lo había evadido varias veces, pero esta vez tendría que escuchar lo que él tenía que decirle; ya no estaba dispuesto a postergar más ese encuentro.
Por su parte, la hija de Regnier sentía que no tenía las fuerzas suficientes para enfrentarse a Victor Clement, pero lo respetaba demasiado como para ignorarlo habiendo él ido hasta el cuartel militar para buscarla; Gerodelle había trabajado con ella por más de quince años y siempre la había apoyado, aún en las peores circunstancias. Entonces cabalgó hacia él mientras el sol se ponía, y al llegar a su lado, escuchó la suave voz de quien ahora lo sucedía como Comandante de la Guardia Real.
- Te acompañaré. - le dijo Gerodelle.
Sin embargo, habiéndole pedido a su padre su mano en matrimonio, prefirió cambiar sus palabras.
- No. Por favor, déjame escoltarte. - le pidió formalmente.
Entonces Oscar empezó a cabalgar a su lado, y con voz melancólica, Victor Clement se dirigió nuevamente a ella.
- Después de que dejaras la Guardia Real descubrí que buscaba escuchar tu voz, ver tu sonrisa y seguir tus ojos serenos. Entonces no pude resistirme y fui a decirle a tu padre que quería casarme contigo... Te amo... Te amo con todo mi corazón. - le dijo.
Sin embargo, la hija de Regnier se mantuvo en silencio. No sabía qué responderle, porque aunque trataba de concentrarse en lo que Victor Clement le decía, ella sólo podía pensar en André y en el dolor que la propuesta de matrimonio de su antiguo subordinado le había provocado.
Gerodelle continuó:
- ¡Ah!... Lamento solo tener esas palabras para decirte... - exclamó angustiado.
Y abrumado por el silencio de su antigua comandante, volvió a dirigirse a ella.
- Por favor, dime algo... - insistió el conde, y tras ello, suspiró. - El viento sopla a través de mi corazón... - le dijo.
Sin embargo, Oscar estaba tan devastada que se sentía incapaz de formular una respuesta adecuada. No deseaba restarle importancia a las palabras de Gerodelle, pero todo lo que había pasado con André le había afectado tan profundamente que no sabía que decirle.
Entonces, en un inconsciente desahogo, Victor Clement le dijo algo que ella nunca pensó escuchar de sus labios.
"Si no hubiese nacido noble, lo cual es solo un estorbo, me hubiese gustado convertirme en tu sirviente o mozo de establo..."
La profunda admiración que sentía por su antigua comandante se había transformado en un sincero amor, y no mentía al decir que hubiese deseado tener todo lo que André tuvo como asistente de Óscar: su atención, su confianza, su cariño, y principalmente, todas las experiencias que habían compartido a lo largo de su vida al ser tan cercanos. Para él, su título nobiliario, su estatus y toda su riqueza no valían nada si no podía tener a Oscar a su lado, ¡no le importaría ser un sirviente si eso le permitiera conquistar su amor!... Pero tras escucharlo, la hija de Regnier detuvo su caballo, y dándose cuenta de que el conde hacía alusión a André, lo miró fijamente. Gerodelle estaba equivocado: lo que él planteaba como un ideal era todo lo contrario.
A diferencia de Víctor, que era un aristócrata, la posición de André era totalmente desventajosa, ya que al ser un plebeyo no tenía la posibilidad de proponerle matrimonio a una mujer de la nobleza y de nada le servía haber estado cerca de ella por tanto tiempo ni ser la persona que más la amara en el mundo. Fue debido a su diferencia de clases que él tuvo que callar su amor durante años, consciente de que no tenía ninguna oportunidad de aspirar a casarse con ella, soportando su dolor en silencio mientras Oscar, ajena a su sufrimiento, seguía ilusionada con Fersen, un hombre que sí pertenecía a la nobleza pero que no correspondía a sus sentimientos.
Entonces, desconcertada por la ligereza de las palabras de su antiguo subordinado, la heredera de los Jarjayes rompió su silencio para hacerle una aclaración:
- Gerodelle, como nobles, ni tú ni yo tenemos derecho a hablar sobre los sirvientes. - le dijo enfáticamente. - Y disculpa, pero hasta aquí está bien.- agregó, sin deseos de continuar la conversación, y tras ello, se marchó a todo galope dejando atrás a Gerodelle, quien quedó muy confundido por las últimas palabras de su antigua comandante.
Entonces, con la mano en el corazón, la vio perderse en el horizonte mientras sentía el profundo dolor de ver cómo se alejaba nuevamente de su lado.
...
Algunas horas más tarde, André, recostado sobre su litera, permanecía despierto mientras todos sus compañeros dormían. Había caído la noche, pero a él lo seguía atormentando la idea de un posible matrimonio entre Óscar y Gerodelle. ¡No había podido pensar en otra cosa en todo el día!
"Oscar, no quiero que te cases con nadie..."
Y con lágrimas en los ojos, se preguntaba qué hacer ante tal situación sin encontrar respuestas, porque no había nada que él pudiera hacer; absolutamente nada.
Mientras tanto Oscar, recostada sobre la cama de su habitación en la mansión Jarjayes, también pensaba en André; verlo en el estado en que lo vio había quebrado su corazón en mil pedazos.
- "André, ¿cómo es posible que sea yo la causa de tu sufrimiento?" - pensaba, y mientras lo hacía, deseaba consolarlo por el dolor que sin querer ella misma le había provocado.
Entonces, giro su cuerpo y apoyó su rostro sobre la almohada.
- "André, te aseguro que no pienso casarme con nadie. Como decírtelo si ni siquiera sé por dónde empezar... Ya no sé cómo hablarte... Nos hemos alejado tanto..." - pensó atormentada.
Pero pronto el sueño fue venciéndola, y agotada, cerró los ojos lentamente.
- Mi querido André, por favor, no sufras más... No lo soporto... - susurró finalmente, y tras ello, se quedó dormida.
...
Fin del capítulo
