Capítulo 3

El amor de Gerodelle

Era la tarde del miércoles cuando la hija del laureado General Jarjayes regresaba a su casa después de un largo día. Llevaba un poco más de una semana dirigiendo a la Compañía B, pero esos primeros días habían sido bastante difíciles. Ninguno de los miembros de su regimiento - a excepción de André - aceptaba ser comandado por una mujer y se rebelaban sin temor a las órdenes de Oscar.

El coronel Dagout, quien era su segundo al mando y al igual que ella miembro de la nobleza, le había sugerido que envíe a la corte marcial a todos los rebeldes, sin embargo, Oscar sabía que esa no era la solución. Ejecutar una acción como esa sería equivalente a perder a la mitad de su regimiento, por lo que decidió tomar otro camino: el de ganarse su confianza progresivamente. Sin embargo, en todos sus años de carrera militar jamás había atravesado una situación como esa, y si bien era cierto que no estaba dispuesta a rendirse, sí le afectaba el hecho de no ser obedecida por sus subordinados. Sólo la presencia de André a su lado la sostenía en ese momento, porque aunque casi no se hablaban, el poder verlo a diario y saber que él la apoyaba incondicionalmente era un gran consuelo para ella.

Aquella tarde Regnier esperaba a su hija mientras fumaba su pipa, mirando a través de una de las amplias ventanas de la mansión Jarjayes. Lucía preocupado y triste; por boca del General Boullie se había enterado de que la Compañía B no aceptaba a Oscar como su comandante y que incluso algunos se habían atrevido a escribirle al mismísimo rey de Francia pidiéndole que sea revocada de su cargo. ¿En qué momento se había desviado el plan que había trazado para ella desde su nacimiento? El general había educado a su hija como un hombre poniendo en ella todas sus expectativas y Oscar había cumplido, e incluso sobrepasado, cada una de ellas. Sin embargo, ella había decidido renunciar repentinamente a la Guardia Real para comandar una de las compañías más rudas de la Guardia Francesa y eso estaba muy lejos de lo que él siempre había soñado para ella. Como padre y destacado miembro del ejército no podía concebir que su heredera hubiera decidido convertirse en la comandante de un regimiento de soldados de tan bajo estrato social, y peor aún, que ese regimiento ni siquiera la acepte para liderarlos. ¿Por qué Oscar había tomado la decisión de abandonar la Guardia Real tan repentinamente? Regnier no lograba encontrar respuestas, porque ni el mismo André había querido revelarle las razones del extraño comportamiento de su hija a pesar de su insistencia.

De pronto, la observó llegar montada en su caballo. Parecía agobiada, pero eso no le sorprendió; era lógico para Regnier pensar que Oscar se sintiera de ese modo por la resistencia de sus subordinados a su autoridad como comandante. No obstante, lejos de estar enfadado con ella por la decisión que había tomado, lo único que podía sentir era tristeza al pensar en lo mal que Oscar podría estarla pasando.

Por su parte, ella había llegado a la entrada de su mansión y su nana le había informado que Regnier estaba en casa esperándola en la biblioteca. Entonces, Oscar fue directamente a su encuentro. Había querido hablar con él desde hacía varios días para reclamarle lo que había hecho, y es que para ella, Regnier había cruzado todos los límites al dejar abierta la posibilidad de darle a Gerodelle su mano en matrimonio.

- Padre, necesito hablar contigo. - le dijo a Regnier sin siquiera saludarlo tras llegar a la biblioteca. Lucía enfadada; ella ya no era una niña, y a su modo de ver, su padre no tenía derecho a disponer de su vida como le diera la gana.

- Bueno. Siéntate primero. - le respondió él muy tranquilamente, sin embargo, ella ignoró su petición.

- Padre, por favor, rechaza la propuesta de Gerodelle... ¡No tengo intenciones de casarme! - le dijo tajantemente, pero él se mantuvo sereno.

- No levantes tanto la voz. Hablemos de esto con calma. - le respondió Regnier.

- Bien. - le dijo ella escuetamente e intentó tranquilizarse.

Tras ello, tomó asiento, y en un tono muy calmado, Regnier se dirigió a Oscar nuevamente.

- Parece que has tenido dificultades en la Guardia Francesa... - le dijo a su hija.

- ¿Dificultades? - replicó Oscar. - No las considero dificultades en lo absoluto. Un nuevo comandante tiene que afrontar resistencias entre sus subordinados. - agregó minimizando la situación. - De todas maneras, es un gran reto para mí. Es mucho más interesante que comandar a los sumisos Guardias Reales. - le dijo.

No obstante, a medida que ella hablaba, Regnier iba sintiéndose cada vez más culpable. Finalmente había sido él quien había tomado la decisión de educarla como un hombre, y sin poder contenerse más, empezó a llorar amargamente.

- ¡Lo siento, Oscar! ¡Perdona a tu padre por no haberte criado como la mujer que eres! ¡Perdóname, por favor!... - le dijo tomando por sorpresa a Oscar, mientras cubría con sus manos sus ojos llenos de lágrimas. - Es muy tarde para decir esto, pero yo siempre quise que fueras feliz. Debí haberte criado como una mujer de manera natural. ¡Ese fue mi error más grande! ¡Por eso afrontas dificultades innecesarias! - recalcó, arrepentido por la decisión que había tomado hacía ya tantos años.

Entonces, Oscar lo miró con compasión. Nunca esperó verlo tan afectado a causa suya.

- No te culpes así, padre. - le dijo para intentar consolarlo, y tras ello, tomó una de las rosas que se encontraban en el florero del escritorio frente al que estaba sentada, y lentamente, empezó a deshojar sus pétalos. - Yo nunca renuncié por completo a ser mujer como tú piensas... Como mujer, también me enamoré apasionadamente... - agregó pensativa.

Entonces Regnier levantó la mirada hacia ella sorprendido por sus palabras, y ella continuó.

- Sin embargo, tengo que agradecer que me hayas criado así, padre... Como me criaste con la fuerza de un varón, pude olvidar todo eso y ser más fuerte. - le dijo finalmente.

Tras escuchar sus palabras, Regnier la miró conmovido. Era evidente que alguien había roto el corazón de la menor de sus hijas, y comprendió que esa había sido la razón por la que ella había decidido alejarse de la Guardia Real. Mientras la observaba, también pudo notar que Oscar aún no había olvidado todo aquello y que ese hecho le resultaba más de difícil de lo que se permitía admitir.

- Oscar, por favor, no digas eso. Si fuiste lastimada como mujer, yo quiero que seas feliz como tal. No huyas de la verdad, Oscar. No te engañes a ti misma diciéndote que eres un hombre. Tú eres una mujer, mi bella hija quien es insuperable en cualquier lugar a donde vaya, y yo deseo que seas más feliz de lo que has sido hasta ahora. Si no quieres casarte con Gerodelle buscaremos a alguien más adecuado... El general Boullie me dijo que estaba dispuesto a ayudarnos. - le dijo Regnier, y tras ello, miró con amor el rostro de su hija.

Tras escucharlo, Oscar se mantuvo en silencio, y mientras observaba los pétalos de la rosa que había deshojado, recordó las palabras que André le había dicho:

"Una rosa es una rosa, no importa del color que esta sea..."

Aquellas palabras que cambiaron para siempre su relación con él, contenían el mismo mensaje que ahora su padre repetía. Los dos hombres más importantes de su vida insistían en que no podía dejar de ser quien era, pero ella aún no estaba dispuesta a rendirse.

Entonces, lanzó por los aires los pétalos de la rosa blanca que había deshojado. No pretendía casarse ni cambiar de opinión con respecto al rumbo que había decidido darle a su vida, sin embargo, el amor y las palabras de su padre le habían dado un gran consuelo a su corazón.

...

Por la amistad que lo unía al General Jarjayes, el General Boullie había decidido ser el anfitrión del baile en el que Lady Óscar elegiría a su futuro esposo, y sabiendo que sería todo un suceso, estaba directamente involucrado en su organización.

No era para menos. La hija de Regnier tenía fama de ser una de las mujeres más hermosas de Francia y era la heredera de una gran fortuna, ya que al haber decidido su padre criarla como un hombre, todos los bienes de su familia pasarían a ser suyos cuando el conde muriera. Además de eso, Oscar había sido la comandante de la Guardia Real y tenía gran cercanía con los reyes de Francia, por lo que cualquier noble podría dar por sentado que ella aprovecharía sus influencias con la reina para beneficiar a su futuro marido, tal como lo había hecho la Condesa de Polignac.

...

A la mañana siguiente, Regnier le pidió a uno de sus sirvientes que envíe un mensaje a la mansión de Victor Clement, el cual, desde muy joven, vivía en una mansión no muy lejos de la mansión Jarjayes, apartado de su familia. Siguiendo los deseos de su hija, el general debía rechazar su propuesta de matrimonio, por lo que solicitaba verlo esa misma tarde.

Tras recibir su mensaje, Victor Clemente se paralizó; era evidente que el padre de la mujer que amaba lo había mandado llamar para darle una respuesta a su petición, y aunque estaba seguro de que sería negativa después de todas las evasivas de su antigua comandante, acudió raudamente a verlo. Era mejor afrontar la realidad cuanto antes aunque no estuviera preparado para escuchar un rechazo como ese.

- Víctor, gracias por acudir a mi llamado. - le dijo Regnier al verlo ingresar a la biblioteca donde lo esperaba.

El sol se estaba poniendo, y pensativo y apesadumbrado, el general se acercó a la ventana y miró hacia el exterior, todo ante la expectante mirada de Victor Clement, el cual lo observaba con inquietud. Hubiese sido más fácil para Regnier que Óscar acepte la propuesta de matrimonio del conde. Gerodelle pertenecía a una de las familias más importantes y acaudaladas de Francia por lo que estaba seguro de que Su Majestad aprobaría esa unión sin objetarla, y era evidente que amaba profundamente a su hija; lo supo desde el mismo instante en que Victor Clement le pidió la mano de su heredera en matrimonio.

No obstante, no había nada que pudiera hacer para convencer a Oscar de casarse con él; ella había sido muy enfática al pedirle que rechace la propuesta de su antiguo subordinado. Además, tenía como regla personal no obligar a sus hijas a casarse con alguien a quien no aprobaran y Oscar no iba a ser la excepción.

- General Jarjayes, creo saber la razón por la cual me ha mandado llamar. - le dijo de pronto el conde, interrumpiendo sus pensamientos. - ¿La comandante rechazó mi propuesta de matrimonio, cierto? - le preguntó.

Y tras una larga pausa, Regnier se dirigió a él.

- Victor, eres un hombre distinguido y honorable, y de entre todos los nobles jóvenes que conozco, eres el único al que confiaría a mi hija sin objeciones porque estoy seguro de que serías un gran esposo para ella. Sin embargo, no puedo ir en contra de sus deseos, por lo que me veo obligado a rechazar tu propuesta. - le dijo.

- Comprendo, General Jarjayes. - le respondió Victor Clement, y tras ello, se mantuvo en un largo silencio. Sabía que era imposible que Óscar lo acepte, y aún así, le resultó un duro golpe escuchar su negativa a través de las palabras de su padre.

- Lo lamento. - le dijo Regnier sin ocultar su decepción. - Quizás si le hubiera dado a Oscar la oportunidad de crecer como la mujer que era todo sería distinto. Yo soy el único responsable de que ahora esté cerrada a la idea de casarse para formar un hogar.

Y tras pronunciar estas palabras, el general continuó.

- Desde que era una niña, sólo me dediqué a presionarla. Estaba obsesionado con la idea de que ella fuera quien mantenga la tradición familiar y me engañé a mí mismo pensando que así sería feliz, pero estaba muy equivocado. Solo le he provocado sufrimiento. - le dijo al conde con pesar.

No obstante, Gerodelle no estaba de acuerdo con esa reflexión, y tras una breve pausa, dirigió su mirada al padre de su amada.

- General Jarjayes, entiendo lo que siente, sin embargo, estoy convencido de que ella no se arrepiente de haber vivido la vida que vivió. - le dijo.

Entonces Regnier lo miró intrigado, y tras unos segundos, su invitado se acercó al amplio ventanal de su biblioteca y observó junto a él la caída del sol, una caída del sol que le recordó la tarde en la que le declaró su amor a la que había sido su comandante.

- Desde que conocí a Lady Oscar cuando apenas tenía catorce años, supe que ella había nacido para ser una líder militar, y durante el tiempo que compartimos en la Guardia Real esa convicción se fortaleció. General Jarjayes, antes de conocer a su hija yo no había conocido a nadie que se entregue con tanta pasión a lo que hace, y después de ella no he vuelto a conocer a nadie así. Por eso tengo la certeza de que ella nació para vivir la vida que le tocó vivir, más allá de que usted la haya colocado en ese camino.

Y tras una breve pausa, Gerodelle continuó.

- Sin embargo, si fue usted quien en verdad labró su destino, sólo me queda agradecerle por haberme permitido conocer de cerca a la persona a la que más he admirado en la vida. - le dijo, y Regnier, conmovido por sus palabras, no supo que decirle. Todo lo que podía hacer era lamentar aún más la decisión que Oscar había tomado al rechazarlo, y tras una breve pausa, se dirigió nuevamente a él.

- Victor, aún no me he resignado a que Oscar no pueda formar un hogar. Yo quiero que conozca la felicidad siendo la mujer que es. - le dijo.

Y tras ello, prosiguió.

- El General Boullie está organizando un baile para ella, un baile al cual pensamos invitar a todos los aristócratas solteros de Francia para que Oscar pueda elegir como esposo a quien mejor le parezca. Sé que estoy pidiendo mucho, pero me gustaría que asistas. Nada me daría más gusto que mi hija cambie de opinión con respecto a tu propuesta y te elija como esposo. - le dijo el general.

Entonces, Gerodelle lo miró sorprendido. ¿Competir? ¿Competir por ella después de haber estado a su lado por más de quince años? - se dijo a sí mismo sin poder evitar sentirse afectado por las palabras del general. No obstante, no sería la primera vez que lo haría. ¿Acaso no había competido por ella durante todo ese tiempo? - se preguntó, porque durante todos esos años había tenido un rival en la sombra. André, André Grandier; el asistente, el consejero, el amigo, el hombre que al igual que él amaba a Oscar, el hombre que, muy a su pesar, era el dueño del corazón de la mujer que amaba, porque Gerodelle estaba seguro de que Oscar amaba a André, aunque ni ella misma se hubiera dado cuenta de ello.

No obstante, ahora tenía una ventaja sobre él. Efectivamente había sido muy ingenuo al pensar que su antigua comandante podría considerar siquiera convertirse en su esposa de un momento para otro, más aún conociéndola como la conocía, pero al menos él sí podía mantener la esperanza de casarse con ella por pertenecer a la nobleza y no podía desaprovecharla.

- General Jaryajes, tenga por seguro de que ahí estaré. - le dijo Gerodelle al padre de su amada.

Sin embargo, se sentía devastado. Ella ya lo había rechazado y era posible que por más que fuera a aquella fiesta no hubiese nada más que hacer. Estaba convencido de que Oscar no estaría dispuesta a casarse ni con él ni con nadie, pero no podía rendirse. La amaba demasiado como para resignarse a perderla para siempre.

...

Fin del capítulo