Capítulo 4

El atentado

Las invitaciones al baile organizado para que Lady Oscar elija esposo ya habían sido repartidas entre los nobles jóvenes más destacados de Francia y en la corte no se hablaba de otra cosa. La noticia había desatado todo tipo de reacciones, desde una gran emoción por parte de los caballeros hasta crisis de nervios y desmayos por parte de las damas.

El General Boullie no había reparado en gastos. Conociendo la popularidad de la antigua comandante de la Guardia Real quería estar a la altura de las circunstancias. Sabía que la fiesta sería un gran suceso y estaba seguro de que no se dejaría de hablar de ella durante mucho tiempo.

La reina María Antonieta no era ajena a las novedades, y aunque por esos días atravesaba momentos muy difíciles a causa de la grave enfermedad de su primogénito, sintió una gran alegría al enterarse de que su más confiable amiga iba a tener la oportunidad de elegir a la persona con quien compartiría el resto de su vida, una oportunidad que ella no había tenido. No obstante, intuía que había algo más detrás de todo eso. Entre ambas siempre había existido un gran afecto, sin embargo, Oscar era una persona reservada y nunca le había hablado a la reina de sus propios sentimientos; la única vez que María Antonieta percibió que algo le estaba afectando de manera personal fue cuando Oscar decidió renunciar a la Guardia Real, pero a pesar de su insistencia, la hija de Regnier se negó muy respetuosamente a revelarle los motivos que la habían llevado a tomar esa decisión.

Esa mañana, la esposa de Luis XVI se encontraba en uno de los salones del palacio esperando a quien por aquellos días era el comandante de la Guardia Real. Quizás Gerodelle podría sacarla de las dudas que tenía con respecto al baile de Oscar, después de todo, ellos habían trabajado juntos por más de quince años.

Entonces, mientras reflexionaba sobre ello, el conde ingresó al recinto donde ella se encontraba. María Antonieta se veía hermosa, aunque su maquillaje ocultaba la palidez de su rostro. Llevaba varios días sin poder dormir, preocupada por la salud de su hijo, sin embargo, ella era la reina de Francia y no podía rendirse.

Tras ingresar al salón, Gerodelle se inclinó formalmente frente a ella, y unos segundos después, María Antonieta se dirigió a él.

- Gerodelle, ¿cómo están las cosas en el palacio? - le preguntó.

- Como siempre, Su Majestad... Bueno... - se corrigió el conde. - Quizás no como siempre. Por estos días todos están algo distraídos...

- Por el baile organizado para Oscar, ¿verdad? - le preguntó María Antonieta.

Entonces, el conde bajó la mirada con melancolía.

- Así es, Majestad. A pesar de ya no frecuentar la corte, la comandante es en estos momentos el centro de atención de todo Versalles. - mencionó Victor Clement, y tras escucharlo, la reina se mantuvo en silencio por algunos segundos.

- Gerodelle, tú conoces bien a Oscar. Durante muchos años fuiste su segundo al mando... ¿Sabes por qué ha tomado la decisión de casarse tan repentinamente? - le preguntó.

Entonces Gerodelle levantó su mirada hacia ella, sorprendido por su cuestionamiento. No esperaba que la reina le haga una pregunta sobre la vida personal de la mujer que amaba, no obstante, aunque se tratara de ella, él no tenía derecho a cometer una indiscreción y prefirió guardar silencio antes que decirle a María Antonieta que no había sido una decisión de Oscar el que se organice un baile para que ella conozca a posibles pretendientes, si no que había sido una decisión de su padre, el Conde Jarjayes, secundada por el General Boullie.

- Su Majestad, no sé nada al respecto. - le respondió Gerodelle. - Usted sabe que la comandante siempre fue muy reservada.

Tras escuchar su respuesta, María Antonieta observó con detenimiento el rostro de Victor Clement y sonrió intuyendo que él no le estaba diciendo todo lo que sabía. No obstante, no podía esperar otra cosa de alguien como él, quien como todo un caballero, debía tener entre una de sus tantas virtudes la discreción.

Y mientras pensaba en ello, el Gran Chambelán, responsable del protocolo dentro del palacio, ingresó al recinto donde ambos se encontraban.

- Con permiso, Su Majestad. - le dijo el anciano, haciendo un formal saludo. - El Conde Hans Axel Von Fersen está aquí y me ha solicitado una audiencia privada con usted.

- ¿Fersen? - replicó María Antonieta, conmocionada ante la inesperada llegada del hombre que amaba.

Había evitado verlo desde que su hijo enfermó, temerosa de ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos. Por aquellos días había puesto la vida de Luis Joseph en manos de Dios y lo último que quería era hacerlo enojar con su conducta. Deseaba poder seguir suplicándole que salve la vida de su pequeño sin aumentar culpas a su atormentado corazón, sin embargo, no tenía el valor de negarse a ver a Fersen habiendo él ido a buscarla.

- ¿Lo hago pasar, Su Majestad? - le preguntó el Gran Chambelán.

- Sí. Dígale al conde que pase. - le respondió ella, resignada.

Entonces el anciano se retiró para comunicarle a Fersen que podía pasar, y unos segundos después, él ingresó al recinto.

- Ya puedes retirarte, Gerodelle. Muchas gracias por atender a mi llamado. - le dijo la reina.

- Estoy para servirle. Con su permiso, Majestad. - respondió él, y tras ello, dirigió su mirada hacia el hermano de Sofía. - Con su permiso, Conde Fersen. - le dijo a él, y Fersen le respondió con un gesto de despedida.

Tras ello, Victor Clement se retiró y Hans se inclinó formalmente frente a la reina.

- Su Majestad. - le dijo él siguiendo el protocolo, y tras ello, se mantuvo en silencio por unos segundos, recordando la vez en la que observó con gran dolor cómo su amada prometía ante la cruz que no volvería a verlo si de eso dependía la vida de su hijo.

No obstante, aunque escucharla pronunciar esas palabras había destrozado el corazón de Fersen, él la comprendía. María Antonieta amaba profundamente a sus hijos y ese amor estaba por encima de cualquier otra cosa.

- Fersen. - le dijo ella dulcemente.

Entonces él, haciendo denodados esfuerzos para no flaquear, se dirigió a ella.

- Su Majestad, estoy aquí para comunicarle que me ausentaré por una semana. Acompañaré al Marqués de La Fayette en su viaje a España. - le anunció.

- Me enteré que estará yendo para allá como parte de una comitiva para estrechar los lazos con nuestro país vecino. - mencionó ella.

- Así es, Su Majestad. Saldremos el viernes por la noche. - le respondió él.

- Por favor, énviales mis saludos a Sus Majestades. - le dijo ella, y tras pronunciar esas palabras, lo observó pensativa.

Entonces el silencio se apoderó de la habitación, mientras se contemplaban el uno al otro. Sus ojos no podían ocultar el profundo amor que sentían, no obstante, consciente de que en aquellos momentos la mejor forma de demostrarle su amor era mantenerse alejado de ella, prefirió marcharse.

- Majestad, eso era todo lo que tenía que decirle. Con su permiso. - le dijo Hans, y tras ello, se levantó para dirigirse a la salida, no obstante, ella lo detuvo.

- Espera, Fersen... - le dijo repentinamente, y él dirigió nuevamente su mirada hacia ella.

Y tratando de no desarmarse al verse reflejada en su profunda mirada, continuó.

- Fersen, ¿qué es lo que ocurre con Oscar? - le preguntó, y tras escucharla, el conde la miró paralizado.

¿Acaso ella sabía que Oscar había llegado a sentir algo más que amistad por él? - se preguntó. E intrigada por su silencio y desconcierto, la reina prosiguió.

- ¿Sabías que se está organizando un baile para ella? Al parecer está pensando abandonar la vida militar para contraer matrimonio y no dudo que después de esa fiesta ella conozca a un pretendiente adecuado, sin embargo, me siento confundida, porque fue la misma Óscar quien me pidió ser trasladada a otro regimiento y sólo han pasado dos semanas desde que inició sus funciones como Comandante de la Guardia Francesa. - agregó la reina, y al ver que de eso se trataba, Fersen se sintió aliviado.

- Me encuentro igual de sorprendido que usted, Majestad. - le respondió él, el cual ya se había enterado de lo que ocurría por los rumores que circulaban en la corte.

Era cierto que se encontraba sorprendido. Desde que se enteró de la organización de aquel evento se había preguntado porqué su amiga más querida había tomado una decisión como esa. No había pasado ni siquiera un mes desde la última vez que se vieron, y en aquella oportunidad, ambos se despidieron debido a los sentimientos de la hija de Regnier hacia él, acordando que lo mejor era no volver a verse. Sin embargo, todo parecía indicar que ahora ella buscaba formar una familia y Hans no entendía que hubiera tomado esa decisión de manera tan repentina si supuestamente lo amaba. Estaba mucho más confundido que la reina.

- Tú siempre has sido su amigo... - insistió María Antonieta. - ¿En realidad no sabes qué es lo que está pasando? - le preguntó.

- Su Majestad, no he visto a Óscar desde hace un tiempo. Sin embargo, no creo que la fiesta haya sido una decisión suya... - le respondió Fersen, bajando la mirada.

No obstante, su respuesta despertó aún más la curiosidad de María Antonieta.

- ¿Por qué lo dices? - le preguntó

Entonces el conde se puso nervioso. ¿Acaso podía decirle a la mujer que amaba que no le parecía coherente que Oscar haya decidido casarse a tan pocos días de haberle declarado sus sentimientos?

No obstante, volvió a dirigirse a ella.

- No lo sé. Es sólo una suposición. - le respondió, aunque sin levantar la mirada. - La verdad es que desconozco sus razones. - agregó.

Y tras escucharlo, la reina sonrió.

- Debo aceptar que Oscar tiene muy buenos amigos. Ni Gerodelle ni tú quieren darme más detalles acerca de este asunto y estoy segura que ambos saben más de lo que dicen. - le dijo.

Y al ver que sonreía, Fersen también sonrió, iluminado por su hermoso rostro. No obstante, aunque estaba tentado a dejarse llevar por su amor no lo hizo, y tras algunos segundos, se inclinó respetuosamente frente a ella como señal de despedida.

- Majestad, debo retirarme. Muchas gracias por recibirme. - le dijo mirándola tiernamente.

- Fersen, por favor... Regresa a salvo... - le respondió María Antonieta intentando contener sus lágrimas.

Y tras asentir con la cabeza, el conde se marchó.

...

Por aquellos días y luego de solicitar el resultado de los últimos exámenes médicos de sus subordinados, la heredera de los Jarjayes comprobó que muchos de ellos se encontraban enfermos o presentaban cuadros de desnutrición, entonces decidió ejecutar algunos cambios para mejorar las condiciones en las que vivían: redujo el número de guardias por mes, revisó directamente el plan nutricional y redujo la cantidad de personas por habitación. Así mismo, aprovechando este último cambio, se aseguró de alejar de la habitación donde se encontraba André a aquellos guardias que lo habían atacado. No dudaba de su capacidad para defenderse, pero sí temía que sufra algún atentado mientras dormía y prefería ponerlo a buen recaudo.

La mayoría de los soldados del regimiento tomaron a bien estos cambios, pero algunos decían que ella sólo lo hacía para quedar bien con ellos, no obstante, André les recalcaba a sus compañeros que su comandante era una persona justa y que no dudaran de que sus acciones eran sinceras, ya que para nadie era un secreto que él había trabajado para la familia Jarjayes antes de llegar ahí.

Una noche, luego de una agitada jornada con la Compañía B, Oscar se encontraba en la habitación de su mansión tocando el piano. La oscuridad había ennegrecido los jardines de la mansión Jarjayes y apenas se veía el exterior. No pensaba en nada en particular en ese momento; cuando tocaba, casi siempre se dejaba llevar por el sonido de la melodía que interpretaba y se sentía libre como el pájaro que emprende el vuelo o como una rosa que florece bajo el sol. La música era su eterno refugio; ahí encontraba la paz que necesitaba en sus agitados días como militar del ejército francés, una vida que le había traído muchas satisfacciones, pero también muchas desdichas.

Entonces su padre se aproximó a ella tras observarla desde el pasillo. Minutos antes le había pedido a una de sus sirvientas que le sirva una copa de vino y la llevaba consigo. Su rostro reflejaba felicidad: al fin iba a reparar el error que había cometido hacía ya tantos años cuando decidió criar a la menor de sus hijas como un hombre. Estaba convencido de que la fiesta que se había organizado para su heredera sería todo un éxito y que ella viviría finalmente la vida de una dama de la aristocracia francesa, una vida que él, por su obstinación, le había arrebatado.

Y ahí, de pie a su lado y sosteniendo su copa de vino, le ordenó a su hija vestirse con el mejor vestido, maquillarse y asistir a aquel magno evento. Lucía entusiasmado, pero ella parecía indiferente a sus palabras porque sólo lo escuchaba sin dejar de interpretar su pieza. No estaba de acuerdo con el hecho de contraer matrimonio, pero sabía que era inútil discutir con su padre, por lo que prefirió mantenerse en silencio.

- Oscar, esto lo hago pensando en tu felicidad. - le dijo Regnier, y tras ello, levantó su copa de vino para brindar por ella.

...

A la mañana siguiente, la heredera de los Jarjayes les daba a sus subordinados indicaciones relacionadas a las labores que debían realizar durante el día. Por aquel tiempo, todos los esfuerzos de la Guardia Francesa estaban destinados a desactivar al grupo terrorista que asolaba París y sus alrededores, y Oscar había puesto en ello toda su atención. No obstante, a pesar de todo el trabajo que tenía, se sentía atormentada; André seguía evitando su mirada y no soportaba pensar que él estuviera enfadado con ella por su supuesto compromiso de matrimonio. "¿Hasta cuando seguirá comportándose así?" - se preguntaba, deseando fervientemente que pronto tome su día de descanso para que su nana le diga al fin que la familia Jarjayes había rechazado la petición de Gerodelle.

No obstante, a Oscar no le preocupaba que el nieto de Marion se entere del baile que se estaba organizando para que ella encuentre posibles pretendientes. Estaba segura de que él se burlaría de la situación, ya que conociéndola como la conocía, tenía que saber que ella nunca se prestaría a participar en un evento como ese.

Algunas horas más tarde, Oscar abandonó el cuartel militar. Había salido a realizar algunas diligencias relacionadas a los cambios que estaba implementando para su compañía, y mientras tanto, los guardias franceses del turno de la mañana descansaban tras un largo día de trabajo. Estaban relajados y nada parecía perturbar su tranquilidad cuando, de pronto, se vieron sorprendidos por la inesperada llegada de uno de sus compañeros, el cual lucía nervioso y desencajado. Junto con su grupo había estado patrullando la zona cercana al río, y sobresaltado, había llegado preguntando por la comandante de la Guardia Francesa.

Al verlo en ese estado, los guardias que descansaban en las barracas se reunieron alrededor de él. Entre ellos se encontraban André y Alain, los cuales lucían tan desconcertados como el resto de sus compañeros.

- ¿Qué ha pasado, Pierre? ¿Por qué estás tan nervioso? - le preguntó el líder del escuadrón.

- ¡Un atentado! ¡Un atentado terrorista ocurrió hace unos minutos! - exclamó el guardia. - ¡El coronel Dagout me envió a avisarle del suceso a la comandante! - agregó muy alterado.

- La comandante salió a hacer unas diligencias, ¿pero por qué te ha enviado para acá? El coronel puede manejar perfectamente ese tipo de situaciones por sí mismo. - le preguntó Alain, intrigado.

- ¡Es que no lo entiendes, Alain! ¡La víctima fue el padre de la comandante! ¡El General Jaryajes! - respondió el soldado, aún agitado por la rapidez con la que había llegado.

Entonces André se acercó a él muy alterado y lo tomó por los hombros.

- ¡¿Qué estás diciendo?! - exclamó.

- ¡Es verdad! - replicó Pierre. - El general recibió un disparo de uno de los terroristas y lo están trasladando a su casa en estos momentos. - respondió el recién llegado guardia.

Entonces el nieto de Marion corrió hacia la salida, pero Alain corrió tras él y lo detuvo en la puerta.

- ¡Espera, André! Tenemos prohibido salir de aquí sin la autorización de un superior. - le dijo sosteniéndolo con fuerza.

- Esto es una emergencia. ¡No puedo quedarme aquí!. - le respondió André intentando soltarse.

- ¡Si sales sin autorización te enviarán a una corte marcial! ¿Acaso no te importa morir? - le preguntó Alain sin dejar de sostenerlo, pero André se sentía demasiado ofuscado como para pensar en una respuesta.

- Asumiré lo que tenga que asumir, pero ahora debo irme. - le dijo enfáticamente. - Por favor, asegúrate de que Oscar se entere de lo que está pasando. - agregó.

Y entendiendo que nada de lo que dijera lo haría desistir, Alain lo soltó y asintió con la cabeza. A pesar de todo lo comprendía, sin embargo, estaba preocupado por la solicitud que le hizo su compañero antes de irse, porque si había algo que no le gustaba era dar malas noticias.

Unos segundos después, el nieto de Marion salió del cuartel a todo galope en dirección a la casa del doctor Lassone. Suponía que nadie en la mansión Jarjayes sabía del atentado y si esperaban a que llegue el malherido general para enviar por el doctor se perdería un tiempo muy valioso. Entonces cabalgó y cabalgó, quizás más rápido de lo que nunca antes había cabalgado, y tras llegar ahí y contarle lo ocurrido al galeno que era buen amigo de Regnier, este salió de su mansión acompañado de dos de sus aprendices.

André se ofreció a llevarlos; dadas las circunstancias estaba convencido de que nadie podría conducir un carruaje más rápido y mejor que él, entonces dejó su caballo con uno de los sirvientes de la casa del doctor y se adueñó del asiento del cochero. Afortunadamente no estaban lejos de la mansión Jarjayes, aún así, André los llevó en la mitad del tiempo que deberían haber tomado para llegar a su destino.

Mientras atravesaban las rejas, se sorprendieron al notar que estaban llegando al mismo tiempo que el carruaje que transportaba al malherido General Jarjayes, el cual venía escoltado por algunos de los miembros del regimiento del General Boullie. Entonces se detuvieron y bajaron del carruaje, y tras ello, André y el doctor Lassone corrieron a verlo mientras los dos médicos que los acompañaban preparaban la camilla con la que trasladarían a Regnier al interior de la casa.

El general estaba inconsciente. Los guardias del ejército que lo habían escoltado hasta ahí habían improvisado una especie de torniquete para intentar detener la sangre que brotaba del pecho del patriarca de los Jarjayes, pero sus esfuerzos habían sido insuficientes por lo que debían actuar de inmediato.

Entonces, y con mucho cuidado, los médicos colocaron a Regnier sobre la camilla, y acompañados por André, ingresaron a la casa. Entonces desató un gran alboroto. Los sirvientes jamás esperaron ver llegar a su amo en esas condiciones, y mucho menos Marion, que entró en una crisis de nervios en ese momento.

- Abuela, por favor, necesito que mantengas la calma y ayudes al doctor Lassone con todo lo que necesite. El amo recibió un disparo y necesita ser intervenido con urgencia. - le dijo André con tal firmeza que la nana asintió con la cabeza y de inmediato se dirigió a una de las sirvientas.

- Mirelle, ve con los doctores y haz todo lo que te indiquen. Beatrice, hierve mucha agua y prepara muchas compresas, seguramente los doctores van a necesitarlas.

- Sí, Madame Marion. - respondieron ellas, y tras ello, se dirigieron a hacer lo que el ama de llaves le había pedido.

Entonces André se dirigió a la doncella que quedaba.

- Anne, por favor, ve con James y pídele que vaya al Palacio de Versalles de inmediato. Debemos informarle a Madame Jarjayes lo que ha ocurrido. Y una cosa más. El General Boullie está afuera. Llegó con el amo. Por favor, hazlo pasar y llévalo al salón principal. Seguramente querrá esperar hasta tener noticias del estado del general. - le dijo.

- Sí, André. - respondió ella.

Entonces la sirvienta se retiró para cumplir sus indicaciones.

Así pasaron varios minutos. Mientras Regnier era intervenido, Marion lloraba desconsoladamente afuera de la habitación acompañada por André y algunos de las sirvientes, los cuales esperaban ansiosos el resultado de la intervención. Entonces, tras más de una hora de angustiosa espera, el doctor salió de la habitación del patriarca de los Jarjayes, y quienes aguardaban por noticias, se acercaron a él.

- Doctor, ¿cómo se encuentra el general? - le preguntó André con gran preocupación.

- Pueden estar tranquilos: la operación fue todo un éxito. - le respondió el galeno con una sonrisa en los labios. - Afortunadamente la bala no tocó ningún órgano ni ninguna arteria. Hubo mucho sangrado, pero llegamos a tiempo para cerrar la herida oportunamente. - agregó.

Entonces todos suspiraron aliviados, y la abuela, entre lágrimas, le agradeció al doctor por haber salvado la vida de su amo.

- Quédese tranquila, abuela. Lo peor ya pasó. - le aseguró el galeno, y tras pronunciar estas palabras, volvió a dirigirse a ellos. - Regresaré a supervisar a mis asistentes. Están terminando de vendar a nuestro paciente. - mencionó.

Entonces, el doctor Lassone dirigió la vista hacia André.

- Gracias por ir a buscarme, muchacho. De no haber llegado a tiempo, Regnier podría haber muerto. - le dijo agradecido por su oportuna intervención, y André sonrió sintiéndose satisfecho de las decisiones que había tomado aquella tarde.

- Doctor, ¿podemos ver al amo? - preguntó la abuela.

- Sí, pero en silencio. Regnier está inconsciente por el sedante que le pusimos. Es posible que duerma por una hora o dos. - le respondió él, y Marion asintió con la cabeza.

Tras ello, la abuela se dirigió a los sirvientes.

- Ya pueden continuar con sus obligaciones. La señora no debe tardar en llegar y debe encontrar todo en perfecto orden. - les dijo, y tras ello, dirigió su mirada hacia una de las sirvientas.

- Por favor, Anne. Ve al salón e infórmale al General Boullie que la cirugía del amo fue exitosa y que él está fuera de peligro. - le dijo mientras secaba sus lágrimas.

- Enseguida, Madame Marion. - le respondió la sirvienta.

Tras ello todos se retiraron y André y su abuela ingresaron a la alcoba de Regnier para acompañarlo. Tenía un mejor semblante que el que había tenido cuando llegó y descansaba apaciblemente mientras los discípulos del doctor Lassone terminaban de colocar los vendajes para cubrir la herida que, por fortuna, no lo llevó a la muerte.

De pronto, el azote de una puerta los sorprendió, y tras ello, el sonido de unos pasos aproximándose a ellos a gran velocidad. Era Oscar, la cual, alterada y pálida como un papel, ingresaba a la habitación llevando en sus manos el látigo con el que había azotado a su caballo para poder llegar más rápido hasta ahí. Había salido del cuartel apenas recibió la noticia y durante el trayecto temió lo peor. No estaba lista para perder a su padre, aquel hombre generoso pero recto y dominante de quien había aprendido absolutamente todo, aquel hombre que determinó el rumbo de su vida desde su nacimiento pero que ahora se arrepentía e intentaba enmendar sus errores, aquel hombre al que a pesar de esos errores amaba profundamente, a quien, consciente o no de ello, siempre había intentado agradar a pesar de su carácter rebelde. No, no estaba lista para dejarlo ir.

Entonces entró abruptamente a la habitación. Lucía alterada y respiraba agitada, aunque más por el temor de haberlo perdido que por haber corrido desde la entrada.

- ¡Padre! - gritó.

Y al verla llegar, su nana se dirigió a ella.

- Ya no se preocupe, señorita. Milagrosamente la bala no tocó su corazón. - le dijo para tranquilizarla.

Entonces los ojos de Oscar se llenaron de lágrimas, y sintiendo que perdía las pocas fuerzas que la habían sostenido hasta ahí, cayó al suelo de rodillas y empezó a llorar. Toda la angustia que había contenido desde que recibió la noticia estaba cayendo sobre ella de una forma abrumadora y no pudo hacer más que derrumbarse. Había estado a punto de perder a su padre, pero el destino le había dado una segunda oportunidad.

De pronto, sintió unos pasos acercándose a ella, y con los ojos llenos de lágrimas, levantó la vista para ver de quién se trataba.

Era André, quien después de muchos días volvía a mirarla a los ojos, y a su lado, como siempre había estado, le ofrecía su pañuelo para que seque sus lágrimas mientras la contemplaba con la pureza del amor que sólo ella le inspiraba.

Ella lo miró conmovida. ¡Cuánto lo había extrañado todo ese tiempo y que paz sentía al saber que contaba con él en ese momento!... Al fin lo tenía frente a ella, y a través de su mirada, pudo comprobar que él aún la quería.

- Gracias, André... - le dijo mostrándole abiertamente su vulnerabilidad.

Entonces, conmovido por la tristeza de la mujer que amaba, él se inclinó hacia ella y le ofreció sus manos para ayudarla a levantarse. Ella las tomó y, al ponerse de pie, se aferró a su pecho sin poder dejar de llorar.

- Quédate tranquila, Oscar. Ya verás que en un par de horas tu padre estará como nuevo. Es un hombre muy fuerte... - le dijo él mientras la envolvía tiernamente entre sus brazos.

Sin embargo, ella no lloraba únicamente por su padre. También lloraba por él. El estar tan distanciados se le había hecho casi insoportable.

...

Fin del capítulo