Capítulo 5
Malos entendidos
Tras saber que su padre se recuperaría, la última de las hijas y única heredera de la familia Jarjayes se encontraba más tranquila. André le había sugerido que se ponga algo más cómodo y descanse un poco y ella había seguido su consejo, no obstante, ya había pasado una hora de aquello y en ese instante se encontraba con su madre en la habitación de Regnier escuchando las indicaciones que el doctor Lassone les daba para atender al general. Marion estaba con ellas, y con gran diligencia, anotaba una a una las recomendaciones del galeno. Si bien el peligro había pasado, deseaba ver a su amo restablecido lo más pronto posible y se había auto asignado la tarea de encargarse personalmente de que así sea.
André, por su parte, se dirigía a la cocina. Se había enterado que su antigua ama, Georgette de Jarjayes, había llegado a la mansión desde el Palacio de Versalles para ver a su marido y pensó que sería una buena idea llevarles a ella y a Oscar una taza de té; no había sido un día sencillo para ninguna de ellas y creyó que una bebida caliente les ayudaría a recuperarse de toda la tensión que habían vivido. Al llegar, encontró ahí a una de las sirvientas. Su nombre era Mirelle y trabajaba en la mansión desde hacía cinco años.
Mirelle era delgada y de estatura mediana. Su cabello castaño brillaba al sol como la seda mas fina y tenía la belleza propia de su juventud. Conocía a André desde que llegó a servir en la mansión Jarjayes y tenían un trato tan familiar que parecían más amigos de lo que realmente eran, aún así, lo cierto era que el nieto de Marion la apreciaba un poco más que al resto de las sirvientas, no sólo a ella sino también a su prometido, con el que Mirelle llevaba una relación de un poco más de un año.
- ¿Necesitas algo, André? - le preguntó amablemente la doncella al verlo ingresar a la cocina, y André la miró sorprendido.
- ¿No puedo venir aquí únicamente para saludarte? - le respondió él. Entonces ella empezó a reir.
- Por favor, André. Tú solo entras a esta cocina para buscar a tu abuela o para buscar algo de comer, difícilmente para saludarnos. - replicó la doncella.
- ¿En tal concepto me tienes? - reclamó él. - Puede que tengas razón. Últimamente he descuidado mis modales. Lo siento, Mirelle.
- ¡Pero qué dices! ¡Solo estoy bromeando! - le respondió Mirelle riendo, y tras ello, continuó. - Me alegra verte nuevamente, aunque hubiera preferido que fuera en mejores circunstancias. ¿Sabes? Beatrice ha estado preguntando por ti... - le dijo con una sonrisa cómplice, insinuando que su compañera de labores le había puesto los ojos encima.
- Mirelle , yo también me alegro de verte así sea para escuchar tus delirios. - comentó él.
- ¿Delirios? - replicó Mirelle. - Pues no digas que no te lo advertí. A Beatrice le gustas y no se rendirá hasta conquistarte. - agregó, pero el nieto de Marion no le dio importancia a sus palabras.
De pronto, notó que sobre la mesa habían varios hilos y agujas en desorden, e intrigado, se dirigió nuevamente a la doncella.
- Mirelle, ¿por qué están todas estas cosas sobre la mesa? - le preguntó.
- Es que Madame Marion tenía que hacerle un ajuste de última hora al vestido de la señorita.
- ¿Al vestido de la señorita? - repitió André, más confundido que antes.
- Así es. El vestido que usará en el baile. - insistió Mirelle, y al notar que André no entendía de lo que hablaba, se desconcertó. - ¿Acaso no estás enterado de lo que está ocurriendo? - le preguntó.
- No tengo idea de qué me hablas... - le respondió él, empezando a preocuparse.
Entonces la doncella se dirigió nuevamente a él.
- Supongo que ya sabes que la señorita se opuso a la propuesta de matrimonio del Conde Gerodelle... - le dijo antes de empezar su relato, y el corazón de André se llenó de felicidad.
- ¿Se opuso? - replicó, tratando de ocultar su alegría.
- Por supuesto. - respondió Mirelle, sorprendida de que él no supiera nada al respecto.
Y mientras intentaba ordenar lo que se encontraba desordenado sobre la mesa, Mirelle continuó:
- La hubieras visto el día que se enteró que su padre estaba en la mansión. Llegó muy alterada, nunca la había visto así. Había estado buscando al amo durante días pero él estaba lejos de Versalles, en una misión... - le comentó Mirelle, y a medida que avanzaba su relato, la felicidad de André se incrementaba sin que ella se de cuenta. - Lo último que escuché es que entró al despacho exigiéndole a su padre que rechace esa propuesta, y luego se encerraron a conversar. ¡Qué desperdicio! El conde es un hombre tan guapo... - agregó suspirando.
- Mirelle, no hablarás en serio. - le dijo André algo enojado, y Mirelle se soltó en risas.
- No te pongas celoso, André. Para nosotras tú eres mucho más apuesto que el conde. - le aseguró ella riendo.
- Más te vale que lo digas... - le respondió él en tono de reclamo y broma. - Pero sigo confundido. ¿Qué tiene que ver que la familia haya rechazado la propuesta del conde Gerodelle con todas estas cosas de costura regadas sobre la mesa? - le dijo.
- ¡No puedo entender cómo es que no sabes nada de lo que está pasando! ¿Es que acaso la señorita no te ha contado nada? - le preguntó Mirelle muy sorprendida. Entonces, él empezó a ponerse nervioso.
La realidad era que nunca había estado tan distanciado de la que por muchos años había sido su más cercana amiga; prácticamente no se dirigían la palabra. No obstante, no podía confesarle algo como eso a Mirelle, por lo que intentó justificarse con algo que le suene coherente.
- Ella y yo pertenecemos a la misma compañía, pero tenemos muchas cosas que hacer y eso no nos permite conversar como antes. - le dijo.
Entonces la doncella decidió ponerlo al tanto de la situación.
- Se está organizando un baile para la señorita. El amo quiere casarla a como de lugar. El General Boullie se ha ofrecido a ser el anfitrión del evento y los nobles solteros más destacados de Francia han sido los invitados.
Y tras una pausa, suspiró.
- ¡Que suerte tiene Lady Oscar! - exclamó. - Por eso ves todo este alboroto, André. Madame Marion y yo estábamos terminando de confeccionar el vestido que usará la señorita cuando nos enteramos que el general había llegado herido. Entonces dejamos todo y fuimos a ver cómo estaba. - le dijo.
Entonces André empezó a reír a carcajadas.
- ¡Mirelle! ¿¡Pero qué estás diciendo!? Oscar jamás se prestaría a participar en un evento como ese. - exclamó él, muy seguro de sus palabras.
- ¡Es verdad lo que te digo, André! - insistió Mirelle. - Ya todo está arreglado. El baile será mañana a las ocho de la noche.
- ¿Mañana? - replicó él, sorprendido por la proximidad del evento.
- Sí, será mañana. Es lo más comentado en la corte de Versalles por estos días, pero que digo de la corte... ¡De toda la aristocracia de Francia! Las sirvientas de las mansiones vecinas no hablan de otra cosa... ¡Será el evento del año! - exclamó la joven.
Su seguridad era tal que era imposible no creer en sus palabras. Sin embargo, André no era capaz de imaginar a Oscar participando en un evento como ese y menos que acepte que la cortejen todos los solteros de Francia. No obstante, de pronto recordó que tampoco hubiese imaginado que se pondría un vestido para ir al baile de la condesa de Conti y sin embargo lo hizo. ¿Sería posible que después de todos esos años no la conociera tanto como pensaba y que ella realmente estuviera pensando que ya era momento de casarse? André se quedó pasmado ante esa posibilidad, y al notarlo, Mirelle se acercó a él para tratar de sacarlo de su conmoción.
- ¡André! - le gritó ella, entonces él volvió a la realidad.
- Perdón, Mirelle. - le respondió André, algo aturdido. - Estaba recordando que debo retornar pronto al cuartel. Con lo del atentado del amo no me dio tiempo de solicitar la autorización de salida y seguramente ahora debo estar metido en un gran lío. - agregó.
- Si se lo pides a Lady Oscar seguramente ella autorizará tu salida por la emergencia que tuvimos en casa. ¿Es tu comandante, cierto? - le dijo Mirelle.
- Sí, y sé que lo haría, pero no la quiero molestar con eso ahora. Ella ha tenido un día muy duro y es mejor que permanezca aquí al lado de su padre. - le dijo a la sirvienta.
Y en el instante en que terminaba de pronunciar esas palabras, Georgette de Jarjayes ingresó a la cocina y miró conmovida a quien había sido el mejor amigo de su hija.
- André... - le dijo visiblemente emocionada de verlo, y tras ello, extendió las manos hacia él para tomar las suyas afectuosamente.
- Madame Jarjayes, que alegría me da verla tan bien. - le respondió él mientras le sonreía a la madre de la mujer que amaba.
- Dime, André, ¿cómo podría agradecerte lo que hiciste por mi esposo? - le preguntó Georgette. - Los doctores nos dijeron que si no hubiera sido por tus rápidas acciones, Regnier no estaría con nosotros en estos momentos.
- Madame Jarjayes, no tiene nada que agradecerme. - le respondió él sinceramente. - Usted sabe el gran cariño que les tengo, y aunque ya no trabaje para ustedes, siempre van a poder contar conmigo. - añadió.
- Trabajes o no con nosotros tú siempre serás parte de esta familia. - le dijo ella, y tras hacerlo, ambos se miraron en silencio.
Georgette apreciaba mucho a André. Lo había visto crecer al lado de Oscar hasta convertirse en un joven maduro y bondadoso, un joven que había cuidado de la menor de sus hijas de una manera irreprochable. Para Georgette, André había sido el mejor compañero que Oscar hubiese podido tener y ahora también había salvado la vida de su marido, al cual, a pesar del paso de los años, seguía amando profundamente.
...
Tras terminar su charla con André, la esposa de Regnier se dirigió a la biblioteca en busca de algunos libros que pudieran entretener a su marido. El patriarca de los Jarjayes debía permanecer en cama por lo menos dos semanas y deseaba que, a pesar de lo ocurrido, estuviese entretenido. Cierto era que ella tendría que leérselos ya que el brazo de Regnier había sido inmovilizado por el doctor Lassone, pero eso no le molestaba, por el contrario, estaba feliz de poder compartir esos momentos con él porque la verdad era que sus obligaciones como dama de honor de la reina y la vida militar de su marido muchas veces no les permitían tener ese tipo de intimidad.
Por su parte, André se dirigía a la segunda planta llevando consigo una bandeja que contenía la jarra de té que Mirelle había preparado para sus amos junto con dos tazas para servirlo. Mientras caminaba, seguía pensando que era imposible que un baile como el que había planteado la sirvienta se lleve a cabo; tenía que haber un error. La Oscar que conocía y con la que había crecido jamás se prestaría a asistir a un evento como ese.
Mientras tanto, en la habitación de Regnier, Oscar le aseguraba a su padre que atraparía al terrorista que le disparó, sin embargo, él le decía que si en verdad deseaba complacerlo, prefería que se ponga un vestido y asista al baile organizado para ella.
De pronto, la heredera de la familia sintió los pasos de André y se puso nerviosa. No deseaba seguir hablando con su padre sobre ese asunto frente a André, no obstante, Regnier continuó abordándolo de una manera muy natural.
- Irás mañana al baile organizado por el General Boullie, ¿cierto, Oscar? - le preguntó a su hija con una gran sonrisa en los labios.
- Sí. - le respondió ella parcamente, en voz baja y sin dar mayores detalles. No se sentía capaz de darle un disgusto a su padre después de lo que había pasado.
Mientras tanto, André colocaba su bandeja sobre una de las mesas que se encontraban en la habitación del general. Cuando ingresó no puso atención en la conversación que se llevaba a cabo entre Regnier y su hija, por lo que no tenía idea de que Oscar había aceptado ir al baile organizado para ella. No obstante, pronto lo confirmaría, porque tras dejar el té en la mesa su antiguo amo, Regnier se dirigió a él con la intención de pedirle algo muy importante.
- ¡Oye, André! - le dijo de repente.
- ¿Sí? - le respondió el nieto de Marion, y tras ello, dirigió su mirada hacia su antiguo amo con una amable sonrisa.
- Asegúrate de acompañar a Oscar al baile de mañana. - le dijo con entusiasmo. - Por una vez en la vida debemos mostrar su belleza a todos los nobles de Versalles.
Las palabras del general paralizaron por unos segundos al nieto de Marion, el cual no supo como reaccionar a su petición, y al notarlo, Oscar dirigió su mirada hacia él. Ella no tenía idea de que su padre fuese a pedirle algo como eso y temió que él se negara a hacerlo, no obstante, André sólo la observó en silencio.
- "¿En serio, Oscar? ¿Es en serio que piensas asistir a un evento como ese?" - pensaba él esperando a que ella se rebele, pero no hubo reacción de su parte por lo que se daba por sentado que ella estaba de acuerdo.
Entonces, André se dirigió a Regnier.
- Como usted diga. - le dijo, y tras ello, bajó la mirada con resignación.
Unos segundos después se retiró, no sin antes pronunciar el acostumbrado "Con su permiso" que los miembros del servicio pronunciaban antes de abandonar una habitación y que ciertamente él casi nunca utilizaba. Entonces Oscar lo siguió con la mirada. André se había marchado pensando que ella había aceptado asistir al baile que se había organizado para que conozca a posibles pretendientes y se odió por eso. Lo había herido nuevamente y era lo último que quería luego de haberse acercado a él después de tantos días.
- ¡Maldita sea! - murmuró sintiendo una gran frustración mientras trataba de pensar en cómo aclararía ese malentendido. Casi tuvo el impulso de salir corriendo tras él para decirle que aunque se organizaran mil bailes para ella en todos los rincones de Europa no tenía las menores intenciones de casarse y que sólo había aceptado ir a ese evento para no contradecir a su padre.
- ¿Qué pasa Oscar? - le preguntó Regnier al verla preocupada.
- Nada, padre. - le respondió ella, sin embargo, se sentía miserable por haber dejado ir así al que siempre había sido su mejor amigo.
Mientras tanto, André subía a toda prisa a la torre más alta de la mansión. Al llegar, se apoyó en una de las columnas y miró hacia el horizonte, y sintiéndose más solo que nunca, pensó en Oscar.
- "¿En verdad es eso lo que quieres?... ¿En verdad es eso lo que quieres, Óscar?" - se preguntaba sin poder sacar de su mente la mirada de la mujer que amaba cuando el general le pidió que la acompañe al baile. - "Si es así, ¿quién soy yo para desear lo contrario?... ¿Quién soy yo para no alegrarme porque al fin vivas como la mujer que eres?..." - se decía desolado.
Entonces, el viento empezó a soplar fuerte en Versalles y las nubes cubrieron el cielo, oscureciendo aún más la fallida visión del único ojo con el que podía ver.
- "Renunciarás a la vida militar y ya no correrás ningún peligro. Tendrás un esposo, hijos, un hogar... El hogar que yo hubiese querido que formes conmigo." - pensó con el alma destrozada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Entonces, por primera vez, se convenció de que Oscar nunca lo había amado. Durante sus años juntos, había llegado a sentir que sus sentimientos eran correspondidos y que ella en verdad lo amaba aunque no fuera consciente de ello. Había llegado a creer que tarde o temprano su amiga de la infancia se daría cuenta de que era realmente a él a quien siempre había amado, y que al hacerlo, entendería que el amor que había creído sentir por Fersen era solo una ilusión.
¡Cuántas veces creyó ver amor hacia él en su mirada! Cuántas veces, cuando permanecían abrazados, incapaces de soltarse, había sentido que ella también lo amaba. Cuántas veces, en la intimidad de sus conversaciones, pensó que se reconocían como dos almas destinadas a estar juntas. Cuántas veces había sentido que siempre se tendrían el uno al otro. Pero sólo se había estado engañando a sí mismo, porque si Oscar realmente lo amara, no sería capaz de lastimarlo buscando a otro hombre para compartir el resto de su vida.
- "Oscar, probablemente mañana elegirás a la persona que habrá de casarse contigo, pero así sea el más honorable de los hombres, ni él ni nadie en este mundo podrá amarte tanto como yo..." - pensó sintiéndose devastado, porque creía que estaba perdiendo para siempre a la mujer que amaba.
¿Sería capaz de acompañarla al baile donde ella buscaría a su futuro esposo, tal como se lo había pedido el general? De atreverse, se dirigiría a esa fiesta con la misma desdicha de quien recorre el camino hacia el cadalso.
De pronto, una terrible idea acaparó sus pensamientos.
- "Sería tan sencillo acabar con mi dolor en este instante..." - se dijo a sí mismo mientras miraba hacia el vacío desde la torre donde se encontraba, pero de inmediato, llegó a su memoria el día en que la pequeña Charlotte de Polignac acabó con su vida lanzándose desde lo alto de una torre similar, y asustado, retrocedió volviendo a la realidad.
- Me estoy volviendo loco... - murmuró.
Y tras ello, se sentó en el piso apoyando su cabeza entre sus manos.
- "No puedo seguir observando todo lo que está pasando a mi alrededor. Ya no soy capaz de soportarlo... Debo irme. Debo irme muy lejos de aquí..." - pensó, temiendo morir de tristeza si permanecía más tiempo al lado de la mujer a la que había adorado desde su adolescencia y quien había sido la mejor de sus amigas durante su infancia.
Mil pensamientos sobre el pasado, el presente y el futuro se agolpaban en su mente y no podía evitar sentirse atormentado.
- "¿Qué pasará si me quedo?" - se decía. - "¿Acaso tendré que conducir el carruaje que la llevará a la iglesia vestida de novia?... ¿Tendré que verla mientras camina hacia el altar para entregar su vida a su futuro esposo?..." - se preguntaba.
Entonces se levantó del suelo y miró nuevamente al horizonte.
- "Oscar, te acompañaré hasta la puerta del baile y luego regresaremos juntos a la mansión cuando haya terminado la fiesta. Lo haré porque se lo debo a tu padre..." - pensó determinado. - "Pero después de eso... después de eso desapareceré de tu vida para siempre y no volveremos a vernos, tal como lo decidiste desde un principio cuando me dijiste que ya no era necesario que te acompañe más."
Había mucho dolor dentro de su corazón, no obstante, lo que André ignoraba era que Oscar no había deseado lastimarlo y mucho menos cruzaba por su mente la idea de casarse; todo había sido un gran malentendido. Por otro lado, cuando le dijo que no era necesario que la acompañe más, tampoco había pretendido sacarlo de su vida. Ella únicamente quería retarse a sí misma pensando erróneamente que podía vivir la vida de un hombre.
Lo que André no sabía era que después de que él la besara por segunda vez y le confesara su amor, los sentimientos que estaban dormidos en el corazón de la mujer que amaba habían comenzado a despertarse, y que poco a poco, iban adquiriendo la fuerza de un mar que, habiendo permanecido en calma, se veía de pronto sacudido por una gran tormenta. No obstante, ella aún no era capaz de entender completamente a su propio corazón y con ello darse cuenta del verdadero lugar que ocupaba André en su vida. No, Oscar todavía no se daba cuenta de lo que sentía realmente por él, incluso después de experimentar el profundo dolor que le produjo verlo devastado cuando, tras ser agredido por sus compañeros, le suplicó en medio de su inconsciencia que no se case con Gerodelle, y es que desde que la hija de Regnier supo cuánto le había afectado la noticia a su amigo de la infancia, no podía pensar en otra cosa que no fuera en reparar el daño que le había hecho, mucho más cuando él empezó a evitar su mirada, porque lo había llegado a extrañar tanto que lo único que deseaba era poder hablar con su padre para pedirle que rechace la propuesta de su antiguo subordinado.
Unos minutos después, y luego de haber buscado en su interior las fuerzas necesarias para calmarse, André se dirigió hacia su antigua habitación, pero repentinamente recordó que ya no vivía ahí.
- ¿André? - le dijo Mirelle sorprendida de verlo nuevamente, aunque esta vez en uno de los pasillos.
- Mirelle, pero que tonto soy. Estaba yendo hacia mi antigua alcoba como si aún viviera en esta casa. - le dijo él, algo desorbitado.
- Pero la habitación sigue siendo tuya. - le aclaró la joven. - La señorita nos ordenó que siempre la tengamos lista para tu regreso.
Tras escuchara, André la miró sorprendido, pero pronto recordó que la heredera de los Jarjayes había dado la misma orden para la antigua habitación de Rosalie, por lo que no le dio mayor importancia al hecho ni lo tomó como una muestra especial de afecto hacia él; únicamente le agradeció a Mirelle el haber compartido con él esa información y se marchó. Entonces, ya en su antigua alcoba, André se sentó frente a su escritorio, tomó una pluma y una hoja de papel y empezó a escribir una larga carta sin poder evitar que algunas de sus lágrimas cayeran sobre las hojas mientras lo hacía.
La misiva iba dirigida a su tía Juliette, quien había sido la mejor amiga de su madre, Isabelle, cuando esta aún vivía. Ambas habían crecido juntas en Provenza, y poco después de que Isabelle se casara con Gustave Grandier, el padre de André, Juliette también lo haría con Armand Laurent, el hermano de Isabelle, lo cual las convirtió en familia.
Durante sus primeros años de vida, André había estado estrechamente vinculado a su tía Juliette porque todos vivían en la bella villa de Provenza de los Laurent. Ahí, el nieto de Marion dio sus primeros pasos, dijo sus primeras palabras, aprendió a comer y creció hasta convertirse un niño generoso, bueno y maduro. No obstante, cuando la madre de André murió, el pequeño fue apartado de Juliette, lo que representó un duro golpe para ella. Por más que lo intentó, Juliette no pudo reclamar su custodia porque, para su desdicha, no compartía con él un vínculo sanguíneo, y aunque su esposo si lo había tenido por ser hermano de su madre, este había muerto un año antes, y muy a su pesar, Juliette tuvo que dejar ir a André con Marion, una mujer que si bien era la abuela de su sobrino, él apenas conocía por aquel entonces.
A pesar de ello, ambos seguían manteniendo un fuerte vínculo. Juliette era la madre de los dos únicos primos de André - Jules y Camile - y Marion le permitía a su nieto escribirles. No sólo eso, cada año, cuando la familia Jarjayes viajaba lejos de Versalles, ella enviaba a André a Provenza y ahí permanecía durante varias semanas, al cuidado de su amada tía Juliette.
No obstante, aunque mantenían su comunicación vía correspondencia, la verdad era que no se habían visto en un buen tiempo. Durante muchos años, la heredera de los Jarjayes cargó con la enorme responsabilidad de proteger a los reyes de Francia y André no se sentía capaz de dejarla sola, por lo que descuidó sus visitas a Provenza. Sin embargo, ahora que ella había decidido casarse - o al menos eso era lo que André creía - él sentía que necesitaba de su familia materna más que nunca. Le resultaba sumamente doloroso permanecer cerca de la mujer que amaba; necesitaba huir, huir muy lejos de ella, y que mejor idea que marcharse con su tía y sus primos al sur de Provenza, porque ellos, a diferencia de su abuela, estaban completamente desligados de todo lo que tenía que ver con Oscar, y aunque iba a ser duro para él dejarla atrás, eso era justamente lo que necesitaba si no quería caer en la más absoluta desesperación.
...
Tras escribirle a su tía, André se dirigió a la cocina, y en un intento por ocultar el gran dolor que sentía, respiró hondo justo antes de ingresar. ¡Que duro le resultaba fingir que nada le pasaba! Ahí encontró a su abuela, la cual acomodaba la vajilla para servir la cena con ayuda de Mirelle y otras dos sirvientas. Parecían muy concentradas en su labor; aunque la cena era únicamente para Marion, las sirvientas de la casa y también para André, lo hacían con gran diligencia. No obstante, al ver ahí a su nieto, Marion detuvo sus acciones para dirigirse a él.
- André, te serviré algo de cenar. Estás muy delgado. Seguro no estás comiendo bien en ese cuartel. - le dijo de forma imperativa.
- Te lo agradezco, pero no puedo quedarme a cenar con ustedes. Debo regresar con mis compañeros lo antes posible. - le respondió él. - No pedí permiso para salir y no quiero tener problemas.
Entonces Marion bajó el rostro muy decepcionada. Se había esforzado mucho para prepararle a su nieto una comida que le guste y ahora él le decía que debía irse.
- No te pongas triste, abuela. Nos veremos más pronto de lo que imaginas para que me alimentes como Dios manda. - agregó André sonriendo e intentando infundirle los ánimos que él mismo no tenía.
Tras ello se marchó raudamente, y algunos minutos después, la dueña de casa apareció en la cocina. Lucía inquieta, como si algo la atormentara.
- Nana, ¿dónde está André? Necesito hablar con él. - le preguntó Oscar a Marion.
- Se fue hace unos minutos, mi niña. - le respondió la abuela. - Me dijo que debía regresar al cuartel y ni siquiera probó la cena que le había preparado. - agregó apesadumbrada.
- ¿Se fue? - replicó Oscar. - Pensé que se quedaría un poco más.
Entonces, Mirelle intervino.
- Lady Oscar, André mencionó que había salido sin permiso del cuartel y que si no regresaba pronto podría tener problemas. Le dije que hablara con usted, pero se negó a preocuparla con esas cosas. - le dijo a su ama.
Entonces la expresión de Oscar cambió repentinamente de la inquietud a la preocupación. Tal como mencionaba Mirelle, André podría tener muchos problemas al regresar al cuartel. Salir sin la autorización de un superior estaba prohibido; incluso podían llevarlo a la corte marcial por un acto como ese.
- Debo irme de inmediato. - les dijo Oscar de repente. - Nana, por favor, dile a mi padre que tuve que irme con urgencia. Regresaré a verlo tan pronto como me sea posible.
Y tras decir esto, la heredera de los Jarjayes dirigió su mirada a la joven sirvienta.
- Mirelle, gracias por la información. - le dijo, y tras ello, abandonó de la cocina a toda prisa.
Entonces, la abuela se dejó caer en una de las sillas que ahí se encontraban.
- ¡Ay Mirelle! ¡Cuanto extraño no poder regañarlos como cuando eran niños! Ambos se fueron sin cenar y yo no pude hacer nada para detenerlos. - le dijo Marion a la joven, la cual sonrió al escuchar sus reclamos.
...
Varios minutos después, Oscar, ya en el cuartel militar, esperaba ansiosamente la llegada de André. No entendía porqué no aparecía si había salido antes que ella.
- ¿Dónde se habrá metido? - pensaba preocupada, mientras golpeaba con sus dedos la superficie del escritorio de su despacho.
De pronto, el galopar de un caballo conocido la puso sobre alerta, por lo que se levantó de su silla para mirar por la ventana. Tal como sospechaba se trataba de André, el cual atravesaba raudamente los portones del cuartel militar. Entonces se sintió aliviada, y luego de observarlo por algunos segundos, camino hacia su escritorio.
- "Al fin regresó..." - pensó.
Tras ello, empezó a revisar los informes del día, y luego de unos minutos, alguien llamó a su puerta.
- Adelante. - dijo ella, y de inmediato, André ingresó a su despacho.
Entonces ella se levantó sin poder ocultar la necesidad que tenía de verlo, no obstante, él no parecía ser el mismo de siempre. Estaba demasiado serio y eso descolocó en gran medida a la hija de Regnier de Jarjayes.
- Con permiso, comandante. - le dijo André formalmente, lo cual tomó por sorpresa a Oscar.
- André, no tienes que llamarme comandante cuando estemos solos. - le respondió ella, sin embargo, él casi ignoró su comentario.
- Vine para reportarte mi llegada. - continuó. - Me demoré un poco más porque tuve que ir por mi caballo a la casa del doctor Lassone. - le comentó.
Sin embargo, no era eso lo único que había hecho, porque cuando iba de camino a casa del doctor, aprovechó para detenerse en una oficina postal para solicitar el envío de la carta que le había escrito a su tía Juliette.
André continuó:
- Gracias por arreglar lo de mi permiso de salida. - le dijo a Oscar, la cual, efectivamente, había dejado todo en orden antes de su llegada.
- Por nada. - le respondió ella.
No obstante, a pesar de sus palabras de agradecimiento, André no manifestaba ningún tipo de emoción, lo cual tenía atónita a Oscar. Su frío comportamiento hacia ella la tenía confundida, no obstante, volvió a dirigirse a él.
- André, muchas gracias por todo lo que hiciste hoy por mi padre. - le dijo ella sinceramente conmovida, y tras ello, se acercó a él con el deseo de abrazarlo, pero André la detuvo.
- No. - le dijo de forma cortante, y tras ello, retrocedió en una inconsciente reacción de autoprotección.
Entonces Oscar lo miró a los ojos, impactada. Por primera vez desde que lo conocía, André la había obligado a mantener distancia física de él, y su rechazo le dolió tanto que si su orgullo no se hubiese interpuesto se habría puesto a llorar ahí mismo. Él percibió su tristeza y de inmediato se arrepintió por haber parecido tan duro, sin embargo, él también estaba lidiando con su propio sufrimiento.
- Oscar, será mejor que regrese con mis compañeros. - le dijo intentando ser más amable, pero ella sólo lo miraba en silencio intentando no desarmarse frente a él. - Con tu permiso. - agregó André, y tras ello, salió de su despacho.
Entonces las lágrimas de la hija de Regnier empezaron a caer por sus mejillas sin que pudiese hacer nada para detenerlas. Su intención había sido la de aclararle a André lo relacionado al baile que habido planeado su padre en complicidad con el General Boullie, pero su rechazo la llenó de tanta tristeza que no fue capaz de decirle nada, aún habiéndolo tenido frente a ella.
Oscar no lo comprendía. No era capaz de pensar en lo mucho que a André le había afectado la noticia del evento que estaba en boca de toda la nobleza francesa. Su propio dolor le impedía ver lo mucho que él también estaba sufriendo.
Entonces dejó todo y se dirigió a la habitación que le habían asignado dentro del cuartel. Ese día había sido realmente difícil y sólo deseaba que termine.
...
Fin del capítulo
