Capítulo 6

El día de la fiesta

Amanecía y los primeros rayos del sol daban la bienvenida a aquel viernes tan esperado por muchos y tan definitivo para otros. La heredera de los Jarjayes había pasado la noche en el cuartel militar, en la pequeña pero cómoda habitación en la que había cuidado de André tan solo unos días antes. Había decidido no ir a su casa la noche previa; quería evitar que su nana y su madre la atormentaran con los preparativos del evento preparado para ella, y es que ya se imaginaba todo aquello: el corsé, el vestido, los zapatos, el peinado...

¡Nada de eso le interesaba!

Para Oscar, la situación era simple: debía ir. Su padre le había dado una orden y tenía que acatarla. Sin embargo, ella siempre se había caracterizado por obedecerlo a su manera, y si bien era cierto que había decidido presentarse en el baile que se había organizado para ella, Regnier no tenía idea de lo que su hija estaba planeando hacer.

Aquella mañana, la Comandante de la Compañía B de la Guardia Francesa había amanecido de muy mal humor. El hecho de tener que enfrentarse a aquella fiesta la sacaba de sus casillas. No obstante, eso no era lo único que le molestaba: también estaba furiosa con André. Comprendía que él se hubiese sentido confundido cuando ella no rechazó la idea de ir al baile en frente de su padre, pero ¿acaso no la conocía?... ¿acaso no sabía quién era ella?

André no sólo le había dicho que la amaba, también se lo había demostrado incesantemente. Únicamente por eso, Oscar intentaba contener la rabia que le provocaba que él creyera que iba a participar de una fiesta que tenía como único objetivo que la cortejen hombres que sólo buscaban incrementar su fortuna y posición social. De todas las personas que la conocían, creyó que André sería el último en pensar que ella se prestaría a algo como eso, pero su frialdad cuando se presentó frente a ella después de llegar al cuartel le hizo pensar que él estaba convencido de que ella lo haría.

La noche previa, la hija de Regnier de Jarjayes había derramado muchas lágrimas a causa de su indiferencia, no obstante, en ese instante toda esa tristeza se había transformado en una profunda indignación. ¡Aún no era capaz de entender como a André se le podía ocurrir que ella estuviera dispuesta a casarse de esa manera! Sin embargo, ya no tenía tiempo para seguir pensando en eso; el día comenzaba y habían muchas actividades que la Compañía B debía realizar para garantizar la seguridad de París en aquellos convulsionados tiempos.

Por su parte, a tan solo unos metros de su habitación, André y el resto de los soldados de la Guardia Francesa se alistaban para empezar un nuevo día. Para ese momento, el nieto de Marion se había resignado a lo inevitable. Su corazón estaba roto, pero había decidido aferrarse con todas sus fuerzas a la decisión que había tomado. Sí, empezaría una nueva vida lejos de Versalles, una vida de la que Oscar no formaría parte nunca más. Por otro lado, también decidió que dejaría de lado cualquier resentimiento que tuviera hacia la mujer que amaba; finalmente ella no tenía la culpa de no corresponder a su amor y sin duda siempre fue la más leal y mejor de las amigas.

Todo lo que deseaba era que Oscar pueda atesorar en algún lugar de su corazón todos aquellos momentos que habían compartido y que lo recuerde con el mismo cariño con el que él trataría de recordarla. Dudaba de su capacidad para poder dejar de amarla, pero si eso no sucedía no importaba; sería una manera de llevarla consigo hacia donde se dirigiera en el futuro.

Sólo le quedaba atravesar una última dificultad y ésta estaba relacionada con el compromiso que había adquirido con el General Jarjayes, un compromiso por el cual debía acompañar a Oscar al baile que se había organizado para ella. Lo haría; negarse a hacerlo podría empeorar las cosas. No obstante, había decidido que caminaría a su lado sólo hasta la puerta del recinto. Estaba seguro de que su corazón se rompería en el preciso instante en el que su antigua amiga se adentrara en aquel salón abarrotado de nobles dispuestos a casarse con ella. Sabía que no sería capaz de soportar ese espectáculo.

...

Algunos minutos más tarde, en el comedor del cuartel militar, los responsables de la cocina les servían a los soldados de la guardia francesa las raciones de comida que los mantendrían con energía durante su jornada matinal: un pan de considerables dimensiones, una fruta, queso y café - mucho más de lo que comía un ciudadano de a pie por aquellos tiempos - y uno a uno, iban sentándose en las largas mesas de aquel amplio pero lúgubre salón para empezar a comer en medio del ruido de sus conversaciones. No obstante, unos minutos más tarde, el ruido cesó repentinamente.

Se trataba de los comandantes de las compañías de la Guardia Francesa, los cuales acababan de ingresar en el salón. Como cada mañana, aquellos que habían pasado la noche en el cuartel militar se presentaban en aquel enorme comedor para desayunar al igual que sus hombres, y los que llegaban de sus casas los acompañaban para intercambiar ideas o realizar coordinaciones relacionadas a las actividades que realizarían durante el día. Entre ellos, por supuesto, se encontraba Oscar, la cual se dirigió a los soldados de su compañía al pasar al lado de la mesa en la que se encontraban.

- Buenos días, caballeros. - les dijo Oscar con la voz firme que la caracterizaba.

Entonces todos se levantaron, y haciendo un formal saludo militar, respondieron al unísono.

- ¡Buenos días, comandante!

Tras ello, los soldados volvieron a sentarse, y bajo la atenta mirada de Alain, las miradas de André y de Oscar se encontraron y él se sintió atravesado por su ira.

- Oye, André... ¿Le has hecho algo a la comandante? - murmuró el líder del escuadrón, el cual, como cada mañana, se había sentado al lado del nieto de Marion.

- ¿Eh? - replicó André.

Entonces Alain, tratando de que el resto de sus compañeros no lo escuchen, continuó con su interrogatorio.

- ¿Acaso no la viste? Te ha fulminado con la mirada. - le dijo a su compañero, pero André, que ya no quería que nada de eso lo perturbara, decidió no darle importancia al asunto.

- No le he hecho nada. - le aseguró. Sin embargo, Alain insistió.

- No lo sé, André. Mi experiencia con las mujeres me dice que esa mirada es una clara señal de que algo le has hecho. Aunque ese tipo de enojo solamente lo he visto en mujeres con las que me he involucrado. Sentimentalmente quiero decir. - comentó el líder del escuadrón.

Y harto del tema, André lo miró enojado.

- ¡No hay nada entre nosotros! - le dijo firmemente, tanto, que puso nervioso hasta al mismo Alain, el cual, para tranquilizarlo, le dio unas cuantas palmadas en la espalda.

- Ya lo sé... Ya lo sé... No era mi intención molestarte. Sólo te dije lo que vi. - le respondió su compañero.

Entonces André tomó un tenedor y un cuchillo, y con ellos, partió en cuatro partes la manzana que tenía en las manos para luego llevarse a la boca cada uno de los trozos con el tenedor, lo cual sorprendió a Alain, ya que nunca había visto a nadie comerse así una manzana.

...

A algunos kilómetros de ahí, Fersen se preparaba para partir hacia España. Su habitación era amplia, pero aunque tenía todo lo necesario, no era tan fastuosa como la de otros nobles de su posición, y poco se parecía a la de su mansión en Suecia, la cual estaba cuidadosamente decorada.

A su lado, su hermana Sofía lo observaba pensativa. Por aquellos días ella se encontraba en Francia aunque su verdadera residencia se ubicaba en Estocolmo. Había llegado hasta aquel país extranjero con el único objetivo de convencer a su hermano de que regrese a su país de origen; sabía que Hans permanecía en Francia únicamente por amor a María Antonieta y le dolía que desperdiciara los mejores años de su vida y un futuro prominente en Suecia por una relación que no sólo no tenía ningún futuro, sino que también resultaba muy peligrosa para él.

- Hans, ¿sabías que hoy se celebrará el baile que ha organizado el General Boullie para Lady Oscar? - le preguntó Sofía a su hermano, mientras pensaba con tristeza que la heredera de los Jarjayes hubiese sido la mujer perfecta para él.

- Lo sé, Sofía. - le respondió Fersen. - ¿Te enteraste de que el primero en proponerle matrimonio a Oscar fue el conde Victor Clement de Gerodelle? - le preguntó.

- ¿Floriane? ¡¿Floriane le propuso matrimonio a Oscar?! - exclamó ella, muy sorprendida.

- Así es. Y evidentemente ella lo rechazó. - le respondió Hans riendo, pero a Sofía no le hizo gracia su comentario.

- No entiendo que te divierte tanto, hermano. - le dijo seriamente.

Entonces, bajó la mirada con melancolía.

- "Así que Floriane ama a Oscar... Nunca lo hubiera imaginado..." - pensó.

- ¿Y qué me dices de ti? - le preguntó Hans, interrumpiendo sus pensamientos. - No querrás quedarte soltera como tu hermano. - agregó, pero Sofía sólo sonrió evadiendo su pregunta.

Entonces, Fersen tomó un par de gemelos de oro que se encontraban sobre una de las cómodas de su habitación y empezó a colocárselos mientras se preguntaba si el Marqués de Lafayette ya estaría por llegar, ya que había acordado con él que se encontrarían en su mansión por aquellas horas, pero de pronto, la voz de su hermana lo distrajo.

- Le escribiré a Floriane. - pensó Sofía en voz alta.

Entonces Hans la miró sorprendido, y notando que sus palabras habían desconcertado a su hermano, intentó justificarse.

- Debe sentirse muy mal después del rechazo de Oscar. - le dijo a Hans mientras sonreía evadiendo su mirada.

- ¿Escribirle tú?... ¿Al Conde Gerodelle? - le preguntó Fersen, intrigado por la repentina preocupación de su hermana por el comandante de la Guardia Real.

Y tras una breve pausa, la miró fijamente a los ojos.

- Ten cuidado, Sofía. No quiero que tú también sufras por un amor imposible. - le advirtió.

- ¡Pero qué dices! - le respondió ella riendo, aunque también sorprendida por las palabras de Fersen. ¿Acaso había sido tan evidente en su interés por Gerodelle? - se preguntó.

Y mientras reflexionaba sobre ello, una de las sirvientas llamó a la puerta.

- Adelante. - respondió Fersen, y la joven sirvienta ingresó al salón.

- Conde Fersen, ya está aquí el Marqués de Lafayette. Su carruaje lo está esperando en la puerta. - le dijo la muchacha.

- Gracias, Martine. - le respondió él.

Entonces, la imagen de su mejor amiga se apoderó de sus pensamientos.

- "Oscar, hubiese sido más sencillo para mí corresponder a tus sentimientos, pero mi corazón le pertenece a María Antonieta desde hace mucho tiempo y le pertenecerá hasta el día de mi muerte..." - pensó con melancolía.

Tras ello, se acercó a la ventana y observó a la comitiva que los acompañaría a España, la cual estaba liderada por el Marqués de Lafayette. No obstante, el rostro de la heredera de los Jarjayes aún acaparaba sus pensamientos.

- "Mi querida amiga... ¡Espero que encuentres la felicidad que buscas!" - pensó .

Tras ello, caminó hacia la salida, pero antes de partir, se aproximó a su hermana y le dio un tierno beso en la frente.

- Regresaré en unos días. - le dijo.

- Cuídate mucho, Hans. - le respondió ella, y tras asentir con la cabeza, Fersen se marchó.

Entonces, Sofía se acercó a la ventana para observarlo partir, y desde ahí, recordó su advertencia:

"Ten cuidado, Sofía. No quiero que tú también sufras por un amor imposible..."

Ella no sabía lo que era sufrir por amor, y tampoco quería averiguarlo.

...

Un par de horas más tarde, Georgette, Marion y las sirvientas de la casa Jarjayes contemplaban extasiadas el bello vestido de seda color perla que luciría la heredera de la familia esa noche. Estaba adornado con piedras preciosas y finos bordados y todas estaban seguras de que Oscar luciría bellísima portándolo.

- ¡Hasta parece un vestido de novia! - exclamó una de las muchachas mientras suspiraba.

- Así es. ¡Nos quedó bellísimo! - respondió la madre de Oscar muy emocionada. - Y tienes razón Beatrice. Con un velo adecuado y algunas cuantas piedras preciosas adicionales nuestro vestido sería un hermoso vestido de novia. - aseguró Georgette.

El traje de André también irradiaba elegancia. El nieto de Marion escoltaría a la hija de Regnier al baile no como un sirviente, sino como el fiel compañero que había sido para Oscar durante todo ese tiempo, como el hermano mayor con el que no había sido bendecida. Al menos así era como lo veía Georgette, la cuál había dejado claras instrucciones para que el traje de André luzca tan bello como el vestido de su hija.

A Marion no le había caído nada bien enterarse de que su nieto fuese quien acompañe su niña al baile sabiendo que él la amaba. ¡Era humillante para André tener que entregar a Oscar a decenas de nobles para que la cortejen! No obstante, no podía decir nada al respecto, porque la familia ignoraba los sentimientos del hombre que había crecido al lado de la última de las hijas de los Jarjayes y no podía ponerlo en evidencia. Aun así, ella supervisó directamente la elaboración de su traje; si tenía que pasar por ese trago amargo, por lo menos quería que fuese el más apuesto de la fiesta.

Mientras tanto, en el Palacio de Versalles, las damas de la corte aún no se resignaban a perder a la antigua comandante de la Guardia Real y conspiraban para boicotear la fiesta del General Boullie; Lady Oscar les pertenecía y no querían perderla. Si ella se casaba, ¿por quién suspirarían?, ¿a quién admirarían?, ¿cómo llenarían sus horas de ocio, si en muchas ocasiones lo que hacían era elucubrar mil historias acerca de la mujer más misteriosa e interesante de la aristocracia?

Sin embargo, a pesar de su popularidad, Oscar también tenía algunos enemigos, los cuales aún no le perdonaban que los hubiera enfrentado en el pasado. Entre ellos se encontraba el Duque de Germain, a quien no se le había ocurrido mejor idea que organizar una apuesta para determinar cuál sería el caballero elegido para intentar ofenderla, y elevadas sumas de dinero se habían puesto en juego debido a ello. Entre los favoritos se encontraban el Conde Gerodelle, el Conde de Bar y el hijo del Conde de Chartons, el cual residía en Burdeos pero como muchos otros aristócratas había llegado a Versalles para el evento.

Victor Clement encabezaba la lista, porque a pesar de haber sido rechazado inicialmente, sin duda era uno de los caballeros más elegantes y distinguidos de todo Versalles, gozaba de una gran popularidad entre las damas y además había trabajado durante más de quince años con la heredera de los Jarjayes, lo cual algunos consideraban una ventaja. No obstante, todos estaban de acuerdo en que la competencia sería reñida y el desenlace difícil de anticipar.

...

Algunas horas más tarde, y muy ajena a todo lo que sucedía en su casa y en el palacio, Oscar llenaba los informes que enviaba cada tarde a sus superiores en su despacho del cuartel general, y en las barracas, algunos de sus soldados descansaban y otros jugaban a las cartas entre risas y triviales conversaciones. Uno de ellos había intentado incluir a André en una de sus partidas de póker, pero él lo había rechazado amablemente, y apoyado sobre la cabecera de su cama, fingía que leía mientras intentaba no pensar en el evento que estaba en boca de toda la corte de Francia.

De pronto, el líder del escuadrón apareció en la puerta. Regresaba de ver a su comandante, la cual le había pedido expresamente que se acerque a su despacho porque tenía una duda sobre un detalle que Alain le había reportado y que necesitaba aclarar para terminar su informe.

Al verlo llegar, el corazón de André dio un sobresalto; sabía que el momento había llegado, que no había forma de evadirlo. Entonces se puso de pie y se acercó a su compañero.

- Alain, ¿qué está haciendo Oscar? - le preguntó.

- ¿La comandante? Está entretenida escribiendo sus informes. - le respondió Alain.

Y tras ello, ambos se mantuvieron en silencio por algunos segundos.

- Por cierto, André. ¿Acaso no habías pedido un permiso especial para salir hoy por la tarde? - recordó de pronto el líder del escuadrón.

- Sí. Mi antiguo patrón me ha pedido que le ayude con un asunto. - le comentó André escuetamente, y tras ello, se abrochó el saco de su uniforme preparándose para salir, mientras pensaba en lo que tendría que enfrentar a partir de ese momento. - Ya debo irme. - le dijo a su compañero.

- Pues buena suerte. - le respondió Alain muy relajado.

Entonces André lo miró y le sonrió resignado.

- "Más que buena suerte, lo que necesito es fortaleza para hacer lo que tengo que hacer..." - pensó, y tras ello, salió de las barracas para dirigirse a la oficina de su comandante.

Qué cortos se le hacían los pasillos aquella tarde; ¡hubiera dado todo lo que tenía para que su camino hacia Oscar se hubiera hecho eterno!... Sin embargo, unos minutos más tarde ya se encontraba frente a la puerta del despacho de la mujer que amaba y a partir de ese momento una nueva vida empezaría para él.

Qué difícil le resultaba todo aquello. Ahí estaba él, de pie frente a aquella puerta que lo separaba de su destino. No obstante, empezaba a hacerse tarde, por lo que respiró hondo y llamó a la puerta.

- Adelante. - dijo Oscar desde su despacho, y unos segundos después, André se presentó ante ella.

- Oscar, vamos. Ya casi es hora. - le dijo él intentando no pensar más.

Sin embargo, Oscar no se inmutaba; seguía escribiendo el informe que venía preparando como si nada más importara.

- Aún es temprano. Además... - respondió ella. No obstante, André la interrumpió.

- No es temprano. - le dijo. - Debes llegar a la mansión para vestirte.

- Escucha, no tienes que acompañarme. - le dijo Oscar, esta vez con un tono más amable; se rehusaba a involucrar a alguien más en ese asunto.

Sin embargo, André pensó que ella le estaba diciendo eso por compasión, porque probablemente quería evitarle una situación incómoda sabiendo lo que él sentía por ella. No obstante, el nieto de Marion estaba resignado a hacer lo que se le había indicado sin dar un paso atrás.

- Le prometí al patrón que te acompañaría. - le dijo bajando la mirada.

Entonces Oscar pasó de la calma al enojo repentino y lo miró llena de rabia.

- ¡No! ¡No necesito compañía! - gritó en un arrebato.

Y André, vulnerable como estaba, se paralizó frente a ella.

- "¿Es que aún no lo entiendes?" - pensó Oscar con indignación, sin comprender porqué su antiguo amigo seguía creyendo que ella estaría dispuesta a participar en un evento como ese.

Entonces se puso de pie y caminó hacia la salida, y al verla aproximarse, André se hizo a un lado para no interrumpir su paso. Ella había sido clara al indicarle que no necesitaba compañía, incluso se lo había dicho desde que decidió enlistarse en la Guardia Francesa.

Luego, Oscar abrió la puerta, pero antes de irse, se detuvo casi al lado suyo y sonrió de espaldas a él.

- André... - le dijo mientras él la miraba en silencio. - No creas que voy a casarme tan fácilmente. - añadió, y luego de unos segundos, cerró la puerta y caminó por los pasillos hacia la salida del cuartel.

- "¿Qué? ¿Que fue lo que dijiste, Oscar?" - pensó André muy sorprendido.

Entonces, paralizado por las palabras de su amada, permaneció en silencio intentando descifrar si lo que había escuchado de sus labios había sido real o sólo lo habría imaginado, pero tras algunos minutos, aún sin encontrar respuestas, caminó hacia la salida lentamente.

...

Una hora después, André llegaba a la mansión Jarjayes. Le había tomado un largo tiempo recuperarse del impacto que le habían ocasionado las palabras que le dirigió Oscar antes de verla partir, tanto, que decidió caminar hasta la mansión en lugar de regresar cabalgando; necesitaba tiempo para ordenar sus ideas, para reflexionar, y es que aún no lograba convencerse a sí mismo de que Oscar realmente le hubiera dicho que no tenía intenciones de casarse.

Entonces atravesó la puerta hacia el gran salón que conectaba el recibidor con las escaleras a la segunda planta, y apenas ingresó, la voz altisonante de su abuela lo trajo de vuelta a la realidad.

- ¡André! - le gritó Marion al verlo llegar.

Y tras ello, se acercó a él junto con todas las doncellas de la casa, las cuales lucían tan preocupadas como la anciana.

- ¿¡Dónde está la señorita?! - le preguntó el ama de llaves a su nieto. Se veía alterada, pero eso no hizo más que confundir a André, que apenas intentaba conectarse con lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

- No lo sé, abuela. - le respondió él, aún desorbitado.

- ¡¿Cómo que no lo sabes?! - replicó la anciana. - ¡Ya son más de las cinco de la tarde y la niña no aparece! - exclamó.

Entonces lo tomó de un brazo y lo apartó hacia un lado.

- ¡André! Debes decirme inmediatamente qué es lo que sabes. ¿Dónde está Lady Oscar? ¿Acaso tú te la llevaste? - le preguntó.

- ¿Pero cómo se te ocurre pensar eso de mí, abuela? - le respondió André visiblemente ofendido.

No obstante, tras una pausa, volvió a dirigirse a ella.

- Abuela, no te voy a mentir. La última vez que vi a Oscar me dijo que no se casaría tan fácilmente.

- ¡¿Qué?! - replicó la abuela, y de inmediato se desplomó y fue sostenida rápidamente por su nieto, el cuál no se sorprendió por su reacción.

Entonces, seguido de cerca por las sirvientas de la casa, André hizo que Marion se sentara en uno de los sillones del salón, y al borde del desmayo, la nana volvió a dirigirse a su nieto.

- André, vístete con el traje que dejé en tu habitación. Debes estar listo para cuando llegue la señorita. - le susurró, aún con la esperanza de que su niña Oscar llegue a tiempo para poder ir a su fiesta.

- Está bien... Está bien. - le respondió André para tranquilizarla.

Y tras ello, se dirigió a una de las sirvientas de la casa.

- Beatrice, ¿puedes traer las pastillas para la presión de mi abuela?

- Claro que sí. - le respondió ella, y se retiró de inmediato hacia la habitación del ama de llaves.

Entonces, André se dirigió a otra de las sirvientas.

- Mirelle, por favor, cuida a mi abuela mientras me visto y asegúrate de que se tome sus pastillas. Si me quedo aquí sin obedecerla se pondrá aún más nerviosa. - le dijo André

Entonces Mirelle asintió con la cabeza y él se retiró.

Mientras tanto, cerca del río, Oscar observaba la puesta de sol mientras reía pensando en el alboroto que estaría armándose en su casa para esas horas.

- "Espero que mi nana tenga a la mano sus pastillas para la presión..." - pensó.

Y tras ello, le dio otro mordisco a la manzana que comía mientras hacía tiempo hasta la hora de la fiesta.

...

Algunos minutos después, en su habitación de la mansión Jarjayes y ya vestido con el elegante traje que habían preparado para él, André seguía sin entender lo que estaba pasando a pesar de que todo estaba muy claro: Oscar no pretendía ir a esa fiesta a dejarse cortejar por nadie, tal como había pensado él desde un principio.

- "¿Será posible?" - pensó André suplicando al cielo que fuera verdad que ella no deseaba casarse.

Entonces empezó a caminar de un lado a otro mientras recreaba en su mente una y otra vez la última conversación que tuvo con ella, hasta que de pronto, casi como si se tratara de una epifanía, se dio cuenta de que en medio de su desesperación había olvidado por completo cómo era aquella mujer a la que él conocía mejor que nadie.

- "¿Pero qué me pasó?... ¿Cómo pude creer que Oscar se prestaría a asistir a un evento como ese?" - se preguntó, sorprendido de sí mismo.

Entonces su corazón se llenó de felicidad, e intentando ocultarla, salió de su habitación y caminó hacia el salón principal sin saber que ahí se encontraría con Georgette de Jarjayes, la cual lucía muy desconcertada.

- André... - le dijo ella al verlo, y se aproximó a él muy afligida.

- Madame Jarjayes... - respondió él, aunque algo nervioso por no saber que decirle.

- André, tú que conoces a mi hija mejor que nadie... ¿Crees que realmente sería capaz de dejar plantados a todos en esa fiesta? - le preguntó angustiada.

- Madame Jarjayes, en verdad no lo sé. Ella no me ha dicho mucho al respecto, pero si me expresó su deseo de no querer casarse. - le respondió André.

Entonces Georgette juntó sus manos y miró hacia el cielo.

- ¡Señor, mi hija nos va a matar a todos, principalmente a su padre! - exclamó.

Y tras ello, volteó hacia una de las sirvientas.

- Mirelle, por favor, vigila la puerta de la habitación de mi marido. Que a nadie se le ocurra decirle lo que está pasando. - le indicó.

- Enseguida, Madame Jarjayes. - le respondió la joven, y tras pronunciar esas palabras, salió de ahí para cumplir la orden que le había dado su ama.

...

Algunas horas más tarde, en el recibidor de la mansión, Georgette de Jarjayes, André y la nana esperaban la llegada de la heredera de la familia, pero nada hacía suponer que ella llegaría pronto.

- ¿Qué hacemos? - preguntó angustiada la madre de Oscar.

- Enviemos a un mensajero a la casa del General Boullie, para saber lo que está pasando. - sugirió la nana.

- No creo que sea buena idea, abuela. Nos pondríamos en evidencia. - le dijo André.

Entonces, tras reflexionar por unos segundos, se dirigió nuevamente a ellas.

- Démosle media hora más. Yo la esperaré aquí y les avisaré cuando llegue. - les dijo.

No obstante, ni Georgette ni Marion se veían muy convencidas.

- Ya la hemos esperado por tres horas, media hora más no hará ninguna diferencia. - agregó André.

Entonces, Georgette de Jarjayes bajó la cabeza luciendo resignada.

- André tiene razón... - comentó. - Es evidente que mi hija no piensa aparecer por aquí, al menos no para prepararse para ir a su fiesta.

Y tras decir esto, hizo una larga pausa.

- Su padre y yo la hemos presionado demasiado, la hemos forzado hasta el límite. Hemos sido muy ingenuos al pensar que mi hija se prestaría de buena gana a algo tan tradicional como una fiesta como esa, pero sólo deseábamos su felicidad. - les dijo resignada, y tras escucharla, Marion y André la observaron en silencio sintiendo compasión por su dolor de madre.

Tras ello, Georgette se acercó a André, quien se encontraba al lado de la chimenea.

- André, si en media hora no sabemos nada de Oscar, envía a un mensajero a casa del General Boullie para saber lo que está sucediendo, y si no hay noticias, que es lo que creo que pasará, tendrás que ir a disculparla con el anfitrión hasta que mi marido y yo podamos hacerlo personalmente. - le dijo.

- Así lo haré, Madame Jarjayes. - respondió él.

...

Mientras tanto, el salón principal de la mansión de la máxima autoridad del ejército francés ya se encontraba abarrotado por los caballeros que esperaban ansiosos la llegada de la antigua comandante de la Guardia Real.

- ¡Sean bienvenidos! - les dijo entusiasmado el anfitrión del evento, muy satisfecho de haber reunido en su casa a tan distinguidos caballeros.

Victor Clement se encontraba entre ellos, y junto a una pequeña mesa y con una copa de vino en la mano, escuchaba abatido los comentarios de quienes se encontraban a su alrededor.

- Estoy ansioso por ver a Oscar François recibiéndonos como mujer. - decía uno de ellos.

- Sorprendentemente muchos de otras tierras han venido a verla hasta Versalles. - comentaba otro, haciendo referencia a los caballeros que habían llegado desde los rincones más lejanos de Francia.

- ¡Habrá mucha competencia!

Gerodelle no quería compartir a Óscar con todos esos aristócratas. ¡A ninguno lo consideraba a la altura de la que había sido su comandante!.. Para él, nadie la merecía, ni siquiera él mismo, pero la amaba, y aunque sabía que sería difícil, estaba dispuesto a soportar el trago amargo de verla bailando y conversando con otros hombres sólo para tener la oportunidad de demostrarle que sus sentimientos hacia ella eran verdaderos.

De pronto, el salón se vio invadido por un silencio absoluto y Gerodelle levantó la mirada dirigiendo sus ojos hacia la puerta, al igual que el resto de los invitados.

Era Oscar, quien ante la sorpresa de los asistentes, se había presentado en la fiesta vistiendo su uniforme de la Guardia Francesa. Lucía desafiante e inquebrantable, pero también hermosa, y es que a pesar de su atuendo militar, era imposible mantenerse indiferente ante su deslumbrante belleza.

Entonces, el General Boullie acomodó sus lentes al no dar crédito a lo que veía, y los jóvenes caballeros que la aguardaban se acercaron a ella para recibirla.

- Que baile tan extraño es este... - dijo de pronto la heredera de los Jarjayes rompiendo el silencio que había invadido el salón, y tras ello, observó a los asistentes. - No veo a ninguna dama soltera por aquí. - agregó sonriendo.

Tras escucharla, el rostro de Victor Clement se iluminó, y emocionado por entender que ella no estaba dispuesta a participar de aquel evento, alzó su copa y empezó a reír.

- Muy propio de la comandante. - murmuró mientras lo hacía.

Unos segundos después, la hija del Conde Jarjayes cambió su expresión nuevamente y se inclinó respetuosamente ante los invitados, casi como un caballero más.

- Con su permiso. Debí venir al lugar equivocado. - les dijo cortésmente, y tras ello, se retiró del lugar ante la atónita mirada de sus pretendientes.

Tal como lo había augurado desde un inicio el General Boullie, no se dejaría de hablar de aquella fiesta en mucho tiempo. Aquel día sería recordado en la historia de los bailes como el día en el que Oscar François, una de las damas más bellas de toda Europa, tuvo la osadía de rechazar de una sola vez a los solteros más codiciados de toda Francia.

...

Fin del capítulo.