Capítulo 7
El dolor de una rosa
Eran aproximadamente las nueve y media de la noche y André se encontraba solo en el recibidor de la mansión Jarjayes, sentado en un sillón que se encontraba frente a la chimenea.
Aún tenía puesto el elegante traje confeccionado especialmente para ser el acompañante de Oscar en la que sería su noche más importante como mujer, aunque - a esas alturas - estaba completamente convencido de que la fiesta había sido todo un fracaso.
No tenía idea de lo que le diría al verla. La tarde anterior había planeado irse y dejar su pasado atrás, pero ahora todo era distinto; la mujer que amaba había decidido no casarse, y él no pudo evitar que su espíritu se llene de esperanza y alegría.
- "La amo tanto..." - pensaba, con el corazón colmado de amor por ella. - "¿Cómo podría huir en este momento?..."
Contemplando el fuego que él mismo había encendido y que estaba cerca de consumirse, pensó que seguía siendo muy duro amarla y no poder abrazarla, no poder besarla, tener que guardar dentro de su pecho toda su pasión y seguir contemplándola a la distancia como un soldado más de la Compañía B, porque ya ni siquiera seguían siendo los amigos de antes.
Dentro de su dolor, llegó a tener una profunda sensación de paz luego de tomar la decisión de alejarse de ella para dejarla ser feliz con la vida que había elegido, pero realmente ella no había elegido nada diferente de lo que él ya sabía: que quería vivir la vida de un hombre, sin tener que experimentar las decepciones que - como mujer - la habían hecho sufrir en el pasado.
André sabía que su mejor amiga seguía intentando huir de ella misma, y que por tanto, no era capaz de darle a nadie un espacio en su corazón, ni siquiera a él. Sin embargo, a pesar de tener todo en contra... ¿Cómo podría dejarla sola?... ¿Cómo?... Si ella siempre había contado con su apoyo.
- "Para que me engaño..." - pensó, sincerándose consigo mismo. - "Si me quedo a su lado no sólo sería para protegerla... también me quedo porque en lo más profundo de mi alma todavía tengo la esperanza de que ella pueda llegar a amarme tanto como yo la amo..."
Y reflexionando sobre ello, bajó la mirada pensativo. Había tomado la decisión de permanecer con ella desde el momento en que le dijo que no se casaría tan fácilmente, antes de salir del cuartel aquella tarde; no la dejaría sola.
De pronto, escuchó unos pasos aproximándose al recibidor y su corazón empezó a latir a toda prisa. Era Oscar, quien ingresaba vestida con su uniforme de la Guardia Francesa, y al reconocerla, André se levantó para recibirla.
Ella se sorprendió al verlo. No esperaba encontrarlo ahí, esperándola.
Se veía tan apuesto vestido con aquel elegante traje que no pudo pensar en otra cosa en esos primeros segundos, y sin poder evitarlo, se quedó paralizada frente a él.
Su figura esbelta pero fuerte, sus hermosos ojos verdes y su cabello azabache hicieron que su corazón se acelere, y ahí, en el recibidor de su mansión, empezó a sentirse desarmada por el hombre a quien conocía de toda la vida.
- Oscar... ¿qué hiciste? - le preguntó André iniciando así la conversación, y sintiendo - en ese momento - que podía dirigirse a ella con la misma confianza con la que le había hablado siempre.
- ¿Cómo que qué hice? - le respondió Oscar, mirándolo fijamente. - Hice lo que tenía que hacer... Me presenté en esa fiesta, tal como me lo ordenó mi padre... - le dijo.
Y mientras caminaba hacia la chimenea para atizar el fuego, continuó.
- Pero todo fue en vano, porque por más que busqué a la soltera que quería casarse en la recepción del General Boullie, no la encontré por ningún lado. Así que preferí disculparme e irme. - le comentó, con mucha seriedad.
Al escucharla, André soltó una carcajada, y ella - quien ya estaba reclinada al lado de la chimenea atizando el fuego - sintió como una infinita felicidad la invadía al volver a escuchar la risa de su más querido amigo.
- André... - le dijo, dirigiendo nuevamente su mirada hacia él. - ¿Realmente me imaginaste en un baile como ese? - le preguntó, y él permaneció en silencio por unos instantes.
- Bueno Oscar, la verdad no. - le dijo sonriendo. - Te he imaginado de otras maneras, pero no de esa. - agregó.
Y tras escucharse a sí mismo, el nieto de Marion se puso nervioso, porque sus palabras podían ser fácilmente malinterpretadas.
- Lo siento... Lo que quise decir... es... que...
- Lo sé, André. - interrumpió ella, e intentó no sonrojarse.
Tras ello, y por un instante, ambos se miraron como hacía mucho tiempo no lo hacían, y Oscar se sorprendió al reconocer por primera vez en la mirada de André todo su amor hacia ella.
- "¿Cómo pude no notarlo antes?" - pensó impresionada, y los latidos de su corazón se aceleraron aún más.
Había visto esa mirada muchas veces, pero nunca había reparado realmente en ella; nunca la supo interpretar.
De pronto, se preguntó si ella también lo habría mirado de esa forma todo ese tiempo, y al pensarlo se sintió expuesta, casi desnuda, pero, al mismo tiempo, sin ningún pudor ante él.
- ¿Regresamos juntos al cuartel? - preguntó ella repentinamente, bajando sus defensas y quedando vulnerable ante su respuesta.
Él la observó sorprendido, ya que, por aquellas fechas, la hija de Regnier insistía en que no necesitaba la compañía de nadie. Pero ella sí lo necesitaba, y tratando de justificarse, volvió a dirigirse a él.
- No quiero estar aquí mañana cuando mi padre quiera hablarme de lo que pasó en la fiesta, y tampoco enfrentarme a mi madre y a mi nana... No en este momento...
Y tras decir esto, bajó la mirada.
- Aunque no lo creas, me siento muy mal por no haber correspondido a todo el esfuerzo que hicieron preparándolo todo. - le dijo.
- Claro que te acompañaré de vuelta al cuartel, Oscar. - respondió él, comprendiendo como se sentía. - Pero primero déjame hablar con tu madre y con mi abuela. Se quedaron muy preocupadas por ti. - agregó.
- ¿Qué les dirás? - preguntó ella, muy inquieta.
- No te preocupes. No les diré que estás aquí... - respondió él. - Pero les diré la verdad... Ellas comprenderán. - le aseguró.
- Gracias André... - respondió Oscar, y él salió de la habitación.
...
Había pasado un buen rato desde que la hija de Regnier de Jarjayes abandonó la casa del General Boullie, y aunque inicialmente había habido una gran conmoción tras su fugaz presentación, el anfitrión del evento había conseguido que todos sus invitados permanezcan en su mansión, y, para muchos, la fiesta se convirtió en una oportunidad perfecta para afianzar relaciones.
No obstante, a pesar de los esfuerzos de la máxima autoridad del ejército francés, Victor Clemente Floriane de Gerodelle no se sentía a gusto, y es que - al igual que su ex comandante - él era una persona reservada, y no soportaba ser parte de ese tipo de reuniones.
Gerodelle prefería regresar a su mansión para leer algún buen libro antes que tener que fingir que la pasaba bien entre aquellos presumidos aristócratas; sus conversaciones frívolas acerca de sus propiedades, sus torneos y sus mujeres le parecían de lo más aburridas e incluso le generaban cierta repulsión, pero había decidido permanecer ahí un rato más para no desairar al anfitrión, quien hacía denodados esfuerzos para que todos se sientan a gusto.
Y mientras le pedía al mozo otra copa de vino, pensó en su antigua comandante. Verla ahí nuevamente le había hecho recordar cuánto la amaba, y pudo darse cuenta de que no se había resignado a la idea de renunciar a ella.
Antes de su llegada se preguntaba si sería capaz de soportar todo aquel evento, y es que - a diferencia de André - él si había podido imaginar a Óscar llegando al baile en un bello vestido para bailar con otros hombres, de hecho ya la había visto hacerlo aquella vez en la que ella decidió hacerse pasar por una condesa extranjera para asistir al baile organizado por la condesa de Conti.
Gerodelle jamás hubiese imaginado que su amada Oscar François fuera aquella hermosa dama de no ser por Sofía Von Fersen, quien no sólo le dijo que se trataba de ella, sino que también le aseguró que Oscar se había vestido así por su hermano.
En ese instante, su sangre hirvió de celos, y es que no podía creer que la mujer que amaba fuese capaz de sentirse atraída por el amante de María Antonieta. Sin embargo, se había sentido mucho más celoso cada vez que observaba la relación tan cercana que Oscar tenía con su asistente, André Grandier, lo cual era algo que tenía que presenciar casi a diario.
A pesar de ser personas honorables y de buen corazón, lo único que unía a Gerodelle y a André era el trabajo.
En cada una de las misiones que les fueron encomendadas cuando Óscar era la comandante de la Guardia Real trabajaron excepcionalmente en equipo, y podían confiar el uno en el otro cuando se trataba de alcanzar un objetivo. Sin embargo, nunca fueron amigos.
Sus personalidades eran muy distintas, y no ayudó el hecho de que ambos supieran que tenían sentimientos hacia la misma mujer, cosa que los dos notaron durante los años en los que Óscar desempeñó el cargo de comandante de la Guardia Real.
Gerodelle sentía celos de André. Sabía que él había compartido toda su vida con Óscar desde que ambos eran pequeños, y eso era algo contra lo que él no podía competir. Por otra parte, si bien André sabía que su mejor amiga no pensaba en Gerodelle de una manera romántica, si le molestaba el hecho de que él se sienta atraído por ella, ya que sabía que Victor Clement, al ser un aristócrata, tenía la plena libertad de proponerle matrimonio a la mujer que amaba, algo que André no podía hacer por no pertenecer a la nobleza.
Sin embargo, el nieto de Marion no imaginaba que Gerodelle sabía algo sobre Oscar, algo de lo que él nunca había estado seguro, y es que el conde estaba convencido de que Oscar amaba a André, tan convencido como lo estaba de que su ex comandante ni siquiera se había dado cuenta de los sentimientos que tenía hacia su asistente, y justamente por eso se atrevió a pedir su mano en matrimonio, teniendo la esperanza de poder conquistar su amor antes de que ella se de cuenta de su propia realidad.
No obstante, en ese momento no estaba pensando en eso; estaba aburrido y tenía ganas de irse, por lo que - tras encontrar el momento oportuno - se acercó al General Boullie, quien departía muy a gusto con algunos jóvenes aristócratas.
- General, le agradezco mucho su hospitalidad, pero debo retirarme. - le dijo.
- ¡Pero si la fiesta apenas empieza! - exclamó el General Boullie. - Sé que no es lo que todos esperábamos, pero la estamos pasando muy bien. - le dijo.
- Me encantaría quedarme, pero mañana tengo varios asuntos de la Guardia Real que debo atender. - respondió Victor Clement, en un intento por no desairar al anfitrión.
- Entiendo. Es una pena que nos dejes, pero de todas maneras muchas gracias por acompañarnos. - respondió el General Boullie amablemente.
Entonces, haciendo un formal gesto de despedida, Gerodelle se despidió de él, y regresó a su mansión en el elegante carruaje en el que había llegado.
...
Mientras tanto, André y Oscar caminaban hacia los establos de la Mansión Jarjayes.
- Oscar, tendremos que ir en tu caballo. El mío se quedó en el cuartel. - le dijo él.
- Está bien. - respondió ella, aunque le pareció extraño que André no haya llegado a la mansión en su corcel.
Unos minutos después, ambos llegaron a los establos, y estando ahí, André abrigó a Oscar con su propia capa, poniéndola cuidadosamente sobre su cuerpo.
- Es tarde, y hará frío en el camino. - le dijo, y luego, ambos montaron el mismo caballo, e iniciaron su camino de regreso al cuartel.
La brisa nocturna podía llegar a ser muy fuerte a esas horas de la noche, y sabiendo eso, André prefirió que Oscar se siente detrás de él, en un intento de protegerla con su cuerpo. Y ahí, mientras el nieto de Marion cabalgaba llevandola consigo, Oscar se dio cuenta de que nunca antes había apreciado todos aquellos gestos de cuidado que él tenía hacia ella. Incluso desde que eran niños, André siempre veló por su bienestar, y fue el único hombre que la trató como la mujer que era.
Ahora, cada detalle empezaba a tener un enorme valor para ella, porque sabía que eran demostraciones de amor, un amor tan grande que había sido capaz de los mayores sacrificios, principalmente, el de mantenerse oculto por el peso de las diferencias sociales. Y pensando en eso, Óscar empezó a llorar, silenciosa, pero desconsoladamente, mientras su caballo recorría en la oscuridad el camino desde su mansión hasta el cuartel.
Devastada, se aferró a la espalda de André con todas sus fuerzas. ¡Cuánto dolor le había provocado a su ser más querido!... Pero ella no sólo lloraba por no haber comprendido el amor de André, sus lágrimas tenían una causa mucho más profunda.
Había deseado tanto dejar de sentirse como una mujer que no le había importado dar un completo giro a su vida. Sin embargo, e irónicamente, a partir de su cambio a la Guardia Francesa había sucedido todo lo contrario, y sus sentimientos se arremolinaban sobre ella como una gigantesca ola que la arrastraba con toda su fuerza para intentar que descubra lo que realmente había en su corazón.
En ese momento, y sin poder detener sus lágrimas, sintió por primera vez que nunca había sido sincera consigo misma, pero no se atrevía a confesarse lo que en realidad sentía, porque una vez que lo hiciera, ya no habría marcha atrás, y tenía miedo.
A pesar del valor que se requería para hacer todo lo que ella había hecho y para tomar las difíciles decisiones que había tomado a lo largo de su carrera y de su vida, se dio cuenta de que, en lo que se refería a abrir su corazón, si podía llegar a ser una cobarde.
Por su parte, André pensó que Oscar se había aferrado a su espalda porque su corcel estaba yendo demasiado rápido, y empezó a bajar la velocidad a la que iba.
- Perdóname, creo que aceleré demasiado. - le dijo.
- No te preocupes... - le respondió ella, apartándose un poco y tratando de tranquilizarse.
Tras algunos minutos, ambos llegaron al cuartel general, y André se detuvo en la puerta y bajó del caballo para luego ayudar a Oscar a bajar también. Eran más de las diez de la noche y todo estaba muy oscuro, por lo que él no pudo notar en el rostro de la mujer que amaba el rastro de todo lo que había llorado en el camino.
- Oscar, dejaré a tu caballo en el establo... Será mejor que vayas a descansar... - le dijo tiernamente.
- Lo haré, André... - le respondió ella. - Gracias por todo. - agregó con la voz ligeramente entrecortada.
Y al escucharla, André sonrió.
Ella no tenía nada que agradecerle; lo había traído de regreso a la vida y él estaba dispuesto a entregársela, tal como lo prometió cuando apenas tenía diecinueve años.
...
La mañana del domingo siguiente Óscar se dirigió a su mansión. Tenía que enfrentar a su familia en algún momento y era mejor hacerlo lo antes posible.
André también estaba en la casa Jarjayes. Había tomado su día libre y quiso visitar a su abuela, a la cual había visto muy poco por esos días y en circunstancias complicadas.
En aquel momento, dormía en su antigua habitación. La había pasado muy bien conversando con Marion y comiendo todo lo que la anciana mujer le había preparado; hacía varios días que no comía tan bien, no sólo porque la comida del cuartel no era tan buena como la que su abuela preparaba, sino también porque - desde el día en que creyó que perdería a Oscar para siempre - casi no había probado bocado.
Afortunadamente todo se había aclarado y ahora descansaba. Necesitaba reponerse después de tantas tensiones y desvelos; aquellos días habían sido tan duros para él que le había costado hasta sobrevivirlos, y estaba muy agotado.
Por su parte, Oscar apenas llegaba a su mansión, y tras ingresar, caminó directamente hacia la cocina.
- Buenos días, nana. - le dijo a Marion quien se encontraba ahí, y bajó la mirada sintiéndose muy culpable por haber hecho que la anciana trabaje en vano en los preparativos de su fiesta.
- ¡Mi niña! - le respondió la abuela con alegría. - Al fin está de vuelta.
- Sí... yo... - dijo ella titubeando, tratando de disculparse por todo el alboroto que había causado, pero su nana la interrumpió.
- ¿Ya desayunó? - le preguntó Marion.
- Sí, desayuné en el cuartel... - respondió Óscar, pero intentó seguir con su disculpa. - Nana, con respecto a mi comportamiento del viernes, yo...
- No tiene nada que explicar mi niña, quédese tranquila. - respondió ella. - André ya nos explicó lo que sucedió, y todo está bien. - agregó.
Y buscando hacer sentir mejor a la que quería como si fuese su propia nieta, Marion cambio de tema.
- Bueno, sé que ya comió, pero no la dejaré ir si no me permite servirle algo más. ¡Si la dejo por su cuenta adelgazará tanto que va a desaparecer! - exclamó, y Óscar sonrió.
- Está bien, nana... - le dijo, y se preguntó que le habría dicho André a Marion para que haya tomado las cosas con tanta calma.
- Debe estar cansada. ¿Desea que le lleven el desayuno a su habitación? - preguntó la nana.
- Sí, nana. Muchas gracias. - le respondió Óscar, y tras ello, se acercó a ella y le dio un cálido abrazo, como los que le daba cuando era pequeña. - Estaré en mi habitación. - agregó, y tras decir esto, se retiró.
Mientras tanto, muy contenta por su inesperada muestra de afecto, la abuela sonrió, y entusiasmada, empezó a preparar todo para poder atenderla con el cariño de siempre.
...
Había pasado aproximadamente una hora desde que Oscar y Marion se encontraron en la cocina cuando, repentinamente, alguien anunció la llegada del conde Gerodelle a la mansión Jarjayes.
Victor Clement había ido a visitar al general. No lo había visto desde que tuvo una sincera charla con él unos días antes de la fiesta que se organizó para la ex comandante de la Guardia Real, y desde que se enteró que el general había sufrido un atentado había querido ir a verlo, pero sus obligaciones en palacio no se lo habían permitido.
Acompañado por Beatrice, una de las sirvientas de la casa, el conde llegó hasta la habitación principal, y al notar su llegada, el convaleciente Regnier de Jarjayes se alegró de que Victor haya ido a verlo.
- General, me complace verlo tan recuperado. - le dijo sinceramente Victor Clement, al verlo con buen semblante.
- Victor, ¡que alegría siento de poder verte nuevamente! - exclamó el general, el cual aún permanecía en cama.
- La situación que vivimos es cada vez más insostenible... Cada día son más frecuentes los ataques a los miembros de la nobleza... - mencionó Gerodelle visiblemente preocupado por el futuro de su país, y apenado porque una de las víctimas de la violencia haya tenido que ser precisamente el padre de la mujer que amaba.
Tras escucharlo, Regnier se quedó en silencio por algunos segundos, ya que compartía su preocupación, pero luego, decidió abordar un tema que lo había tenido muy inquieto desde la mañana del sábado.
- Victor, dime... ¿Qué fue lo que sucedió en la fiesta de mi hija? - le preguntó repentinamente. - Nadie ha querido ponerme al tanto de lo qué pasó, y cada vez que pregunto sobre eso, mi familia y los sirvientes evaden el tema. - le comentó, y sorprendido, Gerodelle se quedó sin palabras; no tenía idea de que el General Jaryajes no supiera lo que había pasado.
Regnier suspiró.
- Sé que he sido muy duro en lo que respecta a Oscar todos estos años, pero tú mejor que nadie sabes que mi único deseo es que ella tenga una vida feliz... - acotó.
Lucía tranquilo. A pesar de ser uno de los generales más laureados de toda Francia también era un padre preocupado, y estaba arrepentido por los errores que había cometido tras decidir criar a la última de sus hijas como un hombre.
- ¿Acaso no se presentó en la fiesta? - preguntó Regnier, y al no saber que más hacer, Gerodelle decidió hablarle con sinceridad.
- General, la comandante sí se presentó en la fiesta, pero fue llevando su uniforme militar y sólo se quedó unos segundos para disculparse. - le dijo él, esperando haber hecho lo correcto al contarle lo que en realidad había pasado.
Tras escuchar su respuesta, el patriarca de los Jarjayes se quedó en silencio por unos segundos, y luego de reflexionar sobre las acciones de su hija, volvió a dirigirse a Victor Clement.
- Así que... Óscar apareció con el uniforme militar... Ya veo... - le dijo. - Pero no pienso decirle nada cuando regrese. Es posible que ella tenga la razón y no yo. - le dijo a Gerodelle. - Sin embargo, todo lo que deseo es que mi hija Óscar nunca se rinda en la búsqueda de su felicidad, porque por mi culpa ella tuvo que reprimir sus sentimientos desde la niñez. - agregó.
Y tras decir esto, amargas lágrimas empezaron a cubrir su rostro.
...
Mientras tanto, en su habitación, Oscar trataba de reunir el valor que necesitaba para enfrentar a su padre.
Deseaba verlo y saber cómo estaba desde la última vez que lo vio, pero no se atrevía, por eso decidió ir primero a ver a su madre. Sabía que ella había permanecido en la mansión para atender a su esposo herido, y por una de las sirvientas de la casa, supo que se encontraba leyendo en la biblioteca.
Entonces, la hija de Regnier salió de su habitación para dirigirse hacia allá, pero mientras bajaba las escaleras se encontró con Gerodelle, quien - en el vestíbulo - estaba tomando su abrigo para retirarse.
- Madeimoselle... - le dijo, sorprendido ante el inesperado encuentro.
- Gerodelle... - respondió ella, con voz serena. Sabía que no se había portado bien con él últimamente, a pesar de que los únicos pecados del conde habían sido proponerle matrimonio y declararle su amor.
Frente a ella, Victor Clement Floriane de Gerodelle supo de inmediato que esa sería su última oportunidad para hablarle a solas, ya que Óscar había estado evitándolo desde que supo de su propuesta.
Debía jugarse todas sus cartas; no tenía alternativa. Y sabiendo que no debía doblegarse ante ella si quería ganarse su respeto, se dirigió nuevamente a su ex comandante, pero esta vez luciendo mucho más seguro y decidido.
- La fiesta ha sido un desastre. - le dijo con una sonrisa, y con la familiaridad de tiempos pasados. - Pero me alegro... Ahora yo soy tu único pretendiente. - agregó.
- Cuida tus palabras. - le dijo Oscar con autoridad. - Aunque ya no soy tu comandante, aún sigo teniendo un grado mayor al tuyo en el ejército. - afirmó.
Y tras decir esto, continuó su descenso por las escaleras hasta quedar justo frente a él.
- Abre los ojos Gerodelle, y si quieres también puedes decírselo a mi padre... ¡Nunca en la vida pienso vestir de mujer! - le dijo determinada.
- Es una pena... - respondió el conde, casi irónicamente. - Siento pena de ver a una mujer tan bella envuelta en un uniforme militar y rodeada de soldados, los cuales no hacen más que exaltar su belleza. - le dijo, y al escucharlo, Oscar apretó los puños con rabia tratando de contener la ira que le provocaban sus palabras. Victor Clement Floriane de Gerodelle era uno de los miembros de la nobleza en los que más confiaba, y fue su segundo al mando alrededor de quince años. Únicamente por eso ella estaba haciendo denodados esfuerzos para controlarse, pero estaba a punto de perder la paciencia.
No obstante, las palabras de Victor Clement no eran ciertas. A él nunca le resultó un inconveniente ver a la mujer que amaba vestida de militar; sólo le estaba diciendo todo eso para lograr que Oscar acepte su amor.
- ¿Por qué te empeñas en darle la espalda al calor de un hogar? - le dijo Gerodelle, tratando que Oscar le abriera su corazón. - Estoy seguro de que alguna vez has deseado la felicidad de cualquier mujer. - le aseguró, y tras escucharlo, Oscar se quedó sin palabras, y recordó lo que había sentido muchos años antes de convertirse en lo que ahora era.
Antes de aceptar su destino como militar, la heredera de los Jarjayes deseó por unos instantes tener una vida como la de su madre, con un esposo e hijos: una vida tradicional. Sin embargo, desde que vistió por primera vez el uniforme de la Guardia Real renunció para siempre a tener una vida ordinaria, y en esa vida distinta y llena de retos llegó a ser feliz.
No obstante, las palabras del conde habían reabierto una vieja herida que la lastimó en el pasado, y su mirada se llenó de melancolía.
- Deja de lado tu orgullo y sincérate contigo misma. - insistió el ahora comandante de la Guardia Real. - Detente por un instante antes de dejarte hundir por la tragedia. Si me aceptas, siempre habrá un lugar para ti en mis brazos. Podrás compartir conmigo la tristeza y la alegría de tu corazón, y el dolor que soportan tus hombros. - le dijo con sinceridad.
Entonces, descolocada, Oscar bajó la mirada; nunca esperó escuchar esas palabras y menos de Victor Clement. Gerodelle, a quien conocía desde hacía tantos años, estaba logrando que ella se sienta desarmada y vulnerable al ofrecerle algo que nunca nadie le había ofrecido: tener un hogar y sentirse segura al lado de un hombre, y confundida, se mantuvo en silencio.
Pero después de unos segundos, cuando intentaba conectarse nuevamente con la realidad, notó que su antiguo subordinado se había acercado tanto a ella que, al levantar la mirada, se encontró con su rostro casi pegado al suyo.
- Eres tan bella... - le susurró él, acercándosele aún más. - Te amo... - le dijo, y sin poder evitar dejarse llevar por lo que sentía por ella, la besó.
Y en ese instante, mientras sentía los labios de Gerodelle sobre los suyos, los pensamientos de la hija de Regnier se trasladaron al recuerdo de aquel primer beso que André le dio mientras la llevaba en brazos luego de pelearse en un bar de París, hacía ya muchos años. ¡Que diferente había sido ese beso para ella!... ¡Con el conde no estaba sintiendo absolutamente nada!
- ¡Ah! - exclamó, y asustada, se apartó de Victor Clement.
- ¡Oscar! - exclamó él tratando de retenerla, pero ella lo hizo nuevamente a un lado.
- ¡No!... ¡No!... - le dijo, y tras ello, huyó de él corriendo hacia el interior de su mansión.
Y mientras corría sin rumbo por los pasillos sin saber siquiera a donde ir, Oscar seguía recordando el beso de André.
" Los labios que yo conozco... Los labios que yo conozco... Sí... Son más apasionados, más suaves... Sólo esos labios envolvían tiernamente los míos... Los labios que yo conozco..."
Entonces, sin poder sacar aquellos pensamientos de su mente, se detuvo repentinamente, y con la mano en el corazón, apoyó su rostro sobre uno de los muros de la casa.
- "¿Qué va a ser de mí?" - pensó angustiada. - "¿Por qué siento que mi cuerpo se enciende como si fuera a derretirse?... ¿Qué es esta dulce punzada de dolor?" - se decía confundida.
Y en medio de su conmoción, sus ojos se llenaron de lágrimas y salió corriendo hacia la biblioteca, pero en el camino tropezó abruptamente con André, quien la sostuvo de los hombros para evitar que se cayera.
- Oscar... ¿Por qué lloras? - le preguntó él, preocupado, y ella lo miró atónita, sin poder creer que lo estuviera viendo frente a ella justo en ese momento.
- André... lo siento... No puedo hablar contigo ahora... - le dijo, y tras ello, salió corriendo, dejando atrás a un angustiado André, quien deseó con todas sus fuerzas aliviar el dolor de la mujer que amaba, aún sin comprender el motivo de sus lágrimas.
Al llegar a la biblioteca, Oscar encontró a su madre, la cual estaba sentada en uno de los sillones del salón. Al verla se lanzó hacia ella, y apoyando el rostro sobre su regazo, empezó a llorar amargamente.
- ¡Madre! - le dijo sollozando.
- ¡Oscar! - exclamó Georgette, preocupada por verla tan desesperada y llena de confusión.
- ¡Madre!... ¡Yo no soy el títere de mi padre!... Sin ser hombre, ni tampoco mujer; así es como he vivido durante todo este tiempo, dedicando mi vida a mi carrera militar, sin tener otra elección... ¡Pero ahora él quiere que me case!... ¡que tenga hijos!... ¡que vuelva a ser mujer!... ¿¡Acaso ha olvidado mi padre que tengo un corazón!?... ¿¡Qué soy yo para mi padre!?... ¿¡Olvidó él que corre sangre por mis venas!?... ¡Dime madre! - le dijo.
Y tras ello, continuó con su llanto desconsolado.
Georgette de Jarjayes era una mujer sensible, y tenía un gran corazón. Ver a Óscar en ese estado le causó un profundo dolor, sobre todo porque a pesar de ser la menor de sus hijas, siempre había considerado que ella era la más fuerte de todas, y nunca esperó verla así.
- Oscar... - le dijo su madre.
Y acariciando su cabello tiernamente, trató de consolarla.
- Que necios podemos llegar a ser los padres... Lamentablemente cuando más amamos a nuestros hijos, más necios somos. - le dijo.
Y tras una breve pausa, continuó.
- Como bien sabes, últimamente el mundo está muy agitado. Los disturbios y las revueltas se suceden por doquier. Si continúas en el ejército, tratándose de ti, no hay duda de que te dirigirás a la primera línea de fuego sin titubear. Te lanzarás en medio de la tormenta liderando la tropa.
Y tras decir esto, Georgette tomó el rostro de su amada hija entre sus manos, y con una gran ternura, prosiguió.
- Sólo queríamos que antes de que se desate la tormenta nuestra querida hija pueda escapar a un nido seguro, y que tenga un hogar apacible como el de cualquier mujer. - le confesó, y tras escucharla, Oscar la miró a los ojos, muy sorprendida; jamás pasó por su mente que esas podrían ser las razones de sus padres para querer casarla.
- Ya lo ves hija... No podemos dejar de preocuparnos por ti... Supongo que te parecerá una tontería, pero sólo queríamos lo mejor para ti. - le dijo Georgette, y la acarició nuevamente con una gran ternura.
- ¿Esa era la intención de mi padre?... ¿Por eso quería casarme? - le preguntó Oscar a su madre, un poco más calmada.
- Oscar, tu padre está arrepentido... - le respondió Georgette.
Ella lo sabía. El general ya le había pedido perdón por haberla criado como un hombre, pero lo que no sabía era que su amor de padre era el que hablaba a través de sus últimas acciones, y se sintió agradecida por ello.
Entonces, Georgette secó sus lágrimas, y llena de amor, volvió a dirigirse a ella.
- Te queremos mucho hija... Todo lo que deseamos es que seas feliz. - le dijo tiernamente, y luego de escucharla, Oscar volvió a recostarse sobre su regazo.
Estar a su lado le daba una infinita sensación de paz.
...
Habían pasado varias horas desde el encuentro entre la heredera de los Jarjayes y el conde Victor Clement de Gerodelle.
Ya era de noche, y André, vestido con su uniforme de la Guardia Francesa, salía por la puerta principal de la mansión en busca de su bello corcel negro.
No había vuelto a ver a Oscar desde que ambos chocaron accidentalmente en uno de los pasillos de la casa, y se había quedado muy preocupado por ella. Sin embargo, a pesar de que su relación ya no era tan tensa tampoco era la de antes, por ello, prefirió mantener una distancia apropiada de ella antes que ir a buscarla para ver si estaba bien.
Por su parte, la heredera de los Jarjayes había pasado casi todo el día con sus padres.
Afortunadamente para ella - y tal como el general le aseguró a Gerodelle - él no le mencionó a su hija ni una palabra respecto a la fiesta organizada por el General Boullie, sólo se dedicó a darle consejos para las responsabilidades que ahora tenía como Comandante de la Guardia Nacional Francesa.
- ¿Regresas al cuartel? - le preguntó Oscar a André, y él volteó hacia ella sorprendido.
Después de un largo día, la mujer que amaba estaba ahí, sentada en las escaleras de la salida de la mansión, y al escuchar su voz, el nieto de Marion se detuvo. A diferencia de como la había visto aquella tarde, Oscar se veía muy en paz, y es que conversar con su madre había sido de gran ayuda para ella.
- Sí, ya me voy. - respondió él. - Mañana comenzaremos temprano y prefiero dormir allá. - agregó.
- Entiendo... - le dijo ella, y bajó la mirada al notar que su corazón se aceleraba cada vez que veía sus hermosos ojos verdes.
- ¿Estás bien? - le preguntó André con ternura, y tratando de asegurarse de que ya no hubiese nada que perturbe su corazón.
- Estoy bien... - respondió ella. - Siento haberte preocupado. - añadió, y lo miró con dulzura.
Entonces André se reclinó frente a ella, y tomando sus manos entre las suyas la miró fijamente a los ojos.
- Aún puedes contarme lo que sea... Lo sabes ¿verdad Oscar? - le dijo, y es que más allá del amor que sentía por ella, él quería que Oscar entienda que aún podía contar con su amistad.
Ella lo miró conmovida, sintiendo como su corazón se aceleraba aún más al sentir su piel sobre la suya, y un hermoso sentimiento que no supo identificar la invadió por completo.
- Lo sé, André. - le respondió, sin poder decir más que eso.
Entonces él soltó sus manos lentamente, se puso su capa y montó su caballo, pero antes de irse miró a Óscar una vez más, casi sin poder ocultar cuánto la amaba.
- Ya me voy... Adiós. - le dijo, y tras decir esto, se marchó.
Sentada sobre las gradas de su mansión, Oscar lo contempló mientras partía, y llevó sus manos a su pecho, tratando de capturar en su corazón la tibieza que aún sentía en ellas, luego de que André las sostuviera.
Subió la mirada al cielo y recordó una vez más aquel primer beso que él le dio. Las estrellas que iluminaban la noche eran las mismas que pudo ver aquel día, y al reconocerlas, sus ojos brillaron, llenos de felicidad.
FIN
...
COMENTARIO DE LA AUTORA
El relato "Oscar, por favor, no te cases..." ha sido basado en el capítulo 30 de " La rosa de Versalles" titulado "Tú eres la luz y yo soy la sombra", y ha sido complementado con extractos de los mangas en los que se basó el anime.
