Capítulo 1
A ella no le interesas
Bajo una intensa lluvia, y alumbrados por la tenue luz que atravesaba los amplios ventanales de los pasillos del cuartel, la comandante de la Compañia B de la Guardia Francesa, Oscar François de Jarjayes, y el líder del escuadrón, Alain de Soisson, estaban a punto de enfrentarse.
- Prepárese... - le dijo Alain a Oscar - ¡No voy a perdonarla de ninguna manera!
- Entiendo... - respondió ella. - Parece que es inútil seguir hablando de esto. - concluyó con voz serena, y resignada, desenvainó su espada ante la atenta mirada de André, quien junto con el resto de los guardias de su compañía, observaba a la mujer que amaba a punto de batirse a duelo con su amigo más cercano dentro del regimiento.
¿Pero cómo habían llegado a ese punto?
Había pasado ya un mes y medio desde que la heredera de los Jarjayes renunció a su puesto como Comandante de la Guardia Real para convertirse en Comandante de la Guardia Francesa, y su vida había dado un giro de manera radical.
Por aquellos días, París estaba convulsionada debido a la corrupción de la aristocracia y los altos impuestos dados uno tras otro, y los saqueos a panaderías, robos a prestamistas y asaltos a los carruajes de los aristócratas eran parte de lo que se vivía a diario en la capital de Francia.
La compañía B de la Guardia Francesa había sido asignada especialmente para patrullar la ciudad de París, y eso había capturado toda la atención de Oscar por aquel entonces.
En un principio, los guardias de su regimiento no la aceptaban como su nueva comandante, principalmente por ser Oscar una mujer. Sin embargo, poco a poco fueron convenciéndose de que ella no era una persona ordinaria; su valentía, su tenacidad, pero sobre todo su capacidad para ejercer un liderazgo justo habían hecho que un gran porcentaje de la compañía B la acepte de buena gana para dirigirlos.
La influencia de Alain en el resto de sus compañeros había sido decisiva en ese sentido. Con mucho esfuerzo, André había logrado convencer al líder del escuadrón para que le de una oportunidad a Oscar asegurándole que ella era una buena persona. Debido a ello, Alain había aceptado a la heredera de los Jarjayes como su comandante, a pesar de que inicialmente la había considerado una soberbia aristócrata. Sin embargo, el buen concepto que tenía de ella se había venido abajo tras enterarse que uno de sus compañeros había sido detenido por la Policía Militar, después de descubrirse que había entregado su arma a una casa de empeño.
Todo había sucedido muy rápido aquella tarde en la que el soldado Lasalle fue apresado y llevado a la prisión frente a todos sus compañeros, y ellos no dudaron en sacar aceleradas conclusiones llevados por sus propios prejuicios.
Parado bajo la lluvia, André aún recordaba lo que había pasado minutos antes que Alain enfrente a Óscar con la intención de darle una lección, y se preguntaba a sí mismo en qué terminaría todo aquello.
...
- ¡Tiene que haber sido esa mujer la que lo entregó! - había dicho uno de los guardias de la Compañía B minutos antes, ante la atónita mirada del mejor amigo de la heredera de los Jarjayes.
- ¡Claro!... ¡Ella sabía que Lasalle había perdido su rifle! - dijo otro.
- ¡Que hipócrita! ¡Solamente estaba fingiendo cuando le pidió al Coronel Dagout que consiga otra arma para Lasalle! - mencionaba otro soldado.
Y junto a ellos, Alain escuchaba paralizado los comentarios de sus compañeros.
Por aquellos días, y luego de trabajar con ella en la misión para proteger al Duque de Ardelos de España, el líder del escuadrón había cambiado radicalmente el concepto que tenía de su comandante; ya la respetaba.
Esto no había sido gratuito. Oscar le había demostrado con hechos que todo lo que le decía André sobre ella era verdad. Sin embargo, para él ahora todo acusaba a su comandante: todo parecía indicar que ella era la responsable de haber entregado a Lasalle a la Policía Militar, y no podía perdonarla.
Por su parte, André estaba consternado ante la ola de calumnias hacia Oscar; no podía entender cómo ellos eran capaces de acusar a alguien de algo tan grave sin tener siquiera alguna prueba, y consternado, dirigió su mirada hacia Alain.
- Alain... No pensarás que Oscar... - pero antes que André terminara su frase, Alain lo interrumpió.
- No puedo creer que haya llegado a confiar en esa aristócrata... - murmuró, y tras ello, se dirigió a su despacho dispuesto a enfrentarla, y de inmediato, André fue tras él.
- Alain, cálmate por favor. - le decía el nieto de Marion insistentemente, mientras lo seguía a paso acelerado por los pasillos del cuartel. - ¡Te aseguro que Oscar sería incapaz de hacer algo así!
- ¡Basta, André!... ¡Sólo la estás defendiendo porque estás embelesado con ella! - replicó Alain, iracundo, mientras aceleraba más el paso. - Tus sentimientos no te dejan ver la realidad... ¡Ya date cuenta! - le gritó.
- ¡Estás equivocado Alain! - replicó André. - ¡Mis sentimientos no tienen nada que ver aquí! - y tras decir esto, André se adelantó para ponerse frente a él e impedir su avance, logrando que Alain se detenga.
- Acéptalo de una vez André... ¡Estás obsesionado con ella!... ¿Y sabes qué?... Hasta te entiendo... Es una mujer muy hermosa... ¡Pero con eso no basta!... ¿Cómo puedes defender a una persona que es capaz de enviar a la muerte a un soldado de su propio regimiento?... ¿En serio quieres a alguien así para ti?... - le dijo Alain totalmente enfurecido. - ¡Acabaré con ella en este instante! - agregó.
Y lleno de ira, el líder del escuadrón sacó el puñal que tenía debajo de la manga, pero lejos de asustarse, André se mantuvo firme frente a él, impidiéndole avanzar.
- ¡Quítate de mi camino André!... ¡Esto no es contra ti!... - le dijo Alain levantando la voz, pero André no se movió.
- ¿Que no es contra mí? - exclamó él. - Te equivocas... ¡Todo lo que hagas contra ella es contra mí!... Y si insistes, tendrás que pasar primero sobre mi cadáver. - respondió André.
Lucía muy determinado, tanto, que el mismo Alain se quedó petrificado ante su valor para defender a la que era su comandante.
Y tratando de hacer que razone, André - mucho más calmado - se dirigió nuevamente a él.
- Alain... Yo no estoy obsesionado con Oscar, ni estoy embelesado por su belleza... La amo, ¿entiendes?... Pero aunque no la amara, te puedo asegurar que ella no sería capaz de hacer algo así. - le dijo.
Alain lo miró a los ojos en silencio; era la primera vez que André le confesaba directamente sus sentimientos hacia Oscar. Las palabras de su compañero le sonaron muy sinceras, y dentro de su furia, sintió admiración por la ferocidad con la que él defendía a la mujer que amaba, pero aún no estaba dispuesto a perdonarla.
- Sé que no lo parece, pero Oscar tiene un gran corazón. - insistió André. - Lo sé porque crecimos juntos, y la conozco muy bien. - le confesó, e impactado por esa nueva información, Alain se quedó sin palabras; no esperaba que André y Oscar tuviesen una historia tan larga juntos, ya que por aquellos días ellos apenas se dirigían la palabra.
Entonces, sin intenciones de rendirse, el nieto de Marion continuó con su discurso:
- Alain, te aseguro que Óscar no sería capaz de hacer algo así contra nadie... - le dijo. - Si tan solo la conocieras un poco más, la defenderías tanto como yo. - agregó, muy seguro de sus palabras.
Sin embargo, aunque su confesión lo había tomado por sorpresa y estaba seguro de que André estaría dispuesto a todo para defenderla, Alain no estaba dispuesto a perdonar a su comandante por lo que creía que había hecho.
- André... - le dijo tomándolo de los hombros. - De verdad, entiendo tus sentimientos... ¡Pero entiéndeme tú también!... ¡Lasalle va a morir por su culpa!... ¡Y yo no me puedo quedar con los brazos cruzados!... Si se tratara de ti, haría exactamente lo mismo. - le dijo.
- ¿Sigues sin creerme? - le preguntó André. - ¡Te aseguro que ella no lo entregó! - insistió, empezando a impacientarse por la necedad de su amigo.
Y tras unos segundos de silencio, el líder del escuadrón volvió a dirigirse a él.
- Lo siento, André. No puedo creerte. - le dijo Alain firmemente. - Sin embargo, lo que sí creo es que tú no serías capaz de vivir sin ella, y yo no quiero cargar con tu muerte en mi conciencia. Únicamente por eso te doy mi palabra de que no le quitaré la vida, no lo haré porque te respeto y porque te aprecio, pero a ella le voy a dar una lección que no olvidará. - le dijo.
Y como señal de que no mentía, Alain le entregó a André el puñal que había estado sosteniendo y avanzó por el pasillo.
- ¡Alain! - exclamó André, y lo siguió nuevamente a paso acelerado.
- ¡Basta, André! - exclamó Alain sin detenerse. - No vas a poder evitar que le de una buena lección a esa mujer... ¡Voy a bajarla de su pedestal!... ¡Quiero que sepa que no somos gusanos a los que puede pisotear a su antojo!... Empezando por el comportamiento que tiene contigo, ¡que a pesar de todo lo que haces por ella te trata como si no existieras!... - le dijo muy alterado, pero André no se rendía.
- Por favor, ¡esto no tiene sentido! - le dijo el nieto de Marion, y Alain se detuvo bruscamente y volvió a dirigirse a él; ya había colmado su paciencia.
- André, ¡Si sigues insistiendo me voy a olvidar de mi promesa de perdonarle la vida a tu comandante! - le dijo determinado. - ¡Así que ni se te ocurra intervenir en lo que pienso hacer! - agregó amenazándolo, y André dejó de insistir.
Alain estaba obcecado con la idea de enfrentar a Oscar y no había ninguna forma de detenerlo. Sin embargo, al menos había logrado que le prometa que no le haría daño.
Unos minutos después, ambos llegaron al despacho, y - tratando de contener su enojo - Alain llamó a la puerta de su comandante, mientras que, por su parte, André vigilaba sus acciones cuidadosamente.
- Adelante. - dijo Oscar desde el otro lado, y al ver a Alain y a André entrando a su despacho, dejó de escribir sus informes para darles toda su atención. - ¿Qué los trae por aquí? - preguntó ella amablemente. Lucía muy tranquila; preparar sus informes era una tarea que la relajaba, y venía haciéndolo desde hacía un buen rato.
- Vinimos a hacerle una pregunta... - le dijo Alain, con mucha seriedad.
- ¿Por qué tanta formalidad? - le preguntó Óscar sonriendo, y Alain la miró fijamente antes de proseguir.
- ¿Qué tal si André dijera que quiere casarse con mi hermana? - le dijo.
Y sorprendido por su pregunta, André lo interrumpió.
- ¡Oye, Alain! - le dijo él, tratando de hacer que se rectifique, pero Alain quería que Oscar responda.
- ¡Cállate! ¡Tú no digas nada! - le advirtió, y tras ello, se dirigió nuevamente a la hija de Regnier. - Respóndame señorita comandante. - insistió Alain, fingiendo estar en calma.
Pero Oscar no se inmutó. Era obvio que André no pretendía casarse con Diana, la hermana de Alain; sólo era una provocación por parte del líder del escuadrón.
- No sé de que hablan, - respondió Oscar - André es libre de hacer lo que le plazca...
- Ja... - respondió Alain, sin sorprenderse. - Me imaginé que respondería eso... - le dijo a Óscar, y de inmediato, se dirigió a André. - ¿Ves André?... A ella ni siquiera le interesas... ¡No es necesario que la defiendas tanto! - exclamó Alain; todo lo que quería era que André abriera los ojos.
Entonces Oscar cambió su expresión y dirigió su mirada hacia André, arrepentida por haber respondido a esa pregunta de manera tan impulsiva y sin considerar siquiera los sentimientos de su amigo de la infancia. No obstante, el nieto de Marion estaba más preocupado por seguir defendiéndola.
- Pero Alain... ¡No puedo imaginar que Oscar haya hecho una cosa así! - insistía él.
- Salga afuera... ¡Señorita comandante!... - le dijo Alain a Oscar, mirándola amenazante.
- ¿De qué estás hablando? - le respondió ella, sin entender lo que estaba pasando y empezando a perder la paciencia. - ¡Si quieres decirme algo dímelo aquí mismo!
- ¡Lasalle fue arrestado por la Policía Militar! - le gritó Alain como respuesta.
- ¿¡Qué?! - exclamó ella, sorprendida.
- ¡Qué fabulosa comandante... que vende a sus propios hombres! - le dijo el líder del escuadrón sarcásticamente, pero también lleno de ira.
- ¡Yo no...! - gritó ella, pero Alain la abofeteó y la tomó del uniforme.
- ¡Le dije que saliera! - replicó Alain.
Y diciéndole esto, la jaloneó bruscamente y la llevó a rastras al patio para luego lanzarla sobre el suelo frente a todos los soldados de la compañía, olvidándose completamente de que se había prometido a sí mismo jamás ponerle la mano encima a una mujer.
Tras observar todo aquello, André tuvo que contenerse; no había manera de salir victoriosos si ambos se enfrentaban solos a los cuarenta y nueve miembros del regimiento que acusaban a Oscar. Era claro que hacer algo así sería un suicidio. Sólo le quedó confiar en las habilidades de su antigua amiga para defenderse, y en la promesa que Alain le había hecho.
...
Ya habían pasado varios minutos desde que todo aquello ocurrió, y parados bajo la lluvia, Alain y Oscar estaban a punto de enfrentarse.
Consciente de que no tenía otro camino, la hija de Regnier respondió al primer ataque de Alain, y ambos iniciaron la contienda ante la mirada expectante de su regimiento.
Con gran habilidad, ella logró partir por la mitad la espada de su contrincante, pero eso no detuvo al líder del escuadrón, quien lejos de amilanarse, parecía muy seguro de sí mismo.
Mientras tanto, muy atentos a lo que ocurría, los soldados tuvieron que aceptar que ambos eran casi iguales en destreza, aunque tenían diferentes estilos de pelea. Por su parte, Oscar demostraba tener una técnica impecable, mientras que, por otro lado, Alain la enfrentaba guiado por su intuición, y por las habilidades que había adquirido durante la vida.
Desde su lugar, André pudo notar a Oscar preocupada, y por primera vez temió que pudiera perder esa pelea.
- "Es hábil... " - pensaba ella mientras tanto, y sin bajar la guardia. - "Es la primera vez que peleo con alguien así... Tiene la misma confianza que tenía al momento que empezamos este duelo, a pesar de que le rompí la espada..." - se decía a sí misma, sorprendida por las habilidades de su contrincante.
Y con firmeza, Oscar atacó nuevamente y Alain se defendió, pero luego de unos segundos de intenso enfrentamiento, el brazo de la heredera de los Jarjayes quedó por debajo de los hombros de su oponente, dejándola a su merced, y Alain, en un rápido movimiento, la golpeó logrando desarmarla.
André no daba crédito a lo que veía. A sus ojos, Oscar parecía haber sido derrotada por primera vez, y sintió temor al verla adolorida e indefensa.
Por su parte, los soldados de la Compañía B alentaban a su líder para que acabe con ella.
- ¡Ahora, Alain!... - gritaban enfurecidos, y es que en ese momento la consideraban una traidora.
No obstante, a diferencia de lo que todos esperaban, Alain le devolvió la espada a su oponente con un rápido movimiento.
- ¡Eres un idiota Alain!... ¡Arruinaste una gran oportunidad!... ¡Su brazo aún debe estar adolorido! - le gritó uno de ellos.
- ¡Oye! ¡¿Qué te sucede Alain?! - le gritó otro.
Pero él, muy enojado, arrojó sus armas al piso ante la mirada atónita de sus compañeros.
- ¡Alain! ¡Si ya casi...!
- ¡Silencio! ¡Cállense de una vez!... - les gritó el líder de la tropa. - Este duelo ha terminado, y desafortunadamente, yo perdí. - agregó.
Tras decir esto, Alain abrió su camisa y les mostró a todos la herida que Oscar le había hecho segundos antes de que él lograra desarmarla. En su interior, el líder del escuadrón sabía que esa herida podría haber sido mortal si ella en verdad hubiese tenido la intención de acabar con él, por lo que no había ninguna duda de que había perdido esa contienda.
Mientras tanto, al ver que su amigo daba por terminado el duelo, André recuperó la tranquilidad mientras que sus compañeros - enmudecidos ante la derrota del que era el más hábil y fuerte de todos ellos - observaban la escena bajo la lluvia.
Entonces, tras unos segundos de silencio y con el orgullo herido por la derrota, Alain se dirigió a su comandante:
- No quisiera decir esto después de haber perdido... pero ¡por favor!... ¡Piense un poco en aquel hombre que será ejecutado sólo por vender su arma! - le dijo. - Yo también he vendido mi arma más de dos veces, pero a diferencia de Lasalle la Policía Militar nunca me descubrió... ¡Es lo mismo con todos los que estamos aquí!... Y no solo armas, algunos han vendido hasta sus uniformes... ¡pero una noble como usted no puede entender la razón! - agregó.
Oscar sólo lo miró, sin embargo, aunque no lo parecía, le dolían sus palabras, porque ella nunca fue indolente al sufrimiento de los pobres.
Alain prosiguió:
- ¡Todos tenemos familias!... ¡Hermanos y hermanas hambrientos esperándonos en casa!... Algunos incluso guardamos carne y pan de nuestra cena, y se las damos a nuestros familiares el día de visitas... ¡¿Lo entiende?!... ¡Aunque arriesguemos nuestras vidas no podemos alimentar a nuestras familias! - le dijo indignado.
Y tras ello, Alain colocó las manos en sus bolsillos con resignación, y sintiéndose derrotado, se dirigió a ella una vez más.
- Espero que tenga eso en consideración mientras ustedes, los nobles, juegan a los soldados... - le dijo, con dolor y frustración.
Oscar no le respondió, no obstante, Alain llegó a notar que ella no había sido totalmente indiferente a sus palabras.
Unos segundos después, el líder del escuadrón se retiró hacia las barracas seguido por sus compañeros, a excepción de André, quien se mantuvo al lado de Oscar empapándose bajo la lluvia.
- Oscar, ¿estás bien? - le preguntó preocupado, pero la mente de su antigua amiga parecía estar en otra parte.
- Es ambidiestro... - le dijo ella, paralizada - Lo único que jugó a mi favor fue mi agilidad. - agregó, tras reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
Entonces volvió a la realidad y dirigió su mirada hacia André, sin poder creer que él permaneciera a su lado. Ella le había faltado el respeto a sus sentimientos al darle a entender a Alain que André era libre de casarse con quien quisiera. Había sido cruel con él al decir que podía hacer lo que le plazca después de todas sus muestras de amor y los grandes sacrificios que hacía para permanecer a su lado.
- André, siento haberte preocupado... - le dijo melancólica, y bajó la mirada avergonzada.
- Vayamos adentro. - respondió él. - Toda esta lluvia puede hacerte daño...
- Sí... - le dijo Oscar, y ambos caminaron juntos hacia el interior del cuartel.
Ella se sentía triste, no sólo porque creía que no merecía que André se preocupe por ella, sino también por la injusticia de la que acababa de ser víctima al ser culpada injustamente por algo que no había hecho.
Sin embargo, el comportamiento de sus soldados era comprensible; los prejuicios de los plebeyos hacia la nobleza a la que ella pertenecía eran la natural consecuencia de la gran desigualdad que existía entre los ciudadanos franceses, y aunque Oscar trataba de entenderlo así, no dejaba de dolerle lo que había sucedido.
Mientras tanto, y caminando con ella hacia el interior del cuartel, André pensaba en su compañero, el soldado Lasalle. ¿Acaso era justo que pierda la vida por tratar de darle de comer a su familia? - se preguntaba, preocupado por su situación.
- Oscar... ¿Crees que aún haya algo que se pueda hacer por Lasalle? - le preguntó.
- Eso es algo en lo que tengo que pensar... - le respondió ella. - Si ya fue detenido por la Policía Militar, no tengo otra opción más que dirigirme directamente al General Boullie para convencerlo de que lo libere. - le dijo.
- ¿Lo crees posible? - le preguntó él.
- Te garantizo que no pienso detenerme hasta que sea liberado... - respondió ella, muy determinada. - No voy a permitir que se cometa una injusticia con uno de mis soldados. - agregó.
Para aquellos momentos ya habían ingresado al interior del cuartel, y luego de caminar en silencio un par de minutos más, el nieto de Marion volvió a dirigirse a ella.
- Oscar, regresaré a las barracas... - le dijo. - Buenas noches.
- Buenas noches, André... - le respondió ella dejándolo marcharse, aunque no era sólo eso lo que quería decirle; quería agradecerle todo lo que había hecho por ella aquel día, pero se sentía avergonzada con él por haber respondido con tanta frialdad a la pregunta que le hizo Alain antes de desafiarla.
"¿Ves André?... A esta mujer ni siquiera le interesas... ¡No es necesario que la defiendas tanto!"
Al repetir esas palabras en su mente, Oscar se molestó consigo misma, ya que aquella frase era la respuesta lógica a lo que ella había dejado entrever: que si André se casara con Diana o con cualquier otra, a ella no le importaría.
- "¡Soy una estúpida!" - pensó. - "No fue eso lo que quise decir..."
Y mientras caminaba hacia la habitación que le habían asignado dentro del cuartel, la heredera de los Jarjayes bajó la mirada.
- "No me merezco a alguien como tú, André..." - se dijo a sí misma, y en ese instante, se sintió el peor ser humano del mundo.
...
Fin del capítulo
