Capítulo 2
La bonne table
Habían pasado ya varios minutos desde el enfrentamiento entre Alain y Óscar, y en las barracas, los soldados aún conversaban conmocionados sobre la derrota del líder del escuadrón.
- ¡De haber sido yo el que se hubiera batido a duelo con la comandante, la hubiera atacado aprovechando que su brazo estaba lastimado!... - le dijo a Alain uno de los guardias franceses de la Compañía B.
- ¡Eso hubiera sido una bajeza! - replicó el líder del escuadrón - ...porque la verdad es que ella podría haberme matado cuando me hirió, pero no lo hizo... Además, ¡escuchen bien una cosa!... ¡Yo no tenía pensado acabar con su vida!... ¡Sólo quería darle una lección! - les dijo a sus compañeros, recordando la promesa que le hizo a André.
En ese instante, el nieto de Marion entró en la habitación y todas las conversaciones cesaron. Ellos sabían que André apoyaba incondicionalmente a Oscar y, aunque él se había ganado el aprecio de muchos de ellos, cuando se trataba de algo que tenía que ver con su comandante evitaban en la medida de lo posible mencionarlo delante de él. No obstante, todo se había descontrolado tras la detención de Lasalle, y debido a ello, André fue testigo directo de la ligereza con la que sus compañeros juzgaron a Oscar sólo por su condición de aristócrata.
Tras ingresar en la habitación, André tomó sus cosas y salió hacia los aseos del cuartel. A diferencia del resto de sus compañeros, él prefería vestirse en privado; llevaba varias semanas viviendo ahí, pero aún no se acostumbraba a ciertas cosas. Unos minutos después - y en el mismo silencio en el que se fue - André regresó, tomó uno de sus libros, se recostó en su cama y trató de leer, pero aún se sentía intranquilo por todo lo que había pasado.
De pronto, llegó a sus pensamientos el comentario que Oscar había hecho en relación a su hipotética boda con Diana.
"André es libre de hacer lo que le plazca.."
Y tras recordar las palabras de su amada, el nieto de Marion suspiró con tristeza.
- "Sabía que esto no iba a ser nada fácil..." - pensó. - "Por lo menos es sincera en cuanto a lo que piensa, y ya se a que atenerme..." - se dijo a sí mismo con melancolía.
Y ante la mirada atenta de Alain quien en su cama también fingía que leía, André continuó con su reflexión respecto a las palabras de quien en el pasado había sido su más cercana amiga.
- "Que duro es saber que a ella no le importaría que yo me case con otra..." - pensó, y sonriendo con resignación, bajó la mirada. - "Creo que en todo este tiempo nunca había sido tan directa, pero no puedo esperar otra cosa de ella, porque seguramente sigue pensando en Fersen..."
Y mientras pensaba en eso, pasó la hoja de su libro y trató de empezar a leerlo, pero simplemente no podía concentrarse en la lectura, ya que otros pensamientos se agolpaban en su mente.
- "Oscar... Si yo hubiese pensado que Hans te habría amado de la manera que tú merecías me hubiese hecho a un lado, al menos así uno de los dos hubiera sido feliz... Pero eso nunca iba a pasar..." - pensó André, y trajo a su memoria una sincera conversación que tuvo con el conde al poco tiempo de su regreso de América, tiempo en el que fue hospedado en la mansión Jarjayes.
Por aquellos días, la heredera de los Jarjayes estaba muy feliz debido al regreso de Fersen a Francia, y es que a pesar de que André le había asegurado que el conde no figuraba en la lista de fallecidos de la Guerra de Independencia Americana, ella había estado muy preocupada pensando que podía haber muerto.
En esos siete años en los que el otrora amante de María Antonieta había estado lejos, Oscar y André habían vivido muchos momentos de felicidad juntos, sin embargo, el regreso de Fersen volvía a colocar al amigo de la infancia de la hija de Regnier y Georgette en un segundo plano.
- André... - le dijo en una ocasión el conde, una noche en la que Oscar había sido llamada expresamente por la reina y no se encontraba en casa. - ¿Recuerdas que hace unos años me prometiste que me llevarías a un bar de París? - le preguntó Fersen, con su amabilidad característica.
Al parecer Hans, quien siempre había insistido en que André lo llame por su nombre a pesar de pertenecer a clases sociales distintas, había ido expresamente a buscarlo para salir, y frente a él, el nieto de Marion lo miró a los ojos.
- Hans, ayer viste como están las cosas aquí en Francia... ¿Aún así quieres exponerte? - le preguntó, y Fersen lo miró pensativo.
La noche anterior, luego de que unos bandidos dispararan hacia los ventanales de la mansión Jarjayes, Hans, Oscar y André fueron a recorrer la ciudad de París, y el conde comprobó de primera mano lo mucho que los ciudadanos detestaban a la familia real, principalmente a María Antonieta.
- ¿Temes que si se percatan de que soy Hans Axel Von Fersen nos saquen a patadas del bar al que vayamos? - le dijo el conde a André, con una sonrisa melancólica.
Y temiendo haber hecho sentir mal a Fersen, André lo miró nervioso.
- No, no quise decir eso... - le dijo, tratando de componer las cosas. - Me refería a que cualquier noble corre peligro en los barrios de París.
- André, no seas condescendiente conmigo... - le dijo Hans. - Sé perfectamente que al igual que todos los ciudadanos franceses conoces bien todo lo que se dice de mí, pero espero que no creas en todo lo que escuchas, porque las cosas no sucedieron como la gente piensa...
Y tras escuchar sus palabras, André lo miró con la amabilidad que lo caracterizaba.
- Oye Hans, yo jamás juzgaría a nadie sólo por rumores... - le dijo sinceramente.
- ¡Vamos amigo! - insistió él, con una sonrisa. - Ha pasado mucho tiempo, y necesito salir a relajarme. Te aseguro que nadie me va a reconocer. Acuérdate que ni siquiera ustedes me reconocieron cuando llegué. - le dijo riendo.
Él tenía razón; Fersen lucía irreconocible. Su cabello era incluso más largo que el del mismo André, quien por aquel entonces, aún no se lo había cortado para representar al Caballero Negro, y su figura lucía mucho más delgada después de la enfermedad que lo había aquejado en América.
- Bueno, ¡vamos! - respondió André, animado por los argumentos del conde. - Desde hace tiempo a mí también me hace falta un buen compañero de copas. - y tras decir esto, ambos cabalgaron hacia París.
Los caminos eran tranquilos, rodeados de vegetación. En el trayecto, Fersen observaba todo aquello, y aunque ya había pasado por esa misma ruta al menos en un par de ocasiones desde que regresó de America, no dejaban de impresionarle los tupidos y oscuros bosques, iluminados únicamente por unas cuantas luciérnagas.
Al llegar, se detuvieron en el bar La Bonne Table, el mismo donde tan solo unos meses después André conocería a Alain, y luego de ingresar, se sentaron en una de las mesas para ordenar unas cervezas.
- Oye André, hasta ahora no he logrado vencerte ni una sola vez con la espada... No me gustaría enfrentarte en un duelo real. - le dijo Fersen, riendo.
- Entreno con la mejor... - le respondió el nieto de Marion, refiriéndose a Óscar.
- ¿Alguna vez la has vencido? - le preguntó Fersen con curiosidad.
- Nunca... - respondió André. - Aunque en algunas ocasiones he estado a punto de hacerlo, pero ella es demasiado rápida. Simplemente no puedo competir contra eso. - le dijo, y Fersen sonrió.
Varios minutos después, y ya por su tercera cerveza, André se dirigió al conde.
- ¿Y qué opinas de este bar? - le preguntó.
- A comparación de los lugares que he conocido en América, este sitio es un palacio... - le respondió Fersen con honestidad, y tras decir eso, se sirvió otro vaso de cerveza. André hizo lo mismo.
- André... - le dijo Fersen.
- ¿Si? - respondió él.
- Eres un hombre culto... Podría quedarme conversando contigo horas sin aburrirme... Entiendes de política, de administración, de estrategia militar... Eres bueno con la espada y tienes muchas habilidades ... - le dijo, y André lo miró intrigado, preguntándose a donde quería llegar Fersen al decirle todas esas cosas.
De pronto, el conde preguntó:
- ¿Por qué continúas trabajando al lado de Óscar?... Una persona como tú podría estar haciendo cualquier otra cosa con éxito, y no necesariamente aquí en Francia. - le dijo.
Y sin dejar de observarlo, Fersen esperó su respuesta.
Para él, había algo en André que no lograba descifrar, algo que le resultaba todo un misterio, y desde hacía algunos días cruzaba por su mente que tanta lealtad hacia Óscar podría significar algo más que una simple amistad.
Mientras tanto, y sentado frente a él, André hacia verdaderos esfuerzos para no delatarse a sí mismo; Hans lo había puesto entre la espada y la pared al hacerle esa pregunta, y ahora él tenía que evitar que el conde descubra la verdadera razón por la que permanecía al lado de Óscar.
- Trabajar con ella se me hace todo un reto... - le respondió, con la mirada puesta en su cerveza. - En la Guardia Real siempre hay algo que resolver, y aunque no pertenezco oficialmente a ella porque no soy un noble, participo directamente de todo lo que ocurre ahí. - le indicó, y bebió de un solo tirón todo el contenido de su cerveza.
Tras escucharlo, Fersen lo miró pensativo. Aún no había resuelto su duda inicial, pero los argumentos de André le parecieron bastante convincentes. No obstante, al conde le resultó sospechoso que él haya evadido su mirada mientras le daba esa respuesta, y seguía pensando que había algo en André que no alcanzaba a descifrar.
- Bueno... Si alguna vez decides hacer algo diferente, tienes abiertas las puertas de mi casa en Suecia. - le dijo Fersen. - Me encantaría contar con alguien como tú para que me ayude a administrar algunas de mis propiedades ya que casi no estoy por allá, y tú serías la persona ideal... Además, las mujeres de mi país son muy hermosas, y te aseguro que no pasarías desapercibido por allá. - afirmó para tratar de convencerlo, y volvió a mirarlo disimuladamente para analizar sus reacciones, pero André sólo sonreía.
- Te agradezco tu confianza... - respondió él.
Y tras servirse un poco mas de cerveza, el conde volvió a dirigirse a él.
- ¿Crees que Oscar estaría dispuesta a dejarte ir? - preguntó Fersen. - Es posible que sólo por ofrecerte esto me esté ganando a una enemiga, pero no me importa... - le dijo riendo. - A ti también te considero un gran amigo y tienes derecho a intentar hacer cosas nuevas, además, estoy seguro de que ambos seríamos un gran equipo. - le aseguró, y al escucharlo, André bajó la mirada pensativo.
- No creo que a ella le importe demasiado si me voy... - le dijo, deslizando en esa frase algo de su propia melancolía. Hans era un gran amigo y le agradaba su compañía, pero su presencia lo alejaba de la mujer que amaba, y eso lo tenía muy abatido por aquellos días.
Luego de escucharlo, Fersen dirigió su mirada hacia él, intentando comprender el sentido de lo que André le acababa de decir, pero el nieto de Marion cambió rápidamente de tema.
- ¿Y que hay de ti Hans?... Ahora que has regresado de la guerra... ¿Qué tienes pensado hacer? - le preguntó André, y Fersen suspiró agobiado, tomó un sorbo de su cerveza, y miró al vacío con una gran tristeza.
- Cuando salí de América estaba convencido de lo que haría en adelante. Tenía pensado establecerme en mi país, y trabajar al lado del rey de Suecia en Estocolmo, tal como mi padre. - mencionó. - Sin embargo, antes de empezar una nueva etapa en mi vida necesitaba venir a Francia, porque quería confirmarme a mí mismo que había dejado atrás todo lo que me ataba a este país... - le dijo, y André pudo percibir que algo lo atormentaba.
Entonces, Fersen se llevó las manos a la cabeza y empezó a lucir desesperado. Y ante la atenta mirada de André, se sinceró con él.
- André, te confieso que estaba convencido de que había dejado atrás todo el pasado... sin embargo, ahora me resulta imposible irme dejándola a ella sola en un momento como este.. ¿Cómo podría hacer algo así?... - le dijo.
Y mirándolo con compasión, André finalmente entendió el motivo por el cual el conde Fersen le había insistido tanto para salir a tomar con él, y es que Hans no podía evitar sentir una gran preocupación por la situación de María Antonieta, una preocupación que lo abrumaba, y que había capturado todos sus pensamientos.
Y ante la atenta mirada de André, el conde prosiguió:
- Mi padre y mi hermana insisten en que me case y regrese a mi país... han insistido con esa idea incluso desde antes de que me vaya a América... Pero André, eso sería demasiado egoísta... Sólo le arruinaría la vida a la pobre infeliz que decida casarse conmigo, porque hoy más que nunca estoy seguro de que no seré capaz de amar a otra mujer que no sea ella... - le dijo
Y sirviéndose otro vaso de cerveza, Hans continuó.
- No creas que no lo he intentado... - le confesó Fersen. - Me gustan las mujeres. No estoy muerto... - le dijo. - Pero a pesar de haber recorrido toda Europa, e incluso haber atravesado el océano hacia otro continente, para mí ninguna mujer puede compararse a ella.
Y tras decir esto, Fersen dirigió su mirada hacia André buscando algo de comprensión, y se sintió aliviado al ver que él lo miraba con absoluta empatía.
- ¿Acaso es una locura amar a alguien así? - le preguntó, intentando contener su desesperación. - Sé que a cualquiera le resultaría incomprensible que se pueda seguir amando tan intensamente a una mujer después de tantos años, sobre todo cuando se trata de una mujer con la que nunca podré tener una relación formal, una mujer prohibida... Sin embargo, eso es lo que siento... - le dijo.
Sorprendido por la confianza que Fersen había depositado en él al hacerle esa confesión, André lo miró pensativo, sin poder evitar sentirse identificado con lo que sentía el conde. Por supuesto que se podía amar a una mujer con tanta intensidad durante tantos años aún si esta era una mujer prohibida, por supuesto que era comprensible que a pesar de haber conocido a otras mujeres ninguna se compare a la que él amaba... Sin embargo, André también era consciente de que eso era una locura, una locura en la que ambos estaban atrapados: Fersen con María Antonieta, la esposa del rey de Francia, y André con Oscar, la única heredera del Conde Regnier de Jarjayes, alguien a quien él nunca podría aspirar por no pertenecer a la nobleza.
- Hans... - le dijo André, después de unos minutos de silencio. - Sólo puedo decirte una cosa: Desde mi punto de vista seguir los mandatos del corazón no siempre es lo más adecuado. A veces terminamos haciéndonos daño a nosotros mismos... Pero, por otra parte, a veces nos hacemos más daño ignorando a nuestros propios sentimientos, y a nuestra propia conciencia.
Y mientras André trataba de encontrar las palabras exactas para expresar correctamente lo que trataba de transmitir, Fersen lo miraba sin siquiera parpadear, muy atento a sus palabras.
André prosiguió:
- Sea cual sea la decisión que tomes, esta debe ser una decisión consecuente con el sentir de tu corazón, de lo contrario vivirás atormentado el resto de tu vida..., pero hazlo de manera responsable, porque sino podrías terminar dañando a la persona a la que quieres proteger, y eso sería terrible, no sólo para ella y para ti, sino para todo un país e incluso para toda Europa... Entiendes lo que trato de decir... ¿verdad, Hans?
Tras pronunciar estas palabras, André lo miró a los ojos, y luego de unos segundos - pero habiendo entendido las palabras de su amigo - Fersen sonrió, sintiéndose más tranquilo.
- Lo entiendo perfectamente André. - le dijo. Las palabras de André habían sido de gran ayuda para él, porque reafirmaban lo que pensaba que era el camino correcto.
La noche anterior, y después de comprobar con sus propios ojos la desgracia en la que Francia estaba sumergida, Fersen había decidido quedarse y entregar sus servicios a la realeza como miembro del ejército francés, ya que era la única manera de proteger a la mujer que amaba. Sin embargo, no estaba seguro de estar haciendo lo correcto.
No obstante, tras escuchar a André, se dio cuenta de que lo que pretendía hacer era consecuente con su deseo de salvar a María Antonieta de lo que podría acontecer si nadie hacía nada; Fersen no pretendía dejarse arrastrar nuevamente por los errores del pasado, su único deseo era estar al lado de la mujer que amaba para protegerla de todo y de todos, pero sin sucumbir a sus pasiones.
Y mientras él reflexionaba sobre ello, André pensó en su amiga de la infancia, una mujer que había sido criada como un hombre, y que no había podido evitar sentirse atraída por el conde.
- "Óscar... No tienes ninguna posibilidad con este hombre..." - pensó, mientras miraba a Fersen. - "Al igual que yo, él entregó su corazón hace mucho tiempo, y ni tú ni nadie podrá hacer que olvide a la mujer que ama, lo sé, porque a mí me pasa lo mismo contigo..."
De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos por Fersen.
- André, ¿crees que Óscar lo entienda? - le preguntó preocupado.
Y luego de pensarlo unos segundos, André le respondió:
- Hans, Óscar es más comprensiva de lo que parece, y seguramente entenderá las razones por las que quieres permanecer en Francia. - le dijo, y Fersen dirigió la mirada a su vaso de cerveza.
- Tengo más temor de decírselo a Oscar que a mi propia familia... - le dijo a André, con una sonrisa melancólica. - Ella siempre es tan correcta... - mencionó. - Solo espero no decepcionarla.
- No te preocupes por eso... - le dijo André, tratando de tranquilizarlo. Estaba seguro de que Oscar entendería los sentimientos de Fersen, pero también estaba seguro de que a ella le dolería comprobar que el amor que el conde sentía hacia María Antonieta seguía intacto después de tanto tiempo, y que no había ninguna esperanza para ella.
Por otra parte, aquel día André pudo ver una luz de esperanza para Francia. Pensaba que la influencia de un hombre generoso e inteligente como Fersen podría lograr el cambio que el pueblo necesitaba, sin embargo, ya era demasiado tarde, y es que nada ni nadie podría detener la llegada de la Revolución Francesa.
...
Fin del capítulo
