Capítulo 3
La antesala a lo inevitable
Eran aproximadamente las nueve de la noche y Oscar ya se encontraba en su habitación dentro del cuartel.
No acostumbraba dormir ahí, pero había preferido quedarse ya que necesitaba estar sola para poder pensar, además, había planeado salir de ahí a primera hora para entrevistarse con el General Boullie; no estaba dispuesta a rendirse en relación al caso de su subordinado.
La habitación que le habían asignado era pequeña, pero cómoda. Tenía una cama mediana y una mesita de noche, y la pared estaba adornada con un pequeño lienzo que ella misma había pintado en su juventud. A esa misma habitación había llevado a André aquella vez que resultó herido luego de ser atacado por cinco miembros de su propia compañía tras descubrirse que había sido su asistente, y al recordar eso, Oscar no pudo evitar pensar nuevamente en él.
- "André... Te he causado tantos problemas..." - pensó con profunda tristeza. - "Hoy más que nunca soy consciente de que sin ti a mi lado no hubiera sido capaz de hacer todo lo que he hecho aquí, y tampoco hubiera sido capaz de soportar los tratos tan injustos que he recibido por parte de mi propio regimiento..."
Se sentía decepcionada. Hasta antes de esa tarde las cosas habían fluido bien con sus soldados, ya que ella, con mucho esfuerzo, se había ganado la confianza de una buena parte de sus subordinados. Durante ese tiempo, había tratado de demostrarles que podía llegar a ser una buena líder, y no solo dirigiendo las misiones que le encomendaban con gran destreza, sino también preocupándose por ellos en el aspecto humano.
Desde su ingreso como comandante de la Guardia Francesa, Oscar había trabajado muy duro para mejorar la calidad de vida dentro del cuartel: se había preocupado por la salud de sus soldados, por su alimentación, por su comodidad dentro de las barracas e incluso les había conseguido un bono por su desempeño en la misión para resguardar al Duque de Ardelos, y si bien no esperaba ser reconocida por todas estas cosas, tampoco esperaba que la acusen tan ligeramente de algo así de serio.
- "No debo tomarme esto de manera personal." - se repetía, tratando de que sus emociones no la sobrepasen.
Afligida, se puso la ropa de dormir que había guardado en uno de los cajones de su mesita de noche, se recostó en la cama y se abrigó con algunas mantas - ya que ese día había sido particularmente húmedo y frío debido a la lluvia - y minutos más tarde, sin poder evitar recordar todo lo que había pasado ese día, se quedó dormida.
Mientras tanto, en uno de los camarotes de las barracas, Alain pensaba en lo injusta que era la vida para aquellos, que como él, no tenían los medios suficientes para subsistir, y que en su desesperación se arriesgaban para llevarles algo de comer a sus familias.
- "Para los poderosos, los ciudadanos franceses somos tan insignificantes que incluso la vida de un soldado que sirve al país no vale nada." - pensó con frustración, recordando a su compañero Lasalle.
Luego, dirigió su mirada hacia la cama de André, donde él se encontraba profundamente dormido. Sabía que había hecho lo correcto al enfrentar a su comandante, era lo mínimo que podía hacer para defender a su compañero luego de haber sido arrestado, sin embargo, se sentía mal por haber tenido una discusión tan fuerte con André y por haberlo herido al enfrentarlo a los que parecían ser los verdaderos sentimientos de Oscar hacia él.
Alain había llegado a apreciarlo mucho a pesar del poco tiempo que se conocían; André era amable, generoso, y siempre se preocupaba por el bienestar de sus compañeros, además de eso, él le había demostrado muchas veces que era una persona en la que se podía confiar.
Después de esa tarde, el líder del escuadrón había llegado a respetarlo incluso más de lo que ya lo respetaba tras ser testigo de la ferocidad con la que defendía a la mujer que amaba, y justamente por eso, no se sentía bien luego de haber tenido ese altercado con él.
- "Tenemos una conversación pendiente, André Grandier."- pensó.
Y luego de unos segundos, todas las luces se apagaron completamente, y a Alain no le quedó otra alternativa que intentar dormir, aunque lo hizo a regañadientes ya que aún no tenía sueño.
...
A las seis de la mañana del día siguiente, Óscar, casi completamente vestida con su uniforme militar, se preparaba para empezar el día cuando, de pronto, alguien llamó a su puerta.
- Adelante. - dijo ella.
Tras ello, el guardia del turno nocturno ingresó a su despacho, y haciendo un formal saludo militar, se dirigió a ella.
- Comandante Óscar... ¿me mandó llamar? - preguntó.
- Sí. Por favor, vaya a las barracas y dígale al soldado André Grandier que venga a mi oficina. - le indicó.
- Enseguida comandante. - respondió el guardia, y salió de inmediato a buscarlo.
Mientras tanto, en las barracas, André ya estaba casi vestido a diferencia de sus compañeros quienes aún dormían. Aún era temprano, pero él se había acostumbrado a ese horario desde las épocas en las que trabajaba con Óscar en la Guardia Real, y siempre era el primero en levantarse y alistarse de toda la Compañía B.
Estaba terminando de ponerse el saco cuando el guardia de turno ingresó a la habitación dónde se encontraba, y al verlo, André se aproximó a él.
- ¿Cuál de ustedes es el soldado André Grandier? - le preguntó el guardia.
- Soy yo. - respondió André.
- Su comandante quiere que se acerque a su despacho. - le indicó el soldado, y sorprendido ante ese inusual llamado, André se tomó unos segundos antes de responderle.
- Enseguida voy. - le dijo finalmente, y el guardia se retiró.
Entonces André se ajustó las botas y se dirigió al despacho de Óscar. Al llegar, llamó a la puerta, y tras escuchar que ella le decía que pase, ingresó.
Ella estaba revisando unos informes sentada frente a su escritorio, y tras hacer un formal saludo, André se dirigió a ella.
- Buenos días, Óscar... ¿Me mandaste llamar? - le dijo él muy tranquilo, y al escucharlo, ella dirigió su mirada hacia él, y se sorprendió al sentir su propia emoción al verlo.
Ahí estaba André, perfectamente vestido y gallardo como siempre, y ahí estaba Oscar, sintiéndose frustrada por no saber cómo expresarle lo importante que era para ella, sobre todo al recordar nuevamente la respuesta que le había dado a Alain cuando le preguntó su opinión acerca de una hipotética boda entre André y su hermana Diana; lo que en verdad había querido decir era que lo respetaba lo suficiente como para no coartar su libertad, sin embargo, el efecto de sus palabras terminó siendo totalmente distinto.
- ¿Óscar? - le dijo él, tratando de que le dijera algo, y es que ella había quedado congelada luego de que André atravesara la puerta.
- Perdóname, André... Creo que aún sigo un poco dormida.. - respondió ella para tratar de justificar su comportamiento, aunque también lucía algo nerviosa.
- ¿Necesitas algo? - preguntó él.
- Sí. - respondió ella. - Discúlpame por haberte hecho llamar a esta hora, pero debo salir en unos minutos hacia el despacho del General Boullie para hablarle sobre el caso de Lasalle, y necesito que le des este mensaje al Coronel Dagout. - le dijo, entregándole una orden firmada por ella. - En esa orden le pido al coronel que se encargue de organizarlos durante mi ausencia, aunque espero no tardar demasiado.
- Claro que sí, Óscar. Yo me encargo de darle el mensaje. - le dijo André.
- Muchas gracias... - le respondió ella, y André la observó pensativo.
- Óscar... - le dijo, después de unos segundos de silencio.
- ¿Si? - respondió ella.
- ¿Por qué aún no tienes el saco puesto? - preguntó él. Óscar era una persona sensible al frío y André lo sabía, aún así, ella seguía desabrigada pese a la humedad de esa mañana.
- Ah.. es que yo... - le dijo ella, sin poder articular las palabras.
- Te duele el brazo por el golpe de ayer ¿verdad? - afirmó André sin dudarlo, y Óscar titubeó.
- Sólo un poco... No es para tanto... - respondió ella restándole importancia al hecho, aunque la verdad era que cada vez que intentaba ponerse el saco del uniforme, el roce de la tela de la manga con esa zona de su piel le producía mucho dolor .
- Déjame ver... - le dijo él, y sin esperar su respuesta se acercó a ella, tomó su brazo derecho con cuidado, y empezó a desabrochar los botones de la manga de su camisa ante el nerviosismo de Oscar, quien lo miraba entre absorta y confundida por sentir lo que sentía cada vez que la piel de André se posaba sobre la suya.
Nuevamente, ese hermoso sentimiento que no lograba identificar se apoderó de ella. Era un sentimiento que no era desconocido, algo que ya había sentido antes por él, pero que siempre trataba de dejar atrás, y junto a ese sentimiento empezó a sentir también una infinita tristeza, una tristeza que no era otra cosa que el llanto silencioso de un corazón que le rogaba con todas sus fuerzas que al fin lo libere de todas las ataduras que no le permitían sentir lo que en realidad sentía.
- "¿Qué me pasa?... " - se preguntaba angustiada - "Otra vez esto... ¿Qué es? ... ¿Qué es esto que me pasa con él?..."
Y tal como lo había hecho en el pasado, empezó a luchar consigo misma, ya que desde su niñez había sido sutilmente programada por su nana para no sentir nada que no sea amistad por André. No obstante, para ese momento los argumentos de Marion habían perdido toda su validez, ya que - a diferencia de lo que ella le decía sobre cómo veía la vida futura de su nieto - André jamás había pretendido casarse con alguien de su misma clase social, y nunca le insinuó siquiera que quería retirarse para trabajar en algo diferente lejos de ella.
Todo lo contrario: él se había mantenido junto a ella pese a que lo liberó cuando decidió comenzar a vivir como un hombre, haciendo notables sacrificios y renunciando a todas sus comodidades en la mansión Jarjayes sólo para estar a su lado.
No obstante, no eran únicamente todas esas cosas las que no le permitían ganar esa batalla contra ella misma. Había algo mucho más poderoso que eso, algo que tiraba por el suelo cualquier argumento al cual Oscar pudiera aferrarse para evitar sentir algo por él: André le había dicho que la amaba, que la había amado desde hacía mucho tiempo, y ella nunca esperó escuchar algo como eso de sus labios.
Entonces, entrando en desesperación al no poder evitar que sus sentimientos empiecen a sobrepasar su razonamiento, tuvo deseos de huir de ahí para que la presencia de André deje de confundirla, pero al mismo, tiempo tenía deseos de abrazarlo y de prohibirle que se vaya.
- "¡Maldita sea!... ¡Ya basta!" - se repetía, tratando de recuperar el control de sí misma, pero mientras más luchaba, más fuerte se volvía su deseo de permanecer cerca de él.
Por su parte André, muy tranquilo y sin darse cuenta de nada de lo que pasaba por la mente de Oscar, observaba con detenimiento la zona donde ella había sido golpeada.
- Esto debe estar doliéndote mucho... - le dijo preocupado al ver que su piel comenzaba a adquirir un color verdoso, y Oscar respiró hondo para tratar de concentrarse en lo que él le estaba diciendo.
Entonces André se alejó unos pasos y se dirigió al lugar donde supuso que se encontraban las medicinas, abrió el cajón y sacó unas vendas y un ungüento para los golpes, y regresó junto a ella.
- No sé que tan efectivo pueda llegar a ser este ungüento, - le dijo, mientras volvía a tomar su brazo para intentar curarla - pero al menos el golpe dejará de dolerte, porque las vendas evitarán que tu piel roce con el saco.
Tras decir esto, untó la pomada sobre su golpe y empezó a vendarla ante la atenta mirada de Óscar, la cual, inmovilizada, intentaba contener el deseo de sentirlo aún más cerca de lo que ya estaban.
- Bueno... Creo que ya está... - le dijo André, soltando su brazo con cuidado.
- Gracias... - le dijo ella aún descolocada, y apoyó las manos sobre su escritorio para tratar de evitar que él note que estaba temblando por las emociones que había despertado en ella, sin embargo, André sí notó que algo le pasaba.
- Estás temblando... - le dijo, y se acercó al perchero para tomar el saco de su ahora comandante. - ¿Hace frío verdad?... - mencionó André, sin siquiera imaginar todo lo que ella estaba sintiendo. - Es extraño... Se supone que estamos en verano, pero aún así la temperatura ha bajado mucho hoy.
- Debe ser por la lluvia de ayer, y por que aún es temprano. - le respondió Óscar, aún inquieta, mientras él la ayudaba a colocarse las mangas del saco de su uniforme de la Guardia Francesa.
Luego de unos segundos, y habiendo dejado en su lugar las medicinas y las vendas que sacó de uno de los cajones del despacho, André se aproximó a la puerta.
- Ya me voy, Oscar... - le dijo, y ella se levantó de su silla para despedirlo. - Espero que puedas convencer al General Boullie de que libere a Lasalle, y lo tengamos pronto de regreso en el cuartel.
- Sí... Tengo la esperanza de poder conseguirlo... - respondió ella, y tras ello, él se marchó.
Entonces Óscar se dejó caer sobre su asiento, y con el corazón acelerado, puso sus codos sobre la mesa del escritorio para sostener su cabeza entre sus manos.
- André... - susurró sonriendo, sin poder sacar de sus pensamientos al rostro de su mejor amigo.
...
Un par de horas más tarde, en la mansión de Fersen en Francia, Sofía bajaba las escaleras que daban hacia el salón principal cuando se percató de la presencia de su hermano.
- ¡Hans! - gritó Sofía al verlo, y de inmediato, corrió a abrazarlo.
- ¡Sofía! - exclamó él, abrazándola también. - Así es, ya me tienes aquí nuevamente.
- Pero ¿por qué no me despertaste cuando llegaste? - preguntó Sofía. - No me hubiese importado trasnochar para estar contigo.
- Llegué por la madrugada y no quería molestarte. - le respondió él.
De pronto Martine, quien era una de las sirvientas de la casa, se acercó al salón.
- Bienvenido a su casa, Conde Fersen. Buenos días, Señorita Sofía. El desayuno ya está servido, pueden pasar al comedor cuando lo deseen. - les dijo.
- Gracias Martine, enseguida vamos. - respondió Sofía, y tomó el brazo de su hermano para dirigirse con él hacia el comedor. - ¿Cómo les fue en España? - le preguntó mientras caminaban.
- Muy bien. El Marqués de Lafayette y yo logramos concluir con éxito nuestra misión por allá, así que a partir de hoy me reintegro a mis labores habituales con el ejército francés.
Tras escucharlo, Sofía bajó la mirada abatida, y tras mantenerse en silencio por unos segundos, se dirigió nuevamente a su hermano.
- Hans, por favor, regresemos juntos a Suecia. - le suplicó. - Estoy segura de que nuestro rey te recibirá con los brazos abiertos.
- Sofía, ya hemos hablado de ese tema muchas veces. - respondió Fersen. - Sabes que no puedo abandonarla, no en este momento... ¿Acaso no te has dado cuenta que Francia se hunde a cada minuto qué pasa? - le preguntó.
Y de inmediato, Sofía detuvo sus pasos, y giró para mirarlo.
- Hermano, ¿hasta cuando te vas a sacrificar por ella? - preguntó ella con firmeza. - En este momento podrías estar viviendo una vida feliz con alguna mujer con la que sí podrías tener un futuro.
- Sofía... - le dijo él, tratando de evitar que siga con el tema.
- Sí, sí... Ya se lo que me vas a decir: que no eres capaz de amar a ninguna otra mujer... Pero hermano, ¿no te has puesto a pensar que quizás no le has dado la oportunidad a la mujer correcta para ti? - le preguntó con frustración.
- ¿De qué hablas? - respondió él.
- Si las mujeres ordinarias no han cubierto tus expectativas, ¿por qué no intentas con una mujer diferente a todas las que has conocido? - le dijo. - Estoy segura de que Lady Óscar está enamorada de ti...¿Por qué no intentas tú también enamorarte de ella? - le preguntó, y Fersen la miró a los ojos sorprendido. ¿Cómo podía saber ella algo como eso? - se preguntaba.
Sofía continuó:
- Estoy segura de que ella era la bella condesa extranjera que bailó contigo en aquel baile al que fuimos juntos... Pude ver como te miraba... Ella te ama hermano... - le dijo Sofía, muy determinada.
- Estás equivocada, Sofía... Óscar no era aquella condesa. - le dijo él, tratando de proteger a su amiga. - Además, para este momento ya debe estar comprometida... La fiesta organizada en honor a ella fue el mismo día que partí hacia España... lo recuerdo bien... - mencionó pensativo.
- ¿Pero cómo? ... ¿Acaso no te has enterado de lo que sucedió? - exclamó Sofía.
- ¿De qué hablas? ¿Pasó algo en mi ausencia en relación a Óscar? - le preguntó Hans.
- Óscar se presentó en la fiesta vistiendo su uniforme militar. Les dijo a todos que no veía por ninguna parte a la soltera que quería casarse, y luego de decir eso se disculpó y se retiró, dejando plantados a todos sus pretendientes. - le comentó.
- ¿¡Qué!? - exclamó su hermano totalmente absorto. - ¿Estás segura de lo que estás diciendo?
- Absolutamente segura. - respondió Sofía. - No se hablaba de otra cosa al día siguiente.
Impactado, Fersen caminó unos pasos y se sentó en una de las sillas del comedor, seguido por su hermana, quien se sentó a su lado, tomó su mano, y lo miró directamente a los ojos.
- Por favor, piénsalo Hans... Quizás Óscar sea la única mujer capaz de hacer que olvides a María Antonieta... Al menos inténtalo... - le suplicó Sofía, pero Hans permaneció en silencio.
- "Óscar... Primero renunciaste a la Guardia Real y ahora renuncias a casarte... ¿Acaso has hecho todo eso porque me amas?... " - se preguntó.
Sin embargo, tan sólo unas horas más tarde, el conde se daría cuenta de que estaba completamente equivocado.
...
Fin del capítulo
