Capítulo 4

Una bella e inocente joven

Era una mañana del mes de Julio de 1788. Aquel día, Oscar había despertado muy temprano para dirigirse al despacho del General Boullie ya que su objetivo era convencerlo de que libere al soldado Lasalle, el cual había sido detenido por la Policía Militar bajo el cargo de traición por haber vendido su arma a una casa de empeño. No había agendado ninguna cita formal, pero estaba dispuesta a esperar el tiempo que fuera necesario hasta poder ser atendida.

- General Boullie, la Brigadier Óscar François de Jarjayes se encuentra aquí y nos ha solicitado una audiencia con usted. - le comentó al General Boullie uno de sus tenientes, luego de ingresar a su despacho.

- ¿La Brigadier Jarjayes se encuentra aquí? ... Mmm... Eso no es usual... Hágala pasar por favor. - respondió él, y tras escucharlo, el teniente se retiró para comunicarle a Oscar la respuesta a su solicitud.

Minutos después, la hija de Regnier ingresó a la oficina del general y lo encontró sentado en el cómodo sillón que se encontraba situado frente al gran ventanal desde el cual acostumbraba ver los entrenamientos matutinos de los militares acuartelados en esas instalaciones. Aquella mañana, el experimentado militar lucía tranquilo y de buen humor.

- General Boullie, muchas gracias por recibirme en estas circunstancias. - mencionó Óscar, entendiendo que estaba haciendo una excepción con ella al recibirla sin una cita previa.

- No se preocupe... - le respondió el general. - No es usual que usted venga a entrevistarse conmigo, y siento mucha curiosidad por saber cuál es el motivo de su visita.

- General Boullie, estoy aquí porque el día de ayer la Policía Militar se llevó detenido a uno de mis subordinados, y he venido para hablar con usted sobre su caso. - le dijo Óscar.

- ¿Se refiere al soldado que vendió su arma a la casa de empeño? - respondió él.

- A ese mismo. - le dijo Oscar. - General, usted y yo sabemos que nuestra nación está pasando por momentos difíciles, y la pobreza no es ajena a los soldados de la Guardia Francesa. En este momento el soldado Lasalle está atravesando problemas económicos muy serios. El Coronel Dagout me comentó recientemente que dos de sus hermanos cayeron enfermos a causa de la tuberculosis, y tengo entendido que los costos de las únicas medicinas que existen para este mal son bastante elevados, y ni siquiera garantizan la recuperación de quien las toma. - mencionó. - Mi soldado tiene un salario bajo que no le alcanza más que para alimentar a su familia, por lo que estoy segura de que lo que hizo fue a causa de una profunda desesperación, ya que su comportamiento siempre ha sido intachable...

Y luego, con la mirada fija en el general y muy determinada, le dijo:

- Lo que hizo estuvo mal, por favor no crea que lo estoy justificando, sin embargo, castigarlo por delito de traición a la patria es desproporcionado.

El General Boullie se tomó la barbilla pensativo. Era la primera vez que Oscar le pedía algo en toda su carrera militar, y se sentía en la obligación de meditar su petición, sin embargo, le preocupaba dejar ese precedente.

Ella insistió:

- Yo me encargaré personalmente de darle el castigo adecuado a su falta. - le dijo. - Tiene mi palabra, pero por favor, interceda para que mi soldado sea liberado de inmediato, considerando sus circunstancias tan particulares...

En silencio, el General Boullie seguía reflexionando acerca de lo que la Comandante de la Compañía B le acababa de decir.

- Eso no será nada fácil... - mencionó dubitativo.

- Por favor... - replicó Óscar.

- Ese hombre ya ha sido arrestado por la Policía Militar... - respondió él.

- Por eso mismo es que le solicito su ayuda General Boullie. - insistía ella.

El general sabía que no era correcto hacer excepciones. El soldado había cometido un delito y lo justo era que pague por ello, pero también entendía que el castigo podía llegar a ser excesivo, más aún en el contexto que Oscar planteaba.

- Por favor, tome en cuenta su desempeño en la protección del Duque de Ardelos. - y luego, haciendo una breve pausa, Óscar continuó: - General, la conducta de mi subordinado es mi responsabilidad, por lo tanto soy yo la que...

- Espere, espere... - interrumpió el General Boullie, dándose cuenta de que ella no tenía las menores intenciones de rendirse. - Su temperamento me recuerda al de su padre. - mencionó, y Oscar lo miró expectante. - No le puedo prometer nada, sin embargo, tiene mi palabra de que revisaré directamente el caso de su subordinado. - le dijo finalmente aquel poderoso militar.

- Se lo agradezco infinitamente. - le dijo Oscar, casi segura de haber logrado su objetivo. - No le quito más su tiempo General Boullie. Me retiro, y de nuevo, muchas gracias por recibirme.

- No tiene nada que agradecer.. - respondió él. - Por favor, salúdeme a su padre cuando lo vea.

- Así lo haré. Con su permiso. - respondió ella, y diciendo esto caminó hacia la salida.

- Brigadier Jarjayes... - le dijo el general, deteniéndola repentinamente con su llamado.

Y luego de que ella dIrigiera nuevamente su mirada hacia él, el general le dijo:

- Aprovechando que se encuentra aquí, quiero comentarle algo... La última semana de Agosto he programado una serie de entrenamientos especializados para usted y para el comandante de la compañía A de la Guardia Francesa. Por favor, organícese con el Coronel Dagout para que él asuma el mando de su regimiento durante ese periodo de tiempo.

- Por supuesto general. Así lo haré. - respondió Oscar.

- ¿Irá a la ópera organizada por el rey el día de hoy? - le preguntó el militar, cambiando de tema radicalmente.

- ¿Eh?... Aún no lo he decidido. - respondió Oscar con una sonrisa. Había olvidado por completo que los reyes la habían invitado a ella y a otros nobles a dicho evento, por lo que la pregunta la tomó por sorpresa.

- Bueno... Si decide ir, ahí nos veremos. - respondió el general.

- Claro que sí, General Boullie. - respondió ella, casi a modo de despedida. - Que tenga un buen día, y nuevamente gracias por todo.- le dijo.

De inmediato, Oscar salió del despacho, mucho más tranquila de lo que llegó. Si bien la máxima autoridad del ejército Francés no le había dicho directamente que haría caso a su petición, indirectamente había aceptado, por lo que ella estaba convencida de que su soldado sería liberado en el transcurso del día.

Y mientras caminaba en dirección a los largos pasillos de aquella fortaleza sin sospechar que algo como eso pasaría, se encontró frente a frente con el Conde Víctor Clement Floriane de Gerodelle, quien junto con uno de los tenientes de la Guardia Real aguardaba afuera de la oficina de la que Oscar acababa de salir.

- Mademoiselle... - le dijo sorprendido.

- Gerodelle... - respondió Oscar, mirándolo directamente a los ojos y con la misma voz serena que Victor Clement recordaba con nostalgia.

Habían pasado unas semanas desde el día en el que su sucesor al mando de la Guardia Real se atrevió a besarla, y él aún no había olvidado la textura de sus labios, a pesar de que los sintió únicamente por unos pocos segundos.

- Teniente Dubuois, ha pasado mucho tiempo. - dijo Oscar, saludando al noble caballero que acompañaba su antiguo subordinado.

- Comandante, que gusto me da verla. - respondió el teniente.

- ¿Estaban esperando al General Boullie? - les preguntó Oscar. - Lo siento, no sabía que tenía una cita con ustedes, acabo de estar con él y temo haberlos retrasado.

- No se preocupe Comandante. - respondió Gerodelle, con su caballerosidad característica. - Nuestra reunión está programada para dentro de diez minutos.

- Entiendo. - respondió ella, y le sonrió amablemente.

Oscar también recordaba el día en el que escapó de él luego de que la besara sorpresivamente. No se habían vuelto a ver desde entonces, sin embargo, su carácter la ayudaba a mantenerse inalterable en circunstancias en las que otra mujer se sentiría inquieta, al menos con Gerodelle, ya que con André había fracasado estrepitosamente aquella mañana.

Luego de unos segundos, y ante la mirada atenta del teniente Dubuois que al igual que el resto de la corte francesa tenía conocimiento de la infructífera propuesta de matrimonio que le hizo Gerodelle a su ex comandante, Oscar decidió despedirse.

- Me retiro. Debo regresar al cuartel. - mencionó. - Que tengan un buen día.

- Hasta pronto comandante. - respondió el teniente Dubuois, sin embargo, Gerodelle sólo la miró abatido por tener que separarse de ella nuevamente, y Oscar pudo notar su tristeza. A pesar de todo, ella también extrañaba la camaradería y la confianza que había existido entre ambos en el pasado, y lamentaba no poder dirigirse a él como lo haría con un viejo amigo y compañero.

...

Unas horas más tarde, los soldados se preparaban para el día de visitas. Por aquel tiempo tenían únicamente un día libre cada dos semanas para poder salir, sin embargo, los martes por la tarde tenían un espacio libre para poder reunirse con sus familiares.

- Oye André... ¿Me acompañas a los establos? - le preguntó Alain a su compañero, el cual estaba sentado al borde de su cama con un libro en las manos. En ese momento, el leal amigo de Oscar se veía bastante angustiado, ya que la vista de su ojo derecho le había fallado nuevamente aquella mañana, mientras se encontraba patrullando la conflictuada ciudad de París.

- ¿Para qué quieres ir a los establos?...- respondió André, volviendo a la realidad.

- He notado que mi caballo ha tenido comportamientos extraños el día de hoy. Me parece que está enfermo. - comentó Alain.

Mentía. Todo lo que quería era poder hablar un momento con él y estar seguro de que todo estaba bien entre ellos, a pesar de la discusión que habían tenido la tarde anterior; sabiendo que André amaba a los caballos y era todo un experto en lo que a ellos se refería, Alain estaba seguro que no se negaría a ayudarlo.

- Está bien, vamos. - le dijo el nieto de Marion, y los dos salieron hacia las caballerizas.

Sin hablarse, ambos caminaban por los corredores del cuartel cuando, de repente, Alain decidió romper el hielo.

- ¿Cómo notaste el ambiente de París hoy? - le preguntó a su compañero, pero André comenzó a ponerse nervioso al recordar que en su patrullaje de ese día había tenido una pérdida de visión momentánea, y eso lo había distraído de su labor de vigilar las calles.

- Ah... Como siempre... - le respondió dubitativo, y tratando de no ahondar en el asunto.

Tras algunos minutos, ambos llegaron al establo y se dirigieron directamente hacia donde se encontraba el caballo de Alain. Ya frente al animal, André lo examinó minuciosamente, pero no observó nada fuera de lo normal.

- Tu caballo no tiene nada. - le dijo a su compañero. - Seguramente sólo tenía sed cuando notaste que actuaba raro. - afirmó.

Y mientras acariciaba al caballo y le daba un poco de hierba, se vio sorprendido por una pregunta de Alain.

- ¿Tu vista está fallando nuevamente cierto? - le dijo el líder del escuadrón, y André, sin inmutarse, se mantuvo en silencio mientras acariciaba el pelaje del caballo que había ido a examinar y le daba de comer.

Alain insistió:

- André, si esto se agrava más no podrás continuar en el ejército... - le dijo.

Y ante la última frase dicha por Alain, André reaccionó.

- Por favor, no digas nada... - le dijo, y volteó a mirarlo suplicante.

- André, no vale la pena que te arriesgues tanto por alguien que no corresponde a tus sentimientos... - le aconsejó Alain con preocupación. - Ya viste como nos respondió ayer la comandante. - le dijo, y tras escucharlo, André se quedó callado.

Alain tenía razón. Óscar había expresado claramente que su ex asistente era libre de hacer lo que le plazca, y que las decisiones que tomara o no en su vida no tenían nada que ver con ella; por lo menos eso fue lo que ambos entendieron.

- Alain, los sentimientos de Óscar me quedaron muy claros el día de ayer, - respondió André - pero te equivocas al pensar que permanezco aquí por ella. La verdad es que lo hago principalmente por mí.

Y tras decir esto, André regresó su vista al caballo en un intento por tranquilizarlo, ya que se había alterado al sentir su angustia.

- Es posible que pronto deje de ver por completo... - le confesó, ante la mirada sorprendida de Alain al comprobar lo grave de su estado - ... y cuando eso suceda mi vida cambiará. Obviamente Óscar no permitirá que me quede a su lado en esas condiciones. Tendré que irme, es inevitable... Por eso quiero estar cerca de ella cada minuto que pueda, a pesar de que eso me ponga en riesgo. Llegué aquí con el único objetivo de protegerla, pero no creas que sólo lo hago por ella, lo hago también por mí, porque no me sentiría tranquilo si no lo hiciera.

- ¿A pesar de que quizás ella nunca lo valore? - le preguntó Alain, luego de unos segundos de silencio.

- A pesar de eso... - respondió André. - No creas que soy de piedra... Claro que me afectan sus palabras... pero no por eso pienso renunciar y dejarla atrás, porque eso sería atentar contra mí mismo. Quiero estar aquí el mayor tiempo que sea posible, quiero estar a su lado, poder verla, sentir su presencia a mi alrededor, así no nos hablemos como solíamos hacerlo cuando éramos más cercanos...

Y luego de decir esto, volvió a dirigirse a él, en tono suplicante:

- Por favor Alain, no digas nada en relación a lo de mi vista... Cuando Óscar sepa que tengo un problema tan grave no podré continuar a su lado, y quiero prolongar la llegada de ese momento el mayor tiempo posible.

Alain lo miró conmovido y estuvo de acuerdo con el hecho de que él tenía derecho a vivir su vida de la manera en que había decidido vivirla, a pesar del riesgo que eso implicaba.

Luego de unos segundos, sólo sonrió.

- Cuenta con eso André. Tu secreto está a salvo conmigo. - le respondió finalmente, y ambos iniciaron su regreso a las barracas.

En el camino, notaron que los guardias ya salían al patio para recibir a sus familiares.

- Cómo la estará pasando Lasalle... - mencionó Alain, suspirando con tristeza.

- No te preocupes por él. Seguramente Óscar logrará que lo liberen... - mencionó André, y Alain estalló en risas.

- ¡Tú si que eres terco! - respondió él. - ¿Cómo va a lograr que lo liberen si fue ella misma la que lo entregó?

- Porque ella no lo entregó... - le dijo André, muy tranquilo. - Y no quisiera ser tú cuando lo compruebes, porque te comportaste de una manera muy injusta el día de ayer. - le reclamó, y tras escucharlo, Alain movió la cabeza resignado, al darse cuenta de que nada haría que André cambie la opinión que tenía de la mujer que amaba.

No obstante, con esa pequeña charla el líder del escuadrón también había comprobado que André no le guardaba rencor por lo que había sucedido la tarde anterior, y se sintió mucho más tranquilo por ello.

- Bueno Alain... regresaré a las barracas. - le dijo André.

- Está bien. - respondió Alain. - Yo me quedaré aquí para esperar a Diana. - agregó, y con un gesto de despedida, Andre se marchó.

...

Unos minutos más tarde, Alain, quien se encontraba en el patio pensando en las palabras de su amigo, escuchó una dulce voz conocida.

- ¡Hermano!

- ¡Oh! ¡Diana! - dijo él, al ver a su hermana llegar corriendo y rebosante de alegría.

Al verla, uno de los soldados corrió hacia las barracas donde se encontraban los guardias franceses que no esperaban visitas, y al llegar, se dirigió a ellos desde la puerta.

- ¡Oigan! ¡Ha venido la hermana de Alain! - gritó a viva voz.

Y en ese momento, todos se levantaron para salir a verla, todos a excepción de André, quien permaneció en su cama sonriendo al ver el entusiasmo de sus compañeros.

Mientras tanto, en el patio...

- Diana, tus ojos brillan de felicidad... ¿Qué ha pasado? - le preguntó Alain a su hermana.

- Hermano... Me voy a casar ... ¡Me voy a casar! - le anunció, iluminada por una gran felicidad.

Y sorprendido por la noticia, Alain sonrió, contagiado por su alegría.

- Ya veo... - le dijo, tomándose la noticia con calma. - ¿Y dónde conociste a ese pequeño bastardo? - preguntó él, pero Diana estaba tan emocionada que sólo se dedicó a describirlo.

- Es tan alto como tú, hermano... - dijo extasiada.

- Oh... ¡Que miedo! - respondió él.

- Y además es muy bueno... - agregó Diana, y tras decir esto, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, y se acercó a su hermano para abrazarlo con una gran ternura. - Gracias hermano, por todo lo que has hecho por mí.

- Tonta... Qué dices... - le dijo él, respondiendo a su abrazo.

- Creo que seré muy feliz... - le dijo ella.

- Por supuesto. - respondió Alain, muy seguro de que así sería.

Mientras tanto, observando la escena, los guardias que habían salido a ver a la hermana de su compañero quedaron absolutamente decepcionados. Ella era una mujer muy bella, y todos soñaban secretamente con tener una oportunidad con ella, sin embargo, sus esperanzas quedaron rotas en aquel instante.

- Iré a casa en mi siguiente día libre... - le dijo Alain a Diana. - Asegúrate de presentarme a ese sujeto. ¿Me lo prometes? - le preguntó.

- ¡Sí! ¡Seguro! - le respondió ella, muy contenta. - Nos vemos hermano... - le dijo dirigiéndose a la salida, mientras él la observaba enternecido.

...

Unos segundos después, tras atravesar las puertas del cuartel, Diana se detuvo al notar que la comandante de su hermano llegaba en un hermoso caballo blanco. Al igual que ella, Óscar era una mujer muy hermosa y de noble corazón, pero esas características las escondía bajo la dureza de su uniforme militar, o al menos eso pensaba que hacía.

Y con el cabello iluminado por el sol de aquella tarde y una dulce sonrisa, Óscar se dirigió a Diana.

- ¿Viste a tu hermano? - le preguntó.

- Sí - respondió ella, con inocente voz.

Y luego, haciendo un gesto de despedida, Diana continuó con su camino y Óscar con el suyo, pero de pronto, la comandante de la Compañía B dirigió nuevamente su mirada hacia Diana al escuchar que ella le hablaba, y detuvo su caballo para prestarle toda su atención.

- Mi hermano me dijo que Óscar significa "Dios y la espada" en hebreo. - comentó la joven, y luego, casi hechizada contemplando la belleza de Óscar, le dijo:

Dios y la espada...

Una bella diosa rubia, como la diosa de una pintura clásica...

Óscar sonrió ante la inocencia de la joven, y la observó en silencio reflexionando sobre lo distintas que eran, a pesar de ser mujeres, mientras que Diana, tras unos segundos de ensoñación, volvió a la realidad.

- No sé que estoy diciendo... - le dijo a Óscar avergonzada, pero ella sólo sonreía. - Lo siento, por favor, disculpe usted... ¡Adiós! - le dijo.

Y tras ello, Diana se marchó ante la dulce mirada de la heredera de los Jarjayes, la cual también había quedado cautivada por su naturalidad e inocencia.

Minutos más tarde, y ya en su despacho, Óscar ordenaba sus informes cuando repentinamente la imagen de la hermana de Alain al lado de André capturó sus pensamientos.

- "¡Basta!... Pero que tontería estoy pensando..." - se dijo a sí misma .

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que lo que pensaba no era ninguna tontería.

- "¿Acaso te enamorarías de alguien tan diferente a mí André?" - pensó Oscar, sintiendo una gran tristeza. - "Quizás una joven tan bella y dulce como ella podría curarte de todo el daño que yo te he causado... Qué feliz podría hacerte alguien así... "

Y mientras pensaba en esa posibilidad, Óscar empezó a sentir que su corazón se rompía en mil pedazos.

- "Si eso sucediera... yo sería tan infeliz... Y hasta creo que no sería capaz de soportarlo..." - pensó, angustiándose aún más. - "André, realmente nunca me he imaginado a mí misma lejos de ti..."

Y reflexionando sobre esto, se levantó y se dirigió a la ventana para observar el atardecer.

- "Que egoísta soy... " - pensó, con un enorme melancolía.

...

Fin del capítulo