Capítulo 5
Mi amado André
Ya estaba poniéndose el sol, y Alain, aún consternado por la noticia que le había dado Diana, contemplaba el atardecer desde la ventana de uno de los pasillos del cuartel.
Todavía no asimilaba el hecho de que su hermana menor fuera a dar un paso tan importante en su vida. "¿En qué momento sucedió esto?" - se preguntaba, y se sintió culpable por no haber ahondado más en lo que pasaba en el corazón de aquella inocente joven que únicamente lo tenía a él para protegerla y aconsejarla.
Y mientras meditaba sobre eso, escuchó unos pasos acercándose a él, y una voz amiga interrumpió sus pensamientos.
- Alain... ¡Felicitaciones!... Oí que tu hermana se casará. - le dijo André, emocionado por la noticia. - Le rompió el corazón a todos; era la favorita de la Compañía B.
Y diciendo esto, André rio alegremente, pero luego su voz se tornó melancólica.
- Que buena noticia después de tanto tiempo... - mencionó, con algo de tristeza.
No podía evitarlo. Si bien estaba contento por enterarse que la querida hermana de su amigo iba a formar una familia, eso le recordaba lo difícil que resultaba para él hacer lo mismo con la mujer que amaba.
Sin embargo, tras unos segundos, André volvió a la realidad y observó a su compañero, el cual no mostraba ningún tipo de emoción por lo que él acababa de recordarle: parecía sumido en sus propios pensamientos.
- ¿Qué pasa? - preguntó André. - Tienes la cara de alguien a quien le acaban de quitar a su novia. - le dijo.
- Algo por el estilo... - respondió Alain, sonriendo resignadamente. - Para ser sincero no sé que decir. Parecerá extraño, pero aún la veía como si fuese una niña... Sin embargo ha crecido muy rápido...
- Ya veo... Hasta el hombre más recio de la compañía B tiene su lado suave. - dijo André, y rio con simpatía al darse cuenta de que Diana era su punto débil.
De repente, ambos fueron interrumpidos por uno de sus compañeros.
- ¡Oye Alain!... ¡Alain!...- le dijo uno de los guardias de la compañía B al líder del escuadrón.
Se veía agitado; había corrido hasta ahí para poder hablar con él.
- Escucha. ¡Lasalle ha regresado! - le anunció, tratando de recuperar el aliento.
- ¿¡Qué?! - exclamó Alain.
- ¡Si! ¡Ha regresado! - insistió el soldado. - ¡Fue hallado inocente, y la Policía Militar lo dejó en libertad!
Mientras tanto, en las barracas, todos los guardias recibían entusiasmados al soldado Lasalle, quien apenas podía sostenerse en pie por el cansancio y por la emoción de haber regresado al cuartel.
- ¡He regresado! - dijo débilmente. - ¡Tiempo que no los veía!
- ¡Lasalle! - dijo uno con alegría.
- ¡Tú eres el primero en volver después de haber sido arrestado por la Policía Militar! - dijo otro, muy emocionado.
- El interrogatorio fue intenso y algo extenuante... - dijo Lasalle, entre lágrimas y al borde del desmayo, mientras sus compañeros lo ayudaban a sentarse.
En ese momento llegaron Alain y André, sonriendo emocionados al ver de nuevo a su compañero.
- ¡Lasalle! - gritó Alain desde la puerta.
- ¡Ah! ¡Líder del escuadrón! - saludó Lasalle con entusiasmo - ¡Acabo de regresar!
- Entonces, ¿te absolvieron verdad? - preguntó Alain, con una gran sonrisa.
- ¡Es verdad! ¡No miento! - respondió el soldado. - La mujer comandante convenció al General Boullie para que me absolvieran.
Tras escucharlo, Alain lo miró sorprendido, y al igual que sus compañeros quedó consternado y sin poder creer lo que escuchaba de los propios labios de Lasalle.
- ¿La mujer comandante? - preguntó uno de los guardias.
- ¿Así que esa mujer no te había entregado a la Policía Militar? - preguntó otro.
Y anonadado, Alain volteó su mirada hacia a André, quien no se veía para nada sorprendido, y le devolvió la mirada a Alain con una sonrisa satisfecha, como diciéndole "Te lo dije".
Mientras tanto, en su oficina, Oscar trataba de culminar sus informes pero no hallaba la manera de concentrarse.
Entonces se levantó de su escritorio, y enojada, lanzó con furia todos sus papeles sobre la mesa. Quería enfocarse en su trabajo pero simplemente no podía, así que se acercó a la ventana para tratar de relajarse.
- ¡Basta Oscar!... - murmuró.
Y sin poder sacar a André de sus pensamientos, cruzó por su mente que podría estar sintiendo por su amigo de la infancia algo más que amistad.
- "Acaso yo... " - pensó asustada, pero luego sonrió, y trató de rebatirse. - "No... Eso no es posible... " - se dijo a sí misma. - "Sólo estoy confundida... "
Y mirando hacia el exterior, continuó con su reflexión.
- "Han pasado muchas cosas últimamente: El atentado de mi padre, su insistencia en que me case, el rechazo de mi regimiento, mi despedida de Fersen..."
Y al pensar en lo último, Oscar se dio cuenta que desde que llegó a la Guardia Francesa no había vuelto a acordarse del conde.
- "Qué extraño..." - se dijo sonriendo.
Habían pasado poco menos de dos meses desde la última vez que se vieron, y - a pesar de que renunciar al conde le había ocasionado mucho dolor en su momento - le extrañó reconocer que ya no pensaba en él. Contrariamente a lo que habría esperado, por esos días era André el que había capturado por completo sus pensamientos, y al recordarlo nuevamente, suspiró.
- "Claro que siento amor por André..." - se dijo a sí misma mientras pensaba en él, y sonrió nerviosa al notar que había empleado la palabra 'amor' al construir esa frase en su mente. - "Quiero decir..., el amor que es natural entre dos personas que han crecido juntas... y que jamás se han separado..."
Y luego, tratando de justificar sus últimas semanas de arrebatos y descontrol emocional, continuó su charla consigo misma.
- "André es alguien muy importante en mi vida... Pero es casi como mi hermano..." - pensó con melancolía, y levantó su mirada al horizonte trayendo nuevamente su imagen a su mente. - "Aunque es innegable que es un hombre muy atractivo..."
Y tras pensar en ello, se sonrojó al recordar que había visto su torso desnudo aquel día en que el doctor lo revisó en su presencia, y se enojó nuevamente consigo misma por dejar que sus instintos de mujer fluyan sin ningún control.
- ¡Basta Oscar!... Eres Comandante de la Guardia Nacional, y Brigadier del Ejército Francés... Decidiste vivir el papel que se te dio desde tu nacimiento, así que pensar en lo atractivo o no que puede llegar a ser un hombre es totalmente inapropiado. - se dijo imperativamente.
Y tratando de relajarse respiró hondo, y continuó observando el atardecer.
- "Debo volver a ser la persona racional y firme que siempre he sido, y dejar este tipo de confusiones de lado." - pensó. - "André es mi más querido amigo y ahora también mi subordinado, y así es como debo pensar en él de aquí en adelante." - se dijo muy determinada.
Y mientras pensaba en eso, escuchó que alguien ingresaba a su despacho sin anunciarse, y dirigió su mirada hacia la puerta para saber de quien se trataba.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó a Alain con autoridad, al ver que era él la persona que había ido a verla.
- Lasalle ha regresado. - respondió Alain, aunque se sentía avergonzado.
- Ya veo... - le dijo Oscar sin inmutarse por la noticia, ya que estaba segura de que el General Boullie tomaría en consideración su petición.
- Gracias. - le dijo Alain.
Y arrepentido por su comportamiento, volvió a dirigirse a ella:
- Quiero disculparme... - le dijo
- No es nada... - respondió Oscar muy tranquila, y volvió a darle la espalda regresando su mirada hacia el exterior.
- Ahora podré vender mi arma... ¿También me ayudará si me descubren? - le preguntó Alain, con total desfachatez.
- ¡¿Qué?! - le dijo Oscar sin poder creer lo que escuchaba, y regresó nuevamente su mirada hacia él.
- Es broma... - le dijo Alain, y empezó a reír a carcajadas ante la seria mirada de su comandante. - ¡Adiós! - le dijo, y tras ello, se retiró.
Entonces Oscar sonrió por su cinismo, y se alegró de que por fin todo haya vuelto a la normalidad.
...
Unas horas mas tarde, y decidida a probarse a sí misma que era capaz de mantenerse firme ante lo que estaba sintiendo por André, Oscar lo mandó llamar y él se presentó en su despacho.
- André. - le dijo, mientras se ponía los guantes de su traje formal.
- ¿Sí? - respondió él.
- ¿Estás libre esta noche? - le preguntó.
- Sí. - indicó André.
- Entonces acompáñame. - le dijo ella. - Quisiera darle las gracias al General Boullie personalmente... Vístete adecuadamente; representarás a la compañía B. - le ordenó.
- Sí. - respondió él.
Unos minutos más tarde, ambos salieron del cuartel. Uno de los carruajes de la familia Jarjayes había llegado para recogerlos, y al estar frente a él, un cochero les abrió la puerta.
- Llévenos a París. - ordenó Óscar, y ambos subieron al carruaje.
- ¿Por qué a París?... - le preguntó André, dirigiendo su mirada hacia ella. - ¿El General Boullie no vive en...?
- Esta noche estará en el Teatro de la Ópera... - interrumpió Oscar sin atreverse a mirarlo de vuelta, y ambos continuaron su viaje en silencio.
...
Ya habían pasado varios minutos desde que salieron del cuartel, y Oscar se sentía muy tranquila al lado de André, casi igual que en tiempos pasados.
- "Estaba preocupada por nada..." - se dijo a sí misma, recordando que había llegado a pensar que podía sentir algo más que amistad por él, sin embargo, en ese momento se sentía tan en paz que lo volvió a creer imposible.
Mientras tanto, en las calles de París, ciudadanos armados con palos y piedras vigilaban las calles.
- ¿Vieron eso? - mencionó uno de ellos, al ver pasar al carruaje que llevaba a la heredera de los Jarjayes. - Es el carruaje de algún noble. - les comentó a sus compañeros.
Por aquellos días, los habitantes de la ciudad de París se agrupaban cada noche para causar disturbios. Los carruajes de los nobles eran su principal objetivo, y cada vez que veían uno lo atacaban llevados por la rabia que sentían hacia la monarquía, la nobleza y el clero.
La policía venía haciéndose cargo de los disturbios, sin embargo, aquel día se habían reorganizado para resguardar a los invitados a la Ópera organizada por el Rey Luis XVI en la ciudad de París, descuidando - sin querer - algunos distritos importantes.
En aquellos momentos, y sin presagiar lo que les esperaba, Oscar y André continuaban su viaje para ver al General Boullie cuando, repentinamente, un ruido desconocido se apoderó de las calles.
Eran pasos, y no unos cuantos sino cientos de ellos, y de pronto, ambos sintieron como su carruaje se detenía ante la frenada brusca del cochero de los Jarjayes.
Un grito lleno de furia los alertó, un grito que fue seguido por la ira de muchos gritos más, y de repente, ambos observaron aterrados como cientos de personas rodeaban su carruaje, y lo golpeaban armados con palos y piedras.
- ¡Son unos nobles! ¡Háganlos salir! - gritó enardecido uno de ellos.
Estaban rodeados: no había forma de escapar.
Entonces, ante la mirada aterrada de la heredera de los Jarjayes, tres hombres tomaron del cuello a André, y con violencia, lo sacaron a través de la amplia ventana del carruaje.
- ¡Sal de ahí maldito! - le gritó uno de los desadaptados, mientras lo apartaba del lado de la mujer que amaba.
- ¡Deténganse! ¡André no es un noble! - gritó ella con desesperación, mientras veía cómo se lo llevaban.
Luego, alguien tomó también por el cuello a Oscar, y la sacaron a fuerzas.
- ¡André! - gritó ella, tratando de liberarse.
- ¡Óscar! - gritó él, desesperado por no poder hacer nada para defenderla, y ambos fueron llevados a extremos opuestos por dos grupos de aproximadamente cien personas cada uno.
Por su parte, Oscar seguía pidiendo que liberen a André, y sin rendirse gritaba con todas sus fuerzas "¡André no es un noble! ¡Por favor, no le hagan daño!", pero sus gritos se perdían entre los salvajes gritos de la multitud.
A pesar de estar en graves problemas, ella sólo podía pensar en él; su propia vida no le importaba en ese momento: todo lo que quería era liberarse para ir a rescatarlo. Entonces, ágilmente logró esconderse entre la multitud. Su delgada figura le ayudó a pasar desapercibida, y empezó a rampar para poder escapar de ahí, recibiendo varios pisotones y golpes. Mientras tanto, a varios metros de ella, André era atacado salvajemente por la turba, la cual no le daba ni un respiro para poder pensar.
...
Habían pasado ya algunos minutos desde que empezó el ataque, y en el Teatro de la Ópera, el General Boullie esperaba el inicio de la función sentado en su palco.
De repente, uno de sus subordinados se acercó a él para darle una noticia.
- General Boullie... Hemos recibido el reporte de un disturbio en el distrito de Saint Antoine. Sería mejor que regresara a Versalles para evitar cualquier riesgo innecesario. - le dijo, y tras pensarlo unos segundos, el general le respondió.
- Tiene razón. - le dijo, y luego se dirigió al coronel que se encontraba sentado a su lado. - Coronel, usted trajo a su pelotón.. ¿cierto? - le preguntó.
- Si. - respondió el coronel.
- Entonces no tiene que acompañarme aquí... Ocúpese de ese disturbio. - ordenó el general.
- Como usted diga. - respondió él, se puso de pie y de inmediato se dirigió al subordinado del General Boullie. - Por favor, deme más detalles acerca de la situación. - le dijo.
El militar respondió:
- Unas doscientas personas armadas con palos y piedras atacaron un carruaje en el distrito de Saint Antoine. El reporte dice que el carruaje tenía el escudo de un león azul con una espada. - detalló el teniente, y tras escucharlo, el coronel lo miró sorprendido.
- ¿¡Qué!? ¿¡Un león azul con una espada?! - preguntó con preocupación.
- Sí, Coronel Fersen. - respondió el militar.
Efectivamente, aquel coronel que acompañaba al General Boullie aquella noche no era otro que Hans Axel Von Fersen.
- "Ese es el escudo de la familia Jarjayes...No puede ser... ¡Óscar!" - pensó Hans.
Y alarmado, salió del teatro de inmediato, tomó su caballo y se dirigió a su regimiento.
- ¡División de caballería, 105vo pelotón! ¡Nos movilizaremos al distrito de Saint Antoine! - ordenó.
Tras escucharlo, los soldados salieron a todo galope siguiendo a su líder.
Mientras tanto, preocupado y cabalgando a toda prisa, Fersen sólo podía pensar en llegar lo más rápido posible para poder rescatar a su mejor amiga, y mientras cabalgaba, no pudo evitar recordar las palabras de su hermana.
"Pude ver como te miraba... Ella te ama hermano..."
- "Oscar..." - pensaba Hans, desesperado por llegar a Saint Antoine.
Por su parte, a tan solo unos metros de donde el conde se encontraba, Oscar luchaba con todas sus fuerzas para huir de la muchedumbre y poder ir en busca de André. Sin embargo, cuando estaba a punto de escapar, uno de sus atacantes alertó a sus compañeros.
- ¡Se escapa uno! - les dijo, y todos se dirigieron hacia ella para volver a capturarla.
Entonces, entre los enardecidos gritos de los salvajes ciudadanos, Oscar corrió y se defendió golpeándolos con la funda de su espada, pero su propia rapidez hizo que tropezara y cayó al suelo, quedando a merced de ellos.
Al verla vulnerable, los insurgentes se abalanzaron sobre ella para masacrarla, pero, de pronto, un desesperado grito se alzó sobre los otros.
- ¡Atrás revoltosos! - se escuchó a lo lejos, junto con el sonido de cientos de herraduras golpeando contra el suelo.
Era el grito desesperado de Fersen, quien llegaba con su regimiento y que había alcanzado a ver a Oscar a punto de ser atacada.
- ¡Maldición! ¡Es el ejército! - alertó uno de los desadaptados, y los insurgentes rompieron su unidad y se dispersaron en la zona, mientras eran perseguidos por los soldados del pelotón del conde.
Por su parte, Fersen cabalgó hacia Oscar, y al llegar a ella, bajó de su caballo e hizo que se levantara, sin embargo, la heredera de los Jarjayes estaba en tal estado de shock que en esos segundos no fue capaz de reconocerlo.
Entonces, haciendo que se apoye en él, Hans la llevó a un semi-oscuro callejón para ponerla a buen recaudo, y la apoyó contra la pared mientras la sostenía de los hombros.
- ¡Oscar, resiste! - le dijo, mientras trataba de hacer que reaccione. - ¡Oscar! - le gritó, y unos segundos después, ella abrió los ojos volviendo a la realidad.
- Fersen ... - le dijo al reconocerlo, pero aún estaba confundida.
- Gracias a Dios que no te pasó nada... - le dijo Hans, y la miró con ternura.
Y ahí, estando a escasos centímetros de su rostro, Fersen tuvo el fuerte deseo de besarla. Aquella mujer que hacía menos de dos meses le había dado a entender que lo amaba - y que era considerada una de las mujeres más bellas de Francia - estaba ahí, justo frente a él, incluso más cerca de lo que había estado en aquel baile donde ella se hizo pasar por una condesa extranjera.
Y mientras la contemplaba absolutamente cautivado, empezó a notar como el rostro de Oscar pasaba de la confusión a la angustia en tan solo unos segundos.
- André... ¿¡En dónde está André!? - le preguntó Oscar a Fersen, aterrada por notar que él no estaba a su lado. - ¡André! - gritó ella, y trató de volver a las calles para buscarlo, pero Fersen la detuvo.
- ¡Espera Oscar! ¡Te atraparán si vas para allá! - le dijo mientras la sostenía para evitar que se exponga nuevamente al peligro, pero la heredera de los Jarjayes estaba decidida a irse, y empezó a forcejear con él para tratar de liberarse.
- ¡Suéltame! - le decía Oscar fuera de sí. - ¡André está... ! ¡Mi André está en peligro! - le gritó mirándolo con desesperación, y Fersen se quedó paralizado.
- ¿Dijiste "mi André"? - le preguntó.
Entonces Oscar lo miró sorprendida. Ella misma no había sido consciente de lo que dijo hasta que aquel hombre al que antes había creído amar le repitió sus palabras. Al igual que Fersen, ella se quedó paralizada por lo que acababa de gritar desde lo más profundo de su corazón, y todo lo que podía hacer era mirar enmudecida al conde, con sus grandes ojos color zafiro.
Entonces, tras salir de su inicial sorpresa, Hans comprendió lo que estaba pasando y le sonrió con ternura. Para él no había duda alguna: era claro que a quien verdaderamente amaba Oscar era a André, el hombre que siempre había estado a su lado.
- Está bien... - le dijo Fersen para tranquilizarla, y con mirada comprensiva. - Tú quédate aquí... Yo... Yo rescataré a tu André.
Y tras decir esto, Hans corrió hacia el exterior, y Oscar cayó conmocionada sobre los escalones que formaban parte de aquella oscura calle de París.
- Mi André... - se repitió a sí misma, y en ese preciso momento, sintió que todo su amor por él empezaba a desbordarse sin ningún control.
Ya no podía negarlo más. Ya no había forma de hacerlo. Ella lo amaba, lo amaba más allá de toda lógica, más allá de todo razonamiento.
Su amor por él era tan puro, tan fuerte y tan infinito, que sintió honestamente que ningún ser humano en el mundo era capaz de amar tan intensamente como ella amaba a André.
- Lo amo... - se repetía, sobrecogida ante esa nueva revelación; entre todas las verdades de su vida, no había ninguna otra más grande que esa.
...
Mientras tanto, montado en su caballo, Hans Axel Von Fersen buscaba desesperadamente a André.
- ¡André! ¡André! - gritaba con todas sus fuerzas, tratando de encontrar a su amigo.
De repente, a lo lejos, un gran grupo de gente reunida llamó su atención, y se dirigió hacia allá rápidamente.
- ¡Ahórquenlo! - gritaba la multitud. - ¡Ahorquen al noble!
Impactado, Fersen observó como la muchedumbre levantaba en brazos a André con la intención de acabar con su vida, y casi sin pensarlo disparó al aire para amedrentarlos.
Fue entonces que los enardecidos dejaron caer a su rehén, y dirigieron sus miradas hacia el conde.
- ¡Escuchen bien! ¡Montón de bárbaros! - gritó Fersen, muy furioso. - ¡Mi nombre es Hans Axel Von Fersen! - les dijo.
Y al escuchar su nombre, todos se quedaron sorprendidos.
- ¿Hans Axel Von Fersen? - preguntó uno de ellos.
- ¿Fersen? - dijo otro, y de inmediato recordó de quien se trataba - ¡Oh! ¡Es el amante de María Antonieta! - gritó el ciudadano.
- ¡Si! ¡Es ese vil mujeriego de Fersen! - gritó un tercer sujeto.
- ¡Escuchen todos! ¡Hay que agarrar a este primero! - dijo otro finalmente.
Entonces Fersen sonrió, sintiendo que había logrado su objetivo; ahora ellos enfocarían toda su atención en él y dejarían en paz a André.
- "¡Oscar, André, huyan rápido de este lugar!" - pensó, mientras él también huía montado en su caballo a una gran velocidad.
...
Mientras tanto, en el callejón y ya de pie, Oscar escuchó atenta como el bullicio que antes percibía se hacía cada vez más lejano, y salió desesperada en busca de André, encontrándolo tirado en plena calle.
- ¡André! - gritó al verlo, y corrió hacia él muy angustiada.
Al llegar se arrodilló a su lado, y de inmediato tocó su rostro y sus brazos para comprobar que estaba bien.
- ¡Oscar! ¿Estás bien? - le preguntó André, sintiendo que el alma le volvía al cuerpo al verla a salvo. - ¡Gracias a Dios!... Estaba tan preocupado por ti. - le dijo.
- ¿Puedes caminar? - preguntó ella.
- No lo sé... - respondió él.
Entonces, ayudado por Oscar, André logró levantarse, pero de inmediato se dio cuenta que le sería difícil caminar, ya que uno de sus tobillos estaba lastimado.
- ¡Rayos!... Creo que me torcí el tobillo cuando caí... - comentó André.
- Apóyate en mí... - le dijo ella, y tomó su brazo derecho para colocarlo alrededor de su cuello y ayudarlo a caminar, pero al hacerlo escuchó un quejido por parte de él.
- Creo que mi brazo derecho está roto. - le dijo muy adolorido.
- Entonces apóyate en mí con tu otro brazo. - le dijo ella cambiando de lugar, y ambos empezaron a caminar hacia el callejón donde había estado escondida.
- Óscar, tenemos que ayudar a Hans. - le dijo André. - Si lo atrapan lo van a matar.
- André, él estará bien. No te preocupes. - le respondió Óscar. - Mi prioridad ahora es sacarte de aquí. - le dijo, y André enmudeció ante su falta de preocupación con respecto a la suerte del conde.
Unos minutos después, tres tenientes de la tropa que lideraba Fersen llegaron a su encuentro.
- ¿Es usted la Comandante Óscar Francois de Jarjayes? - preguntó uno de ellos.
- Sí. Soy yo. - respondió Óscar.
- Soy el Teniente Moreau del 105vo pelotón del ejército Francés. Los escoltaremos y les ayudaremos a conseguir un carruaje. - comentó el militar.
- Muchas gracias. - respondió Óscar más tranquila.
- Teniente, el Coronel Fersen se fue cabalgando hacia esa dirección, y la turba fue tras él. - le dijo André al Teniente Moreau, mientras señalaba hacia una dirección. - Podría estar en problemas.
- Teniente Russeau, por favor, dirija a nuestro pelotón hacia esa dirección. - le dijo Moreau a su compañero, señalando hacia donde había señalado André. - Debemos dispersar de una vez por todas a esos desadaptados. - indicó.
Tras unos minutos, un carruaje escoltado por militares se dirigió hacia ellos, y Óscar y André subieron en el.
- Por favor, llévenos a Versalles. - ordenó Oscar, y ambos partieron escoltados rumbo a la mansión Jarjayes.
Unos minutos después, ya dentro del carruaje, Oscar miró a André, muy preocupada. Estaba muy golpeado, mucho más que ella, y viéndolo así, empezó a sentirse muy culpable.
- André, perdóname por mi descuido... Debí poder anticiparme a algo así... - le dijo Oscar.
- Esto no es tu culpa... - le respondió él tratando de tranquilizarla, mientras intentaba averiguar si en verdad tenía quebrado el hueso de su brazo derecho.
Y ahí, a su lado y muy consciente de lo que sentía por él, Óscar lo miró sintiendo profundos deseos de abrazarlo, sin embargo se contuvo.
- "Mi querido André, he sido tan dura contigo..." - pensó. - "¿Cómo podría simplemente acercarme a ti como si nada hubiera pasado?"
Y sintiéndose observado, André volteó hacia ella, y se encontró con sus grandes ojos color zafiro y con su mirada llena de amor.
- "Óscar, por favor, no me mires así..." - pensó él, bajando la mirada. - "No quiero volver a ilusionarme contigo..."
Sabía que la amaba y que la iba a amar siempre, pero ya no quería soñar más con algún día ser correspondido, porque eso sólo le había traído mucho sufrimiento.
- "André, como quisiera poder saber qué es lo que estás pensando... " - pensó ella al notar su repentina tristeza, pero André respiró hondo y regresó nuevamente su mirada hacia Óscar, un poco más tranquilo.
- ¿Cómo te sientes?... ¿Te duele algo? - le preguntó.
- Descuida... Estaré bien... - le respondió ella. - La mayor parte del tiempo estuve escondida entre la muchedumbre tratando de escapar, por eso no me lastimaron tanto. - le dijo.
- Cuánto me alegro de escuchar eso. - le dijo él sinceramente, y ella se llenó de alegría por sus palabras.
Algunos segundos después, y sin poder apartar su mirada de André, Óscar pensó en Fersen.
- "Fersen, muchas gracias por salvar la vida del hombre que amo..." - pensó.
Y en ese sencillo carruaje, ambos continuaron juntos su camino a casa.
...
Fin del capítulo
