Capítulo 6

Una carta desde Provenza

Era la mañana siguiente al ataque de Saint Antoine, y en la mansión Jarjayes, todos seguían conmocionados por lo que les había pasado a Oscar y a André la noche anterior.

Beatrice, Mirelle y Anne, tres jóvenes sirvientas que trabajaban en la casa Jarjayes desde hacía ya un buen tiempo, habían dejado sus quehaceres de lado y se encontraban sentadas en un pequeño comedor de la cocina comentando lo ocurrido.

- ¡Es horrible! - dijo Anne muy asustada. - ¡No pienso volver a ir a París!

- A nosotras no tiene porqué pasarnos lo mismo. - comentó Mirelle, tratando de tranquilizarla. - Eso les pasó a ellos porque viajaban en un carruaje que tenía el escudo de la familia, y nosotras no viajamos en ese tipo de carruaje.

- Es verdad. - mencionó Beatrice. - Esas personas solo atacan a los nobles. Alberto, el cochero que los llevaba, regresó a la casa prácticamente ileso.

- Pero André y la señorita llegaron muy malheridos, sobre todo André... - dijo Mirelle, y bajó la mirada con tristeza.

- ¡Ay! ¡Pero aún todo golpeado se le veía tan guapo! - mencionó Beatrice entusiasmada.

- ¡Es el colmo contigo! - dijo Mirelle riendo.

- ¡Mirelle, tienes que admitir que es verdad! - replicó Anne. - Y sobre todo cuando se pone ese uniforme. ¡Le queda tan bien! - dijo suspirando.

- ¡Silencio!.. Que ahí viene Doña Stelle. - murmuró Mirelle.

- No se esfuercen en callarse, que ya las escuché... - les dijo Stelle, mientras ingresaba a la cocina.

A diferencia del resto de doncellas, Stelle era una mujer de unos cincuenta años que había trabajado con la familia desde que era una adolescente, por lo que conocía a Óscar y a André desde que eran pequeños.

- Es increíble... Con todo lo que tuvo que pasar el pobre muchacho y ni aún así lo dejan tranquilo... - comentó Stelle.

- ¡No, no! ¡Si yo no dije nada! - replicó Mirelle.

- ¡Faltaba más! ¡Tú estás comprometida! - le dijo la cocinera.

- ¡Pero no está ciega! - replicó Beatrice, y todas empezaron a reír.

De pronto, la abuela de André y ama de llaves de la casa Jarjayes ingresó a la cocina.

- A ver señoritas, más trabajo y menos plática. - reclamó Marion, y todas se dispersaron hacia sus obligaciones a excepción de Stelle, quien permaneció en la cocina.

- ¿Para que vino el doctor Lassone? - le preguntó a la anciana. - Entendía que ambos ya habían sido atendidos por dos médicos anoche.

- Fue por insistencia de la señorita Óscar. - respondió Marion. - Ayer no pudimos ubicar al doctor Lassone así que llegaron a atenderlos dos de sus pupilos, pero mi niña no se sentía tranquila e insistió en que traigamos al doctor de la familia para que revise a André nuevamente.

- ¿Solo vino a verlo a él? - preguntó Stelle.

- Sí, solo a él. - respondió Marion. - Lady Oscar tiene doce heridas en todo su cuerpo, pero son leves. La verdad es que a mi pobre nieto le tocó la peor parte. - comentó la abuela preocupada.

...

Mientras tanto a esa misma hora, Fersen desayunaba solo en el comedor de su mansión. Seguía confundido por lo que había pasado la noche anterior, y no podía pensar en otra cosa.

Tan solo un día antes había estado convencido de que Oscar lo amaba, e incluso llegó a pensar que ella había desistido de casarse debido a eso, sin embargo, su desesperación y las palabras que utilizó cuando luchaba por liberarse de él para ir a rescatar a André no dejaban espacio a dudas.

- "¡No puedo creer que haya sido tan arrogante y ególatra!" - pensó Fersen sonriendo. - "Bueno, ya era hora de que alguien me ponga en mi lugar, y quien mejor que ella..."

Y diciéndose eso a sí mismo, soltó una carcajada.

Había estado a punto de besarla mientras ella sólo podía pensar en André, y se sintió aliviado de no haberlo hecho, ya que esa habría sido una situación realmente embarazosa para él.

- "Las mujeres no dejan de sorprenderme... " - pensó, recordando la triste despedida entre ambos aquel día en el que la reconoció como la condesa con la que había bailado.

Y mientras tomaba el café recién pasado que su sirvienta acababa de poner en su taza, continuó con su reflexión sobre lo sucedido.

- "Oscar... ¿Qué hubiera pasado si en lugar de despedirnos aquel día, hubiéramos iniciado una relación?... Estoy seguro que no hubiésemos durado ni una semana juntos, porque estando a mi lado definitivamente te hubieras dado cuenta de tu error, y seguramente en estos momentos yo tendría el corazón roto..." - pensó riendo. - "¡Ay amiga mía! ¡No debería perdonarte por confundirme así, pero lo hago únicamente porque creo que tú tampoco eras consciente de lo que sentías por André."

Y sonrió mientras recordaba el rostro de conmoción de Óscar luego de que él le repitiera sus propias palabras.

¿Dijiste "mi André"?

Unos segundos después, Fersen trajo a su memoria aquella conversación que había tenido con el leal amigo de Oscar hacía un poco más de dos meses atrás, en un bar de París.

En aquella plática, Hans se había sincerado completamente con él, y André le había dado algunos consejos que él tomó y seguía tomando muy en cuenta en relación a su situación con María Antonieta. Sin embargo, en el comedor de su mansión, el conde comenzaba a notar que - a diferencia de él - André no había sido completamente honesto cuando le comentó sus razones para permanecer al lado de Óscar como su asistente, teniendo la inteligencia, el talento y las habilidades necesarias para hacer cualquier otra cosa.

- "¿Y él?... Después que le ofrecí una vida de privilegios en Suecia... ¿se enlista junto a ella como un soldado más?... Creo que no hay que ser muy perspicaz para entender porqué lo hizo... Él también la ama, pero sí que se ha esforzado en ocultarlo... " - pensó. - "Amigo mío, perdóname... No tenía idea de que tú también estabas sufriendo... Óscar es una aristócrata y tú no, y eso la convierte en un amor prohibido para ti... "

Y al pensar en eso, Fersen bajó la mirada con tristeza y recordó a María Antonieta, su propio amor prohibido. Había pasado casi un mes desde la última vez que habló con ella, y realmente la extrañaba.

De pronto, unos pasos se aproximaron hacia él. Era Sofía, quien elegantemente vestida bajaba a desayunar.

- Buenos días hermano. - le dijo con una radiante sonrisa.

- ¡Sofía! - respondió él, fingiendo estar enojado. - Estuve a punto de hacer el ridículo más grande de mi vida por seguir uno de tus consejos... - le reclamó.

- ¡¿Qué?! - dijo ella, sorprendida.

- Hermana, Óscar no me ama... Así que ve quitándote esas ideas de la cabeza. - le dijo Fersen.

- Pero... - respondió ella angustiada, y Hans soltó una carcajada antes de dirigirse nuevamente a su hermana.

- No me ama. Estoy tan seguro de eso como de que hay un Dios en los cielos. - afirmó muy determinado.

- ¿Pero qué pasó, hermano? - preguntó ella.

- Es muy largo de contar y no me corresponde hacerlo. - respondió. - Todo lo que puedo decirte es que Óscar no me ama, y nunca me amará.

Y tras decir esto, Fersen sonrió satisfecho. Por algún motivo se sentía especial al conocer algo tan importante de la vida de los que consideraba los dos amigos más entrañables que tenía en Francia, sin embargo, Sofía lucía triste, no sólo porque Óscar era la única esperanza que tenía para que Hans olvide a María Antonieta, sino también porque temía que esa seguridad de su hermano tenga algo que ver con lo que Óscar pudiera sentir por Gerodelle, alguien a quien Sofía no había podido olvidar desde el momento en que lo conoció.

...

Unas horas más tarde, y acompañado del sonido de una fuerte lluvia, André leía en su habitación dentro de la mansión de los Jarjayes.

No había salido de ahí en todo el día bajo el pretexto de estar herido, sin embargo, la realidad era que estaba evitando encontrarse con Óscar, ya que no quería verla sabiendo que había vuelto a ver a Fersen.

André era muy consciente de los sentimientos que Hans despertaba en ella cada vez que se encontraban, y no olvidaba el dolor que le había provocado a Óscar tener que despedirse del conde. En ese momento, lo último que él quería era volver a verla sufrir por Fersen: no estaba preparado ni física ni mentalmente para afrontar algo así. La última vez que lo hizo, perdió la cordura a tal punto que se transformó en un hombre que no quería volver a ser, ya que ese hombre fue capaz de faltarle el respeto a la mujer que amaba de una forma que jamás se iba a poder perdonar. No estaba dispuesto a volver a pasar por algo así; deseaba verla, pero no exponiendo nuevamente su corazón a ese sufrimiento.

Mientras tanto, en un salón cerca de la terraza, Óscar reflexionaba sobre sus sentimientos hacia el hombre que había sido siempre su mejor amigo.

De pronto, su nana ingresó a la habitación con una charola en las manos

- Señorita, le traje un poco de chocolate caliente. - le dijo, y puso lo que llevaba sobre la mesa que estaba frente a Oscar.

- Gracias. - respondió dulcemente la heredera de los Jarjayes.

Y luciendo muy angustiada, la abuela volvió a dirigirse a ella.

- ¡Deben haber tenido una experiencia terrible! - exclamó. - Estoy tan asustada que ya no quiero ir de compras a París yo sola. - le dijo.

Y tras beber un poco del chocolate que Marion le había llevado, Oscar se dirigió nuevamente a ella.

- ¿Cómo están las heridas de André? - le preguntó, ya que no lo había visto en todo el día.

- ¡Tuvo treinta y seis heridas en todo su cuerpo! - respondió la abuela escandalizada. - ... pero dice que se esforzará para retornar a las barracas en tres días.

- Ya veo... Me alegro de que sus heridas no sean serias... Que bueno... - le dijo ella aliviada, e interiormente, le agradeció a Dios por haber permitido que André se encuentre bien.

- ¡Ha pasado mucho tiempo desde que no tomaba un día libre! - mencionó Marion, y al escucharla, Oscar rio.

- Es cierto... - respondió. - ¿Cuántas heridas debo tener para tomar mi próximo día libre? - le preguntó a su nana, y dándose cuenta de que Oscar estaba jugando con ella, se molestó.

- ¡Señorita! ¡Usted tiene doce heridas! ¿Cómo puede bromear así? - le dijo enojada, y tras ello, se dirigió a la puerta de salida del salón. - ¡Con su permiso! - le dijo mientras se retiraba.

- ¡Nana, el chocolate está realmente delicioso! - exclamó Óscar, y sonrió alegremente.

Había vuelto a ser ella misma.

Toda esa amargura y todas esas ansias de querer ser alguien que no era habían quedado atrás desde que aceptó el amor que sentía por André.

Ella era una mujer, quizá distinta, pero finalmente una mujer, porque sólo una mujer podía amar tanto a un hombre como ella amaba a André.

Y recordando nuevamente su encuentro con Fersen, Oscar puso su taza sobre la mesa y bajó la mirada, pensando en cómo podía haber dejado que las cosas llegaran a ese punto para descubrir lo que en verdad sentía.

"¡Mi André está en peligro!"

Esas fueron las palabras que ella había gritado frente al hombre al que había amado platónicamente durante todos esos años, descubriendo, también para sí misma, la verdad más grande y maravillosa de su vida.

Y mientras recordaba la escena, escuchó unos pasos conocidos y volvió su mirada hacia la puerta. Era André, quien aún malherido, había llegado a su encuentro para darle una noticia.

- Acabo de recibir un mensaje diciendo que anoche Fersen regresó a salvo a su cuartel. - le dijo a Oscar.

- Ya veo... - le respondió ella, con una dulce sonrisa. - ¿Que tal una taza de chocolate? - preguntó, en un intento de que él se quede un rato más con ella.

- No, gracias. - le respondió él, y se retiró nuevamente a su habitación.

Entonces, Óscar lo siguió con la mirada hasta que su silueta desapareció por el pasillo, y tras ello se puso de pie, se dirigió a la ventana, y recordó la noche anterior, cuando André insistió en que tenían que ayudar a Fersen, pero lo único que a ella le importaba era sacarlo a él de ese lugar y atender sus heridas de inmediato.

- "Si esto hubiera pasado antes, habría sido yo la que hubiera insistido en ir a rescatar a Fersen..." - pensó observando la lluvia, la cual no había parado de caer desde el medio día.

...

Un par de horas después, Óscar se retiró a su habitación. Estaba agotada, pero pensó en leer uno de sus libros favoritos antes de ir a dormir, aunque aún eran alrededor de las seis de la tarde.

Y luego de tomar el libro que se encontraba sobre su mesa de noche, se dirigió a la pequeña mesita que estaba al lado de su piano donde acostumbraba leer, pero cuando estaba a punto de hacerlo, alguien llamó repentinamente a su puerta.

- Adelante. - dijo ella, y Mirelle ingresó con una canasta llena de pasteles y chocolates en las manos.

- Señorita Óscar, el Palacio de Versalles le envió este presente... - le dijo la doncella.

- Gracias Mirelle. Por favor, colócalo sobre la mesa. - respondió Óscar - ¡Pero qué rápido vuelan las noticias! - le comentó a su sirvienta.

- Así parece, señorita. - respondió la joven.

Y casi mecánicamente, sin siquiera leer la tarjeta que venía acompañando a la canasta, Óscar comenzó a separar los pasteles y chocolates que le gustaban a André. Lo hacía desde hacía años cada vez que le llegaba algún regalo de ese tipo de parte de la reina y todos en la casa lo sabían, pero a nadie le parecía extraño, ya que, para todos, ellos eran casi como dos hermanos.

- Señorita, ¿desea que lleve esos pasteles y chocolates a la habitación de André? - le preguntó Mirelle, adelantándose a una posible petición de su ama.

Al escucharla, Óscar se sorprendió. André siempre había sido tan importante para ella que nunca reparó, hasta ese momento, en todos los detalles que ella misma tenía hacia él.

Y luego de permanecer en silencio unos segundos, Oscar se dirigió a su sirvienta.

- ¿André sigue en su habitación? - preguntó la heredera de los Jarjayes.

- Si, casi no ha salido de ahí. - respondió Mirelle, y al escucharla, Óscar se quedó nuevamente en silencio.

- "¿Acaso estará evitándome?" - pensó, y luego dirigió su mirada hacia la joven doncella. - Mirelle, déjame tu bandeja aquí. Yo misma le llevaré estos pasteles y chocolates a André. - le dijo.

- ¿¡Usted?! - preguntó la joven escandalizada, y Óscar sonrió.

- Mirelle, ¿pero por qué pones esa cara?... Si afortunadamente no estoy inválida... - le dijo ella.

- Discúlpeme señorita... No quise decir eso... - respondió la joven.

- Ya puedes retirarte... - le dijo Óscar con amabilidad, y Mirelle salió de su habitación.

Entonces, Óscar acomodó cuidadosamente lo que había separado de su canasta original en la bandeja, y salió hacia la habitación de André.

Unos minutos después, llamó a su puerta.

- ¡Pasa abuela! - gritó él desde su cama, pero no era Marion sino Óscar la que entraba por la puerta, y él se sorprendió al verla. - Óscar, discúlpame, no sabía que eras tú. - le dijo.

- Sé que todos han estado desfilando por aquí para ver cómo estás... ¿Acaso yo no puedo hacerlo? - preguntó ella, en un sutil tono de reclamo.

- Pero qué dices... Claro que sí... - respondió él, algo nervioso. Se sentía extraño viéndola ahí, ya que ella no había entrado a su habitación desde que ambos eran niños.

- La reina me envió un presente, y separé para ti los pasteles que te gustan. - le dijo Óscar sonriendo, y colocó la bandeja que llevaba en las manos en su mesita de noche.

- Gracias. - le dijo él, con una tierna sonrisa.

Luego, ella tomó unas almohadas del amplio sofá que se encontraba cerca de la cama de André, y se acercó a él para colocarlas en su espalda con la intención de que se sienta más cómodo.

- ¿Cómo te sientes? - le preguntó, y se sentó en la silla que se encontraba al lado de su cama.

- Sobreviviré... - le respondió André, feliz de que se haya tomado un tiempo para ir a verlo, aunque también se sentía algo descolocado.

- Hace mucho que no venía por aquí... - mencionó Óscar, y echó un rápido vistazo a la habitación. - No has hecho muchos cambios. Todo está tal como lo recordaba.

- Eso no es del todo cierto... Ese sofá verde que estaba a la derecha lo moví para la izquierda... - le dijo él, y Óscar se soltó en risas.

- ¿Eso es todo? - preguntó ella. - Ese sofá ya tiene muchos años. Voy a pedir que te lo reemplacen por uno más moderno. - le dijo.

- No, por favor, no lo hagas... - le respondió él de inmediato, y ella abrió los ojos sorprendida. - Es que ahí jugábamos ajedrez, y no quisiera que...

Y antes de continuar, André se detuvo. Esos objetos tenían un valor muy especial para él, y de ninguna manera quería deshacerse de ellos.

- Es verdad... - le dijo Oscar. - Aquí jugábamos ajedrez... Y en esta cama jugábamos a la guerra de almohadas... - mencionó ella.

Y en esos segundos, la hija del General Jarjayes recordó lo feliz que fue con él cuando sólo eran unos niños, y mientras lo hacía, lo miró con una gran ternura.

- Yo tampoco quiero que se lleven nuestros recuerdos... Así que dejaremos todo tal y como está. - agregó ella sonriendo, y él también sonrió.

Tras ello, Óscar se levantó, y sin que André se lo esperara le tomó la mano y le dio un tierno beso en la mejilla.

- Te dejaré descansar... - le dijo dulcemente. - Nos vemos luego.

Y tras decir esto, Óscar salió de la habitación ante la mirada confundida de André, que se quedó sin palabras luego de la última acción de quien había sido su más cercana amiga.

...

Un par de minutos más tarde, Marion se dirigió a la habitación de su nieto con un sobre entre las manos. Al ingresar lo encontró paralizado, casi como si hubiese sido testigo de un fenómeno paranormal.

- André, ¿te pasa algo? ¿por qué tienes esa cara? - preguntó la abuela. - Vi salir a la señorita, ¿acaso te dio alguna mala noticia?

- Abuela... ¿A Óscar le revisaron bien ese golpe que tiene en la cabeza? - preguntó André consternado.

- Claro que sí. - respondió la abuela. - Estuve con ella anoche mientras la atendía el doctor. El golpe fue leve, pero si tenía unos cuantos rasguños... ¿Por qué lo preguntas?

- Olvídalo... - respondió él, y se distrajo con lo que había traído Marion. - ¿Qué traes en las manos? ¿Acaso es una carta para mí? - preguntó André.

- Así es... Es una carta de tu tía Juliette que llegó hace unos días, pero como casi no te dignas en aparecer por esta casa, recién te la puedo entregar hasta ahora. - renegó la abuela, y le entregó la carta a un emocionado André, el cual sonrió iluminado al tener aquel sobre entre las manos.

- ¡Muchas gracias abuela! - le dijo.

- Ya sabes que no me agrada para nada Juliette ¿cierto?... - rezongó la anciana, y André lanzó una carcajada.

- Por favor abuela... ¿Acaso todavía no le perdonas que haya querido retenerme en Provenza cuando era un niño? - le preguntó André. - Ya pasaron muchos años desde que eso sucedió.

- ¡Jamás se lo perdonaré! - le dijo la abuela enojada.

- ¡Ay abuela! - respondió André. - Bueno, yo te agradezco que me hayas permitido seguir en contacto con ella y haber podido visitarlos cada año cuando era más joven.

- No dejan de ser tu familia... - respondió Marion. - Ella fue la esposa del hermano de tu madre, y es la madre de los dos únicos primos hermanos que tienes de ese lado.

- Y yo los quiero mucho abuela... - respondió él, y Marion se dirigió a la salida.

- Volveré a la cocina... ¿Saldrás para cenar? - preguntó la anciana.

- Prefiero cenar aquí... - respondió André.

- ¡Estás más engreído que nunca!... - rezongó la abuela. - Pero bueno, está bien... Te traeré tu comida aquí... - dijo ella, y salió de su habitación.

- ¡Gracias abuela! - gritó André desde su cama, y volvió a mirar con ilusión la carta de su tía.

...

Fin del capítulo