Capítulo 7

Juliette

Ya había oscurecido, y en su habitación, André buscaba ansiosamente el pequeño abrecartas que guardaba en su mesita de noche para saber el contenido del pesado sobre que tenía entre las manos.

- "¿Habrá intentado hacer lo que le pedí?" - se preguntaba, mientras recordaba la carta que le había escrito hacía menos de dos meses a aquella mujer a la que quería como si fuese su propia madre.

El día que le escribió a Juliette, André estaba devastado. Había decidido alejarse para siempre de la vida de Oscar luego de enterarse que ella había aceptado ir a un baile organizado en su honor, un baile al cual habían sido invitados todos los nobles solteros de Francia, solteros entre los cuales ella debía elegir a quien sería su futuro esposo.

Y siendo consciente de que no sería capaz de soportar verla casarse, decidió que se iría muy lejos luego de cumplir con su compromiso de llevarla al baile, y alineado a esa decisión, le escribió a su tía en esa misma habitación, mientras derramaba lágrimas de dolor al creer que estaba perdiendo irremediablemente a la mujer que amaba.

Sin embargo, luego de que Óscar le dijera que no estaba dispuesta a casarse tan fácilmente, André renunció a la idea de irse; decidió que se quedaría ahí para protegerla como un soldado más dentro de la Guardia Francesa, tal como lo venía haciendo hasta ese momento, pero la carta que le había escrito a su tía ya iba camino a su destino.

La tía Juliette era la viuda del hermano de la madre de André, y era una mujer inteligente y valiente. Había salido adelante con mucho esfuerzo luego del fallecimiento de su esposo cuando apenas tenía veintidós años, y tenía dos hijos, Jules, quien era un año menor que André, y Camille, un año menor y medio menor que Jules, los cuales eran los únicos primos hermanos del fiel compañero de la heredera de los Jarjayes.

André sabía que aquella carta que le había mandado a su tía era la respuesta a la carta que él le envió antes de decidir que permanecería al lado de Óscar, y si bien creía que era muy pronto como para que Juliette haya ejecutado alguna acción relacionada a un favor que le pidió, tenía una gran curiosidad por saber que tenía que decirle.

Dado que por recomendación del médico debía evitar usar el brazo derecho, se tardó un poco más de lo normal en la búsqueda de su abrecartas, pero finalmente lo encontró, y con cuidado abrió el sobre, sacó la carta que había en su interior, y empezó a leerla.

Mi querido André,

¡Cuanta alegría siento al recibir noticias tuyas! Hace mucho que no nos escribías, y estaba comenzando a preocuparme.

En tu carta me dijiste muchas cosas, y no te preocupes, te responderé a cada punto con detalle, pero antes debo preguntarte si estás bien, porque nunca antes, a pesar de mi insistencia, te había sentido tan determinado a establecerte aquí en Provenza, cerca de nosotros, y si bien me siento la persona más feliz del mundo por la decisión que has tomado, por alguna razón intuyo que algo grave tuvo que haber pasado para que te alejes del lugar al que siempre consideraste tu hogar, pero ya tendremos tiempo de conversar personalmente cuando estés aquí.

Estoy segura de que esperas con ansias saber los pasos que dimos en relación a tu petición, y me alegra informarte que todo ha salido mejor de lo que esperábamos.

¿Recuerdas la parte de la ciudad que visitamos en tus últimas vacaciones aquí?... ¿La que estaba a casi una hora de nuestra casa, y que te gustó mucho?... Pues antes que me escribieras tu primo Jules me había comentado que el dueño de la villa más linda de esa zona había decidido venderla, por eso luego de que recibí tu carta no perdimos ni un minuto y nos contactamos con él.

¡Debo anunciarte que esa villa ahora es toda tuya!

No te imaginas lo emocionada que me siento al darte esta noticia...¡Quisiera haberlo hecho en persona para ver tu cara de felicidad!

Aún no conozco la villa. Está a una hora de donde nosotros vivimos y no he podido ir a verla, pero sé por tu primo Jules que es muy bella y muy próspera. Él se encargó de adquirirla y me hizo llegar las escrituras, las cuales ya se encuentran a tu nombre, y están en este mismo sobre.

Debo decirte algo: La propiedad es más grande de lo que tu tenías en mente. Para que tengas una idea, es casi del tamaño de la mitad de nuestra villa, y debido a eso, el dinero que nos hiciste llegar sólo cubrió el 50% de su costo. El 50% restante lo cubrimos con una parte de las ganancias que has acumulado por ser el dueño de la mitad de la villa que perteneció a tu abuelo, y que yo me he encargado de administrar todo este tiempo. Dado que me pareció una excelente inversión, no dudé en tomar la decisión de utilizar esos fondos en la compra de tu nueva villa, pero no te preocupes, porque eso no ha significado que hayamos tocado tu patrimonio, sólo una parte de tus ganancias.

Jules se mudó a tu nueva propiedad para dejar todo listo para tu llegada, como sabes, desde hace muchos años él me estaba ayudando con la administración de nuestra villa, sin embargo, decidió que tú necesitas más ayuda ahora por lo que me pidió que te diga que no te preocupes, porque él se encargará personalmente de todo hasta que tú llegues y puedas contratar a tu propio administrador.

También me pidió que te envíe la lista de gastos e ingresos que ha generado tu villa hasta el momento, y yo aprovecho también en enviarte toda la contabilidad de la villa de tu abuelo, tal como lo he venido haciendo todos estos años.

¿Cuándo vas a venir?... Tu prima Camille está loca por verte.

Te cuento que por acá todos estamos muy bien. Gracias a Dios, al ser ésta una provincia que está tan cerca de Italia, no nos ha afectado en gran medida la crisis que vive nuestro país, porque nuestro comercio es principalmente con el país vecino, sin embargo, siempre estamos atentos a lo que pueda pasar de acá en adelante.

Hijo querido, tengo muchas cosas más que contarte, pero prefiero hacerlo en persona, así que me despido por ahora. ¡Cuídate mucho!... Y recuerda que te estamos esperando con los brazos abiertos.

Con amor,

Juliette.

Pd. Tu prima te escribió unas líneas en la otra carta.

Y así finalizó la carta de su tía.

André estaba impactado. Nunca pensó que la petición que le hizo a su tía Juliette aquel desesperado día fuera a concretarse tan pronto.

Siempre quiso tener algo propio porque una parte de su mente, la más emocional, soñaba con fugarse con Oscar y establecerse con ella lejos de Versalles, aún sabiendo que ese era un sueño imposible. Sin embargo, en el momento en el que escribió esa carta, todo lo que quería era tener un lugar para poder huir de ella lo más lejos posible, cosa que finalmente no hizo.

Si bien era cierto que André era en parte dueño de la propiedad que administraban su tía y sus primos en Provenza, a aquella villa nunca la consideró suya, a pesar de que su tía le recordaba todo el tiempo que esa era una propiedad que tanto la madre de André como su difunto esposo habían heredado de su padre en partes iguales, y eso lo convertía a él en el dueño de la mitad de todo.

Aún así, el nieto de Marion nunca había tocado el dinero que se generaba por esa propiedad hasta el momento en que su tía decidió invertir parte de sus ganancias en la nueva villa que ahora tenía, y gracias a eso - y a todo el dinero que había ahorrado durante sus años trabajando para los Jarjayes - ahora tenía algo completamente suyo, y por un momento la idea lo abrumó.

De pronto, unos pasos acercándose a su habitación lo distrajeron, y pensando que podría tratarse de su abuela André escondió su carta.

- Te traje tu cena. - le dijo Marion mientras ingresaba por la puerta.

- Te lo agradezco mucho abuela. - respondió él.

- ¿Y? ¿Qué novedades tienes de tu familia de Provenza? - preguntó la anciana, aunque más por compromiso que por desear realmente saber de ellos.

- Todos están bien abuela. - respondió él, escuetamente.

Y tras dejar la cena de André sobre una pequeña mesa que se encontraba dentro de la habitación, Marion se dirigió a la salida.

- Iré a ver si a la señorita se le ofrece algo. - le comentó a su nieto.

- Está bien abuela. Hasta mañana. - le dijo él, y una vez que se marchó, André tomó nuevamente el sobre donde había estado la carta y sacó las escrituras de la propiedad, las cuales tenían su nombre en ellas.

Al ver aquel documento, su corazón empezó a latir de emoción, sin embargo, aún no procesaba que algo así pudiese ser real.

- "Mi propia villa..." - se repetía a sí mismo, con sentimientos encontrados. - "Mi querida Oscar, como me gustaría poder compartir esta felicidad contigo, y no sólo mi felicidad, sino también esta villa que ahora me pertenece, pero que preferiría que nos perteneciera a ambos."

Y pensando en eso, André se levantó de la cama y caminó rumbo a su pequeña mesa llevando los papeles en las manos. Al llegar, se sentó lentamente debido al dolor que aún le provocaban los golpes de la noche previa, y pensó en lo afortunado que era a pesar de todos sus problemas.

- "Dios mío, gracias por no abandonarme y haber colocado en mi camino a personas que me quieren sinceramente como mi tía y mis primos... Tú mejor que nadie sabes lo duro que será para mí perder la vista, y lo duro que será para mí que Oscar me aleje de su vida cuando descubra que eso ocurrirá irremediablemente... Sé muy bien que ella no me pondría en riesgo, y seguramente me pedirá que permanezca en la mansión al lado de alguien que me cuide, pero para mí eso sería como morir en vida... Por eso, a pesar de tener esos horribles episodios donde todo se me pone borroso, te agradezco por permitirme seguir viendo aún con estas dificultades, por el regalo de tener una familia que me apoya, y por la posibilidad de poder tener un lugar totalmente mío, un lugar que será mi refugio y mi medio de subsistencia cuando me aleje para siempre del ejército y de esta casa..."

Luego, elevó su mirada al cielo, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

- "Señor, si pudiera pedirte un milagro este sería que me permitas conservar la vista para poder proteger a la mujer que amo hasta el final de mis días. Estoy seguro de que nadie en este mundo podría cuidar a Oscar mejor que yo si tengo mis cinco sentidos conmigo, pero si no puedes concederme ese deseo, te pido con todo mi corazón que la hagas desistir de seguir en el ejército cuando me vaya, y que la protejas por mí cuando yo ya no pueda hacerlo..."

Era extraño; una parte de él se sentía feliz, pero la otra parte sentía un gran dolor.

Luego, tratando de relajarse, respiró hondo y tomó el sobre nuevamente, sacó una carta que había quedado en el interior, y mientras la leía, empezó a reír con dulzura dentro de toda su tristeza.

Mi querido gemelo,

Te lo diré sin rodeos: ¡Te necesito aquí ahora mismo!

Mi marido y mis hijos te extrañan mucho... Si, leíste bien... ¡mis hijos! , porque debo anunciarte que has sido nuevamente tío.

Ven pronto; quiero que seas el padrino de mi nuevo bebé.

Te quiero.

Camille

Y sonriendo, André secó sus lágrimas. Las palabras de su prima habían conseguido que él se sienta mejor.

Camille y André tenían una relación muy cercana. Se veían cada año cuando él viajaba a Provenza, y a pesar de que no crecieron juntos, ella lo quería como a un hermano más.

Por su gran parecido físico, la hija de Juliette tenía la costumbre de decirles a todos que André era su hermano gemelo. Lo hacía desde pequeña a pesar de ser menor a él por tres años, sin embargo, muy pocos le creían porque - a diferencia de André - ella tenía cabello castaño y los ojos celestes, sin embargo, sí eran muy parecidos, y a ella le divertía la idea de pensar que eso era cierto.

Y mientras recordaba a su querida familia, André empezó a comer lo que su abuela le había llevado para cenar, contemplando de rato en rato - y con incredulidad - las escrituras de su nueva propiedad.

Mientras tanto, en su habitación de la mansión Jarjayes, Oscar se había quedado profundamente dormida.

- Señorita... - le dijo su nana en voz baja y tratando de despertarla, pero ella no reaccionaba. - Pobrecita... Parece que estaba tan cansada que no tuvo fuerzas ni para cambiarse de ropa... - pensó.

Y tras decir esto, tomó una de las pijamas de Oscar para ponérsela mientras dormía.

- André, André... - balbuceó ella, y Marion la miró con pesar.

- "Pobre de mi niña..." - pensó la nana. - "A pesar de que se hace la fuerte, lo que les pasó ayer fue terrible... y será muy difícil de olvidar..." - se dijo a sí misma.

...

Algunas horas más tarde, Oscar se despertó gritando.

- "¡André!" - fue el primer pensamiento que llegó a su mente, y al despertar, notó que se encontraba a salvo en su cama y no en las calles de París, siendo separada del hombre que amaba por una turba de gente enajenada. - "Solamente fue una pesadilla..." - pensó, aún agitada por el terror que había sentido.

Entonces, tras tomar su bata para cubrirse del frío, decidió bajar al salón para beber un poco de vino y tratar de relajarse, pero grande fue su sorpresa al encontrar a André frente a la chimenea, y en el sillón rojo donde ella acostumbraba sentarse.

- Oscar... - le dijo él, sorprendido de verla despierta a esas horas de la noche, y se levantó para recibirla.

- No, por favor, no te levantes... - le dijo ella dulcemente mientras se acercaba.

Entonces, André volvió a sentarse con dificultad, sin dejar de seguirla con la mirada.

- ¿No puedes dormir? - le preguntó a Oscar.

- Tuve una pesadilla... - respondió ella, y luego de hacerlo se sentó sobre la alfombra mirando hacia la chimenea, justo al lado de él, y unos segundos después, apoyó delicadamente su rostro sobre una de las piernas del hombre que amaba.

Al sentirla, el corazón de André se aceleró, y casi por instinto acercó su mano a la cabeza de su antigua amiga para acariciarla, pero estando a un milímetro de sus delgados y rubios cabellos, se detuvo.

- No te preocupes... - le dijo con ternura, y apoyó nuevamente su mano en el sofá. - Ya todo pasó.

De pronto, ambos sintieron que las puertas de la mansión se abrían, y se pusieron de pie sobresaltados.

Se trataba del General Jarjayes, el cual llegaba a su casa después de algunos días de haber estado fuera.

- Padre... - dijo Oscar, bastante sorprendida. - No tenía idea de que llegarías hoy. - agregó.

- Buenas noches General Jarjayes. - le dijo André a Regnier, igual de sorprendido que ella.

- Oscar... André ... ¡Gracias a Dios que están bien! - dijo aliviado el patriarca de la familia. - Hace tan sólo unas horas me informaron lo que les pasó, y quise venir a ver con mis propios ojos cómo estaban.

- Quédate tranquilo padre... Gracias a Dios ambos estamos bien... - le dijo ella.

- Así es... - agregó André. - Afortunadamente el ejército llegó a tiempo para ayudarnos. - le comentó.

Y luego de una pausa, continuó.

- Es lamentable... Nuestro país se está hundiendo en el caos. Cada día que pasa es peor que el anterior. - dijo André.

- Lo sé... - respondió el general, apesadumbrado. - La situación de toda Francia es terrible, incluso en algunos círculos ya se habla de la posibilidad de convocar a los Estados Generales.

- ¿Qué? - dijo Oscar. - Entonces las cosas son más graves de lo que pensábamos.

- Los Estados Generales no han sido convocados desde 1614. ¿Acaso piensan que es la única salida a toda esta crisis? - preguntó André.

- Así parece... Financieramente las cosas no pintan nada bien para nuestro país. Escuché que quieren añadir nuevos impuestos a los comunes, y por eso están pensando en convocar a los Estados Generales, para conseguir el apoyo del pueblo. - respondió el general. - No sé si llegue a concretarse esto que les comento, pero debemos estar preparados.

Y luego de que el general pronunciara esas palabras, el nieto de Marion y la heredera de los Jarjayes se quedaron en silencio, preocupados.

- Oscar, ¿tu madre está aquí? - le preguntó Regnier a su hija, sacándola de sus pensamientos.

- No, padre. - respondió ella. - Envió un mensajero diciendo que vendría pasado mañana a vernos. Al parecer ha tenido muchas ocupaciones en el palacio.

- Ya veo... - comentó Regnier, algo decepcionado por no poder ver a su esposa.

Y pensando en darles algo más de privacidad, André decidió retirarse.

- Los dejaré conversar... - les dijo amablemente. - Regresaré a mi cuarto e intentaré dormir.

Y tras decir esto, tomó la pequeña manta con la que se estaba abrigando y que había dejado sobre el sofá.

- Buenas noches general. Fue un placer volver a verlo. - le dijo al que aún consideraba su amo.

- Lo mismo digo André. - le respondió Regnier, con una sincera sonrisa.

- Buenas noches Oscar. - le dijo a ella, con la misma voz pacífica de siempre, y luego se marchó a su habitación, mientras Oscar observaba con tristeza cómo se alejaba de ella nuevamente.

Luego de unos segundos, la ahora comandante de la Guardia Francesa avanzó con su padre hacia el salón principal, y ambos se sentaron para conversar.

- Padre... ¿Debes regresar a tu misión pronto? - preguntó ella.

- Sí, debo partir mañana a primera hora. - respondió el general. - Solamente vine para ver si estaban bien, pero en realidad no debería haberme ausentado.

- Ya veo. Muchas gracias por venir a vernos. - le dijo ella, y lo miró conmovida.

- Mi familia también es importante hija. - respondió él, y ella sonrió.

A pesar de su dureza, cada vez que Óscar se encontraba en dificultades el general dejaba todo para estar con su hija, y eso era algo que ella valoraba por sobre todas las cosas.

...

A la mañana siguiente, la heredera de los Jarjayes se dirigió a un pequeño comedor que colindaba con la cocina, y ahí encontró a su nana, la cual se veía muy tranquila poniendo orden en el lugar.

- Mi niña, ¡ya despertó! - dijo la nana. - Le serviré su desayuno ahora mismo.

- Gracias nana. - respondió ella con una sonrisa. - ¿Sabes si mi padre ya se fue?

- Sí, salió muy temprano. - respondió la nana. - No quiso despertarla; me comentó que ayer se quedaron conversando hasta la madrugada.

- Así es, nana. Por eso es que me quedé dormida más de la cuenta. - mencionó ella. - ¿Y André?... ¿Dónde está?

- ¡Ay mi niña!... Sigue en su habitación. - respondió la anciana, en tono quejumbroso. - No quiso salir ni para desayunar. Me pidió nuevamente que le lleve la comida a su habitación.

- Ya veo. - le dijo Oscar, y bajó la mirada con tristeza.

- Está de lo más engreído estos días, pero no soy capaz de decirle nada. Cada vez que lo veo con todas esas vendas se me parte el corazón, y sabiendo eso, se aprovecha de su pobre abuela. - dijo Marion, haciéndose la víctima.

- No creo que sea su intención aprovecharse de ti, nana... - le dijo ella riendo.

- ¡No lo defienda niña!... ¡No se lo merece! - rezongó la abuela.

Tras decir esto, Marión salió rumbo a la cocina para traer el desayuno de la dueña de casa, y unos segundos más tarde lo colocó sobre la mesa de aquel comedor. La nana sabía que cuando su familia no estaba, Oscar prefería desayunar ahí o en el salón que se encontraba frente al balcón, generalmente con André, pero dado que él no estaba, Marión se quedó para acompañarla sin dejar de hacer sus cosas.

- Nana, ayer noté que le llevabas una carta a André... - mencionó Oscar.

- Así es, mi niña. Era una carta de su tía Juliette. - respondió Marion, haciendo un inconsciente gesto de molestia al mencionar el nombre de la madre de los dos únicos primos de André, y Oscar lo notó.

Entonces, tras unos segundos de silencio, la dueña de casa se dirigió nuevamente a Marion.

- Nana, nunca me contaste porque no te llevas bien con la tía de André... - le dijo Oscar con la intención de ahondar un poco más en ese asunto, y sin dejar de hacer sus cosas, Marion respondió.

- Fue por algo que sucedió hace años, por la época en la que viajé a Provenza para traer a André conmigo, luego de enterarme de la muerte de su madre.

Y tras decir esto, Marion respiro hondo recordando aquellos tiempos.

- Juliette no quería que me lo lleve. Me dijo que aunque no compartieran un lazo de sangre, André era parte de su familia y ella podía hacerse cargo de él perfectamente; que a su lado nunca le faltaría nada.

- ¿Y eso era cierto? - preguntó Óscar. - ¿Ella estaba en la capacidad de encargarse de él?

- Entiendo que económicamente sí, mi niña. - respondió Marion. - Ellos tenían una villa muy grande y próspera en Provenza... ¿Sabes?... Eso es algo que hasta el día de hoy me parece un misterio. Nunca entendí como sin ser nobles podían tener una propiedad tan grande al sur de Francia. Mi hijo, que en paz descanse, nunca me contó nada al respecto, y bueno, yo tampoco le pregunté.

- ¿Era de la tía Juliette esa propiedad? - preguntó Óscar.

- No, mi niña. Esa villa perteneció al abuelo materno de André, y al parecer ese hombre no tenía mucho respeto por las normas sociales, ya que en su testamento estipuló que su propiedad debía dividirse en partes iguales para su hijo y para su hija, por tanto, la mitad de esa villa que tienen en Provenza le pertenecía al esposo de Juliette, y la otra mitad le pertenecía a la madre de André. - comentó Marion.

- Eso es muy extraño. - mencionó Óscar. - Porque por ley las herencias pasan de padres a hijos, y no de padres a hijas... ¡Pero qué puedo decir yo!... Si siendo mujer soy la única heredera de mi familia. - mencionó Óscar levantando los hombros con resignación, ya que esa responsabilidad no le había sido nada fácil de llevar.

- Su caso es distinto, mi niña. Su padre la inscribió como hombre... ¡pero no me lo recuerde!... porque cuando eso pasó yo puse el grito en el cielo, pero ese es otro cuento... - dijo la nana, y continuó con su historia. - El caso de la madre de André fue distinto. Ella estaba inscrita como mujer, si no no se hubiese podido casar. Además, a diferencia suya, Isabelle era una plebeya, y yo supongo que por eso las autoridades no hicieron más grande el asunto.

- ¿Y quién tiene esa propiedad ahora? - preguntó Óscar.

- Juliette lleva administrándola desde hace años. - respondió Marion.

- ¿Qué? - dijo Óscar sorprendida, ya que por esas épocas, esas labores estaban destinadas a los hombres.

- Son una familia muy extraña. - complementó Marion.

- Pero nana, hasta ahora no me dices que fue lo qué pasó entre Juliette y tú... - mencionó Óscar con curiosidad. - Lo que entiendo hasta ahora es que ella quería hacerse cargo de André y tenía los medios económicos para hacerlo...

La nana sonrió.

- Es cierto, niña. Es que me distrajo la otra historia. - mencionó la abuela.

Durante todo ese tiempo, Marion no había parado de moverse, y ahora acomodaba los platos en uno de los estantes de aquel salón. Aún así, Oscar la miraba con toda su atención, porque quería saber más acerca de la familia de André y de todo lo que tuviera que ver con él.

La nana continuó:

- Juliette habló conmigo para tratar de convencerme de dejar que André se quede con ella. Primero fue muy amable, y al inicio hasta me conmovieron sus palabras. Me contó que había querido a la madre de André como si fuese su propia hermana porque habían crecido juntas y nunca se habían separado hasta el día de su muerte, y en honor a ese gran cariño que le tenía, había prometido sobre su tumba que se encargaría de su pequeño y que lo amaría como una verdadera madre.

- ¿Y luego qué pasó? - preguntó Oscar, deseando que la historia vaya más rápido. Nunca le habían gustado los chismes, pero esta era una parte importante de la vida de André, y quería saber más sobre ella.

- ¿Que qué pasó?... Pues que obviamente me negué mi niña... Y claro que lo hice, porque André es el único hijo de mi hijo, y de ninguna manera podía abandonarlo a su suerte con alguien con quien sólo tenía un parentesco político, y la cual era una completa extraña para mí. - dijo la abuela.

- Bueno... En eso tienes razón... - dijo Óscar pensativa.

- Cuando le dije que de todas maneras me llevaría a André conmigo Juliette y yo tuvimos una discusión muy fuerte... - recordó la nana. - Por aquel entonces ella tenía unos veinticinco años y yo ya superaba los cuarenta y cinco, pero eso no le impidió decirme cosas terribles.

- ¿Qué cosas te dijo? - preguntó la heredera de los Jarjayes, ya muerta de curiosidad. Y la nana dejó todo lo que estaba haciendo para recordarlo con todo detalle.

- Me dijo que yo no tenía derecho a llevármelo. Que prácticamente no había participado de la vida de André hasta ese momento. Que había preferido criar a las hijas de un extraño antes que estar más presente en la vida de mi propio nieto, y que para André yo era una extraña... Además, me echó en cara que ella si había estado presente en su vida desde el segundo en él que abrió los ojos al mundo, que lo había visto crecer, que lo amaba profundamente, y que por eso estaba segura de que ella sería mucho mejor madre que yo para él. - recordó con indignación la anciana mujer.

Óscar se quedó paralizada; las palabras de Juliette fueron duras, pero había mucha verdad en ellas. No obstante, sabía que si le decía eso a su nana sentiría, por primera vez, el peso de uno de sus cucharones sobre su cabeza. Resultaba obvio que ese era un tema muy sensible para ella, así que prefirió permanecer en silencio para seguirla escuchando.

- Eso sucedió, mi niña. - finalizó la anciana.

En ese instante, uno de los sirvientes apareció en la cocina llevando consigo la fruta que acababa de comprar para la casa, y Marion se dirigió hacia él para traerla hacia donde se encontraba conversando con su niña.

- Ahora entiendo todo, nana. - le dijo Oscar.

- Juliette no podía hacer nada al respecto, por eso reaccionó con esa rabia. La ley me amparaba porque yo era el único familiar directo de André y ella era sólo su tía política. Así que me lo llevé y nunca superamos lo ocurrido.

- Pero cuando éramos niños tú enviabas a André a Provenza cada año para que pueda visitarla a ella y a sus primos... - recordó Óscar.

- Sí, mi niña... Porque una cosa es pelearme con esa mujer, y otra muy distinta es ser cruel con mi propio nieto...

Y tras decir esto, Marion empezó a relatar otros acontecimientos.

- Cuando André llegó a esta casa se acostumbró muy rápido a estar contigo, bueno, a excepción de aquel primer encuentro en el que lo desafiaste con tu espada... - acotó Marion, y Oscar sonrió recordando el hecho. - Sin embargo, cuando llegaba la noche, él no hacía más que llorar hasta quedarse dormido, y yo me preocupé mucho. - le dijo.

Entonces Óscar levantó la mirada hacia su nana, sintiéndose traspasada por una terrible tristeza. No tenía idea de que algo así hubiera ocurrido.

- Bueno niña, no era para menos... Primero pierde a su padre por una enfermedad, al año muere su madre en un accidente y seis meses después yo lo separo de la que había sido su casa y de las personas que habían formado parte de su vida durante sus primeros seis años... - dijo la nana con mucha tristeza. - Realmente no entiendo como es que ese muchacho salió tan normal después de haber pasado por tantas tragedias cuando era niño. - agregó.

Óscar se quedó sin palabras. Luego de escuchar a su nana sintió que amaba a André mucho más de lo que ya lo amaba, y sólo deseaba tener la posibilidad de curar con su amor cada una de las heridas de su pasado, y consolarlo de la misma manera que él la consoló durante la dura niñez que ella misma había tenido al ser educada como un hombre.

La nana continuó.

- Por eso empecé a enviarlo con su tía y sus primos cada cierto tiempo, y la verdad es que a él eso le hacía sentir mucha ilusión. - dijo finalmente Marion.

- Nana... ¿y nunca cambiaste de opinión?, es decir, ¿alguna vez llegaste a pensar que sería mejor para él crecer en Provenza? - preguntó Óscar.

- Lo pensé, mi niña, por supuesto... Sobre todo en esos primeros meses en los que lo vi tan triste. - respondió Marion. - Pero tenía miedo de como podría tratarlo esa mujer hasta que regresó de su primera visita a la villa, y ahí me di cuenta que con todo y lo mal que me cae Juliette, sí cuidaba y quería a André como si fuese su propio hijo.

Y tras un breve silencio, Marion bajó la mirada pensativa.

- Cuando regresó de verlos estaba realmente feliz, y ya no lloraba por las noches. Por eso, un día me armé de valor, y le pregunté si lo que en realidad deseaba era regresar a Provenza para crecer con su tía Juliette y con sus primos Jules y Camille.

- ¿Y qué te dijo él? - preguntó Óscar.

- Me dijo que quería mucho a su tía y a sus primos, pero que te quería más a ti y que por eso quería quedarse a tu lado para siempre.

Nuevamente, Óscar no supo que decir ante lo que acababa de decirle su nana; aquellas palabras pronunciadas por André cuando apenas tenía seis años fueron lo más hermoso que había escuchado en toda su vida. Entonces vino a su memoria aquella infancia que compartió con él, y recordó lo importante que había sido para ella tenerlo como amigo. Ahí, en la mesa de aquel pequeño comedor y frente a su nana, pensó que si alguien le hubiera hecho esa misma pregunta a ella por aquel tiempo, seguramente hubiera respondido exactamente lo mismo que él.

Por otro lado, Marión recordó que lo que había tomado como el inocente comentario de un niño se había convertido en una realidad años más tarde, porque aunque André nunca le había dicho nada acerca de sus sentimientos, ella había descubierto que su nieto estaba profundamente enamorado de la que había sido su compañera de juegos durante su infancia.

- Que ingenuos son los niños... - susurró Marion de pronto, y bajó la mirada con tristeza.

Habían pasado varios minutos desde que empezaron a conversar.

Oscar ya había terminado de desayunar y su nana recogía la vajilla de la mesa para colocarla con cuidado en el lavabo cuando, de pronto, la abuela dijo algo que Oscar nunca pensó escuchar.

- Es extraño... Siempre pensé que algún día Juliette lo convencería de irse con ella, y yo siempre temí que eso ocurra... Sin embargo, si ahora él decidiera irse, ya no me importaría... - dijo la anciana con melancolía.

- Pero qué dices, nana. No creo que hables en serio. - le dijo Óscar, casi indignada por sus palabras.

- No me mal entiendas, niña. Yo quiero mucho a mi nieto... Pero de un tiempo a esta parte, él ya no es el mismo... - le comentó Marion con tristeza. - Antes solía estar contento, bromeaba todo el día y disfrutaba haciéndome renegar... Sin embargo, ahora siento que solo finge felicidad frente a mí para que yo me sienta tranquila. - dijo finalmente la abuela de André, y los ojos de Óscar empezaron a llenarse de lágrimas.

De espaldas a ella, y sin darse cuenta de cómo le afectaban sus palabras, Marion continuó con su discurso.

- Ayer, cuando le entregué aquella carta de su tía, noté por primera vez en mucho tiempo un brillo de genuina alegría en su mirada... y eso es algo que extrañaba mucho ver... - le dijo Marión, llena de tristeza. - Por eso no me importaría que se vaya. Prefiero eso a que se quede aquí siendo infeliz.

Quizás inconscientemente, lo que buscaba Marion al decirle eso a Oscar era que libere a su nieto y que lo deje ser feliz lejos de ella, a pesar de que la heredera de los Jarjayes nunca había hecho nada para retenerlo.

Mientras tanto, Óscar se sentía devastada. Le habían dolido tanto las palabras de su nana que temió que ella se dé cuenta de lo afectada que estaba, así que decidió salir de ahí.

- Nana, debo retirarme. - le dijo, y salió de inmediato de la habitación ante la mirada confundida de Marion, la cual volteó a mirarla sin entender por qué se había ido tan repentinamente.

...

Fin del capítulo