Capítulo 9

Una pieza para el piano

En la cocina de la mansión Jarjayes, Brigitte, una de las sirvientas de la casa, se había tomado un descanso cuando, de pronto, vio entrar a Mirelle presa del llanto.

- ¡Mirelle!... ¿Pero por qué lloras así?... ¿Qué ha pasado?... - preguntó Brigitte, preocupada de ver así a su compañera. - No me digas que te peleaste con Thomas...

- ¡Me odia! - le respondió Mirelle, entre sollozos.

- ¡Pero qué dices!... ¡Thomas te adora! - replicó Brigitte.

- ¡No Thomas!... ¡André!... - le dijo a Brigitte.

- ¿¡Qué?! - exclamó su compañera. - ¿¡Acaso estás así por él?! - le preguntó sorprendida.

Pero Mirelle no respondió; sólo lloraba cuando, repentinamente, Stelle - una de las cocineras más antiguas en la mansión - entró por la puerta.

- Niña, ¿pero qué pasa contigo? - le preguntó a la desconsolada joven.

- Pues creo que se peleó con André, porque me acaba de decir que él la odia. - respondió Brigitte.

Y enojada, Mirelle volteó hacia ella; no se suponía que le dijera a Stelle algo como eso. Y dándose cuenta de su error, la joven prefirió irse antes que encolerizar más a su amiga con sus infidencias.

- Ehhhh... ¡Olvidé que tenía que regar las plantas de la entrada! - dijo Brigitte nerviosa, y salió corriendo a toda prisa.

Ya estando solas, Stelle - que tenía la edad suficiente como para ser la madre de Mirelle - se acercó a ella para tratar de consolarla.

- ¿Pero que ha pasado? ¿Por qué dices que André te odia? - le preguntó Stelle.

- Se molestó conmigo... - respondió Mirelle muy afligida. - Sin pensarlo le dije algo fuera de lugar con respecto a la señorita, y...

- ¿¡Pero qué le dijiste, niña!? - preguntó Stelle, bastante inquieta.

- No lo puedo repetir... - le dijo la joven sollozando.

- Ten cuidado Mirelle. La situación no está como para que pierdas el trabajo por ofender a uno de los miembros de la familia. - le aconsejó Stelle. - Sabes que ellos son muy buenos patrones, pero no podemos abusar.

- ¡No sé ni siquiera por qué le dije algo como eso! - replicó Mirelle. - Ahora él me odia... - y tras decir esto, continuó con su llanto desconsolado.

- ¡Por favor, Mirelle!... ¿André?... ¿Odiarte? - le dijo Stelle riendo. - Ese muchacho no es capaz de odiar a nadie.

- ¡Tendrías que haber visto como me miró! - le dijo la sirvienta.

- ¡Pues discúlpate y ya está! - le aconsejó Stelle tranquilamente.

- Ya le pedí disculpas, y él me dijo que las aceptaba. - respondió Mirelle.

- ¿Entonces? - preguntó la cocinera, sin entender por qué ella le daba tanta importancia al asunto cuando él ya la había disculpado.

Tras ello, ambas se quedaron en silencio, pero luego de unos segundos, Mirelle se secó las lágrimas con las manos y se dirigió nuevamente a Stelle.

- André y yo siempre nos hemos hecho bromas y se supone que somos amigos, pero... - decía Mirelle con la voz entrecortada.

- ¿De qué te sorprendes?... No puedes decir algo inapropiado sobre la señorita frente a él... ¿Acaso no sabes que son muy unidos? - le dijo Stelle, muy segura de sus palabras.

- ¡Pero son tan distintos! - replicó Mirelle. - Él es tan cercano a nosotros, y ella... No puedo negar que casi siempre es amable con todos los que trabajamos para su familia, pero es tan seria... ¡La verdad no entiendo porqué André le tiene tantas consideraciones!... La mayoría de veces que los he visto juntos ella es muy fría con él.

Entonces, Stelle tomó un pañuelo de la cocina y se lo acercó a la muchacha.

- Mirelle, creo que estás subestimando el cariño que la señorita y André se tienen. - le dijo la cocinera. - Ellos se conocieron a muy corta edad, y prácticamente crecieron juntos.

Y mientras la joven sirvienta secaba su llanto con el pañuelo, Stelle continuó.

- Yo los he visto correr y jugar muy felices en esta misma cocina cuando apenas eran unos niños. Es cierto que tienen personalidades muy distintas, pero en su interior son más similares de lo que parecen.- le dijo.

Mientras tanto, Mirelle trataba de calmar su llanto y, por su parte, Stelle seguía tratando de hacerle entender a la doncella la relación que existía entre André y Óscar a vista de los miembros más antiguos de la casa.

- Ellos se quieren mucho, y son muy leales entre sí. - mencionó la cocinera. - Sí, sé perfectamente que no lo parece, pero estoy segura de que la señorita haría lo que fuera por André, y él también por la señorita. Por eso no puedes decir nada inapropiado sobre ella frente a él, porque la única que saldría perdiendo serías tú, como ya lo has comprobado.

Tras escucharla, las lágrimas de Mirelle, que ya habían cesado, volvieron a caer por sus mejillas, y a Stelle eso le pareció bastante anormal.

- Mirelle, discúlpame que te lo diga, pero no entiendo porqué sufres tanto. - le dijo a la joven, tratando de que reaccione. - Podría esperar un comportamiento así de Beatrice, de Anne, o incluso hasta de Brigitte, pero no de ti, que siempre has sido la más juiciosa de todas.

Y mirándola fijamente, Stelle prosiguió.

- Te sugiero que intentes controlar tus emociones, porque cualquiera que te viera ahora pensaría que estas sufriendo un ataque de celos porque André salió en defensa de la señorita, y eso no sería justo para Thomas, con quien supuestamente te vas a casar dentro de poco.

Entonces Mirelle dirigió su mirada hacia Stelle, sorprendida por sus palabras, y sin saber que decir, salió corriendo hacia su habitación.

...

Al día siguiente, las cosas fluían pacíficamente en la casa del General Jarjayes.

Uno de los discípulos del doctor Lassone se había presentado ahí desde temprano para revisar la evolución de las heridas de Oscar y André, y en ese momento se encontraba retirando los vendajes que mantenían inmovilizado el brazo derecho del nieto de Marion.

Luego de examinarlo, se dirigió a él con una sonrisa satisfecha.

- Ya puede empezar a utilizar su brazo, pero, por ahora, por favor evite hacer grandes esfuerzos con el. - le dijo el galeno, y André sonrió emocionado.

Por su parte Oscar, que había estado presente desde el momento en el que a él le retiraban los vendajes del brazo, estaba más que feliz de saber que el hombre que tanto amaba poco a poco se estaba recuperando. Ella misma sentía que los golpes que había recibido le dolían cada vez menos, aunque no lo suficiente como para volver al cuartel; de todas maneras, le había prometido a André que regresarían juntos, así que no tenía intenciones de volver por lo menos hasta la siguiente semana.

- Doctor, ¿cómo se encuentran las otras heridas de André? - preguntó Oscar.

- Todo ha evolucionado bastante bien. - respondió el doctor, mientras guardaba sus cosas. - Pero de todas maneras regresaré mañana para ver como siguen. Por ahora me retiro.

- Lo acompaño a la puerta, doctor. - le dijo André.

- No se preocupe. - respondió el galeno. - Conozco el camino.

- Muchas gracias por todo. - le dijo Oscar, y luego de despedirse, el discípulo de Lassone se marchó.

Entonces, mirando sus dedos, André empezó a abrir y cerrar su mano derecha para tratar de desatrofiar los músculos que habían permanecido inmovilizados en esos últimos dos días, y estaba tan concentrado en ello que no notaba que Oscar lo miraba extasiada, sin poder pensar en otra cosa que no fuera lanzarse a sus brazos para fundir su cuerpo contra el suyo, y así poder estar tan unida a él que ya nada ni nadie pudiera separarlos.

De repente, Marion ingresó a la habitación, y la heredera de los Jarjayes fue obligada a retornar a la realidad.

- El doctor me acaba de decir que ambos están mejor de lo esperado. - mencionó la abuela.

- Así es nana. Hemos corrido con mucha suerte. - puntualizó Oscar, algo descolocada por la repentina aparición de la anciana, y con el corazón agitado.

- ¡Suerte hubiera sido no tener que pasar por todo eso niña! - rezongó la abuela, y salió nuevamente hacia la cocina.

Y mientras veía como la silueta de su abuela desaparecía por la puerta, André bajo con cuidado el brazo percibiendo, para su sorpresa, que ya no sentía ningún dolor, y tras ello, llevó su mirada hacia Oscar, la cual ya lo estaba mirando.

- André, ahora que ya estás mejor, ¿podemos almorzar en el comedor? - le preguntó ella sonriendo dulcemente, y André la miró pensativo.

Sin siquiera preguntarle, la noche anterior Oscar se había presentado en la habitación de André a la hora de la cena - tal como lo había hecho previamente en el almuerzo - y esa mañana había hecho lo mismo a la hora de desayunar, dándoles indicaciones a las sirvientas para que le sirvan las comidas junto al que había sido su compañero de juegos en la niñez.

Por su parte, el nieto de Marion se encontraba demasiado confundido por todas las atenciones que Oscar estaba teniendo hacia él. "¿Acaso se está comportando así porque se siente culpable del ataque en Saint Antoine?" - se preguntaba. En la mente de André ni siquiera cabía la posibilidad de que ella estuviera comportándose así para demostrarle su amor, ya que tenía muy presente el día en el que Oscar le dio entender - frente a Alain - que era libre de casarse con Diana o con cualquier otra, y para él ninguna mujer enamorada sería capaz de decir algo como eso.

La hija de Regnier de Jarjayes sabía perfectamente que había herido profundamente al hombre más importante de su vida, no sólo con ese comentario, sino con muchas otras cosas más, y estaba dispuesta a todo para reparar el daño que sin querer le había hecho.

Y ahí, en la habitación de André, Oscar esperaba la respuesta a su pregunta, pero al ver que él no respondía, volvió a tomar la palabra.

- Si aún no te sientes con fuerzas podemos seguir comiendo aquí... - le dijo, sin ninguna intención de rendirse.

Entonces André suspiró. Interiormente lo que en realidad temía era descubrir en la mirada de la mujer que amaba el recuerdo de Fersen, el único hombre por el que se sentía desplazado cada vez que retornaba a la vida de Oscar. Sin embargo, a pesar de que pensaba que lo más sano para él era mantenerse distante de ella mientras olvidaba su reciente encuentro con el conde, le dolía rechazarla, sobre todo porque Oscar estaba siendo muy insistente en el asunto de comer a su lado. Además, las últimas veces que había estado con ella no había notado ni una sola vez que el conde esté presente en sus pensamientos, por el contrario, ella estaba muy pendiente de él, y de lo que pudiera necesitar.

- Oscar, si así lo deseas podemos comenzar a comer en el comedor. - le dijo, después de unos segundos .

Al escucharlo, el rostro de Oscar se iluminó de felicidad, y no por el hecho de almorzar fuera de la habitación, sino porque sentía que poco a poco estaba ganándose nuevamente la confianza del hombre que amaba.

- Perfecto. - le respondió ella, y luego de una pausa volvió a dirigirse a él. - André, quisiera que escuches la nueva pieza de piano que he aprendido, y me digas lo que opinas. - le dijo, y André sonrió con ternura.

- Está bien, Oscar. - le respondió él, y de inmediato, ella tomó con cuidado su mano recién recuperada para dirigirlo a su habitación.

Y sin soltarlo mientras caminaban por los largos pasillos de la mansión, Oscar le comentaba con emoción la historia de la melodía que recientemente había descubierto.

- Fue escrita hace seis años, pero yo no sabía de su existencia hasta que Hortense me envió la partitura por correo, insistiéndome en que la aprenda. - le dijo, pero él se mantuvo en silencio casi hipnotizado por sentir la suavidad de la piel de su amada mientras caminaba a su lado. No había sostenido aquella mano - al menos no por tanto tiempo - desde que ambos eran unos niños.

Tras unos minutos, llegaron a la puerta de la habitación de Oscar. No obstante, la última vez que André había estado en esa alcoba fue aquel fatídico día en el que se propasó con ella, y al recordar aquel evento se sintió repentinamente atormentado y la soltó de inmediato.

- ¿Estás bien? - le preguntó ella, preocupada por su reacción.

- Lo siento, de pronto sentí un dolor en la mano... - le respondió él para tratar de justificarse y fingió tranquilidad, pero le agobiaba la idea de que ella, estando ahí con él, pudiera recordar aquel terrible día. Oscar, sin embargo, le había perdonado ese hecho hacía mucho tiempo, y ya ni siquiera lo recordaba.

- Perdóname... - le dijo ella tiernamente. - No quise hacerte daño...

Y tomando nuevamente su mano con más cuidado del que había tenido antes, ingresó con él a la habitación.

Ya dentro, la heredera de los Jarjayes se dirigió a su piano, y André se sentó en uno de los sofás que estaba dentro de la habitación para escucharla.

Dado que el sofá se encontraba colocado en dirección opuesta al instrumento, giró su cuerpo para poder observarla, apoyando uno de sus brazos y su mentón sobre el espaldar de ese mueble. No era la primera vez que se sentaba de esa manera para escucharla tocar, sobre todo cuando se trataba de una pieza nueva.

- La última vez que toqué esta pieza estaba pensando en ti... - le confesó ella de repente, y tras decir esto, empezó a tocar el piano.

André estaba impactado, no sólo por que esta vez las palabras de Óscar habían sido demasiado directas, sino también porque la última vez que había escuchado esa misma melodía, una mañana antes, había asumido que ella la estaba tocando pensando en Fersen. No obstante, y casi como si quisiera aclararle algo que ella no tenía como saber, ahora le confesaba que era en él en quien pensaba en aquel momento.

- "Pero que pretendes, Oscar... ¿Acaso te estás burlando de mí?" - pensaba André mientras la observaba tocar, sintiendo como su corazón empezaba a latir rápidamente y preso de sus emociones.

Se sentía confundido. La Óscar que él conocía sería incapaz de ser tan cruel como para jugar con sus sentimientos, pero lo que estaba pasando no tenía sentido. Durante muchos años ella había tenido momentos así con él, momentos en los que parecía que lo amaba, y durante esos años, André llegó a pensar que, en el fondo de su corazón, Oscar sentía verdadero amor por él.

Sin embargo, ahora estaba convencido de que ella no le correspondía, y por eso no entendía porqué se estaba comportando así con él. Quizás antes era justificable que ella lo ilusionara sin darse cuenta ya que Oscar no conocía sus sentimientos, pero ahora todo era distinto; él le había confesado que la amaba desde hacía mucho tiempo, y siendo así, no tenía derecho a jugar así con él.

- "No, no debo pensar mal de ella..." - se repetía el nieto de Marion mientras escuchaba la hermosa pero por momentos desesperada melodía que ella interpretaba. - "Seguramente lo que quiso decir es que vine a su mente por alguna razón trivial mientras tocaba."

André también pensó que, muy probablemente, en los últimos días, ella sólo había estado tratando de ser amable con él porque había salido muy lastimado luego del ataque a su carruaje, y decidió no darle más vueltas al asunto.

Aún así la amaba, la amaba con un amor infinito, valiente, leal y sin condiciones, pero su amor estaba resignado a la soledad, porque no tenía la esperanza de algún día ser correspondido.

Mientras la escuchaba tocar el piano, André pensaba que ella era la única mujer a la que él amaría, ya que no podía engañarse a sí mismo pensando que algún día la olvidaría, incluso si tuviera que alejarse de ella cuando quedara totalmente ciego, cosa que le aterraba, sobre todo porque sabía que el día que eso pasara nunca más tendría la posibilidad de ver su hermoso rostro, aquel rostro que en esos momentos lo tenía absolutamente cautivado.

De pronto, la música cesó, y André salió de su ensimismamiento, alertado por una repentina expresión de dolor en el rostro de la mujer que amaba.

Entonces, lentamente, Oscar se llevó una mano a la frente y sintió una ligera humedad a través de los vendajes que el doctor le había cambiado esa misma mañana, se miró los dedos y notó sorprendida que estaban manchados con un ligero rastro de sangre.

De inmediato, André se levantó del sofá y se acercó a ella, tomó su rostro entre sus manos y lo levantó un poco para observar su frente, preocupado por aquel repentino sangrado.

- No te preocupes... - le dijo mientras la examinaba. - No creo que tu herida se haya abierto. Sólo es un poco de sangre.

Y tras decir esto, bajó la vista hacia su rostro y se encontró frente a frente con sus grandes ojos color zafiro, los cuales miraban sus ojos verdes completamente cautivados.

El tiempo se detuvo. Al contemplarla tan de cerca - mientras permanecía hechizado por su mirada - los minutos no pasaban para él. Y ahí, frente a su rostro, su corazón empezó a latir con tanta fuerza que no podía siquiera escuchar sus propios pensamientos.

Ella sentía lo mismo. Estaba ahí, justo frente a él, cerca, demasiado cerca, sintiendo como si una fuerza la atrajera físicamente a él, una fuerza tan poderosa como la gravedad misma, y ahí, con el rostro sostenido por las manos del hombre que amaba, todo lo que deseaba era dejarse llevar por lo que sentía, sin importarle absolutamente nada de lo que pudiera pasar a su alrededor. No obstante, él la soltó repentinamente, y se alejó de ella esquivando su mirada con temor.

- Óscar, le diré a mi abuela que venga a cambiarte los vendajes. - le dijo.

Y consternado, salió rápidamente de la habitación.

- "Óscar... Mi amada Óscar... Estabas tan cerca... tan cerca..." - pensaba él , mientras avanzaba por el pasillo. - "Tu tez tan blanca... tu pelo dorado... tu profunda mirada... Si me hubiera acercado más a ti no hubiese podido evitar besarte, y rompería mi promesa de no volver a hacerlo..."

Angustiado, ingresó a una de las habitaciones vacías de la mansión, y cerró la puerta apoyando su espalda en ella.

- "Por eso tengo que huir de ti..." - pensó, sintiéndose miserable una vez más. - "Si tan solo me amaras... Si tan solo me amaras Óscar... nos iríamos lejos a empezar juntos una nueva vida... Y yo, aún si me quedara ciego, te cuidaría y te amaría como nadie más podría hacerlo en este mundo... Pero de nada me sirve amarte como te amo, de nada me sirve, porque tú nunca corresponderás a mis sentimientos, haga lo que haga, nunca me amarás... "

Mientras pensaba en ello, no pudo evitar llenarse de tristeza, pero luego respiró hondo y trató de reparar por sí mismo el corazón que con sus propios pensamientos acababa de romper, muy decidido a continuar con su propósito: el de proteger a la mujer que amaba mientras sus fuerzas se lo permitieran.

...

Fin del capítulo