Capítulo 10

Una aristócrata y un plebeyo

En su habitación, y con el corazón latiendo a mil por hora, Oscar seguía paralizada luego de haber estado a punto de besar a André, y luego de ver cómo él salía raudamente de su habitación con el pretexto de pedirle a su abuela que le cambie los vendajes cuando era claro que todo lo que había querido era huir de ella.

En ese instante, Beatrice - que era una de las sirvientas de la casa - apareció en la habitación con una bandeja de plata que sostenía una jarra de té y una pequeña taza de porcelana, y al verla, la hija de Regnier salió de su inicial desconcierto para dirigir su mirada hacia el rostro de la joven.

- Señorita, su nana me pidió que le trajera un poco de té. - le dijo Beatrice.

- Muchas gracias. - respondió ella, aunque se veía sorprendida, casi asustada, tanto que la sirvienta no pudo evitar notarlo.

- ¿Se encuentra bien señorita Oscar? - le dijo preocupada.

Y tratando de fingir naturalidad, Oscar se levantó del elegante asiento que acompañaba a su piano, y se dirigió a la mesita donde acostumbraba tomar el té.

- Si Beatrice, estoy bien. - le respondió, mientras se sentaba. - Pasa por favor... - le dijo, y la joven sirvienta llevó la bandeja hacia ella y la dejó sobre la mesa.

- Con su permiso señorita. - y diciendo esto, se marchó.

Y notoriamente preocupada, la heredera de los Jarjayes se tomó la frente con las manos y reaccionó conmocionada a lo que acababa de pasar.

- "He sido terriblemente descuidada." - pensó. - "Si André no se hubiera ido lo habría besado, y Beatrice hubiese sido testigo de todo eso."

Y dirigiendo su mirada hacia la fina jarra de porcelana donde se encontraba el té que le había enviado su nana, continuó con su reflexión.

- "Si ella o cualquier otra persona hubiese visto algo así, la vida de André correría peligro, porque por nuestra diferencia de clases sociales no está permitido que nosotros tengamos una relación."

Y pensando en esto, Oscar dio un colérico golpe sobre la mesa.

- "Mi amor por él me ha cegado tanto que ni siquiera había considerado el hecho de que yo soy una aristócrata y André no..." - se dijo, sorprendida por la fuerza que podían llegar a tener sus sentimientos para llegar a bloquear de su mente algo tan importante como eso. - "Si entre nosotros llegara a pasar algo y mi padre se enterara de ello no sé de lo que sería capaz... Realmente no sé cómo tomaría algo así, porque para él la tradición de la familia Jarjayes vale más que cualquier otra cosa..." - pensó.

Y sintiéndose angustiada por no saber aún como manejar una situación como esa, se sirvió un poco de té y llevó la taza a sus labios mientras pensaba que - a pesar de no tener todas las respuestas en ese momento - lo que sí sabía era que amaba a André con todas las fuerzas de su corazón, y no estaba dispuesta a renunciar a él por algo como eso.

Mientras tanto él, ya más tranquilo, salió de la habitación donde se encontraba y bajó a la cocina en busca de su abuela, encontrándola haciendo la lista de las compras para la semana.

- Abuela, ¿podrías subir a cambiarle los vendajes de la frente a Oscar?... Se mancharon con un poco de sangre. - le dijo.

- ¡Hasta que al fin te veo por aquí! - le dijo la abuela en tono de reclamo, y André la miró resignado ya que ya esperaba que le sacara en cara algo como eso.

De pronto, Mirelle apareció en la cocina con un cesto de fruta, y se impresionó al encontrar ahí a André. No se habían visto por la casa desde el incidente de la tarde anterior, y al recordar el hecho la invadió la angustia, pero él le sonrió con la misma amabilidad de siempre y como si nada hubiese pasado.

- Hola Mirelle. - le dijo, y se acercó a ella para ayudarla con el pesado cesto. Para André su ofensa había quedado totalmente superada luego de aceptar sus disculpas, y no había vuelto a pensar en eso. - ¿Dónde pongo esta fruta? - le preguntó.

- En la mesa está bien. Gracias, André. - respondió ella tímidamente.

Y tras poner el cesto sobre la mesa, André se dirigió a su abuela.

- ¿Subimos? - le preguntó.

- Sí. Vamos hijo. - dijo la abuela, y ambos subieron a la habitación de Oscar.

Mientras tanto, en su alcoba, ella estaba sentada frente a su mesita para el té, pero parecía triste, y - al ingresar a la habitación juntó con su abuela - André pudo notar que algo le pasaba, y se sentó a su lado.

- ¿Estás bien? - le dijo preocupado.

- Sí. - respondió ella, pero no era cierto, porque la verdad era que estaban pasando muchas cosas por su mente.

- Mi niña, no te muevas. Enseguida te curo nuevamente. - le dijo la nana, y empezó a sacarle los vendajes que tenía sobre la frente.

Y luego, tomó una pequeña gaza con alcohol y la aproximó a la herida de Oscar para desinfectarla, provocando que ella hiciera un leve gesto de dolor.

- ¿Te duele? - le preguntó André.

- Un poco... - respondió Oscar, mirándolo dulcemente.

Entonces, casi sin pensarlo, el nieto de Marion tomó una de sus manos entre las suyas, y le devolvió la tierna mirada que ella le había dado antes.

- Si te duele más puedes apretar mi mano. - le dijo André, con una sincera sonrisa. - Pero si vas a apretar muy fuerte aprieta mi mano izquierda, porque ya viste que no soy capaz de vivir sin mi mano derecha... - le dijo bromeando.

- ¡Eres un exagerado! - exclamó la abuela al escucharlo, aunque concentrada en su labor.

Mientras tanto, al sentir la suave piel de su más cercano amigo, una repentina felicidad invadió el corazón de la hija de Regnier, y apretó ligeramente la mano izquierda de André, pero no porque sintiera dolor sino porque no quería que la soltara.

- "¿Qué voy a hacer?" - pensaba Oscar mientras se dejaba curar por su nana. - "Dios mío... No me separes de él... Dame las respuestas que me faltan para encontrar la forma de mantenerme al lado de André para siempre... Para ti todos los seres humanos son iguales, no permitas que las reglas absurdas del mundo en el que vivimos me separen del hombre que amo..."

Un par de minutos después, la abuela empezó a colocar vendajes nuevos sobre su frente, y al terminar su labor, volvió a dirigirse a ella.

- Ya está mi niña. - le dijo.

- Gracias nana. - le dijo ella dulcemente, y tras despedirse, Marion se marchó.

Entonces André, que estaba al lado de Óscar, se puso de pie y caminó hacia el piano.

- La pieza que tocaste es realmente hermosa, y te salió muy bien... al menos hasta donde pude escucharla... - le dijo con una sonrisa.

- Gracias... - le respondió ella.

Y acercándose a la puerta, André le dijo:

- Óscar, ¿quieres dar un paseo al lado del río con los caballos en un rato más?... Los pobres llevan dos días en el establo y de seguro nos extrañan.

- ¿Pero ya te sientes bien como para cabalgar? - le preguntó ella.

- No para cabalgar. Aún tengo varios golpes que me duelen como para montarme en un caballo. En realidad solo era para llevarlos a pasear. - respondió él.

- ¡Ah!... Me parece una excelente idea. - respondió ella. - ¿Pero vamos después de la comida?... Quisiera descansar un poco...

- De acuerdo. - le dijo él.

Y en ese momento, Mirelle se acercó a la puerta de la habitación, trayendo muchos sobres en las manos.

- Señorita, le traje su correspondencia. - le indicó la joven, y dejó las cartas sobre su buró.

- Gracias, Mirelle. - respondió Óscar.

- Vaya, vaya... - le dijo André. - Hace tiempo que no recibías tanta correspondencia junta. Seguro que a estas alturas ya todos se enteraron de lo que pasó en Saint Antoine. - puntualizó.

- Eso es seguro. - respondió ella. - Ya sabes como son las cosas en la corte...

- Tal parece que sigues siendo muy popular por allá aunque ya no frecuentes el palacio de Versalles. - le dijo, y luego dirigió su mirada a Mirelle. - Mirelle, ¿a qué hora servirán la comida?

- A la una de la tarde, como siempre. - respondió la doncella. - ¿Se les ofrece algo más?

- No, Mirelle. Ya puedes retirarte. - le dijo Óscar.

- Con su permiso. - dijo la joven, y luego se marchó.

- Yo también me retiro. - le dijo André.

- Está bien. Nos vemos en el comedor más tarde. - respondió ella, y él se marchó.

Sin embargo, Oscar se sentía muy intranquila a pesar de que le había alegrado el hecho de que - por primera vez desde que sufrieron el ataque en Saint Antoine - André haya tomado una iniciativa para hacer algo juntos.

En ese momento no sabía cómo ser, al mismo tiempo, la hija del laureado General Jarjayes y heredera de la tradición y gloria familiar, y la mujer que amaba a su mejor amigo, un hombre que si bien tenía la misma preparación y educación que ella, no pertenecía a la nobleza.

Por aquellos tiempos los matrimonios de los aristócratas necesitaban el permiso del monarca. Incluso entre nobles cabía la posibilidad de que el rey se niegue a autorizar una unión si ésta no le parecía adecuada para alguna de las dos familias, ya sea por diferencias de linaje o diferencias en el aspecto económico, de hecho, eso había pasado mucho en el reinado de Luis XV, aún habiendo un acuerdo entre las partes.

A diferencia de su abuelo, Luis XVI era un hombre generoso y los apreciaba a ambos, pero aún así era muy poco probable que autorice una unión entre un plebeyo y una aristócrata. De todas maneras, antes de llegar a él tendrían que contar con la autorización del General Jarjayes, lo cual - al modo de ver de la comandante de la Guardia Francesa - era un escenario a todas luces imposible.

Óscar era ambas cosas: una mujer enamorada y la heredera de la familia Jarjayes. Dejar de ser una de esas dos cosas equivalía a renunciar a una parte de sí misma, por eso tenía que pensar muy bien qué pasos debía seguir, principalmente porque quería evitar, a toda costa, poner en riesgo la integridad del hombre que amaba.

...

Unas horas más tarde, en el palacio de Versalles, un evento matinal organizado por la reina había dado inicio.

A pesar de los serios problemas económicos que enfrentaba la monarquía y la resquebrajada salud del delfín, María Antonieta - aconsejada por Madame de Polignac - decidió organizar aquella reunión con la intención de acallar aquellos primeros rumores que circulaban con respecto a la situación financiera de la corona, por lo que no escatimó en gastos para demostrarles a todos que esos rumores eran totalmente infundados, aunque la realidad fuera otra.

Victor Clement Floriane de Gerodelle, quien por esas fechas comandaba la Guardia Real, también se encontraba en el evento, y molesto por toda esa farsa caminaba silenciosamente entre aquellos aristócratas escuchando las mismas conversaciones frívolas a las que estaba más que acostumbrado, pero que ya lo tenían aburrido.

¡Cuánto extrañaba a su ex-comandante!... Al menos al lado de la majestuosa Óscar François de Jarjayes, podría sentir que tenía a alguien que pensara como él sobre todo ese circo.

De pronto, una elegante dama se le acercó. Era Sofía Von Fersen, quien había ido sola a aquel almuerzo ya que su hermano, convenientemente, se encontraba en una misión. Ella nunca había tenido problemas con ir a los eventos sola; acostumbraba hacerlo incluso en Suecia, sin embargo, en la corte francesa donde los rumores iban y venían como si del viento se tratara, eso estaba muy mal visto.

- Señorita Von Fersen, nos volvemos a encontrar. - le dijo Gerodelle, con la caballerosidad que lo caracterizaba.

- Buenas tardes Floriane, que alegría siento de volver a verte. - le respondió ella.

Sofía era de las pocas personas que llamaba a Victor Clement por su tercer nombre, y a él eso le resultaba curioso y divertido, por lo que la miró a los ojos con una amable sonrisa.

- Veo que ha venido nuevamente sola a esta reunión. - le dijo Gerodelle.

- Así es. - respondió la joven. - Mi hermano Hans se encuentra en una misión del ejército en este momento, y no pudo acompañarme.

Entonces, Sofía se dirigió nuevamente a él, aunque esta vez bajando ligeramente el volumen de la voz con la que había empezado a hablarle, al punto de volverse casi un susurro.

- Hace varias semanas te escribí una carta, sin embargo, no obtuve ninguna respuesta de tu parte... - le dijo ella francamente, y él se quedó sin palabras.

En efecto, Sofía le había escrito a Gerodelle justo después de enterarse que la propuesta de matrimonio que Víctor le había hecho a su ex comandante había sido rechazada. En aquella carta le contó sobre algunas actividades que la mantenían ocupada por aquel entonces, pero luego de varias líneas abordó el tema de la infructuosa propuesta de matrimonio a la heredera de los Jarjayes, y le pidió que no dudara en contar con ella en caso necesitara hablar con una amiga.

Sofía sentía un especial afecto hacia el conde, un afecto que - por momentos - preocupaba a su hermano Hans, ahora Coronel del Ejército Francés. Ellos se conocieron accidentalmente en el Palacio de Versalles, un día en el que Gerodelle la sostuvo para evitar que cayera por las escaleras luego de que Sofía se enredara con su propio vestido, y unos días después se volvieron a encontrar en un baile organizado por la condesa de Conti, un baile en el que Sofía le hizo notar al ahora comandante de la Guardia Real que la hermosa mujer con la que bailaba su hermano era nada más y nada menos que Óscar François de Jarjayes, la mujer a la cuál él respetaba y admiraba más que a nadie.

Sin embargo, quizá el momento que selló su amistad fue un día en el que Sofía se acercó a los aposentos de la reina para darle un mensaje de su hermano a altas horas de la noche, un mensaje en el cual Fersen le pedía a María Antonieta que se reúna con él, y donde le indicaba el lugar exacto en el que estaría esperándola.

Aquel día, tras entregar ese mensaje - que había llevado contra su voluntad, pero convencida por su hermano - fue interceptada por uno de los guardias del palacio que custodiaba la zona, y al verse acorralada, Sofía cubrió su rostro. Sabía que metería en grandes problemas a su hermano si la descubrían, no obstante, el guardia insistía para que le diga su nombre y descubra su rostro, mientras a su vez, le indicaba que esa era una zona restringida y que nadie podía estar ahí a esas horas de la noche.

Entonces Gerodelle, quien por suerte se había quedado en el palacio hasta muy tarde y se percató de la situación, la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente, aferrando seguidamente el rostro de Sofía contra su pecho para evitar que la descubran, y tras ser testigo de eso el guardia de palacio se disculpó con el conde, y entendiendo que se trataba sólo de una amante suya dejó en paz a la joven, pero se quedó cerca para observar que más pasaba.

- Señorita Sofía, el guardia que la descubrió aún nos observa de lejos. - le susurró Victor, aún sosteniéndola contra su pecho. - Si la descubren, la reina y su hermano se verán muy comprometidos, así que lo mejor será que me acompañe a mis aposentos mientras las cosas se calman.

- Sí, de acuerdo. - le respondió Sofía, e ingresó con él a la habitación de Gerodelle dentro del palacio de Versalles.

Tras aquel incidente, se quedaron conversando toda la noche. La hermana de Fersen nunca pudo olvidar aquella madrugada a su lado, una madrugada donde Floriane no solo le demostró ser un hombre honorable, sino también un hombre generoso. Aquella noche, Sofía entendió que detrás de todo ese halo de misterio y dignidad también se encontraba un hombre bueno, solitario y quizás incomprendido, un hombre en el que ella no podía dejar de pensar.

No obstante, ahora Sofía sabía que el corazón de Gerodelle tenía una única dueña, y ahí, junto a él, en la comida organizada por la que era el gran amor de la vida de su hermano, esperaba que le diera una razón para justificar su largo silencio, luego de que ella le escribiera.

- Perdóneme, he sido muy descortés con usted... - le dijo Victor Clement, bajando la mirada. - En verdad quise responderle, pero...

- Entiendo... - le dijo ella, interrumpiéndolo para evitar que se enrede en sus pretextos y sin poder evitar sentirse triste por la barrera que ahora sentía, una barrera que no había percibido en su último encuentro. - Bueno, te dejaré seguir cumpliendo con tus responsabilidades. - le dijo ella, haciendo un gesto de despedida. - Hasta pronto Floriane.

- Hasta pronto, señorita Sofía... - le dijo él, y ella se alejó de su lado.

Y mientras caminaba nuevamente rodeado de los asistentes al evento, Gerodelle bajó su melancólica mirada, recordando las palabras de la carta de la hermana menor del Conde Fersen.

- "Sofía, me pediste que no dudara en contar contigo si necesitaba hablar con una amiga, pero... ¿acaso podría alguien comprender el dolor que hay en mi corazón?" - pensó. - "Le propuse matrimonio a la mujer que amo y fui rechazado, le declaré mi amor, la besé con pasión, le ofrecí mi vida entera, pero todo lo que obtuve fue indiferencia... ¿Acaso es lo que merezco?"

Y sin que nadie se percatara de la infinita tristeza que habitaba en el corazón del conde, él continuó con su reflexión.

- "Quizá no poseo la gallardía ni las habilidades seductoras del Conde Fersen que supongo llamaron la atención de mi amada, y tampoco conozco la profundidad de su corazón como para entenderla con solo mirarla como la entiende André Grandier, pero he sido leal a ella durante los quince años que estuve a su lado en la Guardia Real, siempre la apoyé, a veces incluso sin estar de acuerdo y sin entender sus razones, estuve ahí para ella... ¿Acaso no es suficiente para que al menos considere que puedo llegar a ser merecedor de su amor? ¿Acaso mis sentimientos no valen nada para ella?"

Y pensando en eso, Victor Clement Floriane de Gerodelle continuó su recorrido por los jardines de Versalles, ya casi sin percatarse de lo que pasaba a su alrededor.

...

Mientras tanto, en su habitación y recostada sobre su cama, Oscar seguía pensando en la difícil situación que tenía por delante.

- "Debo controlarme." - pensaba ella. - "No puedo actuar impulsivamente en esto." - se dijo a sí misma.

Y para tratar de relajar su mente, tomó las cartas que Mirelle le había puesto sobre su pequeño buró, se sentó en la cama y revisó uno a uno los remitentes de cada uno de los sobres para separar la correspondencia que venía de parte de su familia y poder responderla luego.

Entonces un sobre llamó su atención, y sin pensarlo mucho, Oscar sacó la carta que se encontraba en su interior y empezó a leer su contenido: era una carta de Gerodelle.

Mademoiselle,

Cuanto lamento haberme enterado del atentado que sufrió recientemente, pero también me alivió saber que sus heridas no fueron de gravedad, y que se está recuperando.

La última vez que nos vimos en la oficina del General Boullie tuvimos poco tiempo para conversar, pero no pierdo la esperanza de que podamos hacerlo en el futuro.

Sin embargo, si no es así, por favor permítame expresarle a través de esta carta mis más sinceras disculpas si de alguna manera la ofendí con mi comportamiento la última vez que estuve en su casa; mi única intención fue ofrecerle lo mejor de mí, pero si no lo hice de la manera adecuada, le ruego que me disculpe.

Le envío todo mi afecto, y espero que se recupere para que siga haciendo lo que más le apasiona.

Saludos,

Victor Clement.

Conde de Gerodelle.

Y tras leer aquella carta, Oscar recordó lo dura que había sido con el hombre que fue su segundo al mando en la Guardia Real durante casi quince años.

Hasta antes de darse cuenta de lo que sentía por André, ella pensaba que Víctor simplemente tenía que sobreponerse y aceptar que a veces las cosas no siempre son como uno quiere que sean. Sin embargo, luego de entender lo que era el verdadero amor, Oscar se dio cuenta de que al no darle ninguna explicación cuando rechazó su propuesta de matrimonio había rebajado e insultado los sentimientos de aquel hombre, un hombre al que había considerado su amigo y quien había sido leal a ella hasta en las circunstancias más adversas.

Y mientras reflexionaba sobre eso, la repentina llegada de André interrumpió sus pensamientos, y su rostro se iluminó al verlo en la entrada de su habitación.

- Óscar, ya están sirviéndonos la comida. - le anunció él.

- Entonces vamos. - le respondió ella.

Y tras dejar sus cartas sobre la cama, se levantó y bajó con él en dirección al comedor.

...

Fin del capítulo