Capítulo 11
El gallo en el gallinero
Era viernes, y Oscar y André seguían recuperándose del ataque en Saint Antoine, ocurrido dos noches antes. La ahora Comandante de la Guardia Francesa no había resultado tan lastimada dado que había logrado esconderse ágilmente entre la multitud, y André, por su parte, venía recuperándose rápidamente de las heridas que había sufrido.
En aquellos momentos, luego de terminar de comer, ambos caminaban hacia el establo luciendo relajados e iban conversando tranquilamente como en los viejos tiempos. André no necesitaba nada más; estaba feliz de poder comportarse con ella con la misma naturalidad con la que lo había hecho toda la vida. Para él la tensión que había existido entre ambos había quedado atrás, y por primera vez luego de que Oscar dejara la Guardia Real, sentía que hablaba nuevamente con su mejor amiga.
No obstante, a diferencia de André que en realidad se sentía muy en paz, Oscar se desbordaba de amor por él, de ese amor que recientemente había reconocido y el cual lograba contener a duras penas quizá por el temor a que él no la acepte después de todo el dolor que le había provocado, y también por el temor de poner en riesgo al hombre de su vida.
- Hoy vendrá tu madre a la mansión... ¿cierto Oscar? - le preguntó André a su compañera mientras caminaban.
- Sí, André. Mi madre llegará hoy por la noche. - le respondió ella.
Y tras unos minutos, ambos llegaron al establo.
- Hola amigo. - le dijo André a su caballo mientras acariciaba tiernamente la faz de aquel fino y brioso ejemplar, y seguidamente, hizo lo mismo con el caballo de Óscar. El nieto de Marion sentía un gran afecto por esos dos animales porque los había entrenado y cuidado con mucha dedicación desde que eran tan sólo unos potrillos, y estaba muy orgulloso de su trabajo con ellos.
Por su parte, Oscar no podía dejar de contemplarlo. Se le estaba haciendo cada vez más difícil no dejarse llevar por todo el amor que sentía por él, más aún viéndolo tal cual era, y mientras lo observaba extasiada, se preguntaba por qué nunca antes pudo notar toda la ternura que ahora le inspiraba aquel hombre que no solo era físicamente fuerte y atractivo, sino también sensible y generoso.
Casi una hora después, y luego de caminar al lado de sus corceles por un largo trecho, ambos llegaron al río y se sentaron a descansar mientras los caballos bebían agua.
- ¿Lo recuerdas André?... En este lugar nos peleamos a golpes por última vez... Sí, fue justamente en este lugar. - le dijo ella, mientras observaba la zona recordando los hechos, aunque sin ningún rencor.
- Lo recuerdo bien. - mencionó él muy relajado. - Aunque nunca fue mi intención golpearte en serio, me dejé ganar, como siempre que nos peleábamos a golpes.
- ¿Qué? - replicó ella indignada.
- ¿Pero qué creías?... ¿Acaso pensabas que utilizaba toda mi fuerza cuando me peleaba contigo?... Nunca lo he hecho, ni siquiera cuando era un niño. - le respondió él, casi burlándose por su ingenuidad.
- ¿Me estás diciendo que has sido piadoso conmigo durante todo este tiempo? - le preguntó ella realmente sorprendida, pero también empezando a enojarse.
- No piadoso. No lo digas así. - le dijo él riendo.
Entonces Óscar se puso de pie y lo miró desafiante.
- Intenta golpearme y verás como te derroto. - le dijo.
- ¿Te has vuelto loca?... No voy a pelear contigo. - le respondió él, sorprendido y levantando la mirada hacia ella. Había cometido un error al confesarle eso; conociéndola tan bien como la conocía debió prever que ella se sentiría retada.
- ¿Acaso me tienes miedo? - preguntó ella, cada vez más desafiante, y él se levantó con la misma lentitud de alguien que quiere evitar un enfrentamiento.
- ¿Temerte? - le dijo irónicamente, aunque casi divertido por la situación. - No te he temido antes, menos te voy a temer ahora.
- Entonces ¿qué esperas? - le dijo ella sintiéndose cada vez más desafiada, y poniéndose inmediatamente en guardia.
- Óscar, si quieres pelear conmigo tendrás que ser tú la que dé el primer golpe. - le dijo André muy decidido, y se puso en guardia también.
- No tengo ningún problema con eso. - le respondió, y tras decir esto, lo golpeó certeramente en el estómago.
Sin embargo, a diferencia de lo que ella esperaba, André no hizo el menor intento por defenderse, y sólo cayó al suelo retorciéndose de dolor.
- ¡Ahhh! - gritó, tomándose el estómago.
Óscar se horrorizó. Había olvidado por completo que él había resultado muy herido luego del ataque en Saint Antoine, y se arrepintió de inmediato de haber hecho lo que hizo.
- ¡André!... ¡Por favor, perdóname! - le dijo angustiada, inclinándose a su lado para buscar una forma de ayudarlo y sintiéndose terriblemente mal. Sin embargo, al acercarse más a él se dio cuenta de que todo había sido una actuación, porque André no estaba retorciéndose en el suelo de dolor, se retorcía pero de risa.
Entonces Óscar se levantó colérica y lo empujó con el pie, provocando que André pierda el equilibrio y caiga sobre el césped.
- ¡Eres un idiota! - le dijo ella molesta, más aún porque él no paraba de reír. Realmente se había asustado pensando que lo había lastimado, pero al ver que sólo era una treta para burlarse de ella, se tranquilizó.
- Óscar, ¿cómo vas a pensar que sería capaz de golpearte a estas alturas?... Nunca le haría eso a una...
Sin embargo, antes de terminar su frase, André se detuvo, recordando que la última vez que le hizo recordar que era una mujer, ella se enojó al punto de golpearlo.
- ... a una mujer. - completó ella, para demostrarle que no estaba para nada inconforme con su género. - Tengo muy claro que eso es lo que soy, pero no te atrevas ni por un segundo a pensar que eso me hace más débil que tú.- le dijo muy determinada.
Había cambiado. Definitivamente Óscar había dejado atrás su etapa de negación, y André se sentía muy feliz por ello.
- Jamás te subestimaría. Lo sabes bien. - le dijo él con una sonrisa. - Y sí me dolió tú golpe. - le confesó.
Entonces, recostado sobre el césped, André miró hacia el cielo, contemplando el paseo de las nubes llevadas por la brisa del atardecer, y ella se sentó a su lado.
- Lo siento. - le dijo Óscar, y se recostó también, aunque a una distancia prudente de él. - A mí también me dolió la mano por golpearte. - le confesó sonriendo. Nunca pensó que el abdomen de su mejor amigo fuese tan fuerte como para provocarse dolor al golpearlo.
Al escuchar eso, André soltó una sincera carcajada, y luego ambos se quedaron en silencio, aunque no era un silencio incómodo sino más bien uno que se da entre dos personas que se conocen tan bien que no necesitan hablarse para sentirse bien.
El sol empezaba a ponerse, y ambos seguían recostados en el césped cuando Óscar rompió el prolongado silencio en el que se encontraban.
- André, ¿tú te parecías a tu padre? - le preguntó, con la mirada en el cielo.
- ¿A qué viene eso? - le preguntó él tranquilamente, ya que Óscar nunca antes le había preguntado algo así.
- Es sólo curiosidad... - le dijo ella, y André se quedó pensativo por unos segundos antes de responder.
- Tengo recuerdos vagos de mi padre y de mi madre. Tengo memorias de momentos puntuales con ellos, pero no recuerdo bien sus rostros... - le comentó. - Sé que físicamente me parezco a mi madre excepto por el color de mis ojos y el color de mi cabello que son de mi padre, pero lo sé por los retratos y por lo que me han contado. - agregó André.
Tras escuchar sus palabras, Óscar se quedó en silencio reflexionando sobre lo que él le había dicho, pero luego se dirigió nuevamente a al nieto de Marion.
- No sé si sea verdad, pero dicen que los primeros hijos siempre se parecen a sus madres... - comentó ella.
- Quien sabe... - le respondió él, con nostalgia. - ...pero es un hecho que me parezco a mi madre, porque dicen que mi prima Camille es su viva imagen, y ella y y yo somos parecidos... - le dijo, y después de unos segundos - mientras pensaba en las muchas otras cosas que le faltaban por saber de él - la heredera de los Jarjayes volvió a dirigirse a su más cercano amigo.
- Me hubiese gustado conocer a Camille. - le comentó con melancolía. - Quizás sería una forma de conocer a tu madre...
- Seguramente te llevarías muy bien con ella. - le respondió André.
- Sí, seguramente así sería. - susurró Oscar, y André permaneció en silencio contemplando el cielo, sintiendo la paz de tener a su lado a la mujer que amaba, y feliz de poder compartir con ella ese momento tan simple pero a la vez tan hermoso.
Por su parte, ella sentía que lo amaba más a cada segundo, y soñaba despierta con entregarle todo su amor.
- Pronto oscurecerá. - le dijo André, después de varios minutos recostados cerca del río. - Será mejor que regresemos a la mansión antes de que llegue tu madre.
Y tras ponerse de pie, le extendió sus manos a su compañera, y apoyándose en él, ella también se levantó. Luego, ambos se acercaron a sus caballos e iniciaron su camino de retorno a la mansión.
...
Casi una hora después, André y Óscar cenaban, sin embargo, a diferencia de los días previos, esta vez lo hacían separados debido a la llegada de la madre de Óscar, la cual había ido a visitar a su hija desde el palacio de Versalles.
En aquel momento, en el comedor principal y en una absoluta privacidad, Óscar trataba de convencer a su madre para que regrese a vivir en la mansión Jarjayes y deje por fin sus obligaciones como dama de honor de la reina María Antonieta, y Georgette la escuchaba atentamente.
- Madre, ya no quiero que sigas viviendo en el palacio de Versalles. Están pasando demasiadas cosas y temo que todo se descontrole. - le decía, preocupada por los últimos acontecimientos. - Lamento decir esto, pero estar cerca de Lady María Antonieta en este momento ya no es seguro para ti. - agregó.
- Óscar, no te preocupes por eso. - le dijo ella, con su serenidad característica. - Tu padre comparte tu misma preocupación, y le ha dirigido una carta al rey para que me libere de esa obligación alegando que he tenido algunos problemas de salud.
- No lo sabía... - le dijo ella, sorprendida de que su padre se haya adelantado a sus deseos.
- He servido a la reina durante muchos años y le tengo mucho cariño, pero quiero volver a mi casa y tener la libertad de poder estar con mis hijas cuando me necesiten.
Y tras decir esto, Georgette bajó la mirada con tristeza.
- No pude acompañar a Josephine cuando enfermó, ni pude estar cerca de Marie Anne ni de Cloutilde cuando tuvieron a sus primogénitos. Ahora tú sufres un atentado y tuvieron qué pasar varios días para que pudiera venir a ver cómo estabas. - le dijo Georgette a su hija, visiblemente afligida.
- No te sientas culpable por eso... - le dijo Óscar. - Afortunadamente no resulté gravemente herida.
- De todas maneras, hija... - respondió ella. - Lamento todo lo que le está pasando a la reina, principalmente lamento la enfermedad del delfín, pero quiero regresar a mi casa y poder atender a mi familia.
- Yo también quiero que regreses, madre... - le dijo Oscar a su madre, y tomó su mano afectuosamente.
Más de una hora después, y ya finalizada la cena, ambas habían pasado a un pequeño salón dentro de la mansión, y se encontraban tomando el café que una de las sirvientas les había llevado.
Entonces, aprovechando que estaban solas, la heredera de los Jarjayes quiso saber que tanto conocimiento tenía Georgette acerca de algunas historias que siempre habían circulado por los pasillos de palacio, y con curiosidad, le hizo una pregunta que su madre no esperaba.
- Madre... ¿Qué tan cierto es que Luis XIV se casó en secreto con Madame de Maintenon a pesar de que ella no tenía orígenes nobles?
- Óscar, que pregunta tan extraña me haces... - le dijo riendo Georgette de Jarjayes. - No lo sabemos a ciencia cierta... Lo que se dice en el palacio es que Luis XIV se casó con ella en un matrimonio morganático luego de convertirla en la Marquesa de Maintenon, sin embargo, eso es sólo un rumor, porque nadie lo ha comprobado. - le mencionó su madre. - Lo que sí se sabe es que fue su favorita durante muchos años. - afirmó, y tras escucharla, Oscar volvió a dirigirse a ella.
- ¿A qué te refieres con un matrimonio morganático? - le preguntó bastante intrigada, y es que era la primera vez que escuchaba ese término.
- Es un matrimonio que se da entre dos personas de rango social desigual. Por ejemplo entre un príncipe y una condesa, o entre un noble y un plebeyo. - le respondió Georgette.
- No tenía idea de que estaba permitido un matrimonio de esa naturaleza. - le comentó Oscar a su madre, tratando de disimular sus verdaderas motivaciones para hacerle esas preguntas.
- Es que no es que esté permitido, hija... - le dijo Georgette. - Han habido casos, sí, pero el rey debe autorizar esa unión. De no hacerlo, esa pareja estaría condenada a separarse o a vivir en la clandestinidad.
- ¿Y si deciden casarse... aún sin autorización del rey? - preguntó Oscar, aunque ya sabía la respuesta.
- Estarían cometiendo el delito de traición por desobediencia al rey. - respondió la esposa del General Jarjayes. - En el mejor de los casos, el noble sería castigado con el exilio y la expropiación de sus propiedades... y en el caso del plebeyo...
- Podrían castigarlo con la pena de muerte... ¿cierto madre? - preguntó Óscar con tristeza.
- Así es, hija. - respondió Georgette. - Sé que no es justo, porque enamorarse de alguien de otra condición social no es un pecado, pero así siempre han sido las reglas, muy a nuestro pesar...
A Óscar le sorprendió el último comentario de su madre; no sabía que ella fuera tan comprensiva con respecto a ese tipo de situaciones. La última de las hijas de Georgette ignoraba que su misma progenitora había estado a punto de separarse de su padre debido a esta diferencia de clases sociales, ya que - aunque ambos eran nobles - Luis XV inicialmente se había negado a autorizar ese matrimonio debido a que la familia de Georgette carecía del abolengo suficiente y había perdido toda su fortuna convirtiéndose ella en una noble pobre, mientras que, por el contrario, la familia Jarjayes era una familia que poseía una enorme fortuna, un alto prestigio y una gran tradición dentro de la corte francesa, la cual había prevalecido a lo largo de varias generaciones.
Las hijas mayores de Georgette conocían bien esa historia, ya que ella misma se las había contado cuando estaba embarazada de Oscar. Sin embargo, a petición de su primogénita, Georgette nunca más volvió a contar los detalles de esa historia, ya que involucraba un hecho que a Hortense le parecía vergonzoso, y es que ella fue concebida antes de que Regnier y Georgette contrajeran matrimonio.
En el pequeño salón de la mansión, al lado de su madre, Óscar se había quedado pensativa. Vivir un amor en la clandestinidad no era una opción para ella y mucho menos separarse del hombre que amaba, pero había demasiado en juego.
- Hija... ¿por qué me haces ese tipo de preguntas? - preguntó Georgette.
- Simple curiosidad, madre. - respondió ella con una sonrisa, y tratando de disimular su preocupación.
- Bueno, hija, creo que será mejor que me vaya a descansar. - le dijo Georgette. - Ya son casi las nueve de la noche y debo despertarme temprano para regresar al palacio mañana.
- Esta bien, madre. Yo subiré en un momento también... - le dijo la menor de sus hijas.
Entonces, Georgette acarició su cabello y se retiró hacia su habitación, pero Oscar se quedó ahí, reflexionando sobre toda la información que había obtenido de su madre. No obstante, sentía que no había avanzado mucho en la búsqueda de una solución para André y para ella.
...
Varios minutos después, Óscar se dirigió a la cocina con la intención de buscar al nieto de Marion. No habían podido cenar juntos, pero al menos quería despedirse de él antes de irse a dormir.
Al llegar, se sorprendió al notar el ambiente alborotado, aunque la misma sorpresa se llevaron las sirvientas de la casa al verla presentarse ahí a esas horas de la noche.
- Buenas noches, Lady Oscar. - le dijeron Mirelle, Brigitte, Beatrice y Anne, y apenas Oscar les respondió el saludo, se despidieron y salieron de inmediato rumbo a las habitaciones destinadas al servicio las cuales se encontraban en la planta baja, a excepción de la habitación de André que se encontraba subiendo las escaleras al fondo del pasillo, y de la habitación de su nana que estaba en el primer piso pero en otra área.
- Señorita Oscar, no esperábamos verla por aquí a estas horas... - mencionó Stelle, la cocinera de la familia.
- Stelle... ¿a qué se debía tanto alboroto? - preguntó Óscar intrigada.
- Ya sabe señorita... Hace tiempo que André no cenaba con ellas y con su abuela, y están emocionadas. - respondió Stelle.
- ¿A qué te refieres? - le preguntó Óscar, sin percatarse de lo que Stelle le trataba de decir.
- Él es el gallo en el gallinero. - le dijo Stelle riendo, y con la confianza que le tenía a la dueña de casa por conocerla desde que era una niña. - Obviamente no es el único hombre que trabaja o que trabajó en esta casa, pero sin duda para ellas es el más interesante de todos y se alborotan cada vez que está cerca de ellas, aunque él no les preste ninguna atención. - afirmó.
Entonces Óscar la miró sorprendida. No tenía idea de que en su propia casa hubiesen tantas mujeres interesadas en André, y sintió algo extraño en el cuerpo, algo que la removió. No obstante, trató de disimularlo frente a Stelle y avanzó unos pasos hacia el interior de la cocina.
- ¿Necesitaba algo señorita? - preguntó la cocinera.
- Sólo vine por un poco de agua. - respondió Óscar, y Stelle se lo alcanzó de inmediato.
Tras ello, la heredera de los Jarjayes se dirigió nuevamente a su cocinera.
- Stelle, ¿sabes dónde está André?
- Lo vi salir hacia la habitación de su nana, señorita. - respondió Stelle.
- Gracias. - le dijo Oscar dirigiéndose a la salida, pero antes de atravesar la puerta, se detuvo y regresó la mirada hacia su sirvienta. - Stelle...
- ¿Sí, señorita Óscar? - respondió ella.
- ¿Siempre ha pasado esto? - le preguntó.
- ¿Siempre ha pasado qué, señorita? - le respondió Stelle, intrigada.
- Que las sirvientas se alboroten ante la presencia de André. - le dijo Óscar, y Stelle comenzó a reír.
- Siempre ha sucedido señorita, con las sirvientas anteriores y con las más nuevas. - le respondió Stelle. - Para ellas, él tiene la perfecta combinación que cualquier mujer desearía: es un hombre guapo, culto y además es todo un caballero... ¿Acaso en todos estos años no había notado que André es el soltero más codiciado de esta casa? - le preguntó la cocinera, y Oscar la miró paralizada.
- No lo había notado... - le respondió ella tratando de salir de su inicial sorpresa, sin embargo, no había de que sorprenderse.
Durante muchos años, la misma Oscar fue testigo de cómo muchas jóvenes damas de la nobleza buscaban llamar la atención de André en el palacio de Versalles, y es que aquellas damas no sólo veían en él a un hombre atractivo, sino también a un posible perfecto amante . Eso, sumado a que era la persona más cercana a la mujer más popular de Versalles luego de la reina María Antonieta, lo convertía en alguien mucho más interesante y deseable para ellas.
No obstante, a Óscar nunca le importó que esas mujeres intentaran seducirlo de una manera tan descarada; confiaba en él y en la formación que ambos habían recibido sobre cómo comportarse en la corte de Versalles. Sin embargo, a la luz del tiempo, Oscar se daba cuenta de que, en realidad, nada le hubiera impedido a André caer en la tentación de estar con alguna de ellas. Aún así, él siempre las rechazó muy cortésmente.
Y tras permanecer en silencio por algunos segundos reflexionando sobre ello, la heredera del General Jarjayes se despidió de Stelle para dirigirse hacia la habitación de su nana, y mientras caminaba, recordó las palabras que su amigo de la infancia le dijo el día que le declaró su amor: que ella era la única mujer en la que había pensado en todos esos años.
Al recordarlo, Óscar volvió a sentir una infinita sensación de paz llenando su corazón. Estaba segura de que el vínculo que tenía con André era un vínculo imposible de romper, aunque ella aún no se atreviera a confesarle el amor que sentía por él.
De pronto, alguien la sacó de sus pensamientos.
- Óscar, ¿qué haces en esta área de la casa a estas horas de la noche?
Era André, el cual la miraba con una amable sonrisa luego de haber acompañado a su abuela a su habitación.
- Vine a buscarte para despedirme. - le respondió ella, mirándolo llena de amor.
A André ese gesto le conmovió, y se quedó contemplándola con una dulce sonrisa. No obstante, había decidido no ilusionarse nunca más con ella, porque eso sólo le hacía sentir una enorme confusión.
- Buenas noches, Óscar. - le respondió André, y tras ello, Oscar se acercó a él y besó tiernamente su rostro, como lo había hecho cada noche desde que sufrieron el ataque en Saint Antoine.
Tras ello, la hija de Regnier se retiró a su habitación dejando a André nuevamente absorto y sin palabras, y es que por más que él se esforzaba en ignorar todas las señales que le daba su más cercana amiga, sus acciones hacían que su amor por ella crezca cada día más.
...
Fin del capítulo
