Capítulo 12

Una trágica partida

Era domingo por la noche, y tanto Oscar como André se preparaban para regresar nuevamente al cuartel general.

El fiel compañero de la heredera de los Jarjayes ya estaba prácticamente restablecido, por lo que ambos acordaron que ya era tiempo de reincorporarse, principalmente porque todo hacía parecer que la situación en París era cada vez más tensa, y la compañía B era la responsable de resguardarla.

Extrañamente André no había tenido ningún episodio de ceguera o de visión borrosa en todos esos días. Tal parece que ese descanso había colaborado en ello y - aunque no se podía confiar - eso le daba una luz de esperanza para pensar que era posible que aún faltara mucho tiempo para que su problema de la vista termine por agravarse.

Y mientras aguardaba por Oscar en la entrada de la mansión, ella le daba algunas indicaciones a su nana en el recibidor, ya vestida con su uniforme de la Guardia Francesa.

- Nana, necesito que envíes toda esta correspondencia a sus destinatarios. - le decía, mientras le entregaba algunos sobres con cartas de respuesta a sus hermanas y sobrinos, los cuales le habían escrito preocupados por el ataque que había sufrido en Saint Antoine. - Y por favor, encárgate también de enviar notas de agradecimiento de parte de la familia Jarjayes a todos los que me enviaron mensajes deseándome pronta recuperación.

Y tras decir esto, Oscar le entregó un enorme paquete de cartas de las familias nobles que le habían hecho llegar sus saludos, sin embargo, una de ellas estaba marcada especialmente.

- Señorita, la carta del Conde de Gerodelle se encuentra marcada... ¿Debo tomar alguna consideración especial con ella? - preguntó la nana.

- Así es, nana. A Gerodelle envíale un mensaje pidiéndole que venga a entrevistarse conmigo el próximo domingo por la tarde. - le dijo, y esto tomó por sorpresa a Marion.

- Pero señorita... El conde podría interpretar esa petición como una señal de que ha reconsiderado su propuesta de matrimonio. - exclamó preocupada.

- No lo creo. Él me conoce perfectamente bien y dudo que malinterprete mi pedido. - respondió Oscar.

Tras ello, le dio un abrazo para despedirse, lo cual no era muy frecuente en ella.

- Ya me voy, nana. No sé si pueda venir en toda la semana, seguramente deberé quedarme en el cuartel por las tardes para ponerme al día de todo lo que ha acontecido últimamente en París. - le comentó.

- Está bien, mi niña. Por favor, cuídese. - le respondió la anciana, y ambas caminaron hacia la salida.

Y luego de atravesar la puerta, se encontraron con André, el cual esperaba a Oscar al lado de los caballos.

- André, olvidé comentarte que hoy llegó una carta para ti. Es del Conde Fersen. - le dijo su abuela.

Al escucharla, Oscar se paralizó, pero luego intentó disimular que el tema le era indiferente para evitar incomodar a André, y subió a su caballo de inmediato.

- Gracias abuela. - le dijo él, y guardó la carta del conde en uno de los bolsillos de su uniforme militar. Por su parte, Oscar se preguntaba qué razón podría tener Fersen para escribirle a André.

- "¿Será capaz de contarle a André lo que sucedió?" - pensó Óscar preocupada, recordando el momento en el que le gritó al mismísimo Fersen "Mi André está en peligro" tras rescatarla de los revoltosos que los atacaron en Saint Antoine. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que eso era imposible. Fersen sería incapaz de ponerla en evidencia; él era todo un caballero.

- Cuídense mucho. - les dijo finalmente la abuela, y tras despedirse nuevamente, ambos partieron rumbo al cuartel.

...

Mientras tanto, en las barracas, los soldados lucían preocupados. Alain no había dado señales de vida desde que salió rumbo a la boda de su hermana, y ya habían pasado cuatro días desde que supuestamente se había llevado a cabo ese evento.

El Coronel Dagout ya estaba acostumbrado a sus ausencias; Alain no era precisamente el soldado más disciplinado. Sin embargo, nunca se había ausentado por tanto tiempo, y hasta él había empezado a preocuparse.

- Creo que debemos tranquilizarnos. - les dijo Jean, uno de los guardias franceses, a sus compañeros - Seguramente mañana temprano lo tendremos nuevamente por aquí.

- Espero que tengas razón, Jean. - respondió Lasalle.

Y mientras hablaban sobre eso, André ingresó a la habitación, y al verlo llegar, sus compañeros lo rodearon, muy felices de verlo recuperado.

- ¡Oye André! ¡Que bueno verte bien! - le dijo Marcus.

- ¡Nos preocupamos mucho cuando supimos lo que les ocurrió! - le dijo Lasalle.

- ¡André! ¡Que alegría que estés por acá nuevamente! - agregó Jean.

Y así, cada uno de ellos fue acercándose a él para saludarlo y darle la bienvenida.

Por su parte, André estaba sorprendido por tantas muestras de afecto. Si bien era cierto que la mayoría del tiempo los soldados eran amables, siempre había existido un distanciamiento natural entre ellos y él por la cercanía que André tenía con la familia de quien era la comandante de la compañía. Sin embargo, ante esas circunstancias, todos los que compartían la habitación con él le estaban haciendo notar que se sentían muy contentos por verlo recuperado y por que haya podido sobrevivir al atentado en Saint Antoine.

- Muchas gracias, muchachos. - les dijo a todos. - ¿Y Alain? ¿Dónde está? - preguntó.

- Se ausentó por la boda de su hermana, pero seguramente lo tendremos por acá el día de mañana. - le respondió Jean, tratando de ser optimista.

Y luego de varios minutos de conversar con él sobre los detalles del atentado, los guardias franceses se recostaron en sus camarotes para dormir, pero el nieto de Marion, aprovechando que aún los alumbraba una tenue luz, tomó de su bolsillo la carta que le había enviado Fersen y empezó a leerla.

¡Querido amigo!

Que alegría me dio saber que tanto tú como Óscar regresaron a salvo a la Mansión Jarjayes. Me había quedado muy preocupado por ustedes.

Supe por los tenientes de mi regimiento que pudieron salir del distrito de Saint Antoine a salvo, pero luego no supe nada más, así que te agradezco que me hayas escrito haciéndomelo saber.

La verdad es que fue una suerte que haya sido precisamente mi pelotón el que atendiera ese disturbio, y me alegro, porque tratándose de mí, de ninguna manera hubiera dejado que algo les pase a mis dos mejores amigos aquí en Francia, así que por ese lado no tienes nada que agradecerme; el que está y siempre estará en deuda con ustedes soy yo, por todo lo que han hecho por mí.

Afortunadamente, después de atraer a los revoltosos pude evadirlos varios metros más allá, y luego de eso, el ejército los dispersó y todo volvió a la calma. De todas maneras nos quedamos vigilando el lugar, ya que luego de la ópera que habían organizado los reyes muchos carruajes de familias nobles iban a circular por ese distrito y temíamos que el incidente llegara a repetirse, pero felizmente eso no sucedió.

Debo decirte que me sorprendió verte formando parte de la Guardia Francesa, aunque quizá no debí sorprenderme tanto, ya que me sería difícil imaginar a Oscar sin ti a su lado.

Querido amigo, espero que pronto nos volvamos a encontrar. Me despido por ahora y, de todo corazón, deseo que ambos sean muy felices.

Afectuosamente,

Hans.

- ¿Deseo que ambos sean muy felices? - repitió André, desconcertado. - "Que manera tan extraña de expresarse tiene Hans..." - pensó, sin entender que quizá Fersen era el único que sabía que su amor por Oscar era totalmente correspondido.

La carta de Fersen era la respuesta a una carta que él le había enviado previamente, luego de recibir la noticia de que había llegado a salvo a su cuartel. En ella, André le expresaba su agradecimiento por haberlos ayudado, sobre todo a Oscar, ya que él mismo no habría tenido forma de rescatar a la mujer que amaba. Una vez más, el conde les había salvado la vida, y André no tenía más que agradecimiento en su corazón para aquel hombre a quien consideraba un gran amigo a pesar de los sentimientos que Oscar tenía hacia él, mejor dicho, a pesar de los sentimientos que André pensaba que Oscar tenía hacia él, los cuales - por aquellas fechas - eran inexistentes.

...

Mientras tanto, en su oficina dentro del cuartel, Óscar leía preocupada los informes del Coronel Dagout acerca de lo acontecido en París durante los días en los que estuvo ausente, informes que no eran para nada alentadores.

Pero no sólo era París; otros informes indicaban que muchas provincias de Francia también estaban sufriendo por el alza de los precios de los alimentos, y el hambre era la principal causa de la violencia.

- "¿Qué va a ser de nuestro país?" - se preguntaba Oscar con tristeza.

Ella amaba profundamente a Francia; consideraba un honor poder servir a su país y se dedicaba al máximo a su trabajo. Por ello, sabía que tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros, una responsabilidad que ella se tomaba muy en serio, y es que Francia estaba atravesando por uno de sus peores momentos.

Revisando los informes, la heredera de los Jarjayes se preguntaba si habría alguna salida para toda esa situación, porque por más que intentaba ser optimista, el futuro para Francia se veía bastante oscuro, y lamentablemente no estaba en sus manos solucionar la crisis financiera y política de todo un país. Todo lo que podía hacer era seguir vigilando el orden y la seguridad de la capital francesa, y tratar de que la violencia no cobre las víctimas que podría cobrar si todo se descontrolaba.

Y ahí, en su despacho dentro del cuartel general, Oscar empezó a pensar en la mejor estrategia de vigilancia para la capital. Le esperaba una larga noche de trabajo.

...

La tarde siguiente, ya de regreso en las barracas, una parte del grupo del turno de la mañana lucía bastante preocupado.

A diferencia de lo que ellos esperaban, Alain seguía sin aparecer por el cuartel, y ya había pasado casi una semana desde la última vez que lo vieron. Era demasiado tiempo de ausencia y ellos lo sabían.

- Esto es extraño... ¿Qué le habrá pasado? - murmuró uno de ellos.

- Ni siquiera ha venido para recoger su paga. - mencionó otro.

- ¿Su madre no estaba enferma? - recordó uno de ellos. - Dijo que las medicinas eran muy costosas.

- ¿Qué habrá sucedido? - se preguntaban.

Desde su camarote, el nieto de Marion escuchó la conversación de sus compañeros y temió que Alain pudiese estar atravesando algún problema. Él le tenía un gran aprecio al líder del escuadrón, y es que desde que se conocieron, Alain sólo había tenido gestos de generosidad hacia él.

André no podía olvidar que él lo acogió en su grupo cuando se encontraba tomando solo en la cantina, aquel día en el que se sentía desesperado por estar perdiendo la vista del único ojo con el que podía ver y por ser testigo del sufrimiento de Oscar tras despedirse de Fersen. Pero no sólo era eso; Alain también lo había ayudado a enlistarse en la compañía B sin siquiera conocerlo bien, y gracias a esa acción, André había podido permanecer al lado de la mujer que amaba. Por eso, sin pensarlo más, el nieto de Marion salió de la habitación y se dirigió hacia el despacho de Oscar, la cual también estaba preocupada por Alain ya que el Coronel Dagout acababa de ponerla al tanto de su larga e inusual ausencia.

- Oscar, ¿me das un pase de permiso?... Quisiera llevarle su salario a Alain. - le dijo André, luego de ingresar a su despacho.

- Espera, André. - respondió ella. - Yo también iré. - le dijo levantándose de su silla, y tras conseguir la dirección de la casa de Alain, ambos se dirigieron hacia allá montados en sus caballos.

...

Varios minutos después, y luego de perderse un par de veces, Oscar y André llegaron a la calle donde Alain vivía, y ubicaron el edificio. Entonces, tras confirmar que esta vez no se hubiesen confundido, ingresaron a el sintiendo de inmediato un olor extraño en los pasillos.

Y mientras subían por las escaleras hacia el departamento del líder del escuadrón, una vecina abrió la puerta de su casa y - notando que vestían el mismo uniforme azul que vestía Alain - se dirigió a ellos.

- ¿Van al departamento de Alain? - preguntó, cubriéndose la nariz con un pañuelo.

- Sí, así es.- le respondió André.

- Entonces díganle que haga algo con ese olor. - mencionó la vecina, bastante incómoda.

- ¿Olor? - preguntó André.

- Así es. Probablemente compró demasiada carne barata. - les dijo. - Antes de dejarla podrirse, al menos debió compartirla con sus vecinos. - y tras decir esto, la mujer cerró su puerta muy enojada.

Ante su acción, André y Oscar se miraron desconcertados, no obstante, ella no dejaba de tener razón; un extraño olor se sentía en los pasillos, y era muy probable que ese mismo olor se sintiera con mucha más intensidad dentro de los departamentos debido a los ductos de ventilación.

- Es verdad. Se siente un olor raro... - le comentó André a Oscar, y ambos continuaron su camino.

Entonces, después de subir algunos pisos más, ambos llegaron al departamento que estaban buscando, y de inmediato, André llamó a la puerta.

- ¡Alain!... ¡Soy yo, André! - dijo en voz alta, y al ver que no obtenía respuesta, decidió ingresar. - ¡Alain, voy a pasar! - advirtió.

La puerta no tenía llave, así que André la abrió, pero al hacerlo, tanto él como Oscar tuvieron que retroceder cubriéndose la nariz, y es que un terrible olor emanaba de la vivienda.

Tras ello, ambos se percataron de la presencia de una anciana en la habitación, y André se aproximó a ella.

- ¿Usted es la madre de Alain? - le preguntó con amabilidad.

- Sí. - respondió la anciana mujer, con la voz llena de tristeza.

- ¿Y Alain?... ¿Dónde esta Alain? - le preguntó André.

- Ha estado todo el tiempo al lado de Diana... - respondió la anciana. - ¡No existe hermano tan dedicado como Alain! - exclamó, y tras decir esto, rompió en llanto.

Entonces André, que ya no soportaba más no saber que era lo que estaba ocurriendo, avanzó unos pasos seguido por Oscar, y abrió la cortina que separaba la sala de la habitación, encontrándose con una terrible imagen.

Era Diana, quien vestida con su traje de novia yacía muerta sobre la cama, y a sus pies estaba Alain, el cual aún portaba el uniforme de la Guardia Francesa con el que se había dirigido hacia su casa varios días antes. Lucía devastado, perdido, tanto, que casi se podía afirmar que una parte de él había muerto con ella.

- Diana fue traicionada por un hombre... - explicó la madre de Alain, entre lágrimas. - Él era un noble pobre, y un día antes de la boda, repentinamente decidió casarse con la hija de un hombre acaudalado, y anuló el compromiso con mi hija.

Y entre sollozos, la anciana continuó.

- Mi hija lo amaba mucho, y creía ciegamente en él... Cuando él le dio la noticia, ella no lo pudo soportar...¿¡En qué habrá estado pensando cuando se le ocurrió ahorcarse!? - les dijo la desconsolada mujer, llorando amargamente.

André y Oscar estaban paralizados; aquella hermosa joven que llenaba de alegría el cuartel cada martes de visita había decidido abandonar la vida a causa de una decepción amorosa, dejando a su madre y a su hermano presos de un incalculable dolor.

- Lo siento, pero no podré retornar a la Guardia Nacional por un tiempo... - les dijo Alain, tras un largo silencio. - Su cálida sonrisa y su dulce voz se han ido para siempre, y al menos hasta que me convenza de ello, permaneceré aquí... ¡Me quedaré a su lado! - les dijo desolado.

André y Oscar lo escucharon sin decir una palabra; aún no salían de su estado de conmoción. No obstante, tras algunos segundos, ambos se miraron a los ojos para acordar, sin necesidad de hablarlo, que no podían marcharse dejando las cosas así.

Entonces, reclinándose a su lado, Óscar se dirigió a él.

- Alain, si no quieres regresar a la Guardia Francesa está bien, pero tu hermana merece recibir una cristiana sepultura. - le dijo serenamente, y llena de compasión.

- Oscar tiene razón, Alain. - agregó André, y se acercó también para buscar su mirada, en un intento para que vuelva a conectarse con la realidad. - Hazlo por ti, y hazlo también por tu madre... - le dijo.

- ¿Es que acaso no lo entienden? - les respondió él, absolutamente devastado. - Nadie la recibirá, ni oficiará una ceremonia por ella... Diana se quitó la vida, y eso es un pecado a los ojos de la iglesia. - les dijo, y ambos se quedaron en silencio.

Por aquellos tiempos, ningún suicida tenía derecho a ser enterrado en un camposanto católico, y a los sacerdotes se les había prohibido oficiar ceremonias para ellos.

- Nosotros nos ocuparemos de eso. - le dijo Oscar a Alain mientras miraba a André, quien asintió con la cabeza sabiendo de antemano lo que ella estaba pensando.

Desde hacía muchos años, la familia Jarjayes conocía a un sacerdote que no estaba de acuerdo con excluir a los suicidas de su derecho a una ceremonia digna, y Oscar estaba segura de que él podría ayudarlos en una circunstancia como esa.

- Alain, por favor, déjanos ocuparnos de todo... - le dijo André, y Alain lo aceptó, casi sin fuerzas.

Y eso fue lo que hicieron. Saliendo de ahí, se pusieron en contacto con un grupo de personas que daban servicios fúnebres, los cuales se encargaron de trasladar el cuerpo de Diana a una iglesia del distrito donde ella permanecería hasta la mañana siguiente acompañada por Alain y por su madre. A pedido del líder del escuadrón, su hermana sería enterrada en una colina frente al mar a las afueras de París, y todo se coordinó para tal fin, de acuerdo a sus deseos.

Por su parte, los vecinos del edificio donde Diana vivió toda su vida, se acercaron a la iglesia para acompañar a Alain y a su madre en ese momento de intenso dolor, lo cual fue de gran consuelo para ellos.

Mientras tanto, la heredera de los Jarjayes - acompañada por André - fue a buscar al sacerdote amigo de su familia, y éste, entendiendo la situación de inmediato, no dudó en colaborar con ellos: la ceremonia para Diana se ofrecería al día siguiente, y luego de llevarse a cabo, ella sería trasladada a su destino final.

El sol ya se ponía, y Oscar y André - bastante afectados tras ser testigos de cómo esa joven vida se había apagado de repente - cabalgaban de regreso al cuartel.

- Qué devastador... - susurró André. - No puedo entender su decisión, pero entiendo muy bien la desolación que debió sentir Diana para llegar a ese punto... Al menos ya descansa en paz. - agregó.

Entonces Oscar sintió una gran tristeza. Había confirmado, una vez más, que le había provocado un terrible dolor al hombre que amaba, ya que sólo alguien que hubiese sufrido mucho podría comprender los sentimientos de una mujer que había decidido acabar con su vida luego de que su prometido la abandonara para decidir casarse con otra.

Mientras tanto, los ciudadanos de París marchaban por las calles pidiendo a gritos la aprobación de los Estados Generales, y - montada sobre su corcel - Oscar tuvo el presentimiento de que se aproximaba una nueva era para Francia, aunque nunca imaginó que en menos de un año se desataría una revolución que cambiaría para siempre el rostro de su país, y el de toda Europa.

...

Fin del capítulo