Capítulo 13

Una semana de mucho trabajo

Ya estaba por caer la noche cuando André y Oscar ingresaron al cuartel, y luego de dejar los caballos en el establo, ambos se dirigieron directamente a la oficina de la heredera de la familia Jarjayes.

Tras ingresar, ella se sentó en su escritorio. Se veía muy agotada, y es que había sido un día muy duro para ellos.

- André... ¿Cómo pudo pasar algo como esto? - le preguntó al nieto de Marion, con la voz llena de tristeza.

Y sin saber que responder, André la observó en silencio; la muerte de Diana, y sobre todo en esas circunstancias, había sido una verdadera tragedia, y ellos aún no salían de su estado de conmoción.

De pronto, alguien llamó a la puerta.

- Adelante. - dijo Oscar.

Era el soldado Lasalle, el cual - al ingresar al despacho - notó de inmediato que algo les pasaba, ya que los rostros de Oscar y André lucían abatidos y desencajados.

- Buenas tardes, Comandante. - saludó Lasalle.

- Buenas tardes, soldado... ¿Qué lo trae por aquí? - le preguntó Oscar, aunque con la mirada perdida, mientras que André, parado al lado de la ventana, observaba a su compañero sin poder ocultar la tristeza que sentía pensando en el inmenso dolor que le había provocado a Alain la muerte de su hermana.

- Supimos que salió a buscar noticias del líder del escuadrón, y mis compañeros y yo queremos saber si tiene alguna novedad sobre él... - le dijo el soldado.

- En unos minutos estaré con ustedes y conversaremos al respecto. - respondió Oscar. - Por favor, soldado Lasalle, dígales eso a sus compañeros.

- Enseguida, comandante. - respondió el soldado, y tras decir esto, se retiró.

- ¿Qué les vas a decir? - preguntó André, y Oscar suspiró abatida.

- No lo sé... - le respondió. - No nos corresponde contar los detalles de lo que en verdad ocurrió, sin embargo...

Y tras decir esto, Óscar se quedó callada, y reflexionó sobre cuál sería la mejor manera de manejar esa situación.

- André, voy a cambiar nuestro turno de mañana para la tarde, para que podamos acompañar a Alain en la ceremonia que dará el Padre para su hermana, y además le pediré a un grupo de la Compañía B que vaya con nosotros en representación de sus compañeros; Alain ha pasado más tiempo aquí que en ninguna otra parte, y creo que sería un gran consuelo para él contar con el apoyo de sus amigos en un momento como este.

- Es una buena idea, Óscar. - comentó André, aunque con voz melancólica.

- No pienso decirles la causa de la muerte de Diana, pero les informaré que ella falleció de manera repentina, y les pediré a los que vayan con nosotros que sean prudentes con sus preguntas o comentarios hacia él, para que no hagan sentir a Alain peor de lo que ya se siente... - mencionó Óscar.

- Será una noticia muy dura para todos. - comentó André.

- Lo sé... - respondió Óscar, y luego de unos segundos, ambos salieron hacia las barracas.

...

Algunos días después, Oscar, en su mansión de Versalles, descansaba en su habitación.

Los últimos días había estado trabajando hasta altas horas de la noche dentro del cuartel militar, principalmente revisando los reportes que llegaban desde todos los rincones de Francia, y los cuales eran su fuente más fiable de información para planificar las actividades de la Compañía B.

Afortunadamente, André había estado apoyándola en todo lo que podía para tratar de aligerar su carga de trabajo, pero aún así ella lucía muy cansada, y debido a eso, el nieto de Marion le había insistido mucho en que - al menos por ese día - regrese temprano a su mansión para que pueda descansar.

A él le parecía excesivo el esfuerzo que ella hacía, y le preocupaba que tan pocas horas de sueño, sumadas a las fuertes jornadas de trabajo, tengan consecuencias en la salud de su amada amiga. Sin embargo, a ella le preocupaba mucho el futuro de Francia, y sabía que lo único que podía hacer por su país era estar preparada para saber cómo enfrentar lo que pudiese pasar en la capital francesa.

El monarca y sus ministros no mostraban un liderazgo claro para resolver los problemas que aquejaban a su nación; aún no se decidía si se adelantaría el presupuesto del próximo año o si se pediría un préstamo al extranjero. La indecisión del rey y su falta de valor para enfrentar los problemas del país que gobernaba eran cada vez más notorios para el pueblo y para la misma nobleza, y la situación se volvía cada vez más insostenible.

Por otra parte, y a pesar de todas sus preocupaciones, el amor que Óscar sentía hacia André crecía cada día más.

Amaba todo de él: su optimismo, su valor, su inteligencia, y entre muchas otras cosas más, su generosidad hacia ella y hacia sus compañeros, y si bien en el cuartel no podía comportarse con él como lo hacía cuando estaban en casa, si trataba de hacerle sentir en todo momento cuánto valoraba su presencia junto a ella, y todo el apoyo que le daba a diario.

Muy a menudo, y a pesar de tenerlo a tan sólo unos metros de distancia, ella pensaba en él, y cada vez que lo hacía, la paz que perdía al pensar en los problemas del pueblo francés regresaba a su corazón.

En su mansión, y ya recostada en su cama, Óscar soñaba despierta con lo bello que sería tenerlo a su lado para poder abrazarlo y sentir su calor, y se preguntaba por cuánto tiempo más podría retener dentro de sí misma todo el amor que sentía por él.

...

A la mañana siguiente, y no tan lejos de la Mansión Jarjayes, el Conde Gerodelle se preparaba para iniciar una nueva jornada. Era el segundo día de Agosto de 1788, y - al igual que Óscar - era la primera vez, después de varios días, que amanecía en su mansión.

Le habían llegado rumores de que algunos nobles de la corte estaban planeando un complot contra la monarquía, y él, como Comandante de la Guardia Real, había preferido quedarse en el Palacio de Versalles los últimos días para estar cerca de los reyes y averiguar si aquellos rumores eran ciertos. Sin embargo, al no encontrar ningún indicio que confirmara esa información, había regresado a su casa la noche anterior.

Aquella mañana, el conde se disponía a irse cuando de pronto alguien lo detuvo.

- Monsieur, le llegó un mensaje hace un par de días. Es de la casa Jarjayes. - le dijo uno de sus sirvientes - Consultan si tiene disponibilidad mañana por la tarde para reunirse con la Comandante de la Guardia Francesa, Lady Óscar François...

- ¿De la casa Jarjayes? - preguntó Gerodelle. - Respóndeles de inmediato que ahí estaré. - le dijo, luego de unos segundos de inicial sorpresa.

- Enseguida, Monsieur. - respondió el sirviente, y luego se retiró.

- "No puedo creer que hayan tenido que pasar dos días para que me den un mensaje tan importante." - pensó Victor Clement, algo enojado con el servicio de su casa. - "¿Pero para qué querrá verme la comandante?" - se preguntó.

Victor Clement estaba intrigado. La última vez que la vio fue un día en el que se encontró casualmente con ella en la oficina del General Boullie, y la última vez que intentó comunicarse con ella fue luego de su ataque en Saint Antoine, pero Oscar aún no había respondido a su misiva.

Entonces, dirigiéndose a su carruaje, Gerodelle pensó nuevamente en su ex comandante.

- "Si no te hubieras retirado de la Guardia Real, me habría conformado con verte a diario, pero ahora…. Mi amada Oscar François, no me resigno a tener que renunciar a ti."

Él no la había olvidado.

Quedó impactado por Óscar desde el día en que la conoció, y recordaba con toda claridad aquella mañana en la que la heredera de los Jarjayes lo retó a duelo para demostrarle que era lo suficientemente buena como para obtener el puesto de Comandante de la Guardia Real, aún sin estar interesada en el cargo. Aquel día, Gerodelle la halagó tanto que convenció al mismísimo Luis XV de que ella tenía que ser la persona que obtuviera el puesto, cambiando para siempre el destino de la última de las hijas de Regnier de Jarjayes.

A partir de ese momento, ella se vería forzada a renunciar a tener la vida de una mujer de la nobleza, pero el destino de Gerodelle también quedaría sellado aquel día, porque después de conocerla, ninguna otra mujer llamaría su atención lo suficiente como para que él decida casarse, aunque hacía ya mucho tiempo que tenía la edad para hacerlo. Para él, ninguna de las damas que había conocido reunía las cualidades necesarias para ser su esposa, porque a todas las comparaba con Oscar.

Ahí, en la puerta de su mansión, Gerodelle recordó una vez más el rostro de la mujer que había rechazado su propuesta de matrimonio, y aunque eso le había dolido más que todas las veces que fue herido durante su duro entrenamiento militar, su corazón se llenó de alegría y esperanza al saber que pronto volvería a verla.

...

Mientras tanto, en las calles de París, André - montado en su caballo al lado de Óscar y junto al Grupo 1 de la Compañía B - cumplía con su misión de vigilancia.

Estaba concentrado en su labor, cuando repentinamente, recordó el tema que tenía pendiente con su familia de Provenza.

La carta que su tía Juliette le había escrito hacía ya varios días decía que su primo Jules se haría cargo de la administración de su recién adquirida villa hasta que él pudiera contratar a su propio administrador, pero André veía cada vez más difícil poder tomarse unos días para viajar al sur de Francia para encargarse de ese asunto.

Alain ya no formaba parte de la Compañía B, y Oscar sólo lo tenía a él para apoyarla. Aparte de eso, la tensión que se sentía en las calles de París era evidente, y André sabía que en cualquier momento podría desatarse una revuelta. Si eso sucedía, y algo le pasaba a la mujer que amaba en su ausencia, nunca se lo perdonaría.

Se encontraba ante una encrucijada.

- André... ¿ves aquel barrio? - le murmuró Óscar, señalando con la mirada - y muy discretamente - a una zona por la qué pasaban.

- Sí, ¿qué pasa con el? - le respondió André.

- Un reporte que llegó a mí indicaba que en ese lugar algunos nobles vienen reuniéndose con voceros del tercer estado, y discuten la posibilidad de unir fuerzas en caso de que llegue a aprobarse la instauración de los Estados Generales, lo cual es muy probable que suceda al paso que vamos. - le dijo.

Tras escucharla, André observó la zona con detenimiento, y Óscar continuó.

- La próxima semana infiltraré a un grupo de soldados de la compañía en ese lugar para que podamos obtener más información de lo que está sucediendo. - mencionó ella.

- ¿Y se sabe quiénes son los nobles involucrados? - preguntó André.

- No, y esa es justamente una de las razones por las que quiero investigar más a fondo... - le respondió ella

...

Horas más tarde, y ya de vuelta en el cuartel, los soldados almorzaban en el comedor.

- ¿La comandante está en su despacho otra vez? - preguntó uno de ellos.

- Sí, yo creo que amanecerá aquí nuevamente. - respondió otro. - Está trabajando muy duro últimamente, ni siquiera ha venido al comedor para almorzar. - agregó.

Entonces André, que había escuchado en silencio la conversación de sus compañeros, comió rápidamente para dirigirse a la oficina de Óscar, no sin antes detenerse en la cocina del cuartel para llevarle algo de comer.

- Adelante. - dijo ella al escuchar que alguien llamaba a la puerta de su despacho.

- Óscar, te traje la comida. - le dijo André, y al reconocer su voz, Oscar levantó la mirada del informe que estaba escribiendo.

- Gracias, André... - respondió ella, y le sonrió agradecida.

- Me prometes que lo comerás... ¿verdad, Óscar? - preguntó él. Quería que se alimente, y no se iría de ahí hasta que ella no le asegure que se comería lo que le había llevado.

- Te lo prometo, André... - respondió Oscar, con la mirada iluminada.

¡Cuánto lo amaba!

Sólo él tenía la capacidad de hacer que desee olvidarse de todas sus responsabilidades. Cada vez que lo veía, sensaciones hasta hacía poco tiempo desconocidas para ella se apoderaban de su mente y de su cuerpo, y soñaba despierta con lanzarse a sus brazos y olvidarse de que era la Comandante de la Guardia Francesa; cuando estaba con él sólo quería ser una mujer, sólo eso.

- Has estado casi toda la semana trabajando muy duro y durmiendo muy poco, pero hoy regresarás a la mansión para descansar... ¿cierto, Óscar? - le preguntó André sin poder ocultar su preocupación, aunque más que preguntarle eso, lo que en realidad quería era que le asegure que así sería.

- Eso espero, André. Sólo tengo que acabar con estos informes y me iré para la casa... - le respondió ella.

- Entonces te dejo para que puedas terminar más rápido. - le dijo él con una sonrisa, y se dirigió a la salida.

- André, espera. - le dijo ella, y se levantó de su silla.

Él volteó ante su llamada, y sin siquiera verlo venir, Oscar se aferró a su pecho y lo abrazó con una gran ternura.

- Gracias... - fue todo lo que alcanzó a decir, ya que se encontraba totalmente sobrepasada por sus emociones.

Y sin poder resistirse, André la abrazó también, envolviendo el delgado cuerpo de su amada con sus fuertes brazos, mientras que ella, con el rostro apoyado sobre su pecho, trataba de contener las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos por la emoción de sentir tan cerca al gran amor de su vida.

- Oye Óscar, sólo te traje el almuerzo... - le dijo André bromeando para tratar de relajarse, y para evitar dejarse llevar por sus verdaderos deseos. Ella despertaba en él todo tipo de sensaciones, y le costaba mucho controlarlas teniéndola así de cerca.

Hasta hacía algunos días, André había estado tratando de evitar ilusionarse con ella y aún lo hacía. Sin embargo, sabía que había nacido para amar a esa mujer y en esos últimos días la cuidaba como si fuese su prometida, y no dudaba en demostrarle su amor. Si ella nunca le correspondía ya no le importaba, lo único que quería era vivir para amarla y para protegerla, y por eso, aunque seguía cumpliendo su promesa de nunca más volver a besarla o intentar algo más con ella, sí disfrutaba cada mirada suya, cada muestra de afecto, y ahora ese abrazo tan inesperado.

A André habían dejado de preocuparle los sentimientos de Óscar hacia Fersen; todo hacía parecer que ella ya lo había superado por completo, y eso - sumado a todo el cariño que Oscar venía demostrándole en esos últimos días - hacía que él se sienta inmensamente feliz.

Luego de varios segundos abrazados en silencio, alguien llamando a la puerta los hizo regresar de vuelta a la realidad, y Óscar se alejó de él y le dio la espalda para evitar que descubra las lágrimas que habían cubierto sus mejillas sin que ella haya podido hacer nada para detenerlas.

- Adelante. - dijo Óscar, mientras miraba hacia el exterior a través de la ventana.

- Comandante Oscar, vine a dejarle los reportes que acaban de llegar de la provincia de Bordeaux. - comentó el Coronel Dagout, el cual acababa de ingresar a la oficina.

- Comandante, yo me retiro. - le dijo André a Óscar, y llevó su mano a su frente en un gesto de despedida militar. - Con su permiso. - agregó.

- Hasta luego, soldado. - le dijo ella amablemente y luego sonrió, aunque seguía dándole la espalda.

En el cuartel, ambos se comportaban como comandante y subordinado, y ningún miembro de la compañía había notado - hasta ese momento - que su relación había cambiado desde que regresaron de su licencia por salud.

Tras escucharla, André se despidió también del Coronel Dagout y salió de la oficina para dirigirse a las barracas. Entonces, Oscar se dirigió a quien era su segundo al mando en la Guardia Francesa.

- Coronel Dagout, necesito reunirme con usted luego de que termine su ronda con el Grupo 2. A partir del 25 de Agosto, el comandante de la Compañía A y yo estaremos recibiendo un entrenamiento especial de una semana, y necesito revisar con usted las actividades de nuestro regimiento durante los días en los que estaré ausente.

- Claro que sí, Comandante. Estaré de regresó en un par de horas. - respondió el Coronel. - Con su permiso. - le dijo, y tras ello, se retiró.

Ya estando sola, Óscar se dirigió nuevamente a su escritorio mientras secaba las lágrimas de su rostro, lágrimas que habían sido de felicidad, no de tristeza.

- "¡Maldición!" - pensó de repente - "El cumpleaños de André se cruza con mi periodo de entrenamiento. No podré programar mi día de descanso para esa fecha."

Desde que tenía uso de razón, Óscar había celebrado ese día con él.

Cuando eran niños, ella organizaba una pequeña fiesta con todo lo que tenía a mano, muchas veces tomando de la cocina - y a escondidas - los panecillos o bocadillos que sabía que le gustaban a André, y que normalmente estaban separados para los invitados importantes que venían de visita a la mansión.

De hecho, en el cumpleaños número diez del nieto de Marion, uno de los empleados olvidó guardar en la repisa alta el vino dulce con el que habían brindado por el compromiso de una de las sirvientas y - pensando que era jugo de uva - Óscar lo llevó a la habitación de su mejor amigo para su "gran celebración", sin presagiar que aquel día ambos se emborracharían por primera vez.

Cuando la nana ingresó a la alcoba para llamarlos a cenar y notó que ambos niños reían por tonterías y no paraban de decir incoherencias, ella se asustó mucho, pero se asustó aún más al descubrir que la botella de vino se encontraba vacía sobre la mesita de noche de la habitación de su nieto. Afortunadamente Óscar, con tan solo nueve años, confesó que fue su idea llevar esa botella para su celebración, de lo contrario, André hubiese tenido que correr por toda la casa huyendo del cucharón de Marion, o peor aún, ser castigado sin postre al menos durante un mes.

Algunos años después, cuando Oscar ya lideraba la Guardia Real, ella dejaba a cargo de Gerodelle las actividades de los guardias el día del cumpleaños de André. Pasara lo que pasara, ese día era intocable, y casi siempre, ambos salían a comer a algún lugar a las afueras de Versalles. No obstante, André y Oscar sabían que tenían que regresar antes de las ocho de la noche, ya que Marion acostumbraba preparar una cena con los miembros del servicio de la casa, los cuales también apreciaban mucho al leal compañero de la heredera de la familia.

Sin embargo, ahora no estaba en sus manos separar ese día para él. El entrenamiento había sido planificado desde hacía ya un buen tiempo por órdenes del General Boullie, máxima autoridad del ejército francés, y ella no podía hacer nada al respecto.

- "Bueno, algo se me ocurrirá..." - se dijo Oscar a sí misma. - "Podría decirle a mi nana que el 26 de Agosto André y yo tenemos que trabajar, entonces ella no tendría otra opción que cambiar el día de su celebración con los empleados para otro día, y yo podría pasar la tarde con él..."

Y pensando en eso sonrió, pero unos segundos después, volvió la mirada al reporte que estaba preparando. Estaba segura de que no terminaría antes de las siete de la noche. Probablemente tendría que pasar la noche nuevamente en el cuartel.

...

Fin del capítulo