Capítulo 14
Rivales
A la mañana siguiente, André llegaba a la mansión Jarjayes montado en su caballo. Era su día de descanso programado, y como siempre hacía desde que se enlistó en el ejército, aprovechaba para pasar el día en el lugar que siempre había considerado su hogar.
Por órdenes de Óscar, él conservaba su habitación en la mansión, a pesar de que - en la práctica - ya no trabajaba para los Jarjayes. La heredera de la familia había dado indicaciones precisas para que nadie mueva nada de su habitación, y para que siempre se encuentre lista para él; ese era el espacio de André y así quería mantenerlo.
Aquel domingo, el nieto de Marion había salido muy temprano del cuartel. Iba feliz, no solo porque volvía a la casa e iba a ver nuevamente a su abuela, sino también porque sabía que estaría cerca de Óscar todo el día, y es que en los últimos días su relación se había transformado; estaban más unidos de lo que nunca habían estado, y eso lo tenía flotando en una nube de felicidad.
Si alguien hubiese sido testigo de la forma en la que se miraban cuando estaban solos, o si se hubiera percatado de los pequeños detalles de amor que existían entre ambos, incluso estando en el cuartel, esa persona no hubiese dudado en afirmar que ellos dos se amaban. André y Oscar habían derribado todas las barreras que los separaban, y a pesar de que ninguno de los dos le había declarado al otro sus sentimientos ni habían traspasado los límites físicos de una relación de amigos y compañeros de trabajo, era obvio que el vínculo que ahora tenían era distinto.
Evidentemente André nunca había dejado de amarla, sin embargo, desde que Oscar empezó a cambiar con él, André empezó a sentir cosas que hacía mucho tiempo no sentía; era como si se hubiese vuelto a enamorar de ella de la misma manera y con la misma intensidad con la que lo hizo cuando era sólo un adolescente.
Estaba totalmente fascinado por Oscar y por todo el amor que ella le demostraba a diario. Por aquellos días, le resultaba casi imposible sacar al rostro de la mujer que amaba de su mente, y es que ella llegaba a sus pensamientos de maneras inesperadas y sin que pudiese hacer nada para evitarlo, incluso cuando se encontraba pensando en algo que no tenía nada que ver con su amor por ella.
Ya en la mansión, y luego de pedirle a uno de los sirvientes que deje su caballo en el establo, el nieto de Marion se dirigió a la cocina y ahí se encontró con Stelle, quien al verlo llegar, lo recibió con alegría.
- ¡Hola André! ¡Que bueno verte de nuevo por acá! - le dijo la cocinera.
- Hola Stelle... ¿Cómo estás? - preguntó él.
- Pues yo muy bien, pero sorprendida de verte retornar tan pronto. - le comentó.
- Tuve suerte. Mi día de descanso fue programado para hoy a pesar de que recientemente culminé mi licencia por salud. - le dijo, y tras ello, se sentó en la mesa del pequeño comedor de la cocina. - ¿Y mi abuela?... ¿Dónde está?... - preguntó André, buscando a su alrededor.
- Se fue al Palacio de Versalles con Beatrice para ayudar a Madame Jarjayes a traer todas sus cosas de vuelta a la mansión. - le respondió Stelle. - Los reyes al fin liberaron a la señora de sus obligaciones. Ya no será más una de las damas de honor de la reina, aunque Madame Jarjayes nos comentó que Lady María Antonieta le pidió que no deje de frecuentar la corte... Ya sabes que los reyes la tienen en alta estima. - agregó Stelle.
- ¡Esa es una gran noticia! - exclamó André, y pensó en la felicidad que sentiría Óscar al saberlo.
- Así es. Es una gran noticia. - respondió Stelle. - Pero dudo mucho que tu abuela llegue hoy... Madame Jarjayes prácticamente vivía en el palacio, y seguramente tendrán que organizar muchas cosas antes de poder retornar a la mansión. - comentó la cocinera.
- Es verdad, dudo mucho que hoy llegue a verlas... - le dijo André resignado. - ¿Y Óscar? ¿Está en su recámara? - preguntó nuevamente, iluminado por una sonrisa.
- Lady Óscar envió a un mensajero desde el cuartel indicando que llegaría hoy por la tarde. Parece que se quedó trabajando nuevamente, incluso hoy que es Domingo. - le respondió Stelle. - Es extraño que no lo sepas, ¡si tú trabajas con ella! - agregó riendo.
- En verdad no lo sabía... - le dijo André, bastante sorprendido. - Cuando salí hoy del cuartel estaba convencido de que la encontraría aquí.
- ¿La señorita tiene mucho trabajo? - preguntó la cocinera.
- Últimamente sí. - respondió él pensativo, y algo decepcionado por tener que esperar hasta la tarde para poder verla nuevamente.
- Te traeré algo de desayunar y te prepararé algo delicioso para la comida... ¿Te gustaría? - le dijo Stelle con una gran sonrisa. - Debes alimentarte bien ahora que estás en el ejército.
- ¡Me encantaría Stelle! ¡Muchas gracias!... La verdad es que muero de hambre. - le dijo André riendo, y mientras Stelle tomaba de la alacena las cosas necesarias para hacerle el desayuno, ambos siguieron conversando.
...
Mientras tanto, en el palacio de Versalles, la madre de Óscar y la abuela de André empacaban los vestidos que enviarían de vuelta a la mansión Jarjayes, aunque la mudanza sería progresiva ya que ella no perdería sus habitaciones en el palacio real, sólo ya no pasaría ahí la mayor parte del año.
- Madame Jarjayes, y ahora que ya no tiene obligaciones con la reina, ¿qué planes tiene para el futuro? - le preguntó Marion a la madre de Óscar.
- Aún no he pensado en eso... - respondió Georgette con una dulce sonrisa. - Por lo pronto esta semana quiero estar cerca de Óscar, y luego espero poder ir a visitar a alguna de mis hijas y pasar una temporada fuera de Versalles en lo que Regnier vuelve de su misión.
- Tiene de donde elegir... - comentó Marion riendo, y haciendo referencia a las cinco hijas que tenía Georgette aparte de Óscar, las cuales vivían con sus familias también en Francia pero lejos de Versalles, a excepción de Josephine, quien había contraído matrimonio con un noble sueco y vivía en Suecia con él y con sus hijos.
- Así es Marion... - le dijo ella, sonriendo ilusionada.
Georgette había servido a la reina casi el mismo tiempo que Óscar a la Guardia Real, y extrañaba tener la libertad de decidir cuándo visitar a sus hijas. También añoraba pasar más tiempo con su esposo, a quien había visto con más frecuencia, pero no como hubiese deseado.
...
Algunas horas más tarde, André descansaba en el recibidor. Había terminado de comer hacía pocos minutos, y decidió permanecer en ese lugar para esperar a Óscar mientras leía uno de sus libros.
- André, te traje una copa de vino. - le dijo Mirelle, una de las sirvientas de la mansión de los Jarjayes. - Sé que hará que disfrutes más de tu lectura. - le comentó con una sonrisa.
- Gracias, Mirelle. No tenías que molestarte. - le dijo el nieto de Marion con agradecimiento.
- No es ninguna molestia. - le dijo ella con voz suave. Ambos habían sido amigos desde que Mirelle entró a trabajar a la mansión, pero, por aquellas fechas, ella estaba teniendo sentimientos confusos hacia él, a pesar de estar comprometida para casarse.
- ¿Cómo está Thomas? - le preguntó André, haciendo referencia su futuro esposo. - Hace mucho que no lo veo.
- Él está bien... - respondió Mirelle tímidamente, a pesar de que se tenían confianza. - Ahora está en Normandía, visitando a unos parientes.
- Salúdalo de mi parte cuando lo veas. - le dijo André. - ¡Ah! Por cierto, Mirelle, ¿ya elegiste la fecha de tu...
Entonces, cuando André estaba a punto de preguntarle a la doncella algo más acerca de su matrimonio, el sonido de un carruaje acercándose a la mansión lo distrajo. Difícilmente era Óscar; ella solía llegar a su casa montada en su caballo.
- ¿Quién podrá ser? - comentó André.
- Debe ser el Conde Gerodelle. - respondió Mirelle. - La señorita Óscar lo citó aquí a esta hora.
Al escucharla, André se paralizó. ¿Por qué Óscar citaría en su casa a un hombre que en el pasado le propuso matrimonio? - se preguntó, y sin poder evitarlo se llenó de rabia. Sabía que podría existir más de una razón válida para que Óscar cite a su ex subordinado, sobre todo en el contexto político y social en el que se encontraba su país, sin embargo, aunque racionalmente lo entendía, su rabia por pensar que se verían a solas lo estaba sobrepasando.
- André... ¿te pasa algo? - le preguntó Mirelle, al notar que se había quedado repentinamente callado.
- No, Mirelle. Todo está bien. - le respondió él, y trató de contenerse frente a ella.
...
No muy lejos de ahí, en su despacho del cuartel militar, la comandante de la Compañía B conversaba con uno de sus subordinados.
- Soldado, dígale a André Grandier que venga a mi oficina. - solicitó ella; quería despedirse de él antes de dirigirse a su mansión, pero no recordaba que ella misma había programado su descanso para ese día.
- Comandante, André Grandier tomó su día libre hoy. Se fue a muy tempranas horas. - respondió el soldado.
Óscar se sorprendió ante aquella información, y de inmediato tomó el libro de turnos de sus guardias. Su subordinado tenía razón: ella misma había programado el descanso de André para ese día, sólo que con tanto trabajo no lo había recordado.
- Es cierto, discúlpeme. Fue una confusión mía. - le dijo al soldado. - Ya puede retirarse. - agregó.
Y tras hacer un gesto de despedida militar, el guardia salió de su despacho.
A Óscar le pareció extraño que André se haya ido del cuartel sin despedirse, pero pronto se dio cuenta de que probablemente él había asumido que se verían en la mansión, ya que la tarde anterior, ella prácticamente le había asegurado que iría para allá apenas terminara con sus informes, sin embargo, su carga de trabajo no se lo había permitido.
De pronto, la hija de Regnier De Jaryajes sintió como si una corriente de aire frío le paralizara el cuerpo, y es que acababa de recordar que le había pedido a Gerodelle que vaya a verla esa tarde, y para esas horas, de seguro debía estar llegando a su mansión.
- "¡Maldita sea!" - pensó angustiada. - "¡Cómo se me ocurrió programar el descanso de André en la misma fecha en la que cité a Gerodelle a la mansión!". - se reclamó a sí misma, y de inmediato, salió rápidamente de su despacho.
Afortunadamente uno de los guardias del cuartel ya tenía listo su caballo a la salida del recinto, y ella lo montó a toda prisa para dirigirse de inmediato a su mansión.
Y mientras azuzaba a su caballo para que acelere el paso, Oscar - nerviosa como hacía mucho tiempo no lo había estado - trataba de obligarse a pensar en positivo.
- "¡Tranquilízate!" - se decía a sí misma. - "La mansión es muy grande y ellos no tienen por qué encontrarse..."
Sin embargo, si le preocupaba que lleguen a verse. Oscar no quería que en ese momento, en el que su relación se había transformado en algo tan hermoso, algo llegue para perturbarla.
Ella aún recordaba lo mucho que le había afectado a André la propuesta de matrimonio de Gerodelle, e incluso recordaba que por aquellos días él ni siquiera podía mirarla a los ojos.
Montada en su caballo y cabalgando a toda prisa, lo único que deseaba la ex comandante de la Guardia Real era poder evitar un encuentro entre ellos y que eso pudiera abrir viejas heridas en el corazón del amor de su vida, heridas que ella se había propuesto curar. Sin embargo, todo parecía indicar que no llegaría a tiempo.
Mientras tanto, en la mansión Jarjayes, Victor Clement Floriane de Gerodelle - acompañado por uno de los sirvientes de la casa - ingresaba al recibidor, y al hacerlo, se encontró cara a cara con André, un hombre al que conocía desde hacía muchos años.
Al igual que él, Gerodelle se llenó de rabia al verlo. Sintió celos, esos celos que siempre había sentido hacia el hombre que estuvo y que seguía estando al lado de la mujer que amaba, un hombre que claramente también amaba a Oscar pero, sobre todo, un hombre que era el dueño del corazón de su ex comandante, porque Victor Clement estaba convencido de que Oscar amaba a su ex asistente; a sus ojos eso siempre había sido demasiado evidente.
No obstante, aunque el haber encontrado a André en la casa de la mujer que amaba lo hizo sentirse en desventaja, el conde era un hombre orgulloso, y no estaba dispuesto a dejar que sus debilidades e inseguridades queden expuestas frente a su principal rival.
Consciente de que no podía competir contra él en cuanto a los sentimientos de Oscar, Gerodelle - como todo buen militar - decidió utilizar todas sus armas para desestabilizar la tranquilidad de André, y que mejor que atacarlo haciéndole ver su realidad de una manera muy sutil.
- André Grandier, cuánto tiempo sin vernos... - le dijo el conde a André, sin perder la compostura.
- Buenas tardes, Conde Gerodelle. - le respondió André sin inmutarse, aunque de manera respetuosa. No lo había visto desde que Oscar se retiró de la Guardia Real, y ahí, en aquel recibidor, no pudo evitar pensar que aquel hombre que ahora estaba frente a él se había atrevido a intentar alejarlo del amor de su vida.
- Conde Gerodelle, la señorita envió un mensaje diciendo que demoraría un poco en llegar, pero que por favor la espere. - dijo de pronto Mirelle, sin poder evitar sentir la tensión que había entre ellos. - ¿Desea que le sirva una copa de vino mientras ella llega? - le preguntó al conde.
- Sí, muchas gracias. - le respondió Gerodelle a la doncella.
- Enseguida se la traigo. Con su permiso. - le dijo Mirelle, y tras decir esto, se retiró dejándolos nuevamente a solas.
Entonces, con el tono elegante que lo caracterizaba, Victor Clement volvió a dirigirse a André.
- Había oído que te enlistaste en la Guardia Nacional... - le dijo con una sonrisa sarcástica. - Te seré honesto: no me gusta nada que la mujer que amo pase los días en un ambiente como ese.
- "¿La mujer que amo?" - pensó André indignado, pero no respondió a su provocación. Había decidido mantener la calma, aunque ambos sabían que la guerra había sido declarada abiertamente.
- André, aún tengo la intención de hacer a Oscar mi esposa, y en ese caso sé que la echarás de menos... - le dijo el conde con total desparpajo. - Hasta ahora nunca te has separado de ella... Te confieso que me das un poco de envidia. - agregó.
Y mientras lo escuchaba, el nieto de Marion moría de rabia, pero principalmente por no poder responderle. ¿Qué le podía decir, si estaban en igualdad de condiciones?... Ninguno de los dos tenía a Oscar, pero, a diferencia suya, él tenía la ventaja de tener la posibilidad de casarse con ella por pertenecer a la nobleza.
Gerodelle continuó:
- Oscar entró a formar parte de la Guardia Real desde muy joven para estar al lado de María Antonieta, y tú, a pesar de ser un plebeyo, tuviste acceso al palacio y estuviste cerca de los reyes... - comentó el conde. - Estoy seguro de que sin ti ella no sería lo que es, y tú tampoco serías lo que eres sin ella... - le dijo.
Y aunque las palabras del conde parecían sinceras y llevaban consigo una profunda melancolía, André estaba seguro de que le estaba diciendo todo eso con algún propósito.
- Seguramente Oscar es consciente de que tú eres su destino... - susurró Gerodelle, y elevó la mirada pensativo.
- ¿¡Qué?! - exclamó André, sorprendido por lo que acababa de escuchar de los labios de su rival. Desde hacía ya un buen rato, Gerodelle le estaba dando a entender que pensaba que Oscar estaba destinada a vivir a su lado... ¿pero por qué le estaría diciendo él algo como eso? - se preguntaba.
- Dime... ¿Has leído "Julia, o la nueva Eloísa", de Jean-Jaques Rousseau? - preguntó el conde. - Es una novela trivial, aunque...
Y de pronto, Victor detuvo su plática y lo miró a los ojos con firmeza.
- André Grandier, me considero un hombre lo bastante abierto como para dejar que mi esposa tenga un criado fiel a su lado... Siempre y cuando a ti no te importe. - le dijo, y agregó a sus palabras una cínica sonrisa.
Entonces, sin poder contenerse más y casi fuera de sí, André arrojó sobre Gerodelle el contenido de su copa de vino y lo miró desafiante; el conde había sobrepasado todos los límites al decirle algo como eso. Una sola palabra más, tan sólo una más y de seguro se lanzaría sobre él para golpearlo.
No obstante, Victor - siendo muy consciente de que lo había ofendido ya que esa había sido su intención - no se inmutó en lo absoluto, y muy tranquilamente saco un pañuelo de su bolsillo y empezó a limpiar su rostro y parte de su saco.
En ese instante, Oscar ingresó a la mansión, y al llegar al recibidor, se encontró con toda esa escena.
- ¿Qué está pasando aquí? - les dijo sin siquiera saludarlos, y con la autoridad de toda una comandante.
Entonces André volteó a mirarla evidentemente enojado, y ella se sintió traspasada por su ira. El nieto de Marion no estaba dispuesto a bajar la cabeza ante el conde, es más, si fuese necesario, estaba dispuesto a confesarle a Oscar que había tratado mal a uno de sus invitados. Sin embargo, para Gerodelle esta era una guerra hombre a hombre, y no estaba dispuesto a involucrar a su amada en un enfrentamiento que únicamente les pertenecía a ambos.
- Mademoiselle, buenas tardes. Discúlpeme por favor, soy un verdadero torpe. Sin querer hice un mal movimiento y mi copa de vino me cayó encima. No me atrevo a hablar con usted en este estado tan lamentable, por favor, permítame regresar a mi mansión para cambiarme de ropa. Le aseguro que estaré de regreso tan pronto como me sea posible, y podremos reunirnos tal como me lo solicitó. - le dijo el conde a Oscar, con su acostumbrada gallardía.
- Está bien, Gerodelle. - respondió ella, aunque sin creer nada de lo que le había dicho.
- Con su permiso. - le dijo a Oscar.
Tras ello, avanzó unos pasos para dirigirse a André.
- Fue un placer saludarte de nuevo, André Grandier. - le dijo sarcásticamente, y luego se retiró, dejando al nieto de Marion totalmente fuera de sus casillas.
- André, ¿qué ha pasado aquí? - le preguntó Oscar. Era claro para ella que Gerodelle no se había arrojado a sí mismo esa copa de vino, y quería saber de los labios de su más cercano amigo qué era lo que en verdad había ocurrido.
- Ya escuchaste al conde. Fue un accidente. - le respondió él con la mirada fulminante. Estaba verdaderamente enojado. Si Oscar no hubiese llegado a tiempo, probablemente se hubiesen ido a los golpes.
- ¿Por qué me ocultas lo que realmente pasó? - le preguntó Oscar, empezando a impacientarse.
- Yo no soy el que oculta las cosas aquí. - le dijo él firmemente, empezando a enojarse con ella. Los temores de Oscar se habían hecho realidad; ese encuentro con Gerodelle había afectado la paz de su relación con André, aunque ella aún seguía sin saber que era lo que había pasado.
Y consciente de que necesitaba tranquilizarse, André decidió salir de ahí para tomar un respiro.
- Oscar, saldré a cabalgar. - le dijo determinado, y se dirigió a la salida.
- Espera, André. Yo voy contigo. - le dijo ella. No quería que se vaya en ese estado; necesitaba conversar con él tranquilamente para que le diga exactamente que era lo que lo había alterado tanto.
- ¿Acaso no tienes que quedarte aquí para esperar a tu invitado? - le preguntó él, tratando de contener su enojo, aunque estaba fracasando rotundamente en eso.
Oscar se quedó callada: André tenía razón. Ella no podía moverse de ahí porque había citado a Gerodelle a una reunión, y el conde le había asegurado que regresaría pronto.
- Ya me voy Oscar. - le dijo André decidido al ver que ella no respondía, y salió de inmediato de la mansión rumbo a las caballerizas.
Por su parte, Oscar, aún confundida, se seguía preguntando qué era lo que había pasado entre André y Gerodelle.
...
Fin del capítulo.
