Capítulo 15
Si yo me casara
Luego de bajar de su carruaje, Victor Clement Floriane De Gerodelle ingresó a su mansión dirigiéndose de inmediato al pequeño salón donde acostumbraba relajarse. Al llegar se sentó en el sofá con el rostro desencajado y sintiéndose muy mal; no esperaba encontrarse con André en la mansión de los Jarjayes, y es que el sólo hecho de imaginárselo tan cerca de Oscar le causaba una profunda rabia, una rabia que en ese momento se había transformado en tristeza y frustración.
- "Es como su sombra... " - pensó afligido.
¡Cuantas verdades le había dicho a su rival antes de darle la estocada final!... Cuántas verdades que le habían ido quebrando el corazón a medida que las pronunciaba.
Entristecido y con el traje aún manchado con el vino tinto que el ex asistente de la mujer que amaba le había arrojado, Gerodelle se sintió impotente. Sabía que sus oportunidades de conquistar el corazón dY se e Oscar eran prácticamente nulas mientras André estuviera a su lado. Todo lo que podía hacer para vencer en esa guerra por su amada era intentar romper aquel vínculo que los unía, destruirlo totalmente, pero... ¿acaso era eso posible?... O es que acaso esa lucha estaba destinada al fracaso, incluso desde antes de empezar...
Aún no lo sabía.
Todo lo que sabía era que André era su principal rival, y estaba dispuesto a utilizar todas sus armas contra él mientras existiera una mínima posibilidad de ganarse el amor de Oscar. No estaba dispuesto a rendirse.
Gerodelle nunca había estado de acuerdo con aquella frase que decía que "en la guerra y en el amor todo vale", porque él, siendo militar, defendía la idea de que en una batalla lo primero y lo más importante era pelear justamente y con honor, aún en contra del peor de los enemigos. Sin embargo, ahí, sentado en aquel pequeño pero elegante salón de su mansión, era muy consciente de que no se había comportado con André de una manera honorable. Todo lo contrario, había caído muy bajo al atacarlo con su condición de plebeyo, pero Victor no tenía más armas; estaba desesperado, a pesar de saber esconder muy bien esa desesperación detrás de una muy elaborada máscara de inalterabilidad, dignidad y orgullo.
- Amo, ¿se encuentra bien? - le preguntó Clarice, el ama de llaves de su mansión. Ella era una mujer que - a pesar de ser mayor que el conde por sólo unos cuantos años - se preocupaba por él casi como lo haría una madre, y no le gustó verlo así: decaído, triste, desencajado.
- Perdón Clarice, ¿me dijiste algo? - le preguntó él, tratando de reconectarse con la realidad. Estaba tan ensimismado en sus propios pensamientos que ni siquiera había escuchado la pregunta de su ama de llaves.
- Le pregunté si se encuentra bien amo... - le dijo ella, y se acercó unos pasos más a él. - Disculpe mi atrevimiento, pero tengo la sensación de que lo estuviera agobiando una profunda tristeza.
- No te preocupes por mí, Clarice... - le respondió Victor, de forma melancólica. - He tenido mejores días, pero voy a estar bien. Aunque necesito que me hagas un favor. - le dijo el conde.
- Estoy para servirle. - respondió Clarice.
- Prepárame otra muda de ropa. - le dijo Gerodelle. - Como notarás, ésta ya se echó a perder. - agregó.
Entonces Clarice notó que su amo tenía razón. Su traje estaba totalmente arruinado, y es que por aquellas épocas no había nada que pudiese sacar de ninguna tela una mancha de vino como esa.
- Prepararé un nuevo traje de inmediato, amo. - le respondió ella.
- Muchas gracias, Clarice. Yo subiré en unos minutos para vestirme. - le dijo el conde, y la sirvienta se retiró, pero se quedó muy preocupada por él.
Luego de que el ama de llaves se marchara, Gerodelle recordó su enfrentamiento con André.
- "André Grandier, si tú y yo nos hubiésemos conocido en otras circunstancias creo que hasta podríamos haber sido amigos. Eres un hombre inteligente, capaz y muy leal." - pensó. - "Sin embargo, el destino nos enfrentó por el amor de una mujer, y ahora ya no hay vuelta atrás..."
Entonces - sin sentirse orgulloso de sus actos, pero sin arrepentimientos - Gerodelle se levantó y salió rumbo a su habitación para poder cambiarse de ropa. Debía volver al lado de Oscar, aunque desconocía aún las razones que ella tenía para querer verlo.
...
No muy lejos de la mansión de Gerodelle, Óscar miraba hacia el exterior por una de las ventanas de su recibidor, sintiéndose triste por haber notado a André tan alterado luego de su encuentro con el que había sido su segundo al mando en la Guardia Real.
Muy pocas veces lo había visto así. Él era una persona que se caracterizaba por saber controlar muy bien sus emociones, sin embargo, en esta ocasión su rabia lo había sobrepasado.
De pronto, Mirelle ingresó a la habitación con una copa de vino, la cual reposaba con firmeza en una pequeña bandeja de plata.
- Buenas tardes, Lady Oscar... - le dijo Mirelle, y Óscar volteó a verla.
- Buenas tardes, Mirelle. - le dijo ella.
- ¿Ya se retiró el Conde de Gerodelle?... Le traje su copa de vino. - mencionó la sirvienta, algo intrigada. Se había demorado un poco más de lo habitual, pero no tanto como para no encontrarlo.
Al verla, Óscar confirmó que no era posible que su ex subordinado se hubiese arrojado una copa de vino a sí mismo, ya que ni siquiera tenía una. Tenía que haber sido André quien ejecutara tal agravio. Pero, ¿por qué lo haría? - se preguntaba ella; algo grave tenía que haber ocurrido para que él haga algo como eso.
- El conde tuvo que salir, pero regresará pronto.- le dijo Óscar a su sirvienta. - ¿Me dejarías a mí esa copa de vino?... En verdad la necesito. - agregó, con una amable sonrisa.
- Por supuesto, señorita. - respondió la joven, alcanzándole la copa. - ¿Necesita algo más?
- No, Mirelle. Ya puedes retirarte. - le respondió Oscar, y luego de hacer un gesto de despedida, Mirelle se marchó.
...
Mientras tanto André, ya muy lejos de la mansión y cabalgando sin rumbo fijo, trataba de ordenar sus ideas.
- "¿Cómo pude permitir que me afectaran sus palabras?" - pensaba enojado consigo mismo por perder el control ante Gerodelle.
Sin embargo, si estaba afectado, y es que el conde le había recordado nuevamente su realidad: que él era solamente un plebeyo y que Óscar era una aristócrata, por lo tanto, su amor por ella era un amor prohibido, y él nunca tendría derecho a pedirla en matrimonio.
Además de eso, Gerodelle se atrevió a insinuarle que estaba dispuesto a contratarlo como su sirviente para que permanezca al lado de Oscar cuando la hiciera su esposa... ¡Que osadía!... ¡¿Cómo se atrevía a pensar que él se prestaría a algo como eso?!... Sin embargo, montado sobre su caballo, André también se preguntaba por qué Gerodelle se tomaba tantas molestias sólo para fastidiarlo.
No obstante, había algo que sí lo había dejado consternado, y es que el conde, en varias ocasiones, le insinuó que pensaba que Oscar y él estaban destinados a estar juntos.
Si Gerodelle hubiese utilizado otro tono de voz cuando pronunció esas frases, o hubiera hecho al menos un gesto de burla, André seguramente pensaría que todo era parte de su ataque hacia él. Sin embargo, en los momentos en los que el conde se refería a ese tema su voz se tornaba melancólica. Era como si el sólo hecho de pronunciar aquellas palabras hiciera que una parte de su alma se quiebre.
Varios minutos después, André notó que había llegado a París, y decidió caminar en las cercanías del Sena.
Dejando su caballo en un bar cerca del río, se dirigió a la orilla para intentar que el ruido de la corriente y el sonido de la brisa matinal calmen su agitado espíritu.
- "Óscar, si tan solo tuviera un título nobiliario, por más insignificante que fuese, no dejaría que nadie se atreva pedir tu mano... Te reclamaría para mí... Te haría mi esposa..." - pensaba con tristeza - "¿Acaso mi amor no vale nada porque no soy un noble?... Incluso si te amo hasta los fines de la tierra... tanto que daría mi vida por ti... ¿no es suficiente?... - se preguntaba. - ¿No es eso suficiente?..."
Y mientras reflexionaba sobre ello, sentía cómo su tristeza se entremezclaba con su rabia y con su frustración. Sabía que mientras Óscar no se casara existía la posibilidad de que aparezca algún noble para pedir su mano en matrimonio, y aunque sabía también que - en ese momento - ella no tenía intenciones de casarse, eso podía cambiar de un momento para otro.
Y pensativo, continuó con su recorrido. Ya se había calmado, pero necesitaba un poco más de tiempo antes de poder regresar al lado de Oscar.
...
Aproximadamente una hora mas tarde, y elegantemente vestido, Gerodelle regresaba a la mansión de los Jarjayes. En su recibidor, Óscar lo esperaba para poder hablar con él después de muchos días de alejamiento, mientras jugaba pensativa con la copa de vino que tenía entre las manos.
- Lady Oscar, ya está aquí el Conde de Gerodelle. - le dijo Mirelle, la cual había acompañado al ex pretendiente de su ama desde la entrada.
- Mademoiselle... Buenas tardes. - le dijo él, y Oscar se levantó para recibirlo.
No obstante, Victor Clement no parecía ser el mismo de siempre a pesar de que demostraba la misma gallardía que lo caracterizaba; se veía abatido, y parecía estar haciendo esfuerzos para fingir que todo estaba bien.
- Gerodelle, gracias por atender a mi llamado. - le dijo ella, con sincera amabilidad.
Y luego de dejar una nueva copa de vino para Oscar y otra para Gerodelle, la sirvienta los dejó solos.
- ¿Para que querías hablar conmigo? - le preguntó el conde a su antigua comandante, dejando sus formalismos de lado.
- Por favor, acompáñame. - le dijo ella, y lo llevó hacia el despacho de su padre, el mismo en el que el conde pidió su mano en matrimonio, y el mismo en el que - unos días después de hacerlo - su propuesta fuera rechazada, ocasionándole mucho dolor.
Al llegar, la heredera de los Jarjayes salió al balcón que daba hacia los bellos jardines de su mansión, y Gerodelle la siguió. Tras ello, Oscar tomó la palabra.
- Gerodelle, te pedí que vinieras porque quiero pedirte una disculpa. - le dijo pensativa, pero muy determinada.
Él la miró sorprendido; no esperaba esas palabras por parte de su amada. En verdad no tenía idea de qué era lo que la había motivado a mandarlo llamar, pero no esperaba escuchar algo como eso de sus labios.
Ella prosiguió:
- Durante estos últimos días he estado reflexionando mucho acerca de la vida y del destino que a cada uno de nosotros nos ha tocado vivir... Yo fui educada como un hombre, y quiero pensar que por eso nunca supe entender a mi propio corazón, ni al corazón de los que me rodeaban...
Y luego de una breve pausa, continuó:
- Gerodelle... ese desconocimiento me ha traído muchos problemas, entre ellos el de lastimar a personas que no se lo merecen... personas a las que aprecio sinceramente... personas como tú... - le dijo con tristeza, pensando en el dolor que sin querer podría haberle causado.
Y con la mirada puesta en los jardines de su mansión, prosiguió.
- Tengo que confesarte que cuando me enteré que le habías pedido a mi padre mi mano en matrimonio me sentí muy confundida. Incluso cuando me esperaste afuera del cuartel y me dijiste que me amabas, aún ahí seguía sin comprenderte. En ese momento yo creía saber lo que era el amor... pero estaba equivocada... y por eso no te comprendía... - le dijo. - Mi ignorancia hizo que fuera muy dura contigo y ahora lamento mucho la forma en la que te traté... Por eso, en nombre de todos esos años que compartimos juntos en la Guardia Real y en nombre de nuestra amistad y del gran afecto que te tengo, te pido, de corazón, que me perdones.
Gerodelle estaba estupefacto; ella había cambiado. La sensibilidad con la que se dirigía a él... la dulzura de su voz... ; Óscar parecía haberse transformado en toda una mujer, y al conde eso lo tenía más que cautivado.
Mientras tanto, mirando con melancolía hacia el exterior y apoyando sus brazos en los barandales de su balcón, Oscar esperaba la respuesta de su ex subordinado. Estaba arrepentida por lo dura que había sido con aquel hombre que siempre le había tendido la mano cuando lo necesitó, un hombre que le había dicho que la amaba.
Y después de una larga pausa, Victor Clement rompió su silencio.
- Oscar, no sé que decirte... - le dijo con melancolía.
Había bajado la guardia. Por primera vez, Gerodelle se mostraba tal cual era frente a ella.
Él siempre tenía una respuesta inteligente y elegante para salir de cualquier tipo de situación, sin embargo, en este caso, nada de lo que acostumbraba decir parecía pertinente.
- Gerodelle, hay algo más... - agregó ella, y el corazón de Victor Clement volvió a dar un vuelco.
- ¿Qué más quieres decirme? - le preguntó él, aunque invadido por una enorme tristeza, y Oscar - aún con el cuerpo en dirección a los jardines - giró su rostro hacia él.
- ¿Aún me amas como me dijiste? - le preguntó.
- No te mentiría en algo como eso... - respondió él. - Te amo... Te amo solo a ti... - declaró el conde, mostrando toda su vulnerabilidad.
Entonces, tras unos segundos en silencio, Oscar continuó.
- En ese caso, me gustaría decirte las razones por las cuales yo nunca podré aceptar la propuesta de matrimonio de ningún noble, incluyendo la tuya... Es algo que pienso decir sólo una vez, y únicamente a ti... - le dijo ella con melancolía, y Gerodelle se paralizó.
Y dirigiendo nuevamente su mirada hacia los jardines, la hija de Regnier volvió a dirigirse a él:
- Me dices que me amas, y que es verdadero amor lo que sientes por mí... Entonces Gerodelle, sabrás que cuando se ama a alguien se desea su felicidad...
- Por supuesto. - le dijo el conde, y Oscar prosiguió.
- Gerodelle... hay un hombre que... es tal el amor que me profesa... que si yo me casara con otro hombre él no podría ser feliz... - le dijo pensativa. - Si yo fuese la causante de su sufrimiento... si por mi culpa él fuera infeliz... yo también me convertiría en el ser más desdichado de este mundo. - le confesó.
El conde la miró sorprendido; Oscar le había abierto completamente su corazón al hacer esa declaración, una declaración que él no esperaba escuchar aquella tarde.
- ¿Es André Grandier? - le preguntó Gerodelle, de manera muy frontal. - ¿Estás dispuesta a no casarte nunca por él?... ¿Acaso lo amas?...
El conde necesitaba escucharlo de sus labios. Gerodelle era consciente de que la respuesta de su amada podría provocar en su corazón una herida irreparable, pero aún así necesitaba saber la verdad y confirmar - de una vez por todas - que lo que siempre había sospechado era cierto: que Oscar amaba a André, a pesar de ser un amor imposible debido a su diferencia de clases sociales.
Pero ella se mantuvo en silencio. Nunca le había dicho a nadie aquel secreto que llevaba a cuestas en su corazón, sin embargo, en ese momento Gerodelle parecía leerla como un libro abierto, y decidió ser sincera con él.
- Yo nunca antes había pensado en él de esa manera... - le confesó. - Para mí André siempre había sido como un hermano...
Entonces, con la mirada aún puesta en el horizonte, prosiguió:
- Pero él es mucho más que un hermano... Nosotros hemos compartido la alegría, el dolor, y todos los momentos de nuestra juventud... Nuestras almas están tan unidas que yo ni siquiera me había dado cuenta de que...
- Si André fuera infeliz... tú también lo serías... - repitió el conde, antes de que ella tuviese la oportunidad de continuar. - Es suficiente... Lo entiendo... Porque si por mí tú fueses desdichada, yo también me convertiría en la persona más infeliz del mundo... - le dijo con melancolía, dándole a entender que él la amaba con la misma intensidad con la que ella amaba a André.
- Gerodelle... - le dijo Oscar conmovida.
- Oscar, acepta mi resignación como la prueba más grande del amor que siento por ti. - le dijo él, e inclinándose ante ella besó su mano con un gran respeto, pero también con una profunda devoción. - "Oh, hermosa dama... Merecerías estar entre los dioses del Olimpo..." - pensó, y luego se dirigió a la salida mientras que ella - entendiendo que simplemente debía dejarlo ir - reflexionaba sobre las últimas palabras que le había dicho aquel hombre a quien ella misma había nombrado como su sucesor en la Guardia Real.
"Acepta mi resignación como la prueba más grande del amor que siento por ti..."
Y sin poder olvidar esa frase, Oscar bajó la mirada con melancolía.
- "Nunca imaginé que pudiera amarme así..." - pensó. - "Es capaz de amar de esa manera porque es un ser humano... al igual que yo..."
Y en ese momento, Oscar fue aún más consciente de que más allá del estatus social y de los títulos nobiliarios, los seres humanos terminaban siendo iguales a la hora de entregar su corazón, sin excepción alguna.
...
Fin del capítulo
