Capítulo 17
Despedidas
A la mañana siguiente, André y Óscar cabalgaban de regreso al cuartel general. Era Lunes, y ambos sabían que se aproximaba una nueva semana de retos y de mucho trabajo para la Compañía B.
Ella iba un par de metros detrás de él. Lo hacía a propósito, no sólo porque le gustaba observarlo mientras cabalgaba, sino también porque le gustaba sentirse dirigida por él a pesar de tener la suficiente fuerza y valor como para liderar una de las compañías más rudas de la Guardia Francesa; lo amaba, lo amaba con todo su corazón, y cada día se volvía más difícil para ella tener que contener todo el amor que sentía por él.
...
Algunos minutos más tarde, y ya sentada frente a su escritorio, Oscar le comentaba a André su plan para infiltrar a algunos de los miembros de su regimiento en uno de los barrios más peligrosos de París, en donde se decía que nobles y voceros del tercer estado se reunían para unir fuerzas en caso se instauraran los Estados Generales. Necesitaba estar informada para adelantarse a cualquier acontecimiento que pudiese poner en riesgo la seguridad de la capital francesa, de la cual la Compañía B era responsable.
De pronto, alguien tocó a la puerta de su despacho.
- Adelante. - dijo Oscar.
Era el Coronel Dagout, el cual ingresó a su oficina sosteniendo unos documentos.
- Buenos días, Comandante. El General Boullie ya nos hizo llegar el programa de su entrenamiento especial. - le comentó el coronel, y le entregó los documentos que llevaba en las manos.
Oscar los tomó, y en ese instante, empezó a revisar el programa, aunque no a detalle.
- ¿Las fechas siguen siendo las mismas? - preguntó ella, adelantándose a lo que encontraría entre la información recibida.
- Sí, Comandante. El entrenamiento para usted y para el comandante de la Compañía A será entre el 25 y el 30 de Agosto. Las actividades iniciarán a las siete de la mañana y culminarán a las seis de la tarde. - respondió el segundo al mando de la Compañía B de la Guardia Francesa.
- Gracias, Coronel. En un rato le pediré que se reúna nuevamente conmigo ya que necesito hacerle unos ajustes a las actividades de los soldados en mi ausencia. - comentó Oscar.
- Quedo a sus órdenes. Con su permiso. - respondió el coronel, y se retiró.
André la miro intrigado. No tenía idea de que Oscar estaría recibiendo un entrenamiento especial. Ella no le había comentado nada al respecto, así que luego de unos segundos de reflexión, le preguntó:
- Oscar, ¿no estarás con la Compañía en la última semana de Agosto?
- Así es. - respondió ella, aún con los ojos en su programa de entrenamiento. - El Coronel Dagout se hará cargo de la compañía durante esos días.
Al escucharla, a André se le ocurrió una brillante idea: tomar ese período de tiempo para atender todos los pendientes que tenía en Provenza. Era la oportunidad perfecta para viajar sin tener la preocupación de que a Oscar le pase algo en su ausencia, ya que no estaría expuesta al peligro.
- Oscar, necesito pedirte un favor. - le dijo, casi por impulso.
- ¿De qué se trata? - preguntó ella, y levantó su mirada hacia él para prestarle toda su atención. Esa frase no era usual en los labios de André, por lo que sintió mucha curiosidad respecto a lo que él quería pedirle.
- Debo arreglar unos asuntos con mi familia de Provenza, y ya que tú no me necesitarás en tu semana de entrenamiento, quisiera que me permitas salir esos días para ir para allá. - le dijo muy decidido.
Esa petición tomó por sorpresa a Oscar, quien, en un principio, no supo cómo reaccionar.
- Sé que aún es pronto para tomar esos días como vacaciones, así que te los devolveré viniendo a trabajar durante mis días de descanso. ¿Es posible? - le preguntó expectante.
- "¿Irse?... ¿Para qué?" - se preguntaba Oscar, pero no se atrevía a invadir su privacidad con esos cuestionamientos, menos si a él no le nacía darle más detalles de lo que tenía que hacer al sur de Francia.
- Oscar... ¿Es posible? - insistió él, al verla dubitativa.
- André, si eso es lo que realmente quieres, está bien. - le respondió Óscar finalmente, y con algo de tristeza en su voz.
- Gracias. - respondió él, sin siquiera notar que su petición había inquietado el alma de la mujer que amaba.
De pronto, André se dio cuenta de que ya eran casi las siete de la mañana y que pronto sus compañeros se dirigirían a desayunar al comedor, por lo que se dispuso a regresar a las barracas.
- Bueno, regresaré con los demás. - le dijo a Oscar. - Nos vemos en un rato.- agregó, y luego se marchó.
Entonces, ya sola en su despacho, Oscar bajó la mirada.
- "André, ¿acaso prefieres pasar tu cumpleaños lejos de mí?" - pensó con tristeza.
Sin embargo, la verdad era que él ni siquiera había asociado aquellos días con la fecha de su nacimiento. Lo único que quería era hacerse cargo de los temas que tenía pendientes y al fin había encontrado el espacio perfecto para poder hacerlo.
...
Los días pasaron muy rápido. Era 23 de Agosto de 1788, y como muchos otros nobles, Oscar había tomado un momento de su ocupado día para visitar el Palacio de Versalles y presentar sus saludos a Luis XVI por su onomástico.
No necesitó de mucho tiempo para darse cuenta de que las cosas habían cambiado en la corte francesa. A diferencia de años anteriores, la cantidad de nobles que se había hecho presente para saludar al rey aquella mañana era mínima, y para Oscar eso sólo era el reflejo del rechazo que muchos aristócratas sentían hacia sus monarcas por aquellos días.
De pronto, mientras caminaba hacia la salida luego de ver a los reyes, la heredera de los Jarjayes se percató de que Sofía Von Fersen se dirigía hacia el salón principal. Estaba elegantemente vestida y lucía radiante, pero al ver a Oscar su expresión cambió a una expresión de sorpresa y melancolía.
- "Que hermosa es..." - pensó Sofía. - "Aún con el uniforme militar su belleza no tiene comparación..."
Y mientras reflexionaba sobre ello, caminó en dirección a ella.
- Buenos días, Lady Sofía. - saludó Oscar, con su reservada actitud de siempre.
- Buenos días, Oscar. - respondió ella con amabilidad. - ¿Viniste a saludar al rey?
- Efectivamente, aunque ya voy de salida. - le dijo ella.
- Me imagino que tienes mucho trabajo en la Guardia Francesa. Mi hermano me contó que ahora trabajas con ese regimiento. - le dijo Sofía, pero Oscar sólo asintió con la cabeza sin decir palabra alguna.
Entonces, la hermana de Hans Axel Von Fersen se dirigió nuevamente a ella.
- Oscar, fue un placer saludarte. - le dijo, e hizo un gesto de despedida.
- El placer fue mío, Lady Sofía. - le respondió la heredera de los Jarjayes, y continuó su camino.
- "Es tan reservada y misteriosa..." - pensó la ciudadana sueca, bajando la mirada con tristeza. - "Eres única Oscar François... y es por eso que él te ama..." - se dijo a sí misma recordando a Gerodelle, el hombre que había capturado su corazón aunque aún no fuese consciente de ello.
De pronto, Sofía se percató de que aquel a quien recordaba les daba indicaciones a algunos de los guardias de palacio a tan solo unos metros de ella. Al lado de la puerta del salón principal, Victor Clemente Floriane de Gerodelle, Comandante de la Guardia Real, lucía gallardo y elegante como siempre, y al verlo, su corazón se aceleró.
La última vez que se encontraron fue en un almuerzo organizado por la reina María Antonieta, no mucho tiempo atrás, y sólo cruzaron unas cuantas palabras. Aquel día, la hermana de Fersen creyó sentir que Gerodelle había puesto una gran barrera entre ambos; ella no entendía lo mucho que él sufría y seguía sufriendo por el rechazo de la mujer que amaba.
Refugiado en su trabajo y en sus prácticas de esgrima y tiro, el conde trataba de mantenerse fuerte ante la difícil realidad que le había tocado vivir, porque nunca pensó que pudiese ser tan duro tener que renunciar definitivamente a la mujer que amaba. A sus treinta y tres años comprendía, por primera vez, la desolación y el dolor que se podía llegar a sentir al dejar atrás a un amor, una desolación sólo comparable con la que se siente ante la muerte de un ser muy querido.
Sin embargo, Gerodelle no se había dado cuenta de que había alguien que sí veía en él lo que su ex comandante nunca vio: Sofía, una mujer a la que ayudó cuando se encontraba vulnerable, una mujer con la que se mostró tal cual era aquella madrugada que pasaron juntos, una mujer que pudo ver más allá de la máscara que Gerodelle llevaba puesta para hacer frente a su realidad en la corte de Versalles, una realidad que a veces despreciaba, que le parecía falsa y absurda, pero de la que se sentía prisionero. En el cumpleaños numero treinta y cuatro del monarca de Francia, ambos se volvían a encontrar, y luego de varios días de no hablarse, Gerodelle se dirigió a ella al ver que se acercaba.
- Lady Sofía... - le dijo Victor, aunque algo sorprendido de verla en el palacio aquel día. Ella no dejaba de ser la hermana del que había sido el amante de la reina María Antonieta, y le pareció bastante osado que se presente ahí un día como ese. - Ya pueden continuar con sus actividades, muchas gracias. - les dijo Gerodelle a los guardias reales, los cuales, luego de hacer un gesto de despedida militar, los dejaron solos.
- Buenos días, Floriane. - le dijo Sofía.
- No creí que fuera a venir a saludar a Su Majestad. - agregó Gerodelle, y ella rio por su ocurrencia.
- No he venido para eso... - le dijo. - Y por favor, te ruego que dejes de tratarme con tanta formalidad.
- Lo siento... - le dijo Gerodelle sonriendo, y bajó la mirada casi con timidez. - Me resulta muy difícil dirigirme a una dama como usted de otra manera.
Entonces, tras unos breves segundos de mirarlo en silencio, Sofía volvió a dirigirse a él.
- Floriane, vine a despedirme. - le dijo, y Victor Clement la miró sorprendido.
- ¿Despedirse? - le preguntó.
- Sí. Regreso a Suecia. - respondió ella. - Vine a Francia con un único objetivo, pero he fracasado, así que no tiene caso que continúe en este país. - le dijo con melancolía.
De pronto, una gran tristeza empezó a invadir el corazón del conde. No sólo había tenido que renunciar a la mujer que amaba, ahora iba a perder a la única amiga que tenía, la única que se había preocupado sinceramente por él durante todo ese tiempo, y aunque nunca llegó a confiarle cómo se sentía por el rechazo de Oscar, sabía que, llegado el momento, sólo a ella sería capaz de abrirle su corazón.
- Floriane, espero que algún día volvamos a vernos, pero si eso no ocurre, te deseo la vida feliz que te mereces. - y tras decir eso, Sofía hizo un gesto de despedida propio de una dama y se dirigió hacia la puerta de salida.
Ante su acción, Gerodelle no fue capaz de reaccionar; ni siquiera para decirle adiós. Sólo se quedó ahí, observando como ella se alejaba. Por su parte, Sofía avanzaba hacia la salida a paso firme y sin mirar atrás mientras pensaba que poner distancia con Victor Clement era lo mejor; él despertaba en ella emociones que ningún otro hombre había despertado, pero Floriane amaba a otra mujer, e ilusionarse con él sólo le traería mucho sufrimiento.
...
Algunas horas más tarde, Oscar se dirigía a su mansión luego de haber culminado sus actividades de ese día.
Su madre - quien había sido liberada de sus obligaciones como dama de honor de la reina - se encontraba en casa desde hacía varios días, y Oscar se sentía feliz de poder compartir sus tardes con ella. Sin embargo, eso pronto cambiaría, ya que Georgette pensaba pasar una temporada en la casa de Josephine, la segunda de sus hijas, a quien había visto muy poco durante todos esos años ya que radicaba en Suecia.
Al llegar, y tal como siempre lo hacía, se dirigió a la cocina para saludar a su nana, y la encontró tomando un té en el pequeño comedor en el que solía conversar con ella cada tarde.
- Buenas tardes, nana. - saludó Oscar.
- ¡Mi niña! - le dijo ella con el entusiasmo de siempre. - Que bueno que ya llegó. Su madre la está esperando para cenar.
- Me tardé más de lo previsto. Estuve en Versalles para presentarle mis saludos al rey por la mañana y eso retrasó algunas de mis actividades. - le dijo la heredera de los Jarjayes.
- No se preocupe. Su madre ha estado muy ocupada respondiendo su correspondencia. No creo que haya notado el retraso. - respondió la abuela. - Por cierto...
- ¿Qué pasa nana? - pregunto ella con curiosidad.
- ¿Usted cree que André pueda salir temprano el Martes? - preguntó la abuela, algo avergonzada. - Discúlpeme... Sé que mi petición es muy inapropiada, pero como es su cumpleaños y cada año le organizo una cena con los empleados pensé que podía hacerme el favor de dejar que pase la tarde aquí en la casa, después de cumplir con todas sus responsabilidades en la Guardia Nacional, claro está.
- ¿Pero cómo?... ¿Él no te ha dicho nada? - le preguntó Oscar.
- ¿Qué cosa? - respondió la nana.
- André viajará a Provenza la semana que viene. No estará aquí para su cumpleaños. - le dijo Oscar, con algo de tristeza en su voz.
- ¿¡Qué!? - exclamó la nana.
- Lo siento, nana. Me pidió permiso a inicios de mes, pero pensé que te lo había comentado en alguno de sus días de visita. - le dijo Oscar.
- Es que no he podido ir a visitarlo estas semanas. Estuve ayudando a Madame Jarjayes a organizar algunas cosas y... - entonces, la abuela se detuvo pensativa. - ¡Fue esa mujer! - rezongó de pronto. - ¡Seguro fue Juliette la que lo convenció de pasar su cumpleaños con ella y no conmigo!
- No lo creo, nana. Fue una decisión de él. - le aseguró Oscar bajando la mirada.
- Ay niña, ¡no conoces a esa mujer! - exclamó la abuela. - No me sorprendería que estando allá intente casarlo con alguna muchachita sólo para que se quede en Provenza. - agregó.
Y al escucharla, Oscar la miró sobresaltada.
- Perdón, niña... Perdón. - dijo la abuela tratando de calmarse. - ¡Pero es que esa mujer me saca de mis casillas!
- Descuida, nana. - le dijo ella, aunque las palabras de la anciana la habían inquietado.
Entonces, la abuela respiró hondo, y al verla mas tranquila, Oscar se dirigió nuevamente a ella.
- Nana, mañana podrás hablar con André. Es su día de descanso y me imagino que lo utilizará para preparar las cosas que llevará para su viaje. - comentó ella, y tras ello, cambió de tema. - ¿Mi madre está en su habitación?
- Sí, mi niña. - respondió la abuela. - Les avisaré cuando la cena esté servida.
- Gracias, nana. - respondió ella, y se dirigió a la habitación de su madre.
...
Mientras tanto, en la mansión de Fersen en Francia, Sofía ingresaba a la biblioteca donde su hermano, casi en la oscuridad, observaba el jardín desde una de las ventanas.
- Hans, ¿estás bien? - le preguntó.
- Sofía... - le dijo él al verla. - Sí... Estoy bien... Sólo que no sé como voy a estar aquí sin ti... Me harás mucha falta... - le confesó sonriendo con melancolía.
- Hans... - respondió ella suspirando. Era inútil insistir en que se fueran juntos: ya lo había intentado todo.
- ¿Ya tienes todo listo para el viaje? - preguntó el conde.
- Las sirvientas se están encargando de lo que falta. - le respondió ella, mientras veía en la mirada de su hermano una profunda tristeza. - Pero no me mires así... Aún nos queda todo un día juntos. - le dijo Sofía con una dulce sonrisa.
- Es verdad... Aún tenemos todo un día... - le dijo Hans, y sonrió también.
Entonces, el ama de llaves ingresó a la biblioteca y se dirigió a Sofía.
- Lady Sofía, tiene una visita. - le comunicó.
- ¿Esperabas a alguien? - preguntó Hans.
- No... - respondió ella algo sorprendida, y luego se dirigió a su ama de llaves. - Martine, ¿de quién se trata?
- Es el conde Victor Clement de Gerodelle. - le respondió.
Entonces Hans dirigió la vista hacia Sofía buscando en la mirada de su hermana algún tipo de explicación que justificara esa visita, pero ella lucía tan sorprendida como él; no se esperaba la visita de Floriane, en realidad no esperaba volver a verlo, al menos no en tan corto tiempo.
- Enseguida lo recibo. Por favor, hazlo pasar al salón principal. - le dijo al ama de llaves.
- De inmediato, señorita. - respondió Martine, y tras ello, se retiró hacia la biblioteca.
- Sofía, ¿hay algo que quieras decirme? - le preguntó Hans, muy atento a las reacciones de su hermana.
- Nada, Hans... ¿por qué lo preguntas? - respondió ella, y un repentino silencio llenó la habitación; aunque no decía nada, Sofía no podía ocultar su emoción tras escuchar que Gerodelle había llegado para verla, y su hermano pudo darse cuenta de ello. - Hans, iré a atender a Floriane.
Y tras decirle esto, Sofía se dirigió a la puerta.
- ¡Sofía! - exclamó Fersen, pero ella salió de la biblioteca rápidamente sin escucharlo. Era claro para él que el comandante de la Guardia Real no era cualquier amigo para ella, y le preocupó pensar que esa amistad pudiese dañar el corazón de su adorada hermana.
Mientras tanto, en el salón principal, Victor Clement esperaba a Sofía. Ella lo encontró mirando hacia los jardines exteriores de su mansión, y respiró hondo antes de dirigirse a él.
- ¿Floriane? - dijo ella, y Gerodelle dirigió su mirada hacia ella.
- Lady Sofía... - le dijo, y se inclinó respetuosamente ante ella a modo de saludo. - Por favor, discúlpeme por presentarme aquí sin avisar, pero hoy por la mañana me tomó por sorpresa con la noticia que me dio, y no tuve la oportunidad de desearle un buen viaje... - agregó.
Ella lo miró en silencio por unos segundos, sonriendo agradecida por darse el trabajo de ir hasta su mansión para despedirse de ella. Sin embargo, al verlo ahí, lo notó cambiado. Algo se había apagado en él, algo que no había notado aquella mañana, pero que casi podía percibir en ese momento. Su brillo... su seguridad... ¿acaso le había afectado a ese nivel el rechazo de Oscar? - se preguntó Sofía, y sin poder contenerse más, se dirigió a él con una arriesgada propuesta.
- Floriane, ¿por qué no te tomas unos días y vienes conmigo a Suecia? - le dijo.
Entonces Gerodelle la miró sorprendido; no esperaba que Sofía le propusiera algo así. No obstante, ella sentía que él necesitaba despejarse después de que la heredera de los Jarjayes rechazara su propuesta de matrimonio y estaba dispuesta a ayudarlo, incluso sin saber que Victor estaba aún más afectado de lo que Sofía suponía después de su última conversación con Oscar.
El conde sonrió con ternura. Sin duda la hermana de Hans era bastante temeraria al lanzarle una propuesta como esa a un caballero, pero ella nunca se había caracterizado por ser una dama ordinaria, y la tenían sin cuidado las formas y los protocolos de la corte francesa.
- Lady Sofía, en verdad me gustaría tomarme unos días de descanso. - respondió él. - Sin embargo, su hermano debe haberla puesto al tanto de que no son momentos fáciles para los monarcas, y mi responsabilidad es protegerlos.
Su respuesta no sorprendió a Sofía, no obstante, ella sonrió con melancolía.
- Entiendo perfectamente, pero prométeme que si algún día vas a Suecia irás a visitarme. - le dijo, y tras ello, caminó hacia su escritorio, sacó de uno de los cajones un papel y una pluma, y anotó su dirección en Suecia. - Estaré encantada de llevarte a conocer los sitios más bellos de mi país. - le dijo, entregándole los datos.
- Muchas gracias, Sofía - le respondió él, llamándola sólo por su nombre por primera vez.
Y luego, tras varios minutos mirándose en silencio, Victor tomó la palabra nuevamente.
- Ya debo irme. - le dijo él. - Solamente vine para despedirme.
- Comprendo Floriane... Gracias por venir. - le respondió ella, aunque con la voz llena de tristeza.
- Sofía... - le dijo él de repente.
- ¿Sí? - respondió ella.
- Conocerte ha sido un respiro de aire fresco para mí, y por el motivo que haya sido, me alegra que hayas venido a Francia. - le dijo Victor Clement, y tras ello, Sofía se acercó a él y le dio un inesperado abrazo, un abrazo que creía que él necesitaba.
- También me dio gusto conocerte, Floriane. - respondió ella, y tras ello, lo miró a los ojos nuevamente. - Prométeme que serás feliz. - le pidió.
Sin embargo, ante sus palabras, él únicamente sonrió.
- Hasta pronto, Sofía... - le dijo.
- Hasta pronto, Floriane... - respondió ella, y el conde se marchó.
...
A la mañana siguiente, André se dirigió a la mansión Jarjayes como cada vez que tenía un día de descanso, y al llegar, fue directamente a buscar a su abuela.
- ¡Abuela! ¡Ya llegué! - le dijo con alegría.
- ¡Muchacho atarantado! - le dijo ella. - ¿Cómo es eso de que te vas a Provenza?
- ¡Ah!... Es que no había tenido la oportunidad de comentártelo. - le dijo. - Debo ir abuela, pero sólo será por una semana.
- ¿Pero por qué tenía que ser justamente en la semana de tu cumpleaños? - renegó la anciana.
- ¿En la semana de mi cumpleaños? - replicó André, y luego cayó en la cuenta de que efectivamente se iba a ir justamente en la semana de su cumpleaños. - Es cierto... No me había dado cuenta.
- ¡Si serás despistado! - le dijo enojada.
- Perdóname abuela. Con tanto trabajo ni siquiera lo había recordado. - le dijo sorprendido de sí mismo.
- Bueno, siéntate. Te haré algo de desayunar. - le dijo Marion.
- Gracias. Comeré rápido porque debo prepararlo todo para mi viaje. Saldré mañana temprano. - le dijo él, mientras se sentaba en el comedor de la cocina.
- Ya preparé buena parte de tu maleta, así que come tranquilo. - le dijo la abuela.
- ¿En serio?... ¡Muchas gracias abuela! - exclamó André. - Por cierto, ¿Oscar dónde está?
- Está en el comedor con su madre. - respondió Marion. - Hoy la señora saldrá de viaje a Suecia. Irá a pasar unos días con la niña Josephine.
- Que bueno que pueda ir unos días para allá. Ellas no se han visto en muchos años por las obligaciones de Madame Georgette en el Palacio de Versalles... Al fin pudo liberarse de todo eso... - comentó André aliviado; a él tampoco le gustaba que la madre de Oscar permanezca cerca de los reyes tal como estaban las cosas en ese momento.
...
Ya eran aproximadamente las cinco de la tarde, y en la entrada de la mansión Jarjayes, André, Oscar y Marion despedían a Georgette.
El carruaje en el que iba era amplio, pero no tenía ninguna marca ni escudo que pudiese identificar a la esposa del General Jarjayes como una noble. Si algo les había enseñado la experiencia a Oscar y a André era que debían tener muchas precauciones, sobre todo en largos viajes como ese.
- ¿Por cuánto tiempo se va tu madre, Oscar? - preguntó André.
- Se va dos meses. - respondió ella. - De hecho, el último mes mi padre irá para acompañarla aprovechando sus vacaciones...
- En estos últimos días usted y su madre han estado muy unidas. Seguramente la señora la va a extrañar mucho, mi niña... - comentó la abuela.
- Y yo también a ella, nana... - le dijo Oscar con una sonrisa.- Me parecerá extraño llegar a casa y no encontrarla. - agregó.
Entonces el carruaje arrancó, y Georgette partió hacia su nuevo destino mientras los despedía con una sonrisa a través de la ventana. Luego los tres se quedaron callados por algunos segundos hasta que Marion rompió el silencio.
- Bueno, regresaré a la cocina... - comentó, y tras decir esto, se marchó. No obstante, Oscar y André permanecieron ahí, y uno al lado del otro, observaron como el carruaje de la esposa de Regnier se alejaba.
De pronto, Oscar pensó en voz alta:
- Tal parece que todos han decidido abandonarme al mismo tiempo... - le dijo al nieto de Marion, y bajó la mirada con tristeza.
Intrigado, André trató de identificar si debía sentirse aludido por ese comentario, porque todo parecía indicar que Oscar no sólo se refería a su madre sino también a él.
- Yo sólo estaré lejos por una semana... Ni siquiera notarás mi ausencia. - le dijo él con voz suave, y ella, con la mirada puesta en el horizonte, sonrió con melancolía.
- Te equivocas... - le respondió. - Pero respeto tu decisión de querer pasar tu cumpleaños lejos de esta casa... - agregó.
Entonces André, bastante sorprendido por sus palabras, dirigió su mirada hacia ella, pero Oscar no quiso quedarse a escuchar ninguna respuesta, sólo bajó las escaleras de la entrada, tomó su caballo, y se montó en él.
- Dile a mi nana que regresaré a la hora de la cena. - le dijo.
- Espera Oscar. - le dijo él, y se acercó a su caballo para tratar de detenerla, pero ella arrancó ignorándolo. - ¡Oscar! - le gritó, pero ya estaba demasiado lejos.
Se había marchado.
...
Fin del capítulo.
