Capítulo 19
Aroma a lavanda
Era la mañana del 25 de Agosto de 1788, y desde la ventana de un amplio y cómodo carruaje que recorría el trayecto de Versalles a Provenza, André observaba el amanecer, ya a varios kilómetros de distancia de la Mansión Jarjayes.
Había despertado muy temprano aquella mañana para esperar al vehículo que lo llevaría a su destino, y al sentir el sonido de las ruedas desde el recibidor donde aguardaba, salió de inmediato llevando todo su equipaje a cuestas.
Oscar lo observó partir. Aunque ya le había deseado que tenga un buen viaje la noche anterior, había querido verlo una vez más antes de que se vaya, y al escuchar el galopar de los caballos se acercó a su ventana para verlo desde la oscuridad de su habitación, pero André no se dio cuenta de ello.
Ya habían pasado un par de horas desde que él partió y Oscar no había podido volverse a dormir; le inquietaba ese viaje. Tenía el temor de que André, estando allá, compare aquella realidad con la que tenía a su lado, y que al regresar le anuncie su decisión de renunciar al ejército para irse a radicar definitivamente a Provenza.
Mientras el nieto de Marion viajaba, Oscar daba mil vueltas en su cama imaginándose esa escena. Si eso pasaba no le quedaría más opción que confesarle que lo amaba, pero aún no estaba preparada para eso, porque creía que si lo hacía había una gran posibilidad de que él la rechace debido a los errores que había cometido en el pasado.
- "Mi querido André... ¿podrás perdonarme algún día?" - pensaba angustiada.Pero la verdad era que André nunca le guardó rencor a pesar de que ella sí lo había herido con su indiferencia; quien tenía que perdonarse a sí misma era ella, ya que al lastimar a André también se lastimó a sí misma, pero aún no lo había comprendido.
...
Varias horas más tarde, Oscar ya se encontraba en el cuartel principal iniciando su semana de adiestramiento militar.
El entrenamiento que llevaban la heredera de los Jarjayes y el conde Richard de Dubuois, Comandante de la Compañía A de la Guardia Francesa, era bastante exigente. Todo giraba en torno a la aplicación de respuestas a distintos escenarios de conflicto, y ambos comandantes debían coordinar posibles estrategias como respuesta a aquellas hipotéticas situaciones.
El General Boullie, máxima autoridad del ejército francés, había planificado con sumo cuidado distintos tipos de entrenamientos dependiendo de la misión de cada regimiento, y este en específico era muy importante para él ya que la Guardia Francesa era la principal responsable de resguardar la conflictuada ciudad de París, y quería asegurarse de que ambos comandantes cuenten con todas las herramientas necesarias para enfrentar lo que pudiese ocurrir en el futuro.
A Oscar le apasionaban este tipo de entrenamientos, ya que en ellos utilizaba al máximo sus capacidades y su experiencia. Había nacido para ser una líder militar, estaba en su esencia, pero sobre todo tenía una gran vocación: amaba servir a su país, y eso hacía que ponga toda su voluntad y empeño cada vez que se le encomendaba una nueva misión, o cada vez que llevaba algún nuevo entrenamiento que le aportara más conocimiento para cumplir aquellas misiones con efectividad.
Junto con el comandante de la Compañía A, la hija de Regnier estaba bastante concentrada realizando todas las actividades que le asignaban, lo cual era muy bueno para ella ya que extrañaba mucho a André; al menos así podía olvidar, por momentos, aquella pena que sentía por estar separada de él.
...
Algunas horas más tarde, en la mansión Jarjayes, la nana - con una botella de vino en la mano - se lamentaba por la partida de su único nieto en la semana de su cumpleaños.
- ¡Lo sabía! ¡Sabía que esa mujer algún día me lo robaría! - refunfuñaba.
- Pero Marion, si tú misma me dijiste que quizás era buen momento para que André se vaya a vivir para allá. ¿Acaso no lo recuerdas?... Me dijiste que creías que ya era hora de que pruebe cosas nuevas. - le dijo Stelle, quien la acompañaba en la cocina y trataba de controlarla, ya que Marion estaba tomando demasiado y ya no estaba en edad para esas cosas.
- Si, ya lo sé, ya lo sé... - replicó la abuela. - Pero no estaba preparada para que se fuera justo en la semana de su cumpleaños. - le confesó deprimida.
- Vamos, no exageres. Él regresará. - le dijo Stelle para tranquilizarla.
- ¿Cómo lo sabes? - preguntó Marion.
- Porque se llevó ropa sólo para una semana... Volverá obligadamente, además, no lo creo capaz de irse sin despedirse. - le respondió Stelle.
- Es verdad, mi nieto no lo haría. - le dijo la abuela.
- Así es, Marion. ¡Ánimo! - le dijo Stelle. - La señorita debe estar por llegar y no querrás que te encuentre así: apesadumbrada y con varias copas de más.
- ¿La señorita? - preguntó aturdida. - ¡La señorita! - exclamó Marion, reaccionando. - ¡Hoy llegará temprano porque es su semana de entrenamiento!
- Quédate tranquila, que aún falta una hora para que llegue. - le respondió Stelle. - Ve a descansar. Yo la atenderé esta vez.
- Muchas gracias, Stelle. No sé que haría sin ti. - le dijo la anciana.
- Yo tampoco sé que harías sin mí. - le dijo la cocinera riendo, y la abuela también rio.
- Me voy entonces. Espero que la señorita no se de cuenta de que tomé, porque siempre le estoy repitiendo que no tome tanto. - comentó Marion, mientras se retiraba a su habitación.
...
Ya eran casi las seis de la tarde, y desde la ventana de su amplio carruaje, André se emocionó al ver a lo lejos la villa de su abuelo: Era tan bella como la recordaba. Rodeada de vegetación y campos de lavanda, la casa principal se lucía imponente.
No tenía nada que envidiarle a la mansión de la Villa de Normandía de los Jarjayes, incluso se podía decir que a primera vista era más bella debido a la morada y verde hierba que cuidadosamente recortada se alzaba alrededor de aquellos altos muros.
En la entrada, una hermosa mujer leía, mientras que su hijo, de unos nueve años, jugaba a su alrededor. No obstante, al sentir que un carruaje empezaba a detenerse a pocos metros de donde ella se encontraba, detuvo su lectura y alzó la mirada, intrigada por saber quien había llegado, ya que no esperaba recibir visitas.
Entonces, atiborrado de cosas, André bajó del vehículo, y ella pegó un grito tan fuerte que se escuchó de extremo a extremo en toda la villa, y tras ello, corrió hacia él muy emocionada.
- ¡André! - exclamó mientras se acercaba, y al llegar a él, lo abrazó fuertemente, aunque André inicialmente no pudiera devolverle su abrazo debido a todas las cosas que traía encima.
- ¡Mi querida Camille! - le dijo emocionado, y tras decir esto, dejó sus cosas en el suelo para abrazarla también.
- ¡No puedo creer que estés aquí! - le dijo ella, y lo soltó para mirarlo bien, tomando sus manos con confianza. - ¿Pero por qué no nos avisaste que llegabas hoy? - le preguntó, pero antes de darle tiempo para responder, comenzó a gritar nuevamente. - ¡Madre! ¡Madre, ven!
- ¿Tío André? - preguntó el niño.
- ¿Philippe?¿Eres tú? - le dijo André al hijo de Camille. - ¡Pero que grande estás! - exclamó, y el niño también se lanzó a sus brazos.
De pronto, una mujer delicadamente vestida, bella, pero madura, apareció en la entrada principal.
Era Juliette, la cuál había salido de la casa tras escuchar los gritos de su hija.
- ¿Pero qué sucede? ¿Por qué tanto alboroto? - preguntó, mientras caminaba hacia los jardines para averiguar que era lo que estaba ocurriendo.
Entonces su rostro se iluminó: era su adorado sobrino quien estaba frente a ella, pero había llegado tan repentinamente que aún no se convencía de que era verdad lo que estaba viendo con sus propios ojos.
- ¡Tía! ¡Ya estoy de vuelta! - le dijo él con una sonrisa, y se acercó a ella a paso acelerado para abrazarla. Habían pasado más de dos años desde la última vez que se vieron, y aunque mantenían una fluida correspondencia, ambos se habían extrañado mucho.
- ¡Mi querido André! - exclamó ella mientras lo abrazaba, aún sin poder creer que fuera él quien había llegado. - ¡Pero que hermosa sorpresa!
Entonces, sin salir de su asombro, Juliette, Camile y Philippe rodearon a André, y no se cansaban de verlo. No esperaban su llegada, y no querían despertar del sueño tan maravilloso de tenerlo con ellos nuevamente.
- ¿Viniste directamente desde Versalles? - le preguntó su tía con emoción.
- Sí. Fueron catorce horas de viaje, pero valieron la pena con tal de volver a verlos. - respondió él con una sonrisa.
- Debes estar agotado. - comentó Juliette. - Philippe, por favor, ve por uno de los sirvientes para que metan el equipaje de tu tío André a la casa.
- ¿Yo? - replicó el niño enojado. - Pero quiero quedarme al lado de mi tío. - le dijo.
- Obedece a tu abuela, Philippe. - le dijo Camille a su hijo. - No te preocupes que vas a tener tiempo de sobra para estar con él.
- Está bien, está bien… - respondió Philippe, aunque no muy convencido, y corrió hacia adentro para hacer lo que le habían encargado.
- Pasemos para que te sientas más cómodo. - le dijo Juliette, y los tres pasaron a la casa.
Atravesando el recibidor, se encontraba el salón principal: todo se encontraba tal como André lo recordaba.
La casa estaba perfectamente decorada. Cada detalle había sido muy bien pensado por Juliette desde hacía muchos años. Era una casa burguesa sin duda, y a simple vista resultaba obvio que sus dueños tenían una muy buena posición económica.
Desde que el abuelo y la abuela de André adquirieron aquella villa, la familia se había dedicado principalmente al comercio con Italia y les iba muy bien, aunque también era cierto que habían pasado por varias crisis debido a la muerte de algunos de los miembros de la familia.
La enorme pintura donde estaban retratadas las últimas tres generaciones familiares era la protagonista del ambiente donde ahora se encontraban. En ella estaban retratados Renaud Laurent, abuelo de André y antiguo patriarca de la familia, y Ophelié Leclerc, la esposa de éste. A su derecha estaba retratado su hijo, Armand Laurent, y al lado de Armand su esposa, Juliette Jussieu, mientras que al lado izquierdo estaba retratada la hija de Renaud y Ophelié, Isabelle Laurent, y a su lado Gustave Grandier, el esposo de Isabelle. En brazos, Armand sostenía Camille, de tan solo cinco meses, y Juliette sostenía Jules, de dos años, mientras que, al otro extremo, Isabelle sostenía a un pequeño André, de tan sólo tres años, el cual también tomaba la mano de su padre con una inocente sonrisa.
Aquel cuadro era un verdadero tesoro familiar, ya que cuando fue pintado todos eran muy felices y estaban muy orgullosos de la gran familia que habían construido. Sin embargo, al poco tiempo de que fuera pintada, los abuelos de André, Jules y Camille morirían, y años más tarde también lo harían Armand, Gustave e Isabelle, en circunstancias inesperadas.
No obstante, había algo más que sorprendía de aquella pintura, y era el gran parecido físico que tenía Jules, el primo de André, con su padre, Armand, y también sorprendía que Camille fuese la viva imagen de su tía Isabelle, la madre de André. El nieto de Marión, por su parte, tenía también un gran parecido físico con su madre, pero había heredado el color del cabello y los ojos de su padre, Gustave Grandier, lo cual resultaba en una mezcla perfecta.
- Le pediré a la cocinera que prepare los mejores platos para la cena. Debes estar hambriento. - le dijo Juliette a su sobrino, y se retiró a la cocina.
- Muchas gracias, tía. - le respondió André.
Mientras tanto, sentada a su lado, su prima Camille no dejaba de observarlo.
- ¿Por qué luces distinto? - le preguntó intrigada. - Tu cabello... lo cortaste... y...
- Cami, tuve un accidente en una misión y perdí la vista de mi ojo izquierdo. - le dijo André de repente, y con mucha seriedad.
- ¿¡Qué!? - exclamó Camille sobresaltada, y sin saber bien como reaccionar.
- Por favor, no le digas nada a mi tía. - le suplicó André. - Si se entera se pondrá muy triste, y no he venido aquí para hacerla sentir mal.
- ¡Pero André! - replicó ella.
- ¡Por favor! - insistió él, pero Camille no estaba dispuesta a quedarse tan tranquila.
- André, aquí en Provenza hay excelentes especialistas. Podemos pedir que nos den una segunda opinión sobre tu caso. - le dijo muy determinada.
- Me ha evaluado un muy buen médico, Cami. No hay nada más que hacer... - respondió André con resignación.
- Pero... - insistió ella.
- Cami... - le dijo él, expresando con la mirada que ya no quería hablar más del tema.
- Está bien, está bien... Pero le pediremos a alguien que corte tu cabello de otra manera. Tu ojo izquierdo debe quedar a la vista. No entiendo porqué lo ocultas si ni siquiera se nota que tu ojo haya perdido algo. Luce como siempre. - le dijo su prima.
- Es la costumbre. - le respondió él. - Inicialmente tenía una cicatriz muy notoria y por eso lo cubría con mi cabello, pero ahora sólo tengo una pequeña marca en el párpado. - le dijo.
- ¿Puedo verla? - preguntó ella, y se aproximó a él para verlo de cerca. - Es casi imperceptible... - le dijo mientras la observaba, pero luego se apartó de él disimulando que nada pasaba al ver que su madre regresaba de la cocina.
- Ya lo están preparando todo. - les anunció Juliette.
- Tía, te agradezco mucho que me hayas ayudado con la adquisición de mi villa. - le dijo André con sincero agradecimiento. - No esperaba que las cosas se dieran tan rápidamente.
- Hijo, pero si no tienes nada que agradecer. Era una oportunidad única y había que aprovecharla. - le respondió Juliette.
- ¡Tu villa es hermosa, André!... Hace poco fui a conocerla. - le dijo Camille emocionada. - No tienes idea de lo bella que es. ¡Hasta tiene su propia salida al río! - agregó.
Y tras escucharla, André sonrió ilusionado.
- ¿Y Jules? ¿Cómo está él? - les preguntó André. - Lo siento... Quisiera haber podido venir antes, pero se me complicaron las cosas. Mi primo debe estar muy enojado conmigo por haberlo dejado colgado con todo. - les dijo riendo, y tras escucharlo ellas también rieron, aunque con una risa cómplice. - ¿Qué me ocultan? - les preguntó André con mirada inquisidora, sospechando que había algo que él ignoraba.
- Primo, mi hermano no te odia: ahora te ama más que nunca. - le dijo Camille, con una juguetona sonrisa.
- ¿Más que nunca?…. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? - preguntó André.
- Conoció a una mujer por allá y está perdidamente enamorado... - le dijo Camille. - Si no fuera por ti nunca se habría mudado para esa zona y nunca hubiera conocido a Sandrine, así que imagínate... Apenas te vea te va a poner un pedestal. - agregó, y André rio al escucharla.
- ¿Así que mi primo "el incazable" está enamorado? - preguntó con una sonrisa incrédula.
- Así es. - respondió Camille.
- Sandrine es una chica inteligente y muy linda. - comentó Juliette. - Camille y yo fuimos a ver como se encontraba tu villa la semana pasada, y Jules aprovechó para presentárnosla. Es muy agradable, y no pierdo la esperanza de que mi hijo al fin siente cabeza. - les dijo bromeando.
Y así pasaron varios minutos conversando. Durante ese tiempo, André aprovechó para entregarles algunas cosas que les había llevado y también les entregó los obsequios que Oscar había elegido para ellas, con lo cual, Juliette y Camille quedaron fascinadas.
De pronto, el ama de llaves apareció en el salón.
- Madame Laurent, ya está servida la cena. - anunció.
- Muchas gracias, Jade. - le dijo Juliette a la sirvienta. - ¿Pasamos al comedor? - preguntó, esta vez dirigiéndose a André y a Camille, y ellos se pusieron de pie.
- Sí, vamos. - respondió André, y juntos se dirigieron hacia allá.
...
Mientras tanto, en Versalles, Oscar observaba él cielo a través de la ventana. Aún no se ocultaba el sol; por aquellos días de verano la noche caía bastante tarde.
De vuelta en la realidad, la heredera de los Jarjayes pensaba en André. "Para estas horas ya debe estar con su familia..." - se decía con una sonrisa melancólica; aunque se lo imaginaba feliz por poder estar con ellos después de tanto tiempo, también lo extrañaba mucho, y le pesaba en el alma que se encuentre tan lejos de ella.
- Señorita, ya está servida la cena. - le dijo Beatrice, una de sus sirvientas, desde la entrada de su habitación.
- Gracias, Beatrice. - le respondió Oscar, y giró hacia ella por un instante.
Entonces la doncella se percató de que los ojos de su ama estaban llenos de lágrimas, y al notarlo se sorprendió, ya que ella aparentaba ser siempre muy fuerte. No obstante, prefirió no decirle nada para no incomodarla, y simplemente se retiró.
...
A varios kilometros de ahí, y casi una hora después, la familia de André estaba terminando de cenar.
- ¿Y tú como estás Philippe? ¿Cómo te va en la escuela? - preguntó André, pero el niño bajó la mirada con tristeza.
- No muy bien, tío. - le respondió Philippe.
- ¿Tienes problemas con alguna materia?... Si quieres yo te puedo ayudar. - le dijo André, pero el niño se mantuvo en silencio.
- En realidad, Philippe no tiene problemas con las materias. Ha estado teniendo problemas con algunos de sus compañeros. - comentó Camille, y luego se dirigió a su primo en un susurro. - Como quisiera que Marcel esté aquí para ayudarme con este asunto, pero él regresa aún en un par de semanas. - agregó.
Tras escucharla, el nieto de Marion se quedó preocupado. ¿Qué podía ser tan grave como para que Camille no pueda solucionarlo sin la ayuda de Marcel, su esposo? - se preguntó en ese instante.
Entonces, André decidió intervenir.
- ¿Y cuál es exactamente el problema, Philippe? - le dijo a su sobrino, con la genuina intención de ayudarlo.
- Son mis compañeros... - respondió el niño. - Muchos se han aliado contra mí y no me hablan. Dicen que soy un mentiroso porque les dije que mi familia se dedica al comercio, pero nadie entiende que con eso se pueda tener una villa tan grande como esta, o la casa tan bella en la que vivo. - le contó.
- Philippe va a una escuela en el pueblo con todos los niños de la zona, y ellos entienden el comercio de otra manera, no a la escala en la que nosotros trabajamos. - le dijo Juliette a André.
- Así es. Su padre y yo pensábamos que lo mejor para Philippe era conocer la realidad de su país, por eso decidimos enviarlo a la escuela del pueblo en lugar de educarlo en casa. Sin embargo, ahora no estoy segura de que hayamos tomado la mejor decisión, porque hay algunas cosas que la gente no entiende, lamentablemente. - mencionó Camille con tristeza.
- ¡Es que yo tampoco lo entiendo, madre! - replicó Philippe, lleno de angustia. - La mayoría de mis compañeros viven en casas muy pequeñas y no tienen nada de lo que yo tengo. No entiendo... No entiendo por qué hay tantas diferencias entre ellos y nosotros. - agregó.
Entonces Juliette, André y Camille se miraron sin saber que decir, aunque Philippe pudo notar que había cierta complicidad entre ellos.
- ¿No creen que ya sea momento de decirle la verdad? - preguntó André abiertamente, y Juliette y Camille se miraron resignadas.
- André tiene razón, hija. Quizás si Philippe supiese la verdad le sería más fácil sobrellevar la situación en la que se encuentra. - le dijo Juliette a su hija, y tras escucharla, Camille suspiró.
- Tienes razón, madre. - le dijo, y dirigió su mirada a su pequeño. - Hijo, ya estás a punto de cumplir los diez años. Eres un niño inteligente, bueno, y confío en ti. Lo que te vamos a decir no puede salir de esta casa, porque nos pondrías en riesgo no sólo a nosotros, si no a otra parte de la familia, a una que no conoces, pero que existe.
- Madre, ¿de qué hablas? - le preguntó Philippe, confundido.
- André, ¿se lo dices tú? - le dijo Camille, y lo miró como si estuviera poniendo en sus manos un tesoro muy preciado. No era para menos; su hijo aún era un niño, y había que encontrar las palabras exactas para contarle aquel secreto familiar de la manera más clara posible.
Entonces André suspiró y miró a su sobrino.
- Philippe, tienes razón en hacerte ese tipo de cuestionamientos. De hecho, yo me hice las mismas preguntas a tu edad... - le confesó André. - Efectivamente, hay una razón por la que nosotros tenemos todo esto y las personas del pueblo no, y esto se remonta a mucho tiempo atrás. - le dijo, y Philippe lo miró a los ojos, lleno de curiosidad.
Entonces, el comedor se llenó de un silencio espectral, y André tomó un sorbo de su vino antes de continuar.
- Hace mucho tiempo, Renaud Laurent, tu bisabuelo, tenía otro nombre: se llamaba Renaud de Chartrons, y era el hijo primogénito de quien fuera por aquellos días el Conde de Chartrons. - le dijo, y tras escucharlo, el niño lo miró impresionado.
- Tío, ¿me estás diciendo que mi bisabuelo pertenecía a la nobleza?. - le preguntó Philippe con curiosidad.
- Así es, Philippe. - le respondió André. - Pero un día tu bisabuelo, es decir mi abuelo y el abuelo de tu madre, decidió venir aquí para perfeccionar su italiano. Como estamos tan cerca del país vecino y hay muchos italianos que trabajan en la zona, se le hizo más fácil venir a Provenza que vivir en Italia, y es aquí que conoció a tu bisabuela, a Ophelié, y se enamoró de ella.
- ¿Y mi bisabuela también era una noble? - preguntó Philippe.
- No, Philippe. No lo era... Y justamente ahí estuvo el problema, porque ni antes ni ahora está permitido que un noble se case con una plebeya. Había y hay que pedir el permiso del rey, y es muy poco probable que él apruebe algo como eso. Además, hacerlo conlleva un gran riesgo, porque al pedir ese consentimiento la relación queda totalmente expuesta, y si esta continúa sin tener el favor del rey se comete el delito de traición, y eso es muy grave. - mencionó.
Y respiró hondo antes de continuar.
- Tras enterarse de esa relación, el padre de tu bisabuelo trató de convencer a su hijo para que se separe de tu bisabuela. No tenía nada contra ella, pero él era su heredero, y aunque lo amaba mucho, no podía permitir que por esa relación toda la familia saliera perjudicada. Sin embargo, tu bisabuelo se negó a dejar a tu bisabuela, por el contrario, estaba decidido a casarse con ella. Entonces su padre le propuso una solución, bastante arriesgada por cierto.
- ¿Cuál? - preguntó el niño, y André dirigió su mirada hacia Camille para saber si podía continuar con la misma transparencia con la que había iniciado aquella conversación. Ella asintió con la cabeza dándole su permiso, y entonces, tras una breve pausa, André continuó con su relato.
- Le propuso que se haga pasar por muerto y que cambie por completo su identidad. De esa manera su título nobiliario pasaría directamente a su hermano menor, y junto con su título todo lo que a él le correspondía como heredero por ser el primogénito... - le dijo, y Philippe volvió a mirarlo muy sorprendido.
André prosiguió:
- No era una decisión fácil, iba a renunciar no sólo a su fortuna sino también a su apellido, pero fue la única forma que encontraron para que él pueda vivir la vida que quería vivir sin perjudicar a la familia, y tu bisabuelo aceptó la propuesta de su padre al comprender que esa era su única opción si pretendía casarse con la mujer que había elegido para esposa.
Y ante la mirada expectante de Philippe, André continuó:
- Pero nuestro tatarabuelo era un hombre justo, y no quería despojar a su hijo de todo y dejarlo en la miseria. Es por eso que compró esta propiedad para él, para que pueda sostenerse con ayuda de ella, y pueda sostener a la familia que quería formar con tu bisabuela. - le dijo André.
Philippe estaba impresionado. Quizás era demasiada información para un niño de tan corta edad, pero André confiaba en que él podía manejarla, ya que él mismo se enteró de todo lo que ahora le contaba a la misma edad que Philippe tenía: a los nueve años.
Pasmado, el niño miró a su madre, quien con la mirada le dio a entender que todo lo que le había dicho su tío era cierto.
- ¿Es por eso que nosotros somos dueños de todo esto? - le preguntó el niño a su familia.
- Sí, Philippe. - le respondió Juliette. - Para unos plebeyos ordinarios hubiese sido prácticamente imposible comprar una propiedad como esta. Es por eso que a tus compañeros les parece tan extraño que vivamos como vivimos.
- Hijo, esa es la verdad. - agregó su madre, y tras ello, André volvió a tomar la palabra.
- Pero Philippe, no creas que todo fue tan fácil. Tus bisabuelos tuvieron que trabajar mucho para que esta villa se convierta en lo que es ahora, y no sólo eso, tu abuela Juliette ha puesto su vida entera para hacer que ella siga siendo próspera... - le dijo a su sobrino, y tomó la mano de su tía mirándola con gran amor y gratitud. - Gracias a ella tenemos lo que tenemos ahora.
Tras escuchar las palabras de André, Juliette sonrió emocionada, y el hijo de Camille - que ya había procesado toda la información que su tío le había dado - volvió a dirigirse a él.
- Ahora entiendo porqué las cosas son como son, tío André. Muchas gracias por contármelo. - le dijo Philippe con una gran madurez, y tras ello, su madre tomó su mano y lo miró a los ojos con mucha seriedad.
- Hijo, lo que has escuchado hoy nunca debes decírselo a nadie. Tu tatarabuelo hizo todo lo que hizo para proteger a su hijo, pero no deja de ser un engaño, y si esto llegara a descubrirse no sólo nosotros podríamos salir perjudicados, sino también la otra parte de la familia: la familia Chartrons. - le aseguró.
- ¿Ellos saben de nuestra existencia? - preguntó Philippe intrigado.
- Por supuesto que lo saben. - le respondió André. - Y no ayuda que seamos físicamente tan parecidos a ellos. - comentó. - Afortunadamente viven muy lejos de nosotros.
- ¿Es decir que somos un poco nobles? - preguntó Philippe.
- No, Philippe. - le dijo su madre riendo. - Nosotros pertenecemos al tercer estado, aunque dentro de esa clase social seamos privilegiados.
- Yo si soy absolutamente plebeya, y no tengo nada que envidiarle a ningún noble. - les dijo Juliette con orgullo y con una gran sonrisa.
Tras escucharla, André y Camille rieron por su comentario, y luego, el también nieto de Marion se dirigió nuevamente al hijo de su prima.
- Philippe, los nobles son tan seres humanos como nosotros. - le dijo con seguridad.
- Es cierto, tío. Todos los seres humanos somos iguales. - comentó el niño con inocencia.
- Así es. - le dijo André a Philippe.
Sin embargo, ni él mismo se creía esas palabras, ya que por más que corriera sangre noble por sus venas él era un plebeyo, y por eso nunca tuvo la libertad de expresarle a Óscar cuanto la amaba hasta que fue demasiado tarde.
Y pensando en ello, bajó la mirada con melancolía y recordó la historia de amor de sus abuelos, una historia de amor que sí había podido traspasar la barrera de las clases sociales, una historia muy diferente a la suya con Óscar, ya que entre Renaud y Ophelié sí había existido un verdadero amor; André aún ignoraba lo mucho que Óscar lo amaba, y todo lo que estaría dispuesta a dejar atrás por amor a él.
...
Fin del capítulo
