Capítulo 20
Una mañana de sorpresas
Luego de la cena, André se dirigió al balcón para tomar aire fresco. Su tía se había retirado a la cocina para hablar con el servicio de la casa, y su prima Camille se había alejado de él para darle las buenas noches a su hijo.
Y mientras observaba los bellos campos de lavanda de la villa en aquella oscura noche, André recordó el rostro de su amada.
- "Cómo me gustaría que estés aquí..." - pensó con nostalgia, y luego dirigió su mirada al cielo y contempló la luna, la cual, de manera imponente, se destacaba en el despejado firmamento de la región de Provenza.
Mientras tanto, en Versalles, en el balcón de su habitación, Oscar contemplaba la misma luna que André veía en aquellos momentos.
- "André..., mañana será la primera vez que estaremos separados en el día de tu cumpleaños desde que llegaste a esta casa, y no sabes lo duro que será para mi no poder pasar ese día contigo..." - pensó melancólica.
Sentía una gran tristeza, pero la consolaba el hecho de saber que, al lado de su familia, él seguramente era feliz.
Por el mismo André , Oscar sabía que en aquella casa siempre fue muy amado, y aún recordaba todas las anécdotas que, cuando niño, le contaba cada vez que regresaba de alguno de sus viajes a la villa de su abuelo.
Casi se imaginaba a la perfección aquel lugar: los campos de lavanda, los olivares, los bosques de pino, los caballos, las travesuras con sus primos; Oscar recordaba como propias todas las aventuras infantiles que André vivió por allá. Él siempre se las contó con lujo de detalles y ella siempre las escuchó con gran emoción y felicidad.
Ya de adulto, y aunque las visitas a Provenza se hicieron cada vez más espaciadas debido a las responsabilidades que André tenía al lado de Oscar, él continuó relatándole todo lo que pasaba por allá; le contó del matrimonio de su prima Camille, del nacimiento de su sobrino Philippe, de la renuencia de su primo Jules al compromiso y de la dedicación de su tía Juliette a su familia.
A pesar de no haber ido nunca para allá, Oscar sentía que los conocía, y por eso estaba segura de que su más cercano amigo era feliz al lado de ellos.
En su balcón, y aún contemplando el cielo estrellado que André también contemplaba, Oscar seguía pensando en él.
- "Feliz cumpleaños mi amado André. Deseo con todo mi corazón que mañana sea un gran día para ti..." - le decía a la distancia.
Mientras tanto, en Provenza, André también pensaba en ella.
- "Buenas noches mi querida Oscar... Que tengas hermosos sueños y también un bello amanecer..." - decía él, a varios kilómetros de su amada.
...
A la mañana siguiente, y ya listo para empezar un nuevo día, André salió de su habitación para buscar a su familia.
De pronto, al atravesar la puerta, se encontró a su tía, su prima, su sobrino, y al personal del servicio esperándolo.
- ¡Feliz cumpleaños! - le gritaron con emoción, y por unos segundos André, se quedó paralizado ante ese inesperado recibimiento.
- ¡Gracias! - les dijo, sinceramente emocionado. - No creí que recordaran que hoy es mi cumpleaños. - les comentó riendo.
- ¿Pero cómo me voy a olvidar de una fecha cómo esta?... Si recuerdo como si fuese ayer el día que mi querida Isabelle te trajo al mundo. - le dijo Juliette a André, y le dio un fuerte abrazo. - Feliz cumpleaños, mi niño. Estoy segura de que este será un gran año para ti.
- ¡Gracias, tía! - le dijo André, emocionado por sus palabras.
- ¡André! - le dijo Camille sonriendo, y se aproximó a él para abrazarlo también. - ¡Feliz cumpleaños!
- ¡Feliz día, tío! - le dijo Philippe, y lo abrazó al mismo tiempo que su madre.
- Gracias, Cami. Gracias, Philippe. Gracias a todos. - les dijo André.
- Paulette, ¿ya está todo listo? - le preguntó Juliette a su ama de llaves.
- Sí, señora. El desayuno está servido con todo lo que me ordenó. - respondió ella con una sonrisa.
- Entonces pasemos al comedor para iniciar nuestra celebración, que hoy nos espera un gran día. - dijo Juliette, y todos se dirigieron hacia allá.
...
Mientras tanto, en su entrenamiento, Óscar y su par, el comandante de la compañía A, continuaban con sus actividades.
Ella se había propuesto que trataría de evitar sentir tristeza por estar lejos de André aquel día y trataba de mantenerse tranquila, pero no podía evitar que ráfagas de recuerdos con él lleguen a su mente de forma inesperada.
Paseos a caballo, almuerzos en el campo y visitas a alguna nueva provincia eran las cosas que normalmente hacían Oscar y André cada veintiséis de Agosto desde que fueron adolescentes, y ni qué decir de las locuras que planeaba la heredera de los Jarjayes para celebrar el cumpleaños de su amigo cuando aún eran unos niños.
En el cuartel principal del ejército francés, Óscar recordaba todos aquellos momentos con nostalgia. Lo extrañaba, lo extrañaba mucho más de lo que podía soportar.
...
Al mismo tiempo, en la mansión Jarjayes, Marion era consolada por Stelle y las sirvientas de la casa.
- ¡Me ha vencido! - decía la anciana, llorando desconsolada. - ¡Juliette me ha vencido!
- Pero Marion... Esto no es ninguna competencia. - le decía Stelle, tratando de que la abuela sea razonable.
- Ella siempre le metió ideas en la cabeza a mi nieto para que se aleje de mí, y al fin lo ha conseguido. - replicó Marion.
- Pero si ya hemos hablado mucho sobre eso... - le dijo Stelle con dulzura, y tratando de consolarla. - Es probable que ella, al igual que tú, sólo desee que su sobrino pruebe hacer cosas nuevas. - le comentó.
- Yo también quiero lo mejor para él, pero... - dijo Marion, y volvió con el llanto exagerado, mientras que las sirvientas, confundidas, trataban de entender la causa de tanta tristeza.
- Madame Marion, ¿acaso usted quiere que André se vaya de esta casa? - le preguntó Beatrice, con el rostro entristecido. - ¿Pero por qué?... Nosotras no queremos que se vaya. - le dijo la doncella. A todas les gustaba André y secretamente deseaban que algún día él se fije en ellas. Incluso Mirelle se sentía muy atraída hacia él aun cuando estaba comprometida para casarse, aunque lo había descubierto recientemente.
Por su parte, Marion seguía absorta en su propio drama, llorando desconsolada sin poder articular ninguna respuesta, mientras que Stelle, con una sonrisa resignada, trataba de calmarla y no reír ante el irracional comportamiento de la abuela.
...
Un par de horas más tarde, André y su familia conversaban en el comedor principal de la casa. Ya todos habían terminado de desayunar, y únicamente estaban bebiendo algún café extra, o tomando un poco de jugo de las naranjas recién recogidas del huerto de la villa.
- Todo estuvo delicioso, tía. Gracias por pedir que preparen todo lo que me gusta. - le dijo André a Juliette, sonriendo agradecido por todas sus atenciones.
- Que bueno que te gustó, hijo. - le respondió Juliette a su sobrino, y sonrió feliz al ver que había logrado que tenga un lindo desayuno de cumpleaños.
De pronto, el ama de llaves se acercó a André.
- Monsieur Grandier, ¿desea algo más? - le preguntó con amabilidad.
- No, Paulette. Muchas gracias. - le respondió él. - Ya ha sido suficiente para mí, pero quizás mi tía o mi prima desean algo adicional. - comentó.
- Yo estoy bien, Paulette. - le dijo Juliette a su ama de llaves.
- A mí me gustaría tomar otro jugo de naranja. Por favor, Paulette, ¿me sirves uno? - le preguntó Camille a la sirvienta.
- De inmediato, madame. - le respondió ella. - Con su permiso. - y tras decir esto, Paulette salió hacia la cocina por más jugo.
Por su parte, sentado en aquel elegante y amplio comedor, el nieto de Marion tomaba el asa de una de las bellas jarras que se encontraba sobre la mesa y se servía otra taza de café, mientras que, pensativo, repetía una frase que había llamado su atención:
- Monsieur Grandier... - dijo él, haciendo referencia a las palabras del ama de llaves de la familia. - Resulta curioso que acá sea uno de los señores de la casa cuando con los Jarjayes soy únicamente un sirviente... - comentó.
Entonces, Juliette golpeó la mesa con furia, y Camille, André y Philippe saltaron de sus asientos, asustados por su inesperada reacción; conociéndola, debieron anticipar que algo así ocurriría luego de que el nieto de Marion deslizara aquella frase.
- Philippe, por favor, aleja la porcelana del lado de tu abuela. - le dijo Camille a su hijo, temiendo que su madre desquite su rabia contra los inocentes platos, y el niño obedeció, apartando la fina vajilla de su lado.
- ¡Se lo dije! - exclamó Juliette muy enojada. - ¡Se lo dije a Marion desde el primer día!... ¡No tenía que llevarte para allá, si acá lo tenías todo! - le dijo a su sobrino indignada por la situación, pero André sólo sonrió.
- Tía, a mí nunca me faltó nada. Tuve acceso a una muy buena educación estando allá. - le comentó él con la intención de tranquilizarla.
- Es cierto, madre. - le dijo Camille, complementando las palabras de su primo. - En Provenza hubiese tenido una buena educación, pero allá André tuvo oportunidades que aquí nunca hubiera tenido. Incluso, a diferencia nuestra, él domina cinco idiomas y nosotros sólo dos, además, casi convivió con los mismísimos reyes de Francia en la corte de Versalles.
Pero aún muy enojada, Juliette miró a su hija.
- Pues valientes reyes nos tocaron. - le dijo, y acercó la taza que su nieto había alejado de ella para terminar de tomar el café recién hecho que una de sus sirvientas le había servido.
Tras ello, y ya un poco más tranquila, Juliette respiró hondo y volvió a dirigirse a ellos:
- No estoy diciendo que André no haya tenido una apropiada educación. Lo que estoy diciendo es que allá no deja de ser un empleado. En cambio, si hubiese vivido aquí, la situación hubiera sido muy distinta. - comentó Juliette con determinación, y todos se quedaron en silencio ya que no dejaba de tener razón.
Unos segundos después, la madre de Camille se levantó y se dirigió a André, esta vez con una voz mucho más serena.
- Bueno, mi niño: hoy es el gran día. - le anunció. - Le pediré a uno de nuestros cocheros que te lleve a conocer tu nueva villa, junto con todos nosotros, por supuesto.
- ¿Es posible, tía? - preguntó André, incrédulo. Sabía que había llegado sin avisar y no quería causarles molestias.
- Claro que sí, querido. - le respondió Juliette sin titubear. - Ya no estoy tan ocupada como antes. Desde hace un tiempo contraté a un muy buen administrador que nos está ayudando con todo lo de esta villa. Es un hombre con gran experiencia y eso ha aligerado mucho mis días.
- Me alegra saberlo. - le dijo André, y luego se dirigió a su prima. - ¿Y tú Cami?... ¿El viaje no le hará daño a tu bebé?... - le preguntó, y ella tomó con una de sus manos su ligeramente abultado vientre antes de responderle.
- Claro que no, primo. Los caminos son excelentes. Ya te darás cuenta cuando estemos yendo para allá. - le respondió Camille. - No te preocupes por mí, ya he ido en dos ocasiones para ver a Jules. - le confesó.
Camille estaba embarazada, aunque aún tenía pocos meses de gestación. De hecho, una de las cosas que André le reclamó al llegar es que le haya hecho creer en una de sus cartas que el niño ya había nacido, cuando apenas estaba empezando el segundo trimestre de su embarazo, pero ella se justificó diciéndole que era una forma de presionarlo para que fuese a verlos pronto, mientras reía divertida.
- Bueno, ahora regreso.- les dijo Juliette. - Le pediré a Robert que nos lleve para allá de inmediato. - y tras decir esto, la madre de Camille se retiró.
- ¡Voy contigo abuela! - gritó Philippe, y corrió tras ella.
Entonces, ya completamente solos en el comedor, Camille bajó la mirada y - casi en un susurro - se dirigió a André.
- Aunque pienses lo contrario, a mí nunca has podido engañarme. - le dijo a su primo, y él dirigió su mirada hacia ella, intrigado por sus palabras.
Camille continuó:
- A pesar de lo que crea mi madre, yo sé que tu abuela no tiene nada que ver con el hecho de que hayas decidido quedarte en la mansión Jarjayes como un sirviente por tanto tiempo. - le dijo.
Tras escucharla, el corazón de André comenzó a latir a ritmo acelerado. ¿Acaso su prima había descubierto lo que él, con tanto esfuerzo, había ocultado por tantos años?
Entonces, tratando de disimular sus nervios, André evadió la mirada de Camille y bebió un sorbo de su café antes de responderle.
- No sé de que hablas... - le dijo él, con una fingida seguridad.
- Vamos, André. No te esfuerces en mentirme. Te conozco demasiado bien. - le dijo ella. - Solamente te pido que tengas cuidado. - agregó
André no respondió. Resultaba ya muy evidente que, en algún momento, su prima se había dado cuenta de los sentimientos que él tenía hacia la heredera de la familia para la que trabajaba. Era inevitable que Jules y Camille no se dieran cuenta de que Oscar y él eran muy cercanos ya que desde niño André siempre les había hablado de ella, ¿pero de eso, a que Camille piense que Óscar era la razón por la que permanecía en la mansión sin tener la necesidad de hacerlo?... ¿Cómo lo sabía?... ¿En que momento había bajado la guardia como para permitir que ella se diera cuenta de algo como eso? - se preguntaba el nieto de Marion.
Un silencio incómodo invadió aquel ambiente de la casa, un silencio que - para fortuna de André - fue interrumpido algunos segundos después por su sobrino Philippe, quien bastante agitado aparecía por la puerta.
- ¡Madre!... ¡Tío André!... El carruaje ya está esperándonos en la entrada. - les dijo el pequeño.
- Entonces vámonos. - les dijo André y se levantó de su silla. No obstante, aunque estaba emocionado porque pronto conocería su nueva propiedad, saber que alguien más conocía su secreto lo había descolocado, y es que era un secreto que había guardado muy celosamente durante mucho tiempo.
Y mientras pensaba en ello, el nieto de Marion le extendió la mano a su prima para ayudarle a levantarse, y por un instante ambos se miraron a los ojos sin decirse nada. Pero luego, con una sonrisa burlona, André volvió a dirigirse a ella.
- Estás loca. - le dijo, tratando de darle a entender que estaba equivocada sobre lo que estaba pensando, rompiendo, también así, la tensión que los había separado por un momento.
- Eso quisieras. - le respondió su prima con una sonrisa. No era ninguna locura lo que estaba pensando, pero sabía que él nunca admitiría algo como eso frente a ella.
De todas formas, a pesar de su inicial desconcierto, André estaba seguro de que Camille sería incapaz de comentarle a alguien más sus hipótesis sobre las razones que tenía para seguir cerca de la familia Jarjayes, ya que desde que ambos eran niños siempre habían sido muy leales entre sí, y André confiaba plenamente en ella.
Entonces, al lado de aquella hermosa mujer a la que quería como si fuese su propia hermana, el hijo de Gustave Grandier e Isabelle Laurent se dirigió a la salida rumbo al carruaje que los llevaría hacia la villa que - a diferencia de la villa de su abuelo - le pertenecía únicamente a él. Y mientras caminaba, el rostro de la mujer que amaba asaltó nuevamente su mente, y se preguntó con nostalgia si en algún momento del día Óscar lo habría recordado.
A pesar de estar rodeado de sus seres más queridos, él no podía evitar pensar en ella a cada momento; extrañaba sentir su presencia a su alrededor, su voz, su mirada.
En Provenza era muy feliz, pero su felicidad era incompleta sin ella.
...
Fin del capítulo
