Capítulo 21

La Villa del Sur

Era cerca del mediodía cuando André, Juliette, Camille y Philippe abordaban el carruaje que los llevaría a su destino.

Por el cochero, el nieto de Marion sabía que les tomaría una hora llegar a su nueva propiedad, y quien los llevaba también le comentó que si algún día decidía ir a caballo, un jinete entrenado como él podía llegar a recorrer el camino de una villa a otra en un tiempo aproximado de treinta minutos.

En el carruaje, todos iban en silencio y mirando hacia el exterior. André, en particular, estaba fascinado por el paisaje y por el clima de la región. Hacía mucho tiempo que no recorría esos caminos, y la belleza que percibía le trajo mucha felicidad. Sin embargo, también recordó que quizá pronto no tendría la posibilidad de ver ese ni ningún otro paisaje, y al recordarlo, sin que nadie se de cuenta, sintió una profunda tristeza.

Varios minutos después, Philippe, ya aburrido de que nadie diga nada se dirigió a André, y llevado por una inocente curiosidad le preguntó:

- Tío André... ¿Es cierto que conoces al rey de Francia?

Entonces, sorprendido por su pregunta y saliendo de su inicial estado de ensimismamiento, André le respondió:

- Sí, Philippe. Lo conocí por mi trabajo al lado de la Comandante de la Guardia Real. De hecho, Luis XVI es una persona muy amable. Antes de que se convierta en rey podíamos pasar mucho tiempo conversando de caballos, y hasta llegó a obsequiarme un candado que él mismo había hecho. Sin embargo, lamentablemente debo decir que como gobernante ha cometido demasiados errores.

- ¿Errores? - preguntó Juliette sarcásticamente. - Estás siendo muy benévolo con él hijo.

Como muchos franceses que pertenecían al Tercer Estado, la tía de André tenía un pésimo concepto de Luis XVI y de María Antonieta, y su comentario volvió a despertar la curiosidad de Philippe.

- ¿Por qué lo dices, abuela? - preguntó el niño, y dirigiendo su mirada al hijo de su hija, Juliette respondió:

- Philippe, quizás no lo notes porque a nosotros, por fortuna, no nos han golpeado los problemas de nuestro país, pero muchos de nuestros compatriotas sufren debido a las malas decisiones de nuestros gobernantes. - respondió Juliette.

- Así es, hijo. - complementó Camille. - Nosotros y los que trabajan para nosotros no nos hemos visto perjudicados porque nuestro comercio es principalmente con el país vecino, sin embargo, hay mucha gente que sufre por la miseria en la que vive. De hecho, si no existiesen tantos problemas tu padre no tendría que recorrer el país en las misiones humanitarias a las que va como médico para ayudar a la gente más necesitada.

Philippe se quedó en silencio, pensativo. Ignoraba que la pobreza del país era una de las razones por las que su padre viajaba tanto. Quizás tenía en mente que esos - a veces prolongados - alejamientos del hogar familiar eran parte de su trabajo, pero nunca reflexionó mucho sobre ello.

De pronto, y cambiando radicalmente de tema, Juliette se dirigió a su sobrino:

- Cuéntame hijo... ¿Cómo está Lady Oscar? - le preguntó, e inmediatamente, Camille dirigió la mirada hacia su primo para observar sus reacciones.

- Ella está bien tía. Trabajando muy duro como siempre. - respondió André, sin entrar en detalles.

- Me alegro de que esté bien. Por favor, hazle llegar nuestros saludos y nuestro agradecimiento por sus obsequios. - le dijo Juliette con una sonrisa.

- Así lo haré. - le respondió André, y luego cruzó la mirada con Camille, quien, sin que él se diera cuenta, ya lo miraba fijamente.

Entonces, sin poder ocultar su nerviosismo, André la evadió de inmediato: ya era un hecho que lo había descubierto.

Quizás con otras personas el nieto de Marion podía disimular muy bien sus sentimientos hacia Oscar, pero con Camille era distinto; ellos se conocían desde niños, y André estaba seguro de que a ella ya nada le quitaría de la cabeza que todo lo que hacía era por amor a Oscar, más aún habiendo reaccionado como acababa de reaccionar.

Había pasado casi una hora desde que salieron, y para alegría de todos, el carruaje empezó a detenerse.

- Hemos llegado. - dijo Juliette.

Entonces, con ayuda del cochero, las damas y Philippe bajaron del carruaje, y finalmente bajó André, el cual, al ver su nueva villa, se quedó sin palabras.

La belleza del lugar era impresionante. La casa principal era casi tan grande como la de la villa de su abuelo, pero a diferencia de esta, la entrada estaba rodeada de flores de todos los colores, no solo de lavanda.

- ¿Que te parece querido? - le dijo a André su tía Juliette. - ¿No es hermosa tu villa a primera vista? - le preguntó.

No obstante, aunque había escuchado a la perfección la pregunta de su tía, André estaba tan impactado que no pudo responderle.

- Y esto no es nada primo. Por dentro tu villa se ve mucho más grande de lo que se ve ahora. - le comentó Camille, con una sonrisa.

De pronto, un apuesto joven, casi de la misma edad de André, apareció en la puerta principal.

Era Jules, el hijo mayor de Juliette, el cual había sido alertado por una de las sirvientas de la casa de que su madre y su hermana habían llegado, y salió para recibirlas, pero grande fue su sorpresa al ver a su primo con ellas.

- ¿André? - preguntó, casi sin poder creer lo que veía.

- ¡Jules! - le respondió André, volviendo a la realidad, y ambos se dieron un fuerte abrazo.

- No puedo creer que al fin estés aquí. - le dijo emocionado. - ¡Oye! ¡Hoy es tu cumpleaños! ¡Feliz día!

- ¡Gracias hermano!... ¡Que alegría verte! - le respondió él.

- ¡Lo mismo digo! - le dijo con una gran sonrisa. - ¿Pero que hacen ahí sin moverse? - le preguntó Jules a su madre, a su hermana y a su sobrino, mientras los saludaba. - ¡Vamos!... ¡Pasen!

Y luego, con una sonrisa, se dirigió a su primo.

- Bienvenido a tu casa. - le dijo, y al escuchar esas palabras, André se sintió traspasado por una gran emoción.

Entonces, los cinco ingresaron al primer ambiente, el recibidor, pero éste era tan amplio que casi parecía un salón principal.

Estaba perfectamente decorado: las grandes y y doradas lámparas, los finos espejos, los cómodos sillones; no había duda de que quien decoró aquel ambiente había puesto toda su dedicación en ello.

- ¿Te gusta? - le preguntó Camille a su primo. - Yo misma me encargué de todos los detalles que ves aquí.

- ¿En serio, Cami? - le preguntó, y se acercó a ella para darle un sincero abrazo. - Es hermoso... Gracias... En verdad todo lo que he visto hasta ahora me tiene sobrecogido. - le dijo a su prima, y ella sonrió con dulzura.

Luego, volvió a escuchar la voz de Jules.

- André, me has tomado por sorpresa, pero ahora que estás aquí hay muchas cosas de las que tenemos que hablar. - le dijo.

- Lo sé, y lo siento. Te dejé con toda la responsabilidad de esta villa por demasiado tiempo. - le respondió André con pesar.

- ¡Pero qué dices!... - le respondió Jules de inmediato y casi indignado. - Si no ha pasado tanto tiempo desde que adquirimos esta propiedad a tu nombre. Además, para mí ha sido un placer poder ayudarte.

Y tras decir esto, Jules sonrió con sinceridad.

- Ya te habrá contado mi madre que ha contratado a un muy buen administrador para ayudarla con la villa de nuestro abuelo, y con esa tranquilidad decidí que podía permanecer aquí mientras tú llegabas. - le dijo.

- Sí, me lo comentó. - le respondió André. - De todas maneras implicó un gran cambio para ti, y te lo agradezco de corazón. - le respondió André, tomándolo del hombro con confianza.

- Hijo... ¿Cómo van las cosas hoy?... ¿Tienes algo de tiempo? - le preguntó Juliette a Jules. - Es que nos gustaría que le hagas a tu primo un recorrido por su nueva villa.

- Por supuesto, madre. - le respondió él de inmediato. - Con mucho gusto lo haré.

- Muchas gracias, Jules. - le dijo André a su primo.

- Pero por favor, primero siéntense un momento. Estamos a una hora de la villa del abuelo y los caminos son bastante buenos, pero de todas maneras los viajes son algo agotadores. Además, tenemos que brindar por el cumpleaños de André y porque al fin ha llegado el dueño de esta villa. - les dijo Jules, y todos se sentaron.

De pronto, una joven doncella apareció en el recibidor.

- Buenas tardes. - les dijo. - Monsieur Laurent, ¿puedo servirles algo a sus invitados? - preguntó.

- Pasa, por favor... - le dijo Jules a la doncella, mientras se levantaba. - Quiero que conozcas a mi familia. - comentó, y luego de decir esto, todos se pusieron de pie.

Entonces, señalándole con educación a cada uno de ellos, Jules empezó con su presentación:

- Ella es Madame Laurent, mi madre. Ella Madame Blanchar, mi hermana, él Philippe Blanchar, mi sobrino, y él es André Grandier, mi primo. - comentó, ante la sorpresa de la joven.

- ¿Monsieur Grandier? - preguntó.

- Así es, Amanda: el mismo... Al fin conoces al dueño de todo esto. - le dijo Jules con una sonrisa, y luego se dirigió a su familia. - Ella es Amanda. Trabaja con nosotros desde hace una semana y está encargada de todo lo que al manejo de la casa se refiere.

- Mucho gusto, Amanda. - le dijo André con amabilidad.

- El gusto es mío, Monsieur Grandier. - respondió ella.

Y también Juliette, Camille y Philippe la saludaron.

- Amanda, ¿nos traes tres copas de vino y dos de jugo de uva? - le dijo.

- Enseguida señor... - respondió la joven, y salió hacia la cocina.

Tras ello, todos volvieron a tomar asiento, y Jules dirigió la mirada hacia su primo.

- André, por ahora me comporto como el anfitrión, pero la realidad es que esta es tu casa, y deberías ser tú quien le pida a Amanda que traiga las copas para nosotros. - le dijo con simpatía, y luego hizo una aclaración. - Y sí, ya sé que es un poco extraño que Amanda se dirija a nosotros anteponiendo el "Monsieur" a nuestros nombres siendo que nosotros aún estamos solteros, sin embargo, no quiero cansarme explicando porque dos hombres guapos como nosotros no hemos sucumbido a las redes del matrimonio. - comentó Jules, y todos rieron.

- Es cierto, Jules. - le respondió el nieto de Marion, burlándose de la situación, mientras que Juliette, con una sonrisa resignada, asentía con la cabeza, ya que ella también estaba cansada de inventar explicaciones para ambos.

Luego, el primo de André volvió a dirigirse a él, ya en un tono más serio.

- Amanda es joven, pero es muy inteligente y minuciosa en su trabajo. - le dijo. - No dudo que pueda convertirse en tu ama de llaves en un futuro si así lo deseas, aunque por lo pronto es sólo una ayuda para mí dentro de la casa.

Varios minutos después, y luego de haber brindado por el dueño del cumpleaños y por la adquisición de su nueva villa, Jules y André decidieron iniciar el recorrido de la casa, mientras Juliette, Camille y Philippe tomaban el sol en los bellos jardines que tenían vista al exterior.

- Lo primero que debo decirte es que no toda la casa está amoblada. - le dijo Jules a su primo, mientras iniciaban el recorrido. - La verdad es que sólo hemos habilitado cinco ambientes de la casa: el recibidor, la cocina, el despacho, la habitación de huéspedes donde yo me he instalado por ahora, y la habitación principal que ya se encuentra lista para que la ocupes. - le comentó Jules.

- ¿Y por qué únicamente esos ambientes están amoblados? - preguntó André, y Jules sonrió.

- Bueno, mi madre y Cami insistieron en que sería mucho mejor que tú decores el resto de la casa con tus propios gustos ... y con los gustos de la mujer que elijas como esposa, por supuesto. - le dijo Jules con una sonrisa cómplice, y luego adelantó el paso al interior de la casa.

En ese momento, la expresión de André cambió y la imagen de Oscar capturó nuevamente sus pensamientos; no había podido sacársela de la cabeza desde que llegaron a la villa: cada rincón, cada pino, cada flor..., todo la traía a su memoria.

A pesar de saber que Oscar no era una mujer ordinaria, no podía alejar de su mente el deseo de hacerla la ama y señora de esa casa. ¿Dejaría ella sus prácticas de esgrima o tiro para encargarse de la decoración de los ambientes que faltaban? - se preguntaba André irracionalmente, y sin poder evitar que sus pensamientos se disparen hacia dónde no debían.

- "¿Pero qué me pasa?" - se dijo a sí mismo, tratando de recuperar el control.

Sin embargo, por algún motivo inexplicable, sentía que esa casa también le pertenecía a ella.

Era extraño, pero por más que en el exterior parecía haberse resignado a amarla sin esperanzas, algo en su interior le decía que Óscar y él estaban predestinados... ¿Acaso era posible que sus almas hayan acordado recorrer juntos la vida incluso desde antes de nacer?... Él era una persona bastante racional y escéptica, sin embargo, no podía evitar sentir que ambos tenían una conexión más allá de lo normal, a pesar de que su mejor amiga haya preferido ignorarla.

...

Ya eran las tres de la tarde, y para mala suerte de la heredera de los Jarjayes, los entrenamientos de ese día habían culminado antes de lo esperado.

Su regimiento estaba totalmente a cargo del Coronel Dagout por aquellos días, debido a ello, no tenía sentido que se dirija al cuartel donde se encontraban sus soldados. Realmente no podía aferrarse a nada que la distrajera, pero necesitaba dejar de atormentarse por estar lejos de André en un día como ese.

Y sin saber que más hacer, se dirigió a su mansión, pero al llegar no se atrevió a ingresar a la casa; estaba convencida de que adentro su nana estaría lamentándose por el viaje de su nieto a Provenza y ya suficiente tenía con soportar su propio sufrimiento.

Entonces, Óscar se dirigió a las caballerizas para dejar ahí al hermoso corcel blanco que la había llevado hasta su casa, y luego de hacerlo se acercó al caballo de su amigo, el cual relinchó al verla casi a modo de saludo.

- Tu también lo extrañas, ¿verdad? - le dijo con melancolía al bello corcel negro del nieto de Marion, y el animal la miró con inquietud.

Y casi en un arrebato, Óscar lo ensilló y se montó en él, y tras ello, salió de inmediato para cabalgar sin destino fijo.

Y mientras recorría aquellos caminos que tantas veces había recorrido con André, no pudo evitar sentirse frustrada por no tener el valor para decirle que lo amaba, por saber que su amor era un amor imposible a los ojos de muchos, pero, sobre todo, por no poder pasar con él un día como ese.

¿Cómo se puede extrañar tanto a alguien que apenas se fue hace un par de días? - se preguntaba, casi creyendo que era totalmente ilógico sentirse como se sentía por aquella situación. Sin embargo lo extrañaba, quizá porque muy dentro de su corazón pensaba que esa también era una forma de amarlo.

Casi una hora después, y ya agotado, el muy bien entrenado caballo de André se detuvo cerca del río, y suponiendo que tenía sed, Óscar se bajó de él para dejarlo beber libremente, y se sentó bajo la sombra de un viejo árbol.

- "André, ¿qué estarás haciendo?" - se preguntó, y luego, mucho más reflexiva, trató de imaginar cómo hubiera sido ese día al lado del hombre que amaba si él no hubiese decidido irse.

Y observando las cristalinas aguas de aquel río, sentada bajo la sombra de las verdes hojas del árbol donde descansaba, Oscar no pudo evitar pensar que si su amigo de la infancia y ella hubiesen salido solos a celebrar - como acostumbraban hacerlo cada año - su deseo de tenerlo cerca podría haber sido tan fuerte que, quizás, podría haber llegado a olvidar que como mujer no debía cruzar ciertos límites, ni siquiera bajo la justificación de estar enamorada, porque eso implicaba que su honra se mancille y - en el peor de los casos - que su reputación se vea dañada de manera irreparable.

Sin embargo, mientras más reflexionaba sobre ello, la heredera del General Jarjayes notaba que la vida no siempre era lo que se esperaba que fuera, y que muchas veces resultaba imposible cumplir cabalmente con lo que se consideraba "moralmente correcto". Por el contrario, Óscar pensaba que incluso una persona recta como ella podía llegar a flaquear por amor, y entendió - por primera vez - que por André ella también era débil, lo suficiente como para dejarse arrastrar por sus impulsos y por sus pasiones sin que nada más importe. No obstante, sí había algo que la detenía, y era el temor de pensar que él no pudiera amarla luego de su platónica ilusión con Fersen.

...

Algunas horas más tarde, André y su familia almorzaban en un restaurante campestre de Provenza, aunque, quizás, aquella comida debería considerarse más que un almuerzo una cena, por el horario en el que habían iniciado.

- Me alegra que estés satisfecho por como encontraste a tu villa. - le dijo Jules a André, luego de beber un sorbo del vino de la región. - La verdad es que hemos tenido mucha suerte porque el dueño anterior la dejó en excelentes condiciones. En verdad me sorprendió lo bien que había estado administrada.

Y luego de una pausa, Jules continuó:

- Como habrás notado, los productos prácticamente se comercializan solos, ya que desde antes de arrancar con la producción ya todo tiene comprador, y tenemos muy buenos ingresos. Además, las personas que trabajan en tu villa lo hacen desde hace muchos años. Algunos de ellos me confesaron que tenían temor de verse perjudicados por el cambio de dueño, pero no hubo necesidad de realizar ningún cambio ya que todos son muy eficientes, y conocen muy bien su trabajo.

- Jules, estoy impresionado por todo lo que has hecho para mantener todo en orden. Muchas gracias. - le dijo André sinceramente.

- No es por presumir a mi hijo, pero él es un gran administrador. - comentó Juliette.

- Aprendí de la mejor. - le dijo Jules a su madre, mientras tomaba afectuosamente una de sus manos.

- Es cierto... - dijo Camille. - Mi hermano podrá ser muchas cosas, pero es muy bueno en lo que hace. - mencionó.

- ¿A que te refieres con "podrá ser muchas cosas"? - le dijo él, empujándola ligeramente a modo de juego, y todos rieron.

Unos segundos después, André tomó la palabra:

- Apenas supe que serías tú la persona que se encargaría de administrar temporalmente mi villa me sentí muy aliviado. Nuevamente muchas gracias por todo lo que has hecho hasta ahora... ¡Salud primo! - le dijo a Jules, levantando su copa. - ¡Por que nos siga yendo como hasta ahora!

- ¡Salud! - le dijo Jules, y Juliette, Camille y Philippe levantaron sus copas para brindar también, aunque estos dos últimos lo hicieron con jugo de uva.

...

Ya se había hecho de noche y las mujeres y el niño de la familia habían regresado con el cochero a la villa del abuelo Laurent, pero André había decidido quedarse hasta el día siguiente en la casa de su propia villa para poder hablar con su primo con más tranquilidad.

Aunque el clima era fresco, ambos habían decidido permanecer en el recibidor, y estaban conversando de cosas muy triviales cuando, repentinamente, luego de un breve silencio impuesto por André, este abordó un tema más serio.

- Jules, por ahora me será imposible encargarme por mí mismo de esta villa. Necesito permanecer en Versalles... En este momento me es imposible retirarme o alejarme de las responsabilidades que tengo por allá. - le dijo a su primo. - ¿Crees que podrías ayudarme a conseguir un administrador fijo para esta villa?

Entonces, visiblemente sorprendido, Jules se dirigió a su primo:

- André, pensé que habías llegado para quedarte y que pensabas encargarte tu mismo de administrar tu villa. - le dijo, y luego de una breve pausa, Jules continuó. - Aunque no lo haya mencionado antes, tú también eres un excelente administrador. La forma en la que la condesa Jarjayes y tú organizaron la distribución de sus ingresos entre los trabajadores de sus propiedades fue impresionante, y entiendo que debido a eso las personas que trabajan para ella tampoco pasan los problemas que sí pasan otros ciudadanos franceses. - comentó Jules.

Era cierto. Cuando Oscar y André fueron testigos de las condiciones infrahumanas en las que vivían los trabajadores de las propiedades de los Jarjayes a causa de los fuertes impuestos que el gobierno les imponía, la hija de Regnier decidió que todo el dinero que recibía como heredera de la familia sería destinado a garantizar que al menos las personas que trabajaban para los Jarjayes cuenten con todo lo necesario para vivir, como alimentación, vivienda y medicinas. Y dado que sus recursos eran limitados para la gran cantidad de personas de las que tenían que ocuparse, ambos pasaron noches enteras buscando la mejor forma de administrar esos ingresos.

Por aquellos días, André buscó la ayuda de Jules, quien, junto con su madre, administraba desde hacía algunos años la villa del abuelo de ambos, y mediante una continua correspondencia, Jules le dio muy buenos consejos para ayudarlo a encontrar opciones que les puedan ayudar a ambos a lograr el objetivo que se habían propuesto.

- Todo fue gracias a tus recomendaciones, Jules. Eso también debo agradecértelo. - respondió André.

- Pues me honra poder haberte ayudado con una causa tan noble, pero el mérito de lograr algo como eso fue únicamente tuyo y de Lady Oscar. - comentó Jules.

Luego, retomando el tema inicial, André se dirigió a su primo.

- Jules, sé que yo mismo podría encargarme de todo, pero aunque quisiera no puedo venir a vivir aquí por ahora, e incluso en el futuro sé que necesitaré ayuda. - le dijo, recordando que podía quedarse ciego de un momento para otro, y siendo así, necesitaría de alguien de confianza que lo apoye con la administración.

Y luego de una breve pausa, continuó:

- Por eso necesito que me ayudes buscando a alguien y contratándolo para mí, para que tú también puedas retomar todo lo que dejaste pendiente en la villa del abuelo.

Entonces, pensativo, Jules reflexionó unos minutos antes de responderle.

- André, ahora que tocas ese tema, hay algo que quiero decirte. - le dijo.

Y tras ello, tomó su copa de vino y se dirigió a la ventana para mirar hacia el exterior.

- Como sabes, he trabajado con mi madre para la villa de nuestro abuelo desde que tengo diecisiete años, y si bien han sido años de mucho aprendizaje, después de un tiempo todo se volvió un poco monótono para mí. - le confesó, y luego, retornando la vista hacia su primo, le dijo. - Sé que me has agradecido muchas veces lo que he hecho aquí, pero en verdad soy yo el que tiene que agradecerte el haberme dado el pretexto casi perfecto para poder mudarme y hacer algo diferente...

Y después de una breve pausa, continuó:

- No me mal entiendas... - le dijo. - Yo amo trabajar con mi madre para la villa de nuestro abuelo; finalmente es el patrimonio de los tres. Pero hay momentos en la vida en los que uno necesita buscar nuevos retos, y venir aquí para ayudarte con tu villa me ha dado esa motivación que casi había perdido.

André lo miró sorprendido. No tenía idea de que Jules, quien era como un hermano para él, se sintiera de esa manera, y lamentó no haber estado más pendiente de su primo.

- Jules, ¿por qué no me dijiste antes como te sentías? - le dijo. - Sabes que cuentas conmigo.

- Lo se André, no te preocupes... Es que no quería que esto pudiera malinterpretarse. - le confesó Jules, dándole a entender que no quería hacer sentir mal a nadie por como se sentía, sobre todo a su madre.

Tras ello, bebió un sorbo de su vino y miró al nieto de Marion con determinación.

- André, ahora que me dices que no piensas administrar tu villa por ahora, quiero proponerte algo. - le dijo.

- Te escucho. - respondió André, mirándolo con atención.

- Al igual que tú, yo también quisiera tener algo propio. No necesariamente aquí en el sur de Francia, quizás una buena opción podría ser Italia... Pero para eso, necesito tener un buen capital. - le comentó Jules.

Y luego, volviendo a tomar asiento, continuó:

- Yo también tengo un buen dinero ahorrado por las utilidades que nos ha dado la villa de nuestro abuelo durante todos estos años, y he ahorrado una buena parte del salario que se me asignó como uno de sus administradores. Pero aún me falta dinero como para tener algo como esto, que fue comprado también con el dinero de tu trabajo con los Jarjayes... - le dijo, y luego, interrumpiéndose a sí mismo, le comentó: - Por cierto, ¡te han pagado muy bien durante todos estos años! - agregó con una sonrisa, y bastante sorprendido.

- Oscar fue muy generosa con el salario que me asignó. - le dijo. - Aunque el trabajo que desempeñaba junto a ella era bastante exigente y riesgoso.

Sin embargo, André se refería a las épocas en las que trabajaba como asistente de Oscar dentro de la Guardia Real, porque a partir de que ingresó a trabajar a la compañía B, renunció a su salario como empleado de los Jarjayes, y sólo recibía lo que cualquier otro soldado recibía dentro de la Guardia Francesa.

- Eso veo... - le dijo Jules, en respuesta a lo que André le había dicho.

- Pero no te distraigas, que te he venido escuchando muy atentamente, y quiero saber cual es la propuesta de la que me hablas. - le dijo, tratando de retomar el tema que habían abordado inicialmente, y tras escucharlo, Jules se dirigió nuevamente a él.

- André... ¿qué piensas de la idea de que me quede trabajando aquí como tu administrador? - le preguntó. - Me asignaría el mismo sueldo que me había asignado como administrador de la villa de nuestro abuelo, y haría lo mismo y más de lo que he hecho hasta ahora para tu villa. Eso me permitiría seguir aquí, afrontando todos estos nuevos retos que me hacen tan feliz, y también podría seguir ahorrando para comprar mi propia villa en Italia... ¿qué dices?. - le preguntó Jules, expectante.

- Sería un sueño hecho realidad para mí, Jules. - le dijo André sin titubear. Sabía que no le sería fácil encontrar a alguien de confianza y con tanta capacidad para administrar su propiedad, y que mejor que darle esa responsabilidad a su primo, una de las personas en las que más confiaba.

- ¿En serio? - le dijo Jules, iluminado por una gran sonrisa.

- ¿Estás bromeando? - le preguntó André. - No me imagino a nadie más capacitado que tú para ser mi administrador. Dalo por hecho. - le dijo, y le extendió la mano para cerrar el acuerdo con un fuerte apretón de manos.

Luego, pensativo, se dirigió nuevamente a él.

- Solo tengo una preocupación. - mencionó André. - ¿Mi tía lo aceptará? - le preguntó a su primo.

- Claro que lo hará. - le dijo Jules sin dudarlo. - Apenas me fui contrató a un administrador para que trabaje temporalmente con ella mientras yo regresaba, pero ya habrás notado que está muy satisfecha con su trabajo. Es un hombre maduro, muy capaz... y además creo que se gustan. - le dijo Jules riendo.

- ¡¿Qué?! - replicó André sorprendido, y Jules estalló en risas al ver el rostro incrédulo de su primo.

- ¡Es cierto! - le dijo. - Además, mi madre está encantada con Sandrine, una joven a la que conocí hace poco por acá, y dudo mucho que quiera que me aleje de ella, hasta creo que ya está planeando mi boda.

- Me lo dijo. - le comentó André. - Es más, Cami me dijo que estabas perdidamente enamorado de ella.

- ¡Eso no es cierto! - exclamó riendo, y André estalló en risas al descubrir las exageraciones de su prima. - La conocí hace menos de un mes... Es muy pronto para eso... Pero sí debo admitir que me interesa mucho más que cualquier otra mujer que haya conocido en el pasado.

Y luego de unos segundos, Jules volvió a dirigirse a él:

- Pero André, no creas que te has salvado. Ahora que mi madre y Cami piensan que ya estoy fuera del mercado de solteros, de seguro irán por ti.

- ¿¡Por mi!? - preguntó André. - Yo no estoy disponible. - le dijo riendo y sin pensar, pero tal fue su determinación que al escuchar esas palabras Jules levantó las cejas sorprendido.

- Vaya, vaya... - le dijo. - Así que no estás disponible... - repitió su primo, y dándose cuenta de lo que había dicho, André tomó un sorbo de su vino. - ¡Cuéntamelo todo! - exclamó Jules emocionado, pero de una forma tan graciosa que André no pudo evitar reírse.

- ¡No te voy a decir nada! - le dijo mientras reía, pero también fingiendo seriedad.

- ¿¡Me vas a negar esa información!? - le preguntó Jules, fingiendo estar ofendido. - Está bien... No voy a insistir... ¡Pero el día que menos te imagines voy a enterarme de todo! - agregó.

Unos minutos más tarde, y después de haber reído como hacía mucho tiempo no lo hacían, ambos bebieron nuevamente sus copas de vino, y más tranquilo, André le preguntó:

- Jules, con el salario que te asignarás como el administrador de mi villa, ¿en cuánto tiempo crees que juntarás el capital suficiente para adquirir tu propia villa en Italia?

Entonces su primo, que era un experto en finanzas, le dijo:

- He calculado que en cuatro años podría tener el capital suficiente para hacerlo.

Tras escucharlo, André levantó la mirada pensativo, y luego de unos segundos de silencio, volvió a dirigirse a Jules.

- Desde hace tiempo tengo un deseo... Algo que ha venido dándome vueltas en la cabeza, pero que no he tenido tiempo de ejecutar. - le dijo a su primo.

- ¿Qué cosa? - le preguntó Jules, intrigado por sus palabras.

- La villa de nuestro abuelo genera muy buenas utilidades, pero al ser yo el único heredero de mi madre, y al haber sido ella dueña de la mitad de todo, yo tengo el 50% de ellas, mientras que Cami y tú sólo reciben el 25% cada uno.

- Bueno... Es que el abuelo dividió su herencia en partes iguales entre sus dos hijos, y a diferencia de tus padres que solo te tuvieron a ti, los míos nos tuvieron a Cami y a mí. - mencionó Jules.

- Sí... - le dijo André. - Pero nosotros tres somos más que primos, somos como hermanos, y tu madre, sin ser mi tía consanguínea, ha sido también como una madre para mí... - le dijo, y luego, dirigiéndose nuevamente a su primo, continuó. - Por eso, creo que ya es momento de equilibrar las cosas...

- ¿A qué te refieres? - le preguntó Jules con curiosidad.

- Necesito que me ayudes en algo más. - le dijo decidido. - Deseo que la villa de nuestro abuelo quede dividida en tres partes iguales para que Cami, tú y yo tengamos el 33.33% cada uno.

- ¿Qué? - exclamó Jules. - Pero eso hará que tus utilidades sean menores...

- Y que las de ustedes sean mayores... - complementó André, y tras ello, continuó: - Yo ya tengo esta villa, que es sólo mía... Ahora también quiero que tú tengas la tuya, y haciendo ese cambio podrás tenerla en menos tiempo.

Entonces, impactado por su generosidad, Jules lo miró sorprendido.

- No sé que decirte... - le dijo.

- Dime que te encargarás de eso. - le dijo André con una sonrisa.

- Gracias... - le dijo Jules, sin poder salir aún de su estado de conmoción, y luego se levantó para darle un abrazo.

- No tienes nada que agradecerme. - le dijo André sinceramente, y luego, más relajado, le dijo: - Ya me dio hambre... ¿Le pedimos a Amanda que nos sirva algo de comer? - le preguntó a su primo.

- Es una excelente idea. Vamos. - respondió Jules.

Y tras decir eso, ambos se dirigieron hacia la cocina.

...

Mientras tanto, y luego de cabalgar por horas en el corcel de André, Oscar ya estaba de regreso en su casa.

- Lady Oscar, que bueno que ya llegó. - le dijo Stelle, al ver que la heredera de la familia ingresaba a la cocina.

- Hola Stelle. - le dijo Oscar, aunque aún algo abatida. - ¿Y mi nana? - preguntó.

- Ya debe estar durmiendo. - le respondió la cocinera, algo nerviosa. - Estaba algo deprimida porque André se fue a pasar su cumpleaños con su tía de Provenza, y se fue a dormir temprano. - le comentó Stelle a la dueña de casa. Sin embargo, la verdad era que Marion había sido llevada a rastras por ella y por otras cuatro sirvientas hasta su cuarto, luego de haberse terminado ella sola la botella del vino más fuerte de la casa, mientras suspiraba por la lejanía de su nieto.

- Entiendo, Stelle. Me alegra saber que ya está descansando. - le dijo Oscar. - Subiré a mi habitación.

- ¿Desea que le sirva algo de cenar? - le preguntó Stelle.

- No, Stelle. No tengo hambre. - le dijo Oscar, pero en un tono tan melancólico que hasta ella se dio cuenta de que algo le pasaba.

Ya en su habitación, la hija de Georgette se sentó en la pequeña mesita donde acostumbraba tomar el té, y casi por inercia abrió el cajón de madera del mueble que se encontraba junto a ella, encontrándose ahí con sus viejos pinceles, lienzos y óleos , los cuales habían permanecido sin usarse durante mucho tiempo.

Durante su niñez y parte de su adolescencia, ella había aprendido el arte del dibujo y la pintura con la complicidad de su madre, quien aprovechaba las ausencias de su marido para que Oscar tenga la misma formación que cualquier otra dama de la aristocracia.

Sin embargo, cuando el estricto general descubrió que su sucesora llevaba clases de arte con un profesor particular se molestó mucho, y le prohibió a su esposa que su hija siga perdiendo el tiempo en aprender ese tipo de cosas, pero Oscar, inteligente y hábil como era, ya había aprendido todo lo necesario para pintar.

Entonces, en su habitación, y con gran rapidez, la heredera de los Jarjayes puso sobre su mesa todo lo que se encontraba en aquel cajón - incluyendo un pequeño lienzo no mayor a 20cm de ancho por 15cm de alto - y comenzó a pintar lo primero que vino a su mente: la vista de uno de los bellos atardeceres que compartió con André en las playas de Normandía, un atardecer que vieron juntos durante las vacaciones que Oscar planeó para acompañarlo durante su recuperación, luego de que perdiera la vista de su ojo izquierdo.

Por aquellos días ella aún no se había despedido de Fersen, ni había ocurrido nada de lo que posteriormente ocurrió luego que le dijera a su mejor amigo que dejaría la Guardia Real y que ya no lo necesitaba más. Por aquellos días eran simplemente ellos, juntos, como siempre.

El día que ambos observaron el atardecer que en ese momento Oscar pintaba, ella estaba devastada por haber comprobado, una vez más, la miseria en la que vivían muchos de sus compatriotas, y André, por su parte, se sentía más confundido que nunca sobre los sentimientos de su mejor amiga hacia él, ya que en aquellas vacaciones ambos se habían acercado de maneras en las que nunca antes lo habían hecho, incluso intercambiando miradas que sólo intercambiarían dos antiguos amantes volviéndose a encontrar en esta vida.

Sin embargo, tan solo unas semanas después - y a pesar de todo lo que había pasado entre ellos durante esas vacaciones en Normandía - Oscar volvió a sepultar, una vez más, todos esos momentos en lo más profundo de su corazón, y André y ella volvieron a su dinámica de siempre.

Tanto había bloqueado la heredera de los Jarjayes aquellos momentos que ni siquiera los trajo a su memoria el día que le pidió a André que se apartara de su lado, luego de decidir que quería vivir como un hombre debido al rechazo de Fersen y de su renuncia a la Guardia Real.

Incluso en ese momento, pintando sobre su lienzo en la noche del cumpleaños de André, Oscar seguía sin recordar aquel día en el que se consolaron abrazados frente al mar, y en el que - mientras cabalgaban en el mismo caballo - se miraron tiernamente a los ojos, tan cerca el uno del otro que si el caballo no hubiese estado en movimiento no hubiesen podido evitar besarse.

No obstante, ella sí recordaba con claridad la imagen de aquel atardecer en el que el sol se ocultaba en el mar de Normandía; aquello sí había quedado impreso en su memoria.

Una hora después, y ya habiendo terminado su obra, Oscar tomó su lienzo recién pintado, se acercó a la ventana y lo colocó sobre el marco para que la brisa de la noche le permita secarse más rápido.

Y ahí, con la vista puesta en su pintura, aquella mujer que amaba a su mejor amigo pensó nuevamente en él, sin poder evitar que sus ojos se llenen de lágrimas al recordar lo lejos que se encontraba de ella.

...

Fin del capítulo