Capítulo 22
El reencuentro
Había pasado casi una semana desde que André viajó a al sur de Francia. Era sábado por la noche, y en la villa del abuelo Laurent todos cenaban para despedir al leal amigo de la heredera de los Jarjayes, el cual partiría de vuelta a Versalles al día siguiente por la mañana.
- ¡Porque pronto estés nuevamente con nosotros primo! - dijo Jules, levantando su copa. - ¡Salud!
- ¡Salud! - respondieron todos.
Y tras aquel brindis, André se dirigió a ellos.
- Gracias. He pasado unos días maravillosos con ustedes. - les dijo con una sincera sonrisa.
- André, no olvides que tú serás el padrino de mi bebé, así que más te vale regresar a Provenza en menos de un año. - le dijo Camille con una sonrisa, y con claras intenciones de presionarlo.
- Aquí me tendrás, Cami. - le prometió él muy dispuesto a cumplir con ese compromiso, y sintiéndose honrado por la confianza que depositaba Camille en él al confiarle a su segundo tesoro más preciado.
...
Un par de horas más tarde, sólo quedaban Juliette, Camille y André en el salón principal de la casa de la villa Laurent, ya que Jules había regresado a la nueva villa y Philippe se había retirado a su habitación acompañado por una antigua sirvienta.
Ya era bastante tarde, pero aún no oscurecía. El olor a lavanda de los campos exteriores llenaba la casa de un exquisito perfume, y ellos estaban muy relajados cuando, repentinamente, Juliette se dirigió a André, quien tomaba una copa de vino de pie frente a la chimenea.
- André, ¿me acompañas a la biblioteca?. Quiero hablar contigo a solas. - le dijo.
Tras escucharla, André volteó a mirarla sorprendido. El tono de su voz era bastante serio, lo cual era poco usual en ella cuando se trataba de él, y se preguntó porqué le estaría hablando de esa manera.
- Sí, tía. Por supuesto. - le respondió, y ella se dirigió hacia la biblioteca.
Y mientras la seguía, André dirigió su mirada hacia Camille a modo de reproche, y le hacía mil gestos mientras le preguntaba "¡¿Qué le dijiste?!". Pero ella, tratando de no emitir ningún sonido, sólo reía al ver la cara asustada de su primo, quien parecía un niño a punto de ser regañado.
- ¡No le he dicho nada! - le susurró Camille para tratar de tranquilizarlo, pero él no le creyó ya que pensaba que su tía no le hablaría de esa manera si no se tratara de algo muy serio.
Por ello, mientras caminaba hacia la biblioteca siguiendo a Juliette, el hijo de Gustave Grandier pensaba en las palabras que le diría a su tía si está le reprochara que se hubiese enamorado de una aristócrata.
Unos minutos después, y luego de caminar por los largos pasillos que conectaban el salón principal con la biblioteca, ambos ingresaron a ella y Juliette se sentó en uno de los sillones que adornaban aquella habitación de la casa.
- Por favor, siéntate. - le dijo a su sobrino con una voz más amable, y él se sentó en el sillón que se encontraba a su lado.
- ¿De qué quieres hablar conmigo? - le preguntó André, con una falsa tranquilidad.
Entonces, tras unos segundos de silencio, ella lo miró a los ojos.
- André, ahora que tienes una propiedad únicamente tuya, quiero que pienses seriamente en la posibilidad de formar una familia. - le dijo Juliette, ante la atónita mirada del nieto de Marion.
Ella continuó:
- La vida puede llegar a ser muy triste si no se tiene con quien compartirla... - le dijo, y bajó la mirada con tristeza antes de proseguir. - Yo quede viuda con dos hijos pequeños cuando apenas tenía veintidós años, y si bien pude salir adelante con la ayuda de tus padres y luego sola, mi vida hubiese sido mucho más feliz si tu tío Armand no hubiese muerto. Te aseguro que me hubiese encantado compartir con él todas las alegrías y las tristezas que me deparaba la vida...
Y luego, Juliette hizo una breve pausa.
- Tú acabas de cumplir treinta y tres años, tienes una hermosa casa que te pertenece sólo a ti y la casa de tus abuelos, que también es tu casa. Además, tu futuro económico siempre ha estado asegurado... ¿Qué más te hace falta para formar una familia? - le preguntó.
Tras ello, Juliette lo miró fijamente esperando una respuesta, pero André no respondió. Su tía lo estaba poniendo contra la pared; no podía decirle qué era lo que le hacía falta, pero tampoco quería mentirle.
No obstante, no era la intención de Juliette hacerlo sentir incómodo; solo quería que reflexione sobre un tema que nunca antes habían abordado. Ella siempre había sido muy respetuosa con la vida privada de sus dos hijos y con la vida privada de André, a quien consideraba un hijo más. Sin embargo, el tiempo seguía pasando y ella deseaba que él conozca la felicidad que sólo el amor puede dar, una felicidad que ella había conocido, aunque de manera muy efímera.
Entonces, tras un largo silencio, Juliette se levantó y abrió un pequeño cajón que estaba al lado del sillón donde había estado sentada, y sacó de el una pequeña pero bella cajita cubierta con un fino terciopelo.
- Esto es para ti. - le dijo ella mientras se la entregaba. Él la recibió, aunque sin entender porqué le estaba dando algo como eso.
Entonces, llevado por la curiosidad, André abrió la pequeña caja y encontró dentro de ella un hermoso anillo de oro adornado por un bellísimo zafiro, el cual, a su vez, estaba rodeado por pequeños y finos diamantes.
- Tía, ¿por qué me das esto? - le preguntó André.
- Ese es el anillo que le regaló tu abuelo a tu abuela el día que le propuso matrimonio. De todas las joyas que Ophelie tenía, ese anillo en particular era el favorito de tu madre, no solo porque es muy hermoso, sino también porque fue el símbolo que selló un amor que superó todos los obstáculos.
Y recordando a su querida amiga Isabelle, Juliette sonrió.
- Tu madre amaba mucho este anillo y su madre lo sabía, es por eso que se lo heredó a ella al morir. - agregó.
Y tras decir esto, Juliette miró fijamente a su sobrino.
- Hijo, este es el momento perfecto para que formes una familia... Por favor, busca a una mujer que sea digna, una mujer de un corazón tan noble como el tuyo, y el día que la encuentres y decidas casarte con ella, regálale este anillo para sellar tu compromiso. - le dijo.
Y tras ello, Juliette continuó.
- Lo que más deseo en esta vida es que mis tres hijos sean felices. Estoy segura de que en algún lugar hay alguien para ti, alguien que va a quererte como tú te mereces, pero debes darte la oportunidad de ser amado. - le dijo finalmente.
Tras escucharla, André se quedó sin palabras; algo se había removido en su interior desde que recibió esa joya tan valiosa de las manos de su tía, una joya que había sido la adoración de su madre durante mucho tiempo y que había sellado el amor de sus abuelos.
- Muchas gracias por darme el anillo de mi madre... - le dijo André a su tía, conmovido por sus sinceras palabras, y tras escucharlo, ella volvió a dirigirse a él.
- Sé que después de lo que te he dicho no vas a dejar una joya tan bella y tan valiosa en manos de cualquiera... - le dijo.
Pero Juliette no se refería al anillo, se refería al hermoso corazón de su sobrino. Y tras escucharla, André la miró en silencio y sólo sonrió.
...
Unos minutos más tarde, el nieto de Marion regresó al salón principal.
Su tía había subido a su habitación para descansar. Era tarde y quería despertarse temprano para poder levantarse para despedirlo, pero André no tenía sueño y decidió servirse otra copa de vino, por lo que se dirigió al salón donde había estado inicialmente.
Al llegar, se sorprendió al ver ahí a su prima, quien se había quedado contemplando los jardines a través de la ventana, y mientras caminaba hacia el interior del salón, se dirigió a ella.
- Pensé que ya te habías ido a descansar. - le dijo André.
- En unos minutos lo haré. - le respondió ella al verlo, y regresó al sillón en donde había estado sentada.
Y mientras se servía una copa de vino, André le preguntó:
- ¿Vas a quedarte en esta casa durante todo tu embarazo?
- No lo creo. - le respondió su prima. - Extraño mi hogar y mis espacios. Apenas regrese Marcel de su viaje de trabajo, Philippe y yo volveremos a casa. - agregó, y tras ello, su voz se tornó melancólica. - Sin embargo, me apena dejar sola a mi madre. Ahora que no está Jules, siento que esta casa es demasiado grande para ella. - le dijo.
Tenía razón. Aunque había muchos sirvientes, una vez que Camille regresara a su casa, Juliette sería el único miembro de la familia que quedaría en la villa, y André pensó que - por más que no le gustara compartir con un extraño a la mujer que quería como si fuese su propia madre - hubiese sido ideal que ella vuelva a enamorarse después de quedar viuda. Aunque madura, Juliette era una mujer hermosa y nunca le faltaron pretendientes, pero ella decidió permanecer sola y dedicarse por entero a su familia.
- André... - le dijo Camille de repente, sacándolo de sus pensamientos.
- ¿Si? - respondió él.
- Por favor, quiero que reconsideres buscar la opinión de otro médico para que examine tu ojo izquierdo. - le dijo. Ella no había podido resignarse a la idea de que su primo haya perdido la vista de uno de sus ojos desde que él le hizo esa confesión.
Nadie lo había notado en todo ese tiempo, menos aún con el corte de cabello que - a sugerencia de su prima - André se hizo al llegar. La única que sabía la verdad era Camille, y ella no podía sacar de su cabeza que, quizás, si él consultaba una segunda opinión, podía haber una solución para su caso.
- Cami, una espada atravesó mi ojo de extremo a extremo, y cuando todo eso pasó, fui atendido por uno de los mejores doctores de Versalles, un doctor que es incluso uno de los doctores de cabecera del rey de Francia... No hay nada que hacer. - le dijo André resignado.
- El que sea el doctor del rey no significa nada para mí. - le dijo ella, sin ánimo de rendirse. - Marcel siempre me ha dicho que para que un médico pueda destacar como profesional, éste debe ir de pueblo en pueblo y atender a aristócratas y plebeyos por igual, ya que esa es la única manera de poder ver todo tipo de casos. Un doctor que atiende sólo a los miembros de la realeza y la nobleza puede ser muy bueno, pero no llega a tener la experiencia de un profesional que ha recorrido ciudades enteras viendo todo tipo de problemas. - agregó.
Y tras decir esto, hizo una breve pausa antes de continuar.
- Lamentablemente mi esposo no es especialista en problemas de la vista, pero podría conocer a otros médicos que sí. Por favor André, déjame que le pregunte si conoce a alguien que te pueda examinar. - le dijo, casi en tono suplicante.
Entonces André la miró y suspiró pensativo. Camille ni siquiera sabía que su problema era mucho más grave de lo que ella se imaginaba, ya que no sólo había perdido la vista de su ojo izquierdo, sino que también estaba a punto de perder la vista de su ojo derecho.
Y aunque André no tenía ninguna esperanza de que su situación cambie por más que viera a dos, tres o diez médicos más, aceptó la propuesta de su prima con la única intención de tranquilizarla.
- Está bien, Cami. - le dijo, y ella sonrió más tranquila.
...
Algunos minutos más tarde, el nieto de Marion ya se encontraba en su habitación en la casa principal de la villa de su abuelo, apunto de vestirse para dormir. Era tarde, pero no estaba cansado. Por el contrario, sentía que esos días al lado de su familia habían sido muy reponedores. No obstante, seguía extrañando a Oscar con todas sus fuerzas.
Y mientras la recordaba, sacó de uno de sus bolsillos la cajita que le había dado su tía, y la abrió nuevamente para contemplar la bella joya que había pertenecido a su abuela.
- "Mi madre debió haber sostenido este anillo muchas veces..." - pensó André con nostalgia.
Y mientras observaba aquella pieza, no pudo evitar notar que aquel hermoso zafiro tenía el mismo color que tenían los ojos de la mujer que amaba, una mujer con el noble corazón que su tía hubiese deseado para él, pero que lamentablemente sólo había podido ver en él a un buen amigo; al menos eso era lo que André pensaba.
Entonces, tras contemplar el anillo por un largo tiempo, se dirigió a la mesita de noche que se encontraba al lado de su cama y, resignado, cerró con cuidado la bella cajita que lo contenía y la guardó con llave en uno de los cajones, mientras pensaba que, probablemente, ese anillo se quedaría ahí para siempre, ya que él había decidido amar hasta su último respiro a una mujer que nunca correspondería a su amor, y por ende, nunca aceptaría formar una familia con él.
Aunque por aquellas fechas Oscar estaba siendo muy dulce con él, André no contemplaba la idea de que ella se comportara así porque lo amaba. Después de tantas decepciones, una parte de su corazón se había cerrado y luchaba por protegerse haciéndose ciego ante el amor que ella le demostraba, tan ciego como creía que quedaría de manera irremediable.
...
A la mañana siguiente, y como cada domingo, la hija del General Jarjayes se dirigió a la cocina para saludar a su nana, y al ingresar la encontró en compañía de Stelle.
- Buenos días, nana. Buenos días, Stelle. - les dijo a los dos miembros más antiguos del servicio de la casa mientras ingresaba a la cocina, y con la misma voz serena de siempre.
- Buenos días, Lady Óscar. - respondió Stelle.
- Buenos días, mi niña. - respondió Marión con el cariño de siempre. - Se supone que la semana pasada sería una semana tranquila para usted, pero ha estado llegando muy tarde a la casa. - agregó, casi a modo de reclamo.
- Es cierto, nana. Siento no haber podido verte en todos estos días. - le respondió Oscar.
- ¿Desea algo de desayunar, Lady Oscar? - preguntó Stelle.
- Sí, Stelle. Por favor, sírveme lo de siempre. - le respondió la dueña de casa, y se sentó en el comedor de la cocina.
- Enseguida. - le dijo Stelle, y tras ello, se dirigió a la abuela. - Hoy regresa André a Versalles, ¿cierto Marion? - le preguntó.
Y al escuchar el nombre del hombre que amaba, el corazón de Oscar dio un vuelco.
- Sí. Hoy llega... ¿cierto, mi niña? - respondió la abuela.
- Así es, nana. - agregó ella escuetamente.
Oscar no podía evitar sentirse nerviosa. Esos días separada de él habían sido muy duros para ella, y se preguntaba qué actitud tendría André al regresar. Aunque trataba de disimularlo, sentía un gran temor a perderlo, porque pensaba que si ella misma no se había perdonado todas las veces que lo lastimó, él tampoco sería capaz de hacerlo.
- "André..." - pensó con tristeza, y en ese preciso momento, a cientos de kilometros de ahí, André escuchó su voz dentro de su mente.
- ¿Oscar?... - murmuró confundido. Había escuchado claramente su voz, pero era consciente de que era imposible haberlo hecho con sus sentidos.
- ¿Dijiste algo André? - le preguntó Camille a su primo, en el salón principal de la casa de la villa de Provenza del abuelo de ambos.
- No... No... - le respondió él algo desconcertado, y de pronto le preocupó que algo pudiese haberle pasado a la mujer que amaba, por lo que prefirió regresar a Versalles de inmediato. - Es hora de irme. - les dijo a Juliette, Camille y Philippe, quienes se habían despertado temprano para despedirlo
- Me apena que sólo hayas podido quedarte con nosotros una semana. - le dijo Juliette, mientras lo abrazaba fuertemente.
- También me apena, tía. Hubiese querido que mi estancia fuese más prolongada, pero tengo mucho trabajo por estos días y debo regresar a Versalles. - le dijo André, recibiendo su abrazo como si fuese el de su propia madre.
- El tiempo pasa muy rápido, madre. Ya verás que en menos de lo esperado tendremos a André nuevamente con nosotros. - comentó Camille, tratando de aliviar la tristeza de su madre. Sabía que por más que se hiciera la fuerte, Juliette sufría cada vez que se despedía de André, porque eso le recordaba el profundo dolor que le causó separarse de él cuando apenas tenía seis años, dejándolo en manos de Marion, una mujer a quien - por esas fechas - André apenas conocía.
Mientras tanto, tratando de mantenerse firme, André se preguntaba con una profunda tristeza si esa sería la última vez que vería los rostros de sus seres queridos, ya que si bien la vista de su ojo derecho no le había fallado durante toda esa semana, sabía que eso no era garantía de que no fuera a hacerlo de un momento para otro.
Y luego de contemplarlos en silencio una vez más, dirigió su mirada hacia la enorme pintura que reposaba sobre la chimenea del salón principal y se detuvo para observar el retrato de sus padres, Gustave e Isabelle, mientras intentaba memorizarlos. No quería olvidar los rostros de su padre y de su madre, ni a esa pintura; era lo único que él tenía para recordar lo felices que fueron alguna vez, cuando los tres eran una familia.
De pronto, su tía Juliette lo sacó de sus pensamientos.
- André, no dejes de escribirnos. - le dijo ella al único nieto de Marion.
- Te prometo que lo haré. - respondió él, y le sonrió tiernamente.
- Cuídate mucho, André. Y no olvides tu promesa. - le dijo Camille refiriéndose a que acepte escuchar la opinión de otro médico con respecto al problema de su vista, aunque Juliette creyó que se refería a la promesa que le había hecho André sobre regresar antes de un año para el bautizo de su nuevo nieto.
- No lo olvidaré. - le respondió André, y se acercó a ella para abrazarla.
- ¡Adiós, tío André! - exclamó Philippe, y también le dio un fuerte abrazo.
- Adios, Philippe. Gracias por despertarte temprano para despedirme. - le dijo, y tras ello, se inclinó a su altura para poder hablarle mirándolo a los ojos. - Prométeme que cuidarás a tu madre y a tu abuela mientras tu padre no esté en casa, y que serás un gran hermano mayor. - le dijo André al pequeño, y él lo miró con alegría.
- Te lo prometo, tío. - le dijo Philippe.
Entonces, André tomó las cosas que había llevado y salió de la casa seguido por su familia. Tras ello, subió al carruaje que lo llevaría hacia Versalles y, mientras contemplaba a su familia una vez más, el cochero partió raudamente hacia su destino.
- ¡Adiós, tío André! - gritó Philippe por última vez, y luego de unos segundos, el carruaje se perdió en el horizonte.
...
Habían pasado muchas cosas desde que André partió a Provenza. Los reyes finalmente le habían solicitado al parlamento que apruebe pedir un préstamo al extranjero - impagable por cierto - y que se aumenten los impuestos. No obstante, algunos de sus miembros no estuvieron de acuerdo con ello, y y como represalia, aquellos que rechazaron la solicitud fueron desterrados a Trois, lo que ocasionó la furia del pueblo y la de algunos nobles que estaban en contra de los reyes.
Muchos comenzaron a pedir la cabeza de Êtienne-Charles de Loménie de Brienne, quien, por ese entonces, era Ministro de Hacienda, e insistían en la idea de que Jacques Necker - un banquero suizo que había ganado gran popularidad y que ocupó ese mismo puesto entre 1777 y 1781 - retome el cargo. Finalmente, después de muchos disturbios, la voz del pueblo fue escuchada y los reyes no tuvieron más alternativa que reponer en el parlamento a aquellos miembros opositores que habían sido enviados a Trois. Así mismo, Necker volvió a ocupar el cargo de Ministro de Hacienda después de siete largos años.
...
El sol brillaba aquella mañana, y en su recibidor, mientras tomaba una copa de vino, Oscar pensaba preocupada en el futuro de su país.
- "¿A dónde nos llevará todo esto?" - se preguntaba, sabiendo de antemano que le esperaba una dura semana por delante.
¡Como le hubiera gustado intercambiar opiniones con André sobre lo que estaba ocurriendo!... Sin embargo, él aún estaba muy lejos de Versalles.
Entonces, un súbito pensamiento la paralizó:
- "¿Y si regresa sólo para renunciar al ejército y se aparta de mi lado?" - se preguntó nuevamente, invadida por una gran angustia.
Si eso pasaba, ella estaba dispuesta a confesarle que lo amaba, incluso creyendo que él la rechazaría. En aquel salón de su mansión, Oscar pensaba que si André se alejaba de su lado, su dolor sería tan grande que muy probablemente no sería capaz de llevar a cabo su trabajo de la manera en la que siempre lo había hecho.
Ella amaba ser la Comandante de la Compañía B de la Guardia Francesa, sobre todo en aquellos momentos, en los que su regimiento tenía la enorme responsabilidad de vigilar y mantener el orden de la capital de su país, una capital que por aquellas fechas era la ciudad más tumultuosa de toda Francia. Hasta ese momento, estaban logrando - con mucho esfuerzo - que nada se descontrole. Sin embargo, la hija del General Jarjayes era consciente de que no habría podido hacer todo lo que hizo si André no hubiese estado a su lado, no sólo porque era un gran apoyo para ella, sino también porque él le daba paz en los inciertos momentos que vivían.
- "André... ¿será que ya no puedo vivir sin ti?" - se preguntó Oscar.
El amor podía llegar a hacerla sentir muy fuerte, pero, a su vez, también podía llegar a hacerla muy frágil.
...
Habían pasado varias horas desde que André dejó la villa de su fallecido abuelo, y estaba a punto de llegar a la mansión de los Jarjayes.
Oscar no estaba en casa. Le atormentaba la idea de verlo y no dejaba de pensar en que él pudiera regresar únicamente para decirle adiós. Debido a ello, y con el pretexto de que debía reiniciar sus labores dentro de la Guardia Francesa, salió rumbo al cuartel para pasar la noche lejos de su casa. Sabía muy bien que ese era un acto de cobardía y que era una actitud indigna de ella, sin embargo, su miedo a perderlo la sobrepasaba.
Y mientras ella ingresaba a su oficina dentro del cuartel general, el carruaje de André llegaba a la mansión Jarjayes.
Al detenerse, el hijo de Gustave Grandier bajó rápidamente de el y corrió hacia el recibidor en busca de Oscar, ya que sabía que los domingos por la noche ella acostumbraba leer ahí, sentada al lado de la chimenea. Sin embargo, no la encontró, por lo que se dirigió a la cocina en busca de su abuela.
- Hola abuela, ¡ya llegué! - le dijo a Marion, quien se encontraba con Stelle en la cocina.
- ¡Muchacho atarantado! - le dijo la abuela, y tras ello, empezó a llorar desconsoladamente.
- ¡Pero si parece que hubiese vuelto después de diez años! - exclamo André, acostumbrado a los arranques emocionales de su abuela, y de inmediato se acercó a ella para abrazarla.
- ¡Es que pensé que no regresarías! - le dijo Marion, bañada en lágrimas.
- ¿Pero cómo crees abuela? - le dijo André. - Tengo muchas responsabilidades precisamente ahora. Además, no me iría sin ti.
Entonces, Marion volvió con el llanto desconsolado.
- Ya escuchaste a tu nieto, Marion. Él no sería capaz de dejarte simplemente porque sí. - le dijo Stelle a la abuela de André.
- ¡Hola Stelle!... Perdóname. No te había saludado. - le dijo él.
- ¿Te fue bien en Provenza? - le preguntó Stelle.
- Me fue muy bien. De hecho, traje algunas cosas para todos. Están en mi maleta... - les dijo. - ¡Oh no!... ¡Las dejé en el carruaje! - exclamó de pronto.
Había estado tan desesperado por llegar, que las olvidó por completo.
- Por cierto, ¿en dónde está Oscar? - preguntó André.
- La señorita salió hace unos minutos hacia el cuartel general. Nos dijo que tenía que retomar sus labores desde muy temprano y que pasaría la noche allá. - le dijo la anciana, y André la miró sorprendido.
- Si hubieras llegado unos minutos antes te hubieses encontrado con ella en la puerta. - le dijo Stelle.
- "Seguramente se fue desde ahora por todo lo que ha acontecido recientemente en Francia..." - pensó André, quien en el camino se había enterado de las últimas novedades.
Entonces, tras una breve pausa, se dirigió nuevamente a Marión y a Stelle.
- Bueno, yo también me voy. - les dijo.
- ¿¡Qué!?... ¡Pero si acabas de llegar! - exclamó la nana.
- Sí, abuela. Pero yo también debo retomar mis funciones desde temprano y prefiero pasar la noche en el cuartel. - le dijo André, aunque la verdad era que ya no podía esperar ni un segundo más para poder volver a ver el rostro de Oscar, un rostro que había tenido grabado en su memoria durante todos esos días. - Por favor, mañana busca las cosas que traje para ustedes en mi maleta y repártelas; las reconocerás de inmediato. ¡Ah!, y saluda de mi parte a Mirelle, Beatrice, Anne y Brigitte. - le dijo André.
- ¡Espera! - le dijo la abuela, pero él solo le dio un beso y salió rumbo a su habitación para alistarse con el uniforme de la Guardia Francesa.
- Se fue. Y ni siquiera se despidió de mí. - comentó Stelle, riendo. - Tienes un nieto que se toma muy en serio su trabajo. - le dijo a Marion, y tras escucharla, la abuela se sentó en una de las sillas del comedor de la cocina.
- Ni siquiera me pidió que le sirva algo de comer... ¡Si sigue así se va a enfermar! - refunfuñó.
Mientras tanto, André ya había llegado a su habitación, y luego de alistarse lo mas rápido que pudo, salió hacia el establo en busca de su bello corcel negro para dirigirse hacia el cuartel militar.
...
Mientras tanto, en su despacho, Oscar se preguntaba si André ya habría llegado a la mansión. Lucía preocupada por lo que él pudiera decirle al verla, y sentada frente a su escritorio, con la cabeza apoyada entre las manos, no podía pensar en otra cosa que no fuera en él.
De pronto, alguien llamó a su puerta.
- Adelante. - dijo ella, casi sin darse cuenta de que no era usual que alguien la busque un domingo a esas horas de la noche.
Entonces, André ingresó al despacho.
- Buenas noches, Comandante. He venido para reportar mi llegada. - le dijo él con una sonrisa, y con el rostro iluminado de felicidad por volver a verla.
Al escuchar su voz, Oscar levantó la mirada sorprendida; no esperaba verlo hasta el día siguiente, y por un momento, creyó que estaba soñando. Entonces, llevada por un impulso, se levantó de su silla, corrió hacia él y se lanzó a sus brazos, mientras que él, envuelto en la misma emoción que ella, la abrazó también, y llevado por la enorme felicidad que sentía por volver a verla, levantó su delgada figura con sus fuertes brazos y le dio una vuelta mientras la abrazaba. Pero de inmediato se dio cuenta de que no era correcto haber hecho lo que hizo.
- Perdóname. - le dijo André, nervioso, y la soltó de inmediato. - Nos vemos mañana temprano. - agregó, y salió rápidamente de su despacho dejando a Oscar fuera de sí, y con el corazón latiendo a mil por hora.
Tras salir de ahí, aún detrás de la puerta, André trató de entender lo que había pasado, mientras sentía como si su corazón estuviese a punto de salírsele del pecho.
- ¿Ella fue quien corrió a abrazarme? - se preguntaba confundido, tratando de recrear en su mente lo que acababa de ocurrir. Efectivamente ella había sido la que había corrido hacia él, pero en ese momento no estaba seguro de si lo que estaba pasando había sido real, por eso sintió que se excedió al levantarla entre sus brazos mientras la abrazaba.
Al mismo tiempo, al otro lado de la puerta, Oscar desbordaba de felicidad por la reacción que había tenido el hombre que amaba al verla.
- "Aún me ama..." - se dijo a sí misma, y sus lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
Había pasado días enteros imaginándose que él solo regresaría para despedirse, pero por la forma en la que André la tomó entre sus brazos ahora estaba segura de que los sentimientos de su mejor amigo aún se mantenían firmes hacia ella.
Y mientras Oscar reflexionaba sobre ello, al otro lado de la puerta André repetía en su mente una frase que le había dicho a su abuela cuando apenas tenía seis años, un día en el que Marion le preguntó si prefería vivir en Provenza con su tía Juliette, y sus primos Camille y Jules.
- "Oscar, yo quiero mucho a mi tía y a mis primos. Pero te quiero mucho más a ti, y quiero estar a tu lado para siempre..."
Y con el corazón desbordado de felicidad por estar nuevamente cerca de la mujer que amaba, se dirigió hacia las barracas dejando a Oscar en su despacho, la cual sentía por él el mismo amor que él sentía por ella.
...
Fin del capítulo
