Capítulo 23
El ingrediente
Había pasado exactamente un mes desde que André y Oscar retomaron sus actividades dentro de la Guardia Francesa luego del viaje a Provenza del nieto de Marion y los entrenamientos militares de la hija de Regnier, y la situación que encontraron al regresar fue bastante preocupante; aún había demasiada inestabilidad política y económica.
El 20 de Septiembre, todos los parlamentarios opositores al rey habían regresado a París, pero aún no se había aprobado el aumento de los impuestos, y esa incertidumbre tenía con los ánimos exacerbados al pueblo francés que con esfuerzos podía comer.
Era la tarde del 1ro de Octubre, y tras retornar a su mansión luego de un agitado día de trabajo, Oscar se dirigió a la cocina en busca de su nana, pero se detuvo al escuchar a Stelle teniendo una sospechosa conversación con Brigitte, una de las sirvientas de la casa.
- Si en verdad estimas a Mirelle, debes aconsejarle que se enfoque en la relación que tiene... - le murmuraba la cocinera a la sirvienta.
- Señora Stelle, ¿no cree que está exagerando? - le respondió la doncella. - Seguramente a Mirelle le gusta André platónicamente, como al resto de nosotras... ¡Es que es tan guapo! - exclamó suspirando, y luego rio con inocencia.
- No lo creo, Brigitte. Estoy segura de que ella siente algo más por él, y te aseguro que eso no me preocuparía si Mirelle fuese una joven soltera como Anne o como tú, pero ella está comprometida, y yo no soy capaz de actuar como si nada pasara. - le dijo Stelle, preocupada.
- Usted habla como si André fuera a fijarse en ella, y no creo que eso ocurra. - le respondió Brigitte. - Él nunca se ha fijado de esa manera en ninguna de nosotras. Si lo sabrá Beatrice, que es la que más ha insistido en intentar que él la invite a salir y hasta ahora no ha conseguido nada.
- Pues parece que Mirelle, consciente o inconscientemente, no está dispuesta a rendirse... ¿No te enteraste que quiere ir sola al mercado del centro de París para comprar el ingrediente que falta para la cena de cumpleaños de André? - le dijo Stelle.
- ¿Cena?... ¿De qué cena habla? - preguntó Brigitte, intrigada.
- Marion esta planeando celebrar el cumpleaños de André con todos los empleados de la casa, como lo hace cada año. Ya pasó más de un mes desde que cumplió años, pero ella quiere hacer esa cena de todas formas, y tiene pensado hacerla el siguiente domingo, que es su día de descanso. Pero a Marion le falta un ingrediente para preparar el platillo favorito de André, un ingrediente que sólo se consigue en el mercado del centro de París, y Mirelle me ha asegurado que ella quiere ir a conseguirlo. - le dijo Stelle.
- ¿¡Qué!? - exclamó Brigitte, muy sorprendida. - ¡Pero eso es muy peligroso!
- Así es. Es demasiado riesgoso. Así que dime, ¿qué persona en su sano juicio haría algo como eso en estos tiempos sólo por una cena de cumpleaños?... ¡Nadie!... A menos, claro, que Mirelle esté tan enamorada de André que ni siquiera sea capaz de medir las consecuencias de hacer algo como eso. - comentó Stelle, y Brigitte se quedó en silencio, pensando que era probable que la cocinera de la familia tenga razón con respecto a los sentimientos de Mirelle.
Mientras tanto, detrás de la puerta y en silencio, Oscar reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar.
- "Así que Stelle piensa que Mirelle está enamorada de André..." - pensó. - "Vaya, vaya... Bueno, no es algo que deba preocuparme..." - se dijo sonriendo.
En ese momento no había nada que hiciera sospechar a Oscar que André pudiera tener sentimientos hacia alguna otra mujer. Pasaba casi todo el día en el cuartel, sobre todo por aquellas fechas, y andaba muy ocupado en las misiones que le eran encomendadas a la Compañía B.
- ¡Niña Oscar! - exclamó de pronto su nana, al verla en la entrada de la cocina, y Oscar, Stelle y Brigitte brincaron del susto.
- Buenos días, nana. - le respondió Oscar, tratando de disimular que acababa de llegar y que no había estado escuchando la conversación entre Stelle y Brigitte.
- Lady Oscar, buenas tardes. - respondió Brigitte, algo nerviosa.
- Buenas tardes, señorita. - respondió también Stelle, preocupada por lo que hubiese podido escuchar la dueña de casa. No era su intención dañar la imagen de Mirelle ante sus ojos, sobre todo en momentos como ese en los que era tan difícil encontrar un trabajo.
- Buenas tardes, Stelle. Buenas tardes, Brigitte. - les respondió ella. - ¿Cómo va todo por aquí? - preguntó Oscar, tratando de saber algo más acerca del evento que estaba planeando la abuela.
- ¡Ay señorita!... Más o menos. - le respondió ella en tono quejumbroso, y se sentó en una de las sillas del comedor de la cocina mientras Stelle cortaba unas verduras y Brigitte secaba los platos recién lavados.
- ¿Por qué lo dices, nana? - le preguntó Oscar.
- Lo que sucede es que estoy planeando la cena de cumpleaños de André como todos los años, aprovechando que el próximo domingo es su día de descanso. - le dijo Marion.
- Pero nana, el cumpleaños de André fue hace más de un mes. - le dijo Oscar confundida.
- Lo sé, niña... ¡Pero es que yo no me puedo quedar así!... No puedo permitir que sólo Juliette haya celebrado con él, ¡no puedo!... - le respondió la abuela, algo alterada.
Ciertamente había pasado más de un mes desde el cumpleaños de André, pero la nana aún no había podido celebrarlo con los miembros del servicio de la casa como lo hacía cada año debido a que su nieto no se había parado por la mansión Jarjayes desde que regresó de Provenza.
Y es que cuando pidió esa semana de permiso, él aún no contaba con suficientes días en el ejército como para pedir una semana de vacaciones, por lo que acordó con Oscar que esos seis días que tomó los estaría devolviendo con sus días de descanso.
Para que no sea tan dura la devolución, la ahora comandante de la Compañía B le sugirió que devolviera un día por cada mes de trabajo, pero André quería regularizar su situación lo antes posible, por lo que prefirió devolver dos días seguidos por uno de descanso, y justamente el domingo siguiente era el día que le tocaba descansar.
La abuela continuó:
- La semana pasada, en el día de visitas de los guardias, le dije a André que organizaría su cena de todas maneras, y él se emocionó mucho... ¡Ya sabe como le gusta comer los platillos que yo preparo! - le dijo Marion a Oscar, pero con el rostro angustiado.
- Pero sigo sin entender cuál es el motivo de tu angustia, nana. - le dijo ella.
- Es que no tengo uno de los ingredientes con los que preparo su plato favorito. Sólo lo venden en el mercado del centro de París, pero en estos momentos resulta muy peligroso ir para allá. - le dijo Marion. - Tendré que preparar algo diferente, y me apena que se desilusione. - agregó con tristeza.
- Nana, André no se desilusionará si cambias de platillo. A él siempre le ha gustado toda tu comida. - le dijo Oscar para tratar de tranquilizarla.
Entonces, en el preciso instante en el que la heredera de los Jarjayes terminó su frase, Mirelle ingresó a la cocina.
- Buenas tardes, Lady Oscar. - saludó la joven.
- Buenas tardes, Mirelle. - le respondió Oscar amablemente.
Y tras ello, Marion se dirigió a la joven.
- Mirelle, cambiaré los platillos que serviremos en la cena de mi nieto. - le dijo con resignación. - Es imposible conseguir el ingrediente que nos falta en estos momentos.
No obstante, la doncella no estaba dispuesta a rendirse con respecto a eso, y es que Stelle tenía razón; en algún momento del camino Mirelle había dejado de amar a su prometido y había empezado a tener sentimientos por André, quien había sido su amigo por casi cinco años.
- Madame Marion, déjeme a mí conseguir el ingrediente que le falta. - le dijo la joven, y Oscar, Stelle y Brigitte la miraron sorprendidas.
- ¡De ninguna manera, Mirelle! ¿Cómo se te ocurre que yo podría arriesgarte de esa forma? - exclamó ella, indignada por su sugerencia. Entonces Oscar tomó la palabra, en un impulso casi territorial.
- Yo me encargaré de conseguir el ingrediente que te falta, nana. - afirmó, y todas se quedaron estupefactas ante lo que acababan de escuchar.
- ¿¡Usted!?... ¿¡Pero qué dice, niña!? - exclamó la abuela, sin poder creer lo que escuchaba.
- Por supuesto que yo, nana. - insistió ella. - No te preocupes, no lo haré yo directamente. Le pediré a uno de los guardias que vigilan esa zona que me haga el favor de conseguirlo. Ellos patrullan por ahí a diario... Sólo anótame exactamente qué es lo que quieres. - indicó Oscar.
- ¿Lo dice en serio? - preguntó Marion, emocionada.
- Sí, nana. Yo me encargo. - respondió ella, y de inmediato, Marion le anotó el ingrediente que le hacía falta y se lo entregó.
- ¡Gracias, mi niña! - exclamó la abuela, y tras unos minutos, Oscar se retiró.
...
Ya en su habitación, la heredera de los Jarjayes se recostó en su cama, pensando que, una vez más, sus impulsos la habían metido en un gran lío. Era imposible para ella utilizar a los guardias franceses para solicitar favores personales, lo que le había ofrecido a Marion lo hizo porque no soportó la idea de pensar que otra mujer pudiese hacer algo tan arriesgado como ir al mercado de París por el hombre que amaba. Si alguien iba a hacer eso por André, esa únicamente podía ser ella, pero era una misión realmente arriesgada.
Se decía que los comerciantes de aquel mercado eran verdaderos desadaptados que odiaban a los monarcas y a la nobleza más que cualquier otro francés, y que eran muy violentos. Sin embargo, Oscar no tenía otra opción. Ahora debía ir para allá a conseguir ese ingrediente, y debía hacerlo de manera incógnita, ya que ni los guardias más aguerridos ingresaban a ese mercado, sólo vigilaban los alrededores.
Entonces, mientras pensaba en ello, Oscar se levantó de su cama y abrió uno de sus armarios, y ahí, casi al extremo, encontró aquel sencillo vestido marrón que André le compró cuando tuvieron que huir del pueblo de Dreux, un día en el que - para evitar ser atacada - tuvo que hacerse pasar por una plebeya, por aquellos días en los que André y Óscar salieron juntos de vacaciones para que él pueda recuperarse después de haber perdido la vista de su ojo izquierdo.
Tras sacarlo del armario, Oscar lo colocó sobre su cama, y pensó que no tenía más opción que volver a ponérselo.
- "¡Maldición, Oscar! ¡Tú y tu gran boca!" - se dijo a sí misma, ya que odiaba vestirse como mujer. Y enojada, se quitó la ropa y se colocó el vestido encima. - "Debo aprender a abrocharme este vestido por mí misma. Estoy segura de que las mujeres del pueblo lo hacen sin ninguna ayuda." - pensó, y de pronto, soltó una carcajada al recordar que la primera vez que se puso ese vestido tuvo que pedirle ayuda a André para que se lo abrochara, y él tuvo que hacerlo con los ojos cerrados y dentro de un carruaje en movimiento.
¡Cuantas aventuras habían vivido juntos! - pensaba ella, sonriendo, mientras recordaba aquel día. Y luego, muy decidida, empezó a intentar abrochárselo y desabrochárselo sin ayuda.
- "¿Quién podrá llevarme hasta allá?" - se preguntó Oscar. - "No puedo ir a caballo; sería imposible cabalgar con este vestido puesto, y si voy con ropa de jinete, de inmediato notarán que soy una noble." - pensó.
...
Mientras tanto, en las barracas, André, recostado sobre su cama, leía uno de sus libros, mientras Jean, Lasalle y otros soldados jugaban a las cartas.
- ¿Alguno de ustedes sabe algo de Alain? - le preguntó Jean a sus compañeros.
- No... - dijo Lasalle, apesadumbrado. - Ya ha pasado un buen tiempo desde que su hermana falleció, pero desde entonces no he sabido de él. - agregó.
Y tras ello, hizo una breve pausa.
- Hace poco François y yo fuimos a buscarlo a su departamento, pero no lo encontramos. Solo nos cruzamos con uno de sus vecinos, y este nos dijo que su madre también había muerto y que él ya no vivía ahí. - comentó.
- ¿Su madre también murió? - preguntó, sorprendido, uno de los soldados.
- Sí. Según nos dijeron, murió a los pocos días que falleció su hermana. - respondió Lasalle.
Entonces, aún recostado sobre su cama y con el libro que leía entre las manos, André bajó la mirada con tristeza. Él también había ido a buscar a Alain una vez que le tocó patrullar por esa zona, y recibió la misma información que había recibido Lasalle.
- Ojalá podamos volver a verlo. - comentó Jean con tristeza. - La Compañía B no es lo mismo sin él.
- Es cierto. - respondió Lasalle, y ambos continuaron jugando a las cartas.
...
La tarde siguiente, en el palacio de Versalles, Luis XVI, rey de Francia, y sus consejeros, discutían sobre la situación que atravesaba el país por aquellos días.
- Majestad, ya todos los miembros del parlamento se encuentran en París desde hace más de diez días, pero aún no logramos conseguir que aprueben la solicitud que hicimos para aumentar los impuestos y para pedir el préstamo que necesitamos... ¡El tiempo sigue pasando y nuestra situación se vuelve cada día más insostenible! - le decía uno de sus consejeros al monarca, sin embargo, él lucía dubitativo, y sin saber que hacer ante la crisis que ahogaba su reinado.
- Los plebeyos, no contentos con que hayamos restituido a Necker y a los opositores, ahora están pidiendo que se convoque a los Estados Generales, pero estoy seguro de que eso no es más que una estrategia política para que sus representantes tengan cada vez más poder. ¡No podemos permitirlo!... ¡Ya hemos cedido a muchos de sus caprichos! - agregó otro de sus consejeros.
- Así es, majestad. - agregó otro. - ¡Esto tiene que parar!... Si seguimos a este paso, antes de que termine este año la monarquía habrá perdido todo su poder.
Entonces, abrumado por la pesada carga que llevaba, Luis XVI se tomó la frente con las manos y le hizo una pregunta a uno de sus consejeros:
- Conde de Lontaine... ¿Es cierto que mi primo, el Duque de Orleans, está apoyando a la oposición?
Tras escucharlo, todos se quedaron en silencio, pero luego de unos segundos, el Conde de Lontaine le respondió:
- Majestad, el Comandante de la Guardia Real, el Conde Victor de Gerodelle, nos confirmó que su primo efectivamente está apoyando a los opositores, aunque no lo hace abiertamente. - indicó.
Entonces, el esposo de María Antonieta sonrió entristecido y resignado. Sabía que Felipe de Orleans siempre había ansiado tener más poder, y al parecer ahora estaba buscando obtenerlo apoyando a los que, para Luis, eran unos traidores a la corona.
- Majestad, creo que lo mejor será adelantarnos y convocar a la Asamblea General Extraordinaria para tratar de solucionar este asunto, antes de que este problema escale a otros niveles. - le dijo uno de sus consejeros.
- Estoy de acuerdo. ¡Es la única manera de evitar que el tercer estado comience a involucrarse directamente en temas políticos y financieros!... ¡No podemos permitir que lleguen a tener voz y voto en decisiones que históricamente sólo pueden tomar miembros de la realeza, la nobleza y el clero! - dijo imperativamente el Conde de Lontaine.
Y tras algunos segundos de silencio, Luis XVI volvió a dirigirse a ellos.
- No puedo tomar una decisión ahora. Necesito pensar... - les dijo abrumado.
- ¡Pero majestad! - insistió Lontaine.
- ¡Gran Chambelán, esta junta ha llegado a su fin! - dijo con autoridad. - Disculpen caballeros, estoy muy cansado. Me retiraré a mis habitaciones. - agregó el rey, y salió de ahí ante la mirada incrédula de sus consejeros y del Gran Chambelán, quienes no podían creer su actitud tan parsimoniosa ante la crítica situación que atravesaban.
...
Mientras tanto, en el cuartel, Oscar subía al carruaje que había mandado llamar desde su mansión.
- Oscar, ¿a dónde vas? - le preguntó André, preocupado, luego de ver a quien había mandado llamar Oscar para que conduzca su carruaje. Se trataba de Don Bertino, un cochero de edad madura que trabajaba para los Jarjayes y que se caracterizaba por ser bastante despistado.
- André, me ausentaré por un par de horas. Iré a ver a mi padre al Palacio de Versalles. Tengo entendido que Luis XVI pidió su apoyo como uno de sus consejeros y quiero hablar con él. - le dijo, sin embargo, si bien era cierto lo que decía sobre su padre y sobre su estancia en el palacio, lo que no era cierto es que estuviese yendo a verlo. La realidad era que iba hacia el mercado del centro de París a conseguir el famoso ingrediente que faltaba para que su nana pueda preparar el platillo que a él le gustaba para su cena de cumpleaños.
- Pero Oscar... - le dijo André, y luego se acercó más para murmurarle unas palabras. - Don Bertino es demasiado distraído. Me preocupa que vayas con él vestida como una oficial del ejército.
- No te preocupes por mí, André. El palacio esta cerca y yo regresaré en poco tiempo. - le dijo ella con una sonrisa, mientras subía a su carruaje. - Ahora ve con el resto del regimiento, que ya debe estar iniciando la formación. El Coronel Dagout los liderará en mi ausencia. - indicó.
- Por favor, ten cuidado. - le dijo él.
- Así será. - le respondió ella.
Y unos segundos después, Oscar se marchó ante la mirada preocupada de André, el cual hubiese deseado escoltarla hasta el Palacio de Versalles por sí mismo.
...
Fin del capítulo
