Capítulo 24

Un puesto de jugos

En el carruaje, y saliendo del cuartel general, Don Bertino - el cochero al que la heredera de los Jarjayes había mandado llamar para que la lleve al mercado de París - se dirigió hacia ella a través de la pequeña ventana que conectaba su asiento con el interior del carruaje.

- Monsieur Jarjayes, ¿a donde lo llevó? - le dijo, y al escuchar que él se dirigía hacia ella llamándola Monsieur, Óscar comprobó que no se había equivocado cuando lo eligió para su misión.

- Lléveme a los alrededores del mercado del centro de París, pero por favor, vayamos lo más despacio posible. - le dijo Óscar, y luego de verificar que el viejo cochero había entendido su orden, cerró la ventanilla con seguro.

La hija de Regnier necesitaba a un hombre así de despistado para llevar a cabo su tarea. Don Bertino ya llevaba un buen tiempo trabajando para los Jarjayes, y por más que los sirvientes de la casa se esforzaban en aclararle que Óscar era una mujer, él lo olvidaba de inmediato, y a la heredera de los Jarjayes esa característica le resultaba bastante útil en ese momento.

- Bueno, llegó la hora. - se dijo determinada, y dentro del carruaje, empezó a quitarse una a una las piezas que conformaban su uniforme militar.

Y luego, antes de ponerse el vestido marrón que había llevado con el fin de hacerse pasar por una plebeya y así ingresar sin riesgo al centro de París, ató su espada a su pierna derecha y su pistola a su pierna izquierda para estar preparada para defenderse por si el asunto se tornaba peligroso. Y tras ajustar esas dos armas a su cuerpo, se puso el vestido y se lo abrochó de inmediato, ya que había estado practicando durante toda la noche como hacerlo.

- ¡Sí! - gritó ella, emocionada al ver que había logrado vestirse más rápido de lo que esperaba.

- ¡Perdón, Monsieur! ¿Me dijo algo? - le gritó Don Bertino desde su asiento.

- No, Don Bertino. Por favor, continúe su recorrido. - respondió ella, y el viejo cochero continuó.

Dentro del carruaje y vestida como toda una plebeya, Óscar estaba segura de que conseguiría lo que se había propuesto, y no sentía ningún temor. Al parecer el amor le daba algún tipo de fuerza sobrenatural: esto lo hacía por André, o al menos se había convencido de ello.

Sin embargo, ¿realmente lo estaba haciendo por él, o es que, inconscientemente, sólo quería marcar su territorio para evitar así que otra mujer empiece a demostrar algún tipo de sentimiento hacia él? - se preguntaba la hija de Regnier. En todo caso, no tenía intenciones de que algo como eso la preocupara: ella era Óscar François de Jarjayes, y en toda su vida jamás se había sentido insegura frente a nadie, mucho menos por algo como eso.

Algunos minutos después, y ya cerca del centro de París, Óscar abrió la ventana que la conectaba con su cochero para dirigirse a él.

- Don Bertino, deténgase aquí. - le dijo, y el cochero obedeció y se dispuso a bajar de su asiento para abrirle la puerta, pero Óscar lo detuvo. - Don Bertino, no es necesario que baje a abrirme. Yo puedo bajar sola... quiero decir, yo puedo bajar solo. - le dijo Óscar.

Era claro que el hombre era bastante despistado, pero hasta el más distraído se daría cuenta de que quien bajaría de aquel carruaje sería una mujer, y Óscar no podía permitir que él la descubra.

Antes de bajar, se recogió el cabello y lo cubrió para evitar llamar la atención, y luego de hacerlo, se dirigió nuevamente a su cochero.

- Don Bertino, espéreme aquí. - le dijo. - No demoraré, pero necesito que no se mueva de aquí.

- Está bien, Monsieur Jarjayes. - le respondió Don Bertino, y ella se dirigió directamente al mercado del centro de París.

...

Mientras tanto, en la cocina de su mansión, Mirelle lavaba la vajilla al lado de Brigitte, otra de las sirvientas de la casa.

- No entiendo porque Madame Marion no me dejó ir al mercado de París. - le dijo a su compañera, luciendo enojada e incómoda.

- Mirelle, ¿pero por qué sigues pensando en ese asunto? - le preguntó Brigitte. - ¿No te parece que le estás dando demasiada importancia al tema?... La señorita Óscar traerá hoy mismo el ingrediente que nos hace falta, y nadie correrá peligro. - agregó la joven, dándose cuenta de que el reclamo de Mirelle era totalmente irracional.

- Lady Oscar... - murmuró Mirelle pensativa.

Aunque para la doncella era imposible creer que hubiese algo entre ellos, a Mirelle le fastidiaba el vínculo tan cercano que unía a André y a Oscar, un vínculo que parecía inquebrantable a los ojos de todos, pero que, sin embargo, nadie cuestionaba. Todos en la casa entendían que entre ellos existía únicamente una sincera amistad, una amistad que había empezado a forjarse desde la más tierna infancia.

Y mientras Mirelle trataba de disimular su enojo por el hecho de que Marion no la dejara ir a París, Brigitte la miraba preocupada mientras pensaba, casi convencida, que las sospechas de Stelle eran ciertas; su compañera estaba demostrando demasiado interés por André, y ya ni siquiera hacía esfuerzos por ocultarlo.

...

Habían pasado algunos minutos desde que Don Bertino dejó a Óscar cerca de los alrededores del mercado, y ella, muy tranquila, se adentraba sola al centro de París.

Y mientras caminaba por las tumultuosas calles de la capital francesa, recordó que la última vez que usó ese vestido para recorrer el poblado de Abeville se sintió muy afectada por la pobreza que vio, tanto, que casi tuvo una crisis de nervios en medio de la calle al ser testigo del asalto a una panadería. Pero no fue el temor a la delincuencia lo que la hizo sentirse así de vulnerable, sino la pobreza en la que vivían sus compatriotas, una pobreza que no tenía manera de resolver por sí misma.

Habían pasado varios meses desde aquel día, muchas cosas habían cambiado desde entonces. Para esos momentos, Oscar tenía la fortaleza suficiente como para presenciar la dura vida de sus compatriotas, y es que desde que asumió su puesto como Comandante de la Compañía B de la Guardia Francesa - después de renunciar a su cargo como Comandante de la Guardia Real - pudo ver, de primera mano, las penurias por las que pasaban los ciudadanos franceses casi a diario, y ni siquiera sus mismos subordinados escapaban a toda esa miseria.

Oscar ya no estaba protegida por las altas rejas que separaban al Palacio de Versalles del mundo exterior, y aunque siempre había sido consciente de que las cosas en Francia no marchaban nada bien, era muy distinto ser testigo de una situación así de grave casi a diario.

Ahí, de camino al mercado para conseguir aquel famoso ingrediente que le hacía falta a su nana para preparar la comida favorita de André, Oscar no pudo evitar pensar que no podía resignarse a ver como su país se hundía justo frente a sus ojos. Sabía que estaría dispuesta a todo con tal de luchar por su amada nación desde su propia trinchera: protegería a París y protegería a sus compatriotas, incluso a costa de su propia vida, y se había propuesto que ni ella, ni la compañía del ejército que lideraba, permitirían que el caos se apodere de las calles mientras todo se estabilizaba, porque, en aquellos momentos, la heredera de los Jarjayes aún se aferraba a la idea de que todo tenía que mejorar.

- "Tiempo es todo lo que necesitamos..." - se decía Oscar con optimismo.

Algunos minutos después, luego de caminar por varias cuadras y ya muy cerca de su destino, la heredera de los Jarjayes - completamente caracterizada como plebeya - pasó cerca de un puesto de jugos, y al verla sola, la mujer que lo atendía se dirigió a ella, algo preocupada.

- ¡Señorita! ¿Está yendo hacia el mercado? - le preguntó alarmada. - Una dama no puede adentrarse sola en ese mercado, es peligroso.- agregó.

Óscar se detuvo, y gradecida por su preocupación, dirigió su mirada hacia la vendedora. Era una mujer de aproximadamente unos cincuenta años, delgada y de rostro amable, y en ese momento, la hija de Regnier pensó que, probablemente, así se vería la madre adoptiva de Rosalie si estuviera viva.

- Buenos días, madame. Le agradezco su advertencia, pero me urge comprar algo que sólo venden en el mercado de París. - le dijo Oscar, con una elegancia que le era imposible disimular.

Entonces, la vendedora observó su rostro y quedó totalmente impactada por su belleza. Y sin poder dejar de mirarla, llamó a su hija

- ¡Francesca! ¡Francesca! ¡Ven para acá de inmediato! - grito ante la mirada sorprendida de Óscar, y en ese momento, una joven de unos veinte años se acercó a ellas.

- ¿Qué pasa mamá? - dijo ella.

Era la hija de la vendedora. Había llegado desde una esquina donde ofrecía a los transeúntes algunos panes rancios que mantenía en su duro costal, y que vendía para ayudar a su familia a subsistir.

- ¡Mira a esta bella joven! - exclamó la vendedora. - ¿Habías visto alguna vez un rostro más hermoso? - le preguntó a su hija como si Oscar no estuviera ahí, y Francesca, sin dejar de mirar a la heredera de los Jarjayes, empezó a gritar también.

- ¡Gabrielle! - gritó, y Gabrielle - otra joven que se encontraba en los alrededores - se acercó junto con Emma, una joven vendedora de frutas.

Ahora habían cuatro mujeres rodeando a Óscar, las cuales estaban impresionadas por su gran belleza, y ella, incómoda ante aquella situación tan inesperada, no sabía cómo manejar lo que estaba sucediendo.

- Discúlpenos, no piense que siempre somos así. - le dijo la vendedora de jugos mientras reía. - Pero es que nunca habíamos visto a una joven con un rostro tan hermoso. ¡Si parece usted una escultura!... - agregó.

Y tras decir esto, continuó.

Mi nombre es Adelaide, ella es mi hija Francesca, y ellas son sus amigas Gabrielle y Emma. Mucho gusto señorita. - le dijo la vendedora con una sonrisa, y de manera muy educada.

- Buenas tardes a todas. - les dijo Oscar, aunque aún algo descolocada.

- ¿Usted cómo se llama señorita? - le preguntó Francesca.

- Mi nombre... es... Françoise... Françoise Grandier. - le dijo Óscar, sorprendida por haber tomado ese nombre en su confusión. Ella no tenía intenciones de hablar con nadie, solo quería comprar el ingrediente e irse, pero toda esa situación se había presentado de manera completamente inesperada.

- Señorita, no está bien que usted entre sola al mercado. Podría correr peligro. - le dijo Doña Adelaide, y de inmediato se dirigió a su hija. - Francesca, ¿has visto a Pierre? - le dijo, y de pronto, un niño de unos doce años apareció doblando la esquina. - ¡Ahí está! - exclamó Adelaide, y volvió a elevar la voz ante la mirada desconcertada de Óscar. - ¡Pierre! ¡Pierre, ven! - le dijo, y al escucharla, el pequeño se acercó a ellas.

- ¡Doña Adelaide! ¿En qué puedo ayudarla? - preguntó Pierre.

- Pierre, esta señorita desea comprar algo en el mercado. ¿Puedes entrar y traerle lo que necesita? - le preguntó al niño.

- Pero Madame... - intervino Óscar. - Podría ser peligroso para él.

- ¿Peligroso para Pierre? - exclamó Doña Adelaide riendo, y las jóvenes y el niño sonrieron. - ¡De ninguna manera!... Él es hijo de uno de los principales comerciantes de ese mercado. No le pasará nada. Sin embargo, si usted entra sola, sí correría peligro. - comentó la vendedora, muy segura de sus palabras.

- Señorita, ¿qué desea que le traiga? - le preguntó Pierre a Oscar con una inocente sonrisa, y ella, luego de salir de su inicial desconcierto, le mostró el papel donde tenía escrito el ingrediente que le faltaba a su nana. - ¡Ah! ¡Vadouvan! - exclamó el niño. - ¡Ahora vuelvo! - agregó, y tras decir esto, salió corriendo.

- ¡Espera! - le dijo Óscar, pero el niño ya se había ido. - No le di dinero para comprar lo que necesito. - comentó la heredera de los Jarjayes.

- No se preocupe, señorita. Se lo puede dar a su regreso. - le dijo Doña Adelaide, y tomó el papel que Óscar había dejado sobre la mesa de su puesto para leer el nombre del famoso ingrediente. - Mmmm... Efectivamente... No hay ningún otro lugar donde alguien pueda comprar esto... Pero dime, niña, ¿para qué lo quieres? - le preguntó la vendedora.

- Lo necesitan en mi casa para una cena de...

Sin embargo, cuando Oscar estaba a punto de terminar su frase para responderle, se detuvo.

- ¿Una cena para quien? - le preguntó Francesca, sin poder ocultar su curiosidad.

- Una cena por el cumpleaños de un amigo... - respondió Óscar, ligeramente sonrojada.

- Así que de un amigo... - le dijo Doña Adelaide, sonriendo. - ¿Ustedes le creen niñas? - le preguntó la vendedora a las jóvenes y ellas respondieron que no al unísono.

Entonces, completamente sonrojada y bastante nerviosa por sentirse acorralada por aquellas mujeres, Oscar enmudeció.

- ¿Es para tu novio? - le preguntó Emma con naturalidad, pero la heredera de los Jarjayes se puso más nerviosa aún.

- No... No... Les dije la verdad: la cena es para un amigo. - les comentó Oscar. Ella había sido educada como un hombre, y a pesar de haber tenido cinco hermanas mujeres, no estaba acostumbrada a tener ese tipo de pláticas: estaba completamente fuera de su zona de confort.

- Pues no lo parece por cómo reaccionas cuando te hacemos una pregunta tan simple. - le dijo Gabrielle, otra de las jóvenes, mientras reía.

Sin saberlo, aquellas mujeres estaban poniendo en aprietos a una reconocida oficial del ejército francés, a nada más y nada menos que a la mismísima Oscar François de Jarjayes. Sin embargo, estaban muy lejos de sospecharlo, porque cuando ella vestía de mujer lucía muy femenina, e incluso emanaba cierta fragilidad.

Tras algunos segundos, y algo compadecidas de Oscar por acorralarla con sus preguntas, Francesca, Emma y Gabrielle ingresaron al puesto de jugos y se sentaron a descansar.

- Siéntate aquí, Françoise. - le dijo Gabrielle a Óscar, mientras le acercaba un pequeño banco para que descanse. - Seguramente Pierre no tardará, pero hace mucho calor hoy y debes estar cansada. - agregó amablemente.

- Gracias. - respondió Óscar, y tomó asiento.

Entonces, mientras Doña Adelaide lavaba la fruta en un pequeño rincón al fondo de su puesto, las jóvenes empezaron a atormentar nuevamente a Óscar con sus preguntas.

- Dime Francoise, ¿ese amigo por el que has venido a comprar al mercado de París sabe que estás aquí? - preguntó de pronto Francesca.

- No, él no lo sabe. - le respondió Óscar. - Si se lo hubiera dicho seguramente no me habría dejado venir sola hasta aquí. - comentó, y tras escucharla, las jóvenes suspiraron.

- ¡Que bonito debe ser que alguien te cuide de esa manera! - le dijo Emma, y Óscar volvió a sonreír bajando la mirada.

- Lo debes querer mucho para haber venido hasta aquí por él. - le dijo Gabrielle de repente, y sus amigas asintieron con la cabeza.

- Sí... él... es la persona más importante de mi vida... - les confesó Óscar, y las jóvenes la miraron sorprendidas.

Era la primera vez que Oscar decía eso en voz alta; aunque había descubierto sus sentimientos por André desde hacía mucho tiempo, nunca le había dicho algo como eso a nadie. No obstante, por alguna extraña razón, ahora necesitaba hablar con la verdad; finalmente aquellas jóvenes no la conocían y tampoco conocían a André, debido a eso, a la heredera de los Jarjayes se le hizo más facil ser honesta con ellas.

Mientras tanto, sentadas frente a ella, Francesca, Gabrielle y Emma la miraban emocionadas. Ellas eran muy jóvenes aún y tenían una vida difícil tratando de salir adelante como vendedoras en las tumultuosas calles de París, sin embargo, como a todas las muchachas de esa edad, les encantaban las historias de amor, y querían saber más sobre aquel hombre por el cual aquella bella dama se estaba arriesgando tanto.

- Por favor, cuéntanos... ¿cómo es él? - le preguntó Emma a Oscar, y todas la miraron expectantes.

- Es un hombre muy generoso, educado y amable. - les respondió Óscar. - Además, es muy inteligente y analítico. Siempre que he tenido un problema ha estado cerca de mí para ayudarme o aconsejarme, y debo decir que casi siempre tiene razón. - les dijo, con un brillo especial en la mirada.

- ¿¡Ven!? - les dijo Doña Adelaide, quien desde el otro extremo del puesto de jugos, estaba atenta a la conversación. - ¡Ese si que es un verdadero hombre!... ¡No como los barbajanes en los que ustedes se fijan! - exclamó.

Entonces Gabrielle, sintiéndose aludida por las palabras de la vendedora, intervino.

- ¡Pero puede ser que no sea tan perfecto! - exclamó, dirigiéndose a Doña Adelaide. - Seguramente lo que le sobra en intelecto y amabilidad, le falta en atractivo físico. - dijo sin pensar.

Entonces sus amigas empezaron a empujarla discretamente para que deje de hablar, espantadas por su falta de tacto, pero Óscar solo rio por su exabrupto.

- Te equivocas... - le dijo a Gabrielle unos segundos después, con una amable sonrisa. - Él también es un hombre muy apuesto. Es alto, muy fuerte, y tiene un rostro muy bello. Además, tiene la mirada más transparente y honesta que alguien pudiera tener, y cuando me abraza soy tan feliz que podría quedarme ahí para siempre. - les confesó.

Las jóvenes no podían más con su emoción. Por algún motivo, el hecho de escuchar cosas tan maravillosas sobre un hombre hacía que en ellas se despierte la ilusión de encontrar a alguien así para ellas.

Por otra parte, aunque para Oscar toda esa situación era completamente nueva, no tenía ninguna razón para ocultar lo que pensaba ni lo que sentía; incluso le traía cierta paz haber dicho todo lo que dijo sobre André. Era la primera vez que hablaba sobre sus sentimientos frente a otras mujeres y nunca pensó que compartir de esa manera todo lo que sentía pudiese llegar a ser tan liberador.

- Pero Françoise... - dijo Emma de pronto. - Nos habías dicho que era sólo tu amigo...

- Sí... - les dijo Oscar, y tras ello, bajó la mirada. - Él es sólo mi amigo.

De inmediato, las tres jóvenes notaron que había algo que entristecía el corazón de quien para ellas era Françoise Grandier, e insistieron con sus preguntas.

- ¿Es que acaso él no te ama? - le preguntó Francesca, tratando de que Oscar le abriera su corazón.

- Hace varios meses me dijo que me amaba... - le respondió ella con tristeza. - Pero después de ese día, nunca más me lo volvió a decir. - les dijo a las jóvenes.

- ¿Pero, qué pasó? - le preguntó Gabrielle, sorprendida. - Es obvio que tú lo amas, ¿por qué nunca más te dijo que te amaba?

Entonces Óscar, con un profundo pesar, les dijo:

- Yo tengo la culpa... Cuando él me confesó que me amaba yo... yo pensaba que amaba a otro hombre... e ignoré por completo sus sentimientos hacia mí.

- ¡Oh no! - dijo Emma con tristeza. - Eso debió ser muy duro para él.

- Sí, fue muy duro para él... Por eso, cuando después de un tiempo me di cuenta de mis verdaderos sentimientos, supe que era tarde.

Tras escucharla, las tres jóvenes la miraron con tristeza. Resultaba obvio que Oscar, a quién ellas habían escuchado tan atentamente, estaba metida en un verdadero problema, y sin darse cuenta de como podían afectarle a ella sus palabras, empezaron a comentar lo que pensaban acerca de esa situación.

- Es muy difícil que un hombre olvide algo así. - mencionó Gabrielle.

- Sí, también lo creo. - comentó Emma con tristeza. - Los hombres son muy orgullosos y competitivos. Puede amarte mucho, pero es posible que nunca olvide que hayas estado enamorada de otro hombre habiéndolo conocido a él antes.

- Es verdad... - agregó Francesca. - Incluso si iniciaran una relación, seguramente te lo reclamaría en el futuro... - mencionó.

Tras escucharlas, Óscar bajo la mirada entristecida, y es que los comentarios de aquellas jóvenes no hacían más que reafirmar sus más grandes temores. ¿Sería posible que André nunca pudiera perdonarle que ella se haya enamorado de alguien más?... Era cierto que Fersen había despertado en ella las primeras ilusiones de las que fue consciente como mujer, pero también estaba segura de que lo que sentía por André era mucho más profundo y nada comparable a aquella primera ilusión de juventud.

Entonces Doña Adelaide, que había estado escuchando toda la conversación desde que inició, se acercó a Oscar y con una de sus manos levantó su rostro para mirarla a los ojos.

- No les hagas caso a estas niñas, hija. - le dijo con mucha serenidad, y ante la mirada sorprendida de Francesca y sus amigas. - Ellas son muy jóvenes y aún no saben nada de la vida. Sólo hablan desde su propia experiencia, que es muy poca.

Y tras una breve pausa, Doña Adelaide volvió a dirigirse a ella.

- Los problemas entre dos personas que se aman pueden resolverse si ambos se hablan con honestidad. Mi marido y yo llevamos juntos más de 30 años, y por experiencia te digo que cualquier problema se puede solucionar si ambos son sinceros el uno con el otro. - le dijo, conmovida por la tristeza en los ojos de Oscar. - Si lo que temes es que él no te pueda amar porque te enamoraste de otra persona antes de descubrir que lo amabas entonces debes preguntarle directamente si es capaz de dejar eso atrás. - le aconsejó.

- ¿Y si me dice que nunca podrá olvidar algo como eso? - le preguntó Oscar de inmediato, sin disimular que aquella respuesta la llenaba de temor.

- Si él te dice eso, entonces será mejor que ambos se separen y que cada uno continúe por su propio camino. - le dijo a Oscar, con compasión. - Sé que es duro, pero si él no es capaz de olvidar algo como eso para enfocarse en el futuro, lo mejor para ambos será seguir adelante lejos el uno del otro. - agregó.

Entonces Oscar volvió a bajar la mirada con un profundo dolor. Sabía que Doña Adelaide tenía razón: si ellos no eran capaces de superar algo como eso de nada servía todo el amor que pudieran sentir el uno por el otro, o que pudieran encontrar la manera de permanecer juntos a pesar de su diferencia de clases sociales.

Ahí, sentada frente a aquel puesto de jugos, sabía que debía enfrentarse a su destino, sin embargo, el temor la paralizaba. Si André le decía que nunca podría olvidar lo que pasó con Fersen nunca podrían tener un futuro juntos y tenía miedo de perderlo: un miedo que era casi tan grande como el amor que sentía por él.

...

Fin del capítulo