Capítulo 26
El día de la cena
Era la tarde del Martes, y Oscar ya estaba de regreso en el cuartel, vestida con su uniforme de la Guardia Francesa.
El viaje de regreso había sido accidentado porque su cochero - haciendo caso a sus indicaciones - regresó a todo galope, y debido a eso para ella fue mucho más difícil sacarse el vestido para ponerse su uniforme militar, a causa de los tumbos que daba en el camino. Al menos la dejó tranquila el hecho de que Don Bertino no se diera cuenta de sus cambios de ropa y de personalidad.
Ahora debía volver a sus obligaciones y retornar al lado de su regimiento, el cual, desde hacía ya un buen rato, vigilaba varias zonas de la capital de Francia, y obtenía información con la que después ella tomaría decisiones estratégicas para la siguiente semana.
- "Por lo menos ya tengo el ingrediente que necesita mi nana." - pensó Óscar, satisfecha porque todo su esfuerzo había valido la pena.
...
- ¿Cómo va todo por estos rumbos? - les dijo Óscar a André y a Armand luego de alcanzarlos en el distrito de Saint Antoine, y al notar su presencia, el nieto de Marion la miró sin poder ocultar su alegría.
- Óscar, que bueno que regresaste. - le dijo aliviado.
- No me ausenté por tanto tiempo, ¿o sí, André? - le preguntó ella, pero luego, recordando lo que les había dicho a las muchachas del mercado sobre él, se sonrojó ligeramente y evadió su mirada, ante la atenta mirada de Armand, que no se perdió ese detalle casi imperceptible.
- No, Oscar. Y no te perdiste de mucho. Todo ha estado bastante tranquilo por aquí. - le dijo André.
- Así es, Comandante. La tarde ha estado bastante tranquila. - complementó Armand.
- Entonces regresemos al cuartel. - les dijo la heredera de los Jarjayes. - Ya va a empezar el turno nocturno.
- De acuerdo - le respondió André, y los tres iniciaron su viaje de regreso.
Sin embargo, mientras lo hacían, Armand se preguntaba intrigado por qué su comandante habría reaccionado como lo hizo a la simple presencia de su compañero.
...
Mientras tanto, en Versalles, Regnier de Jarjayes, junto con otros nobles de alto linaje, esperaba por Luis XVI en uno de los salones del palacio.
Se habían reunido ahí con un único objetivo: encontrar una solución a los problemas económicos que enfrentaba Francia, evaluando cada una de las consecuencias que esto implicaría. Un aumento en los impuestos, sin lugar a dudas, ocasionaría protestas y rebeliones por parte del pueblo, y debido a eso, el General Boullie y el padre de Lady Óscar fueron convocados a esa reunión, ya que su punto de vista como militares de larga trayectoria era muy valorada por los aristócratas que aún apoyaban al rey de Francia.
Aunque Regnier conocía de sobra las debilidades de Luis XVI, y presentía que en esa reunión no se llegaría a nada debido a su falta de capacidad para tomar decisiones, su lealtad estaba con la corona, a todo precio y a toda costa.
...
Habían pasado ya algunas horas desde que Óscar se encontró con André y Armand en las calles de París. Eran aproximadamente las seis de la tarde, y la heredera de los Jarjayes, montada sobre su hermoso corcel blanco, llegaba a su mansión como acostumbraba hacerlo por aquellos días.
Y tras dejar a su caballo en el establo se dirigió directamente a la cocina en busca de su nana, y la encontró con Stelle y el resto de los sirvientes, quienes, muy atentos, escuchaban las indicaciones que Marion les daba para el resto de la semana. El ama de llaves había escogido los días Martes por la tarde para organizar a las personas que trabajaban para la familia Jarjayes ya que era un día en el que el personal de servicio se encontraba al cien por ciento en la mansión, y ese era uno de aquellos días.
- Buenas tardes. - les dijo Óscar a todos. - Disculpen la interrupción.
- Buenas tardes, Lady Óscar. - respondieron todos casi al unísono, y mostrando un gran respeto hacia ella.
- Buenas tardes, niña. - le dijo la abuela de André, con el cariño de siempre.
- Nana, ¿tienes un minuto? - le preguntó Óscar.
- Por supuesto, niña. - le respondió Marion, y tras ello, se dirigió a los sirvientes. - En un momento regreso con ustedes. - les dijo, y se alejó de ellos para acercarse a la dueña de casa.
Entonces Oscar puso en las manos de su nana el ingrediente que necesitaba para preparar la cena de cumpleaños de André, y los ojos de Marion se iluminaron.
- ¡Mi niña! ¡Lo ha conseguido! - le dijo a la hija de Regnier, sin poder ocultar su alegría.
- ¿Acaso no te dije que lo haría? - le respondió ella mirando con ternura a la mujer que había estado a su lado desde que nació.
- ¡Muchas gracias! ¡André estará más que feliz! - exclamó. - Al fin podré prepararle el platillo que tanto le gusta, y ahora sí que estoy segura que disfrutará mucho su cena. - le dijo.
Tras escucharla, el corazón de Óscar se llenó de dicha, no sólo por el hecho de haberle dado una alegría a su nana, sino también por saber que el hombre al que ella tanto amaba iba a ser feliz, y eso era todo lo que ella deseaba.
...
Habían pasado algunos días desde que la heredera de los Jarjayes fue a conseguir el ingrediente que hacía falta para la cena de André, y al fin había llegado el día que el ama de llaves tanto esperaba.
Marion quería celebrar con él. A pesar de no haber estado cerca de su nieto durante sus primeros años de vida, desde que tomó a André bajo su tutela cuidó de él con una gran dedicación, y aunque en muchas ocasiones era bastante exigente, siempre trató - a su manera - de demostrarle su amor, y se esmeró para que tenga la mejor educación, misma que impartió a cada una de las hijas de Regnier y Georgette.
No era para menos, André era el único hijo de su único hijo, Gustave Grandier, y era la única persona con la que compartía un vínculo sanguíneo.
Para Marion, querer a su nieto era otra forma de querer a su hijo, y trataba de compensar, a través de él, el hecho de haber estado distanciada de Gustave durante los últimos años de su vida.
Aunque nunca se lo había comentado a André, la nana de las hijas del General Jarjayes no había estado de acuerdo con la decisión que su hijo tomó al irse de Versalles, ya que dejaba un empleo seguro con la familia para trabajar de manera independiente. Ella nunca entendió que su hijo quisiera salir adelante por sí mismo.
A diferencia de su madre, el padre de André tenía una forma muy distinta de ver la vida. Deseaba ser libre, y debido a ello, a pesar de que siempre tuvo privilegios por ser el hijo de alguien muy importante para la familia, no se sentía bien siendo sólo un sirviente. Por eso, apenas cumplió los dieciocho años le contó sus planes a su madre: viajaría a Provenza y abriría su propio negocio de carpintería, un oficio que había aprendido muy bien de uno de los amigos de su padre.
Gustave había trazado su plan a la perfección. Trabajaría como dependiente durante tres años para ahorrar todo lo que pudiera, y luego alquilaría un local y contrataría a un ayudante. Su objetivo era vender muebles de la más alta calidad a las familias nobles y presentía que para él sería sencillo hacerlo, ya que conocía perfectamente los gustos de los aristócratas y también las tendencias que estaban de moda por aquella época.
No obstante, esa noticia no le cayó nada bien a Marion. Ella deseaba que su hijo tenga un futuro seguro, y sabiendo que en la casa de los Jarjayes lo tendría, se opuso a sus planes. Entonces ambos tuvieron una fuerte discusión, y Gustave se sintió muy decepcionado por no contar con el apoyo de su madre.
Por aquel tiempo, Georgette de Jarjayes estaba embarazada de la penúltima de sus hijas, Cloutilde. Sus días eran bastante felices y pasaba la mayor parte del tiempo con su familia y también con Marion, quien normalmente renegaba mucho por las travesuras de las pequeñas, sin embargo, aquel día lucía ausente y abatida. Entonces, muy preocupada, la madre de quien sería Oscar François de Jarjayes se acercó a ella para preguntarle que le ocurría, y Marion le contó todo.
Georgette apreciaba mucho a la nana de sus hijas, y le entristecía su tristeza, es por eso que, algunas horas más tarde, se dirigió a su marido, justo cuando ambos estaban a punto de irse a dormir.
- Mon cœur... - le dijo a su esposo. - Marion se encuentra muy agobiada. Al parecer Gustave quiere irse a Provenza para abrir su propio negocio.
- No me sorprende en lo absoluto. - le respondió pensativo el General Jarjayes, quien por aquel entonces acababa de cumplir los treinta años. - Gustave siempre fue un muchacho muy inteligente y lleno de ideas, es natural que quiera abrirse camino bajo sus propias reglas. - agregó.
- Lo sé, pero es tan joven... - le dijo Georgette, y tras ello, suspiró entristecida. - Como madre, entiendo la preocupación de Marion. No debe ser fácil dejar ir a un hijo...
Y tras una breve pausa, se dirigió nuevamente a Regnier.
- No me quiero imaginar el día en que tengamos que dejar ir a nuestras hijas para que empiecen a formar sus propias familias. - le dijo angustiada, y tras escucharla, el General soltó una sonora carcajada.
- ¡Pero qué dices, mujer! - exclamó riendo. - Si Hortense apenas acaba de cumplir los ocho años, y ¡qué decir de las otras tres!... - exclamó. - Aún falta mucho para que comencemos a pensar en esas cosas.
- Tienes razón... - le respondió ella, y tras ello sonrió, algo avergonzada por su prematura angustia. - Pero el tiempo pasa muy rápido. Todavía recuerdo cómo si fuera ayer el día que nos casamos y míranos ahora: ya tenemos cuatro hijas y un nuevo bebé en camino. - mencionó riendo, y tomó entre sus manos su abultado vientre.
Entonces, con una gran emoción, Regnier también colocó las manos sobre el vientre de su esposa.
- Estoy seguro de que este bebé sí será el heredero que tanto espero. - le dijo con seguridad. - Ya quiero que nazca para poder empezar a enseñarle todo lo que necesita saber para continuar con el legado de los Jarjayes. - le comentó, y los ojos de Geogette brillaron de felicidad al ver el entusiasmo de su marido.
Era lógico que ambos pensaran que Cloutilde sería un niño; habían tenido cuatro niñas antes de saber que ella llegaría al mundo, y por eso creían que el quinto bebé tenía que ser el ansiado varón. Sin embargo, ni Regnier ni Georgette esperaron que Cloutilde fuera mujer, y mucho menos que Óscar también lo fuera.
A la mañana siguiente, y pensando en la conversación que había tenido con su esposa, el joven general se dirigió a los establos de su mansión y ahí encontró a Gustave, el cual cepillaba los caballos con una gran dedicación, aunque lucía bastante triste por la discusión que había tenido con su madre.
- Buenas tardes, Gustave. - le dijo Regnier.
- Buenas tardes, Amo. - le respondió el joven doce años menor que él.
- ¿Tienes un momento para conversar? - le preguntó el general.
- Claro que sí, Amo. - le respondió Gustave, intrigado. No era usual que el señor de la casa le pida que haga una pausa en su trabajo para conversar, ni que lo aborde de esa manera en los establos.
Sin embargo, obedeció, y unos minutos después, ambos empezaron a caminar por los jardines de la mansión.
- Escuché que quieres dejarnos... - le dijo Regnier con mucha calma, y el padre de André - que en ese momento no tenía idea de lo que le depararía el destino - dirigió la mirada hacia su Amo.
- Quiero cumplir mis sueños... - le respondió, muy decidido, pero también con algo de melancolía.
Y luego de hacer una breve pausa, continuó.
- General Jarjayes, he sido muy feliz en esta casa... Usted y la señora Georgette han sido más que generosos conmigo, pero ahora me gustaría emprender mi propio camino... - le dijo.
Entonces, el patriarca de los Jarjayes volvió a dirigirse a él.
- Gustave, aunque no lo creas, te entiendo. Yo también tuve tu edad y sé lo que es desear esa libertad de la que hablas. Además, eres un muchacho inteligente y dedicado, y estoy seguro de que lograrías todo lo que te propusieras... - le dijo Regnier, y tras escuchar esas palabras, los ojos del hijo de Marion se iluminaron.
Gustave confiaba en sí mismo y en sus capacidades, sin embargo, saber que su Amo tenía ese concepto de él le hizo sentir una gran motivación, sobre todo después de la conversación que tuvo con su madre.
- Dime, ¿qué tienes pensado hacer?... ¿Tienes algún plan? - le preguntó Regnier, colocando en esa pregunta toda su atención.
Entonces, con un brillo especial en la mirada, Gustave se dirigió a su Amo.
- Mi plan es montar una carpintería en Provenza. - le dijo ilusionado. - Pero no será cualquier carpintería, pretendo que sea la mejor de todas. Conozco bien el estilo que les gusta a los nobles, ellos serán mis clientes. De hecho, ya tengo identificadas a las familias con las que puedo trabajar... - le comentó.
Regnier nunca había visto tanta determinación en él, no obstante, tras decir esto, el tono de voz del muchacho cambió de la emoción a la calma, y en un tono más pausado, volvió a dirigirse a su amo.
- Sin embargo, los primeros tres años tendré que trabajar como dependiente en otra carpintería... - le comentó al esposo de Georgette.
- ¿Como dependiente? ¿Por qué? - le preguntó el patriarca de los Jarjayes.
- Porque con los ahorros que tengo en este momento no me alcanzaría para adquirir todo lo que necesito. Debo conseguir un local donde establecerme allá, contratar un ayudante, conseguir algunas herramientas adicionales, pero sobre todo, debo adquirir la madera con la que trabajaré, al menos en los primeros pedidos. - le dijo.
Entonces, el general le expresó su sincera opinión.
- No me parece conveniente para ti que trabajes como dependiente en otra carpintería. El propietario podría tomar tus ideas y quedarse para sí a tus futuros clientes. - mencionó.
- Lo sé, General Jarjayes. Sé que es un riesgo, pero no tengo otro camino. - le dijo Gustave.
Entonces, tras una breve pausa, el general volvió a dirigirse a él.
- Te propongo algo... - le dijo. - Hazme tu socio el primer año y yo te proporcionaré el capital que necesitas para montar tu carpintería. - agregó, y Gustave dirigió su mirada hacia él, muy sorprendido.
Y mientras ambos seguían caminando por los jardines de la mansión, el general continuó:
- De esa manera ahorrarás tiempo y no correrás el riesgo de perder a tus futuros clientes. - le dijo.
- ¿Lo dice en serio, Amo? - le preguntó Gustave, incrédulo.
- Nunca había hablado más en serio en mi vida. - le respondió Regnier con una amable sonrisa. - Te conozco desde que eras pequeño y confío en ti y en tus capacidades... Y no te preocupes, una vez que recupere mi inversión el negocio volverá a ser enteramente tuyo. - le comentó con mucha determinación. - ¿Aceptas?
- Por supuesto que acepto, General Jarjayes. - le dijo Gustave, con el corazón lleno de felicidad.
- Pero tengo una condición: No le digas a tu madre que seré tu socio. Si ella se entera que te apoyé en esto no volverá a dirigirme la palabra. - le dijo Regnier sonriendo, y Gustave también sonrió.
- Esto será únicamente entre usted y yo, Amo. - le respondió el joven.
Y fue así que Gustave partió a Provenza, cargado de sueños e ilusiones.
El General Jarjayes no se equivocó con él. En menos de seis meses, quien sería el padre de André le devolvió todo el dinero que le había dado como capital para empezar más un 20% adicional como ganancia, y a partir de ese momento tuvo un negocio bastante próspero, haciéndose muy conocido entre los nobles de la zona y sus alrededores. De hecho, fue así como Gustave conoció al gran amor de su vida y a la que sería la madre de su único hijo, Isabelle Laurent, quien era hija de un hacendado acaudalado que acudió a su negocio junto con Ophelie, su madre, ya que ésta planeaba hacer una remodelación en uno de los salones de la casa principal de su villa; Gustave e Isabelle se enamoraron casi a primera vista, y unos meses después, se casaron.
La boda de ambos fue un gran evento. Aunque para ese entonces Gustave hubiese podido organizar una linda boda con el dinero que ganaba con su negocio, por tradición era el padre de la novia quién se encargaba de todo, y Renaud no escatimó en gastos para celebrar el matrimonio de su única hija, la cual no tuvo nada que envidiarle a la boda de una dama de la nobleza.
Marion - quien por aquellos días ya era viuda - acompañó a su hijo en el altar, y a pesar de que no conocía bien ni a Isabelle ni a su familia, estuvo satisfecha con el hecho de que su hijo iniciara una familia.
Regnier, Georgette y sus cinco hijas: Hortense, Josephine, Catherine, Marie Anne y Cloutilde - quien aún no cumplía el año - también estuvieron presentes en aquel evento, y se emocionaron al ver ingresar por la puerta de la iglesia a la que sería la madre de André, sobre todo las niñas, las cuales - al ver a la bellísima novia dando sus primeros pasos hacia el altar - sintieron que estaban ante la presencia de un verdadero ángel.
No obstante, a pesar de estar al lado de su hijo en uno de los momentos más importantes de su vida, Marion aún guardaba un leve resentimiento hacia él por no haber tomado en cuenta su opinión con respecto a alejarse de Versalles, y Gustave lo sabía. Es por eso que al aproximarse la llegada de André al mundo él le pidió a su madre que renuncie a su trabajo y que fuera a vivir con él y con su familia a Provenza. Para el hijo de Marion era muy importante que ella forme parte de la vida de su hijo, de hecho, él también quería volver a estar cerca de ella, ya que se habían alejado mucho por aquellos tiempos.
Sin embargo, Marion rechazó su petición, no sólo porque por aquellas épocas Georgette estaba embarazada de Óscar y requería de muchos cuidados, sino, principalmente, porque no quería interferir en la relación que tenían Gustave e Isabelle como matrimonio joven; Marion también había estado casada y sabía perfectamente que lo mejor para una pareja era desarrollarse sin la intervención de terceros, mucho menos de los suegros, al menos no de una manera tan cercana como la que ellos pretendían al llevarla a su casa.
Gustave e Isabelle nunca entendieron sus verdaderos motivos, e incluso llegaron a creer que Marion prefería atender a la hija del general que venía en camino - y que iba a tener casi la misma edad de su hijo - antes que a su propio nieto. Y aunque los esposos Grandier-Laurent nunca la juzgaron por su decisión, a ambos los decepcionó mucho el recibir la carta donde el ama de llaves de los Jarjayes rechazaba el pedido de Gustave, de hecho, esa fue una de las tantas cosas que Juliette le reclamó a Marion durante la tensa discusión que tuvieron el día que ella fue a recoger a André - luego de la muerte de Isabelle - para llevárselo a Versalles.
Tuvo que pasar un año para que Marion conociera a su nieto. Sus múltiples obligaciones con la familia hicieron que cancele - en más de una oportunidad - las vacaciones que tenía programadas, vacaciones que pensaba usar para viajar a Provenza. Tuvieron que ser Gustave e Isabelle los que viajaran a Versalles para presentarle a su nieto, y es ahí que se da el primer encuentro de Oscar y André, cuando él apenas acababa de cumplir el año y ella los ocho meses.
Marion ya casi había olvidado aquel día en el que los jóvenes esposos y ella conversaron amenamente en uno de los jardines de la mansión de los Jarjayes, mientras que la heredera de la familia y el que sería su más leal amigo jugaban en el recién podado césped, él dando sus primeros pasos alrededor de ella, y ella observándolo con la curiosidad de un bebé que se encuentra con otro bebé de casi su misma edad, y quizá reconociendo en él al hombre con el que había sido destinada a compartir la vida.
Habían pasado treinta y dos años desde aquel día, y ahora André era lo único que Marion tenía de su hijo, por ello, quería celebrar con él que haya cumplido un año mas de vida como lo había hecho cada año desde que cumplió siete años. Esa era una de sus tantas formas de demostrarle cuanto lo quería.
...
Los pájaros cantaban aquel soleado domingo.
Eran apenas las ocho de la mañana, y André, ya en la mansión Jarjayes y vestido con su uniforme militar, se dirigía a la entrada principal para buscar a su abuela.
- Llegaste temprano... - le dijo Oscar, quien sentada sobre una banca leía uno de sus libros, y André brincó del susto.
- ¡Oscar! - exclamó sorprendido, y ella empezó a reír.
- Discúlpame. No era mi intención asustarte. - le dijo ella, y él sonrió.
- No, discúlpame tú a mí. La verdad es que no te vi. - le dijo él sinceramente, y es que luego de perder la vista de su ojo izquierdo su perspectiva visual era distinta.- ¿Qué estás leyendo? - le preguntó, y tras ello, se sentó a su lado.
- A Jean-Jacques Russeau. - le respondió ella.
- El contrato social... - mencionó André, y con confianza, tomó suavemente el libro que Óscar sostenía para revisarlo, mientras ella lo contemplaba más enamorada que nunca.
- Es la segunda vez que lo leo, pero a medida qué pasa el tiempo, sus palabras cobran más y más sentido. - le dijo dulcemente.
- Tienes razón... - respondió él, pensativo, y por un momento ambos se quedaron en silencio, imaginando con temor cuál sería el destino de su amado país si los reyes no tomaban las acciones necesarias.
Pero luego, mientras André le devolvía su libro, Óscar cambió de tema.
- Mi nana ha estado muy emocionada con tu cena de cumpleaños. Ha puesto a las muchachas a trabajar muy duro para dejar todo listo para más tarde. - le comentó con una sonrisa.
- ¿Estarás con nosotros hoy? - le preguntó él, con esa voz que a ella la llenaba de paz.
- No creo que sea buena idea. - le respondió ella, y bajó la mirada sonriendo. - Nunca he participado en esas cenas y es por una razón: Yo soy la dueña de esta casa, y nadie se sentiría cómodo con mi presencia ahí. - le dijo, y tras escucharla, André rio.
- Posiblemente tengas razón. Pero a excepción de mi abuela, tú eres más cercana a mí que cualquiera de los que estará sentado en esa mesa, y me hubiese gustado mucho que estés con nosotros. - le confesó, y la miró con esa pureza que solo él tenía en la mirada.
Sus palabras hicieron que el corazón de Oscar se llene de amor, y sin dudarlo, volvió a dirigirse a él.
- André, apenas tengamos unos días libres vayamos juntos a Arrás. - le dijo decidida. - Tomemos nuestros caballos al amanecer y pasemos todo el día ahí... ¿Recuerdas, André? ¿Recuerdas aquel bello atardecer que vimos en Arrás hace unos años?... Veámoslo juntos de nuevo. - le dijo, y él la miró impactado, quedándose casi congelado y sin saber que responder.
Todo le gritaba que lo amaba: sus ojos, sus palabras, sus planes, sus deseos, y podía sentir todo su amor en cada célula de su cuerpo. Sin embargo, a diferencia de tiempos pasados en los que había estado seguro de los sentimientos de su amiga, ahora no se lo creía. Estaba paralizado, paralizado por el amor que él mismo sentía por ella y que tenía que contener dentro de su corazón, y paralizado por el amor que creía sentir por parte de ella, algo que, según creía, seguramente sólo se estaba imaginando.
- ¡André! - exclamó de pronto su abuela mientras atravesaba la puerta principal, sacándolo de su estado de conmoción. - ¿Pero qué haces aún con el uniforme de la Guardia Francesa?
Y tras tomarse algunos segundos para reaccionar, André dirigió la mirada hacia su abuela.
- Yo también me alegro de verte, abuela. - le dijo con una sonrisa.
- André acaba de llegar, nana. Perdóname, fui yo la que lo distrajo. - le dijo Óscar, para tratar de justificarlo.
- Usted siempre lo está defendiendo señorita, y él no se lo merece. - le respondió Marion, y Oscar la miró sonriendo.
- Abuela, ¿me sirves algo de desayunar? - le dijo André a Marion, con una mirada inocente.
- ¡Si por eso te lo digo! - renegó la abuela.- ¡Vamos! ¡Apúrate! Que la niña Óscar te ha estado esperando para desayunar contigo. - le dijo Marion, y André dirigió su mirada hacia Óscar y le sonrió.
- Enseguida, abuela.- le dijo él. - Te veo después Óscar. - le comentó a la heredera de los Jarjayes, y caminó hacia su habitación para cambiarse de ropa.
...
Ya era de noche, y todo el personal de servicio que trabajaba para la familia se había reunido en el comedor principal de la mansión.
Como cada año, Marion había solicitado la autorización de la familia para poder ocupar ese espacio de la casa, y ellos siempre habían accedido con gusto. Era el único día del año en el que los trabajadores cenaban en el comedor principal, y eso los emocionaba a todos.
- Te luciste con la cena Marion. Te quedó exquisita. - le dijo Stelle a quien, por esa noche, era la anfitriona del evento.
- Nos lucimos. - aclaró Marion. - Sin tu ayuda y la de las muchachas nada de esto hubiese sido posible. - comentó la abuela, muy satisfecha.
- No tengo palabras para agradecerles a todos. Muchas gracias por la cena, y gracias por acompañarme este día. - les dijo André, emocionado.
- El gusto es nuestro André. - le dijo Beatrice, una de las doncellas de la casa, y la que menos ocultaba lo mucho que él le gustaba, aunque a diferencia de Mirelle que se estaba enamorando de él, a ella sólo le atraía de una forma platónica.
- Hasta Lady Óscar ayudó a que se lleve a cabo esta cena. - le dijo Marion a su nieto, y Mirelle soltó los cubiertos, algo enojada.
- Disculpen. - les dijo a todos de inmediato, dándose cuenta de su arrebato de celos, y Stelle y Brigitte la miraron sorprendidas.
- No te preocupes, Mirelle. - le dijo André sin darse cuenta de su enojo, y tras ello, dirigió la mirada hacia Marion. - Abuela, ¿por qué dices que Óscar también colaboró en esta cena? - le preguntó intrigado.
- La señorita le pidió a uno de tus compañeros que vaya por el ingrediente que me faltaba para preparar tu platillo favorito. Ese ingrediente únicamente lo venden en el mercado de París y ya habíamos perdido la esperanza de conseguirlo por lo peligroso que es ir para allá, sin embargo, ella lo consiguió. - mencionó la abuela, emocionada.
- ¿Dices que Oscar le pidió a uno de mis compañeros que vaya al mercado de París para conseguir un ingrediente? - exclamó André, sorprendido. - Eso es imp...
Pero antes de continuar, prefirió guardar silencio.
- "Lo que dice mi abuela es imposible..." - pensó André. - "Óscar jamás utilizaría a ningún miembro del regimiento para asuntos personales, eso está prohibido, y aunque no lo estuviera, eso es algo que va contra todos sus principios." - se decía a sí mismo.
Mientras tanto, y sin poder ocultar su felicidad, Marion continuó:
- Así es hijo. Gracias a ella pude preparar el platillo que tanto te gusta. - le dijo la abuela, y tras ello, todos siguieron conversando acerca de diversos temas, a excepción de André, el cual, pensativo, se preguntaba cómo habría hecho Óscar para conseguir ese famoso ingrediente.
- "¿Se habrá atrevido a ir al mercado de París por sí misma?" - pensó, preocupado por el riesgo que pudo haber corrido, aunque ya era tarde para preocuparse.
- André, ¿te gustó el postre que preparamos Mirelle y yo? - le preguntó Anne, otra de las sirvientas de la casa.
- Les salió delicioso. Muchas gracias muchachas. - respondió él.
Y así pasaron la noche, entre brindis y conversaciones triviales.
Mientras tanto Óscar, luego de haber culminado el libro que estaba leyendo en la biblioteca, decidió irse a dormir, y camino a su habitación, pasó cerca del comedor y escuchó las risas que soltaban los miembros del servicio de su casa.
Evidentemente todos la estaban pasando muy bien, y al comprobarlo, sonrió con alegría. La felicidad de André también era su felicidad, y estaba segura de que en ese momento el hombre que amaba era muy feliz.
...
Fin del capítulo.
