Capítulo 28

Revelaciones

Era un lunes de invierno cuando Óscar, a bordo de su carruaje, se dirigía hacia el despacho del General Boullie, de quien recibiría algunas indicaciones para prepararse para el año próximo, sin embargo, no era el destino de Francia lo que le preocupaba en ese momento, sino la seguridad de haber sido descubierta por su subordinado.

- "¡Maldita sea! Olvidé por completo dar la indicación de que nunca me envíen a Don Bertino al cuartel para recogerme." - pensaba Óscar. - "Estoy completamente segura de que Jean ya sabe que yo soy la mujer a la que abordó en el mercado del centro de París hace un par de meses... ¡Lo vi en su mirada!"

Y golpeando el asiento con su puño en señal de indignación, pensó:

- "¿Será capaz de evidenciarme?... ¡Si lo hace es hombre muerto! ... Ya suficiente tuve que contenerme con él aquel día que me abordó pensando que era una plebeya, cuando lo que debía estar haciendo era vigilar las calles del centro de París.

Y mientras pensaba sobre eso, llegó al cuartel principal, donde se encontraba ubicada la oficina del General Boullie, y se dirigió a verlo.

- Buenas tardes, General. - le dijo Óscar al hombre de mayor rango del ejército Francés.

- Buenas tardes, Brigadier Óscar. Gracias por atender tan rápidamente a mi llamado. - le dijo el general. - Supe que envió a toda la Compañía B de vacaciones durante las últimas semanas de Diciembre.

- Así es. Como coloqué en mi informe, quiero tener a mi personal completo el año que viene por si se llega a convocar a los Estados Generales, por eso preferí enviarlos masivamente de vacaciones, sabiendo también que ellos seguramente querrían estar cerca de su familia en esta época del año.

- Bien pensado. - dijo el general, y como si estuviese reflexionando sobre algo, acarició su barba. - Brigadier Oscar, la hice venir porque debo decirle algo que es sumamente confidencial.

- De que se trata, general. - respondió Oscar.

- Su Majestad finalmente ha tomado la decisión de convocar a los Estados Generales. - le dijo, y la heredera de los Jarjayes lo miró sorprendida, ya que no había llegado a sus oídos ninguna información al respecto.

Y tras una pausa, el General continuó.

- Nuestro rey tomó la decisión luego de tener una charla con la reina hace unos días, y me la comentó para que podamos prepararnos.

- Así que al fin se instituirán los Estados Generales. - dijo pensativa la hija de Regnier.

- Así es. Y voy a necesitar toda su colaboración Brigadier Jarjayes, y la de su compañía por supuesto. - le dijo el general.

- Cuente con ello. - respondió Oscar de inmediato.

...

Mientras tanto, en las barracas, ya todos se habían ido a excepción de André, quien en su camarote reflexionaba pensativo sobre si sería posible que Oscar se vistiera de mujer para conseguir el ingrediente que faltaba para preparar su platillo favorito.

Todo encajaba: las características físicas de la mujer que describieron Jean y Lasalle, los detalles de la vestimenta que usaba, las fechas. Sin embargo, él sabía que Oscar odiaba vestirse de mujer y no creía posible que fuera capaz de ponerse un vestido por algo como eso.

- "Debe tratarse de un error..." - pensó para sí mismo.

De pronto, el nieto de Marion recordó que un día antes su abuela le había entregado una carta de su prima Camille, la cual había llegado desde hacía varios días a la mansión, y él la había colocado entre las hojas de uno de sus libros.

- ¿Donde está? - dijo al no encontrarla, mientras buscaba entre las hojas del libro donde la había dejado. - Estoy seguro de que la puse en este libro, pero ya no está. ¡Oh no! ¡Camille va a matarme por perderla! - murmuró preocupado, y luego de buscarla durante un largo rato entre todos sus libros - e incluso entre su ropa - se dio por vencido. - "Definitivamente va a matarme..." - pensó. - "Tendré que confesarle que perdí su carta..."

Y mientras tomaba una hoja de papel para escribirle a su prima, alguien llamó a la puerta, y él se acercó a ella para abrirla.

- Oscar... - le dijo al verla.

- ¿Que hacías? - le preguntó ella con confianza, y avanzó al interior de la habitación.

- Estaba por escribirle a Camille. - respondió él. - Me envió una carta a la mansión pero la perdí. Estoy seguro que la puse entre mis libros, pero ya me cansé de buscar. Debe haberse caído en algún lado. - le dijo.

- ¿Pero cómo pudiste haber perdido una carta de alguien de tu familia? - le dijo ella en un dulce reclamo.

- No entiendo que pasó. - respondió André, y confundido, se tomó la cabeza con una de sus manos.

- ¿Dónde la habías puesto? - preguntó ella.

- En ese libro... - respondió él, señalando un libro de pasta roja que se encontraba sobre su cama, y Oscar lo tomó y volvió a revisarlo.

- Aquí no hay nada. Probablemente la hayas dejado en la mansión. - mencionó ella.

- No lo creo. Estoy seguro de que la tenía conmigo. - le dijo André.

- Que extraño. - comentó Oscar.

- Ahora no me queda mas remedio que escribirle para decirle que perdí su carta... y me odiará por eso. - dijo riendo.

- Ya lo creo. - le respondió ella con una sonrisa.

Entonces, André recordó que Oscar venía de tener una reunión con la máxima autoridad del ejército Francés.

- Oscar, ¿para que te mandó llamar el General Boullie? - le preguntó.

- ¿Te parece si te lo cuento de camino a casa? - le dijo ella. - Estoy agotada...

- Pero... se supone que yo... - empezó a decir él.

- André, ya que no saliste de vacaciones con el resto de la compañía podemos hacer ciertas excepciones esta semana. No tienes que quedarte aquí. Regresaremos juntos a casa al acabar la jornada cada día... ¿estás de acuerdo? - le dijo la heredera de los Jarjayes, y el sonrió aliviado.

- Me alegro, Oscar. No me gustaba nada la idea de pasar la noche solo en esta habitación tan grande. - respondió él.

- ¿Acaso te da miedo? - preguntó ella, aunque también burlándose de él.

- ¿Es que acaso no has escuchado la historia del conde degollado? - le preguntó él, con inocencia. - Los muchachos me contaron que dirigía la Compañía B hace dos siglos, pero que murió degollado en una misión y ahora recorre el cuartel buscando a los soldados que estaban con él aquel día para darles su merecido. - relató André, y Oscar, quien en principio se había contenido, estalló de risa.

- André... ¿cómo vas a creer en ese tipo de historias? - le dijo ella.

- Búrlate si quieres, pero cuando el conde vaya por ti cuando estés de guardia nocturna no vengas a pedirme ayuda. - le dijo él haciéndose el ofendido, y ella rio.

- Vámonos ya, André. Don Bertino está esperándonos afuera para llevarnos de regreso a casa.

- ¿Don Bertino? - preguntó él recordando la historia de Jean, y Oscar se puso nerviosa.

- "¿Le habrá comentado algo?" - se preguntó a sí misma, mientras recordaba la expresión de su soldado al reconocer el rostro de su cochero. - "Seguramente no, de lo contrario, André ya me lo hubiera dicho..." - pensó, y mientras reflexionaba sobre ello, suspiró, tratando de recuperar la tranquilidad.

Sin embargo, él no pensaba hacerlo, y no porque pensara que Oscar sería capaz de tomar alguna medida disciplinaria contra Jean por ponerla en evidencia, sino porque realmente creía que se trataba de un error.

- ¿Vámonos?... Hoy estoy particularmente cansada... - le dijo Oscar a André tratando de desviar el foco de su atención.

- Sí. - respondió él.

Y tras ello, ambos salieron rumbo al patio donde se encontraba su carruaje.

...

- Entonces... ¿ya es un hecho? - murmuró André, mientras caminaba al lado de Oscar en el amplio patio del cuartel general.

- Es un hecho. - respondió ella.

- ¿Pero cómo es que no se ha filtrado algo como eso? Si justamente es lo que la gente ha estado esperando desde hace meses.

- Su majestad se lo contó al General Boullie en estricta confidencia porque sabe que él, como jefe supremo del ejército francés, debe organizar la seguridad de esas reuniones, y a mí me lo informó porque la Compañía B ha sido designada para encargarse garantizar que todo se lleve a cabo en perfecto orden. - le comentó la heredera de los Jarjayes.

- Oscar, es una gran noticia. - le dijo André con emoción.

- Así es, André. Es un momento que se escribirá en la historia de Francia. - le respondió ella, con la esperanza de que una medida tan radical permita que al fin puedan erradicarse los problemas que aquejaban a la nación.

...

Mientras tanto, en la cocina, Stelle cocinaba mientras que Beatrice - una de las sirvientas que trabajaba en la mansión - secaba la vajilla.

De pronto, Mirelle ingresó también, aunque lucía algo cansada.

- ¿Terminaste ya de colocar las flores en todos los floreros de la mansión? - le preguntó Stelle al verla llegar.

- Sí. - le respondió Mirelle. - Es una tarea simple pero agotadora. La mansión es muy grande. - comentó la joven.

Entonces, Beatrice cambio de tema.

- Oye Mirelle, luego de casarte con Thomas ¿piensas seguir trabajando con nosotras aquí en la mansión? - le preguntó Beatrice con inocencia, y Stelle se paralizó, recordando los sentimientos que parecía tener Mirelle por André.

A diferencia de su compañera Brigitte, Beatrice no había notado el interés de Mirelle por el nieto de Marion. Para ella - como para la mayoría del personal que trabajaba con los Jarjayes - Mirelle se casaría los primeros días de Enero con su prometido, Thomas, un joven que trabajaba en una lavandería parisina.

- Aún no hemos hablado sobre eso. - respondió la joven, aunque sin ninguna ilusión.

- ¡¿Qué?!... Pero si ya faltan pocos días para el matrimonio. - comentó Beatrice sorprendida, ya que por aquellos tiempos era un tema muy común ponerse de acuerdo en ese tipo de cosas.

- Supongo que por ahora no tienen ninguna necesidad de hablar sobre eso. - mencionó Stelle, tratando de que Beatrice no note la falta de entusiasmo de aquella futura esposa. - Ya tendrán la oportunidad de tocar el tema cuando empiecen a tener hijos... ¿cierto Mirelle? - preguntó la cocinera, y en ese momento, la joven se sobresaltó; ni siquiera se imaginaba teniendo hijos con él, al menos ya no lo hacía.

- Así es. - titubeó ella, sin dar mayores detalles para ver si así cambiaban el tema, y de hecho así fue.

...

Ya habían pasado varios minutos desde que André y Oscar salieron rumbo a la mansión. Para esos momentos, Beatrice ya se estaba encargando de otra parte de la casa, y sólo Stelle y Mirelle permanecían en la cocina.

De pronto, ambos entraron por la puerta.

- Buenas tardes. - les dijo Oscar a ambas.

- Hola Stelle, Mirelle. - les dijo André de forma menos formal, y ambas se sorprendieron al verlo, ya que había tomado su día de descanso hacía relativamente poco tiempo.

- Buenas tardes, señorita Oscar. Buenas tardes, André. - respondió Stelle, y Mirelle también los saludó, aunque de manera formal por estar la dueña de casa presente.

- ¿Y mi abuela? - preguntó André.

- Salió, pero ya debe estar por llegar. - respondió Stelle.

- Que lástima, necesitaba hacerle una pregunta. - murmuró Oscar, pero luego cambió de tema. - Stelle, esta semana André estará regresando conmigo a la mansión, así que tenlo en cuenta para la cena.

- Así será, señorita. - respondió la cocinera, y tras ello, Oscar volvió a dirigirse a André.

- André, subiré a mi habitación un momento, pero te alcanzaré en unos minutos en el comedor. - le dijo a su antiguo amigo.

- Está bien, Oscar. - respondió André sonriéndole, pero cuando estaba a punto de irse, ella volvió a dirigirse a él.

- Luego me gustaría practicar esgrima contigo. - le comentó, y salió rumbo al segundo piso.

Entonces André dejó de sonreír y se sentó en el comedor de la cocina, invadido por la preocupación que le provocó la última frase de la mujer que amaba.

- Te cambió el rostro... - le dijo Mirelle, y tras ello, se sentó a su lado. - ¿Estás bien? - le preguntó al hombre que por aquellas fechas colmaba sus pensamientos.

- Estoy bien, Mirelle... - le respondió André levantando la mirada y sin poder ocultar la tristeza que sentía. Y es que era imposible para él practicar esgrima con Oscar cómo en tiempos pasados por los problemas de su ojo derecho.

Aunque la mayor parte del tiempo veía bien, en ciertos momentos tenía episodios en los que su visión se tornaba borrosa, y si bien eso no representaba aún un problema grave para sus funciones dentro de la Guardia Francesa, si era sumamente peligroso en un enfrentamiento de esgrima en donde cada segundo era decisivo, y aunque en ese caso sólo se trataría de una práctica, André sabía muy bien que podía herir a la mujer que amaba si uno de esos episodios se presentaba mientras estaban enfrentándose.

- "Odio tener que mentirle a Oscar, pero no tengo alternativa." - pensaba André, pero le entristecía el hecho de tener que inventar pretextos para evitar enfrentarse a ella.

Mientras tanto, Mirelle no le quitaba la vista de encima. Él tambien la miraba pero en realidad no la estaba mirando; tenía la mirada perdida, porque en aquellos segundos - en los que reflexionaba sobre su situación - se había perdido en sus propios pensamientos.

- André... - le dijo Mirelle, y mirándolo como si estuviera perdidamente enamorada empezó a acercar sus manos a las manos de André para reconfortarlo.

Entonces Stelle, percatándose de la situación, colocó con fuerza un cesto de fruta sobre la mesa frente a ambos, y en ese instante, André volvió a la realidad sobresaltado y Mirelle detuvo sus acciones.

- Mirelle, por favor, lleva este cesto de fruta a la habitación de Lady Oscar. - le dijo la cocinera a la joven. - Olvidé que Marion me pidió que alguien se encargue de eso.

- Sí, enseguida. - respondió ella, tomó el cesto y salió de la cocina.

Entonces André se levantó de la mesa para tomar una manzana, y la mordió pensativo pero también preocupado.

- Oye André, ¿no has notado que Mirelle está actuando de manera extraña? - le preguntó la cocinera al nieto de Marion, tratando de averiguar si él ya se había percatado de los sentimientos de la muchacha hacia él.

- No, no he notado nada extraño... - respondió André, totalmente ajeno a la situación; toda su atención estaba puesta en Oscar, en su trabajo, y en la difícil situación que atravesaba Francia, por lo que no tenía energía para nada más.

Y luego de una pausa, volvió a dirigirse a Stelle.

- Pero se casará pronto ¿cierto? - recordó él. - Seguramente está nerviosa, aunque yo la veo igual que siempre. - concluyó.

Y tras unos segundos, arrojó al cesto de basura los restos de la manzana que acababa de comer, y se dirigió nuevamente a la cocinera.

- Stelle, iré a cambiarme de ropa. Nos vemos luego. - le dijo, y salió rumbo a su habitación.

- "Este muchacho no tiene ni idea del interés que despierta entre las jóvenes de esta casa..." - pensó Stelle con resignación.

...

Habían pasado un par de horas desde que Oscar y André llegaron a la mansión juntos por primera vez en mucho tiempo.

Ya habían cenado, y cuando Oscar le recordó a André el duelo de esgrima que propuso, el nieto de Marion lo evadió bajo el pretexto de tener un ligero dolor en el brazo, por lo que no llevaron a cabo su práctica

En ese momento se encontraban en los jardines exteriores de la casa, recostados sobre el césped. El cielo estaba particularmente despejado, lo cual permitía que ambos tuvieran una hermosa vista de las estrellas. Estaban tranquilos y en calma, únicamente los distraía, de vez en cuando, el sonido de una que otra cigarra.

- ¿Ya le escribiste a tu prima? - preguntó Oscar de pronto, recordando qué era lo que él estaba por hacer antes de salir del cuartel.

- Sí, y también le pedí a mi abuela que me haga el favor de dejar la carta en el correo. - le respondió André.

Y tras una breve pausa, volvió a dirigirse a ella.

- Óscar, ¿cuando regresará tu madre a la mansión?... No la he visto desde que partió a Suecia para pasar unos días con Josephine. - le dijo, y Oscar suspiró suavemente.

- Es cierto. Yo tampoco he visto a mi madre desde hace ya un buen tiempo. - le respondió la heredera de los Jarjayes. - Ahora se encuentra en casa de Cloutilde. Se quedará con ella unos días más, pero por lo que me comentó en una de sus cartas, estará en casa para celebrar la Navidad con mi padre y conmigo.

- La Navidad... y también tu cumpleaños. - le dijo él con ternura.

- Así es. - respondió ella, aún con la mirada en el cielo.

Y estando así, recostados sobre la hierba, André reflexionó sobre la fortaleza de su amistad. Habían pasado por muchas cosas juntos desde que eran niños y se habían perdonado cosas que quizás serían imperdonables para otro par de amigos, como la bofetada que ella le dio sin razón cuando él solo trataba de hacerle ver la realidad, o la respuesta que él tuvo a ella, aquel día en el que perdió por completo el control sobre sus actos.

André había estado seguro de que ese hecho, junto con su declaración de amor, quebraría para siempre la relación tan cercana que ambos tenían. Sin embargo, para su fortuna y sorpresa, no fue así. Después del atentado que ambos sufrieron en Saint Antoine las cosas empezaron a cambiar para bien, y su amistad se reconstruyó con la misma solidez con la que se había construido desde su más tierna infancia.

- Oscar... - le dijo él, después de un largo silencio.

- ¿Si? - preguntó ella.

- Gracias por perdonar todos mis errores... - respondió él, con tanta sinceridad que era imposible no conmoverse, pero el tono de su voz también denotaba una gran melancolía y arrepentimiento.

Sus palabras tomaron por sorpresa a Oscar. Ella sabía muy bien a que se refería él con aquella frase, y la lastimó sentir que ese hecho aún lo atormentara.

Oscar conocía muy bien a André, y por ello, se dio cuenta de inmediato de que él aún no se perdonaba lo que hizo, aunque ella - incluso desde aquella misma noche - hubiera entendido que él tenía que haber estado muy desesperado para haber hecho algo como eso.

Y ahí, mientras miraban las estrellas recostados uno al lado del otro, ella acercó su mano a la suya y la sostuvo con una gran ternura. No había nada más que decir; las palabras no eran necesarias en aquel momento. Ese gesto llevaba consigo tantos significados que André se sintió invadido por una infinita paz, y más seguro que nunca de que ella sí le había perdonado aquel acto del que nunca terminaría de arrepentirse.

Entonces, tras un largo silencio y aún sin soltar su mano, Oscar se dirigió a él nuevamente.

- André, recibí una carta de Don Alasté, el dueño del restaurante al cual siempre vamos en Arrás, en respuesta a una carta que le envié previamente.

- ¿De Don Alasté? - repitió André.

- Sí... - respondió ella. - Ya que él tiene cercanía con los pobladores de la zona, quise saber que tan seguro era viajar para allá por estos días.

- ¿Y qué te respondió? - preguntó André.

- Me confirmó lo que ya había leído en algunos de los informes que me llegaron al cuartel: que los caminos hacia allá no son seguros por estos tiempos... - le comentó Oscar.

Y luego, el tono de su voz se volvió melancólico.

- André... Realmente quería que vayamos juntos... tal como te lo prometí...- le dijo.

Entonces, por alguna extraña razón y después de tantas demostraciones de afecto por parte de Oscar, André empezó a sentir su amor, ese amor que ella descubrió luego de ser rescatada por Fersen cuando los atacaron en el distrito de Saint Antoine, ese amor que, aún creyéndolo imposible, parecía tan grande que empezó a traspasar su corazón y a envolverlo de una forma tan abrumadora que podía sentirlo incluso físicamente.

- "¿Qué está pasando?" - pensaba él como si le hubieran quitado una venda de los ojos. Y de pronto, empezó a recordar cada mirada, cada palabra, cada detalle y cada acción que la mujer que amaba había tenido hacia él en esos últimos meses, como aquella vez en la que - aún estando herida luego del ataque - corrió a su encuentro para preguntarle si podía caminar a su lado, o aquella vez en la que le confesó que pensaba en él mientras tocaba una pieza para el piano.

Con la mirada en el cielo, André también recordó la vez en la que ella lo ayudó a comer cuando era incapaz de mover el brazo, o cuando iba a buscarlo a diario con el único objetivo de decirle buenas noches antes de dormir.

Ahí, mientras estaba recostado sobre la hierba al lado de la mujer que amaba, incluso recordó el día en el que - al presentarse en su oficina luego de regresar de Provenza - ella se lanzó a sus brazos apenas lo vio llegar.

- "Oscar, ¿acaso sí me amas?" - pensó él, incrédulo y consternado. - "¿Acaso no me equivocaba cuando pensaba que yo sería él único hombre al que realmente amarías?" - se preguntó a sí mismo.

Eran demasiados hechos como para ignorarlos, pero él aún tenía dudas, dudas que estaban siendo aplastadas por el gran amor que ella le demostraba a diario.

- "¡Basta!" - pensó, temiendo ilusionarse con algo imposible nuevamente. Pero ahí estaba ella, la cual, en todo ese tiempo, no había dejado de sostener su mano. - "Es imposible... Ella... Ella no..."

Se sentía atormentado.

- André, quizás podamos ir a Arrás haciéndonos pasar por un par de intelectuales. - le dijo Oscar bromeando, y en ese instante empezó a reír, ya que sabía que era imposible para ella pasar inadvertida en un lugar donde su familia tenía tantas propiedades.

Y luego, recordando una de sus visitas a Arrás, vino a su memoria la imagen de un personaje que había llamado poderosamente su atención.

- ¿Seguirá viviendo ahí aquel hombre?... ¿Maximilian de Robespierre...? - preguntó de pronto.

No obstante, André se había quedado pensando en su primera frase - la que proponía hacerse pasar por dos intelectuales para ir a Arrás - y vino a su mente la historia de su compañero y lo que le había mencionado su abuela con respecto al ingrediente que Oscar había conseguido para preparar su platillo favorito. ¿Sería posible que ella se hubiese vestido de plebeya para ir al mercado de París y así poder comprar el ingrediente que le faltaba a su abuela, tal como ahora planteaba - aunque bromeando - para poder viajar a Arrás con él? - se preguntó.

Y sin poder más con la curiosidad, André se dirigió nuevamente a ella.

- Oscar, hoy Jean nos contó que estaba seguro de haberte visto en el mercado del centro de París. - le dijo, y Oscar, en una reacción instintiva, soltó su mano de inmediato, y con los nervios a flor de piel, se incorporó, quedando sentada sobre el césped.

- ¿A mí? ¿En el Mercado de París? - repitió ella, tratando de pensar rápidamente en lo que le diría a André para salir de esa situación.

- Sí. - le dijo él seriamente, y se incorporó también para observar su rostro. - Pero lo que más nos sorprendió fue que dijera que te vio vestida como una plebeya. - agregó.

Entonces el corazón de la heredera de los Jarjayes empezó a latir con fuerza y mucho más rápido de lo normal, pero trató de disimularlo frente a él.

- ¿Vestida de plebeya? - repitió Oscar con una sonrisa nerviosa.

- Sí. - le dijo él.

Entonces, fingiendo que le causaba gracia lo que André le contaba, se puso de pie.

- Es una historia divertida, ¿no crees? - respondió ella y tras ello, se dispuso a irse; no se sentía capaz de mentirle, pero mucho menos de decirle la verdad.

- André, ya me voy a dormir... Que descanses. - le dijo.

Entonces él, entendiendo que todo había sido un simple error de su compañero, le dijo:

- Sabía que era imposible...

Y notando la tristeza de su voz, Oscar se detuvo, aunque ya de espaldas a él.

- Era imposible que tú te vistieras de mujer para ir al mercado de París. Sólo harías algo como eso por una razón verdaderamente especial. - le dijo, y trajo a su mente aquel día en el que Oscar decidió ponerse un vestido para presentarse ante Fersen.

Todo lo que había pensado era una ilusión, simples errores de percepción. En ese momento, André pensó para sí mismo que ella no lo amaba y que - por tanto - simplemente debía mantenerse fuerte y firme en su propósito de protegerla sin esperar nada a cambio.

Y pensando en eso, volvió a recostarse sobre la hierba.

No obstante, ella seguía de pie de espaldas a él y sin moverse siquiera un milímetro, y eso empezó a parecerle extraño al nieto de Marion ya que Oscar ya se había despedido para irse a dormir.

Entonces, tras un largo silencio y en un tono muy pausado, la heredera de los Jarjayes volvió a dirigirse a él.

- André... Al ser la dueña de esta casa no creí prudente acompañarte en la cena de tu cumpleaños, te lo dije, el personal no se hubiera sentido cómodo estando yo ahí... - le dijo ella. - Sin embargo, sí quería estar presente, porque no pudimos hacer nada juntos por tu cumpleaños, como lo hemos hecho durante todos los años que llevas en esta casa. - mencionó ella con melancolía.

Y tras una breve pausa, continuó.

- Es por eso que cuando mi nana me comentó que le faltaba un ingrediente para hacer tu platillo favorito me ofrecí para hacerme cargo de conseguirlo, para así - de alguna manera - estar presente contigo aquel día.

Y sin dejar de darle la espalda, de pie al lado suyo, continuó.

- Como no podía ir al mercado del centro de París vestida como militar y mucho menos como un miembro de la nobleza, me puse el vestido que me compraste en Dreux cuando íbamos a Normandía... Aquel vestido marrón... De esa manera pude pasar desapercibida, aunque no contaba con encontrarme con Jean y Lasalle cuando estaba por regresar. - le dijo, y ambos se quedaron nuevamente en silencio.

Pero ella aún no había terminado de decir todo lo que quería decir, ni de aclarar todas las cosas que quería aclarar.

- André, tú sabes mejor que nadie que no me siento cómoda usando vestidos... - le dijo, recordando aquella última vez en la que se puso uno. - Sin embargo, si fuese necesario por ti no solo me pondría un vestido, sino muchos... Por ti no me importaría vestir de mujer... - le confesó.

Y luego de algunos segundos, volvió a despedirse.

- Buenas noches. - le dijo, y se retiró hacia el interior de la casa.

Mientras tanto, recostado sobre el césped y sin poder siquiera reaccionar, André trataba de procesar las palabras de su mejor amiga; Oscar no le había dicho que lo amaba, pero quizá lo que le había dicho era incluso más poderoso que eso.

Aquellas frases que mencionó... La forma en la que las dijo.

Paralizado e incapaz de razonar, André volvió a sentir su amor, aquel amor que ella le transmitió mientras sostenía su mano y le hablaba de su deseo de ir con él a Arrás, un amor que traspasaba su alma con una fuerza incontenible, un amor con el que siempre había soñado, pero que al mismo tiempo había creído imposible, un amor que - contrario a lo que él creía - parecía ser una realidad.

...

Fin del capítulo