Capítulo 30
El temor de una doncella
A la mañana siguiente, André se despertó muy temprano, y luego de alistarse, bajó a la cocina donde él y su amada amiga acostumbraban desayunar cuando ambos estaban en casa. Tenía enormes deseos de verla nuevamente, de hecho, casi no había dormido debido a que la mayor parte de la noche estuvo luchando consigo mismo para evitar ir a buscarla, sin embargo ya era de día, y no había nada que le impida volver a verla.
Al llegar encontró un alboroto inusual, no obstante, lejos de sorprenderse, ingresó como si nada estuviese pasando. Estaba tan sumergido en su propio universo de felicidad que ni siquiera notó que Stelle y las otras cuatro sirvientas de la casa no se estaban comportando de manera habitual.
- No, no, eso no se envuelve así. - le decía Stelle a una de las sirvientas, mientras las otras tres preparaban también algunos paquetes.
Y André, muy ajeno a la situación, se acercó a ellas para saludarlas.
- ¡Buenos días, chicas! ¡Buenos días, Stelle!... ¿No les parece que hoy en particular el día está maravilloso? - comentó con una radiante sonrisa, y las cuatro doncellas y Stelle - confundidas por su observación - se miraron unas a otras.
- ¡Pero qué dices, André! ¡Si estamos a dos grados bajo cero esta mañana! - exclamó Anne riendo, aunque sin dejar de trabajar.
- Es cierto. - le dijo Mirelle mientras le sonreía. - Es el día más frío desde que empezó el invierno. - aseguró la joven.
- ¡Pero qué dicen! - exclamó André, y de inmediato, llevó a las jóvenes casi a rastras y una por una hacia la ventana. - ¡Miren que belleza! - repitió, haciéndoles ver el exterior que estaba frío y lleno de neblina, y ellas rieron porque nunca antes lo habían visto tan entusiasmado.
Pero las muchachas tenían razón: a diferencia de otros días, ese había amanecido particularmente frío. Había nevado desde la madrugada y todo estaba nublado, sin embargo, André estaba tan feliz que para él era un día de primavera, por lo que empezó a discutir con las muchachas acerca de la belleza de esa mañana.
Entonces Stelle, notando como las sirvientas se distraían con la presencia del apuesto nieto de Marion, las instó a que vuelvan a sus labores, y ellas volvieron a lo suyo mientras André se sentaba en el comedor, volviendo a perderse en su felicidad.
De pronto, Oscar ingresó vestida con su uniforme de la Guardia Francesa, y él se puso de pie nuevamente, obnubilado por su presencia.
Su belleza era impactante, y aunque siempre había sido así, aquel día André la vio más hermosa que nunca: su piel era tan perfecta, su mirada tan hermosa, y qué decir de su cabello que resplandecía como el sol a medio día. No obstante, ser el dueño del corazón de la mujer más hermosa de Francia no era algo a lo que él le daba especial valor, sino a ser el dueño del corazón de la mujer con la que había compartido la vida entera, aquella de la que conocía todos sus matices y por la que sin dudarlo daría la vida: Oscar François de Jarjayes.
Y ahí, de pie frente a ella y mirándola absolutamente cautivado, no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera en cuanto la amaba.
- Buenos días. - les dijo Oscar a todos, y de inmediato buscó la mirada de André, pensando que él podría estar enojado con ella luego de que la noche anterior le reclamara sutilmente que sólo se pondría un vestido por Fersen.
Sin embargo, contrariamente a lo que ella esperaba, él la veía con más amor que nunca, y Oscar se sintió atrapada por su mirada, tanto que por un instante no pudo moverse, y se perdió en el profundo amor que sentía por él.
- Buenos días, Lady Oscar. - respondieron las sirvientas al unísono, y ella volvió a la realidad y avanzó unos pasos para sentarse al lado de André, el cual le acomodó la silla como todo un caballero.
- Gracias... - le dijo ella, algo sorprendida por su actitud, ya que por la confianza que ambos se tenían - y también por la forma en la que ella había sido educada - él rara vez hacía algo como eso.
- De nada... - respondió él, tratando de contener sus sentimientos hacia ella, y tras decir esto se sentó a su lado.
Entonces Oscar, notando casi de inmediato que su mano estaba vendada, la tomó con delicadeza.
- ¿Qué te pasó? ¿Estás herido? - le preguntó con dulzura.
- No... No... - le respondió él, y sonrió al sentir la piel de su amada sobre la suya. - Solo fue un corte sin importancia. - le dijo.
- ¿Un corte? - preguntó ella con curiosidad.
- Nada de importancia. - le dijo él.
Mientras tanto, Mirelle escuchaba atentamente la conversación de ambos y recordó lo que el nieto de Marion le había dicho sobre no dejar escapar la felicidad. De espaldas a ellos y mientras envolvía unos paquetes, la joven pensaba que esa frase que André le había dicho podría haber sido la señal que tanto esperaba para por fin tomar una decisión .
Sin embargo, Mirelle no era la única que estaba atenta a lo que ocurría en esa cocina: Brigitte, otra de las doncellas que atendía a la familia Jarjayes no solo escuchaba la conversación que mantenían Oscar y André, también los observaba, y es que desde que la hija de Regnier atravesó la puerta, la doncella notó que algo extraño estaba pasando entre ellos.
Ya no había manera de ocultarlo. Por más que ambos se esforzaban en disimular su amor, era imposible hacerlo; la forma en la que se hablaban, en la que se miraban, e incluso la forma en la que Oscar tomó la mano de André para preguntarle que era lo que le había pasado los delataba; todo parecía gritar que ellos se amaban.
Y al percatarse de ello, Brigitte - que era la única que los estaba observando - se puso nerviosa y soltó el paquete que tenía entre las manos, y los presentes dirigieron su mirada hacia ella para ver que era lo que le ocurría.
- ¿Estás bien, Brigitte? - le preguntó la dueña de casa, al ver que la joven había empalidecido.
- Sí. Estoy bien señorita... - respondió Brigitte, aunque se le veía bastante nerviosa.
- ¡Pero niña! ¿En qué estabas pensando? - rezongó Stelle, creyendo - en un primer momento - que Brigitte había soltado el paquete porque algo la había distraído, pero no sólo era eso lo que le pasaba: parecía estar al borde del desmayo. Y al notarlo, Oscar y André se levantaron para ayudarla.
Y mientras el nieto de Marion la sostenía para que no se cayera, la heredera de los Jarjayes tomaba su muñeca para tomarle el pulso.
- Estás muy fría, Brigitte. - le dijo Oscar. - Creo que te ha bajado la presión. - indicó. Y tras escucharla, las compañeras de la joven se preocuparon y se acercaron a ella.
- Estoy bien señorita, sólo fue un mareo... - dijo la joven Brigitte.
- Mirelle, por favor, acompáñala a su habitación. - dijo Stelle, preocupada por la doncella. - Hemos estado trabajando sin parar desde que amaneció. Descansemos un momento.
- Sí, Stelle. - dijeron todas, y se retiraron a sus habitaciones no sin antes despedirse de la dueña de casa y de André.
- Stelle... ¿Qué está pasando? ¿Por qué había tanto alboroto? - preguntó Oscar mientras volvía a sentarse.
- Sí, Stelle. ¿Aquí está pasando algo extraño?... Por cierto, ¿dónde está mi abuela? - preguntó André.
De pronto, una voz conocida se escuchó en la entrada de la cocina:
- ¡Buenos días! - dijo alguien.
Era Marion, la cual acababa de llegar a la casa con más paquetes, los cuales puso en uno de los muebles de la cocina.
- Buenos días, nana. - respondió Oscar, con la alegría de volver a verla.
- ¡Buenos días, abuela! - exclamó André, y la abrazó con todas sus fuerzas, pero la abuela - que no estaba acostumbrada a sus muestras de afecto - se lo quitó de encima ante las risas de Oscar y Stelle.
- ¿Y a ti qué te pasa muchacho endemoniado? - le dijo. - ¿¡Que habrás hecho ahora que estás tan cariñoso conmigo?! - rezongó.
- ¡No he hecho nada! - le dijo él riendo - ¿Es que no puedo darle un abrazo a mi propia abuela? - replicó.
Y es que André estaba tan feliz que no podía contener su alegría; quería compartirla con todo el que se encontrara en su camino.
Por su parte, Oscar tampoco cabía en su felicidad al verlo tan contento. Cada sonrisa suya y cada muestra de afecto que daba - aunque no fuese para ella - llenaba su corazón de una infinita emoción.
Y luego de algunos segundos de risas debido a la reacción de Marion, Stelle dijo:
- Marion, envié a las muchachas a descansar unos minutos porque estaban cansadas y ya nos falta poco para terminar. Por cierto, la señorita preguntaba el porqué de tanto alboroto.
Entonces, la nana dirigió su mirada hacia la dueña de casa.
- Niña, lo que sucede es que la señora nos envió una carta pidiéndonos comprar alimentos, medicinas y regalos para los pobladores de las zonas aledañas a la casa de la niña Cloutilde. Al parecer hay gente muy pobre por allá, y ella y su hermana tienen pensado organizar un evento para entregarles toda la ayuda que puedan antes de Navidad, de hecho me han pedido que vaya para allá para ayudarlas con todo.
- Pero abuela, en estos momentos es muy peligroso salir de Versalles. - le dijo André preocupado.
- No te preocupes, hijo. El general irá para allá también con una escolta de su regimiento. Estaré protegida. - le dijo Marion para tranquilizarlo.
- ¿Y cuando parten, nana? - preguntó Oscar.
- El domingo por la tarde. - respondió la abuela. - Como son seis horas en carruaje estaremos llegando a la casa de la niña Cloutilde por la noche. Permaneceremos allá solamente unos días y luego los tres retornaremos aquí para pasar la Navidad y su cumpleaños con usted. - indicó la nana, y al escucharla Oscar sonrió.
Mientras tanto, y no muy lejos de ahí, Brigitte caminaba por los largos pasillos de la mansión hacia su habitación sostenida del brazo de Mirelle.
- ¿Cómo te sientes? - le preguntó la futura esposa de Thomas.
- Mejor... Fue solamente un mareo. - le respondió Brigitte.
Sin embargo, la joven aún no se recuperaba de la impresión de ver a Oscar y a André hablarse y verse de esa manera, y es que Brigitte temía que pudiera desatarse una tragedia si el General Jarjayes llegara a sospechar que había algo entre ellos, de hecho, fue una razón parecida la que la obligó a abandonar su último empleo.
Un par de años atrás, Brigitte había estado trabajando en la casa de otra familia de la aristocracia, también en Versalles. Todo marchaba bien hasta que la señorita de la casa se enamoró de su maestro de alemán, un joven culto y muy apuesto que no pertenecía a la nobleza.
Ni siquiera había pasado nada entre ellos cuando la familia lo descubrió, y se armó tal escándalo que todos en la casa lo supieron: el ama de llaves, los sirvientes; todos. Entonces, la joven de noble cuna - sin darse cuenta del riesgo en el que ponía al hombre que amaba - amenazó a su familia con fugarse con él si ellos no aceptaban el amor que había entre ambos, y tan sólo unas horas después de hacerlo, aquel bondadoso joven apareció muerto por un disparo debajo de un puente cerca del río Sena, y al enterarse de lo ocurrido, la noble joven entró en tal desesperación que se quitó la vida lanzándose desde el mismo puente donde encontraron a su amado.
Para Brigitte fue muy duro todo lo que pasó, ya que apreciaba mucho a su ama; ella era la persona más cercana a aquella joven ya que la atendía directamente, y todo aquello le afectó tanto que tuvo que alejarse de esa casa para poder superar esa tragedia y seguir con su vida. Sin embargo, observar lo que pasaba entre André y Oscar le hizo revivir aquellos difíciles momentos, y la descolocó pensar que la tragedia pudiera repetirse en la casa Jarjayes, más aún conociendo el duro carácter del patriarca de la familia.
- "No, André... Tú no..." - pensaba la joven.
Más allá que André fuera un hombre con el que cualquiera de ellas sonaría con casarse, Brigitte en verdad lo apreciaba. El nieto de Marion era una persona tan amable que se ganaba la simpatía y el cariño de quien lo conociera, y ella temía genuinamente por su vida.
- Todas estamos trabajando desde tempranas horas y eso agota a cualquiera... ¿no lo crees Brigitte? - le dijo Mirelle amablemente, sacándola de sus pensamientos, justo cuando ambas llegaban a la habitación de la joven doncella. - Recuéstate. Yo vendré a verte en unos minutos, y si te sigues sintiendo mal te disculparé con Madame Marion y nosotras nos encargaremos de todo. Tú no te preocupes por nada.
Y tras decir esto, Mirelle le ayudó a recostarse y la cubrió con varias mantas para darle calor. Y luego - habiéndose asegurado de que su amiga estaba cómoda - le preguntó:
- ¿Estarás bien si te dejo sola?
Y al escucharla Brigitte suspiró.
- Sí, estaré bien. - respondió. - Muchas gracias por acompañarme hasta aquí.
Y Mirelle - con una dulce sonrisa - le dijo:
- Estaré pendiente de ti... Descansa.
Y tras esto se retiró, dejando a la angustiada joven llena de temor.
...
Habían pasado varios minutos desde que André y Oscar se encontraron en la cocina, y para ese momento ya estaban en la entrada de la mansión. Uno de los sirvientes les había dejado sus caballos listos en el patio y ambos se disponían a partir rumbo al cuartel.
- Que día tan frío... - comentó ella. - Hoy debe ser el día más frío desde que empezó el invierno.
- Sí, hace frío hoy... - le dijo él, y aunque el clima era lo que menos le importaba en ese momento, sabía que ella tenía razón, por lo que tomó una de las capas que estaba colgada detrás de la puerta principal, la colocó sobre el cuerpo de su amada y con cuidado empezó a asegurarla a la altura de su cuello.
- ¿Quieres evitar que me resfríe? - le dijo ella con una dulce sonrisa, y tratando de contenerse para no arrojarse directamente hacia sus brazos.
- Es mi responsabilidad cuidar de ti... Nunca voy a dejar que algo malo te pase. - le respondió André muy seguro de lo que decía, y también con una enorme ternura.
Y mientras él terminaba de asegurar la capa que hacía unos instantes había colocado sobre los hombros de la mujer que amaba, Oscar no podía dejar de mirar su rostro. Qué fácil hubiese sido besarlo en ese momento, que fácil hubiese sido decirle que lo amaba con todo su corazón, pero aún no se atrevía a hacerlo.
Por otro lado, aunque André sabía que no podía declarársele abiertamente en ese momento, ya no estaba dispuesto a ocultarle sus sentimientos; a partir de ese momento la trataría como lo que ella era para él: su futura esposa.
- Estás actuando de una forma muy extraña hoy... - le comentó Oscar a André, luego que él sostuviera las riendas de su caballo para asegurarse que ella no corra peligro al montarlo, cosa que realmente no era necesaria ya que Oscar era una jinete experta y su caballo estaba muy bien adiestrado.
- ¿Te molesta? - le preguntó él mirándola a los ojos, y poniendo en esa pregunta todo el amor que sentía por ella.
- No... - le respondió Oscar, mirándolo con el mismo amor que él sentía por ella. Y es que a pesar de ser una mujer lo suficientemente independiente como para hacer todo por sí misma, ella apreciaba mucho que él la cuide; sentirse amada y protegida por André llenaba su corazón de una infinita felicidad, porque él era todo para ella.
Y luego de quedar atrapados por varios segundos en ese pequeño universo que construían cuando estaban juntos, André también se montó sobre su hermoso corcel, y ambos, sintiéndose más enamorados que nunca, iniciaron juntos su camino hacia el cuartel militar.
...
Fin del capítulo.
