Capítulo 31
Angustias e ilusiones
En su oficina, Oscar, sentada frente a su escritorio, revisaba los informes que habían llegado aquella mañana desde algunas de las principales ciudades de Francia. Aunque aún no se había anunciado oficialmente que el rey había aceptado que se instauren los Estados Generales, los informes indicaban que las provincias ya se preparaban para elegir a los líderes que los representarían; la voz del pueblo pugnaba por ser escuchada, y todo parecía indicar que finalmente tendría la oportunidad de ser oída.
- André, el rey anunciará pronto la instauración de los Estados Generales. - le dijo la heredera de los Jarjayes al nieto de Marion, dirigiendo su mirada hacia él.
Y luego de decir esto, se levantó y caminó hacia la ventana.
-Sabía que nada podía evitar que esto ocurriera, pero debo confesarte que estoy preocupada. - agregó la heredera de los Jarjayes.
-¿Qué temes?... ¿Que cuando se lleven a cabo las reuniones los representantes del pueblo no logren ponerse de acuerdo con la familia real, la nobleza y el clero? - le preguntó André, y Oscar volteó a mirarlo.
- Así es, eso es exactamente lo que temo. Y si eso llegara a ocurrir, la distancia que existe entre los monarcas y el pueblo de Francia se hará aún más grande. - le respondió Oscar, y André - que se encontraba de pie al lado del escritorio - se mantuvo en silencio, ya que compartía su misma preocupación.
- Solo queda esperar lo mejor... - le dijo ella con resignación, y tras ello su voz se tornó determinada. - Por lo pronto, lo único que tengo claro es que la Compañía B debe estar a la altura de las circunstancias durante todo este proceso. - comentó, y André sólo sonrió mientras ella volvía a su escritorio para seguir leyendo sus informes.
- "Óscar... Si hay algo que siempre he amado de ti es esa tenacidad y valor con la que enfrentas los retos, y el amor que tienes hacia nuestro país." - pensó él, mientras la observaba concentrada en su lectura. - "Sin embargo, ahora que sé que me amas y que hay una esperanza para nosotros todo lo que quiero es llevarte conmigo lejos de aquí para que comencemos una nueva vida juntos... "
Y mientras pensaba en eso, Oscar - sintiendo que André la observaba - dirigió su mirada hacia él .
- ¿En qué piensas? - le preguntó la hija de Regnier.
- En el futuro... - le respondió él, y ella sonrió.
- El año que viene será decisivo para Francia, André... Y nosotros jugaremos un rol muy importante en la construcción del nuevo rostro de nuestro país. - le dijo, tratando de pensar en positivo.
Y mientras la miraba, André solo podía pensar en cuanto la amaba, sin poder sacar de su mente el deseo de llevársela y de que ella se olvide de todo y de todos. En lo más profundo de su corazón, él quería que Oscar empiece a pensar únicamente en todos los momentos de felicidad que podrían tener juntos si dejaban todo atrás.
- "¿Estaré siendo egoísta?" - se preguntaba a sí mismo, mientras veía como ella volvía a colocar la vista sobre sus informes.
Y ahí, en aquella amplia oficina de la Comandante de la Compañía B de la Guardia Francesa, André continuó con su reflexión.
- "Pero Oscar, aún si pudieras renunciar a la carrera militar que tanto te apasiona... cómo podría pedirte que renuncies a tu familia por mí... Cómo podría pedirte que dejes a tu padre, a quien tanto amas, sin su única heredera, que renuncies al título del que él siempre se ha sentido tan orgulloso para casarte conmigo... casarte conmigo en la clandestinidad, porque yo no soy un noble... Oscar, él nunca te perdonaría algo así, y yo sé que tú sufrirías mucho si lo decepcionaras..." - pensó, sintiendo una profunda frustración por no saber que hacer. - "¿Por qué?... ¿Por qué si todos los seres humanos nacemos iguales tenemos que vivir así?" - se cuestionaba.
Sin embargo, aunque no lo pareciese en ese momento, ella también tenía el mismo conflicto; Oscar tampoco sabía como manejar esa situación: lo único que tenía claro era que amaba a André con todo su corazón, y que quería estar a su lado para siempre.
...
Mientras tanto, María Antonieta se encontraba en el palacio de Trianón jugando con sus hijos, acompañada de algunas damas de la nobleza.
De pronto - y luego de anunciarse con una de las sirvientas - Gerodelle ingresó al salón donde ella se encontraba, y al verla se inclinó haciendo un formal saludo.
- Buenos días, Su Majestad. - le dijo Victor Clement a María Antonieta.
- Buenos días, Gerodelle... Que bueno que ya estás aquí. - le respondió ella, y de inmediato se dirigió a las damas que la acompañaban. - Por favor, déjennos solos.
- Enseguida, Su Majestad. - dijeron las tres damas que estaban con ella. - Vengan niños, su madre tiene un asunto que tratar con el Conde Gerodelle - les dijo una de ellas a los príncipes, instándolos a salir.
- Buenos días, Conde. - saludó la princesa María Teresa, de tan solo nueve años, mientras se dirigía hacia la salida .
- Buenos días, princesa. Me alegra verla bien. - le respondió Victor con simpatía, y ella sonrió con entusiasmo.
- Es que sólo faltan tres días para que sea mi cumpleaños. - respondió María Teresa.
- Es cierto, princesa. En solo tres días usted cumplirá diez años. Es una edad muy importante para una dama. - le respondió él sonriéndole también, y la niña salió corriendo muy feliz hacia el pasillo.
- Buenos días, Conde. - saludó con una inocente voz el príncipe Luis Carlos, de tan solo cuatro años. - Conde Gerodelle... ¿Cree que hoy podamos jugar de nuevo con las espadas? - le preguntó el niño ante la tierna sonrisa de María Antonieta, quien observaba a su pequeño llena de amor.
- Sólo si Su Majestad está de acuerdo, príncipe. - le respondió él.
- Madre... ¿puedo? - preguntó el pequeño, dirigiendo su mirada hacia la reina de Francia.
- Si puedes Luis Carlos, pero por la tarde y sólo un momento. El conde tiene muchas ocupaciones por estos días y no podemos distraerlo. - respondió María Antonieta.
- ¡Gracias madre! - respondió el niño, y tras ello corrió a abrazarla. Pero luego, con la misma rapidez, salió del salón, siendo perseguido de inmediato por las damas que se encontraban en la entrada del salón.
Aunque Gerodelle trataba de comportarse de acuerdo a los protocolos establecidos para tratar a los miembros de la familia real, con los niños era imposible. Al igual que su predecesora, Victor los conocía desde su nacimiento, y los pequeños le tenían mucha confianza ya que él siempre había estado alrededor de ellos. Además, durante la época en la que la reina decidió alejarse completamente de Versalles, los príncipes se hicieron mucho más cercanos a él, ya que en el pequeño Trianón todos vivían con mayor libertad, incluso Gerodelle que mantenía la enorme responsabilidad de liderar la Guardia Real.
Por aquellas fechas, María Antonieta se había instalado nuevamente en Versalles por consejo de Fersen, aunque visitaba con frecuencia aquel pequeño palacio en el que ella y sus hijos eran tan felices. Aquel era uno de esos días, y por eso, aprovechando que en ese lugar tenía mayor privacidad para hablar con Gerodelle, decidió llamarlo.
- Gerodelle, te pedí que vinieras porque necesito comunicarte algo muy importante. - le dijo la reina al Comandante de la Guardia Real.
- ¿De qué se trata, Su Majestad? - preguntó Victor Clement, y la esposa de Luis XVI hizo una breve pausa.
- El rey ha decidido convocar a los Estados Generales. - le dijo, y bajó la mirada sintiéndose derrotada; lo último que hubiese querido era que el poder de la corona se vea debilitado por algo así.
- Su Majestad, si he de ser sincero, me toma por sorpresa. - le dijo Gerodelle, algo descolocado por la noticia.
- Entiendo... Tú al igual que otras personas cercanas a mí conoces mi posición con respecto a este asunto. - le respondió ella. - Ten por seguro que ni para el rey y ni para mí ha sido fácil esta decisión... - comentó la reina, resignada.
Y luego de hacer una larga pausa, ante la inquieta mirada de Victor Clement, María Antonieta continuó.
- Gerodelle, desde que Oscar te nombró como su sucesor en la Guardia Real he depositado en ti toda mi confianza. Es por eso que quería que sepas esto desde ahora. - le dijo. - Si bien el anuncio oficial será en Enero del próximo año, no será hasta Mayo que se iniciarán las reuniones, y eso dará tiempo suficiente para que todo se prepare. - mencionó.
Entonces, la reina caminó unos pasos hacia el amplio ventanal que daba a los jardines del palacio.
- Por ahora ni siquiera el Consejo de Ministros sabe de esta decisión. - le dijo al conde mientras observaba el exterior. - Las únicas personas que saben de esto aparte de nosotros son el General Boullie y Oscar, porque ella será la responsable de la seguridad de los Estados Generales junto con su Compañía.
- Su Majestad, le agradezco su confianza al compartir conmigo esta información. Y como siempre cuente con mi discreción. - dijo Gerodelle formalmente, y tras una pausa, la reina volvió a dirigirse a él.
- Gerodelle, para ser honesta contigo tengo un mal presentimiento con respecto a lo que está por venir. - le dijo. - La verdad es que no sé en que vaya a acabar todo esto, por eso te pido que redobles tus esfuerzos en la seguridad del palacio de Versalles, y que hagas lo mismo con el palacio de Meudon donde se encuentra Luis Joseph. Necesito estar segura de que mis hijos estarán a salvo si llegara a pasar algo.
- Su Majestad, mientras yo sea el comandante de la Guardia Real le garantizo que los príncipes no correrán ningún peligro. - le respondió el conde, muy seguro de sus palabras.
- Muchas gracias, Gerodelle. - le dijo la reina, mucho más tranquila.
Por alguna extraña razón, Victor siempre lograba calmarla. Para María Antonieta, él emanaba la misma seguridad y serenidad que Oscar. Incluso en muchas ocasiones, esas características de su personalidad lograban hacer que ella recordara con nostalgia a la hija de Regnier de Jarjayes. Sin embargo, aún cuando extrañaba a Oscar a su lado, se sentía protegida y a salvo por quien ahora ejercía el cargo de Comandante de la Guardia Real.
...
Algunas horas más tarde, y luego de haber culminado su jornada laboral, Oscar y André se dirigieron a la mansión. Durante todo el día la heredera de los Jarjayes había estado muy concentrada pensando en la mejor manera de organizar a su Compañía para la gran responsabilidad que tenían por delante, y con el apoyo de André había logrado tener una primera idea de como afrontarían lo que se avecinaba.
No obstante, aunque Oscar no lo había notado, el nieto de Marión había hecho un gran esfuerzo para mantenerse concentrado en su trabajo durante las largas horas que había pasado con ella, y es que a pesar de todas sus preocupaciones con respecto al futuro no podía olvidar la felicidad que sentía al saber que Oscar lo amaba.
Al llegar ingresaron al recibidor, y ahí encontraron al General Jarjayes, quien de pie al lado de la chimenea fumaba su pipa.
- Padre... - dijo Oscar sorprendida, ya que él acostumbraba pasar casi todos los días con su regimiento.
- Buenas tardes, General Jarjayes. - agregó André.
- ¡Ah!... Ya están aquí. - mencionó el general. - Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos. - les dijo.
- Así es padre... ¿Está todo bien? - le preguntó Oscar, al notar en el rostro de su padre una cierta preocupación.
- Lo usual hija... lo usual... - respondió él, y tras ello, hizo una larga pausa.
- Padre, me gustaría hablar contigo... ¿Tienes unos minutos? - preguntó Oscar.
- Sí, por supuesto. - le respondió su padre. Entonces, Oscar dirigió su mirada hacia André.
- André, estaré en el despacho con mi padre. - le dijo. - ¿Puedes decirle a mi nana que vaya para allá?
- Claro que sí, Oscar. - respondió él. - Nos vemos luego. - le dijo, y luego se dirigió al patriarca de la familia. - Con su permiso, General Jarjayes. - le dijo al padre de la mujer que amaba.
- Nos vemos luego, André. - le respondió él, con la amabilidad con la que siempre lo trataba.
Entonces André se dirigió a un salón contiguo al recibidor, y se sentó en uno de los amplios sofás que ahí se encontraban.
Y estando ahí, una duda asaltó sus pensamientos.
- "¿Será nuestra diferencia de clases sociales la razón por la que Oscar no me ha revelado lo que siente? - pensó.
Efectivamente, a la heredera de los Jarjayes le preocupaba esa situación. De hecho, aunque no creía que su padre fuese capaz de hacer algo contra André solo porque se amaran, no sabía de lo que su progenitor podría ser capaz si la declaraban traidora; Oscar tenía muy claro que si ella decidía casarse con él en la clandestinidad y era descubierta ese sería su destino, y una situación así le traería grandes problemas no solamente a ella y a André - cuya vida podría peligrar - sino también a su familia.
Para el general, el honor y la tradición de los Jarjayes estaba por encima de todo y de todos, y por eso Oscar estaba segura de que su padre jamás aceptaría un matrimonio entre ambos, así sea en la clandestinidad, ya que pensaba que él no haría nada que ponga en riesgo el nombre de su familia.
No obstante, esa no era la verdadera razón por la que la hija de Regnier no le había confesado sus sentimientos a André. La única razón que le impedía decirle que lo amaba era el gran temor que sentía por creer que él no sería capaz de dejar atrás el hecho de que ella haya estado enamorada de Fersen; Oscar era consciente que los sentimientos que tuvo hacia el conde habían herido profundamente el corazón de André, y temía que él no fuera capaz de seguirla amando después de haberlo lastimado tanto.
Ahí, sentado en aquel salón contiguo al recibidor de la mansión Jarjayes, el hijo de Gustave Grandier ignoraba los temores que atormentaban el corazón de la mujer que amaba; él tenía sus propias preocupaciones con respecto al futuro de su relación con ella. No quería amarla en la clandestinidad, y no quería alejarla de su familia ni quería convertirla en una decepción para su padre; la amaba demasiado como para arrastrarla a una situación como esa.
- ¿André? - escuchó de pronto el nieto de Marion.
Era Mirelle, quien pasaba por el salón donde él se encontraba.
- Ah Mirelle, eres tú... - le dijo André, con una amable sonrisa. La verdad era que le había alegrado mucho que llegara en ese momento, ya que necesitaba que alguien lo rescate de sus propios pensamientos para dejar de seguir dándole vueltas a algo que de momento no tenía ninguna solución.
- ¿Desde hace cuánto estás por aquí? - le preguntó la doncella, sin poder evitar sentirse nerviosa al verlo.
- Llegué con Oscar hace algunos minutos. - le respondió él.
Y en aquel momento, mientras lo miraba, a Mirelle le resonaron nuevamente las palabras que él mismo le había dicho: "No dejes escapar tu felicidad...". Ahí, frente al hombre que por esos días ocupaba cada uno de sus pensamientos, sintió que todo lo que quería era estar con alguien como él.
Sin embargo, a pesar de que André le hacía sentir cosas que como mujer hacía mucho tiempo ya no sentía, sabía que estaba mal pensar en él de esa manera; ella era una mujer comprometida y la fecha de su boda se hacía cada vez más próxima, por lo que decidió irse creyendo que lo mejor que podía hacer en ese momento era alejarse de su principal tentación.
- André, si necesitas algo estaré en la cocina. - le dijo Mirelle bajando la mirada, y caminó algunos pasos hacia la salida.
- Espera Mirelle... No te vayas tan rápido... - le dijo André mientras se levantaba del sillón donde estaba sentado, y algo sorprendido de que ella no quisiera intercambiar con él ni siquiera un par de frases. - Hace tiempo que no conversamos. ¿Cómo estás? - le preguntó.
Y ella, no siendo capaz de inventar alguna excusa para retirarse, dirigió nuevamente su mirada hacia él.
- Estoy bien, André... - le dijo, y sonrió sin poder evitar sentir emoción al notar que él quería conversar con ella.
- Recuerdo que antes hablábamos más... - le dijo. - pero desde que me uní a la Guardia Francesa he pasado tan poco tiempo en esta casa que tengo la sensación de que nos hemos alejado. - mencionó.
- Es cierto André... Ya casi no nos vemos... - le respondió ella.
- Pero ahora estoy aquí, y podemos ser los amigos de siempre. - le dijo el nieto de Marion con una amable sonrisa, y ella también sonrió. - Dime, ¿cómo te sientes estando tan próxima a casarte?
Y ante su pregunta, ella evadió su mirada.
- André... La verdad preferiría no hablar de eso. - le dijo Mirelle.
- Perdóname... No era mi intención ponerte más nerviosa. - le respondió él, sin saber que ese era el último tema que ella quería tocar con él.
Pero el nieto de Marion, que no tenía idea de lo que sentía aquella doncella, insistió.
- Aunque no deberías estarlo. Serás muy feliz con Thomas... - le dijo, y sonrió pensando por un instante en su futuro con Oscar. Pero Mirelle, que ya no quería hablar más de eso, cambió de tema.
- Stelle nos dijo que estarás viniendo a casa todas las tardes... como antes... ¿Es cierto? - preguntó la joven.
- Es cierto. - respondió él. - La compañía de la Guardia Francesa a la que pertenezco está de vacaciones. Solamente Oscar y yo nos quedamos para seguir trabajando, y por eso ella hizo esa pequeña excepción durante los días que quedan de esta semana. - le comentó.
- ¿Pero entonces no saldrás de vacaciones para Navidad? - le dijo sorprendida, y André soltó una carcajada.
- Claro que saldré de vacaciones... - le dijo riendo. - Me gusta mi trabajo, pero tampoco exageremos... - añadió. - A partir de la próxima semana me tendrás todo el día circulando por la casa. Espero que no te aburras de mi presencia. - le dijo André bromeando.
Y al escucharlo, una nueva ilusión se despertó en el corazón de esa joven. Quizás estando él ahí podrían recuperar aquella amistad que en ese momento parecía tan lejana. Quizás, estando cerca el uno del otro, él podría ver en ella a alguien más que a una amiga.
...
Fin del capítulo
