Capítulo 33

Una situación inesperada

Una nueva semana estaba por iniciar, y no era cualquier semana, sino una que traía consigo muchos acontecimientos importantes.

A pesar de los problemas y del ambiente de incertidumbre que se vivía en Francia, las familias esperaban la llegada de la navidad, y no faltaban los comerciantes que ofrecían sus productos en los coloridos mercadillos que adornaban las afueras de París.

Aquel domingo de Diciembre, luego de cabalgar algunas horas cerca del río, André y Oscar decidieron ir a uno de ellos para contagiarse de su ambiente festivo, y olvidarse por un momento de las difíciles circunstancias por las que atravesaba su país.

No era la primera vez que lo hacían, de hecho, acostumbraban hacerlo cada año por esas fechas. Iban muy bien abrigados con sencillas capas que los cubrían del frío. Al estar a una temperatura de cinco grados bajo cero casi todos lucían como ellos, y eso les facilitaba caminar con tranquilidad por aquellas zonas de la ciudad.

- ¿Hueles ese aroma? - le preguntó André a Oscar de repente, con una gran emoción. - Vino caliente, castañas y panecillos... Ya estamos por llegar. - le dijo, y ella rio al ver que su rostro se iluminaba como el de un niño.

- ¿Sólo piensas en comer? - le preguntó Oscar sonriendo alegremente, y él - casi sin prestar atención a sus palabras - tomó su mano y la obligó a avanzar más rápido para llegar pronto a su destino.

Y justo al doblar la esquina de la calle por la cual caminaban, se encontraron con lo que estaban buscando: decenas se puestos alineados alrededor de una plaza exponiendo a su paso una gran variedad de cosas, desde tartas hasta vinos, y desde vinos hasta finas artesanías.

Al llegar, lo primero que hizo el nieto de Marion fue llevar a Oscar a una de las tantas fogatas encendidas alrededor de la plaza. Hacía mucho frío aquella mañana y lo último que él quería era que su amada compañera se enferme.

- ¡Qué calidez! - exclamó André al sentir el calor del fuego.

- Sí... Afortunadamente esta plaza tiene muchas fogatas puestas. No pasaremos frío aquí. - comentó Oscar.

- Este invierno ha sido el más fuerte de los últimos años, me alegro que quienes organizaron todo esto hayan tenido eso en cuenta y hayan colocado más fogatas que en años anteriores. - respondió André.

Y luego de que se hubiesen aclimatado, ambos se dirigieron hacia los puestos; compraron chocolates y avellanas, admiraron las artesanías, y probaron todos los dulces y bizcochos que les ofrecieron hasta que llegaron a un puesto muy particular en donde se exponían antigüedades como lámparas, jarrones y adornos de todo tipo.

De pronto, un objeto llamó la atención de Oscar, y luego de observarlo durante unos segundos se dirigió a la vendedora.

- Buenas tardes. ¿Este objeto también está a la venta? - preguntó Oscar, señalándolo.

- Buenas tardes, señorita... - le respondió la vendedora, con una amable sonrisa. - No, ninguno de estos objetos está a la venta. Solo los expusimos para atraer la atención de nuestros posibles clientes. - agregó.

- Ya veo... - respondió la heredera de los Jarjayes, y sonrió algo decepcionada.

- Pero nuestros panecillos con crema están deliciosos. Les aseguro que no encontrarán ninguno igual en toda la plaza. - comentó alegremente la vendedora, y André, al notar que Oscar se había quedado pensativa, le respondió.

- Pues quisiera probarlos. Deme una bolsa de ellos, por favor. - le dijo, y la vendedora se apresuró a entregarle su pedido.

Y luego de que André pagara su compra, ambos se dirigieron al centro de la plaza, y mientras caminaban al hijo de Gustave Grandier lo asaltó una duda.

- Oscar... - le dijo, pero antes de terminar su frase, ella se adelantó a sus palabras.

- ¿Me vas a preguntar por qué me interesé en una joya tan sencilla? - le dijo.

- En realidad te iba a preguntar por qué te interesaste en una joya. - respondió él, sonriendo por su interrupción. - Nunca te han interesado. - agregó.

Era cierto. A ella nunca le habían llamado la atención las joyas, y es que al haber sido criada como un hombre no les daba ningún valor. Sin embargo, esa en particular había llamado su atención.

- Ese broche en forma de rosa me recordó a una historia que mi madre nos contó hace muchos años a mis hermanas y a mí. - le dijo Óscar al nieto de Marion.

Y luego de una pausa, la heredera de los Jarjayes continuó.

- Ella nos dijo que antes de conocer a mi padre, mi abuela y ella tuvieron serios problemas económicos luego de la muerte de mi abuelo. Por aquellos tiempos vivían en Lorena, pero aunque eran nobles estaban a punto de caer en la miseria, y por ello, para poder salir adelante, mi abuela tuvo que vender todas sus joyas y con ese dinero tratar de mantener el estilo de vida que llevaban hasta ese momento. - le relató.

Entonces André la miró sorprendido. A pesar de haber crecido en la casa Jarjayes nunca había oído de aquella historia, por lo que siguió escuchando a Oscar con toda su atención.

- Mi madre ignoró todo eso durante un tiempo porque mi abuela le ocultaba su verdadera situación, sin embargo, un día tuvo que confesárselo porque mi madre la descubrió a punto de vender unos cuadros muy valiosos que habían sido pintados por mi abuelo, y los cuales tenían un gran valor para ella. - le dijo la hija de Regnier. - Después de eso, mi abuela tuvo que decirle todo: que había vendido sus vajillas, sus objetos de valor, y todas sus joyas, entre ellas, un pequeño broche de oro en forma de rosa que le gustaba mucho. Y por lo que mi madre me dijo, aquel broche tenía las mismas características del que acabo de ver en el puesto por el que acabamos de pasar. - le comentó, y André volteó hacia ella, aún algo confundido por su relato.

- Pero Oscar, me comentaste que tu abuela y tu madre eran nobles, y esa joya - si bien es de oro y es muy hermosa - se veía bastante sencilla, y es muy distinta de las que usa tu madre hoy en día... ¿Crees que podría tratarse de la misma? - le preguntó.

- Dudo que se trate de la misma... Ha pasado mucho tiempo desde que todo eso ocurrió... - le respondió Oscar. - Sin embargo, si tiene las mismas características del broche que me describió mi madre.

Y luego de un breve silencio, ella continuó.

- André, la familia de mi madre era noble, pero eran nobles de una pequeña provincia de Lorena cuando Lorena ni siquiera pertenecía a Francia. - le dijo. - Además, cuando mi madre nació, su familia solamente tenía cuatro generaciones siendo de la aristocracia, eso quiere decir que antes fueron plebeyos... por eso no me sorprende que hayan tenido una joya tan sencilla como esa. - comentó.

André estaba anonadado. No tenía idea de que la que era ahora Georgette de Jarjayes hubiese sido una noble de bajo rango, ni que hubiese atravesado por tan serios problemas económicos en su juventud; esa era una información completamente nueva para él.

- Oscar, si es cierto lo que me dices no entiendo como es que el Luis XV aceptó que tu padre se case con tu madre. La familia Jarjayes es una familia noble muy antigua y de alto rango, y que el rey haya permitido que tu padre se case con una noble de bajo rango me resulta sumamente inusual. - le dijo, y al escucharlo Oscar sonrió.

- Es cierto... Fue una situación inusual. - respondió ella. - Lo que sucedió fue que...

Entonces, cuando Oscar iba a continuar con su relato, algo los distrajo.

Un grupo de personas se había reunido en el centro de la plaza, al parecer rodeando a alguien.

- ¿Qué sucede? - le preguntó André a una de las personas que se encontraban ahí.

- Es Lady Marie Christine... - le respondió un joven de unos veinticinco años al nieto de Marion.

- ¿Lady Marie Christine? - repitió André.

No era la primera vez que André escuchaba ese nombre. Aquella mujer se había vuelto muy popular, sobre todo entre los intelectuales de París, los cuales le tenían un gran aprecio.

Marie Christine era la actual amante del Duque de Orleans, sin embargo, a diferencia de Madame Dubarry, ella era una mujer de finos modales. A pesar de no tener un origen aristócrata era culta y educada, pero sobre todo era una apasionada defensora de los que consideraba debían ser los principios del pueblo de Francia; amaba la idea de que en algún momento todos los ciudadanos franceses puedan vivir en igualdad de condiciones, y colaboraba arduamente con la causa revolucionaria, siendo la perfecta anfitriona del Royal Palace, palacio que - desde hacía varios meses - había abierto sus puertas a los bien llamados antimonarquistas.

- Así que Lady Marie Christine ha venido a esta plaza... - comentó Oscar, quien también había escuchado el nombre de la última amante del Duque de Orleans.

- Así parece... - le dijo André. - Pero no alcanzo a verla desde aquí.

- Acerquémonos un poco más, André. - le dijo Oscar. - Tengo mucha curiosidad por saber de quien se trata. - agregó.

Pero en el momento en el que ella avanzó unos pasos con la intención de abrirse camino entre la multitud, el nieto de Marion la detuvo.

- Espera, Oscar. - le dijo. - Es posible que Lady Marie Christine haya venido acompañada por alguno de los sirvientes del duque, y podrían reconocerte. - agregó.

Y acercándose un poco más a ella, murmuró.

- Aquí nadie sabe que perteneces a la nobleza, y no podemos estar seguros de cómo reaccionarían los comerciantes si lo supieran.

Tras escucharlo, Oscar lo miró y asintió con la cabeza, y de inmediato caminaron en dirección contraria al centro de la plaza, ya dirigiéndose hacia el lugar en donde habían dejado sus caballos, que estaba a varias cuadras de ahí.

- ¿A qué habrá venido Lady Marie Christine a este lugar? - preguntó Oscar.

- He escuchado que ha estado visitando lugares que frecuenta la gente de la clase burguesa, es decir, personas del tercer estado que tienen un cierto nivel intelectual y económico. - comentó André. - Su objetivo es captar su atención para adherirlos al movimiento antimonarquista que tiene su sede en la casa del Duque de Orleans.

Entonces, pensativa, Oscar siguió caminando por las antiguas calles de París. Ya casi habían llegado al lugar donde habían dejado sus caballos, y pronto se dispondrían a volver a Versalles.

...

Aproximadamente una hora más tarde, la hija de Regnier y el nieto de Marion llegaron a la mansión. Aún no eran las seis de la tarde, pero habían estado fuera casi todo el día y lo único en lo que pensaban era en descansar.

Al llegar encontraron a Brigitte, quien era la doncella a quien Marion había encargado la atención de Oscar mientras ella no se encontrara en casa. Aunque era bastante joven, la abuela de André veía en ella cualidades que le gustaban, por lo que había decidido que sea ella la que se ocupe de servir exclusivamente a la heredera de los Jarjayes durante sus días de ausencia. Originalmente había pensado en Mirelle para esa labor, sin embargo, dado que la joven iba a casarse durante los primeros días de enero, prefirió no estresarla con esa obligación.

Y mientras André colgaba las capas en uno de los armarios, la mujer que amaba se dirigió a su sirvienta.

- Buenas tardes, Brigitte... ¿Alguna novedad de la que tenga que estar enterada mientras estuve fuera? - preguntó la dueña de casa.

- Ninguna, Lady Oscar. - respondió la joven. - Todo ha estado muy tranquilo durante su ausencia. La estaba esperando para preguntarle si se le ofrecía algo. - le dijo.

- Sí, Brigitte... - le respondió Oscar. - Por favor, ¿podrías prepararme un baño caliente? - preguntó.

- Por supuesto, señorita. - respondió la joven. - ¿Se le ofrece algo más? - agregó Brigitte.

- Por ahora nada más. Solo recuérdale a Stelle que André y yo cenaremos a las ocho, como siempre, para que tenga listo todo a esa hora. - le dijo la hija de Regnier.

- Enseguida, señorita. - respondió Brigitte, y tras ello se retiró.

Unos segundos después, André se dirigió a Oscar.

- Debes estar agotada... ¿Por qué no subes a descansar mientras te preparan tu baño? - sugirió él.

- Sí, eso haré. - respondió ella, y avanzó unos pasos en dirección a la escalera. - André, la pasé muy bien hoy... - le dijo, con aquella mirada de amor con la que siempre lo veía.

- Yo también. - respondió él sonriéndole con dulzura, y ella se retiró.

Y luego de suspirar por separarse de la mujer que amaba, se dijo a sí mismo en voz alta:

- Bueno... será mejor que yo también me de un baño antes de la cena...

Pero en el momento en el que estaba por retirarse, Mirelle ingresó al salón donde él se encontraba.

- André... Que bueno que ya estés de regreso. Estuviste fuera durante varias horas... - le dijo la doncella, tratando de controlar la molestia que sentía porque el nieto de Marion haya preferido salir a quedarse en casa.

- Hola Mirelle... - le dijo él, con su amable sonrisa de siempre. - No me di cuenta de que habían pasado tantas horas hasta que empezó a anochecer. - comentó André con inocencia.

- Debes estar muy cansado... ¿Quieres que te traiga una copa de vino? - preguntó la joven.

- No, Mirelle. Te lo agradezco, pero en serio no es necesario... - le dijo.

- Insisto. - le dijo ella. - Debes intentar relajarte un poco. - agregó Mirelle, y en ese momento Oscar entró por la puerta.

- André, olvidé decirte que... - le dijo mientras ingresaba, pero se detuvo al encontrar a Mirelle nuevamente a solas con el hombre que amaba.

- Buenas tardes, Lady Oscar. - le dijo la joven formalmente.

- Buenas tardes, Mirelle. - respondió Oscar, sin inmutarse.

Y luego de permanecer algunos segundos en un incómodo silencio, la joven prefirió retirarse.

- Con su permiso. - les dijo Mirelle, marchándose de inmediato.

Y una vez que Oscar y el nieto de Marion se quedaron solos, ella se dirigió a él :

- ¿De qué hablaban? - preguntó la hija de Regnier de manera muy directa, pero sin perder la calma.

- De nada... - le respondió él, sin percatarse de que a Oscar ya le estaba fastidiando el hecho de tener que encontrarlos juntos y a solas sabiendo lo que sabía de Mirelle. - Solamente me estaba preguntando si quería una copa de vino. - le dijo André.

- ¿No te parece que para ser una mujer comprometida se preocupa demasiado por atenderte? - le preguntó ella con mucha seriedad, y tomando a André por sorpresa.

- Pero, qué dices... Ella es así de amable con todos... - le respondió, aunque de alguna manera las palabras de Oscar lo habían inquietado, ya que le habían sonado a reclamo.

- Si tú lo dices seguramente es así. - comentó ella. - Pero a mí no me ofreció nada, y se supone que soy la dueña de esta casa. - agregó Oscar, con algo de ironía. - Bueno... Regresaré a mi habitación... Seguramente mi baño debe estar listo.

- Espera Óscar, ¿qué querías decirme? - le preguntó André, descolocado por las palabras de su amada. No era su intención hacerla sentir incómoda, a pesar de que, para él, Oscar estaba equivocada con respecto a Mirelle.

- Nada de importancia. - respondió la heredera de los Jarjayes, la cual había olvidado por completo la razón por la que había regresado a buscarlo.

- Debió ser importante para que hayas regresado desde tu habitación. - le dijo André, pero ella lo miró fríamente esta vez.

- ¡Dije que nada! - le respondió la hija de Regnier de Jarjayes, con la misma firmeza con la que les hablaba a los guardias franceses cuando quería que acatasen una orden, dejando sin palabras al nieto de Marion. - Te veo en la cena. - le dijo Oscar al hombre que amaba.

Aunque no dudaba de André, esa situación había cambiado el buen ánimo con el que había llegado a su casa. Sabía que él no era responsable de lo que aquella muchacha pudiera sentir por él, pero si era responsable de no mantenerse lejos de ella si intuía que algo extraño pasaba.

Sin embargo, André veía las cosas de otra manera. Para él, Mirelle solo trataba de ser amable, y debido a eso no tomaba a mal ninguna de sus atenciones. A pesar de ello, lo último que quería era que Oscar se sienta incómoda o - peor aún - que empezara a dudar de él, por lo que se prometió ser más cuidadoso en el futuro.

...

A la mañana siguiente todo había vuelto a la normalidad entre Oscar y André.

La heredera de los Jarjayes había pensado mejor las cosas, y tomó la decisión de no darle más importancia al tema "Mirelle"; finalmente tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, y dado que estaba segura de que André no veía a aquella doncella más que como a una amiga, decidió que era un tema por el cual no debía preocuparse.

Durante la cena de la noche anterior, habían reído mucho recordando aquella ocasión en la que ambos se enfermaron luego de comerse todos los chocolates que Marion había comprado para los sirvientes por Navidad. Oscar estaba por cumplir diez años por aquel entonces, y no se le ocurrió mejor idea que celebrarlo tomando de la canasta de la abuela de André cuánto chocolate cabía en sus manos para luego comérselos aceleradamente incitando a André a hacer lo mismo, aunque él le insistía en que no era una buena idea hacer eso.

Tenía razón; luego de su celebración ninguno de los dos pudo dormir debido al dolor de estómago que sentían, y una vez que ambos sanaron, la abuela castigó a André durante dos semanas prohibiéndole salir de su habitación y dejándolo sin postre.

A Oscar le pareció injusto el castigo, ya que ella fue la que prácticamente lo obligó a hacer lo que hizo, y consideraba que, en todo caso, ambos habían actuado de manera errada. Por eso, a pesar de que ella sí podía salir, prefirió permanecer encerrada también, escabulléndose cada vez que podía a la habitación de su amigo para estar a su lado, y rechazando los postres que su nana le ofrecía a la hora de la cena.

Habían pasado muchos años desde que todo eso ocurrió y ahora ellos recordaban con humor aquel incidente, sobre todo el rostro enojado de Marion luego de descubrir sus canastas vacías y a ellos totalmente embarrados de chocolate.

- Oscar, ¿cómo crees que les haya ido a tu madre y a Cloutilde con el evento que organizaron? - le preguntó André a su mejor amiga, aquel Lunes 22 de Diciembre de 1788, mientras caminaban por los jardines de la mansión Jarjayes.

- Supongo que bien. - le respondió Oscar. - No olvides que mi madre acostumbraba organizar las obras benéficas organizadas por los reyes. - agregó.

- Es verdad... Lo había olvidado. - respondió el nieto de Marion, recordando que en sus primeros años sirviendo a la reina, Madame Jarjayes era la responsable de organizar las obras benéficas auspiciadas por la corona.

- Es que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que Lady María Antonieta organizó un evento como ese... - comentó Oscar, sintiendo una enorme tristeza. Ella apreciaba sinceramente a la reina de Francia, pero la verdad era que - a medida que pasaba el tiempo - a la esposa de Luis XVI le interesaba cada vez menos el bienestar de su pueblo, y eso la hacía sentir profundamente decepcionada.

- Oye Oscar, ¡pero cambia esa cara! - exclamó André al notar su tristeza. - Mejor pensemos en algo mucho más positivo, como por ejemplo en que pronto será tu cumpleaños. - le dijo él, y la empujó suavemente con el hombro en un intento por animarla.

Ella rio al sentirlo, pero pronto su rostro volvió a adquirir un aire de melancolía.

- Es que eso no es todo lo que me preocupa, André. - le dijo ella, apesadumbrada.

- ¿Qué pasa, Oscar? - le preguntó André, poniéndose serio de repente al notar el rostro de preocupación de la mujer que amaba.

- Mi padre me ha comunicado que venderá un gran porcentaje de las propiedades de los Jarjayes. Teme que si no se llega a un acuerdo con los representantes del pueblo estos empiecen a tomar por la fuerza lo que crean que les corresponde, y antes que eso ocurra, él prefiere poner a buen recaudo parte del dinero por la venta de esas propiedades. - le dijo, y André dirigió su rostro hacia ella, impactado por sus palabras.

- Oscar, casi me es imposible creer lo que me estás diciendo... - le respondió el nieto de Marion. - Las propiedades de los Jarjayes han pertenecido a tu familia a lo largo de varias generaciones. No puedo creer que tu padre realmente esté pensando en deshacerse de ellas. - agregó.

- Para mi también ha sido muy difícil aceptar esta situación... - le dijo ella. - Pero no es un capricho... Todo esto lo tiene muy abatido... Por eso traté de pasar la mayor cantidad de tiempo con él durante los días que estuvo en casa. - le comentó Oscar.

- ¿Y por qué no me habías contado esto antes? - le preguntó André, aún sin salir de su asombro por la noticia que acababa de recibir.

- Porque no quería que tú también te sientas mal por esto... - le dijo. - Ambos nos esforzamos mucho para que los trabajadores de las propiedades de los Jarjayes vivan lo mejor posible, pero una vez que ellos tengan un nuevo amo todo eso habrá quedado fuera de nuestro control. - le dijo.

Y en silencio, André reflexionó sobre la suerte que correrían aquellas personas una vez que dejaran de contar con la protección de los Jarjayes.

- "¿Por qué las cosas tienen que darse de esta manera?" - pensó con frustración, aún entendiendo las razones del general.

Y ambos siguieron conversando mientras caminaban de regreso a la mansión.

...

Minutos después, André se dirigió a la cocina, encontrando a sus compañeras de trabajo en una acalorada charla.

- ¡No puedo creerlo, Mirelle! - decía Beatrice. - Teniendo la oportunidad de tomarte unos días libres antes de tu boda, ¿prefieres quedarte aquí trabajando?... ¿Te caíste de algún árbol y te golpeaste la cabeza, o qué?- preguntó la joven, indignada.

- Ya déjala en paz. - le dijo Stelle a la muchacha.

- Es que simplemente no puedo entender a Mirelle. - insistía la joven.

- ¿Qué pasa? - preguntó André.

- André, por favor, tienes que hacer que Mirelle entre en razón. Quizás a ti si te escuche. - le respondió Beatrice.

- Basta. - le dijo Mirelle mirándola enojada, sin embargo, André seguía sin entender que era lo que estaba pasando.

- ¿De qué hablan? - preguntó el nieto de Marion, y Anne, quien también estaba en la cocina, le respondió.

- Lo que sucede es que la señora Marion le ha dado permiso a Mirelle para ausentarse desde el 25 de Diciembre, para que así pueda estar pendiente de los asuntos de su boda, pero ella se niega a faltar al trabajo. - comentó la joven.

- ¿¡Qué?! - exclamó André, sin entender las razones de aquella futura esposa. - Pero...

- Por favor... - interrumpió Stelle. - No pongan más nerviosa a Mirelle de lo que ya debe estar. Una no se casa todos los días... ¡Si lo sabré yo! - agregó la cocinera.

- Tienes razón, Stelle... Por favor, discúlpanos Mirelle. - le dijo André, y ella lo miró con tristeza.

- Está bien, está bien... - agregó Beatrice, resignada. - No diré nada más, pero insisto en que debería aprovechar la oportunidad.

- Beatrice... - dijo Stelle, casi regañándola.

- Mejor iré a regar las plantas. - agregó Beatrice, y salió hacia el patio.

- ¿Buscabas a alguien André? - preguntó Stelle.

- Sí, Stelle. - respondió él. - ¿Sabes dónde está Brigitte?... Oscar necesita hablar con ella.

- Estaba recogiendo unos pedidos que llegaron del mercado de París. - dijo de pronto Anne. - Enseguida le digo que vaya a buscar a la señorita.

Y tras decir esto, la doncella salió rápidamente de la cocina para ir por su compañera.

- Bueno, yo iré a ver que pasó con nuestro mensajero. - comentó Stelle. - Marion me dijo que me enviaría las últimas indicaciones de la cena de Navidad, sin embargo, ya estamos a menos de un día de que se lleve a cabo y aún no he recibido noticias de ella. Vuelvo enseguida. - les dijo la cocinera a Mirelle y a André.

Entonces, luego de notar que ambos se habían quedado nuevamente solos, André prefirió irse a su habitación para evitar que se pueda producir algun mal entendido con la mujer que amaba. Sin embargo, cuando estaba a punto de retirarse, Mirelle le lanzó una frase que él no esperaba escuchar aquella tarde.

- André, voy a cancelar mi boda con Thomas. - le dijo, y André, sorprendido por las palabras de su amiga, dirigió su mirada hacia ella.

- ¿Qué? - dijo él, sinceramente preocupado. - ¿Pero por qué, Mirelle? - le preguntó.

Y ella, harta de ocultar lo que en verdad estaba ocurriendo con su prometido, le dijo:

- André, desde hace varios meses mi relación con Thomas no es la misma. Incluso desde antes que él se fuera a Normandía yo sentí que había dejado de quererme... La verdad es que en todo este tiempo he tenido la sensación de que lo que él realmente quiere es que yo anule nuestro compromiso, porque no se atreve a hacerlo por sí mismo. - dijo la joven, y al escucharla, el nieto de Marion se quedó sin palabras.

¡Cuánto debía haber sufrido Mirelle todo ese tiempo! - se decía, y recordó con remordimiento todas las veces que le había preguntado sobre los preparativos para su matrimonio, sin sospechar siquiera lo duro que era para ella responder a esas preguntas.

- Mirelle, no tenía idea... Lo siento, de verdad... - le dijo André con tristeza. - Sé que no soy quien para darte un consejo, pero creo que deberías intentar hablar con Thomas antes de tomar una decisión como esa. - agregó.

- ¿Crees que no lo he intentado? - le dijo Mirelle, con resignación. - En cada una de nuestras cartas le he pedido que nos reunamos, pero siempre surge una buena excusa de su parte...

Y tras hacer una breve pausa, la joven continuó.

- Al principio estaba devastada, pero luego todo cambió... - le dijo Mirelle, y por primera vez André notó que ella lo miraba de una manera especial.

A diferencia de lo que el nieto de Marion podría suponer, Mirelle no parecía tener el corazón roto. Todo lo contrario; parecía estar llena de nuevas ilusiones.

- André, ¿cómo puedo sufrir por un hombre que me ha tratado con tan poco respeto teniéndote a ti cerca de mí? - le dijo, y avanzó un paso hacia él.

- ¿A mí? - preguntó André, entre sorprendido y espantado.

- Sí... A ti... Porque tú no serías capaz de comportarte de esa manera. Tú eres generoso, bondadoso, y todo un caballero. - le dijo.

- Yo soy sólo un ser humano... Y me he equivocado muchas veces, como todo el mundo. - le dijo André, alejándose ligeramente de ella, pero cuando él retrocedía un paso, ella avanzaba tres.

- No, André. Tú eres diferente. - insistió Mirelle. - Tu jamás le harías eso a una mujer... Jamás te comportarías de una manera tan cobarde. - le dijo, acercándose cada vez más.

Mientras tanto, André no tenía la menor idea de cómo actuar en una situación como esa. Estaba absolutamente confundido por lo que le estaba ocurriendo; sabía que tenía que dejar muy claras las cosas con ella, pero en ese momento no encontraba las palabras adecuadas para rechazarla sin herirla más de lo que ya la habían herido.

Y mientras pensaba en eso, Mirelle se aferró a él e intentó besarlo, pero él la hizo a un lado de inmediato, alejándola de su cuerpo con delicadeza.

Y antes de poder reaccionar a su rechazo, la doncella dirigió su mirada hacia la entrada de la cocina, encontrándose con la mirada de su ama, la cual se había quedado paralizada luego de ser testigo de una parte de esa escena.

- Oscar. - le dijo André, sintiendo que se le congelaba la sangre.

Y Mirelle, sintiéndose avergonzada, salió corriendo de la cocina.

- Discúlpeme, Lady Oscar... - le dijo antes de irse, pero la heredera de los Jarjayes ni siquiera fue capaz de reaccionar ante sus palabras.

Por su parte, André, preocupado por lo que Oscar pudiese pensar de él, caminó hacia ella para explicarle lo que había ocurrido, pero ella, al ver que él se le acercaba, salió corriendo también rumbo a las escaleras que daban a su habitación, y André, desesperado por intentar alcanzarla, salió corriendo tras ella.

No estaba dispuesto a dejar las cosas así; tenía que hablar con ella. Sin embargo, conociendo a Oscar tan bien como la conocía, temió que ella no quisiera escucharlo.

...

Fin del capítulo