Capítulo 34

La víspera

En la mansión Jarjayes, aquella mañana de diciembre de 1788, Oscar subía a toda prisa por las escaleras que conectaban uno de los salones más grandes de la casa con el segundo piso, mientras que André, nervioso como hacía mucho tiempo no lo había estado, la seguía a toda prisa.

- Oscar, ¡espera! - le gritó desde el salón, pero ella huyó hacia su habitación.

- ¡Maldita sea! - exclamó, y se detuvo sobresaltado.

No lo podía creer. Después del día tan bello que habían tenido, ¿cómo pudo haber pasado algo como eso?

Mientras tanto, encerrada en su habitación, Oscar trataba de obligarse a pensar las cosas fríamente, pero simplemente no podía. Su rabia la estaba sobrepasando y no podía quitarse de la cabeza la imagen de Mirelle a escasos milímetros de André, así haya sido por unos pocos segundos.

Y pensando en ello, golpeó la mesa donde acostumbraba tomar el té.

- "¡André tiene la culpa de esto!... ¡Nunca debió permitir que ella se le acerque de esa manera!" - pensó indignada, aún siendo consciente de que él había rechazado a Mirelle casi de inmediato.

Estaba tan furiosa que ni siquiera era capaz de razonar. Su sangre hervía por la impotencia que sentía al tener que controlarse cuando lo único que quería era abofetearlo y reclamarle aquel acercamiento.

Y en ese instante, cuando mas ira sentía, escuchó que alguien llamaba a su puerta.

- Oscar, por favor ábreme: quiero hablar contigo. - se escuchó decir desde el otro lado.

Era André, el cual había subido a buscarla, y al escucharlo, Oscar dirigió su mirada hacia la puerta, pero lo último que quería era abrirle.

- No me iré de aquí hasta que me abras. - insistió él, casi leyendo sus pensamientos.

Sin embargo, ella estaba tan llena de rabia que temió perder el control si lo tenía frente a ella. Lo mejor era no abrirle - pensaba la hija de Regnier; necesitaba recuperar la cordura.

No obstante, el nieto de Marion no estaba dispuesto a rendirse, y seguía llamando a la puerta.

- Oscar: no pienso moverme de aquí hasta que me abras. - le decía, y ella, harta de escucharlo, le abrió en un arrebato.

- ¿Qué quieres? - le dijo, y se alejó de él dándole la espalda.

- Oscar, lo que viste en la cocina no fue...

- Basta André, no necesito que me des ninguna explicación. - le dijo ella tajantemente, sin embargo, era su orgullo el que hablaba, no su corazón.

- ¡Es que yo quiero dártelas! - le dijo él, y tras ello, continuó. - Oscar, jamás imaginé que Mirelle sintiera algo por mí... ¡Siempre la he tratado como a una amiga!.. Jamás la he visto como una...

- ¡Basta! - le dijo ella interrumpiéndolo. - ¡Basta, André! ¡No quiero escuchar nada más!

- ¡Pero Oscar... Yo...! - insistió él, y ella, dejando de darle la espalda, lo miró llena de rabia.

- ¡Ya cállate! ¡No necesito que me expliques nada!... - replicó ella. - ¡Eres un hombre libre André!... ¡Libre de hacer lo que...

Entonces Oscar se detuvo. Su furia la había llevado a tal extremo que había estado a punto de repetir una frase que ya había dicho en el pasado, una frase de la cual estaba profundamente arrepentida.

- Libre de hacer qué. - replicó él, mirándola indignado.

Aquella frase que acababa de pronunciar la mujer que amaba había reabierto en André viejas heridas, heridas que creía haber superado, pero que, al parecer, aún se mantenían vivas en lo más profundo de su corazón. Y tras escucharla, lejos de querer explicarle que el acercamiento de Mirelle lo había tomado totalmente desprevenido, ahora quería saber si ella sería capaz de repetir lo que le había dicho frente a Alain cuando el líder del escuadrón le preguntó a Oscar qué pensaría si él pretendiera casarse con Diana.

- Vamos Oscar, termina tu frase. - le dijo enojado, pero ella sólo lo miraba paralizada, sin intenciones de repetirla. - ¿Qué querías decirme? ¿Qué puedo hacer lo que me plazca?... Si eso es lo que realmente quieres entonces me iré, y te aseguro que no tendrás que volver a verme. - agregó casi sin pensar.

Entonces Oscar lo miró impactada; no podía creer que él haya sido capaz de decirle algo como eso. Y herida - ahora no solo en su orgullo sino también en sus sentimientos - volvió a huir, pero esta vez hacia la salida. Y André, dándose cuenta de inmediato de su error al retarla de esa manera, salió corriendo tras ella, pero al salir hacia el pasillo no la encontró: era como si se la hubiera tragado la tierra.

- ¡Oscar! - gritó.

Pero no hubo respuesta.

...

Mientras tanto, a varios kilómetros de ahí, Marion caminaba de un lado a otro, muy angustiada e inquieta.

- Nana, por favor, no te preocupes más. Te vas a enfermar. - le dijo Cloutilde a la abuela de André.

- ¿Pero cómo quiere que esté tranquila, mi niña? - le respondió Marion a la hermana de Oscar. - Ya es Lunes y las marchas no han cesado. - agregó.

Y en ese instante, Regnier y Georgette ingresaron al salón principal de la casa de su hija.

- Padre... Madre... - les dijo Cloutilde acercándose a ellos. - ¿Ha habido alguna novedad? - preguntó.

- Las cosas siguen igual. - respondió el general. - Todo parece indicar que será imposible que regresemos mañana a Versalles. Es demasiado riesgoso. - agregó.

- Esta es su casa y yo estoy encantada de tenerlos conmigo... Pero me siento mal por mi hermana... Seguramente los estará esperando para celebrar este tiempo de Navidad con ustedes - les dijo Cloutilde.

- Querido, ¿habrá manera de avisarle a Oscar lo que está sucediendo? - le preguntó Georgette a su marido.

- Podría intentar enviar un mensaje con alguno de los miembros de mi regimiento, infiltrándolo, claro está. - respondió el general Jarjayes.

- Por favor, hazlo. - le dijo su esposa. - No quisiera que ella se preocupe, menos ahora que por fin decidió tomarse unas vacaciones. - agregó.

- ¡Pobre de mi niña! - exclamó Marion pensando en Óscar. - ¿Qué pasará si no llegamos para celebrar su cumpleaños? - se preguntó angustiada.

- Cálmate Marion... - respondió el general. - Es verdad que no podremos salir mañana, pero estoy seguro de que para el 24 las cosas habrán mejorado. Dudo mucho que haya alguien que quiera bloquear los caminos en la víspera de la Navidad. - agregó.

- Mi padre tiene razón, nana. - le dijo Cloutilde, y la tomó del brazo dulcemente. - ¿Por qué no me acompañas a dar un paseo por los jardines de la mansión, y pensamos en cosas mucho más bonitas? - le preguntó.

Y tras ello le sonrió a sus padres, los cuales - con una mirada cómplice - le hicieron saber que hacía bien llevando a la abuela a caminar; los tres sabían que Marion podía llegar a ser muy aprensiva, pero angustiarse no la iba a ayudar a solucionar nada en aquel momento.

...

Mientras tanto, en la mansión Jarjayes, André buscaba desesperadamente a Oscar; habían pasado varios minutos desde que desapareció en el pasillo sin dejar rastro, y André no la encontraba por ninguna parte.

Entonces, sin saber que más hacer, bajó a la cocina donde ya se encontraban Stelle y Anne.

- Stelle, ¿has visto a Óscar? - le preguntó a la cocinera, bastante agitado.

- No, André. No la he visto desde la mañana. - respondió Stelle, y en ese momento, Brigitte ingresó a la cocina.

- André, que bueno que te veo... - le dijo la doncella. - ¿Sabes donde está la señorita Oscar?... Me comentó Anne que me había mandado llamar, pero ya la busqué en la biblioteca, en el recibidor y en su habitación, y no la encuentro por ninguna parte. - agregó.

- También la estoy buscando... - respondió André, con la mirada perdida.

- ¿Habrá salido? - se preguntó Stelle. - No... Ella no se iría sin comunicártelo al menos a ti, André. - le dijo al nieto de Marion.

Y él, teniendo una súbita idea por lo que la cocinera acababa de decir, dirigió su mirada hacia ella.

- Ahora regreso. - les dijo. Y salió de inmediato, dejando a Stelle consternada.

- ¡Ay, este muchacho! - comentó.

- Señora Stelle, seguiré buscando a la señorita... - le informó Brigitte.

- Ve niña... - le dijo ella, pero antes que se marchara, Stelle la detuvo con una pregunta. - Brigitte, ¿has visto a Mirelle? - le dijo.

- No, Señora Stelle. No la he visto. - respondió la muchacha.

- Estaba con nosotras hace un momento, pero desapareció. Qué extraño... - le dijo Anne a su compañera.

- Bueno, bueno... Ve tranquila niña. - le dijo Stelle a Brigitte, liberándola para que continúe buscando a la dueña de casa. - Si la señorita viene por aquí, le diré que la estás buscando. - agregó.

- Gracias. - le dijo Brigitte dulcemente, y tras ello, se marchó.

Entonces, ya solas en la cocina, Anne se dirigió a la cocinera.

- Señora Stelle, ¿qué le dijo el mensajero? - preguntó - ¿Madame Marion envió alguna indicación para la cena de Navidad o para el desayuno de cumpleaños de la señorita?

- No, Anne. No se ha comunicado... - respondió la cocinera. - No quise mencionar nada para no preocupar a André, pero no he sabido nada de Marion desde que nos comunicaron que llegó a salvo a casa de la Señora Cloutilde.

- ¿Lo habrá olvidado? - preguntó la joven.

- No lo creo. Ella se esmera mucho con estas cosas. - respondió Stelle. - Pero dado que no he recibido noticias de ella tendré que tomar las decisiones por mi cuenta. - agregó. - Afortunadamente sé como piensa Marion, y si algo faltara lo podemos solucionar mañana.

- Es cierto. - le dijo Anne. - Mañana los amos y ella estarán de regreso.

- Así es. - respondió Stelle.

Y tras decir esto, ambas siguieron con sus ocupaciones.

...

Mientras tanto, André había llegado a los establos, y tal como lo sospechaba, el corcel blanco de Óscar no se encontraba con el resto de los caballos.

- ¿Pero cómo hizo para llegar hasta aquí sin que yo la viera? - se preguntaba André, consternado. Sin embargo, su desesperación no le permitía pensar más en eso, por lo que ensilló rápidamente a su caballo y salió a buscarla.

Y mientras cabalgaba, iba reflexionando sobre todo lo que había ocurrido, principalmente sobre la última frase que le lanzó sin pensar a la mujer que amaba.

- "¿Cómo pude decirle algo así?" - se preguntaba arrepentido. - "No tengo derecho... Desde que ocurrió el ataque en Saint Antoine Oscar me ha demostrado a diario lo mucho que le importo... Qué injusto he sido con ella..." - pensó.

Y ya cerca del río, en el mismo lugar donde acostumbraban nadar y jugar cuando eran niños, el nieto de Marion se detuvo.

- "Pero es que me hirió tanto con aquella frase..." - se dijo a sí mismo.

Y pensando en ello, bajó de su caballo, el cual se acercó al río para beber.

- "¿Dónde estás, Oscar?" - se preguntaba.

Mientras tanto, en su despacho del cuartel general, la heredera de los Jarjayes permanecía de pie al lado de la ventana.

No había parado de llorar desde que llegó ahí. Las palabras de André la habían herido profundamente, pero no era solamente eso lo que la hacía sentir así de triste, sino también confirmar que él no le había perdonado sus errores del pasado.

Por otra parte, seguía muy enojada con él. ¿Cómo podía André excusarse en que no se esperaba aquel acercamiento por parte de Mirelle?... Sin embargo, su rabia había disminuido, y aunque no dejaba de estar enojada por aquel suceso, ahora comprendía que ese tipo de cosas podían llegar a darse.

Ahí, frente al gran ventanal que daba al amplio patio vacío del cuartel general, recordó aquella ocasión en la que Victor Clement Floriane de Gerodelle la besó, aquel día en que le declaró su amor por segunda vez y cuando ella se distrajo reflexionando sobre todo lo que él le dijo que tendría a su lado si se convertía en su esposa.

Sin embargo, a diferencia de lo que había pasado entre André y Mirelle, a ella si la besaron por un par de segundos, aunque, para su fortuna, el hombre que amaba jamás supo de aquel incidente.

- "¿Acaso esto es a lo que muchos llaman sentir celos?" - se preguntaba.

Y es que a pesar de comprender que no había sido culpa de André que Mirelle se haya lanzado de esa manera hacia sus brazos, no podía dejar de sentirse furiosa con él: su rabia superaba su capacidad de comprensión. No obstante, para aquellos momentos, también sentía que su tristeza era más grande que aquel nuevo sentimiento que acababa de experimentar.

...

Mientras tanto André, pensativo y apesadumbrado, se había sentado a las orillas del río cuando, de pronto, se levantó súbitamente, iluminado por una nueva idea.

- ¡Cómo no se me ocurrió antes! - exclamó, y subió a su caballo para dirigirse al cuartel general. No había otra opción; Oscar tenía que haber buscado refugio ahí.

Y luego de cabalgar algunos kilómetros, llegó a la entrada principal.

No estaba vestido adecuadamente para ingresar a ese recinto del ejército, pero, agradable como era, había logrado ganarse la simpatía de los guardias de la vigilancia, y ellos lo dejaron pasar bajo la excusa de que había olvidado uno de sus libros en las barracas.

Y luego de caminar por el largo pasillo donde se encontraba el despacho de Oscar, se detuvo frente a su puerta. No tenía idea de lo que le diría al verla; aún amándola como la amaba y conociéndola como la conocía, no sabía como actuar ante una situación como esa. Él había tratado de explicarle las cosas y Oscar se negó a escucharlo, y luego - aún cuando ella ni siquiera llegó a terminar la frase que tanto lo había herido en el pasado - él la amenazó con desaparecer de su vida llevado por un impulso: definitivamente ninguno de los dos había manejado las cosas de la mejor manera.

Entonces André decidió simplemente dejarse llevar por su corazón, y sin siquiera llamar, abrió la puerta.

Oscar estaba ahí, de pie frente a su ventana, y a pesar de estar dándole la espalda, pudo sentir de inmediato la presencia del hombre que amaba apenas él atravesó la puerta. André, por su parte, pudo ver en el reflejo del vidrio de la ventana las lágrimas que se habían deslizado por el rostro de su mejor amiga, y lleno de dolor por haberla lastimado, corrió hacia ella y la abrazó fuertemente por la espalda, rodeándola por la cintura y rozando con su rostro el húmedo rostro de su amada.

- Perdóname... - le dijo. - Te juro que nunca más dejaré que una mujer se me acerque de esa manera... a menos que esa mujer seas tú... - agregó.

Y al escucharlo, nuevas lágrimas cayeron de los ojos de Oscar llegando hasta las manos de su más cercano amigo, y al sentirlas, él la abrazó con más fuerza.

- Mi querida Oscar, nunca voy a separarme de ti... - le dijo. - Pero no vuelvas a decirme que soy libre... porque no lo soy y no quiero serlo. - agregó, estrechándola aún más contra su pecho, y al sentirlo, ella se dejó abrazar por él sin poner ninguna resistencia, para luego tomar sus manos y entrelazar sus dedos con los suyos.

Se habían acabado los secretos. En aquel momento, la hija de Regnier de Jarjayes supo de inmediato que André conocía perfectamente sus sentimientos hacia él. Sin embargo, no le dijo nada. Sólo se dejó envolver por su cuerpo, entregada por completo a su amor, y después de algunos segundos, el nieto de Marion volvió a dirigirse a ella.

- Oscar... Necesito aclarar las cosas con Mirelle para que esto nunca más vuelva a repetirse... - le dijo, mientras la sostenía entre sus brazos. - ¿Estás de acuerdo con que hable con ella? - le preguntó suavemente.

Y Oscar, mucho más tranquila, aceptó con la cabeza.

Entonces André la soltó y salió del despacho. Ambos sabían que no debían avanzar un paso más, al menos no en ese momento, pero también sabían que su relación nunca más volvería a ser la misma, porque ambos eran conscientes del gran amor que sentían el uno por el otro, y ya no eran capaces de guardar eso en su corazón.

...

Fin del capítulo