Capítulo 37
A la espera de un gran anuncio
En el patio que se encontraba al lado de la cocina, André, sentado en la banqueta en la cual había estado Brigitte antes de marcharse, reflexionaba sobre la historia que le había contado la joven, y también sobre su propio destino.
No lo había hecho de manera consciente, pero desde que supo que Oscar lo amaba había estado jugando con fuego. Su amor por ella era tan grande que en su afán de demostrárselo no se dio cuenta de que otros también podían notarlo, y se preguntó preocupado si Brigitte sería la única persona de la casa que se había percatado de lo que sucedía.
Afortunadamente, ni el padre de Oscar ni la abuela de André habían pasado mucho tiempo con ambos los días que habían coincidido antes de que viajaran a la casa de Cloutilde, principalmente porque estaban ocupados con todos sus preparativos y, en particular, el General Jarjayes tenía sus propias preocupaciones relacionadas a la situación política del país y a la venta de sus propiedades.
- "He sido muy descuidado..." - pensó André. - "Pero la amo... La amo tanto... ¡Ya no sé como ocultarlo!"
Se sentía frustrado nuevamente. ¿Qué debía hacer?... ¿Acaso él y la mujer que amaba tendrían que acabar sus días de la misma manera que los protagonistas de la obra de Jean-Jacques Rousseau?... ¿amándose en silencio sin jamás vivir plenamente su amor?
André había estado dispuesto a amarla de esa manera antes de saber que era correspondido, pero tras saber que Oscar también lo amaba ya no era capaz de resistirse a ella; cada vez que la veía todo lo que quería era tenerla entre sus brazos.
- "Dios mío... Mi cuerpo parece debilitarse ante su presencia... Durante años he ahogado mis deseos, pero ahora son tan difíciles de contener... ¿Es que acaso no podremos compartir nuestra vida juntos como un hombre y una mujer que se aman?... ¿Acaso estoy pidiendo demasiado?... Mi amada Oscar... no puedo resignarme a eso... pero si es así... si tengo que amarte en silencio por el resto de mis días... al menos una vez... una sola vez... quisiera que seas mía..." - pensó.
Se sentía preso por la angustia de no tener las respuestas que necesitaba, cuando, sin siquiera verlo venir, la vista empezó a fallarle nuevamente.
- "¿Qué pasa?... No... ¡No ahora!" - pensó agitado.
Su ojo derecho no le había dado molestias desde hacía varios días, ni siquiera había tenido momentos fugaces de visión borrosa. Sin embargo, nuevamente estaba presentando los mismos síntomas que tanto le habían preocupado en el pasado, y vino a su mente aquel largo silencio en el que se mantuvo el doctor Lassone cuando él le preguntó angustiado si también perdería la vista de ese ojo.
Pasaron algunos minutos y poco a poco fue recuperándose. Entonces, cuando apenas notaba que todo volvía a la normalidad, escuchó una voz conocida.
- André...
Era Oscar, la cual había atravesado la cocina para verlo. Había estado esperándolo por varios minutos, pero al ver que no regresaba fue a su encuentro.
- Oscar... - le dijo él sorprendido, sobre todo porque no esperaba que ella lo viera en el estado en el que se encontraba después de haber tenido aquella crisis. Estaba desencajado, y al verlo así, la hija de Regnier se preocupó.
- ¿Qué te pasa?... Estás pálido. - le preguntó Oscar y se acercó un poco más a él, pero no se atrevió a tocarlo; ni siquiera se atrevió a pensar en el tipo de conversación que podían haber tenido Brigitte y el hombre que amaba después de lo que había visto la doncella en el recibidor.
- Estoy bien, Oscar... - le respondió él tratando de recuperar la calma, y se puso de pie de inmediato. - Hablé con Brigitte y no tienes nada de qué preocuparte. Tienes mi palabra. - añadió André, y Oscar lo miró en silencio.
Ambos eran conscientes de su realidad. Sabían que lo que había pasado con Brigitte había sido sólo una advertencia y que un desliz así no podía volver a repetirse, al menos no hasta que supieran cómo manejar las cosas. No obstante, ninguno de los dos tenía claro como hacerlo de momento, y debido a ello, tampoco se atrevieron a abordar el tema.
- ¿Desayunamos? - preguntó ella, tratando de darle nuevamente paz a su alma.
- Sí, Oscar... Vamos. - respondió él, aunque aún parecía angustiado.
...
Mientras tanto, en la región de Provenza, Juliette y su hija se preparaban para la llegada de la Navidad.
A pesar de que Camille vivía junto a su esposo y a su hijo en una bella casa, ella tenía como tradición recibir la Navidad en la villa de su abuelo junto a su madre, su hermano, y también junto a la familia que había formado con su esposo Marcel, por supuesto, más aún en aquellos días en los que estaba próxima a cumplir los siete meses de embarazo.
- Madre, ¿has sabido algo de André? ¿Te ha escrito últimamente? - le preguntó repentinamente Camille a su madre, denotando una ligera preocupación.
- No, hija. Me escribió una sola vez luego de su regreso a Versalles, pero no he vuelto a tener noticias suyas. - respondió Juliette. - Seguramente pronto nos escribirá. Recuerda que siempre lo hace por estas fechas... aunque...
- ¿Aunque qué, madre? - preguntó Camille.
- He escuchado que el servicio de correos se ha visto afectado a causa de las marchas que han habido últimamente. - respondió Juliette.
- ¿Por las marchas? - replicó la madre de Philippe.
- Así es, hija. Los ciudadanos insisten en que se establezcan los Estados Generales, y supe por la gente del pueblo que mucha correspondencia no ha salido ni llegado a París debido a ellas, y mucho menos a Versalles. - mencionó Juliette.
- Pero eso es terrible. - le dijo Camille.
- ¡Sí que lo es! - exclamó Juliette. - ¿Te imaginas si tuviéramos que coordinar con nuestros proveedores o clientes con semejantes problemas?
Y tras escucharla, Camille se quedó en silencio. Le preocupaba mucho lo que pasaría en el futuro, sin embargo, había algo más que la inquietaba, y era saber si su querido primo había recibido la carta donde le pedía que viera a un doctor que podía darle una segunda opinión sobre su problema de la vista. Marcel - quien era su esposo y también médico aunque en otra especialidad - se lo había recomendado como el mejor en ese tipo de lesiones, pero André había extraviado la carta donde Camille le indicaba cómo podía ponerse en contacto con aquel galeno.
Cierto era que él ya le había escrito a su prima confesándole su descuido, pero ella nunca recibió esa última carta, porque esta - como muchas otras - nunca había salido hacia su destino debido a las marchas.
- Cuando será el día en el que podremos tener a André sentado con nosotros en la cena de Navidad, como cuando Gustave e Isabelle aún seguían con vida. - dijo Juliette con nostalgia.
- Probablemente cuando invites a su abuela... Sabes que él sería incapaz de dejarla sola en estas fechas. - comentó Camille.
Y al escucharla, Juliette soltó una carcajada.
- Hija mía, te garantizo que con tal de celebrar la Navidad con André yo sería capaz de invitarla, pero dudo mucho que Marion quiera venir aquí después de todo lo que le dije hace veintisiete años. - aseguró la tía de André, y Camille sonrió.
- Ha pasado mucho tiempo madre. Quizás deberías intentarlo el año próximo. - sugirió su hija.
Sin embargo, Juliette estaba segura de que su invitación sería rechazada, y no estaba dispuesta a darle a Marion la oportunidad de despreciarla.
...
Habían pasado varias horas. Ya eran las dos de la tarde y la heredera de los Jarjayes se encontraba en su habitación, recostada en su cama y en silencio.
Tal como le había comentado, André había salido aunque no le había dicho a donde, sin embargo, no era algo que la preocupara; confiaba plenamente en él y sabía que en algún momento le diría el motivo de su ausencia.
Unos segundos después, se levantó y salió hacia su balcón. Y estando ahí, recordó el tibio abrazo del hombre que amaba cuando llegó a su casa aquella mañana.
- "André, soy tan feliz a tu lado... Nunca pensé que pudiese existir tal felicidad..." - pensó.
No obstante, también era consciente de que el suyo era un amor prohibido debido a su diferencia de clases sociales.
- "¡Diferencias entre nosotros! ¡Que absurdo!" - pensó indignada, sobre todo porque para Oscar no existía nadie más similar a ella que André, a pesar de que sus formas de ser fuesen tan distintas.
Y de pie, mirando hacia el horizonte, continuó con su reflexión.
- "Mi padre aprecia a André y confía en él... Todavía recuerdo el esmero con el que le enseñó a usar la espada cuando era solamente un niño... incluso teniéndole mucha más paciencia de la que me tuvo a mí..." - recordó. - "Es imposible... Es imposible que sea capaz de hacerle daño..." - se dijo a sí misma.
Sin embargo, también temía que Regnier interprete el amor entre ambos como una traición por parte del nieto de Marion, y de ser así, Oscar pensaba que su progenitor jamás perdonaría una afrenta de esa naturaleza.
- "Padre, alguna vez me dijiste que siempre quisiste que yo fuera feliz... ¿Serás capaz de comprenderme?... ¿Serás capaz de entender que no concibo la felicidad lejos de André y que quiero estar con él por el resto de mis días?"
No obstante, ese no era el único obstáculo que debían superar.
En el improbable caso de que su padre aceptara una relación entre ambos, esta tendría que ser una relación clandestina para la sociedad, ya que sólo el rey aprobaba los enlaces matrimoniales de los miembros de la nobleza, y Oscar estaba segura de que Luis XVI jamás aprobaría que ella se case con un plebeyo; eso iba en contra de todas las tradiciones y bases sobre las que se sostenía la nobleza francesa.
Sin embargo, como católica, la heredera de los Jarjayes no concebía la idea de compartir la vida con André sin estar casada, y no estaba dispuesta a vivir en la oscuridad por algo así. ¿Por qué tendrían que ocultarse si no estaban haciendo nada malo? - se preguntaba ella en su rebeldía
Además, su amor por él la había llevado a desear cosas que nunca antes había deseado, como tener un hogar, hijos, una vida como la de cualquier otra mujer, aún sabiendo que ella nunca sería como cualquier otra mujer. Deseaba llenarlo de amor, de todo el amor que durante años le había negado cuando ignoraba los sentimientos de su mejor amigo hacia ella, pero sobre todo, de todo el amor que le había negado luego de saber que él la amaba, porque esa era la mayor culpa que cargaba en su corazón.
Y mientras pensaba en ello, alguien llamó a su puerta.
- Adelante. - dijo la heredera de los Jarjayes.
- Señorita Oscar, un joven que dice ser un teniente de la compañía de su padre ha venido a buscarla. Dice tener un mensaje para usted de parte del general, aunque no lleva consigo su uniforme militar. - le dijo Brigitte, la cual permanecía en la entrada de la habitación de su ama.
- ¿Un teniente de la compañía de mi padre? - preguntó Oscar intrigada, y Brigitte asintió con la cabeza. - Dile que en unos minutos estaré con él. - le dijo a la joven.
- Enseguida, señorita. - respondió Brigitte, y tras ello, se retiró.
- "¿Un mensajero? ¿Hoy?... Pero si se supone que mi padre, mi madre y mi nana regresarían de casa de mi hermana Cloutilde esta noche..." - se dijo a sí misma, y confundida, se dirigió hacia el recibidor donde - seguramente - el teniente la estaría esperando.
...
Mientras tanto, en una antigua vivienda del centro de París, Rosalie y Bernard comían en su pequeño comedor, acompañados por las incesantes voces de los ciudadanos que en las calles pedían a gritos la instauración de los Estados Generales.
- Han sido meses de lucha incansable, pero estoy seguro de que el rey tendrá que ceder; no tiene alternativa. - le dijo Bernard a su esposa.
- Es cierto. - le dijo ella. - Ese será nuestro primer gran triunfo... ¿Pero qué pasará después?... Son tantas las cosas que exigimos. - mencionó ella.
- Sólo exigimos lo justo. - le dijo Bernard.
- Libertad, igualdad, fraternidad... - dijo de pronto Rosalie, y tras ello, suspiró.
- Así es. Aunque tenemos una lista larga de cambios a implantar, ese es el ideal al que quisiéramos llegar. - comentó quien en otras épocas fuese el famoso Caballero Negro.
- Los nobles no se consideran iguales a la gente del pueblo. - le dijo ella. - A excepción de Lady Oscar, todos los nobles que conocí durante el tiempo que viví con los Jarjayes y posteriormente con los Polignac se consideraban superiores a nosotros.
- ¿A excepción de Lady Oscar?... ¿Te olvidas de ti misma?... No hay una sola gota de tu sangre que no pertenezca a la nobleza. - le dijo su esposo a la hija del matrimonio Polignac.
- Yo soy distinta. Yo crecí en París como una plebeya con la única a la que siempre consideré mi madre: con Nicole... - le respondió ella. - Un aristócrata educado como tal jamás aceptaría ser igual a un plebeyo, mucho menos los nobles que frecuentan la corte francesa. Ellos viven en una realidad ilusoria, y muchos son ajenos a los verdaderos problemas que atraviesa Francia.
- Pues pronto tendrán que enfrentarse a la realidad. - le dijo su esposo. - La situación financiera que atraviesa nuestro país afecta principalmente a los ciudadanos del tercer estado, pero pronto afectará a la misma nobleza. El cambio que queremos nos conviene a todos.
Y luego de una pausa, Bernard continuó:
- La única opción para Francia es que todas esas absurdas distancias que separan una clase social de otra queden atrás y empecemos a pensar como una unidad. - agregó.
Sin embargo, a pesar de desear ese ideal con la misma pasión que su marido, Rosalie sabía lo difícil que sería cambiar la mentalidad de la realeza, la nobleza y el clero.
...
Algunos minutos después que Brigitte le anunciara la llegada de un teniente de la compañía de su padre a Oscar, la heredera de los Jarjayes se dirigió hacia el recibidor.
- Teniente Lefebvre... - le dijo ella al hombre que había ido a verla.
- Brigadier Jarjayes, le pido disculpas por mi inesperada llegada. - respondió el teniente.
- ¿Está bien mi padre? - fue lo primero que preguntó Oscar algo preocupada, ya que no era usual una visita como esa en su casa.
- Su padre se encuentra bien. - respondió el teniente. - Pero me pidió que le haga llegar un mensaje.
- ¿De qué se trata? - preguntó ella.
- Debido a las marchas los caminos están bloqueados, y me pidió que le diga que no se preocupe si no llega hoy por la noche tal como estaba programado. Él hará todo lo posible para llegar mañana. - respondió el teniente.
- Ya veo... Muchas gracias por hacerme llegar ese mensaje. - comentó ella pensativa, pero después de unos pocos segundos, volvió nuevamente a la realidad. - Teniente Lefebvre, por favor, discúlpeme. Ni siquiera lo he invitado a sentarse. ¿Desea una copa de vino? - le preguntó Oscar.
- No se preocupe, Brigadier Jarjayes. De hecho, debo retirarme. - mencionó el teniente. - Debo entregar también un mensaje para el General Boullie.
- Entonces no lo detengo más. - le dijo Oscar.
- Fue un gusto volver a verla, Brigadier Jarjayes. - le dijo Lefebvre a modo de despedida.
- El gusto fue mío. - respondió Oscar, y tras ello, el teniente se marchó.
Entonces, pensativa, la heredera de la familia se sentó en el sillón que estaba frente a la chimenea.
- "¿Cuando anunciará el rey la instauración de los Estados Generales?" - se preguntó. - "Las marchas siguen generando problemas. Ya es momento de darle tranquilidad a los ciudadanos."
Se acercaba la Navidad, y sola en su recibidor, la hija del general Regnier de Jarjayes pensó que un anuncio como ese llenaría de esperanza el corazón de sus compatriotas, aún sabiendo, para su infortunio, que a su amado país aún le quedaba un arduo camino por recorrer.
...
Fin del capítulo.
