Capítulo 40

1789

Había pasado una semana desde la llegada de la Navidad y las marchas habían vuelto con fuerza, sin embargo, Oscar y André habían pasado aquellos días de manera apacible, aunque tratando de mantener una adecuada distancia el uno del otro.

Tenían que ser prudentes; el padre y la madre de Oscar estaban nuevamente en la mansión Jarjayes y ambos sabían que lo mejor era no delatarse. Ya habían cometido el error de dejarse llevar por lo que sentían frente a Brigitte - la cual afortunadamente había decidido no decir nada al respecto - y eran conscientes de que algo así no debía volver a repetirse.

Regnier, Georgette y Marion habían atravesado la puerta en el instante exacto en que terminó de repicar la decimosegunda campanada que anunciaba la llegada de la Navidad, y al ingresar hicieron un gran barullo, principalmente la abuela, la cual llegó deseosa de poner a todos de cabeza para atender a los recién llegados dueños de casa.

Afortunadamente los sirvientes llevaban ya algunas horas celebrando y recibieron de muy buena gana la llegada de sus patrones; los Jarjayes siempre habían sido bastante generosos con su personal de servicio y ellos no tuvieron ningún inconveniente en hacer una pequeña pausa para atenderlos como merecían.

No obstante, desde el momento en que los tres atravesaron la puerta, André y Oscar supieron que su propia celebración había terminado, y aunque por una parte estaban felices por reencontrarse nuevamente con sus seres queridos, por otra tuvieron que aceptar con resignación que a partir de ese momento tenían que guardar las apariencias.

Durante esos días, la heredera de los Jarjayes y el nieto de Marion evitaban estar juntos en presencia de los padres de Oscar, sin embargo, ambos ignoraban que - aunque los vieran el uno al lado del otro - era imposible que Regnier y Georgette notaran sus sentimientos. Estaban demasiado acostumbrados a pensar en ellos como dos amigos, los veían casi como dos hermanos, y por eso, jamás pasaría por sus mentes que pudiese existir otro tipo de relación entre ambos.

- Hija, que buena idea tuviste al proponernos a tu padre y a mí hacer el brindis para recibir el nuevo año junto a todos los miembros del servicio de la casa. Ninguna de tus hermanas pudo venir a pasar las fiestas con nosotros este año y hubiese sido bastante triste que lo recibiéramos solamente los tres. - le dijo Georgette a su hija, y tras escucharla, Oscar sonrió.

Su madre no sabía que su única intención al proponerle algo como eso a sus padres había sido la de estar cerca de André para recibir el año, y por fortuna había logrado su objetivo.

Y ahí , en la habitación de sus padres, la heredera de los Jarjayes volvió a dirigirse a Georgette.

- Madre, tengo algo que decirte y un favor que pedirte. - le dijo de pronto, y la esposa de Regnier la miró intrigada.

- ¿De qué se trata, Oscar? - le preguntó su madre, y en ese momento, la heredera de los Jarjayes sacó la caja de terciopelo que le había dado André por su cumpleaños y la abrió frente a ella.

Entonces, el rostro de Georgette se transformó. Una mezcla de conmoción, sorpresa, emoción e incredulidad se apoderaron de ella al encontrarse con la antigua joya que había pertenecido a su familia.

- Hija... Esta es... Pero cómo...

La esposa de Regnier no daba crédito a lo que veía, ni aunque lo estuviera viendo con sus propios ojos.

- Sí, madre... Esta es la rosa de la que tanto nos habías hablado a mis hermanas y a mí. La que nos contaste que era tu favorita y que había estado en tu familia por varias generaciones. - le dijo.

E impactada, Georgette la tomó con delicadeza.

- Oscar... No puedo creer que la tengas... ¿Pero cómo llegó a tus manos? - le preguntó ella sin salir de su asombro.

- André y yo la encontramos expuesta en un mercadillo de París... - le comentó Oscar, aunque obvias razones no podía contarle toda la verdad, sólo parte de ella.

Y luego de una breve pausa, la heredera de los Jarjayes volvió a dirigirse a Georgette.

- Madre, sé que lo que te voy a pedir quizás sea demasiado, pero... ¿me dejarías conservarla? - le preguntó expectante.

Oscar sabía que aunque André la había recuperado para ella, la joya en realidad le perteneció a su abuela, y que al haber fallecido ésta, lo correcto era que pase a manos de su madre. Sin embargo, ella realmente quería conservarla, no sólo porque era un legado de su familia, sino también porque la había recibido de manos del hombre que amaba como regalo de cumpleaños.

Entonces, con una dulce sonrisa, Georgette dirigió la vista hacia su hija.

- Mi querida Oscar, claro que puedes conservarla... Como podría negarme a una petición como esa... - le respondió, y volvió a poner la joya en manos de su hija.

- ¿No te molesta, madre? - le preguntó Oscar algo inquieta, pero Georgette sólo rio delicadamente.

- ¿Pero cómo podría molestarme que la conserves?... Oscar... Tú eres mi hija... Y la sangre de la familia De la Tour también corre por tus venas. Esta joya también te pertenece. - le dijo.

Y conmovida por la generosidad de su madre, Oscar la miró a los ojos con genuino agradecimiento.

- Muchas gracias. - le respondió la heredera de los Jarjayes. - Te aseguro que la atesoraré tal como tú lo hubieras hecho. - agregó.

- Lo sé hija... Estoy segura de que nadie podría cuidarla mejor que tú... - agregó Georgette.

Tras ello, ambas se sentaron en uno de los amplios sillones que se encontraban en la habitación de los padres de Oscar, y sin poder ocultar su preocupación, Georgette bajó la mirada.

- Mañana retomas tus labores en la Guardia Francesa, ¿cierto Oscar? - le preguntó a la menor de sus hijas.

- Así es madre. - le respondió ella, pero notó que en la pregunta de su madre había una profunda angustia, y llena de serenidad, trató de tranquilizarla. - Por favor, no te inquietes por mí. - le dijo. - Sé que son tiempos difíciles, pero confío en que todo mejorará por el bien de todos. - agregó, sin embargo, su madre aún parecía preocupada.

- Hija, tú sabes bien lo que pienso acerca de que continúes en la carrera militar... - le dijo. - Yo hubiese preferido que formes un hogar, pero entendí y respeté tu decisión de no querer casarte... Sin embargo, esa no es la única manera de dejar la vida que llevas atrás...

Y tras decir esto, Georgette la miró fijamente.

- Oscar, tu padre y yo hemos adquirido una gran propiedad en Suecia, en la misma ciudad donde vive tu hermana Josephine, y honestamente nada me haría más feliz que renuncies a la carrera militar y vayas a vivir para allá. - le dijo, y Oscar la miró atónita.

Era imposible para ella pensar en la idea de renunciar, menos aún en esos momentos. Oscar soñaba con ver a su país convertido en un lugar próspero y justo, y hasta era capaz de dar la vida por ese ideal. Renunciar a ese sueño y a la carrera a la que se había dedicado desde los catorce años no era una opción para ella.

Quizás lo consideraría si pensara que esa sería la única manera de vivir al lado del hombre que amaba, pero eso tampoco era posible. Vivir en Suecia era equivalente a vivir en Francia; la familia Jarjayes era una familia noble francesa y le debía obediencia a Luis XVI, por tanto, cualquier acto que pudiese considerarse una deslealtad o traición al rey - como lo era casarse con André sin la autorización del monarca - iba a ser castigada así viviera en el país donde residía su hermana. Esa no era la solución a sus problemas.

- Madre... Yo... - le dijo Oscar a Georgette, y bajó la mirada con tristeza por no ser capaz de complacer sus deseos.

- Oscar, sólo prométeme que lo pensarás. - le dijo su madre.

- Te lo prometo, madre. - le respondió Oscar para tranquilizarla, sin embargo, para ella no había nada que pensar. Quería luchar por su país desde su propia trinchera: ella era la Comandante de la Compañía B de la Guardia Francesa y tenía la importante misión de vigilar que las asambleas de los Estados Generales se lleven a cabo en perfecto orden. Habiendo empezado el año, la heredera de los Jarjayes sabía que sólo era cuestión de días - o incluso de horas - para que Luis XVI anuncie la fecha de su establecimiento.

...

Mientras tanto, André se encontraba en las calles de París. Era su último día de vacaciones y - dado que no podía estar demasiado cerca de Oscar - había salido a recorrer las calles de la capital francesa: quería saber lo que le esperaría a la Compañía B al retornar a sus labores.

De pronto, notó a un gran grupo de personas abarrotando la plaza que se encontraba cerca del distrito de Saint Antoine y se aproximó a ellos. Al llegar, notó que los presentes escuchaban muy atentos las palabras de un joven orador, y caminó hacia el centro de la multitud para poder oírlo con mayor claridad. Nevaba, pero eso tenía sin cuidado a André y al resto de parisinos.

- ¡El antiguo régimen se está viniendo abajo!... ¡Pronto no habrá discriminación entre el Primer, el Segundo y el Tercer Estado! - decía el joven, muy seguro de sus palabras.

Era Bernard, y al notarlo, André lo observó pensativo.

- Bernard... - murmuró al reconocer en aquel orador a quien fuera en el pasado el famoso Caballero Negro.

- ¡Algún día todos viviremos en igualdad! ¡Todos los hombres nacimos iguales! - les dijo Bernard. Y todos los presentes aplaudieron muy emocionados.

Tras escuchar sus palabras, el nieto de Marion reflexionó sobre ellas. ¿Era necesario que el antiguo régimen se venga abajo para lograr esa igualdad de la que Bernard hablaba? Al igual que sus compatriotas él también deseaba cambios, pero por otra parte, le preocupaba el futuro de la familia Jarjayes; ellos eran miembros de la aristocracia, y André sabía que si el pueblo lograba conseguir todo lo que se había propuesto los nobles se verían muy perjudicados.

Su alma estaba dividida. El hijo de Gustave Grandier sabía que si no amara a Oscar con todas las fuerzas de su corazón definitivamente lucharía al lado del pueblo por ese ideal del que Bernard hablaba, porque era un ideal que él también anhelaba por el bien de sus compatriotas.

¿Cómo no desear la caída de un régimen que había probado una y otra vez ser ineficiente?... A la realeza, la nobleza y el clero únicamente le interesaba seguir manteniendo su estatus y él lo sabía mejor que nadie, ya que había pasado una gran parte de su vida frecuentando la corte francesa. Claramente Oscar era la excepción a la regla, y probablemente no era la única entre los aristócratas, pero que unos cuantos nobles fueran justos no era suficiente para transformar a un país como Francia.

Unos minutos después, Bernard terminó su emocionante discurso y los ciudadanos se dispersaron, pero André se dirigió hacia el lugar hacia donde él caminaba.

A pesar de que el Caballero Negro lo había privado de la vista de uno de sus ojos, el nieto de Marion no podía sentir más que admiración por él, y es que nadie se había atrevido a hacer lo que Bernard había hecho en el pasado: arriesgar su propia vida por los más necesitados. Y aunque sus métodos eran cuestionables para muchos, sus acciones perseguían un fin mayor: sacar del hambre, de la enfermedad y de la miseria a sus compatriotas.

Entonces, a la altura de uno de los puentes del río Sena, André se dirigió a él.

- ¡Bernard! - le gritó. - ¡Oye, Bernard! - insistió.

Él se encontraba conversando con dos de sus compañeros, pero al escuchar que alguien lo llamaba, se detuvo y dirigió la mirada hacia donde se encontraba André.

- ¡André!... ¡André, eres tú! - le dijo sorprendido, reconociendo de inmediato a quien en el pasado lo había imitado a la perfección como Caballero Negro.

- Pude escuchar tu discurso... ¡Fue increíble! - le dijo André, y Bernard sonrió, halagado por sus palabras.

- ¡Gracias! - le dijo emocionado.

Claramente a él también le alegraba volver a verlo, y es que Bernard también sentía una profunda admiración por André. Jamás hubiera imaginado que alguien fuese lo suficientemente hábil como para hacerse pasar por él cuando representaba al Caballero Negro, ni que por él haya estado a punto de perder por primera vez un duelo de espadas.

Pero no era únicamente eso lo que hacía que Bernard respete a André, también estaba el hecho de saber que a pesar de ocasionarle un daño irreversible, el fiel asistente de la heredera de los Jarjayes tuvo la generosidad de interceder por él para que lo dejen libre, y todo pensando en los más necesitados y en el bienestar de su país.

Y en aquel viejo puente en el que se habían reencontrado, Bernard volvió a dirigirse a André.

- ¡Cierto!... Quiero que veas a alguien... - le dijo. - Ven a mi casa... Está muy cerca. - agregó.

Y tras despedirse de sus compañeros, Bernard llevó a André a un antiguo departamento que se encontraba en una de las calles del centro de París.

Al llegar, lo hizo pasar a la sala. Tenía una sorpresa reservada para él, y también para su esposa.

- Por favor, siéntate. Ahora regreso. - le dijo, y tras algunos minutos, regresó a la sala pero esta vez acompañado por Rosalie, la cual sintió una gran alegría al volver a ver a André.

- ¡Oh!... ¡André!... ¡Bienvenido! - exclamó, muy emocionada.

Ella no se esperaba esa sorpresa; Bernard sólo le había pedido que prepare un poco de café para él y para su invitado, pero nunca imaginó que ese invitado fuera André, una de las personas a las que más apreció mientras vivió en la mansión Jarjayes.

- ¡Rosalie! - le dijo André sorprendido. Él tampoco esperaba verla en casa de Bernard, y aún no terminaba de entender qué hacía ella ahí.

- ¡Ha pasado un buen tiempo desde la última vez que nos vimos! - le dijo la hija de Nicole, y André se levantó de la silla donde había estado sentado.

- Ha sido más que eso... - le respondió. - ¿Pero qué has estado haciendo?... Perdiste contacto con nosotros... Y además... además... ¿Por qué estás con Bernard?... No lo entiendo... - le dijo André confundido, a pesar de que Bernard mantenía a su esposa muy cerca de él. - ¡Ah! ¿Acaso ustedes se casaron? - les preguntó sorprendido, cayendo en cuenta de lo que estaba pasando.

- Sí. - le respondió Bernard, y miró tiernamente a su esposa. - Fue poco después del incidente del Caballero Negro. - agregó.

Entonces, André recordó que Oscar envió a Bernard a recuperarse a casa de Rosalie luego de que le disparara para detenerlo, aunque jamás hubiese imaginado un final así para ellos.

- ¡Claro... Eso era! - les dijo André sonriendo. - ¡Felicidades!

De pronto, Rosalie bajó la mirada recordando lo alejada que se encontraba de Oscar. Y con una profunda melancolía, se dirigió a André nuevamente.

- ¿Lady Oscar se encuentra bien? - le preguntó, casi sintiendo que su corazón se quebraba mientras le hacía esa pregunta. Ambas habían tomado caminos distintos desde hacía mucho tiempo, pero Rosalie la extrañaba, a pesar de saber de que lo mejor para Oscar era mantenerse alejada de ella.

- Sí. Ella está bien. - le respondió André. - Pidió su traslado a la Guardia Nacional, pero trabaja muy duro como siempre. - agregó sonriendo.

Entonces, los ojos de Rosalie se llenaron de lágrimas.

- No te preocupes, Rosalie... - le dijo André al notar su repentina tristeza. - Nada ni nadie ha cambiado desde la última vez que nos vimos... Nadie... - agregó él y bajó la mirada pensativo.

Sin embargo, él sólo había dicho eso para darle calma al sensible corazón de Rosalie, porque muchas cosas habían pasado desde la última vez que se vieron, como el gran distanciamiento que había existido entre él y Oscar después de que André le confesara su amor, y todo lo que había pasado entre ellos hasta ese momento.

No obstante, tras decir esto, André se distrajo con los gritos que provenían de las calles - los cuales pedían la instauración de los Estados Generales - e impresionado, dirigió su mirada hacia el exterior.

- Cierto. Nada ni nadie ha cambiado aún... Pero el cambio llegará pronto. - le dijo Bernard, mientras Rosalie dejaba sobre la mesa de su comedor la jarra con las dos tazas de café que había preparado para su esposo y su invitado.

- André, por favor, siéntete como en tu casa. - le dijo ella al nieto de Marion. - Tengo que irme ahora para volver al trabajo. - agregó. Hubiese querido quedarse más tiempo con él, pero tenía que regresar a cumplir con sus obligaciones.

- ¡Ah!... Está bien... Gracias, Rosalie. - le respondió André.

Y de inmediato, ella tomó una de las capas que se encontraban colgadas en la puerta para evitar que la nieve que caía desde la mañana de aquel primero de Enero de 1789 la congele.

- Por favor, dale mis saludos a Lady Oscar. - agregó desde la puerta.

- Sí. - le respondió André, y luego de una pausa continuó. - Deberíamos reunirnos todos algún día... - agregó, mientras sostenía la taza de café que Rosalie había preparado, y tras escucharlo, ella se marchó sonriendo.

Entonces, ya a solas, Bernard se dirigió nuevamente a André.

- Rosalie está trabajando conmigo en la organización del Doctor Robespierre. - le dijo. - Se fue a preparar folletos y pancartas para nuestra siguiente manifestación.

- Ustedes dos se ven muy felices... de verdad. - le dijo André honestamente, y mientras bebía un sorbo de su café no pudo evitar recordar a Óscar, pensando en lo feliz que sería si pudiese tenerla como esposa.

- André, ¿no te gustaría unirte a nosotros? - le preguntó Bernard. - Yo creo que tú no eres alguien que haya nacido para encargarse de un establo. - agregó, muy determinado.

- "Es un buen café... Humilde, pero hecho con amor..." - pensó André, y evadiendo la pregunta de Bernard, se dirigió a la ventana y observó nuevamente las protestas del pueblo.

- Entonces, ¿por qué escuchabas mi discurso? - le preguntó Bernard, confundido por su revelador silencio. - ¿Qué hacías presenciando la manifestación? - insistió. Él sabía que André deseaba participar de la lucha del pueblo tanto como él; lo veía en su mirada y también en sus acciones.

- Lo hice en mi tiempo libre... - le respondió André. - Sólo pasaba por ahí... Eso es todo...

- Perdóname André, pero no te creo. - le dijo Bernard. - Estoy seguro de que tú deseas el triunfo del pueblo tanto como yo... Pero entiendo tu posición... La misma Rosalie sufrió mucho antes de decidirse a participar en nuestra organización por lealtad a Lady Oscar, quien pertenece a la nobleza. - agregó.

Y tras hacer una breve pausa, volvió a dirigirse a él.

- Si mi esposa tuvo reparos en unirse a la lucha del pueblo por lealtad a los Jarjayes, no puedo imaginar como podrías sentirte tú que has pasado tu vida entera al lado de ellos. - le dijo. - Sin embargo, ambos sabemos que esta lucha es justa y de qué lado está la verdad. - agregó, pero André se mantuvo en silencio.

De pronto, alguien llamó a la puerta insistentemente.

- ¡Bernard! ¡Bernard!

Y tras decir esto, uno de los miembros de la organización de Robespierre abrió su puerta.

- ¡Acaba de ser decretado! - le dijo su compañero. - ¡Se convocará a los Estados Generales!

Y sorprendido, Bernard dirigió su mirada hacia el recién llegado.

- ¿Qué? ¿¡En serio!? - le dijo, esbozando una emocionada sonrisa.

Y al lado de la ventana, André dirigió su mirada hacia ellos; al fin se había hecho el anuncio que tanto Oscar como él habían estado esperando desde hacía mucho tiempo.

- "¿Cómo irá a terminar todo esto?" - se preguntó, y un mal presentimiento perturbó su tranquilidad a pesar de que siempre había tratado de ser positivo.

Sin embargo luego se tranquilizó, porque tal y como estaban las cosas creyó sinceramente que no podía existir un escenario peor al que ya vivían, por lo que era lógico pensar que las cosas sólo podían mejorar.

Un par de minutos después, y a medida que se iba propagando la noticia, las protestas se iban convirtiendo en gritos de algarabía.

La emoción del pueblo era inmensa, y mientras miraba aquella escena a través de su ventana, Bernard no pudo evitar contagiarse de toda esa alegría.

- Ha sido una larga lucha, pero al fin lo hemos conseguido. - le dijo al nieto de Marion.

- Bernard, ahora pertenezco a la Compañía B de la Guardia Francesa, la cual ha sido designada para vigilar que todo este proceso se lleve a cabo en perfecto orden. - le dijo, y Bernard dirigió su mirada hacia él, dándose cuenta de inmediato de que la noticia del establecimiento de los Estados Generales no era una novedad para él.

Y tras una breve pausa, el nieto de Marion volvió a dirigirse a él.

- Confío en que las demandas del pueblo serán escuchadas y atendidas. - agregó, y una vez mas, Bernard pudo ver en sus ojos que ambos tenían el mismo deseo de que así fuese.

Entonces André tomó su capa; debía regresar a la mansión para informarle a Oscar que ya se había formalizado el anuncio del establecimiento de los Estados Generales, y frente a Bernard, extendió su mano en señal de despedida.

- Muchas gracias por el café. En verdad me alegró verlos a ambos. - le dijo a quien en otra época fuera el Caballero Negro.

Y mientras le daba la mano, Bernard se dirigió a él también.

- André, mi propuesta de que te unas a nosotros sigue en pie... En el momento que lo decidas, las puertas de nuestra organización estarán abiertas para ti, pero mientras tanto, por favor no dejes de visitarnos...

Y tras decir esto, bajó la mirada.

- Rosalie realmente los extraña, pero sabe que lo mejor es no acercarse a la casa Jarjayes por el vínculo que la unió a Jane de Valois... - le dijo.

- Vendré a verlos, te lo aseguro... Y espero algún día hacerlo al lado de Oscar para que ambas puedan verse... - le dijo, y tras una breve pausa, continuó. - Ella también extraña a Rosalie, pero estoy seguro de que se alegrará mucho al saber que es feliz a tu lado. - le dijo a Bernard.

Y tras decir esto, André se dirigió a la puerta.

- Adios, André. Nos vemos pronto. - le dijo el esposo de Rosalie al nieto de Marion.

- Adios, Bernard. - le respondió André.

Y tras decir esto, se marchó.

...

Fin del capítulo