Capítulo 41
Contrastes
Era el primer día del año 1789, y las calles de París estaban abarrotadas de franceses que celebraban el anuncio del establecimiento de los Estados Generales: el rey Luis XVI había decretado que las asambleas iniciarían el 5 de Mayo y se llevarían a cabo en Versalles.
No obstante, aunque en un determinado momento André se contagió del entusiasmo que sintió Oscar luego de leer el pliego de demandas del pueblo, ahora se sentía extrañamente angustiado, como si su alma intuyera la proximidad de una serie de desgracias.
- ¿Pero qué me pasa? - pensó, y detuvo su caballo para observar el rostro lleno de esperanza de sus compatriotas. - No debería estar preocupado... Se acerca una nueva era para todos. - se dijo a sí mismo, tratando de pensar en positivo.
Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía dejar atrás aquella terrible sensación de angustia.
- ¿Acaso estaré cometiendo un error al dejar que Oscar permanezca en la Guardia Francesa? - se preguntó André, y la imagen de la bella casa de su nueva Villa del Sur acaparó sus pensamientos. - ¿Por qué tengo este repentino impulso de querer llevármela lejos de aquí?... ¿Por qué tengo esta extraña necesidad de querer ponerla a buen recaudo?
Y pensando en ello, retomó su camino hacia la mansión Jarjayes.
...
Mientras tanto, en el Palais Royale, una hermosa dama había reunido a los sirvientes del primo del rey de Francia.
- ¡Hoy es un día de júbilo para todos los franceses!... ¡El rey ha decretado el establecimiento de los Estados Generales!... Después de 175 años, los representantes del pueblo tendrán nuevamente voz en la política de nuestro país! - les dijo emocionada.
Era Lady Marie Christine, la cual era la favorita del Duque de Orleans en aquel momento.
- Por favor, tengan todo listo para recibir a nuestros habituales invitados. - les dijo a los sirvientes. - Saquen los mejores vinos y preparen el mejor banquete. Hoy es un día que pasará a la historia y nosotros debemos estar a la altura de las circunstancias. - agregó.
Y tras ello, todos se marcharon para seguir las indicaciones de su ama.
Aunque algunos cuestionaban su origen noble y decían que en realidad Marie Christine era una plebeya que había sido adoptada por un barón a insistencia de un acaudalado comerciante que se había enamorado de ella, nadie podía negar que ella era muy apreciada por los miembros del Tercer Estado que frecuentaban el Palais Royale.
Se había entregado por completo a la causa del pueblo, y recibía con gran hospitalidad a quienes compartían los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que tanto anhelaban los franceses.
Todos la trataban con un gran respeto a pesar de ser una mujer muy bella en un ambiente principalmente dominado por hombres. Ella se lo había ganado con su inteligencia y finos modales, sin embargo, no era esa la única razón por la que ningún intelectual o político se atrevía a cortejarla; el principal motivo era que ella era la favorita del Duque de Orleans, el cual brindaba su palacio y sus recursos para que un selecto grupo del Tercer Estado tuviese un lugar donde poder intercambiar ideas, a pesar de que él mismo casi nunca se encontraba en casa.
- Señora, hace mucho que no veía ese brillo de felicidad en su mirada. - le dijo Louise, la doncella que se encargaba directamente de su atención.
- Cómo no estarlo, mi querida Louise. - le respondió ella. - Si esta es la noticia que todos estábamos esperando. - agregó.
De pronto, ambas escucharon unos pasos aproximándose al salón donde se encontraban. Era el duque, el cual acababa de llegar a su palacio.
- Mi señor... - le dijo Marie Christine, y se inclinó respetuosamente ante él para saludarlo.
- Con su permiso, amo. - agregó Louise, y se marchó de inmediato para dejarlos solos.
- Marie Christine, veo que como siempre te has adelantado a mis deseos. - le dijo Felipe de Orleans.
Y bajando la mirada, ella se dirigió a él nuevamente.
- Mi señor, tras el anuncio del rey he dispuesto todo lo necesario para que nuestros invitados celebren este día de una manera memorable. - le dijo, y él la miró satisfecho.
- Excelente... - le respondió el duque. - Por primera vez en casi 200 años el poder del rey se verá limitado por la voz del pueblo, y quiero que todos recuerden que este día fue celebrado a lo grande en el Palais Royale del Duque de Orleans. - agregó.
La amante del primo de Luis XVI estaba convencida de que el duque era una persona que empatizaba sinceramente con las causas del pueblo, ya que incluso se hacía llamar "Felipe Égalité". Ella ignoraba que todo lo que él deseaba era convertirse en el nuevo monarca de Francia, y que todo lo que hacía era parte de una estrategia para lograr su tan ansiado objetivo.
- ¿Estará con nosotros hoy, mi señor? - le preguntó ella, pero él únicamente sonrió por la ingenuidad de su pregunta.
- Tengo asuntos que atender, Marie Christine. Lo dejaré todo en tus manos. - le respondió él. - Haz que nuestros invitados se sientan como en casa, como siempre. - agregó.
- Así lo haré. - le respondió ella.
- Ahora debo irme... Ya me contarás como salió todo a mi retorno. - le dijo.
Y tras escucharlo, Marie Christine volvió a inclinarse ante él en señal de despedida.
...
Mientras tanto, en el Palacio de Versalles, María Antonieta sufría a causa de la enfermedad de su primogénito. A pesar de que no había estado de acuerdo con el establecimiento de los Estados Generales, eso no era algo que le importara en aquellos momentos, porque todos sus pensamientos estaban puestos en la salud de su hijo.
Victor de Gerodelle se encontraba en la entrada del salón donde la reina se encontraba acompañada de sus damas de compañía, las cuales trataban de calmarla mientras ella lloraba desconsoladamente.
De pronto, el conde se vio sorprendido por una infantil voz que lo llamaba.
- Conde Gerodelle... - escuchó decir, y bajó la mirada intrigado.
- Príncipe Luis Carlos... ¿pero qué hace aquí? - exclamó. - ¿Acaso se escapó nuevamente del cuidado de sus nanas? - le preguntó al hijo de los reyes de Francia. El niño estaba solo, pero eso no le sorprendió a Gerodelle, ya que el príncipe acostumbraba escabullirse de sus cuidadoras para ir en busca de María Antonieta.
- ¿Y mi madre? - preguntó el pequeño.
Y Victor Clement lo observó pensativo. Él no podía permitir que el niño vea a la reina en el estado en el que ella se encontraba, y tras una breve pausa, se dirigió nuevamente al hermano del delfín.
- Príncipe, su madre no está aquí. - le dijo el conde. - Salió un momento, pero seguramente no tardará.
Y conmovido ante la inocente mirada del pequeño, Gerodelle sonrió.
- Déjeme llevarlo con la Condesa de Noailles... Seguramente ella está muy preocupada por usted. - agregó, y de inmediato, Luis Carlos alzó los brazos hacia él: al parecer no estaba dispuesto a caminar.
Entonces Gerodelle lo levantó, y tras ello, se dirigió a uno de sus subordinados.
- Teniente Richard, lo dejo a cargo. - le dijo. - Llevaré al príncipe con la Condesa de Noailles.
Y tras decir esto, ante la sorpresa de ambos, el pequeño se abrazó a él como lo haría con su propio padre.
- Vuelvo enseguida. - agregó Gerodelle, pero ambos adultos se miraron con tristeza. Era obvio que al pequeño le hacían falta sus padres, sin embargo, a pesar de que los reyes amaban profundamente a cada uno de sus hijos, no se sentían capaces de atenderlos emocionalmente como ellos requerían por todo lo que estaba ocurriendo por aquellas fechas.
Unos segundos después, y llevando en brazos al pequeño Luis Carlos, Victor Clement empezó a caminar por los largos pasillos del palacio.
- Conde Gerodelle, ¿mi madre ha estado llorando de nuevo? - le preguntó el niño entristecido, y al escucharlo, Gerodelle se paralizó.
Luis Carlos no era ajeno a lo que ocurría. Su hermano mayor había dejado de jugar con él y pasaba casi todo el día en cama, y además de eso, notaba a su madre triste y por momentos ausente, a pesar de estar a su lado la mayor parte del tiempo.
- No, Majestad. - le dijo Gerodelle tranquilamente, apelando a una mentira piadosa. - Como le dije su madre tuvo que salir, pero apenas regrese le diré que fue a buscarla y seguramente irá a verlo. - agregó.
Entonces Luis Carlos se tranquilizó, y lo miró a los ojos con una sonrisa.
- Conde Gerodelle... cuando usted era pequeño... ¿jugaba mucho con sus padres? - le preguntó de pronto, y Victor Clement sonrió ante su curiosa pregunta.
- Mis padres eran personas muy ocupadas y viajaban mucho. Ellos no disponían de tiempo para jugar. - le respondió Gerodelle. - Sin embargo, la familia que me crió en el campo sí jugaba mucho conmigo. - le dijo.
- ¿En el campo? - le preguntó el pequeño, observando el rostro de Víctor atentamente.
- Así es. Yo pasé mis primeros diez años en el campo, rodeado por la naturaleza. - le dijo al pequeño.
Y tras una pausa, el príncipe volvió a dirigirse a él.
- ¿Su casa en el campo era como el Petit Trianon? - le preguntó Luis Carlos, y Gerodelle soltó una carcajada.
- No, Majestad. La casa en la que crecí era una casa mucho más pequeña, pero fui muy feliz ahí. - le respondió.
Sin embargo, aunque parte de lo que Gerodelle decía era cierto y efectivamente había tenido muchos momentos de felicidad al lado de la familia que lo crió en el campo, muchas veces se sintió solo durante su infancia e incluso abandonado por sus padres, los cuales, con sus acciones, le expresaban de manera muy clara que pasar tiempo con él y guiarlo mientras crecía no era algo que formara parte de sus prioridades.
- Ya llegamos, Majestad. - le dijo al niño, y lo colocó nuevamente en el suelo.
- ¡Príncipe! - gritó una de sus nanas al verlo, y corrió hacia él junto con otras damas que lo habían estado buscando desde hacía ya un buen rato. - Por favor, no se vuelva a ir así. ¡Estábamos muy preocupadas por usted! - le dijo la doncella.
- Lo siento. - respondió Luis Carlos.
Entonces Gerodelle se dirigió discretamente a la Condesa de Noailles quien había estado con las damas buscando al príncipe, y la cual - a su vez - era la jefa de todas ellas.
- Condesa de Noailles, por favor: pídales a las doncellas que no descuiden así al príncipe. - le dijo.
- Lo siento mucho, Conde Gerodelle... Estas muchachas son demasiado jóvenes y no están acostumbradas a cuidarlo. - le dijo la condesa.
- Pero pensé que Madame de Polignac estaba a cargo de él junto con las doncellas. - le dijo Víctor algo enojado.
Y tras una breve pausa, La Condesa de Noailles volvió a dirigirse a él.
- Madame de Polignac ha estado acompañando a la reina. Ya sabe que ella se encuentra muy triste por la enfermedad del delfín. - le respondió al conde.
- Pues parece que le han dado una información inexacta, condesa. Porque vengo del salón donde se encuentra Su Majestad y Madame de Polignac no está con ella. - le informó Victor Clement.
Y tras oír sus palabras, la condesa de Noailles lo miró sorprendida. Si Yolande no estaba con la reina, entonces ¿dónde estaba? - se preguntó indignada. La madre de la difunta Charlotte tenía la importante misión de cuidar del príncipe Luis Carlos, el cual, después de Luis Joseph, era el sucesor al trono, sin embargo había descuidado esa obligación y al parecer sin razón justificada.
- Debo regresar con Su Majestad. Con su permiso, condesa. - le dijo Gerodelle a la encargada del personal de servicio del Palacio de Versalles.
- Hasta pronto, conde. - le respondió ella, sin dejar de preguntarse dónde se habría metido la dama favorita de la reina.
...
Habían pasado ya varios minutos desde que André se despidió de Bernard luego de estar en su casa y ya estaba en la mansión Jarjayes.
Al ingresar fue directamente a buscar a Oscar, la cual estaba en uno de los salones de la mansión, tomando una taza de café.
- Oscar... - le dijo agitado, ya que había corrido desde el establo donde había dejado su caballo.
- André... ¿Estás bien? - le preguntó ella. - Te noto algo alterado... - agregó.
- Oscar... Ya se anunció.. - le dijo, y tras tomar aire, continuó. - El rey al fin decretó el establecimiento de los Estados Generales. Las asambleas darán inicio a principios de Mayo. - le informó, y en ese momento, la heredera de los Jarjayes se levantó de la silla donde había estado sentada.
- Así que por fin es un hecho. - le respondió ella, y su mirada se iluminó.
- Sí. - le dijo André, aunque seguía teniendo aquel extraño presentimiento que no lo dejaba tranquilo.
Algo en su corazón le decía que debía sacar a Oscar de Versalles, sin embargo, en el instante en el que le iba a hablar sobre la gran angustia que sentía, ella se adelantó a él.
- André... Desde que supe por el General Boullie que el rey había decidido darle voz y voto al pueblo en la política de nuestro país he estado contando las horas para que llegue este día. - le dijo con emoción. - Te confieso que durante mucho tiempo no veía una salida para los problemas que enfrenta nuestro país y eso me tenía muy preocupada, pero ahora que todo se está concretando me siento llena de esperanza.
- Oscar... - le dijo él, pero ella continuó.
- Debemos prepararnos... - agregó la hija de Regnier. - A partir de mañana nuestra compañía deberá alternar la vigilancia de París con un nuevo entrenamiento. Hay que activar ciertos protocolos para las asambleas.
Y tras decir esto, miró hacia el exterior.
- Como me gustaría haber estado en París cuando se hizo el anuncio. - le dijo a André.
Oscar no podía ocultar su felicidad. Según sus propias palabras, había ansiado aquel día desde hacía mucho tiempo, y André sabía que ni él sería capaz de alejarla del objetivo que se había trazado como líder del regimiento a cargo de la seguridad de las asambleas.
El nieto de Marion también había anhelado ese día, incluso desde mucho antes que Oscar lo hiciera, y aún recordaba el brote de esperanza que nacía en su corazón cada vez que asistía a las reuniones nocturnas que se llevaban a cabo para hablar sobre una Nueva Era para Francia.
Sin embargo, ahora tenía un mal presentimiento sobre todo eso. Se sentía inquieto; su corazón le gritaba que permanecer en Versalles era peligroso para la mujer que amaba e incluso para él mismo.
No obstante, ni el mismo André entendía el motivo de su irracional angustia en aquel día de júbilo para todos los franceses.
...
Fin del capítulo
