Capítulo 42

Correspondencias inesperadas

Había pasado más de un mes desde que los miembros de la Compañía B retornaron de sus vacaciones. Todos habían recibido de muy buena gana la noticia del establecimiento de los Estados Generales, a pesar de saber que tendrían mucho más trabajo del acostumbrado.

En las barracas, y luego de un arduo día vigilando las calles de París, los soldados jugaban a las cartas y André leía uno de sus libros cuando, de repente, uno de los soldados que estaba a cargo de la vigilancia del cuartel militar ingresó al recinto.

- ¿Está aquí André Grandier? - preguntó, y todos dirigieron su mirada hacia la puerta.

- Soy yo. - respondió André.

- Tienes correspondencia. - le dijo escuetamente el soldado.

Entonces el nieto de Marion se incorporó y se acercó a él para tomarla. El sobre no tenía remitente ni dirección de origen, lo cual le pareció sumamente extraño al nieto de Marion, sin embargo, no dijo nada; únicamente la miró intrigado.

- Vaya, vaya... Así que recibiendo cartas sin remitente... - le dijo Jean con la cabeza casi sobre su hombro. El soldado acababa de ingresar a las barracas y no pudo resistirse a curiosear quien le había escrito a su compañero.

Entonces André le dio un codazo en el estómago para alejarlo de su lado y los guardias rieron. A esas alturas todos habían hecho una gran amistad y se trataban con una gran confianza. No obstante, Jean no estaba dispuesto a rendirse; quería saber quien le había escrito a su compañero.

- Vamos, André... Cuéntanos... ¿Acaso se trata de alguna mujer?... ¿Acaso conociste a alguien durante las vacaciones? - preguntó insistentemente.

Y al otro extremo del salón, Armand, sin quitar la vista de su manojo de cartas, se dirigió a Lasalle.

- Pues será mejor que no se entere la comandante - le susurró. Y tras escucharlo, Lasalle pisó su pie obligándolo a callar. - ¡Ah! - gritó él, distrayendo a sus compañeros.

Desde que regresaron de sus vacaciones, Armand se había confirmado a sí mismo algo que desde hacía un tiempo sospechaba: que entre André y Oscar estaba pasando algo. No sabía definir exactamente qué era lo que ocurría, pero en su opinión, ninguno de los dos se estaba comportando de manera normal.

Lasalle también lo había notado: la forma en la que se hablaban, en la que se miraban... Era demasiado obvio para él que algo había cambiado en su relación. Y en una de sus guardias nocturnas, cuando se encontraba en compañía de Armand, no pudo evitar tocar el tema con él cuando éste le insinuó sutilmente que creía que algo se había despertado entre su comandante y su compañero.

- Deja en paz a André, Jean. - le dijo Lasalle, para distraer su atención. - Por cierto, ¿tuviste alguna noticia de la mujer con la que nos cruzamos en el mercado de París? ¿o sigues creyendo que se trataba de la comandante? - le dijo burlándose de él, y Jean empalideció.

- ¡No me gusta que bromees con eso! ¡Sabes que ese es un tema sensible para mí! - le respondió Jean, bastante nervioso. Y es que nada le quitaba de la cabeza que, sin saberlo, había cortejado a su mismísima comandante.

- Oigan, ya no se distraigan. - agregó Didier. - Estoy a punto de ganar esta partida, y no podrán evitarlo. - les dijo a sus compañeros, y todos se alborotaron.

Por su parte, y con el sobre entre las manos, André se dirigió a su litera, no sin antes recordar - con una sonrisa en los labios - la hazaña de la mujer que amaba. Sí, Oscar se había vestido de plebeya sólo para hacerlo feliz, y eso era algo que lo llenaba de alegría.

Y mientras Jean se sentaba al lado de sus compañeros para participar en la siguiente ronda de póker, André se recostó en su cama y abrió el misterioso sobre.

André,

Soy yo, ¡Alain!

Podría apostar todo lo que tengo a que Jean te preguntó si esta carta era de alguna mujer, jajaja. Aunque no lo creas, extraño sus ocurrencias.

Gracias por escribirme, amigo. No entiendo cómo fue que lograste ubicar donde vivo ahora, pero te agradezco que lo hicieras.

Estoy bien, aunque imagino que ya te enteraste del fallecimiento de mi madre. Al menos ya se encuentra al lado de Diana, y eso, dentro de todo, me da consuelo.

Desde hace mucho tiempo quería escribirles para que me cuenten cómo está todo por allá, pero aún me sentía muy desanimado. Además, supe que el servicio de correspondencia no estuvo funcionando por las marchas y supuse que mi carta no llegaría, pero me alegra que todo esté volviendo a la normalidad (si se puede llamar normalidad a lo que vivimos en nuestro país).

Estoy de paseo por París y aproveché para dejar esta carta con uno de mis conocidos, por eso no lleva remitente. Entre otras cosas, quería anunciarte que he decidido regresar a la Compañía B, ahora que ya se establecieron los Estados Generales. Me lo prometí a mí mismo y quiero cumplirlo; llámame soñador, pero quiero ser parte de la construcción de la Nueva era para Francia que tanto anhelamos.

Por favor, no les digas nada a los muchachos. ¡Quiero que se lleven una buena sorpresa a mi regreso!

Nos vemos pronto, André.

Y gracias por todo.

Alain.

Que grata sorpresa se había llevado André al recibir esa carta. "Alain regresará..." - pensaba el nieto de Marion con entusiasmo.

La compañía B no era lo mismo sin él, y aunque había logrado forjar una buena amistad con todos sus compañeros, ninguna se asemejaba a la que tenía con Alain. Sin duda, ellos habían creado un lazo muy fuerte; ambos habían estado para el otro en los momentos más dolorosos de sus vidas y ninguno de los dos lo podía olvidar.

Y mientras André sonreía y guardaba el sobre en uno de sus libros, Oscar, a varios metros de él, atravesaba la puerta del cuartel para dirigirse a los establos en busca de su corcel. Después de una larga jornada de trabajo debía retornar a su mansión, pero antes de marcharse dirigió su mirada hacia una de las ventanas que conectaban el patio con las barracas.

- "Hasta mañana, André..." - pensó llena de amor, y en ese instante, André volvió a ponerse de pie para dirigirse a la ventana.

- "Oscar ya debe estar regresando a la mansión..." - pensó él, mientras observaba a través de los vidrios. Efectivamente, ella había atravesado la puerta en los segundos en los que él caminaba de su litera a la ventana, y no alcanzó a verla.

Sin embargo, al recordar su rostro no pudo evitar sonreír. Estaba perdidamente enamorado de ella, y a pesar de su realidad, por momentos se sentía en un maravilloso sueño, un maravilloso sueño del que no quería despertar: Ella lo amaba, y para él no había felicidad más grande que esa.

...

Mientras tanto, a varios kilómetros de ahí, un apuesto joven cabalgaba hacia la Villa de Provenza de los abuelos de André. Era Jules, su primo, el cual iba a visitar a su madre a quien no veía desde que recibieron juntos el año nuevo.

Jules Laurent Jussieu era el primer hijo de Juliette y tenía la fama de ser el soltero más codiciado de toda la región de Provenza. Era alto, tan fornido como André, y su rostro era tan hermoso como el de una bella escultura griega. Su sonrisa, tan transparente como su corazón, dejaba cautivadas a las muchachas, las cuales, apenas lo conocían, quedaban fascinadas por su porte, su resplandeciente cabello castaño, y sus ojos tan celestes como el mar.

Sin embargo, Jules era un hombre difícil de cazar, y casi podría decirse que era un incomprendido. Camille, su hermana, ya se había cansado de presentarle a cuanta mujer se le atravesaba en el camino, y si bien con algunas él había llegado a acercarse a tener una relación formal, ninguna había prosperado. Muchas veces, al escuchar los reclamos de Juliette por su afán de no sentar cabeza, Jules había llegado a pensar que tenía que haber algo malo con él: "Acaso es un pecado aspirar a lo perfecto..." - se preguntaba, con el peso de no poder satisfacer los deseos de su madre.

Él no podía resignarse a formar una familia solamente porque sí. Muchas mujeres le habían gustado, pero en verdad ninguna había sido capaz de capturar por completo su corazón, y se negaba a resignarse a la idea de que eso era todo lo que la vida tenía para ofrecerle.

Quizás, en muchos aspectos, Jules era parecido a André. El nieto de Marion también podría haber formado una familia desde mucho tiempo atrás: oportunidades no le faltaron. Sin embargo, él aspiraba al sublime amor de Oscar, y para su fortuna, el deseo que su corazón había albergado por tantos años al fin se había hecho realidad, a pesar de que aún no pudieran estar juntos.

No obstante, Jules no estaba ni cerca de lograr alcanzar el amor. Por aquellos días, su principal objetivo era sacar adelante a la Villa del Sur de André y eso lo tenía muy entusiasmado. Si bien deseaba enamorarse algún día, tampoco era algo que le quitara el sueño; únicamente se cuestionaba su realidad cuando su madre o su hermana ponían el tema sobre la mesa.

- ¡Jules! - exclamó Camille, al verlo llegar desde un pequeño banco en la entrada de la Villa Laurent, y mientras sonreía, levantó su mano para saludarlo.

Entonces Jules detuvo su caballo, y tras bajar y atarlo a la entrada, se aproximó a su hermana.

- Pero Cami, ¿qué haces aquí?... ¿No deberías estar descansando en tu casa? - le preguntó.

- Si casi parece que no te alegras de verme. - le reclamó ella, riendo.

- No digas eso. - le dijo él, y se acercó a ella para abrazarla afectuosamente. - Sabes que me alegra verte, pero quiero que estés bien. No deberías estar moviéndote tanto en tu estado. Mi sobrino podría llegar al mundo en cualquier momento. - agregó Jules, ya que, para esos momentos, Camille tenía casi nueve meses de embarazo.

- No exageres, Jules. Aún me siento muy bien. - le respondió ella. - Marcel salió a ver a un paciente y Philippe está jugando en la casa de unos vecinos. Estaba muy aburrida y por eso le pedí al cochero que me traiga hasta aquí para ver a mi madre, pero no está en casa.

- ¿No está? - le preguntó Jules.

- No está. - le respondió su hermana. - Según me dijeron los sirvientes, fue al centro a comprar unas cosas para mi bebé. - agregó con una sonrisa.

- ¿Y Marcel? - preguntó Jules, algo enojado. - Le había prometido a mi madre que ya no vería pacientes para estar pendiente de ti. - reclamó él.

- Por favor, no te enojes con él. - le dijo ella. - Yo fui la que insistió en que fuera a ver a su paciente. ¡Pobre!.. Ya lleva demasiados días sin poder salir de casa por estar a mi lado. - agregó.

Y tras una breve pausa, continuó.

- No te preocupes. Marcel me dijo que si me mantenía tranquila nuestro bebé estaría llegando en dos semanas. No tiene por qué adelantarse. - le dijo sonriendo, y Jules suspiró preocupado. Su hermana podía dar a luz en cualquier momento y encontrarla sin nadie de su familia cerca lo había inquietado.

De pronto, montado en su caballo, uno de los sirvientes de Juliette se acercó a ellos, y Jules se levantó para aproximarse a él. Al parecer, tenía algo que decirles.

- Joven Jules, que gusto verlo. Señora Camille, buenas tardes. - saludó él.

- Enzo, ¿como estás? - le respondió Jules.

- Muy bien. - le dijo el sirviente. - Vengo a traerles buenas noticias: ya se reactivó el servicio de correos y todas las cartas que habían quedado detenidas en varios puntos del país al fin han continuado su recorrido.

- ¡Qué alegría, Enzo! Al fin todo está volviendo a la normalidad. - exclamó Camille sin levantarse, y sosteniendo entre sus manos su abultado vientre.

- Así es, señora. - le respondió Enzo. - De hecho, también tengo correspondencia para ustedes, y ya que los encuentro juntos me ahorraré el viaje a la casa Blanchar y a la Villa del Sur. - les dijo riendo, y Jules y Camille también rieron.

Entonces el sirviente empezó a poner en manos de Jules toda la correspondencia que había llegado para ellos.

- Estas son cartas para la señora Juliette, estas para el Doctor Blanchar, estas para la señora Blanchar, y estas para usted, joven Jules. - les dijo.

- Muchas gracias, Enzo. - le dijo Jules.

- Bueno, me retiro. La señora Juliette me hizo unos encargos que aún tengo pendientes. Nos vemos en otro momento. - les dijo mientras montaba.

- Adiós, Enzo. ¡Y gracias! - exclamó Camille, y Jules también levantó su mano en señal de despedida.

Tras ello, el hijo de Juliette separó las cartas para su madre y para su cuñado y las puso en la pequeña mesa que acompañaba el banco donde Camille estaba sentada. Y luego, tomó dos de las restantes y las acercó a las manos de su hermana.

- Señora Blanchar... - le dijo Jules formalmente, y le entregó a Camille las cartas que habían llegado para ella.

- ¡Son de André! - exclamó Camille, emocionada. Y es que desde hacía varios meses esperaba una respuesta suya.

Por su parte, Jules también había recibido dos cartas de su primo, sin embargo, al ver tan emocionada a su hermana, decidió esperar a que ella le cuente qué le decía André en alguna de las suyas.

Entonces Camille abrió la que parecía ser la más antigua y empezó a leerla, sin embargo, a diferencia de lo que Jules esperaba, la cara de su hermana fue transformándose: en sólo un segundo pasó de estar feliz a estar muy molesta, y sin poder contener más su enojo, la hija de Juliette empezó a leer su carta en voz alta.

Querida Camille,

No sé como empezar esta carta...

¡Ah!... ¡Qué podré hacer para que me perdones!

Bueno, lo diré sin más rodeos.

Recibí tu carta, la tenía conmigo en uno de mis libros, pero...

Desapareció.

Por favor, perdona mi descuido.

Sé que vas a odiarme por esto, pero... ¿podrías repetirme lo que querías contarme?

...

La carta seguía, pero Camille se detuvo. Estaba demasiado molesta.

Jules, por su parte, trataba de contener la risa luego de escuchar las palabras de su primo. Casi podía imaginar el terror que sintió André al escribir esa carta. Ambos conocían muy bien a Camille, y sabían que ese tipo de cosas podían sacarla de sus casillas.

- Por favor, Cami. Perdónalo. - le dijo Jules. - Cosas como esta pueden ocurrirle a cualquiera. - agregó. Sin embargo, Camille lucía realmente enojada.

- ¡¿A cualquiera?! - replicó ella. - ¡No lo defiendas! ¡André siempre es muy despistado! - exclamó.

Y tras una breve pausa, continuó.

- ¿¡Es que acaso no recuerdas cuando por un descuido casi hace que nos perdamos en el bosque!? - exclamó indignada.

- En ese momento André tenía cinco años, yo cuatro y tu dos... ¡Era sólo un niño!.. Además, ¿cómo puedes recordar algo como eso? - le preguntó intrigado.

- ¡Hay cosas que no se olvidan! - le respondió Camille, e hizo un gesto de dolor.

Entonces, con la mano en el vientre, continuó.

- ¡Le había dicho cosas muy importantes en esa carta! - exclamó indignada.

- Cálmate, hermana. - le dijo Jules, tratando de tranquilizarla. - Esto no es bueno para ti. - insistió.

- ¡Ah! - exclamó ella.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó Jules, preocupado.

- Es el bebé... Creo que ya viene en camino. - le dijo Camille. Había empezado a sentir las contracciones que anunciaban la llegada de su segundo hijo a partir del enojo que sintió luego de leer la carta de su primo y ya no había forma de detener lo inevitable.

- ¿¡Qué!? - exclamó Jules.

Nunca había estado en una situación como esa. Cuando Philippe - su primer sobrino- llegó al mundo, él había estado presente, pero sólo como espectador. Quienes se habían hecho cargo de todo fueron su cuñado - que era médico - y su madre.

No obstante, él sabía que no podía transmitirle sus preocupaciones a su hermana. Estaba aterrado, pero no le quedaba otra alternativa que comportarse a la altura de las circunstancias.

Entonces, fuerte como era, la levantó en sus brazos.

- ¡Pero qué haces, Jules! - exclamó ella. - Aún puedo caminar. - le dijo, tratando de bajarse.

- No te preocupes por nada, hermana. No pienso apartarme de tu lado. Conmigo estarás a salvo. - le dijo nervioso.

Pero al atravesar la entrada, la cabeza de Camille chocó contra el marco de la puerta.

- ¡Jules! - le reclamó.

- ¡Perdón! - le dijo él, arrepentido por haberle provocado ese golpe. Y tras ello, sosteniendo a su embarazada hermana en brazos, caminó hacia el interior de la casa.

...

Fin del capítulo