Capítulo 49

El regreso del líder

Habían pasado dos meses desde que Oscar vio a la reina por última vez, aquel día que - por pedido suyo - dejó de lado sus obligaciones con la Guardia Nacional para pasar toda la mañana con el delfín de Francia. Durante ese tiempo la salud del príncipe decaía cada vez más y había tenido varias crisis, pero las había superado contra el pronóstico de muchos de los nobles que aún visitaban el palacio de Versalles y el castillo de Meudon.

Por aquellos días, casi todas las provincias habían elegido ya a quienes los representarían en las asambleas de los Estados Generales, y el pueblo había colocado en ellos todas sus esperanzas. Lo mismo ocurría con los miembros de la nobleza y el clero, aunque a diferencia de los representantes del Tercer Estado - que habían sido elegidos por su preparación, liderazgo y carisma - los representantes del Primer y Segundo estado habían sido elegidos por su nombre, su poder y sus influencias.

La heredera de los Jarjayes había estado muy ocupada, no solamente con las actividades que tenía como Comandante de la Compañía B, sino también con actividades derivadas de la preparación que se requería para el inicio de las asambleas. Además, los pocos días de descanso que tuvo por aquel tiempo había estado ayudando a su padre en todo lo relacionado a la venta de sus propiedades. Con gran pesar, Regnier había tenido que deshacerse de la mayoría de sus tierras, solo había conservado las de Arrás, Normandía, y otras dos grandes propiedades que tenía en Aquitania.

Por su parte, André intentaba mantenerse positivo aunque hubieran situaciones que lo entristecieran o preocuparan. Había recibido la carta de su prima, y con mucho esfuerzo - e inventando un pretexto para Oscar - había tomado uno de sus días de descanso para dirigirse a la comuna de Rouen en busca del afamado especialista en problemas de la vista. Sin embargo, el galeno había viajado a Bélgica por una emergencia familiar, y debido a ello, el viaje de André fue en vano. Además, durante esos meses había pasado muy poco tiempo con la mujer que amaba. Únicamente la veía como la vería cualquier otro de sus compañeros mientras comandaba la tropa, pero ya no pasaban tiempo juntos ni tenían oportunidad de hablar de temas que no fueran relacionados a sus obligaciones militares.

El nieto de Marion comprendía que ella estuviese ocupada, de hecho, sabía exactamente cuáles eran los asuntos a los que ella estaba dedicando la mayor parte de su tiempo. No obstante, la extrañaba; hacía mucho que no la veía sonreír, e incluso la notaba más delgada en los cada vez más escasos momentos en los que podía ver perfectamente con su ojo derecho.

- "Se estará alimentando bien..." - se preguntaba a veces. Sin embargo, confiaba en que durante sus visitas diarias a la mansión Jarjayes su abuela se encargara de su alimentación.

Muchas veces, para evitar caer en la tristeza, André visitaba la casa de Bernard y Rosalie durante sus días de descanso. La pasaba muy bien en compañía de ambos, y ellos estaban encantados con su presencia.

Al lado del nieto de Marion, Rosalie sentía que retornaba a los días que compartió con él y con Oscar en la mansión Jarjayes. Además, la hija de Yolande de Polignac disfrutaba mucho ver lo bien que él se llevaba con su esposo; Bernard y André compartían la misma manera de pensar en muchas cosas, y podían pasar horas conversando.

Durante aquellos días habían construido una solida amistad. El hijo de Gustave Grandier seguía sintiendo una profunda admiración por quien en otras épocas fuera el Caballero Negro, y Bernard, por su parte, respetaba cada vez más a André por su inteligencia y capacidad análitica.

Habían domingos en que los tres habían llegado a pasar casi todo el día juntos. Cada vez que intentaba irse, André era retenido por los esposos Châtelet, que casi siempre insistían en que los acompañara a comer. Debido a ello, el nieto de Marion llegaba cargado de alimentos las fechas que los visitaba, y los tres cocinaban juntos mientras bromeaban y reían.

Muchas veces, en aquellos momentos de mayor felicidad, el rostro de Oscar llegaba como una ráfaga a la mente de André... ¡Cuánto hubiera deseado compartir aquellos instantes también con ella!... Pero por aquellos días era imposible.

Rosalie también pensaba en la heredera de los Jarjayes, aunque sus razones eran otras. Aunque André le había asegurado que Oscar no podía acompañarlo porque estaba ocupada resolviendo asuntos familiares y de trabajo, la hija de Nicole La Molliere no llegaba a creerle del todo; intuía que André le decía eso para no hacerla sentir mal, pero que la verdad era que su antigua protectora no aceptaba su matrimonio con Bernard.

Ella no estaba tan lejos de la verdad. Era cierto que la hija de Regnier estaba muy ocupada, al punto que casi no pasaba tiempo con André, pero también era cierto que no le había caído muy en gracia enterarse de la boda de su brisa de primavera con el Caballero Negro. A diferencia de lo que el nieto de Marion esperaba, Oscar no se alegró cuando él le dio la noticia: aún no le perdonaba a Bernard que hubiera herido a André durante su contienda, y que a causa de eso él haya perdido la vista de su ojo izquierdo.

Por otra parte, en el palacio del Duque de Orleans también había mucho movimiento. Los representantes de las provincias cercanas a París acostumbraban visitarlo cada semana; era un espacio perfecto para intercambiar ideas con otros intelectuales. Uno de los invitados más asiduos era el abogado de treinta y un años Maximilien Robespierre, el cual no perdía la oportunidad de visitar el Palais Royale cada vez que se enteraba que Marie Christine estaba organizando una nueva reunión.

Aquella era una tarde lluviosa. En las barracas, luego de una larga jornada de trabajo, los soldados de la Guardia Nacional Francesa descansaban. Algunos jugaban a las cartas rodeados de otros de sus compañeros que ya habían abandonado la partida, y André, recostado en su litera, reflexionaba sobre los acontecimientos venideros y pensaba, sin poder evitarlo, en la mujer de la que estaba perdidamente enamorado.

De pronto, el crujir de la puerta de su habitación abriéndose los distrajo, y todos dirigieron la mirada en dirección a ella.

- ¡Pero si es Alain! - exclamó uno de los que estaba sentado frente a la mesa, y se puso de pie de inmediato.

- ¡Líder! - exclamó otro, sorprendido.

- No los he visto en un buen tiempo. Que gusto verlos nuevamente. - les dijo Alain sinceramente, aunque con la rudeza que lo caracterizaba, y tras escucharlo, André se levantó de la cama y sonrió al verlo.

- Fue horrible lo de Diana... - le dijo con pesar uno de los que no había podido acompañarlo durante el funeral de su hermana.

- Que pena lo que le pasó... - mencionó otro.

- Tu madre murió poco después, ¿no? - le preguntó Armand con tristeza, mientras el líder del escuadrón trataba de sacarse las gotas de lluvia que tenía sobre sí.

- ¿Qué has estado haciendo?... Pensamos que no regresarías... - comentó otro de los soldados.

Tras ello, Alain se quitó la capa que lo cubría y la colgó en uno de los percheros que se encontraban clavados en la pared.

- Sí, en verdad pensaba no regresar... - les dijo a sus compañeros con cierta melancolía

Entonces se sentó frente a la mesa, y apoyó la cabeza entre las manos

- Estaba viviendo cerca del mar, cuidando las tumbas de Diana y de mi madre... Pero Mayo ya está cerca y llueve mucho. - agregó. - Además, juré que regresaría si los Estados Generales eran convocados. Quiero ver de cerca a los camaradas comunes cuestionando a los nobles - les dijo.

Y tras una breve pausa, dirigió la mirada hacia el hijo de Gustave Grandier.

- ¿Verdad, André?... Veré lo que tu ojo ciego no puede ver... - le dijo, y André lo observó pensativo.

Mientras la lluvia caía, el líder del escuadrón pensó en el futuro. "Al fin la voz del pueblo será escuchada..." - se decía a sí mismo. Había perdido a los dos amores más importantes de su vida y ahora solo le quedaba el amor por su país, por eso no podía rendirse, por eso estaba dispuesto a luchar e incluso a sacrificar su propia vida por un mejor futuro para sus compatriotas . Los franceses no merecían vivir como vivían, y ya era hora de defenderse de la opresión de los más poderosos.

...

Fin del capítulo