Capítulo 53

Dulce amargura

Iniciaba el mes de Junio. Ya había pasado casi un mes desde que iniciaron los Estados Generales, y tal como el patriarca de la familia Jarjayes pronosticó, las cosas iban de mal en peor; las asambleas habían sido un caos desde el inicio y parecían no llevar a ninguna parte.

Los delegados del Tercer Estado tenían expectativas por la Nueva Era mientras que los nobles y miembros del clero trataban de proteger al viejo régimen, debido a ello, nunca se ponían de acuerdo y las discusiones parecían no tener fin.

Pero eso no era todo; la figura de María Antonieta era cada vez más detestada, no sólo por el pueblo, sino también por muchos miembros de la nobleza e incluso del clero. Para sorpresa y estupor de los monarcas, un silencio sepulcral colmó el salón principal del hotel Des Menus Plaisirs cuando ella fue presentada en la ceremonia de inauguración, de hecho, a diferencia de lo que ocurrió con Luis XVI que fue recibido con el beneplácito de los representantes del Primer y Segundo Estado, nadie en el salón fue capaz de brindarle ni un solo aplauso a la reina de Francia; para los representantes del pueblo, su despilfarro y excesos eran la principal causa de la miseria que atravesaban los ciudadanos franceses, mientras que para los representantes de la nobleza y el clero, ella había sido el principal obstáculo que tenían para obtener los favores del rey de Francia, y es que ella había preferido satisfacer las ambiciones de Madame de Polignac y su séquito antes que atender las peticiones de otros nobles influyentes, sin imaginar siquiera que ese hecho le acarrearía los problemas que ahora atravesaba.

Aquella era una mañana soleada, y como cada día desde que empezaron las asambleas, la Compañía B vigilaba el recinto donde estas se llevaban a cabo. Estaban perfectamente distribuidos para evitar que cualquier problema o disturbio pudiera interrumpir a los representantes de Francia, muy entregados a la misión que se les había encomendado. Únicamente Oscar, André y Armand estaban facultados para ingresar - por algunos minutos - al salón donde se llevaban a cabo las discusiones, de hecho, en ese preciso instante, la heredera de los Jarjayes se encontraba en el interior, mientras que sus soldados permanecían firmes en los exteriores.

- Ya pasó un mes sin descanso desde que empezó esto. La cosa está fea allá adentro. - le mencionó André a Alain, el cual se encontraba a su lado.

- Sí. Escuché que los representantes del pueblo están en una dura discusión con los representantes de la nobleza y el clero... ¡Estaría ahí si pudiera! - comentó Alain con entusiasmo, y tras una pausa, escuchó unos pasos y dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenían.

- ¡Oh! ¡Ahí viene la comandante! - le susurró a André. Entonces se dirigió a ella. - ¡Comandante! ¿Cómo va todo allá adentro? - le preguntó.

- El mismo desorden de siempre... - respondió ella, resignada.

Y tras ello, siguió avanzando en dirección al enorme patio que separaba el recinto de las rejas que los protegían.

- Cuando todo esto termine todos tendremos vacaciones, así que resistan hasta entonces. - les dijo, consciente de que las jornadas eran extenuantes.

De pronto, un objeto llamó su atención.

- ¿Qué es esto? - exclamó.

Era una botella de vino vacía, la cual se encontraba tirada en pleno patio.

- Esto es peligroso. Los delegados podrían lastimarse cuando salgan. Les dije que se deshagan de este tipo de cosas. - les dijo firmemente a sus soldados, y de inmediato, la levantó del suelo.

- Lo siento. No me di cuenta. - le respondió el nieto de Marion.

- Deshazte de ella. - le ordenó Óscar, y es que André, a pesar del lugar que ocupaba en su vida, seguía siendo su subordinado.

Entonces Oscar le lanzó la botella y André se acercó para recibirla, pero en ese preciso instante su vista falló repentinamente y no pudo sostenerla, por lo que la botella cayó estrepitosamente hasta hacerse trizas en el pavimento, todo ante la mirada sorprendida de Oscar, la cual nunca pensó que algo así fuese a ocurrir.

Por su parte, André lucía igualmente impactado. El no haber podido realizar una acción tan simple lo había dejado completamente paralizado, y al notarlo, Alain se acercó a él para ayudarlo.

- Pero que malos reflejos, André... - le dijo bromeando. - Déjalo, yo lo recojo. - agregó.

Y tras ello se reclinó a su lado para levantar los vidrios del suelo.

- André... ¿acaso tu ojo derecho está...? - le dijo Oscar visiblemente preocupada, tanto que ni siquiera pudo completar su frase.

- ¿Ah? ¿Qué cosa? - le respondió André fingiendo compostura, sin embargo, por más que lo intentó, esta vez no pudo disimular sus nervios.

- El estar parado aquí todo el día afecta a cualquiera, ¿cierto, André? - comentó Alain riendo mientras recogía los vidrios del suelo, y disimuladamente, le hizo un gesto para que le siguiera la corriente.

- ¡Ah, sí! ¡Así es! - le respondió él, aún descolocado, y tras ello, dirigió su mirada hacia Oscar. - Quizás estoy algo cansado o me cegó el sol. - le dijo.

- Ya veo... Si eso era... - le respondió ella, titubeante, sin embargo, el galopar de unos caballos la distrajo. - Es el carruaje de la reina María Antonieta. - susurró Óscar, y tras ello, observó cómo ella se marchaba escoltada por algunos de los guardias reales a quienes alguna vez había liderado.

Por su parte, Alain y André también observaron el carruaje de Su Majestad, intrigados por las razones que habían llevado a María Antonieta a marcharse de la asamblea tan repentinamente. Y mientras pensaban en ello, un nuevo carruaje apareció dirigiéndose hacia la salida; esta vez se trataba del carruaje del mismísimo rey de Francia, el cual también abandonaba el lugar siguiendo al carruaje de su esposa. Definitivamente algo grave tenía que haber pasado.

- Alain, André, vuelvan a sus posiciones. - les dijo Oscar, pensativa. - Iré a ver qué es lo que está ocurriendo. - mencionó.

Ellos obedecieron, y en ese momento, un subordinado del general Boullie - que se encontraba permanentemente en la asamblea - salió al encuentro de su comandante.

- Teniente, ¿qué ha ocurrido? - le preguntó Oscar.

- Brigadier Jarjayes, hemos recibido un mensaje urgente del palacio de Meudon. Al parecer el príncipe Luis Joseph ha tenido una nueva crisis. - le dijo el teniente, y ella lo miró sorprendida. - Como sabe, el reglamento establece la participación obligatoria de los monarcas en las asambleas, y dado que ellos tuvieron que abandonar el recinto, estas han quedado suspendidas hasta nuevo aviso. - agregó el militar.

- Comprendo, teniente. Nos encargaremos de vigilar la salida de los delegados y luego regresaremos al cuartel. - le dijo Óscar.

- Se lo comunicaré a mi superior inmediato. Con su permiso, Brigadier Jarjayes. - le dijo él, hizo un gesto militar de despedida y se marchó.

Entonces Oscar se dirigió a su compañía.

- ¡Caballeros, la asamblea ha quedado suspendida por hoy! ¡Escoltaremos a los delegados hasta que se retiren y nos dirigiremos de vuelta al cuartel! - exclamó.

- ¡Sí, comandante! - respondieron todos al unísono.

Entonces, ante la atenta mirada de Alain, Oscar dirigió la vista hacia el hombre que amaba.

- "André, ¿que me ocultas?..." - pensaba, sin poder dejar de pensar en lo que había ocurrido minutos antes.

Una terrible angustia había invadido su corazón desde el momento que vio el rostro de desconcierto de André al no poder alcanzar la botella que ella le había lanzado; el ser que más amaba definitivamente le estaba ocultando algo, pero Oscar no podía descifrar sus pensamientos aunque quisiera, sólo podía quedarse ahí, contemplándolo preocupada.

Entonces Alain abrió los ojos sorprendido. Nunca había visto esa mirada en los ojos de su comandante; era una mirada de angustia pero a su vez llena de ternura, una mirada de la que emanaban sus sentimientos más profundos hacia André. No obstante, al sentirse observada, Oscar dirigió su mirada hacia Alain y sus miradas se cruzaron. Entonces ambos desviaron la vista algo nerviosos: ella por sentir que Alain podía haber descubierto sus sentimientos por André, y él porque ella lo había sorprendido contemplándola.

- Ya están saliendo los representantes... - le comentó André a Alain sacándolo de sus pensamientos, y Oscar se dirigió a sus soldados.

- ¡Posición de defensa! - exclamó.

Y los soldados hicieron un camino para escoltar la salida de los delegados.

...

Varios minutos después, los guardias de la Compañía B esperaban por nuevas instrucciones; ya se encontraban en el cuartel militar, aunque estaban bastante confundidos por el término tan abrupto de la asamblea de esa mañana. Ni a los delegados ni a ellos se les había informado porqué los reyes habían tenido que retirarse tan repentinamente esa mañana.

Eran aproximadamente las 12 del mediodía y hacía mucho calor. Oscar había ingresado a su despacho para coordinar algunas cosas con el Coronel Dagout, y luego de hacerlo, salió nuevamente al encuentro de sus soldados.

- Caballeros... - les dijo, y ellos se formaron de inmediato. - Como saben, la asamblea fue cancelada por hoy. La razón por la que los reyes abandonaron tan repentinamente la asamblea fue porque el delfín de Francia está atravesando una grave enfermedad, y hoy tuvo una recaída. - agregó, y todos se miraron sorprendidos.

Entonces Oscar continuó.

- Por hoy no tenemos nada que hacer, así que si alguno de ustedes desea tomar hoy medio día de descanso puede solicitar su pase de permiso con el Coronel Dagout. Ya he coordinado con él todo lo necesario para que les facilite la salida. Eso sí: los espero mañana en este mismo patio a las 7 de la mañana. - les dijo. - Pueden romper filas. - agregó.

Entonces todos se dispersaron y sonrieron emocionados. ¡Al fin un día de descanso después de tanto tiempo!... Y mientras ellos conversaban, Oscar se dirigió al hombre que amaba.

- André, por favor, acércate un momento. - le dijo, y él se alejó de su grupo y caminó hacia ella.

- ¿Sí, Oscar? - le respondió, y ella, con una dulce sonrisa, se dirigió nuevamente a él.

- ¿Regresas conmigo a casa? - le preguntó.

Y él asintió con la cabeza, mientras le sonreía y la miraba cautivado.

- Debo ver un tema más con el Coronel Dagout. Estaré en su despacho. ¿Te parece si nos encontramos aquí en media hora? - le preguntó.

- Sí, está bien. - le respondió él.

Ella sonrió, y tras ello, se dirigió hacia el interior del cuartel mientras André la contemplaba mientras se marchaba.

Entonces Alain, quien había estado observando esa breve pero romántica escena, dirigió su mirada hacia Armand, Jean y Lasalle, quienes estaban a su lado. ¡Era imposible que únicamente él hubiera notado que algo extraño estaba ocurriendo entre Oscar y André! Pero a diferencia de lo que esperaba, sus compañeros evadieron su mirada y se pusieron muy nerviosos.

- Oigan... ¡qué está pasando aquí! - les dijo imperativo. - ¿Qué ocurrió en el cuartel mientras estuve ausente? - les preguntó desafiante.

- ¿Mientras estuviste ausente? - exclamó Lasalle fingiendo que no entendía su pregunta, lo cual enfadó mucho más a Alain.

- ¡Ya basta! ¡Ustedes saben de qué estoy hablando! - les dijo.

Entonces, los tres bajaron la cabeza resignados.

- Está bien... Está bien... Sí... Es como ver en vivo y en directo una maldita novela de amor. - aceptó Armand, y Alain los miró sorprendido.

- Notamos que algo había cambiado entre ellos desde que regresamos de las vacaciones de Navidad... - agregó Lasalle.

- ¡Desde las vacaciones de Navidad! - exclamó Alain.

- Así es, líder. - respondió Jean. - Yo no lo creía en un principio, pero bueno, hay días en los que son demasiado evidentes. - agregó.

Entonces Alain enmudeció. Era la primera vez desde que regresó a la Compañía B que notaba que el amor de André hacia Óscar ahora era correspondido, y sin poder evitarlo, su corazón se congeló. Por un lado se alegraba sinceramente por su amigo, pero por otro, sentía un desasosiego que no sabía cómo explicarse a sí mismo.

- ¿Alguien más sabe de esto? - preguntó Alain, pensativo, y Lasalle dirigió su mirada hacia él.

- Suponemos que sí, pero nadie lo menciona. André es un plebeyo como nosotros y la comandante una aristócrata, imaginamos que por eso nadie se atreve a insinuar nada. Además, a ninguno de nosotros nos consta que... - comentó el soldado, pero de inmediato, se detuvo.

- Pues de mi cuenta corre que este asunto no salga de la Compañía B. - les dijo Alain con firmeza, y tras ello, se dirigió a las barracas, algo desorbitado.

Entonces André regresó al grupo de Lasalle, Armand y Jean.

- Oigan muchachos, ¿a dónde se fue Alain? Se le ve algo desencajado... Pensé que se alegraría de tener una tarde libre. - les dijo a sus compañeros, a los cuales, también les había llamado la atención la reacción del líder del escuadrón.

- Quizás solamente está cansado, André. - le dijo Lasalle con una sonrisa.

Y tras una pausa, Jean se dirigió a sus compañeros.

- Oigan, seguramente ya nos dejaron sin duchas libres y yo me muero de calor. Si no me doy un baño ahora mismo, moriré. - les dijo bromeando.

- No cambias. Eres el mismo exagerado de siempre. - le respondió Armand a su compañero, y tras ello, los cuatro se dirigieron al interior del cuartel.

Mientras tanto, Alain había casi llegado a la habitación que compartía con otros soldados. Caminaba pensativo; la noticia que le habían dado sus compañeros lo había dejado conmocionado.

En ese instante, recordó la breve conversación que tuvo con Oscar aquella tarde lluviosa en la que regresó a la Compañía B. Ella estaba sentada en su escritorio cuando él ingresó a su despacho y lucía preocupada, sin embargo, su rostro se iluminó al verlo.

"Alain, lamento mucho que hayas tenido que pasar por tantos momentos dolorosos en estos últimos meses, pero quiero decirte que no estás solo. Tus compañeros sienten un gran aprecio por ti, y no sólo ellos, también yo, por todo el apoyo que me has brindado. Por favor, siempre recuerda que puedes contar conmigo para lo que necesites..."

Las palabras de su comandante habían calado profundamente en su espíritu; tras escucharla se había sentido envuelto en una infinita sensación de paz. Quizás esto había tenido que ver con la franqueza de su mirada o con el dulce tono de su voz combinado con su hermoso rostro. No obstante, aquella sensación desconocida también podría haber tenido que ver con la inmensa soledad que sentía y que seguía sintiendo Alain por aquellos días; nunca antes había necesitado tanto unas palabras de consuelo, nunca antes había sentido tanta necesidad de contención, y es que Alain jamás había imaginado que algún día su vida estaría inmersa en esa terrible soledad, esa terrible soledad que le carcomía el alma aunque a la vista del mundo entero estuviera rodeado de personas.

- "André, eres afortunado... Ahora tienes el amor que siempre soñaste..." - pensó.

Sin embargo, aunque sus palabras eran sinceras, no pudo evitar sentir una dulce amargura al comprobar que André se había llevado algo que Alain secretamente atesoraba: el corazón libre e indomable de su comandante, un corazón que ahora le pertenecía al hombre que más la amaba en el mundo.

...

Fin del capítulo