Capítulo 56
¿Qué nos deparará el futuro?
Aquel fatídico 4 de Junio de 1789, algunas horas después del fallecimiento de Luis Joseph, los reyes de Francia se trasladaron juntos al Petit Trianon para estar cerca de sus hijos María Teresa y Luis Carlos, mientras se preparaba el funeral de su primogénito.
Su carruaje fue escoltado por Oscar y por una parte del regimiento de la Guardia Real, no obstante, al llegar a Versalles y ya encontrándose Gerodelle con los reyes, la hija de Regnier le devolvió a él el control del contingente que había tomado temporalmente a su cargo e inició su camino de regreso a la mansión Jarjayes.
André había estado esperándola en el recibidor durante la madrugada, pero al darse cuenta de que no regresaría pronto, decidió ir a su alcoba. No había esperado que Oscar pasara la noche en el Castillo de Meudon, pero suponía que había tenido muy buenas razones para hacerlo.
El nieto de Marion estaba recostado en su cama y tenía la mirada puesta en el techo de su habitación. Había dormido mal y muy poco; la incertidumbre de no saber a qué hora llegaría a casa la mujer que amaba lo hacía sentir muy intranquilo. Ya eran aproximadamente las nueve de la mañana y aún no tenía noticias de ella.
Entonces, de su mesita de noche sacó una pluma y una libreta de hojas blancas y pasta de cuero que había comprado en el mercado de París antes que se iniciaran las asambleas de los Estados Generales. Tras ello, se levantó de la cama y se dirigió a la mesa que se encontraba al lado de la ventana de su habitación, no sin antes echar un vistazo hacia el exterior para ver si el caballo de Oscar ya se encontraba en la entrada, pero al darse cuenta de que ella aún no llegaba, se sentó y empezó a escribir.
"Es la mañana del 4 de Junio de 1789. El pueblo de Francia amaneció con la triste noticia de la muerte del heredero al trono y todos están conmocionados. Algunos de los delegados sabían que el príncipe estaba gravemente enfermo, pero seguramente no esperaban que esto ocurriera, y estoy seguro que en este momento se estarán preguntando cómo afectará esta situación a la continuidad de los Estados Generales. ¿Acaso la muerte del príncipe es el presagio del fin de una era? Ahora tenemos un nuevo heredero al trono de Francia, pero tengo el presentimiento de que ya nada será como antes."
Y en ese instante, cuando acababa de escribir su última frase en aquel cuaderno que había tomado como diario, escuchó el galopar de un caballo dirigiéndose hacia la mansión y se acercó a su ventana. Era Oscar. Aunque su vista había estado borrosa desde que ella partió hacia el castillo de Meudon, aún lograba distinguirla, y sin pensarlo más, bajó para recibirla.
- Oscar... - le dijo desde la mitad de las escaleras apenas la vio entrar.
La heredera de los Jarjayes lucía pálida y cansada, pero André no pudo percatarse de ello; únicamente veía su silueta y con eso le bastaba. Ella estaba de vuelta en casa, y eso le trajo la tranquilidad que había perdido desde el momento que se marchó.
- André... - le dijo ella, con el genuino deseo de correr hacia él para abrazarlo. No obstante, se contuvo; no estaban solos y no podía volver a ponerse en evidencia, no ahora que en los Estados Generales se discutían los temas sociales que al fin les permitirían estar juntos para siempre.
Por su parte, André continuó su descenso por las escaleras hasta llegar a ella.
- Por favor, siéntate. - le dijo. Y tomó su brazo para dirigirla hacia el sofá que se encontraba en el recibidor.
Y mientras caminaban, la heredera de los Jarjayes dirigió su mirada hacia él.
- Perdóname por no avisarte que no regresaría en toda la noche. - le dijo, y André la miró con una cálida sonrisa en los labios.
- No te preocupes. - le respondió, y tras ello, ambos se sentaron en uno de los sillones del recibidor.
Entonces, la nana de Oscar apareció en la puerta del salón.
- ¡Lady Oscar! ¡Qué bueno que ya está aquí! ¡Nos tenía muy preocupados! - exclamó la abuela.
- Lo siento, nana. No fue mi intención angustiarlos. - le respondió ella.
- Enseguida pediré que le sirvan algo de comer... ¡Luce excesivamente pálida! - afirmó la anciana.
Entonces André dirigió su mirada hacia su rostro, pero por más que hacía denodados esfuerzos para verla con claridad, no lograba hacerlo. ¿Acaso Oscar lucía tan pálida como la abuela afirmaba? ¿O sólo eran exageraciones? - se preguntaba.
- No, nana. Por favor, no lo hagas. - le respondió Oscar a Marion mientras el hombre que amaba la observaba. - Estoy muy cansada y quisiera ir a dormir un rato. - le dijo.
- ¡Pero, niña! - exclamó la nana.
Y dejando sus reflexiones de lado, André intervino.
- Oscar, me prometiste que no volverías a acostarte sin comer. - le dijo seriamente.
Entonces ella sonrió.
- Es verdad, André. Lo había olvidado. - le respondió ella. - Está bien, nana. Prepárame algo de comer, pero que sea ligero.
- Enseguida, mi niña. - le dijo la abuela con una sonrisa.
No obstante, no se sorprendió por el hecho de que André haya influido en su decisión de comer. La opinión de su nieto siempre había tenido un gran peso en las decisiones de Oscar, incluso desde que eran unos niños, debido a ello, la abuela ni siquiera imaginaba que el inmenso amor que André sentía por la hija de sus patrones era correspondido.
...
Mientras tanto, en el despacho de la villa del sur de Provenza que le pertenecía a André, su primo Jules preparaba el informe que mes a mes le enviaba. A pesar de los altos impuestos que pagaban, todo iba mejor que nunca; los nuevos negocios en los que había decidido invertir con las ganancias de la villa habían traído consigo un excelente rendimiento, y estaba feliz de poder transmitirle a su primo las buenas noticias.
No obstante, ya se había enterado de la muerte del heredero al trono y no era ajeno al caos en el que se encontraba su país. ¿Acaso todo lo que ocurría en su nación llegaría a tocarlo a él y a su familia? Todo parecía muy lejano. En esa parte de Francia las cosas funcionaban con una gran normalidad, quizás porque tenían la enorme suerte de comerciar en la frontera con Italia.
Y mientras pensaba en ello, el nieto de quien naturalmente hubiese sido el conde de Chartrons de no haber renunciado a su legado, escuchó unos pasos dirigiéndose hacia el salón donde se encontraba.
- Adelante. - dijo al escuchar que alguien llamaba a su puerta.
Y unos segundos después, Amanda, a quien recientemente había nombrado como ama de llaves de la villa, apareció frente a él.
- Monsieur Laurent, la señora Juliette está aquí. - le dijo.
- ¿Mi madre? - le preguntó extrañado.
- Así es. Está esperándolo en el recibidor. - le respondió la doncella.
- Gracias, Amanda. Dile que enseguida estoy con ella. - le dijo.
- Enseguida. - agregó la joven.
Y tras ello, se retiró.
- "Qué extraño... ¿Mi madre en la Villa del Sur?" - pensó Jules
Y de inmediato, salió al recibidor.
- ¡Madre! - exclamó - ¡Qué alegría siento de verte por estos rumbos! - agregó, e intentó darle un abrazo, pero ella lo hizo a un lado fingiendo estar enojada.
- ¿Alegría? - le dijo irónicamente. - Si te alegraras de verme irías más seguido por la casa. - afirmó.
Entonces Jules empezó a reír.
- Perdóname... Ya me conoces... Cuando me empeño en algo me concentro tanto que pierdo la noción del tiempo. De todas maneras, ya sabes que por lo menos una vez al mes me tienes en la villa de los abuelos. - le dijo.
- ¿Y cómo va todo por aquí? - le preguntó Juliette, ya con una sonrisa en los labios después de sus reclamos iniciales.
- Muy bien. Estaba terminando de preparar el informe financiero de la villa. Todo va de maravilla. - le dijo. - Por cierto, madre. ¿Has tenido noticias de André? Había estado escribiéndome regularmente pero desde que iniciaron los Estados Generales no he recibido ninguna carta suya. - agregó.
- Yo tampoco, hijo. Pero nos advirtió que algo así ocurriría. - le dijo su madre. - Ya sabes que él es la mano derecha de Lady Oscar, y ella tiene un alto rango en el ejército francés. - mencionó Juliette.
- Lady Oscar... - repitió Jules, pensativo. - A pesar de ser una mujer, realiza funciones que ni un hombre se atrevería a realizar. - agregó.
Entonces, Juliette se dirigió a su hijo.
- ¡Pero qué dices, Jules! - exclamó. - Yo no te crie para que tuvieras esos paradigmas en la cabeza . - agregó enojada, y Jules empezó a reír.
- No me malentiendas, madre. - le dijo. - Sabes perfectamente que creo que las mujeres son lo suficientemente inteligentes y capaces como para ejercer cualquier labor, sin embargo, estamos hablando de una carrera militar. No debió ser fácil para ella recorrer ese camino. - mencionó.
- En eso tienes razón, hijo. Es una mujer muy valiente. - le respondió su madre.
- Sí... Debe ser todo un personaje. - le dijo él, pensativo, pero también con una gran curiosidad.
Jules jamás había visto a Oscar, y tampoco lo habían hecho Juliette y Camille. A pesar de la cercanía que tenían con André y lo mucho que él les había hablado de la hija de sus patrones desde que era un niño, ellos nunca habían tenido la oportunidad de verla. Ni su tía ni sus primos habían ido a visitar a André a la casa de los Jarjayes, y eso era porque Marión y Juliette no tenían una buena relación. Ninguna de las dos había podido superar la terrible discusión que tuvieron el día en que la madre de Gustave Grandier se llevó a su nieto lejos de Provenza para ser educado en la casa de una familia de la nobleza.
- Madre, quédate conmigo a comer. - le dijo Jules a Juliette. - Ordenaré que preparen lo que más te guste. - agregó.
- Acepto, hijo. - le respondió su madre con una sonrisa en los labios, y tras ello, ambos se dirigieron juntos a la cocina.
...
Los días pasaron rápidamente. El duelo por el príncipe Luis Joseph había llegado a su fin y las asambleas estaban a punto de iniciar nuevamente.
La heredera de los Jarjayes no pudo acompañar a los reyes en los funerales de quien había sido el delfín de Francia. No se había sentido bien por aquellos días, e incluso había tenido fiebres altas en dos oportunidades. No obstante, al revisarla el doctor, este solo concluyó que se trataba de una fuerte gripe, probablemente contraída el día que tuvo que cabalgar desde Versalles hasta el Castillo de Meudon bajo la fuerte lluvia de aquella madrugada.
André había estado cuidándola. A pesar de la preocupación que sentía por verla enferma, al menos tenía la oportunidad de demostrarle cuanto la amaba, y no se despegaba de su lado a menos que fuera sumamente necesario.
- ¡Sal de aquí, André! ¡No vez que la niña Oscar debe tomar un baño y cambiarse de ropa! - le había dicho su abuela en muchas ocasiones durante esos días ante la débil sonrisa de la hija de Regnier, y él obedecía aunque le costaba alejarse de ella.
No obstante, Oscar decía que ya se sentía mejor, y estaba dispuesta a volver a sus obligaciones como Comandante de la Guardia Francesa a pesar de que en realidad aún no se sentía completamente recuperada.
- ¿Estás listo, André? - le dijo al hombre que amaba frente a la chimenea del recibidor de la mansión Jarjayes, una tarde antes de regresar al cuartel general.
- Sí, Oscar. - le respondió André. - Presiento que estos días serán cruciales para definir el futuro de Francia. Escuché que Robespierre tiene preparado un discurso muy bien pensado para convencer a los representantes del primer y segundo estado de ceder ante las demandas del pueblo. Ya sabes que él no es el tipo de hombre que se rinda fácilmente. - añadió.
- Es verdad. - le dijo ella. - Sólo espero que lo escuchen... - susurró.
Y tras ello, permaneció en silencio. "¿Qué nos deparará el futuro?" - se preguntó la heredera de los Jarjayes, en aquel tiempo de gran incertidumbre para todos. No obstante, al igual que Robespierre, ella tampoco estaba dispuesta a claudicar, todo lo contrario: estaba dispuesta a todo con tal de asegurar que los Estados Generales sean un éxito.
- "Sólo necesitas esforzarte un poco más... Sólo un poco más, Oscar" - se dijo a sí misma la hija de Regnier.
Y tras ello, dirigió su mirada hacia André, inundada por el infinito amor que sentía por él, y al sentirla, André también dirigió su mirada hacia sus enormes ojos color zafiro, perdiéndose con ella en el hermoso sentimiento que ambos compartían.
¡Qué felicidad sentía al saberse amada por él! ¡Qué felicidad sentía al descubrir en la profundidad de su mirada aquel universo entero de complicidad y de ternura! A su lado, no necesitaba nada más; él era su pasado, su presente y su futuro; él era su hogar, su felicidad, su vida.
...
Fin del capítulo
