Capítulo 58
La Asamblea Nacional
Era el 17 de Junio de 1789, un día que quedaría registrado en la historia de Francia y en la historia de la humanidad. Los diputados del Tercer Estado, con el apoyo de algunos de los miembros de la nobleza y el clero, votaron a favor de establecer un órgano independiente llamado "Asamblea Nacional": un glorioso nombre para representar al 96% de la población de Francia.
Alain había tomado el liderazgo del regimiento ante la ausencia de Oscar, y junto a sus compañeros, intentaba contener a los ciudadanos que trataban de ingresar al recinto donde se encontraban los diputados; había llegado a sus oídos lo que estaba pasando ahí adentro, y deseaban apoyar a sus representantes.
Por su parte, Oscar regresaba a su posición al lado de su regimiento. Caminaba pensativa, sintiéndose desorientada y sin saber cómo afrontar lo que le estaba sucediendo, tanto, que en un primer momento no se dio cuenta de que una gran cantidad de personas pugnaba por entrar al recinto donde se llevaban a cabo las asambleas, sin embargo, pronto se dio cuenta de todo el alboroto y corrió hacia sus soldados.
- ¿Qué está ocurriendo? - les preguntó exaltada, apenas llegó a su encuentro.
- Comandante, ¡ha pasado algo increíble! - le respondió Alain, quien al lado de André, intentaba mantener en calma a la multitud. - Muchos diputados nobles y diputados del clero se han unido a los representantes del Tercer Estado para establecer un nuevo organismo llamado "Asamblea Nacional".
- ¿Asamblea Nacional? - repitió Oscar.
- Sí. - le respondió Alain con dificultad, mientras se enfrentaba a los plebeyos.
Entonces André dirigió la mirada hacia ella.
- Oscar... ¡Finalmente ha ocurrido! - exclamó, sin distraerse de su labor. - ¡Al fin los Tres Estados se están uniendo para abordar los reales problemas de Francia! - le dijo emocionado.
Entonces la heredera de los Jarjayes lo miró sorprendida. Todavía no acababa de asimilar la grave enfermedad que tenía y ahora se enfrentaba a una situación completamente inesperada. No obstante, intentó volver a concentrarse para realizar su trabajo.
- ¡Muy bien caballeros! ¡No podemos permitir que nadie entre al salón de la asamblea! ¡El público ya está conmocionado y habría un gran caos si alguien más entra! - les dijo.
Y tras una pausa, continuó.
- ¡Alain, André: ustedes quédense a cargo de esta zona! ¡Armand, Diddier, ustedes tomen un contingente y háganse cargo de vigilar las puertas posteriores! - les dijo imperativamente.
- Sí, comandante. - respondieron los cuatro al unísono, y de inmediato, hicieron lo que Oscar les había ordenado.
...
Unos minutos después, el grupo de personas que luchaba por entrar al salón habían desistido de hacerlo, y los soldados habían vuelto a su posición de vigilancia. No obstante, la emoción de la muchedumbre por lo que estaba pasando no había decaído. Todo lo contrario; ahora gritaban enardecidos esperando la salida de sus nuevos representantes.
- ¡Viva la Asamblea Nacional! ¡Viva la Asamblea Nacional! - decían sin cesar.
Entonces Oscar, en actitud vigilante, se colocó al lado de André y contempló la exaltación de la gente. No llegaba a entender del todo el entusiasmo de sus compatriotas; aunque empatizaba con el sufrimiento del pueblo, no comprendía completamente sus verdaderos sentimientos. Ella había crecido sin ningún tipo de carencias materiales; aunque había enfrentado no pocos desafíos en la vida, nunca había tenido que preocuparse por saber si su familia tendría dinero para comer, ni se había sentido angustiada por no tener un techo dónde guarecerse.
No obstante, ahora todo su mundo parecía desarmarse ante sus ojos, ya que acababa de descubrir que padecía de una enfermedad que no distinguía ni de clase ni de posición social. La tuberculosis amenazaba su tranquilidad y la debilitaba, y de nada le servía su fortuna o su rango ante la posibilidad de tener que enfrentarse a la muerte.
De pronto, alguien llamó su atención y la distrajo de sus pensamientos. Era un hombre, un hombre que la miraba fijamente y que se destacaba entre la multitud por su femenina belleza.
- Mira, André... - le susurró. - ¡Esa es una mujer! Sí... ¡Tiene que ser una mujer trasvestida! - le comentó.
Y tras una pausa, volvió a dirigirse a él.
- Es increíblemente bella... - agregó.
Tras escucharla, André giró su rostro para poder observar a la persona a la que Oscar se refería, y unos segundos después, volvió a dirigirse a ella.
- No es tan bella como tú... - le dijo él sin dudarlo, y tras ello, sonrió, aunque sin abandonar su posición de vigilancia ni quitar la vista de las personas que los rodeaban.
Entonces Oscar se apartó dos pasos de su lado y lo miró sorprendida. ¿Cómo podía permitir que él la siguiera amando tras haber descubierto que estaba gravemente enferma? ¿Cómo podría someterlo al sufrimiento de tener que ver como su salud se deterioraba sin que pudiera hacer nada para evitarlo? No obstante, sabía que lo necesitaba más que nunca y no quería separarse de su lado.
- Comandante, la situación se encuentra controlada en la parte posterior del edificio. - le dijo de pronto Jean tras llegar corriendo hacia ella, sacándola así de sus pensamientos.
- ¡Ah! Gracias Jean. - le respondió Oscar tratando de reconectarse con la realidad. - Por favor, diles a Diddier y a Armand que permanezcan vigilando y el resto de ustedes vuelvan a sus posiciones. - agregó.
- Enseguida, comandante. - le respondió el soldado, y tras ello, abandonó el lugar para transmitirles a sus compañeros la indicación que acababa de recibir de su comandante.
Entonces Oscar volvió a poner la vista sobre la muchedumbre, y notó sorprendida que aquella persona que tanto había llamado su atención ya no se encontraba ahí; era como si nunca hubiera existido. Sin embargo, sí que era una persona real; se trataba de Louis de Saint-Just, el terrorista que - tan sólo unos meses antes - le había disparado a su padre tras confundirlo con el General Boullie.
- "¿A dónde se fue?" - se preguntó Oscar a sí misma. - "Parece que se lo hubiera tragado la tierra." - pensó.
Pero de pronto, algo volvió a distraerla. Eran las puertas del recinto, las cuales habían empezado a abrirse desde el interior, y tras notarlo, Alain, André y ella dirigieron su mirada hacia ellas.
Entonces, tras algunos segundos de espera, Robespierre y aquellos que habían decidido conformar la Asamblea Nacional aparecieron en la entrada. Lucían tan emocionados como la multitud que los aclamaba, satisfechos por lo que habían logrado en tan solo una mañana.
Apenas los vieron salir, las cientos de personas que los aguardaban en el exterior empezaron a ovacionarlos. Aquellos hombres se habían convertido en los héroes que tanto habían estado esperando, y es que los ciudadanos franceses veían en ellos una luz de esperanza al final de tanta oscuridad.
- ¡Viva la Asamblea Nacional! ¡Viva la Asamblea Nacional! - gritaban sin cesar, en medio de la algarabía de un pueblo herido que empezaba a recuperar su dignidad a través de esa gran victoria.
...
Algunas horas más tarde, la heredera de los Jarjayes y su regimiento regresaron al cuartel. La lluvia había cesado y el sol había salido desde hacía ya un buen rato, por lo que el día lucía bastante iluminado, casi tanto como el espíritu de muchos de sus compatriotas.
Al llegar, Oscar se dirigió directamente a la oficina del Coronel Dagout, quien aquel día había permanecido en el cuartel general atendiendo unas diligencias. Tras presentarse en su oficina, lo saludó formalmente; debía comentarle las últimas novedades, y es que aún no se regaba la noticia de lo que había ocurrido en los Estados Generales.
- Buenas tardes, Coronel Dagout. - le dijo Óscar.
- Comandante. - le dijo el coronel al verla, y de inmediato, se sorprendió al percatarse de lo pálida que estaba.
- Tengo noticias. - le mencionó ella seriamente.
Pero antes de dejarla continuar, el coronel Dagout se levantó.
- Brigadier Jarjayes, por favor, antes tome asiento. - le dijo invitándola a sentarse.
- Gracias. - le respondió ella.
Y tras ello, se sentó frente a él.
- ¿Pudo atender los temas que le encomendé? - le preguntó Oscar, y el coronel volvió a tomar asiento tras su escritorio mientras le alcanzaba los informes que le había preparado.
- Así es, Brigadier Jarjayes. Todo está coordinado ya. - le respondió, y tras ello, sin que ella se de cuenta, examinó su rostro con preocupación.
- Coronel, ha ocurrido algo inesperado. - le dijo Oscar, y volvió su vista hacia él mientras dejaba los informes que hasta hacía unos segundos había estado revisando. - Algunos diputados del Primer y Segundo Estado se han unido a los representantes del pueblo y han formado un nuevo grupo al que llaman Asamblea Nacional. - le dijo.
- ¿Sin la venia de Su Majestad? - le preguntó el Coronel Dagout, exaltado.
- Así es, Coronel. - le respondió ella entendiendo la preocupación del militar, el cual también pertenecía a la nobleza. - Tengo que preparar un informe detallado para el General Boullie, aunque ya he enviado a uno de los miembros de mi compañía para darle la noticia.
Entonces el coronel la miró pensativo.
- Lo que ha ocurrido es muy grave. - le dijo. - Formar un grupo así va en contra del espíritu de los Estados Generales, los cuales están divididos en tres foros que se ponen de acuerdo de manera independiente. ¿Pero qué pretenden al conformar esa agrupación? - exclamó.
- Consensuar. - le respondió Oscar serenamente y sin dudarlo. - Ya han pasado seis semanas desde que iniciaron las asambleas y hasta ahora los tres estados no han llegado a ningún acuerdo. Supongo que esta fue la única solución que encontraron para poder avanzar. - agregó.
- ¿Pero hacer algo así sin la venia del Su Majestad? - exclamó el coronel. - Puedo entender una propuesta así por parte de los comuneros, pero ¿que se les hayan unido algunos de los miembros de la nobleza y del clero? No logro concebirlo. - mencionó el coronel.
Entonces Oscar permaneció en silencio. Ella sí entendía la frustración de los diputados, de hecho, durante todos esos días había sentido la misma frustración que ellos cada vez que acababa un día más de asambleas sin ningún tipo de resultado. No obstante, no esperaba que su segundo al mando sea capaz de entender algo como eso.
- Bueno, Coronel. Debo retirarme. Sólo quería que sepa lo que está ocurriendo. Regresaré a mi despacho y empezaré a redactar mi informe. - le dijo Oscar.
Entonces, y cambiando completamente el giro de su conversación, el coronel se dirigió nuevamente a ella.
- Comandante, su uniforme está algo mojado. - le dijo. - Será mejor que se cambie de ropa de inmediato, de lo contrario podría enfermarse. - mencionó, y tras ello, volvió a examinar el pálido rostro de Oscar con preocupación, pero ella sólo atinó a reír tratando de fingir que se encontraba mejor que nunca.
- Pero que dice, Coronel Dagout. - le dijo. - No se preocupe... Apenas termine mi informe me ocuparé de eso. Además, con el calor que hace ahora seguramente mi uniforme se secará por sí solo en unos minutos. - agregó, sin darle mayor importancia al tema.
Entonces el coronel la miró pensativo.
- La acompaño en el camino. - le dijo tras unos segundos. - Debo coordinar algunas cosas con el Comandante de la Compañía A. - agregó, y ambos se pusieron de pie y salieron de la oficina.
- Hoy llovió sin cesar, y ahora hace un calor casi insoportable. Al parecer esté mal tiempo se prolongará por un buen rato. - le dijo Oscar a su segundo al mando, mientras caminaba junto a él por los pasillos del cuartel
- Espero que no. Las cosechas podrían verse afectadas y es lo que menos le conviene ahora al pueblo de Francia. - mencionó el militar.
Y unos segundos después, la hija de Regnier de Jarjayes se detuvo.
- Coronel, lo veré luego. - le dijo, y tras ello, abrió la puerta de su despacho, al cual acababa de llegar.
Entonces se encontró frente a frente con André, el cual, semidesnudo en el interior de su oficina, parecía estar secándose las gotas de lluvia que también a él lo habían empapado, y sin saber que hacer, Oscar volvió a cerrar la puerta a toda velocidad.
- ¡Maldita sea! - gritó exaltada.
- ¿Hay algún problema con su oficina, Comandante? - le preguntó el Coronel Dagout, intrigado.
- No, no es nada. - le dijo ella, tratando de disimular su inicial sorpresa.
Entonces, tras hacer una formal despedida militar, el militar continuó su camino.
Mientras tanto, paralizada frente a la puerta de su despacho, Oscar trataba de quitar de su mente la imagen que acababa de ver, pero simplemente no podía.
- "La vista de su pecho..." - pensó para sí misma, sonrojada y con el corazón latiendo a mil por hora. - "Antes habría podido mirarlo con calma, pero ahora... ahora..." - pensó casi sin aliento.
No era la primera vez que André provocaba en ella ese tipo de reacciones. Sus profundos sentimientos hacia él le hacían olvidar el hecho de que también era una mujer de carne y hueso. Lo amaba, pero casi no se daba cuenta de que también lo deseaba intensa y apasionadamente. A pesar del tiempo que había pasado desde que se dio cuenta de sus verdaderos sentimientos por André, aún no lograba conectarse del todo con su naturaleza más humana e instintiva; había reprimido esa parte de sí misma por demasiado tiempo.
- Oscar... - dijo de pronto el nieto de Marion, y ella dirigió su mirada hacia él, aún sin salir de su estado de exaltación.
Ahora André estaba de pie frente a ella, en la puerta de su despacho y ya completamente vestido, pero también algo intrigado por haber dejado sin palabras a la mujer que amaba.
- Perdona si te asusté. - le dijo. - Estaba empapado y necesitaba cambiarme de ropa. Las barracas y los aseos están llenos y ya sabes que soy un poco especial cuando se trata de cambiarme con tanta gente mirando. - agregó riendo.
- ¡Ah!... No te preocupes... - le respondió Oscar, aún sin poder hacer nada para que su corazón deje de latir tan aceleradamente. - Hablamos luego, ¿está bien? - agregó, y de inmediato, se metió a su oficina y cerró la puerta con tanta rapidez que cualquiera hubiese pensado que lo único que ella quería era escapar de él.
Entonces André se quedó paralizado y confundido. "¿Estará enojada conmigo?" - se preguntó. Sin embargo, después la justificó en su mente. "Seguramente solamente está apurada porque quiere terminar su informe" - se dijo a sí mismo, y es que Oscar se lo había comentado en el momento en el que ambos regresaban al cuartel.
Mientras tanto, dentro de su despacho, Oscar intentaba mantenerse tranquila, aunque sus esfuerzos no estaban dando ningún fruto.
- "¿Pero qué me pasa?" - se dijo a sí misma, sin poder salir de su estado de conmoción.
Y tras algunos minutos, aún sin poder recuperarse ni poder sacar de su mente la imagen del fuerte y esculpido cuerpo del hombre que amaba, avanzó hacia su escritorio para continuar con su trabajo.
...
Fin del capítulo
