Capítulo 63
No somos perros ni mendigos
Habían pasado tres días desde que los miembros de la Asamblea Nacional realizaron el juramento en el campo de la pelota, y después de largas horas de debate con sus consejeros, el rey de Francia ordenó volver a abrir las puertas del recinto que él mismo había mandado cerrar hacía unos días; buscaba reactivar los Estados Generales, sí, unos en los que se debatieran y votaran los temas de acuerdo a la clase social.
No obstante, la alta aristocracia no había perdonado que los plebeyos convenzan a algunos de los miembros del clero y la nobleza a que se unan a ellos y querían darles una lección, una lección que les hiciera recordar cual era su posición para que nunca más se les ocurra rebelarse de la manera en la que lo habían hecho.
El coronel del ejército Choisielle La Baume fue destacado para la misión, y la mañana del 23 de junio, se dirigió a la oficina de Oscar para informarle las novedades: por orden del General Boullie, él se haría cargo personalmente del ingreso de los delegados.
La heredera de los Jarjayes no sospechó nada malo, aunque sí le pareció extraña aquella decisión de la máxima autoridad del ejército. "La Guardia Francesa ha dirigido el ingreso de los delegados desde que se iniciaron las asambleas. ¿Qué pretende el General Boullie con este cambio?" - se preguntó, pero no le dio mayor importancia al tema.
Entonces, bajo una incesante lluvia que había oscurecido el cielo de aquella mañana, todos se dirigieron hacia allá, y al llegar, el Coronel La Baume le ordenó a sus hombres que abran únicamente una de las puertas. "El ingreso de los delegados será de uno en uno" - le informó La Baume a la hija de Regnier, lo cual llamó poderosamente su atención, ya que los representantes sumaban más de mil personas.
Mientras tanto, la Compañía B vigilaba la seguridad de los exteriores, tal como lo había hecho desde que se iniciaron las asambleas. Los soldados estaban emocionados; al fin sus representantes regresarían a debatir en los salones que ellos custodiaban.
- "Parece que ya vamos a ingresar..." - dijo uno de los delegados al ver que el recién llegado coronel sacaba una larga lista para llamarlos a todos, aliviado porque la lluvia era intensa y empezaba a tener frío.
Entonces, La Baume se dirigió a todos ellos.
- Señores, vamos a iniciar el ingreso a la sala de la asamblea. Por favor, cuando escuchen su nombre, aproxímense a la entrada. - exclamó.
Entonces todos se miraron confundidos; era la primera vez que les decían que tenían que ingresar de uno en uno. Eran demasiados y no tenía sentido que los hagan ingresar de esa manera. No obstante, todos estaban dispuestos a acatar las instrucciones y a tener paciencia con tal que les permitan continuar con su trabajo.
- Obispo Fouche, adelante por favor... - dijo el coronel, y el obispo ingreso al interior del recinto.
Tras ello continuó.
- Marqués Chatelet, adelante. Conde Dupla, Conde Collage, Marqués Claire, Barón Menier ...- decía. Y uno a uno, los delegados fueron ingresando.
No obstante, los presentes empezaban a impacientarse. El coronel La Baume únicamente estaba llamando a los delegados que representaban a la nobleza y el clero, a aquellos que habían decidido no formar parte de la Asamblea Nacional.
Entonces uno de los representantes del pueblo, ya cansado de esperar, se dirigió hacia la entrada.
- Un momento por favor. ¿Quién es usted?. - le dijo La Baume, deteniendo su paso.
- Delegado del Tercer Estado, Chaplegurne. - le respondió él.
- Lo siento, por favor, espere hasta que lo llame. - le dijo.
Entonces continuó.
- Marqués Antoire, por favor. - dijo, y el marqués se dirigió hacia el interior.
Pero nuevamente, uno de los delegados del Tercer Estado intento pasar.
- Espere, ¿cuál es su nombre? - le preguntó La Baume.
- Delegado del Tercer Estado, Gymnoire. - respondió él.
- Lo lamento. Debe esperar. - le respondió el Coronel.
Entonces Oscar dirigió su mirada hacia él; resultaba evidente que se les estaba negando el paso a los delegados del Tercer Estado a propósito. André, Alain y el resto de sus compañeros tampoco fueron ajenos a lo que ocurría y observaron indignados la escena, pero no sólo ellos, también los ciudadanos presentes, los cuales empezaron a llenarse de rabia por lo que les estaban haciendo a sus representantes.
- ¿Por qué no deja entrar a los delegados del Tercer Estado? - le gritó un hombre al coronel La Baume.
- Sí... ¿¡Por qué los pasa de largo!? ¡Están empapándose hasta los huesos! - exclamó otro.
- ¡Oiga! ¡Deje entrar a nuestros delegados! ¡Ahora! - gritó uno más, sin embargo, el coronel los ignoró completamente.
- Coronel La Baume... - le dijo Oscar de pronto, después de haberse aproximado a él. - ¿Por qué?¿Por qué no llama a los delegados del Tercer Estado? - le preguntó indignada.
- Son las órdenes. - le respondió el coronel. - Sólo el clero y la nobleza puede ingresar por la puerta principal. El resto debe hacerlo por la puerta posterior. - agregó.
- ¿Qué? - exclamó Oscar, pero el coronel continuó.
- Marqués Mareau. - dijo, pero de inmediato, la hija de Regnier le arrebató los papeles que contenían los nombres de los delegados para que se detenga.
- Coronel La Baume, ¿no ve lo que pasa aquí? - le preguntó ella, señalando a la multitud. - Toda la gente que espera aquí está empapándose. - exclamó, y de inmediato, el coronel le quitó su lista de las manos.
- Yo solamente sigo órdenes, Brigadier Jarjayes. Tal como lo hizo usted cuando cerró las puertas de este recinto. - le respondió él sarcásticamente, y tras ello, empezó a reir.
Entonces Oscar, quien ya había perdido la paciencia, lo tomó por el cuello de forma amenazante.
- Espere, ¡¿qué hace?! - exclamó La Baume asustado.
Entonces Robespierre, el cual se encontraba encabezando a los delegados del tercer estado, intervino.
- Déjelo... Déjelo, Comandante Jarjayes. - le dijo a Oscar. - Estar mojados no nos molesta, tampoco sentimos frío por la lluvia. - mencionó.
Y tras escucharlo, la hija de Regnier dirigió su mirada hacia él.
- Nuestra pasión nunca morirá, no importa cuan fuerte llueva: el orgullo de estar aquí, elegidos por el pueblo, nos mantiene inquebrantables a pesar de cualquier insulto o maltrato que enfrentemos. Pero queremos dejar algo en claro: nosotros no somos perros ni mendigos, ¡así que nunca entraremos por la puerta posterior! - agregó mirándola a los ojos.
Entonces el Coronel La Baume empezó a reír burlonamente.
- ¿Escuchó eso, Brigadier Jarjayes? Ellos escogen quedarse en la lluvia. ¡Ya no es mi responsabilidad!. - exclamó.
Era inconcebible. ¿Qué ganaban con intentar humillar así a los representantes de Francia? - se preguntó Oscar, indignada.
Entonces, harta de toda esa situación, arrojó al suelo al Coronel La Baume ante la mirada de todos los presentes, y tras ello, se dirigió a sus hombres.
- ¡Guardia Francesa, abran las puertas y dejen ingresar a todos los delegados! - ordenó.
Ya había sido suficiente.
- ¡Sí! - gritaron los soldados muy emocionados, y tras ello, se dirigieron a romper las tablas que sellaban la entrada, tablas que ellos mismos habían colocado unos días antes para impedirles el paso.
No obstante, André estaba paralizado. Sabía que con esa acción, Oscar estaba desobedeciendo una orden de la máxima autoridad del ejército francés y que eso podría tener graves consecuencias. ¡Cuantas veces había tenido que salvarla de ese tipo de arrebatos cuando era su asistente! No obstante, en esta ocasión parecía no haber otro camino viable. ¡Que impotente se había sentido al ver como intentaban sobajar a los representantes del Tercer Estado! Casi sentía que esa humillación se la estaban haciendo a él mismo, porque el formaba parte de esa clase social.
Unos minutos después, y tal como lo habían hecho desde que se iniciaron las asambleas, los miembros de la guardia nacional escoltaron respetuosamente el ingreso de los representantes de Francia.
- ¡Brigadier Jarjayes! ¿¡Se atreve a desafiar las órdenes del General Boullie!? - le preguntó indignado el coronel La Baume tras levantarse del suelo, mientras los delegados entraban.
- No pretendo hacerlo, Coronel La Baume. - le respondió Oscar, mucho más serena.
Entonces lo tomó del brazo e hizo que dirija la vista hacia los cientos de ciudadanos que, bajo la lluvia, acompañaban a sus representantes.
- Ahora cálmese y observe a la multitud. Una revuelta podría haberse desatado si esta situación se prolongaba más. Como la responsable a cargo de la seguridad, tomé las medidas necesarias para evitar un desastre. - agregó.
Y tras ello, lo miró desafiante.
- ¡Ahora retírese y reporte esto al General Boullie! - le ordenó.
Entonces el Coronel La Baume la miró sorprendido; nada podía hacer ya. Mientras que él era un coronel, ella ostentaba el rango de brigadier, lo que hacía que fuera su superior dentro del ejército, y debido a ello, debía acatar la orden que ella acababa de darle. Entonces tomó su caballo, y al lado de los dos hombres que lo habían acompañado, se marchó.
Unos minutos después, tras asegurarse que todos los representantes habían pasado, los guardias cerraron las puertas desde afuera.
- Comandante, todos los delegados han ingresado al recinto. - le dijo Diddier.
- Buen trabajo. - le respondió Oscar.
Y tras ello, se dirigió a su tropa.
- ¡Ahora todos regresen a sus puestos! - exclamó imperativamente, y los soldados se formaron en posición de vigilancia.
Tras ello, la hija de Regnier avanzó unos pasos hacia André.
- Oscar, el Coronel La Baume se fue muy enojado. Espero que esto no te traiga problemas. - le dijo, sin embargo, Oscar lo miró sin arrepentimientos.
- André, lo que acaba de ocurrir es inaudito. - le respondió ella. - ¿En qué estaba pensando Su Majestad para ordenar algo como esto? Lo único que va a lograr es aumentar aún más la distancia que lo separa de su propio pueblo. - agregó.
- Esto no parece haber sido una obra suya, sino de sus consejeros. Lo único que les interesa es afianzar su poder al precio que sea. - le respondió André, y Oscar asintió con la cabeza.
Las cosas se estaban saliendo de control a medida que pasaban los días, y André y Oscar lo sabían. Aunque los delegados habían ingresado al recinto, las divisiones continuaban; la conformación de la Asamblea Nacional era un gran avance, pero nada significaba si no contaba con el apoyo del monarca de Francia.
- Su Majestad no debe tardar en llegar. - le dijo Oscar al hombre que amaba, y tras ello, dirigió su vista hacia él. - André , no voy a mentirte: temo que las cosas se compliquen aún más. La Asamblea Nacional no fue aprobada por Su Majestad, y si él se niega a reconocerla, tiempos difíciles nos esperan. - agregó Oscar.
Entonces André la miró en silencio. Él sólo quería una vida pacífica a su lado, hacerla su esposa y llenarla de amor los días que le quedaran de vida. ¿Cómo era posible que estén atrapados en una situación como esa?
No obstante , ellos no eran los únicos que la padecían; muchos franceses estaban en iguales o peores circunstancias, y cada mañana se enfrentaban con valor a las adversidades que les tocaba vivir; no había nada más que mirar a su alrededor para verlo.
Esperanza, eso era lo que sostenía a los delegados, a los ciudadanos y a ellos mismos. Sí; mientras existiera la más mínima esperanza de construir una mejor Francia para todos, estaban dispuestos a seguir luchando.
...
Mientras tanto, Fersen permanecía en la provincia de Valenciennes, alojado en la mansión de su buen amigo Frederick, un marqués francés que junto con él, había formado parte de la expedición que combatió en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
La reina María Antonieta sabía bien que el conde siempre se alojaba con él cada vez que se dirigía a París. El camino era largo y hacía varias paradas. Debido a ello, apenas recibió la carta donde el hombre que amaba le comunicaba que pronto estaría llegando a su encuentro, se apresuró a escribirle para detenerlo; temía que su vida corra peligro ya que por aquellas fechas tenía muchos enemigos, y no hubiera soportado perderlo también a él.
Fersen lo entendió, pero decidió permanecer en la residencia de su amigo para poder estar más cerca de ella y enterarse más rápido de lo que sucedía. Estando en Francia era mucho más sencillo para él acceder a la información, y al menos así podría ir a su encuentro mucho más rápido en caso la reina lo necesitara.
- Hans, vamos por una copa... - le dijo Frederick para tratar de levantarle el ánimo, ya que lo veía decaído.
- Muchas gracias, amigo, pero no tengo ganas de salir. - le respondió él. Quedarse en Valenciennes no formaba parte de sus planes, y aunque agradecía la hospitalidad de Frederick, se sentía devastado por no poder ir al encuentro de la mujer que amaba.
El marqués lo comprendía, pero Fersen era su amigo y no le gustaba verlo así.
- Te entiendo, Hans. Me imagino que debes sentirte muy frustrado por no poder ir a Versalles, pero es mejor que te quedes aquí. Las cosas están muy sensibles en la capital, y es mejor no mover las cosas por ahora. - le dijo.
Entonces Hans lo miró pensativo. Sabía que Frederick tenía razón; su presencia sólo desestabilizaría las cosas en Versalles y ellos ya tenían bastantes problemas. No obstante, al menos a la distancia estaba dispuesto a ayudarlos. A partir de ese día, haría todo lo que estuviera en sus manos para colaborar con la familia real francesa.
...
Mientras tanto, al sur de Francia, el apuesto Jules Laurent Jusseau tomaba conocimiento de lo que ocurría en París por esos días. La situación era preocupante: se decía que una gran cantidad de representantes de Francia habían decidido formar un organismo paralelo a los Estados Generales llamado "Asamblea Nacional" debido a la falta de soluciones a los problemas que se venían discutiendo desde hacía varios días, y que esto había desatado una terrible crisis en la capital de su país.
No obstante, en esa parte Provenza se respiraba un ambiente de paz y estaba agradecido por ello. La Villa del Sur que administraba seguía dando excelentes resultados y eso lo tenía muy satisfecho, no obstante, le entristecía que su primo, que era el dueño de todo eso, no gozara de ninguno de los frutos de su inversión. ¿Hasta cuando tendrá André que permanecer allá? - se preguntó muchas veces sin obtener respuestas.
El hijo mayor de Juliette nunca cuestionó la decisión de su primo de continuar trabajando para la familia Jarjayes: lo respetaba demasiado como para poner en tela de juicio sus decisiones. Sin embargo, ahora empezaba a hacerlo; las noticias que llegaban desde la capital de su país eran bastante alarmantes y André no tenia ninguna necesidad de permanecer allá teniéndolo todo en Provenza.
- "Somos muy afortunados... A diferencia de otros franceses, nosotros sí podemos vivir en paz y sin ningún tipo de carencias..." - pensó, sentado frente al escritorio donde trabajaba en la biblioteca de la casa principal de la Villa de André.
Y mientras reflexionaba sobre ello, se puso de pie y salió al balcón que daba hacia los hermosos jardines interiores de la propiedad.
- "Hermano, por favor, regresa pronto..." - pensó Jules. - "Quiero que conozcas a los veinte potrillos que acabo de adquirir para tu villa, y que veas con tus propios ojos lo mucho que ha crecido durante tu ausencia..."
No obstante, Jules no quería que su primo regrese únicamente por eso; le preocupaba su bienestar y deseaba tenerlo cerca y a salvo al lado de su familia. París era una bomba de tiempo a punto de estallar y no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados sabiendo que alguien tan querido para él permanecía ahí; si seguía sin tener noticias suyas, tendría que dirigirse hacia allá para asegurarse por sí mismo de que él estuviera bien, así eso significara ponerse en riesgo.
Y mientras reflexionaba sobre ello, se dirigió a su escritorio para escribirle una vez más, y mientras lo hacía, pensó en su hermosa nación, una nación que en otra época había sido la envidia de toda Europa y que ahora pugnaba por levantarse de la decadencia, una decadencia en la que sus mismos gobernantes la habían hundido.
...
Fin del capítulo
