Capítulo 67

Esto lo hago por ti

Era el 23 de Junio de 1789, e ignorando la orden del rey de Francia de disolver los Estados Generales, los delegados que apoyaban la Asamblea Nacional permanecían en el salón donde se reunían. Se habían negado a irse porque no estaban dispuestos a dejar el destino de Francia nuevamente en manos de la realeza.

Convencido por el General Boullie, Luis XVI ordenó desalojar el recinto de la asamblea, y fueron los miembros de la Compañía B de la Guardia Francesa que Oscar lideraba los designados para llevar a cabo esa misión. Sin embargo, llevada por sus principios y convicciones, Oscar se negó a hacerlo, y doce de sus hombres - incluyendo a Alain - se negaron a obedecer la orden también, por lo que fueron arrestados por desacato.

La heredera de los Jarjayes también había sido arrestada, pero cuando los subordinados del General Boullie estaban por conducirla a una prisión militar para que ahí espere el castigo del rey, ella escapó con ayuda de André, y ahora ambos se dirigían al salón donde los representantes de Francia se encontraban, ya que por boca de la máxima autoridad del Ejército Francés, Oscar se había enterado de que la Guardia Real había sido enviada en su lugar.

- "Debo detenerlos..." - se decía a sí misma mientras la lluvia caía torrencialmente sobre ella. - "No puedo permitir que la Familia Real se involucre en un crimen tan abominable, y menos aún permitir que la Guardia Real sea el instrumento para ese propósito..." - se repetía.

Por su parte, André también cabalgaba tan rápido como podía. Él era un jinete experto, pero la lluvia era muy intensa y debía controlar la velocidad de su caballo para que este no resbale y caiga. Habría sido imposible para otro tipo de jinete cabalgar a la velocidad a la que ellos iban bajo una tormenta de esa naturaleza.

Sin embargo, a pesar de aquellas circunstancias tan adversas, no podía dejar de pensar en lo que le había dicho la mujer que amaba unos minutos antes. "¿Por qué? ¿Por qué enviar a todo un regimiento militar a desalojar a personas desarmadas? ¿Cómo han sido capaces los reyes de aprobar una orden así?" - se preguntaba, incluso sin haber escuchado que esa orden incluía disparar a matar a los representantes de Francia que se negaran a irse.

Mientras tanto, Gerodelle y la guardia responsable de resguardar a los mismísimos reyes de Francia, habían llegado al recinto. Sus elegantes trajes, su masculina belleza y la actitud valiente y decidida que proyectaban impresionaron por unos instantes a los delegados de los Estados Generales que habían decidido conformar la Asamblea Nacional.

A diferencia de los soldados de la Compañía B de la Guardia Francesa, los guardias reales eran hijos de las familias nobles más destacadas de Francia y no era fácil ingresar a sus filas. Se habían entrenado en las mejores escuelas militares del país y eran diestros en el manejo de todo tipo de armas. No obstante, a pesar de su arduo entrenamiento y disciplina, también eran personas honorables y con una educación intachable. Además, habían tenido como principal referente a la extraordinaria Oscar François de Jarjayes, la cual era admirada y respetada por cada uno de ellos.

Durante los más de quince años que la hija del General Regnier de Jarjayes los lideró, enfrentaron juntos muchos desafíos y encararon con valor cada una de las misiones que se les encomendaron. A pesar de las adversidades, la fuerza que les inspiraba su ex comandante era suficiente para saber que saldrían victoriosos pasara lo que pasara; bajo su dirección era imposible fracasar. Además, Oscar siempre fue una líder justa y se preocupó por ellos también en el aspecto humano, tal como lo hizo luego con los soldados de la Guardia Francesa.

Ahora ellos eran comandados por Gerodelle, quien tomó el liderazgo de la Guardia Real luego de que Oscar renunciara, y para todos, él fue el perfecto sucesor de su ex comandante. Victor Clement tenía una gran determinación, y además, la nobleza de todo un caballero.

A diferencia de Oscar, Gerodelle soñó con pertenecer a la Guardia Real desde que era un niño, y trabajó arduamente para ganarse una posición dentro del regimiento que ahora lideraba. No obstante, a pesar de sus ambiciones siempre fue una persona justa, y por eso, al darse cuenta de que la hija de Regnier estaba mejor calificada que él para liderar a la guardia, no dudo en recomendarla con el mismísimo rey de Francia.

Ninguno de los guardias reales había estado tan cerca de Oscar como él; Victor Clement fue su segundo al mando por más de quince años, más de quince años en los que la heredera de los Jarjayes depositó en él toda su confianza. No obstante, la entereza de Oscar para enfrentar el destino que le había tocado vivir y el valor con que lo hacía, capturaron casi de inmediato el corazón de Gerodelle. Ella lo tenía totalmente cautivado, al punto que no pudo evitar enamorarse perdidamente de la que había sido su comandante. Para él no había mujer como ella en toda Francia, y es que después de conocerla había cerrado su corazón a cualquier otro amor, porque estaba seguro de que no sería capaz de ver en otra mujer las cualidades que veía en la hermosa Oscar François de Jarjayes, a pesar de haber renunciado a ella hacía mucho tiempo atrás.

- ¡Soy el comandante de la Guardia Real, Coronel Victor Clement de Gerodelle! - exclamó enérgicamente el conde frente a los delegados que se atrincheraban en la puerta del recinto.

Montado en su caballo al igual que el resto de los guardias reales, lucía inalterable y decidido a ejecutar la misión que se le había encomendado.

- ¡A los delegados de la Asamblea Nacional que ocupan el recinto, si continúan ocupando el salón, serán considerados como traidores que se niegan a acatar una orden del rey! ¡Y nosotros, el regimiento de la Guardia Real, nos veremos obligados a usar la fuerza! - les dijo muy determinado.

Sus intimidantes palabras inquietaron la tranquilidad de los representantes de Francia, algunos de los cuales también se encontraban en el interior del recinto. Era imposible salir victoriosos si se enfrentaban solos a una fuerza armada y no sabían qué hacer; ninguno de ellos quería morir, todo lo que querían era sacar a flote a su país y que este recupere la prosperidad de tiempos pasados.

Por su parte, Gerodelle estaba decidido a cumplir la misión que se les había encomendado, y al ver que no se movían a pesar de sus palabras, los miró desafiante.

- "¿Pero qué esperan para irse?" - se preguntaba a sí mismo. - "¿Acaso están dispuestos a arriesgar la vida con tal de permanecer aquí?" - se repetía.

Entonces, con la espada desenvainada, se dirigió a su regimiento.

- ¡Prepárense! - les ordenó a sus hombres.

Y tras escucharlo, los guardias reales bajaron de sus caballos y apuntaron a los delegados con sus armas.

- ¡Espere! ¡Espere un momento, comandante del regimiento! - gritó uno de los que se encontraba en el recinto. - ¡Todos aquellos que pertenecen a la nobleza, vengan conmigo! - les dijo a sus camaradas.

- Marqués de Lafayette... - susurró Robespierre tras escucharlo, y tras ello, dirigió su mirada hacia él.

Entonces aproximadamente veinte hombres se pusieron frente a Gerodelle y los guardias reales, y tras ello, desenvainaron sus espadas ante la sorprendida mirada de Victor Clement.

- Nosotros somos nobles, pero decidimos participar en la Asamblea Nacional con los delegados del Tercer Estado. ¡Jamás dejaremos que pongan un dedo encima de ellos! - le dijo valerosamente el Marqués de Lafayette al Comandante de la Guardia Real.

Aquel no era cualquier hombre; el Marqués de Lafayette era un militar, aristócrata y político francés que había participado en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de America. Era amigo cercano de personajes como George Washington, Tomas Jefferson y Alexander Hamilton, y era considerado un heroe incluso por el mismo Luis XVI.

Consciente de que Francia necesitaba cambios radicales para subsistir, él y otros nobles habían decidido unirse a los plebeyos para conformar la Asamblea Nacional. No obstante, aunque Gerodelle lo respetaba, él simplemente no podía desacatar una orden que venía directamente del rey. Víctor Clement no era solo un miembro de una de las familias de más alta alcurnia en Francia, también era el comandante del regimiento más leal a la Familia Real, porque ellos estaban directamente a cargo de su protección. Era imposible para él darle la espalda a la corona a pesar de respetar y admirar la trayectoria de un personaje como ese.

Entonces, tratando de que entrara en razón, Gerodelle se dirigió nuevamente a él.

- Por favor, retírese, Marqués de Lafayette. - le dijo el conde. - De ser necesario, estamos autorizados a abrir fuego. - agregó.

Entonces el marqués lo miró sorprendido. "¿Abrir fuego? ¿Abrir fuego dijo?" - se decía el aristócrata sin poder creer lo que escuchaba. Y unos segundos después, vio como Gerodelle levantaba su espada para dirigirse nuevamente a sus hombres.

- ¡Adelante! - les ordenó a los guardias franceses. Y ellos avanzaron hacia los diputados mientras los apuntaban con sus armas.

De pronto, el paso de unos caballos dirigiéndose hacia ellos los sorprendió. Era Oscar, la cual, al lado de André, llegaba velozmente a su encuentro.

- ¡Repliéguense! ¡Repliéguense! - les ordenaba con la espada desenvainada, y sin importarle siquiera que ella ya no era su comandante.

Y tras ello, detuvo su caballo frente a quien ahora era el comandante de la Guardia Real.

- Comandante... - exclamó Victor Clement, casi sin poder creer que la tuviera frente a él.

- Gerodelle... ¿tienes el coraje de quitarme mi espada? - le preguntó al conde con firmeza. - ¡Y ustedes, guardias reales!, ¿¡tienen el coraje de poner una bala en mi corazón!? - les preguntó a sus antiguos subordinados, quienes la miraban impactados.

Y tras unos segundos de silencio que a todos les parecieron eternos, Oscar continuó.

- ¡Entonces disparen! ¡Si van a disparar sus armas sobre los delegados indefensos del Tercer Estado, tendrán que matarme a mí primero! - les dijo, mientras extendía sus brazos en un intento de interponerse entre los guardias y los representantes del pueblo.

Gerodelle la miró con impotencia. Ahí estaba ella, con el mismo valor con el que siempre había defendido sus convicciones, con ese mismo valor con el que él la había visto luchar en infinidad de ocasiones, pero esta vez interponiéndose a él, retándolo a pesar de que ni siquiera era necesario hacerlo, porque Gerodelle sabía que jamás sería capaz de enfrentarse a ella. Aquella mujer, a quien ahora tenía frente a él, era la única capaz de doblegarlo, la única capaz de sacudir todo su mundo. Sí; aquella era Oscar François de Jarjayes.

Entonces, tras permanecer mirándola fijamente a los ojos durante varios segundos, Victor Clement guardó la espada que había desenvainado y bajó la mirada frente a ella.

- Mademoiselle, por favor, guarde su espada. - le dijo gallardamente.

Y tras ello, dirigió nuevamente su mirada hacia ella.

- ¿Cómo podríamos dispararle a nuestra propia comandante?... - le dijo Victor Clement. - ¿Cómo podríamos ser tan cobardes como para dispararle a gente desarmada en frente de usted? - insistió. - Esperaremos hasta el día en que ellos se levanten en armas. - agregó, ante la atenta mirada de la hija de Regnier.

Y tras unos segundos, en un tono más sereno, volvió a dirigirse a ella.

- Esto lo hago por ti... aunque tenga que convertirme en traidor... - le susurró.

- Gerodelle... - le dijo ella, y tras ello, bajó la mirada mientras entendía aquello que le había obligado a hacer.

Sí, la heredera de los Jarjayes había arrastrado en su rebeldía a un hombre muy importante para ella, un hombre que acababa de demostrarle una vez más la profundidad de su amor, y no pudo evitar sentirse muy culpable.

- ¡Retirada! - les dijo Gerodelle a los guardias reales, y tras ello, todos montaron en sus caballos e iniciaron el camino de vuelta al Palacio de Versalles.

Entonces, ya a lo lejos, Víctor Clement extendió su mano al cielo para despedirse de Oscar, y aún descolocado por lo que acababa de suceder, pensó en ella.

"¡Ah! Parece no saberlo... Prefiero caminar hacia el cadalso como un traidor antes que verla bañada en sangre..."

Y mientras pensaba en ello, el conde continuó su recorrido con valor y dispuesto a enfrentar las consecuencias de lo que acababa de hacer, sin imaginar siquiera que a partir de aquel día, su vida daría un giro completamente inesperado.

...

Fin del capítulo